doi: http://dx.doi.org/10.15359/ree.18-2.14
Revista Electrónica Educare (Educare Electronic Journal) EISSN: 14094258 Vol. 18(2) MAYO-AGOSTO, 2014: 265-295
[Número publicado el 01 de mayo del 2014]
Práctica y ejercicio de la libertad en el tiempo: Implicaciones políticas y culturales
Exercising Freedom over Time: Political and Cultural Implications
Universidad Pedagógica Experimental Libertador
Maturín, Venezuela
alixdavid79@yahoo.com
Recibido 4 de agosto de 2013 • Corregido 7 de marzo de 2014 • Aceptado 9 de abril de 2014
Resumen. El artículo que se ofrece a continuación se enmarca en una línea ensayística en atención a una temática que aborda el asunto de la gestación de una cultura de la recreación reivindicadora de elementos tan importantes como la libertad y la responsabilidad desde la práctica como proyecto de vida colectivo, coherente con los ideales y valores humanitarios. Es este un trabajo analítico que parte del cuestionamiento a categorías y premisas tales como tiempo libre, trabajo, capitalismo, entre otros. La intención del artículo radica en la deconstrucción de mitos que, a la luz de la teoría de la actividad y los idearios políticos emanados de la revolución industrial, subsumen a la recreación como actividad. No solo esto, sino que la remiten a la especificidad del tiempo coartando la posibilidad de la felicidad y la liberación de la conciencia desde un ideario de trabajo des-humanizante y des-humanizador.
Palabras claves. Práctica y ejercicio de la libertad en el tiempo, trabajo, recreación, tiempo libre, capitalismo.
Abstract. The following paper addresses, in an essay format, the topic of the emergence of a culture that includes the redeeming recreation of important elements such as freedom and responsibility from a practical point of view, as a collective life project, consistent with humanitarian ideals and values. This is an analytical paper based on questions pertaining to categories and assumptions such as leisure time, work, and capitalism, among others. The objective of this analysis is the deconstruction of myths that, in the light of the theory and the political philosophies resulting from the industrial revolution, subsume recreation as an activity. Myths do not only do this but limit recreation to time specificity, thwarting the possibility of happiness and the liberation of consciousness from a dehumanizing and dehumanized ideology.
Keywords. Exercise of freedom over time, work, recreation, free time, capitalism.
La filosofía nunca podrá disipar esta perplejidad.
(…) el tiempo no tiene tiempo para calcular el tiempo.
(…) la cotidianidad habla de sí misma
como algo en lo que la naturaleza sale constantemente al encuentro.
El hecho de que los acontecimientos
se produzcan en el tiempo no significa
que tengan tiempo: significa más bien que ellos,
produciéndose y estando ahí, nos salen al encuentro
como si transcurrieran a través de un presente.
Este tiempo del presente es explicitado
como un decurso que constantemente pasa por el ahora;
secuencia acerca de la cual se afirma
que su dirección es única e irreversible.
Todo lo acontecido se desliza
desde un futuro sin fin hacia un pasado irreversible.
Martín Heidegger
Conscientes del tiempo y de la dificultad para pensarlo,
los seres humanos hemos ingeniado muy diversas maneras
de establecer ese paso que jamás se detiene,
es decir, formas diversas de medir el tiempo.
Pero, ¿qué estamos midiendo cuando medimos el tiempo?
¿Cómo medir algo que no sabemos apenas lo que es?
Fernando Savater
El tiempo, en la actualidad, vuelve a posicionarse
como valor vinculado con la libertad individual
para determinar voluntariamente el uso de su propio futuro.
Esta nueva situación probablemente lo libere
en perspectiva de inhumanas clasificaciones:
ocupado-libre, ocupado-semiocupado-semilibre,
tiempo estructurado-liberado que,
entre muchas, sin rigor científico,
comparten el hecho de colocar el tiempo afuera de los sujetos.
Inés Moreno
Palabras preliminares
Evidentemente resulta quimérica la pretensión de dejar vertida la completitud de una concepción particular de la recreación, debido a la imposibilidad de la transmisión totalista de la cultura; no obstante, quien lea este texto podrá avistar rasgos de una concepción de la recreación que se levanta y se rebela en contra de una lógica manifestada en una especie de epistemología estructurada y estructurante.
Se trata de una lógica que presenta evidentes contradicciones teóricas y prácticas que pudiesen parecer fundamentales y básicas, pero que, sin embargo, han sido intencionalmente orientadas por una misma lógica que se nutre –a decir de Heidegger (1993)– de una terminología tradicional gastada. Y sucede que, de seguir con semejante situación, esto es, perpetuando tal imaginario y privilegiando tamaña experiencia, estaríamos –en palabras de Finol (2012)– haciendo concesiones a paradigmas de ideologías conservadoras. Me refiero a la concepción que impone “una” recreación como si esta fuese actividad; va por aquella idea del tiempo libre como reivindicación de la libertad; va por aquello de la planificación del juego; va por aquello de la imposición de la voluntad y la repetición sin más desde la animación recreativa, entre otras cosas.
En este sentido, se hace necesario pensar y cuestionar algunas ideas claves en tanto se ofrece la recreación, más como una experiencia y como posibilidad humana, que como un asunto del hacer. La actividad –cualquiera que esta sea– es importante, pero no es ni será lo más determinante en la experiencia humana, porque lo que habrá de ser finalmente determinante en realidad será la actitud, la conciencia lúdica de quien vive la experiencia.
Como se apreciará, en este escrito se apuesta por la existencia de una relación estrecha y necesaria entre el ser, el sentir y el hacer; relación identificada por una columna vertebral representada por la lúdica como actitud de vida (ser), la recreación como experiencia de vida (sentir), y la actividad lúdica –independientemente de su naturaleza– (hacer). Es esta una tríada que vale la pena considerar.
La primera idea que deseo exponer y someter a consideración tiene que ver con el ideario del tiempo libre, claro, en contraste con la práctica y ejercicio de la libertad en el tiempo. Al revisar la historia encontraremos que el ideario del tiempo libre surge con el capitalismo como sistema económico (superando a su vez al feudalismo). En contraparte, el ideario de la práctica y el ejercicio de la libertad en el tiempo es, sin duda alguna, un concepto antagónico a la idea capitalista de tiempo libre. Se trata, además, de un concepto rompedor de teorías como aquella teoría causalista de la actividad, teoría que condena la recreación a una débil percepción por parte del imaginario colectivo, en tanto la ofrece como actividad y en tanto la subsume en los predios de una institucionalización que, sin duda alguna, ha convertido, al ocio y a la recreación, en temas particulares de una disciplina. Mientras se piense y se asuma la recreación como una actividad e incluso como patrimonio disciplinar, se tratará a esta como un patrimonio con carácter de exclusividad. Así, y al parecer, el ser humano “hace recreación”, “planifica recreación”, “administra recreación”, “compra y vende recreación”. No obstante tal situación, el concepto de práctica y ejercicio de la libertad en el tiempo pasa a ser un concepto que emerge con fuerza política para desmontar estructuras engranadas desde la organicidad del capitalismo.
Hablo de un concepto pensado desde la plataforma de la posibilidad; por tanto, no se trata de la libertad como un hecho acabado, mucho menos como una realidad coyuntural, sino que se trata de un hecho de carácter cultural, social y político; esto es, estamos en presencia de una situación eminentemente estructural y que se reconfigura a merced de los tiempos históricos y las luchas sociales de los pueblos.
Al respecto, es necesario tener claro que la libertad no puede ser coartada o interrumpida por períodos de tiempo en los que se es o no es libre, pues depende de una idea de trabajo que produce la alienación y la enajenación; por el contrario, la práctica y ejercicio de la libertad se refiere a esa libertad vivida en la cotidianidad (que no rutina), a esa libertad hecha hábito construido y “construyéndose” durante toda la vida de una persona (Reyes, 2012a). Ello guarda relación con la actitud ante la vida y ante los hechos sociales, característica lúdica inherente a la persona en tanto tal. Invita y convoca, además, a una experiencia ética de vida coherente con un ideario en el que la liberación, la transformación y la emancipación humana y social son un norte de vida.
A pesar de que existe una especie de vaguedad en torno a los conceptos de recreación, ocio y tiempo libre (tratados como sinónimos con mucha frecuencia), la institucionalidad y la tradición han enseñado a pensar en una idea de un “tiempo libre” como aquel espacio temporal en el que el ser humano no se debe a ninguna obligación o a alguna actividad de subsistencia o destinada a saciar alguna necesidad humana.
Salazar (2007) lo define como la “porción de tiempo no dedicada al trabajo, a responsabilidades relacionadas con el trabajo, a formas de cuido personal o a obligaciones familiares y sociales” (p. 2). Nótese la relacionalidad que se puede establecer de partida. Esta idea de tiempo libre es pensada desde la categoría de un tiempo de trabajo, y este, a su vez, viene como herencia de las luchas sociales por la reducción de la jornada laboral; es decir, tiene su nacimiento justo en medio de la idea de trabajo y distribución de tiempo que sería uno de los elementos de lucha (entre otros tantos) de los trabajadores en procura de reivindicaciones. Aunque la realidad del ocio no remite a los tiempos de estas mismas luchas sociales (se trata de un elemento cuya generatriz se encuentra en una apertura emocional, esto es, en una actitud dispositiva ante la experiencia humana), sí comulgo con Altuve (2010) en lo que se refiere al tiempo libre:
Ocio, tiempo libre…, son conceptos, categorías, que empiezan a manejarse y tener cabida socialmente, cuando aparece la propiedad privada, se produce la expropiación de los medios de producción a los trabajadores directos y se concentran en los propietarios, estableciéndose la separación entre el tiempo de trabajo y el tiempo del NO trabajo (llamado también tiempo libre). (Párr. 1)
Ahora bien, alguien pudiese preguntar: si el ideario del tiempo libre nace en el fragor de las luchas de las clases trabajadoras por sus reivindicaciones laborales, ¿no se trata, entonces, de un concepto que reivindica la libertad?, ¿no estamos, acaso, en presencia de un concepto que busca la liberación del hombre y la mujer?
El problema no es que el ser humano no tenga “tiempo libre”; el problema radica en que el ideario de tiempo libre nace equivocadamente y, como se sostiene en las consignas del Movimiento de los sin Tierra, muchos problemas son creados por no tener conocimiento real de sus orígenes. Las luchas de la clase trabajadora implicaban varios elementos. No pedían “tiempo libre”, pedían sí entre otras cosas, tiempo para descansar y para el ocio (esta última idea superpuesta en la cultura norteamericana, dada la connotación del consumo efervescente de la época y el mercantilismo que daba paso al capitalismo como nueva fase del sistema económico dominante).
En primer lugar habría que considerar que estas luchas inician en los Estados Unidos y que, para el siglo XIX, el comportamiento del norteamericano medio estaba muy influido por la ética protestante del trabajo, cuyas piedras angulares eran la moderación y el sentido del ahorro (Harnecker, 2000; Rifkin, 1996). De allí que entre sus banderas estaba la de mayor tiempo para el descanso y el ocio, pero aquí hay que ser claros: ellos no habían asumido el tiempo como un elemento susceptible de libertad o no; los trabajadores entendían que quienes eran susceptibles de libertad eran ellos mismos, NO EL TIEMPO. Con tales consideraciones, es necesario destacar que se ha producido un ensalzamiento del tiempo aún por encima del hombre y la mujer. Insisto: habrá que considerar el hecho de que los trabajadores no exigían en sus consignas “tiempo libre”. Sus peticiones explícitas no se orientaban hacia tal petición, en tanto quienes añoraban libertad eran ellos. “Al ubicar el tiempo fuera de las personas, nos hemos convertido en sus esclavos, sin medir las consecuencias” (Moreno, 2010; p. 32).
Ahora bien, es vital comprender que la lucha de los trabajadores no se trataba únicamente de la reducción de la jornada laboral, sino que también se luchaba por mejores condiciones laborales, se luchaba por la obtención de momentos en los que pudiesen comer y descansar antes de volver a la faena, se luchaba contra el maltrato de los trabajadores por parte de los propietarios, se luchaba para aumentar la edad de contratación (por cuanto había niños de muy tierna edad prácticamente esclavizados y laborando en condiciones casi infrahumanas), se luchaba para aumentar las horas para el descanso. Es decir, como se podrá notar, había elementos que convertían las luchas de los grupos de trabajadores en luchas superiores y estructurales antes que coyunturales.
Si recurrimos a la historia, nos encontramos con el 01 de Mayo como día emblema de los trabajadores a nivel mundial. Ese día se conmemora simbólicamente aquella huelga celebrada en Chicago (1886), cuyo lema era “8 horas de trabajo, 8 horas de descanso, 8 horas de ocio”, muy al estilo de Lafargue (1883): El derecho a la pereza. Esa huelga produjo una ola de huelgas en todos los Estados Unidos, llevando a la clase propietaria y al Estado a pérdidas millonarias, por lo cual se cobraron la afrenta conduciendo a los cabecillas de la huelga a la cárcel, y a otros a la muerte. De allí la frase “los mártires de Chicago”. Como se sabe, tres años más tarde de aquella famosa huelga, se declara inocentes a quienes perdieron la vida en estas gestas reivindicativas y se proclama el 01 de Mayo como Día Internacional de los Trabajadores en honor a estas personas.
Anderson y Zinsser (1991) comentan sobre las condiciones de trabajo y cuentan:
En 1832, Elizabeth Bentley, que por entonces tenía 23 años, testificó ante un comité parlamentario inglés sobre su niñez en una fábrica de lino. Había comenzado a la edad de 6 años, trabajando desde las seis de la mañana hasta las siete de la tarde en temporada baja y de cinco de la mañana a nueve de la noche durante los seis meses de mayor actividad en la fábrica. Tenía un descanso de 40 minutos a mediodía, y ese era el único de la jornada. Trabajaba retirando de la máquina las bobinas llenas y reemplazándolas por otras vacías. Si se quedaba atrás, “era golpeada con una correa” y aseguró que siempre le pegaban a la que terminaba en último lugar. A los diez años la trasladaron al taller de cardado, donde el encargado usaba correas y cadenas para pegar a las niñas con el fin de que estuvieran atentas a su trabajo. Le preguntaron: ¿se llegaba a pegar a las niñas tanto para dejarles marcas en la piel?, y ella contestó: “Sí, muchas veces se les hacían marcas negras, pero sus padres no se atrevían a ir al encargado por miedo a perder su trabajo”. El trabajo en el taller de cardado le descoyuntó los huesos de los brazos y se quedó “considerablemente deformada... a consecuencias de este trabajo”. (pp. 287-288)
Las jornadas de trabajo eran auténticas prácticas crueles con poco descanso o sin descanso. Thakrah, en un informe médico (citado por Jiménez, Salgado y Soto, 1996), deja evidencia de las condiciones de salud en las que él veía a los trabajadores al salir de las fábricas:
Me situé en la calle Oxford de Manchester y observé a los obreros en el momento en que abandonaban las fábricas, a las 12 en punto. Los niños, tenían casi todos, mal aspecto, eran pequeños, enfermizos; iban descalzos y mal vestidos. Muchos no aparentaban tener más de 7 años. Los hombres de 16 a 24 en general, ninguno de ellos de edad avanzada, estaban casi tan pálidos y delgados como los niños. Las mujeres eran las que tenían apariencia más respetable, pero entre ellas no vi ninguna que tuviera un aspecto lozano o bello. Vi, o creí ver una estirpe degenerada, seres humanaos mal desarrollados y debilitados, hombres y mujeres que no llegarían a viejos, niños que jamás serían adultos saludables. Era un triste espectáculo. (p. 270)
Los trabajadores no pedían “tiempo libre” de manera explícita, pedían reducción de la jornada laboral y mucho más; pero sobre toda cosa exigían respeto. Ese algo más, constituía un elemento integral de lo que consideraban un reclamo justo. Pero desde entonces comienza a generarse una taxonomía del tiempo y, en vista de ello, se inicia un tratamiento específico del tiempo en los textos de la época. Se da inicio a una tendencia de llamar tiempo libre a ese tiempo que no se dedica al trabajo, creándose una primera clasificación: tiempo de trabajo, tiempo de NO trabajo. Luego surge una nueva subdivisión en el tiempo considerado de NO trabajo, porque es que el ser humano necesita “tiempo” para sus relaciones familiares (considerado como un tiempo NO libre); pero, además de ello, necesita tiempo para satisfacer necesidades fisiológicas o de cualquier otro tipo, por lo cual ese tiempo tampoco sería libre.
La bibliografía abunda y circula sobre el mismo pensamiento, esto es: el tiempo libre depende de la categoría de trabajo. No obstante esta aseveración casi que generalizada, se puede preguntar: ¿qué sucede, entonces, con esas personas que no tienen un empleo?, ¿qué sucede con esas personas que padecen alguna enfermedad que les limita el trabajar?, ¿qué sucede con una persona que se ha jubilado o con la que se encarga de las labores del hogar y del cuidado de los niños?, ¿es que acaso el trabajo en el hogar –por no ser remunerado– no cuenta? La apuesta de este trabajo trata de deslindar la categoría “libertad” de la categoría “trabajo”, en vista de que esta no puede circunscribirse al trabajo, mucho menos a las obligaciones, a las necesidades (como veremos mas adelante), entre otras cosas. En todo caso, la libertad es un asunto que trasciende a todas esas cuestiones. Moreno (2010), sostiene: “La problemática del tiempo no se resuelve contraponiéndola al trabajo. La calidad de vida o bienestar no es relación causal de la menor cantidad de horas de trabajo. La dicotomía trabajo-tiempo, falsamente planteada, se resuelve en la persona y a través de ella” (p. 29).
Por cierto, Juez (2006) cuestiona: “la persona que no tiene trabajo, ¿no tiene tiempo libre?” (p. 14), y agrega: “al no tener un tiempo ocupado por el trabajo no tendría sentido la distinción de un tiempo liberado” (p. 15).
El concepto de tiempo libre fue acuñado en varios países atendiendo a distintas particularidades y distintas formas de interpretar el fenómeno, y ello tiene mucho que ver con los estragos de la Revolución Industrial y la Revolución Francesa. Algunos creen que se trata tan solo de asuntos no resueltos de la semántica que a la postre no tendrían mayor incidencia. Cuando desde Estados Unidos se pensaba en un tiempo libre como producto del leisure inglés, en Francia se pensó en loisir, término que deviene de licere (ser permitido). En Italia se adoptó el término tempo libero que a su vez corresponde al freizeit o al Vryetydsbesteding alemán. Así, el ideario del tiempo libre fue asumido históricamente como el de un tiempo excluyente del trabajo y de todo aquello que implica responsabilidad consigo mismo o con otra persona.
El término loisir (francés) se asumió como un tiempo en el que se permite cualquier cosa como resultado aliciente de la organización del trabajo; mientras que el leisure inglés tiene más que ver con aquello del spare time (tiempo ahorrado), concepción que lo aleja de su contraparte rest-time (rato de descanso). Moreno (2010), insistiendo sobre la idea del tiempo (pensado desde la semántica y la pragmática), agrega:
El tiempo, en la actualidad, vuelve a posicionarse como valor vinculado con la libertad individual para determinar voluntariamente el uso de su propio futuro. Esta nueva situación probablemente lo libere en perspectiva de inhumanas clasificaciones: ocupado-libre, ocupado-semiocupado-semilibre, tiempo estructurado-liberado que, entre muchas, sin rigor científico, comparten el hecho de colocar el tiempo afuera de los sujetos. (p. 28)
Nótese el rumbo que ha marcado la tendencia en tanto los cambios en el promedio de trabajo semanal así lo denuncian: cuando en 1850 se trabajaban hasta 70 horas semanales, para 1875 se había reducido la jornada laboral a 62 horas, y para 1900 se logró bajar la jornada laboral semanal a 55 horas. En 1925 se redujo a 48 horas semanales, en 1950 se llegó hasta un total de 42 horas, en 1975 se llegó a 38, y ya para el año 2000 se había establecido entre un rango de 32 a 36 horas semanales (Seijas, 2010). De allí que muchos conciban este logro como una de las mayores conquistas sociales de la época. Pero tal concepto –al igual que la idea de la “temporalidad” del tiempo que deviene en un tiempo libre– se remite tan solo a la instrumentalización del tiempo por ser el supuesto tiempo libre contrario al tiempo de trabajo. Como dijo Waichman (2007), “parece ser que el meollo, la esencia del tiempo libre, continúa sin ser hallada” (p. 85).
El concepto de tiempo libre tiene tantos años como los tiene la fase histórica del mercantilismo que dio paso y evolución hacia el capitalismo, en evidente superación del feudalismo (Rosental e Iudin, 1965); es decir, el supuesto sobre el cual ha sido erigida esta tradición se ha robustecido con el pasar del tiempo; y no pocos se han alineado con esa propuesta. Se ha generado una creencia de mucho arraigo, una costumbre, una tradición a su alrededor. Si la idea del tiempo libre tiene su partida de nacimiento en el fragor del capitalismo (y no precisamente como un elemento opuesto a ello), es porque se trata de un elemento que viene a sumar antes que a restar. No obstante, es necesario que se destraben las posibilidades de avance, por cuanto en lo ateniente al ideario del tiempo libre no podemos seguir (como sociedad) anclados a una teoría que muestra fracturas ensordecedoras. Savater (2012) sostiene:
Las costumbres no tienen por qué ser respetadas como si fueran vacas sagradas. No tenemos que aceptarlas sin más, ni en nuestras sociedades ni en la de los otros… el progreso moral viene de oponerse a lo que está mal, a no conformarse con lo que a uno le viene dado, ni a dejarse amedrentar por argumentos como: ‘es lo que siempre se ha hecho aquí’… Otra cosa es que para erradicar esas costumbres tengamos que argumentar y persuadir. Tienes que exponerles las distintas opciones y dejarles elegir. (p. 159)
Nótese un ejemplo de lo que se viene diciendo: la Carta Internacional del Ocio intenta vender la idea del tiempo libre como un derecho básico del ser humano, Artículo 1 (World Leisure and Recreation, s. f.). ¡Casi nada! Se intenta alienar a la persona desde la oferta capitalista partiendo de un argumento discutible. Con la excusa del derecho, se intenta decírsenos que el tiempo libre es necesario y obligatorio para la felicidad de cada ser humano. Cabe la pregunta: ¿Cuál felicidad? Sostiene Sotillo (2012):
Debemos ser capaces de tomar el riesgo de ir contra lo establecido, contra aquellas cosas que presumimos “buenas” solo porque ya estaban allí cuando llegamos a este mundo; debemos ir contra lo que sabemos si esto se empeña en construir irrealidades en las que los egos y las soledades humanas, en sus vertientes nefastas, van arrastrando cepos de la esclavitud de un trabajo que sólo sirve para sostener los estilos depredadores de los que detentan el poder asolador. Estamos en la obligación moral de establecer criterios de comparación que no se vendan, que no pretendan simplemente mantener el status quo de quienes hacen de la acumulación y la avaricia su forma de apropiarse de (para esos/as: entender) el mundo. (p. 7)
No podemos seguir siendo neutros (como sociedad) ante una escalada agresiva y despersonalizante de quienes desean seguir imponiendo modos y estilos de vida alineados con una ética del mercado. Y está visto que el contexto de la recreación ha sido maquillado y aromatizado por los códigos originarios del totalitarismo filosófico, cultural, político y económico, auscultados en las estructuras de relaciones de saber-poder (al mejor estilo de la crítica foucaultiana).
La idea del tiempo libre es más que cuestionable, y ello por cuanto el tiempo no está sujeto a la prisión o a la obligación, no se le puede encerrar, mucho menos acuartelar, no se le puede detener ni hacer avanzar, no se le puede alargar o recortar, y todo ello independientemente de que el individuo tenga que hacer cosas que quiere o cosas que no quiere hacer. Los relojes no pueden controlar la esencia del tiempo (O’ffill, 2011, p. 192). El tiempo es, simplemente es. El tiempo no tiene conciencia de sí, y la conciencia, al igual que la responsabilidad, es un insumo de la libertad. Ahora: ¿cómo es posible forzar un matrimonio tan a la fuerza?, ¿cuándo tiene el tiempo conciencia de sí?, ¿cómo puede el tiempo responsabilizarse? En todo caso, quien puede tener conciencia de sí y quien tiene posibilidad para vivir y asumir la responsabilidad es el ser humano. Quien puede o no ser libre es la persona, nunca podrá el tiempo porque este es precisamente atemporal. Quizás se trata un poco del pensamiento nietzscheano, porque somos humanos, demasiado humanos, y eso es lo hermoso de la vida.
El concepto de tiempo libre es una categoría –como se ha mencionado– surgida de la jerarquización del concepto de trabajo y del concepto del tiempo de no trabajo, y tal jerarquización ha generado –tal y como lo demuestra la historia– la opresión del hombre por el hombre, ha generado modelos y tendencias (como el materialismo) conducentes a una pobre valoración del trabajo y a una absurda separación entre la posibilidad de la recreación y la realidad creadora y poietica del trabajo. Con tales contradicciones, se impone un imaginario colectivo que, dirigido por una lógica mercantilista, detenta poder y modos de producción, obligando al trabajador a maximizar la producción en detrimento del desarrollo de oportunidades para la realización personal. El tiempo libre “está lejos de significar total libertad del individuo o de promover una autonomía frente a las diversas formas de opresión y alienación social” (Gomes y Elizalde, 2012, p. 293). En situación, lo sujeto del sujeto está precisamente sujeto.
¿Cómo entonces hablar de libertad?, o, ¿de cuál libertad se está hablando realmente? George Orwell, en su maravillosa novela titulada 1984, hablando de las relaciones y las dependencias a los sistemas de poder, sostiene que el término “libre” ha sido empleado por los especímenes del totalitarismo para imponer lo que él denomina la neolengua. Dice Orwell (2000): “La finalidad de la neolengua no era aumentar, sino disminuir el área del pensamiento, objetivo que podía conseguirse reduciendo el número de palabras al mínimo indispensable” (p. 294). Luego sostiene: “La intención era formar un lenguaje, sobre todo el que versaba sobre materias no neutrales ideológicamente, tan independiente como fuera posible de la conciencia” (p. 301); además, “se esperaba construir un lenguaje articulado que surgiera de la laringe sin involucrar en absoluto a los centros del cerebro” (p. 302). Según Orwell, era necesario que quien quisiera:
… emitir un juicio político o ético, debía ser capaz de disparar las opiniones correctas tan automáticamente como una ametralladora las balas. Su entrenamiento lo preparaba para ello, el lenguaje le daba un instrumento casi infalible y la textura de las palabras, con su sonido duro y una especie de fealdad… . (pp. 301-302)
Y, antes de ello, sostenía:
Por ejemplo: la palabra libre aún existía en neolengua, pero sólo se podía utilizar en afirmaciones como “este perro está libre de piojos”, o “este prado está libre de malas hierbas”. No se podía usar en su viejo sentido de “políticamente libre” o “intelectualmente libre”, ya que la libertad política e intelectual ya no existían como conceptos y por lo tanto necesariamente no tenían nombre. (pp. 293-294)
¡Vaya situación esta!, porque resulta ser que entonces la idea de libertad –en el contexto del llamado tiempo libre– ha sido desvencijada de su prolijidad intelectual y política; ha sido vaciada e invalidada en su mismo uso. La coletilla “libre” que se la da al tiempo, ha sido abonada de forma conveniente, pero a la vez ha sido limpiada y desvestida de posibles significados indeseables, heterodoxos y heréticos –visto así por quienes detentan la lógica de las formas y los modos de producción en masa y de masas– (Orwell, 2000). Ahora bien, en este contexto se hace harto difícil, extremamente difícil, concebir el tiempo o encerrarlo en un concepto. Sucede igual que con la pirámide de las necesidades propuesta por Maslow (1943): Una teoría sobre la motivación humana. Es necesario pensar lo suficiente en ello: si no somos libres porque debemos satisfacer necesidades fisiológicas, entonces se trata de una mentira porque estaríamos hablando de una pretendida libertad condicionada y, ¿cuándo ha sido libertad condicional –o condicionada– libertad plena? ¿No es posible ser felices a pesar de que estemos satisfaciendo alguna necesidad fisiológica, o trabajando?
Veamos: ¿qué pasa cuando los padres pasean con sus hijos en medio de un parque natural?, ¿no hay entonces libertad en tanto se está satisfaciendo una necesidad de carácter emocional?, ¿es que acaso la satisfacción de una necesidad emocional –tanto de hijos como de los padres– coarta la posibilidad de la libertad y, por supuesto, de la armonía y la felicidad familiar?, o por el contrario, ¿contribuye eso a la felicidad familiar? ¿Qué sucede, entonces, cuando una pareja de esposos, en su intimidad, mantienen relaciones sexuales? Y es que estamos hablando de libertad, de emancipación, de realización, incluso de recreación, no de entretenimiento, no de trabajo, no de un dizque tiempo encapsulado. Más allá de la necesidad emocional hay latente una necesidad de carácter fisiológico, entonces, ¿no es posible?, ¿deben prescindir acaso la una de la otra? ¿Hay o no hay libertad? Lo complejo de la relación no anula la relación (Gadamer, 1996).
Variadas interpretaciones del ideario del tiempo
Munné (1980) clasifica lo que él ha llamado los cinco tiempos libres en atención a variadas formas de comprender la noción de ocio y el tiempo emparentado con la idea de libertad.
Así, sostiene que en el pensamiento contemporáneo hay, en primer lugar, un tiempo libre como aquel que queda después de la jornada de trabajo. Visto de esta forma, tanto el tiempo, como el ocio o la recreación –dependiendo de la mirada que se le dé–, denotan un alejamiento y se presentan como fenómenos autoexcluyentes, incluyendo las mismas categorías de recreación y trabajo (como que si fuese imposible recrearse aún mientras se trabaja). Así, se habla de la obligación, del cumplimiento del deber, de la imposibilidad de la poiesis en un tiempo que se supone está pagado y, por tanto, comprometido; se habla de las diferencias entre satisfacción y recreación, entre otras cosas.
Una segunda concepción de tiempo libre lo ofrece como aquel que queda después de satisfacer las necesidades y obligaciones cotidianas. Obviamente, esta idea hace pensar que el ser humano jamás podría aspirar a ser libre. ¿Cuándo estará liberado el individuo de satisfacer sus necesidades? ¡Nunca! Y tal planteamiento es fundamental.
Ahora, existe, a saber de Munné, una tercera idea en torno al llamado tiempo libre: aquella que lo concibe como aquel tiempo que queda después de satisfacer las necesidades y obligaciones cotidianas; y es, además, empleado en aquellas cosas que uno quiere y decide.
Una cuarta concepción le sitúa como aquel tiempo que se emplea en lo que uno desea, independientemente de la satisfacción de necesidades y obligaciones.
La última ola o tendencia, en atención a la comprensión y concepción del tiempo libre, tiene que ver con aquella que lo sitúa como aquel tiempo que se usa para el desarrollo personal (independientemente de lo que se haga o del cómo se haga). Incluso, ya se hacen comunes algunas expresiones que apuntan hacia el “pasar el tiempo”, o hacia “matar el tiempo”; esto es, que las personas han de dedicarse a cualquier actividad con el fin de que el tiempo pase sin la carga de aburrimiento y tedio que les confieren a algunos al dejar de hacer algo o sencillamente cuando deben esperar. Savater (2000) sostiene, en función a ello, que el problema no está en pasar el tiempo, sino en vivirlo bien (p. 66). Y ya este vivir bien tiene mucho que decir.
Según la tradición católica, Agustín de Hipona (1983), entendiendo la complejidad del asunto, dijo con respecto al tiempo: “si no me lo preguntan sé lo que es, si me lo inquieren no sé lo que es”. No obstante, sus palabras textuales fueron: “¿Qué es, pues, el tiempo? Sé bien lo que es, si no se me pregunta. Pero cuando quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé.” Confesiones, XI, (p. 14). El problema con el tiempo es que su concepto es escurridizo tal como el concepto de realidad. Es enigmático, que no problemático. Savater (1999) sostiene que “el tiempo es un potro salvaje difícil de montar, porque en cuanto queremos darnos cuenta nos descabalga y lo vemos alejarse haciendo corvetas” (p. 245).
Lo que sí se afirma en este texto –aunque es válido también no estar de acuerdo–, es que actualmente el tiempo es concebido como una convención necesaria por la astronomía y la física que lo cataloga como una magnitud física. En lo que nos concierne y relacionando con estas concepciones en el contexto de la recreación, puede entenderse que el tiempo no es libre ni tampoco es que carezca de libertad. Podría parecer una paradoja, pero resulta que el tiempo es atemporal, no tiene conciencia y mucho menos de sí mismo. Paz (1989) sostiene que la libertad es un movimiento de la conciencia. Entonces, ¿cómo podría el tiempo tener conciencia? En todo caso, el ser humano es quien es o no libre, y para adoptar esa idea –no de tiempo libre, sino de alguna otra cosa–, se puede hablar más bien de la libertad del ser humano. Jiménez (2010) habla del tiempo libre como el engendro de las instituciones modernas.
A propósito de este trabajo, se propone asumir la categoría de práctica de la libertad en el tiempo. Responsablemente debo decir que la idea de “práctica de la libertad” ha sido sugerida magistralmente y de forma inicial por investigadores como Waichman (2007) y desarrollada con vigor por Ahualli (2011). No obstante, ambos idearios siguen pensando la posibilidad de la libertad desde las premisas de un tiempo libre, y eso, a juicio de quien escribe, no es muy comprensible. Por ello, se precisa, en esta ocasión, la idea de práctica y ejercicio de la libertad en el tiempo, dándole a esa categoría una connotación mucho más profunda e histórica, y concebida por la práctica política e intelectual. Esta categoría supera la noción de alienación y enajenación (concepto marxista) como resultado del tiempo libre y el tiempo de trabajo, porque la recreación trasciende también a estos conceptos y no se agota en la actividad, tal y como lo suponen centenas de autores en el campo específico.
El problema que se denuncia en esta oportunidad no se reduce tan solo a un asunto de parquedad, de ambigüedad o imprecisión semántica; no se reduce tan solo al problema de igualación u homogeneización de los términos (recreación, ocio, tiempo libre, juego, animación sociocultural); tampoco a la sofisticación del discurso hegemónico; tampoco se cree acá que el problema exclusivo sea la pretensión omnicomprensiva y plenipotenciaria que de la recreación tienen algunos sectores (que obviamente es parte del problema), sino que a esto se le añaden las prácticas irreflexivas generadoras del vaciado de la recreación, las prácticas que auscultan en pos de ello y la incidencia política que tienen sobre la noción de cultura en un país. Esa especie de activismo irreflexivo (al estilo Pavlov) oculta una política de la no política. Esto es, perpetúa un modelo de recreación anestesiante, espectacularista. Un modelo de recreación así, es eminentemente “dirigida”, no mediada. El filósofo español Savater (2003) sostiene: “sin intención no hay acción” (p. 45). Eso lo saben quienes han instrumentalizado la recreación al punto de convertirla en equivalente de la actividad, del hecho concreto, del acto utilitario. Esta tendencia, que opone la recreación a la ética, y la remite al mundo de la lógica, tiene una intención específica (para la despolitización). Hay premeditación en ello, no es neutro.
Las concepciones de libertad, de democracia, de recreación que se pronuncien en el marco de la política pública, sí son importantes en tanto revelan su ideología y la direccionalidad de las prácticas que auscultan; pero son, a la vez, la punta del iceberg de un tema que tiene grupos y concepciones encontradas en torno a las ideas de cultura, formación, educación, democracia, política, modelo de país, etc.
La deificación del entretenimiento, la diversión y la complacencia sin fin son claros síntomas del hedonismo que vivimos como sociedad; son manifestaciones de la atmósfera consumista que respiramos y en la que estamos inmersos, asuntos que están arraigados en nuestras mentes y en nuestros corazones, aspectos que como sociedad no aborrecemos, sino que, por el contrario, nos identificamos, y peor aún, los defendemos, porque, al parecer, en el fondo, los amamos. Este proceso se ha convertido en uno de los fortines a defender por aquello que acertadamente llama Vargas (2012) la civilización del espectáculo; esto es, la conversión del entretenimiento, de la diversión, del llamado tiempo libre en los valores supremos de la vida. Y agrega el escritor peruano: “¿Qué quiere decir civilización del espectáculo? La de un mundo donde el primer lugar en la tabla de valores vigente la ocupa el entretenimiento, y donde divertirse, escapar del aburrimiento, es la pasión universal” (p. 33).
Es preciso comprender que el tiempo no está sujeto; este fluye, avanza, no espera, simplemente, es. Así, el concepto de libertad en el tiempo (obviamente para el ser humano), responde a la idea no de un tiempo supuestamente libre, porque insistimos en la atemporalidad del tiempo y en la imposibilidad de conciencia del mismo. En tal caso, prefiero hablar de quien sí tiene conciencia de sí, el ser humano. Es este quien puede o no ser libre, y podría ser que surja la pregunta: ¿libre de qué?, pues, fundamentalmente, libre de todo aquello que pretende determinarle, coartar su libertad y sus posibilidades de liberación. La idea de libertad en el tiempo y su práctica no se remiten a la categoría ni a la jerarquización del trabajo; porque, de lo contrario, estaríamos cayendo en la misma trampa tan criticada por los socialistas de la era marxista, pero también por los capitalistas y los postcapitalistas (también llamados neocapitalistas). Por el contrario, remite a la vida, al goce de la plenitud, a la construcción de proyectos humanos.
¿Por qué “práctica de la libertad”?, pues, porque como se ha dicho al inicio, se trata de una práctica de vida hecha hábito construido y construyéndose, un proyecto que deja de ser un mero ejercicio coyuntural para convertirse en un proceso de carácter estructural: es una práctica desde y en cotidianidad (que no rutina). Es una línea delgada fácil de cruzar cuando se está desprevenido, y eso es lo que debemos alertar.
El tiempo desde la perspectiva griega
Pensar en la mitología griega me lleva a recordar las fábulas del tiempo, esto es, Cronos y Kairos. Cronos, es un dios que baja del Olimpo de vez en cuando a conversar y aconsejar a Zeus. Es Cronos el dueño del tiempo que transcurre, es el amo y señor del tiempo, es el dios del tiempo, poseedor de una fuerza inabordable para los dioses jóvenes. Quien controla y manipula el tiempo, domina todo, al parecer incluso, la vida toda. Este Cronos está contrapuesto en su totalidad a uno de sus hijos (según la tradición órfica), Kairos. Es precisamente Kairos la antítesis de su padre: Cronos.
Kairos, es hijo del dios Cronos, quien es, a su vez, padre del tiempo determinado, del tiempo prescrito, del tiempo predecible, del tiempo cuantitativo. Kairos representa la oposición a su padre, representa así el tiempo no determinado, el tiempo eterno, el tiempo justo y oportuno, el tiempo de la experiencia, el tiempo atemporal. Aquí ya no hay tiempo Cronos (pasado, presente, futuro), sino un tiempo vivido, el tiempo de la experiencia, un tiempo Kairos, un tiempo del acontecimiento, tiempo de la vida y para la vida, tiempo que es esencia, signo y significado, símbolo y pregunta, interrogante sin respuesta definitiva. Es un tiempo que no clausura, sino que apertura, que fluye, que emana; un tiempo que es posibilidad y no determinación: que es oportunidad y no profecía; un tiempo que –como se ha dicho anteriormente– es pregunta y nunca respuesta.
Ese tiempo Kairos es un tiempo sobre el cual no se tiene noción, un tiempo infinito que fluye, un tiempo dimensión que es sin más, un tiempo sin tiempo; es ese tiempo en el que viven los enamorados, el tiempo en el que viven los niños al jugar, el tiempo de los amantes, el tiempo del no tiempo, el tiempo en el que no importa el imperio de Cronos, el tiempo del pensamiento y las ideas. Un tiempo que no pasa, que no se cuenta porque sencillamente es, un tiempo que no se detiene, que no se congela, que no pasa, que se registra, pero que no se controla.
El tiempo Kairos está en el reino del ser; Cronos, en el del hacer. El tiempo Kairos es la esencia de lo impredecible; Cronos, es imperio de lo predecible, de ese elemento absurdo que llaman destino. ¿Cómo pensar el tiempo sin tiempo?, ¿quizás como el tiempo del jugar?, ¿quizás como el tiempo del amar?, ese tiempo que no transcurre sino que simplemente es. Un tiempo que es dimensión, magia; un tiempo que es creación, generador, poesía y libertad; un tiempo que acontece en la plenitud de los tiempos.
Recreación, trabajo y tiempo libre
El ideario del tiempo libre, decía, fue gestado desde las luchas de los trabajadores por un conglomerado de elementos para sus reivindicaciones. La más importante de ellas residía en la libertad ante la opresión de la cual se sentían presos. Es por ello que, si se lo considera en su justa dimensión, sería absurdo ignorar la relación triádica que existe (de alguna manera) entre la recreación y el ocio, el trabajo y el ideario de tiempo.
El trabajo ha estado siendo considerado como la antítesis de la recreación y el ocio. Se piensa en un tiempo libre y, por supuesto, si hay uno que es libre, es porque se está aceptando tácitamente que existe uno que no es libre. Ese tiempo no libre es concebido como el tiempo de trabajo, el tiempo de las obligaciones familiares, el tiempo dedicado a las necesidades propias, etc. Es posible hallar en la bibliografía el tratamiento de un tiempo libre y de un tiempo no liberado. En el fondo sigue siendo lo mismo. Al parecer, ambos asuntos, a saber, trabajo y recreación, son excluyentes; es decir, así, mientras se trabaja es imposible recrearse, mientras se trabaja es imposible ser feliz, y mientras se recrea es porque ya no está trabajando, porque ya no se está satisfaciendo alguna necesidad fisiológica, o porque ya no está cumpliendo responsabilidades familiares. Al parecer hay un tiempo para ser felices y otro tiempo en el que no, hay un tiempo en el cual recrearse y otro tiempo en el que está negada la posibilidad. De acuerdo con estas premisas, tanto el trabajo como la recreación y la felicidad son conceptos diametralmente opuestos, no hay posibilidad de armonía y cadencia. Pero no se crea que esta realidad en la que habitamos ha sido producto del azar, obviamente no ha sido así.
Al revisar la historia nos percatamos que, de alguna manera han existido fuerzas que se oponen a vivir en comunión. La idea de trabajo vertida en los primeros capítulos del Génesis bíblico equivale a un proceso de encuentro, logro y satisfacción, a una relación de desarrollo y de conexión poietica entre Dios, el hombre y la naturaleza creada por el mismo Dios. Algunas personas, en ejercicio de una pésima interpretación, han intentado hacer ver que la Biblia explicita el trabajo como castigo divino por el pecado del hombre. No obstante, nada más alejado de la realidad que tales aseveraciones. El trabajo existió antes que el pecado entrara a la tierra. Sabean, Aragón y Umaña (2013) así lo señalan: “La Biblia NO enseña que el trabajo sea la consecuencia del pecado...” (p. 37). Es más, dice la Biblia: “Dios el Señor tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara …” (Génesis 2:15). Como se nota en el relato bíblico, el trabajo formaba parte de esa relación armónica entre Dios, el hombre y la naturaleza misma, mucho antes que el pecado entrara. No hay en ese texto algún elemento que conduzca a pensar en que el trabajo era un castigo o que fuese degradante. Tampoco se sabe cuánto tiempo transcurrió entre los sucesos narrados en el capítulo 2, verso 15, del libro del Génesis, a los sucesos narrados en el capítulo 3 del mismo libro. La Biblia no lo dice, ni ofrece elementos que permitan establecer algún período de tiempo. Lo que sí está claro es que los sucesos del capítulo 3 son posteriores. En tal caso, el capítulo 3 muestra a Dios hablando con el hombre y alertándole de las consecuencias que le trajo su desobediencia, incluso sobre el trabajo.
En el relato bíblico del Génesis se conoce la historia del pueblo de Israel, pueblo que resultó oprimido por más de 400 años por el imperio egipcio. Ese relato detalla la forma en que el Faraón esclavizó a los israelitas obligándoles a trabajar en condiciones infrahumanas. Los egipcios percibían a los hebreos como seres inferiores, y se arrogaron el derecho a humillarles e imponerles cargas pesadas de trabajo; disponían de su alimentación, e incluso de sus vidas. Posteriormente, tanto en Grecia como en Roma, el concepto de trabajo comenzaba a tener visos de explotación. Nos dice Ibañez (citado por Pereira, 2008) que: “En la Grecia clásica y también en Roma, el trabajo resultó ser considerado como una actividad manual de carácter degradante que impide al ser humano el desarrollo de sus potencialidades” (p. 2).
Bencomo (2008) sostiene que: “la voz trabajo proviene del latín trabs, trabis = traba, dificultad, impedimento” (p. 30). Aristóteles pensaba que el ocio era preferible al trabajo (Aristóteles, 2007). Aunque han existido algunas lagunas temporales favorables a la idea de trabajo desde la reivindicación de lo humano, es preciso reconocer que tales lagunas han sido solo eso, lagunas, espacios de tiempo relativamente cortos. De allí en adelante, el trabajo no ha sido más que pensado como un fantasma que aparece a diario en la vida humana, como una carga, como una obligación y como un obstáculo para la vida, una prioridad para la sobrevivencia.
Ya fuese en la época feudal o atravesando las tempestades del mercantilismo, pasando por el liberalismo y el neoliberalismo hasta llegar finalmente a las fases más poderosas del capitalismo, esa idea de trabajo ha sido un lastre para la humanidad, mostrando colmillos de hierro en sociedades en las que las cosas funcionan al revés, a saber, lo mucho para los pocos ricos y lo poco para los muchos pobres. Parece una moral perversa guiada por una transición histórica en la que se aprecia la creación y robustecimiento de una superestructura que responde a los intereses de los grupos sociales que le han creado; grupos que históricamente han tenido el poder, el capital y la posesión de los modos de producción con el único propósito de mantener, fortalecer y aumentar la producción y reproducción del capital para el sostenimiento del sistema impuesto –aun por encima de las necesidades humanas– y el sometimiento de las masas. Bencomo (2008), manifiesta que:
- En la sociedad capitalista los trabajadores están alienados de su actividad productiva; ellos no trabajan para sí mismos, por el contrario, trabajan para los capitalistas que les pagan un salario de subsistencia a cambio del derecho a utilizarlos en lo que deseen; la actividad productiva se reducía a un aburrido e idiotizante medio de cumplir el único objetivo que importa al capitalismo: ganar el suficiente dinero para sobrevivir.
- Los trabajadores están alienados también del objeto de esas actividades: el producto, ya que el producto de su trabajo no pertenece a ellos, no tienen control sobre el mismo y no pueden utilizarlo para satisfacer sus necesidades primarias; tanto el producto como el proceso de producción pertenece a los capitalistas, que pueden usarlo como deseen; lo venden para obtener un beneficio.
- En el capitalismo los trabajadores están alienados de sus compañeros de trabajo; el capitalista enfrenta a los trabajadores entre sí para detectar cuál de ellos produce más, trabaja más rápido y agrada más al jefe, a los que ganan se les da una recompensa extrasalarial y a los que pierden se les despide.
- Finalmente, los trabajadores alienados de su propio potencial humano en la sociedad capitalista; ellos se realizan cada vez menos como seres humanos y quedan reducidos en su trabajo al papel de animales, bestias de carga; siendo así, la conciencia se entumece hasta destruirse a medida que se van rompiendo las relaciones con otros humanos y con la naturaleza; el resultado es una masa de personas incapaces de expresar sus capacidades específicamente humanas, una masa de trabajadores alienados. (pp. 38-39)
No habría que ser un extremado comunista o un consumado socialista para indignarse ante tamaña situación. La alienación por efecto de una lógica instrumentalista y despersonalizadora del trabajo condena la relación hombre-trabajo, alejando la posibilidad del logro humano, pero me refiero no al logro como posesión, sino al logro de la realización y la satisfacción personal, al logro de la felicidad, al desarrollo del carácter y la consolidación de la personalidad. Este corpulento amasijo de ideas ha prelado en el mundo imponiéndose durante mucho tiempo; causando injusticias, desigualdad, infelicidad, alienación, dominación, miseria y muerte. Tanto ha permeado, que el trabajo para buena parte de la juventud contemporánea resulta ser un castigo por conductas no aprobadas por sus padres.
El mundo camina a un abismo sin retorno en el que el ser humano se convierte en el enemigo del mismo ser humano, un abismo en el que la paz, la tranquilidad, el sosiego, la felicidad, la libertad y la democracia pasan de moda. Las ideas que se imponen son las que obedecen a una ética de mercado. ¿Cómo no indignarse?, ¿cómo no preocuparse por los demás, e incluso, ante las posturas de sistemas y estructuras que amenazan el futuro de nuestros hijos e hijas?, ¿cómo no asumir posturas coherentes así estas sean consideradas como amenazas para la lógica dominante? Puede suceder que nos acusen de intentar magnificar el asunto, pero una cultura de la recreación, una cultura en la que se gesta una práctica de la libertad en el tiempo, tiene que ver con una política de la cultura e indudablemente tiene que ver, a su vez, con una cultura política.
¿A cuál libertad se hace referencia desde las pretensiones de estos idearios de trabajo y tiempo libre? Parece que Marx (1973) –por muy criticado que haya sido de parte de sectores que desdeñan el latrocinio, el despotismo y la colonización cultural– tenía razón finalmente. Marx (1973) no creía en un trabajo como castigo, lo pensaba como un proceso en el que se gestaba la disposición y la posibilidad de creación entre el hombre y la naturaleza, al ser así, el hombre crearía oportunidades de desarrollo y subsistencia cónsonas con las posibilidades de la naturaleza misma sin entrar en un círculo vicioso de esclavismo y destrucción, bien sea en contra de la naturaleza o contra sí mismo.
El pensamiento marxista critica frontalmente la idea de trabajo impuesta desde las aventuras del capitalismo y aventaja, en mucho, la concepción utilitaria de trabajo y se aleja incluso de aquella otra que lo compara y lo iguala con el castigo divino, idea que vende la suposición del trabajo como contrario al concepto de libertad (quizás se deba en parte a una desafortunada exégesis del lamento divino por el pecado de Adán y Eva al principio del relato bíblico). Ese ideario traduce las premisas de un trabajo alienado y alienante, puro esclavismo. El tiempo de trabajo se ha convertido entonces en el eje de construcción de todos los otros tiempos sociales, y se entiende así debido a la visión animalista del trabajo, de una visión despótica, traicionera y esclavista del mismo. Para el pensador alemán, ese tipo de trabajo conduce al enajenamiento del hombre, del trabajo mismo y del trabajador con respecto a lo que finalmente se hace (mientras se hace y después que se hace), es decir, el resultado, el producto. Marx (1973), decía –en relación con el ser humano–:
Cuanto más produce menos puede consumir, cuantos más valores crea, más se deprecia él mismo y merma su dignidad, cuanto mejor se presenta el producto más se mutila el obrero, cuanto más condensada es la cosa que crea más se parece a un bárbaro él mismo, cuanto más poderoso es el trabajo más impotente es el obrero cuando más lleno de espíritu es el trabajo que cumple más se priva de espíritu el propio obrero y se vuelve esclavo de la naturaleza. (p. 56)
El mismo Marx (1973) planteaba que el trabajo en el capitalismo produce en el hombre la negación de sí mismo, le impide la reafirmación de sí como persona, niega la posibilidad de lograr satisfacción en lo que hace, lo convierte en un infeliz, lo conduce a mortificar su cuerpo y a la ruina de la mente. Ese ideario de trabajo lo desposee, no tiene nada que ver con él, no se reconoce en él, no se identifica con él, no relaciona al ser con el hacer, no vincula la esencia con la realidad de su existencia, no ofrece la posibilidad de satisfacción y logro para el vivir bien. En virtud de lo mencionado, se hace necesario desvincular una visión de trabajo en la que este se constituye en referente de lo aborrecible y lo mortificante, en referente del castigo y la reprimenda. La perspectiva de trabajo que quizás podría ayudar a comprender mejor lo que sucede con la persona y la naturaleza estaría percibida desde una relación íntima, enriquecedora y mutuamente dialógica entre ambas. Pereira (2008) asoma una idea bastante interesante que, en lo particular, me alegra y me tranquiliza. Cree la autora que:
El trabajo es la expresión del logro humano, es la expresión pura y espontánea del vínculo entre las personas y el entorno, así también entre las personas y la sociedad; como se deduce, el trabajo tiene una naturaleza biunívoca, inicia procesos a la vez que los refuerza… representa el salto cuanti-cualitativo hacia la hominización, y por consiguiente, la construcción social de la humanidad. Es así como ubicamos al trabajo como un elemento básico en la vida cotidiana actual, esto porque el trabajo existe en donde exista una sociedad, la vida cotidiana es la que representa la evolución humana actual y es donde los científicos sociales deben centrar su atención. Entendiendo el trabajo desde la perspectiva del desarrollo personal, se hace evidente que éste constituye, en la vida cotidiana, una fuente vital para satisfacer necesidades. El trabajo es, sin lugar a dudas, el aspecto más importante de la sociedad humana, esto porque relaciona todas las esferas del ser con las del quehacer humano. (p. 83)
¿Cómo es imposible recrearse mientras se trabaja?, ¿cómo hace entonces un científico mientras trabaja para no recrearse al contemplar la maravilla de la naturaleza?, ¿cómo hace un astrónomo para no recrearse mientras observa el esplendor del universo?, ¿cómo hace un maestro para no recrearse al trabajar cuando contempla maravillado los avances cotidianos de sus alumnos?, ¿cómo hace un artista para no recrearse mientras crea al contemplar un paisaje, al escuchar el trino de las aves o quizás al observar una pareja de ancianos caminando de la mano? Estamos hablando de un tema que supera en demasía nuestras convenciones por variadas razones:
- Porque no se trata de un asunto lógico, sino ético.
- Porque eso tiene que ver con un asunto íntimo.
- Porque se trata de un elemento incodificable para quien no lo vive, para quien no lo hace experiencia.
Quizás este sea uno de tantos asuntos de los que no hay respuesta lógica. Lo que sí existe en común es una actitud ante la vida, una actitud lúdica ante el mundo y las cosas. La idea de libertad no se remite a un asunto físico, por el contrario, tiene que ver con un estado mental, con una actitud única (que no exclusiva) ante la vida, que sí, se permea a otras dimensiones de la vida humana, entre ellas, la física.
No pienso en una recreación como anestésico, tampoco creo en un ser humano en un estado de bienestar y bien-ser permanente, eso es imposible en la situación en la que vive el mundo. No intento profetizar esperanzas huecas, pero lo que sí creo, es que existe la posibilidad de que el ser humano logre hacer las cosas que hace sin llegar de partida con una derrota a cuestas, cargando con la desesperanza, cargando con la falta de fe, cargando la frustración, y es allí donde se decide si el ingeniero civil, o si el vendedor de periódicos, o el padre de familia, o el joven que frecuenta el balneario o la pileta, o quienquiera que sea habrá de recrearse o no, es a partir de allí desde donde habrá de luchar para imponerse a las arbitrariedades de este mundo. Es difícil, pero no imposible.
El trabajo no debe ser visto ya como un opuesto a la recreación, no puede seguir siendo concebido como una cruz romana; por el contrario, puede ser pensado y asumido como posibilidad de desarrollo y realización, como actividad gratificante y creadora, como oportunidad incluso para el disfrute y el alcance de la felicidad (y felicidad no como sinónimo de consumo y posesión; felicidad no como sinónimo de conductas hedonistas). Intento ofrecer una perspectiva del trabajo desde la cual este no debería ser pensado como garantía de dependencia, sino como garantía de libertad. Por supuesto, hablo de un trabajo liberador, no de uno que oprime, esclaviza y aliena. ¡Ah!, si me dicen que el tipo de experiencias que se viven alrededor de ese tiempo que denominan tiempo de trabajo son diferentes de aquellas otras que pueden experienciarse fuera del trabajo, está bien, ahí sí coincidimos, pero no al contrario.
Recreación, cultura y política
Este apartado es resultado de la meditación y la reflexión de algunas conversaciones con colegas, con algunos funcionarios de gobierno, con profesionales del área y con personas de diversas comunidades. Existe una relación perversa entre medios manipuladores y audiencias; audiencias que, aunque no son dóciles, sí han estado condicionadas y determinadas de alguna manera. La determinación se concreta cuando la ignorancia es la señal que distingue, y la manifestación de indignación por reconocerse como tal, ya es un primer paso para recuperar terreno. Obviamente, todos estamos condicionados por la atmósfera cultural que respiramos, pero de allí a la determinación, hay una gran diferencia.
La determinación se da por la contracción real y el vaciado intencional de las bases culturales, políticas e ideológicas, identitarias de las poblaciones, de la gente, de una nación. Y eso sí que es perverso. Esa relación –de dependencia cultural y consumo– de la cual hablo está sustentada por una racionalidad que por sobre todas las cosas es económica y globalizadora, y se convierte, además, en una zona de conflictos habida cuenta la desigual participación en la estructura productiva, y la anormal y egoísta distribución de riquezas, oportunidades y condiciones.
Ahora bien, en la actualidad se preciben modelos de formación ideológica y política que para nada son inocentes, lógicas, racionalidades que responden a una ética de mercado que domina y controla a su antojo. La recreación y el ocio se encuentran también entrampados en una onda granítica que los subyuga bajo el manto del capital y de corrientes alienantes estructuradas y estructurantes, corrientes que venden la idea del entretenimiento, del vaciado de la diversión, del sin sentido de la desocupación al esparcimiento (Reyes, 2012b). La recreación y el ocio, vaciados de su esencia, han sido convertidos en nuevos mecanismos de domesticación (en términos de Moulián, 1997), en tanto lo que se impone son modos, formas, prácticas divertidísimas, pero acríticas, repetitivas, dirigidas, y sugestionadas siempre por alguien que impone su presencia. Esa forma típica de dizque recrear, ha convertido a la recreación en un campo olvidado porque ya lo da todo por sentado. Así, se desarrolla una silenciosa (pero divertida) política de la imposición de criterios sojuzgando su independencia a los patrones de dominio y control de la oferta y la demanda del mercado del entretenimiento.
La recreación es, quizás, uno de los campos de estudio más subestimados en las llamadas ciencias sociales. Con tristeza percibimos que en este contexto, hasta ahora no se han hecho las preguntas que le muevan el piso y el sustento epistémico al campo de estudio de la recreación desde una perspectiva analítica, crítica y reflexiva. Por supuesto, no poseo la varita mágica al modo de “estas son las preguntas”, pero sí creo que es necesario otro debate, en otro plano, en otro contexto. Ha faltado otra discusión, un otro debate para profundizar qué es lo que hacemos en la práctica recreativa. Las preguntas que se hacen generalmente son preguntas técnicas, ¿cómo planificar?, ¿cuántas actividades se desarrollarán?, ¿cuáles actividades?, ¿cuánto tiempo tengo disponible?, ¿cuánto espacio dispongo?, ¿con cuáles recursos cuento?, ¿cuál es el número de participantes?, ¿dónde está la ficha de la actividad?, entre otras más atrevidas, pero lo lamentable es que poco se hacen preguntas que inviten a la reflexión y al cuestionamiento propio, no se hacen las preguntas que se tienen qué hacer, no se hacen invitaciones a la transformación cultural desde nuevas perspectivas y lecturas de la recreación. Y vaya que es este un asunto serio cuando de políticas públicas se trata. Lo técnico siempre será importante, pero no lo más importante. En vista de estos elementos, pareciera reinar una atmósfera en la que solo importa de la recreación, única y exclusivamente, “lo que se hace”, “cuándo se hace”, “cuánto de ello se hace”. Y desde este espacio puedo afirmar que de lo que se trata acá es de uno de los pilares fundamentales de la cultura como constructo social. Y lo crucial de esta ocasión está en ofrecer otra posibilidad de formación, en la que la cultura y la recreación encuentren un espacio para la armonía y el encuentro, espacio mediado por la esfera de la libertad, la autonomía y la responsabilidad personal, constituyéndose, además, en un espacio para el desarrollo de autonomía colectiva y desarrollo personal.
La recreación, como expresión de la cultura, fomenta el respeto a la autonomía, a la soberanía, a la dignidad, a la memoria histórica y a la diversidad de cualquier tipo en los pueblos, y, en tanto es así, todo modelo recreativo de atención social debe ser portador de una agenda que no ponga bajo peligro tales señales de identidad; no debe, entonces, intentar desposeer de tal distinción a una persona, a una comunidad, a un pueblo, a un país, a una región, a un continente, no debe intentar imponerse –bien sea por “las buenas” o por las malas–; por el contrario, habrá de funcionar como una plataforma educativa significativa y significante para –entre otras cosas– reivindicar la justicia y la memoria colectiva, para reivindicar el significado de la palabra “libertad”. La devastación y el debilitamiento de la expresión histórico-cultural de un pueblo enajenan al ser humano, destruyen la identidad de la gente, de una nación. Si no sabemos de dónde venimos será muy difícil comprender lo que somos, –y aunque ya es sencillo decir lo que viene, no está demás hacerlo–, como resultado tendremos únicamente dos opciones (igual de nefastas):
- Cualquier camino y cualquier horizonte será “bueno” (cuestión que ya conocemos como perversa).
- No saber a dónde ir.
Ambos casos son el germen que necesitan los mercantilistas que al saqueo cultural llaman intercambio, aquellos que a la huaquería y al expolio de bienes culturales llaman enriquecimiento cultural. Por eso es necesario, fundamental e imperante, el desafío de la recuperación de la identidad y la memoria histórica de los pueblos latinoamericanos, e inevitablemente eso pasa por la cultura, por una idea vital de cultura y por el valor que a lo que somos le damos. Huanacuni (2010), sostiene:
El retornar a la identidad no implica un retroceso, significa recuperar la memoria y la historia en el tiempo presente para proyectarnos en el futuro; pues seguir caminos ajenos o ser repetidores de lo que otros siguen lleva a una constante frustración, como ha sido hasta ahora para las comunidades ancestrales. (p. 15)
Perder la memoria significa caer en el olvido, y caer en el olvido representa una oportunidad para aquellos que pueden sembrar gérmenes y patrones culturales enajenantes en quien ha perdido parte de la esencia de su ser: la historia de sí, sus recuerdos. Bullón (2010), se asoma también al meollo del asunto cuando expresa:
¡Bendito el pueblo que tiene memoria! Triste es observar a alguien que sufre de amnesia; la amnesia es la soberanía del olvido. Un hombre que se olvida de su pasado vive un presente desprovisto de significado; y el futuro le parece incierto y atemorizante. El pasado te da fuerzas para continuar hacia adelante; te confronta con tu historia, aunque esa historia sea el registro de las cosas buenas y malas que sucedieron. Olvidar es el lado opuesto del recuerdo. Olvidar es morir; morir de a poco, lentamente. Consumido por el frío de la indiferencia o de la ingratitud. (p. 368)
Finalmente, Bárcena y Mèlich (2000) abundan sobre este mismo sentir cuando expresan:
No se trata… de recordar para encontrar una oportunidad de venganza, sino de recordar para hacer justicia, cuidar del presente y asegurar un porvenir mejor… En su carácter interpretativo, la memoria del pasado contribuye precisamente a reformular el sentido que los acontecimientos ocurridos tienen para el presente. (p. 27)
Quienes cuestionan los procederes capitalistas en el acontecer de la recreación como política pública han sido burlados; en algunos casos hasta satanizados por las cadenas de poderosos medios de comunicación que están al servicio de los grandes intereses comerciales; quienes consideran que es necesario un cambio en la manera de pensar la recreación como experiencia, incluso, como forma y como modo de vida, han sido, en la mayoría de los casos, ignorados. Es decir, pareciera que hay una especie de zozobra ante la mirada escrutadora de una lógica que impone férreos mecanismos de penetración e indudablemente comprometen el campo de la educación propiciando discursos exaltados, improvisados, sesgados y panegíricos sobre la cultura, la recreación y la formación popular, y lo más triste de todo esto es que los sistemas educativos han legitimado la negación de la realidad (Báez, 2008). Tales actitudes revelan y denotan un pánico que va in crescendo, que atenta contra el abandono de trincheras ideológicas sesgadas por una lógica y una racionalidad, que despojan y desposeen al ser humano de un rasgo fundamental y, por tanto, configurador de sí mismo: su memoria histórica y cultural, su raigambre.
De acuerdo con Córdova (1995), el punto central de identificación cultural de las personas –hoy día– ha pasado a ser el nivel de consumo. Es decir, cuánto tienes, cuánto puedes gastar, tanto eres, tanto vales. El consumismo propagado cual plaga por la más fuerte herencia del neocapitalismo se ha pluralizado en el imaginario social como necesidad de vida. Ha existido un vaciado de valores que lleva a mucha gente a pensar que si no puede gastar dinero es porque se trata de un desdichado; si no puede ir al centro comercial para gastar, entonces, es un infeliz; si no puede ir a Mc’Donalds, sus hijos le despreciarán en tanto el vecino, si lleva a los suyos; si no se compra el teléfono de última generación, entonces no está en nada; si no tiene la marca que aglutina y homogeniza, entonces puedes ser excluido del grupo. Lo que sucede alrededor de esa idea perversa de tiempo libre (modo de vida y forma cultural de imposición y dominación) es que se asumen conductas que producen la perpetuación de la degradación cultural colectiva y personal.
Los nudos críticos de la recreación en el capitalismo son el entretenimiento para la evasión, la diversión, el espectáculo, el esparcimiento, la adoración del tiempo libre, y la comercialización de la rutina y el aburrimiento. Aunque no nos percatemos de lo sucedido, la sumisión cultural es el resultado de este tipo de secularismo mundano. Se trata de algo similar a la parafernalia romana: pan y circo. Y es que justo eso fue lo que sucedió en abril de 2002 en Venezuela, cuando los medios de comunicación privados (televisoras privadas) instauraron un silencio mediático y se limitaron a difundir novelas, comiquitas y películas, mientras el pueblo en la calle reclamaba el regreso del depuesto Presidente de la República, Hugo Rafael Chávez Frías (Becerra, 2012; Venezuela, República Bolivariana, 2009; Sosa, 2005; Rugeles, 2012). Es de recordar que previo al derrocamiento del Presidente Constitucional de la República Bolivariana de Venezuela, las televisoras privadas habían estado instigando el derrocamiento, participando abiertamente junto a la prensa escrita y medios digitales, con llamados al desconocimiento del Poder Ejecutivo, sacando del aire a los miembros del gobierno nacional mientras estos estuviesen dando declaraciones, entre otros casos. Esos mismos medios de comunicación que se negaron a transmitir los hechos en virtud del reclamo popular y la retoma del hilo constitucional en el país, transmitían seriados dramáticos y dibujitos animados. Una situación al calco del imperio romano. Pan y circo: entretenimiento barato para la evasión.
Los patrones de vida amparados bajo una cultura del consumo son orientados vía directa por prácticas en las que el inmediatismo, el activismo, el entretenimiento barato y absurdo, embotan la mente, el corazón y la disposición para vivir. Terminamos, a la postre, siendo carne de cañón de la batalla político-industrial, materia prima, produciendo para que otro viva su american dream. Tan solo nos hemos convertido en quienes subsidiamos estilos de vida no sustentables –por su impresionante capacidad de demolición cultural y avance–. No la tecnología, sino que, la imposición de una cultura opresora de lo humano ha ensalzado la inmediatez que produce la excitación y la fascinación obsesiva, ha subordinado al ser humano al maquinismo, al dirigismo, al tecnicismo asfixiante y controlador. Se impone una regulación de la vida. Es esta la manifestación más clara de la gestación de una nueva cultura, la del seísmo individualista y el vaciado de la voluntad. Un absurdo más se contempla en el ideario de la calidad de vida. Excusa perfecta para auscultar la propaganda que sirve como promotora de la panacea del vivir (Córdova, 1995).
Hay un misterioso silencio entre un grupo que se ha vuelto dócil, hay un mutismo que duele por parte de una academia que ignora, de un cuerpo colegiado que ni se da cuenta de la situación. Tercamente excluido (casi que permanentemente) de nuestros debates (cuando escasamente se mencionaba tan solo se trataba de una superficialidad lacerante), de nuestras problematizaciones, de nuestras polémicas, era este tema de la cultura de la recreación, no era tema de estudio que importara lo suficiente, no era tema que preocupara demasiado, no despertaba el interés necesario, no redoblaba el afán por comprender su magnitud.
Afortunadamente, están naciendo nuevos grupos de estudio, centros y núcleos de investigación, líneas de investigación, están apareciendo nuevos investigadores en América Latina que –junto a otros profesionales que hacían vida profesional desde hace algunos años atrás en este campo de estudio– desde una perspectiva crítica, miran la recreación, el ocio y el tema del “tiempo libre”. Ello no quiere decir que comulguen con estas reflexiones, solo que han entendido y han sabido leer los tiempos, han sabido leer el mundo y han interrogado los tótems del saber a fin de problematizarlos contextualizándolos en las culturas populares, en la cotidianidad de la gente, en el campo de las políticas públicas, entre otros.
Quizá no lo hemos entendido bien, lo que está sucediendo es que nos están desdibujando desde la esencia; esto se trata de cultura, de quienes somos, de cómo vivimos, de lo que deseamos ser y hacer como pueblo y como nación libre; por tanto, lo que aquí pensamos tiene que ver con una forma de pensar la recreación y la cultura desde la óptica de la intimidad en la formación, tiene que ver con la posibilidad de impugnar la imposición de patrones socioculturales y agendas políticas ocultas, tiene que ver con la posibilidad de impugnar esa idea de recreación en la que esta es reducida a la expresión de la autocomplacencia, el narcisismo y el hedonismo, el consumismo, una idea de recreación en la que, como dice Sartelli (2010), “tener es poder, tener es ser” (p. 272), una idea de recreación en la que “los niños aprenden a través de la publicidad que el individualismo, la competencia, la deshonestidad y el llegar a ser número uno es todo lo que cuenta” (Sartelli, 2010, p. 274).
A pesar de que Córdova (1995) pareciera condenar los modos de resistencia cultural (porque según su criterio, si protestas eres rebelde, si eres rebelde entonces eres nihilista o un posmoderno preñado de ideas vacías y sin sentido, si te conformas eres un alienado), es fundamental comprender que cuando la soga aprieta el cuello, el brazo se levanta. Así mismo habrá de suceder. Las formas de las nuevas resistencias tendrán y van a aparecer, ni temprano ni tarde, sino justo en el momento indicado.
Esta idea resulta exagerada para algunos, al punto de tacharla como producto de la obsesión y la paranoia; no obstante, lo que no se ha colocado en balanza antes de hacer tal análisis es que la imposición de formas de vida, que definitivamente no son nuestras, ha ocasionado una loca, delirante y esquizofrénica carrera (Meléndez, 2011), por ser como son otros, nos constriñe de forma alucinante a parecernos a otros olvidándonos de quienes somos, de nuestras raíces, de nuestra historia, de nuestras tradiciones y costumbres. Ya nuestros niños no colman las calles de nuestros pueblos volando papagayos, sino que atestan las salas de los cybercafés jugando videojuegos diferentes; ya nuestros jóvenes prefieren no participar de las fiestas patronímicas porque prefieren celebrar Halloween, entre otros casos.
Eso ausculta la apertura de mercados y posicionamiento de lógicas foráneas incoherentes que terminan imponiéndose para ser abrazadas frenéticamente cual si fueran normales; no obstante, terminan siendo grabadas a la fuerza con hierro y fuego en el alma desprovista. Esta es una lógica que aún sigue enfrentándonos a monstruos y temores internos en tanto afecta y condiciona nuestras formas de vida, nuestra forma de pensar, nuestra educación, nuestra cultura, nuestras instituciones, nuestras leyes, tradiciones, costumbres, tiempo, espacios públicos, vías alternativas y medios de comunicación, e incluso, nuestras formas de hacer política; y lo más triste es que al condicionar nuestras formas de relación y aún nuestras relaciones nos alejamos cada vez más, nos desconocemos más, nos convertimos en enemigos sin serlo realmente, transmutamos en seres egoístas, en una fratricida competencia y en estado de permanente sobrevivencia.
Para cambiar esta situación, necesitamos entender que debe generarse una transformación radical y total de la sociedad, de quiénes somos, de lo que pensamos y del cómo pensamos, de lo que sentimos, de lo que hacemos y de cómo lo hacemos. Pues, desde este contexto podemos desmontar una estructura capitalista de la recreación que se presenta estructurada y estructurante, o sea, una estructura que ha desarrollado formas de subsistencia y mecanismos auto-reproductores, los cuales, a su vez, garantizan la permanencia, el acomodo y su evolución en el tiempo.
Al hablar de transformar y revolucionar la concepción de recreación que tenemos se trata de conmover la vida toda, o sea, no se queda y no se resume tan solo al cambio de concepto, no se reduce a una serie de actividades coyunturales; por el contrario, tiene que ver con un sistema de vida significativo y significante. La recreación tributa al amor, a la solidaridad, al compañerismo, a la hospitalidad, a la disponibilidad, a la sinceridad, al acogimiento, a la honestidad, a la responsabilidad, al respeto, a la identificación con un proyecto, a la transformación de la conciencia; tributa a la práctica permanente de libertad en el tiempo, a la reivindicación de la memoria histórica, a la inclusión social, a la participación permanente, a la construcción de una vida diferente; en fin, a la gestación de una cultura de vida.
Lo que aquí se piensa tiene que ver con la posibilidad de ofrecer otra mirada en la que la recreación surja como un vehículo explícito para transformar los estilos y los modos de ser, tiene que ver con el desmontar una agotada y raída concepción que nos remite a un esclavismo cultural, que nos remite a asumir estilos y modos de ser que nunca se parecieron a nosotros, que no se parecen y que no se parecerán jamás. ¿Por qué nos resultan tan extraños?, pues, porque no se parecen a quienes somos, porque no los reconocemos en el rostro de la gente, en el rostro y en la historia del pueblo. Si queremos romper con esas estructuras, tenemos que asumir riesgos.
Los problemas de la pobreza, los serios y múltiples problemas que atraviesan los sistemas nacionales de educación, la falta de alimentos, la inequidad en la distribución de las riquezas, el gasto militar insultante, el incremento del armamentismo, el imperio de la ahora guerra dizque preventiva, el comercio ilegal de armas y el narcotráfico, la persistencia por parte de las potencias mundiales para gestar la desestabilización política en países que le son ideológicamente adversos, las injerencias y la infiltración, el mismo debilitamiento intencionado de las estructuras educativas, el esclavismo a cuestas de la deuda externa de países que, sin embargo, ya la han pagado decenas de veces, etc., son todos ellos problemas que dificultan la posibilidad de generar una nueva cultura. Para que esa nueva cultura comience a promover diferentes modos de pensar tiene que hacer frente a una lógica dominante neoliberal y capitalista.
Lo más interesante de todos estos elementos traídos a debate es que la idea de recreación que se ha intentado dejar vertida en estas páginas constituye una idea de recreación que reivindica esa cultura que, indignada contra toda esa tendencia rentista de lo humano, irrumpe en el escenario geopolítico para derrumbar al coloso, el cual, a pesar de serlo, ha mostrado tener los pies de barro (Reyes, 2012b).
La idea de recreación que se propone y se defiende es una idea de recreación que hace y transforma la cultura, que reivindica la cultura popular y que se identifica en nuestra sangre, en nuestra tierra, en nuestro pueblo, en nuestras aguas, en nuestra memoria histórica, en nuestra gente; es una idea de recreación que se identifica en la cotidianidad, en los rostros de la gente. Tiene que ver con una recreación como lugar de la experiencia (Larrosa, 2006); esto es, con lo que “me” pasa a diario, a cada momento, una idea de recreación que se identifica con lo que “te” pasa, con lo que “nos” pasa a todos; es una idea de recreación que se configura desde lo particular a lo colectivo y que se reconfigura desde lo colectivo a lo particular; es una idea que encuentra refugio en lo que “le” pasa a los chamos que juegan pelotica e` goma al frente de la casa de la señora Carmen, una idea que encuentra significado en lo que “le” pasa a la pareja de enamorados que visitan mundos inverosímiles a través de un lenguaje comprendido a través de la mirada mientras permanecen sentados en la banca de un espacio público que ha sido rescatado y restaurado del abandono; espacios públicos en las ciudades que, además, comienzan a ser las ciudades de los niños (a decir de Tonucci, 1998) es una idea de recreación que se tiene a partir de eso “que” pasa en la gente, en sí mismas, en sus sentimientos, en sus pensares, en sus emociones, en su caminar, en su vestir, en su hablar, en el ser de quien es…
Eso es cultura, eso es expresión de la recreación, de la idea de recreación que se piensa, y es lo que se intenta reivindicar desde el campo de lo antropológico y lo político. En este sentido, es preciso comprender que el ser humano es un ser naturalmente cultural (Duch, 2004; Mèlich, 2008). Al ser de esta manera, la recreación será esencial en la vida humana, en la conformación de identidad, en la construcción de humanidad, en la edificación del carácter y en la personalidad del ser.
La recreación es cultura, y lo es en tanto se trata de todo aquello que configura la existencia y la presencia del hombre y la mujer en la tierra, es decir, de lo que somos, lo que pensamos, lo que decimos, lo que sentimos, lo que ocultamos, lo que amamos, también de lo que odiamos, lo que hacemos, etc. Pienso la recreación como una experiencia íntima del ser humano en tanto eso es, un ser humano, y es en ese plan de construcción de la humanidad –de lo naturalmente humano– que se logra la vivencia particular y especial que transforma y confiere significado a la historia de cada quien y, por supuesto, edifica y levanta la identidad colectiva e individual.
El ser humano es gregario, esto es, vive y necesita vivir en compañía de otros pares, vive y necesita vivir en comunidad, por ello es que la idea de cultura cobra tanta importancia, por ello es que la idea de cultura no se disocia de la idea de comunidad, de la idea incluso de sociedad. Nótese como ejemplo básico –y quizás jocoso– que cuando dos latinos se encuentran en un país anglosajón se reconocen casi que inmediatamente, se reúnen, conversan como que si se conocieran de toda la vida, y el elemento principal de esa amalgama social pasa por un elemento que tiene valor y carácter antropológico, el lenguaje. Pero así como el lenguaje también se reconocen en la historia y por la historia; también se reconocen en los rasgos antropomórficos, en las identidades sociopolíticas, geográficas y toponímicas. Pasa por ser, entonces, en definitiva, un elemento cultural.
Cuando miramos los planes, los programas, las políticas públicas en materia de atención social en el campo de la recreación, una de las cosas que pensamos y observamos con detenimiento es el nivel y la profundidad de las concepciones abordadas que se supone están perfiladas hacia el desarrollo de una cultura popular, que están orientadas a un público con características particulares, a ese hombre y a esa mujer de la cotidianidad, a ese joven y a ese niño de todos los días, gente que tiene una vida, un hogar, un rostro, una historia, una identidad, un proyecto de vida, a la comunidad, en fin, a la sociedad en pleno. Y eso es complejo, muy complejo.
Una fiesta patronímica resultará ser diferente para un habitante de San Juan de Onofre y para un habitante de una de las grandes urbes o metrópolis del país. Lo más probable es que para quien vive en San Juan de Onofre represente una señal de identificación con su pueblo, con su tierra, con su historia; no obstante, para quien vive en la metrópoli es probable que tal fiesta le parezca más una manifestación bastante “exótica” de los pobladores de la zona. Y es que esa relación comienza a gestarse desde la infancia. Por ello, cuando un carupanero está varios días fuera de su tierra y visita la capital del país –una auténtica y moderna metrópoli actual–, luego añora y anhela el regreso, desea el olor a salitre, desea el calor de la costa, el saludo alegre y bullicioso de su gente, al tiempo que detesta la vorágine con la que se vive en la capital. Lo mismo le ocurre a un caraqueño cuando visita otro lugar; después de varios días añora regresar a Caracas, aunque el anonimato sea una muestra de la identidad popular en la ciudad. Esto es algo así como lo que sintió Pérez (1887) cuando escribe Vuelta a la patria. Este es un elemento antropológico que subyace en la cultura y en la forma de ser.
Por último, la idea de recreación como política pública para la América Latina debe ser debatida en tanto forme parte importante en la estructura de la conformación cultural de una nación, de un pueblo. Una recreación que se parezca a la gente, que se identifique con la gente, que surja como propuesta natural y espontánea de la gente. Para ello habrá que generar las condiciones necesarias: Iniciemos el trayecto educando y formando a esa gente, nuestra gente.
Consideraciones finales
- El debate sobre el ideario de la recreación, el ocio y lo que buena parte de la bibliografía llama “tiempo libre” debe ocupar un lugar de privilegio en las ciencias sociales, por cuanto se trata de elementos culturales que hacen un país y, en especial, una latinoamericanicidad.
- La institucionalización ha abordado la recreación, el ocio, y el “tiempo libre” como temas circunstanciales; por el contrario, estos constituyen elementos culturales superiores a la escolarización en la cual han sido subsumidos.
- Buena parte de textos abunda en el término “tiempo libre”, aceptando convenciones históricas insuficientes para la comprensión del fenómeno recreativo.
- Investigadores latinoamericanos (Ahualli, 2011; Waichman, 2007) han iniciado el destrabe del debate en torno al concepto del tiempo en el campo de estudios de la recreación, implicando la práctica y el ejercicio de la libertad; elementos sobre los cuales habrá que seguir profundizando y trabajando.
- Las creencias, costumbres, las convenciones sociales, representaciones e imaginarios colectivos terminan imponiendo prácticas que se convencionalizan y ejercen mucha fuerza sobre las formas y modos de ser de la gente, prácticas que terminan siendo cotidianas, aun en la agenda de las políticas públicas.
- Existen implicaciones culturales y políticas poderosas en términos de alienación, dependencia de criterios, pseudodemocratización de procesos culturales, entre otros.
- Es necesario trabajar en pro de un encuentro entre el saber popular, el saber de la academia y las prácticas políticas, a fin de concentrar esfuerzos en la construcción de formas e idearios que sean cónsonos con las realidades de las poblaciones; esfuerzos concentrados y continuos que concreten la participación y el protagonismo de la gente, sin que la inclusión se convierta en norma panfletaria.
- Grupos de estudio surgen en diversos lugares e instituciones de Latinoamérica. Estos intentan pensar el fenómeno recreativo desde una perspectiva crítica en consonancia con la evolución histórica y política de los pueblos latinoamericanos.
- El campo de estudios de la recreación ha venido ampliándose y fortaleciéndose cada vez más en América Latina y, especialmente en Venezuela, al punto de que existe en este último, un Plan Nacional de Recreación para el Vivir Bien como política pública macro (asunto inédito en la historia de este país). Pero no solo ello, sino que las posibilidades de formación en el campo de la recreación están aumentando, bien sea desde el campo de la formación específica y avanzada (maestrías, y ya se está trabajando en la construcción y creación de una licenciatura en el campo), como el caso de la formación popular (movimiento de recreadores, escuela de eco-recreación, etc.).
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1 Profesor de Educación Física, Deporte y Recreación; magíster en Enseñanza de la Educación Física; magíster en Educación Superior; doctor en Educación. Profesor de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador (República Bolivariana de Venezuela). Coordinador general del Núcleo de Investigación en Pedagogía del Movimiento; miembro de la Confederación Iberoamericana de Medicina del Deporte; miembro del Grupo Internacional de Estudios Socioculturales sobre el Cuerpo; Secretario general de la Red Venezolana de Formación, Investigación e Innovación en Recreación (REVEFIIR).
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