Revista Electrónica Educare (Educare Electronic Journal) EISSN: 1409-4258 Vol. 20(2) MAYO-AGOSTO, 2016: 1-15
doi: http://dx.doi.org/10.15359/ree.20-2.22
URL: http://www.una.ac.cr/educare
CORREO: educare@una.cr
[Número publicado el 01 de mayo del 2016]
Las comunidades indígenas: Una forma de vida que pone en práctica la Carta de la Tierra
Indigenous Communities: A Way of Living that puts the Earth Charter into Practice
Sandra Ovares-Barquero1
Universidad Nacional
Centro de Investigación en Docencia y Educación
correo: sandra.ovares.barquero@una.cr
orcid: http://orcid.org/0000-0002-9193-7143
Isabel Torres-Salas2
Universidad Nacional
División de Educología
correo: isabeltorrescr@yahoo.com
orcid: http://orcid.org/0000-0003-2568-929X
Recibido 9 de marzo de 2016 • Corregido 21 de marzo de 2016 • Aceptado 12 de abril de 2016
Resumen. Con este artículo se pretende visibilizar el papel que han cumplido históricamente las comunidades indígenas al poner en práctica los valores de Carta de la Tierra desde su construcción ancestral. El fin es reflexionar sobre el hecho de que los principios que esta “Carta” nos plantea se llevan a cabo diariamente, de manera intrínseca, en el seno de estos pueblos. Es decir, son un ejemplo a seguir para otras sociedades, ya que respetan la vida en toda su diversidad; contribuyendo con un modo de existencia democrático, participativo, sostenible y pacífico, el cual asegura, a las generaciones presentes y futuras, los frutos y el equilibrio de la Tierra. Por otra parte, se hace un análisis del deterioro que el ser humano ha causado a los recursos naturales en América Latina y, por ende, al planeta, con sus prácticas poco amigables. Se señala que, a su vez, la especie humana es la única capaz de revertir el daño causado. Con este panorama, la esperanza es ubicar a la persona humana en el centro del sistema planetario, para lo cual se requiere una educación que sensibilice y ayude a analizar los problemas en su globalidad, y que tenga en cuenta las repercusiones a corto, mediano y largo plazo, tanto para una comunidad, como para el conjunto total de la humanidad.
Palabras claves. Carta de la Tierra; comunidad indígena; Madre Tierra; sustentabilidad ambiental.
Abstract. This paper aims to draw attention to the role that indigenous communities have historically fulfilled by practicing the values proposed in the Earth Charter upon its ancestral construction. The intention is to reflect on the fact that the principles stated in the Earth Charter have been intrinsically performed by these groups on a daily basis. That is, these groups become a role model because they respect life in all its diverse forms, promoting a democratic, participative, sustainable, and peaceful existence, which ensures, the balance of Earth to present and future generations. On the other hand, this paper analyzes the damage caused by human beings, through their unfriendly practices, to Latin American natural resources and therefore to the planet. Moreover, the human species is the only one able to reverse the damage caused. Based on this context, the hope is to place the human being as the center of the planetary system. This requires an education that raises awareness and contributes to the overall view of the problems and takes into account their short, medium, and long term consequences, not only for a community but also for the entire humankind.
Keywords. The Earth Charter; indigenous community; Mother Earth; environmental sustainability.
No te comas las semillas con las que has de sembrar
la cosecha del mañana.
Comunidad indígena bribri
Introducción
Un aspecto de suma importancia en la educación de América Latina es la sensibilización ambiental como estrategia educativa para preservar los recursos naturales de nuestro planeta Tierra. Uno de los pilares en el logro de esa sensibilización es la Carta de la Tierra, que resulta de gran ayuda para mejorar la calidad de la educación ambiental, al servir de medio para integrar una serie de valores que permiten respetar la madre tierra y la vida en toda su diversidad y, también, como un modo sostenible de vida para construir sociedades democráticas que sean justas, participativas, sostenibles y pacíficas (La Carta de la Tierra Internacional, 2009).
El desafío que nos plantea Carta de la Tierra es formar una alianza mundial para cuidar a la Madre Tierra “nuestro hogar”, que a través de millones de años ha ido evolucionando hasta tener las condiciones necesarias que han hecho posible la diversidad biológica o correr el riesgo de la destrucción de esta riqueza.
El clima se ha enfriado y calentado durante las distintas eras registradas en la historia de este planeta, de igual forma han desaparecido especies al modificarse los ecosistemas, como producto de un proceso natural que se ha ido perfeccionando en el transcurso del tiempo, hasta llegar a las condiciones óptimas para que se desarrolle la vida como la conocemos en la actualidad (CEPAL, 2013).
Para preservar las condiciones que hacen posible la vida es necesario no alterar el equilibrio de la naturaleza. No obstante, el ser humano, el único con capacidad de razonamiento, ha alterado, con sus acciones, este equilibrio y, cada día, contribuye a destruir los ecosistemas. Por ello, desde hace varias décadas, se vienen proponiendo alternativas para cambiar estilos y formas de vida que permitan revertir prácticas que están dañando, en alguna medida, los sistemas ecológicos y sociales del planeta. Con los cambios propuestos se busca propiciar la seguridad global; sin embargo, Di Paolo (2013, p. 6) plantea que la “interdependencia de los estados, la globalización de sus economías, la pérdida del control sobre las armas de destrucción masiva y el surgimiento de otras múltiples ‘nuevas amenazas’, hacen dificultoso garantizar la seguridad global”.
Pero aun con este panorama, la esperanza es ubicar a la persona humana en el centro del sistema planetario, que se le permita, de manera eficiente, contribuir a superar las vulnerabilidades y las dificultades de acceso al progreso, para que exista un desarrollo integral de cientos de millones de seres humanos en equilibrio y armonía con la naturaleza (PNUD, 2014).
Frente a ello, como lo indica Vilches y Gil (2012), se requiere una sensibilización que ayude a contemplar los problemas en su globalidad y que tenga en cuenta las repercusiones a corto, mediano y largo plazo, tanto para una comunidad, como para el conjunto de la humanidad y de nuestro planeta. Como lo afirma Delors et al. (1996) citado en Vilches y Gil (2012), hay que comprender que no es sostenible un éxito que exija el fracaso de otras partes, sino que desde el seno de las aulas, o en cualquier otro espacio, se debe concienciar sobre la realidad del planeta, para que así se logre multiplicar, en los hogares y comunidades, y se manifieste en nuestra madre Tierra.
La sociedad humana es producto tanto de la evolución natural como de la interacción social, de esta forma, las actividades propias de hombres y mujeres, basadas en los procesos productivos, constituyen la base de la riqueza y el progreso social; por ello, como las personas dependen de la naturaleza en la consecución de sus medios de vida, no es posible desvincularlas de esta; por tanto, hay que propiciar una integración mutua de lo natural y lo social, con el fin de que se haga un uso racional de los recursos naturales. No obstante, muchas de las actividades realizadas por el ser humano están influyendo en el calentamiento de la tierra. Por ejemplo, la deforestación es la responsable del 10 a 20% del exceso de CO2 emitido a la atmósfera cada año y las prácticas agrícolas no amigables con el planeta aportan óxido nitroso y metano, que también contribuyen al aumento de la temperatura (Consejo Nacional de Investigación de las Academias Nacionales, 2012).
En este sentido, los grupos indígenas son un ejemplo de desarrollo sostenible, porque han logrado su sustento sin dañar la flora y la fauna. Evidencia de ello es que, en las zonas indígenas, se encuentran las principales áreas de biodiversidad en este país, tales como: el Parque de la Amistad (ngabes, bribris y cabécares), en alta Talamanca (bribris) se localiza el Corredor Biológico Talamanca Caribe y, en el Valle de la Estrella está el área protegida Itoy Cerere (cabécares) y en la Cuenca de Río Frío se encuentra el Refugio Nacional de Vida Silvestre Caño Negro, protegido por la comunidad indígena maleku.
Nuestro planeta se debe cuidar y conservar para beneficio de sus habitantes actuales y de los seres vivos que en el futuro lo poblarán, porque la destrucción de la capa de ozono, la producción desmedida del dióxido de carbono, la contaminación del agua, la expulsión al ambiente de hidrocarburos clorados y otras causas de contaminación –como el derramamiento de petróleo– están destruyendo el planeta. La paradoja consiste en que el causante o productor de estos factores de contaminación es el ser humano y, a la vez, es el único ente capaz, por su raciocinio, de revertir este proceso.
Sabemos que los árboles, las plantas y la diversidad biológica constituyen la esencia misma de la vida y que, por ende, son la única esperanza para la supervivencia, no solo del ser humano, sino de todo vestigio de vida sobre la faz de la tierra; sin embargo, lo que estamos haciendo los seres humanos en la tierra es alterar nuestro entorno, de tal manera que la posibilidad de vivir se nos va haciendo cada vez más pequeña (Estrada, 2012).
En palabras esperanzadoras de Boff (2007) hoy queremos darle la mano al gran pobre, la tierra, al ser un planeta pequeño, viejo, con recursos limitados y la gran parte de ellos no renovables por lo que no puede ser considerada como un baúl de donde sacamos todo lo que queremos.
Marco teórico
Problemas socio-ambientales que afectan América Latina
El ser humano no es una de las especies que apareció en los inicios de este planeta; sin embargo, en su corta estancia en comparación con la historia de la Tierra, ha sido capaz de alterar el ambiente con sus actividades, ya que utilizó sus capacidades mentales y físicas para adaptar las condiciones medio ambientales a sus necesidades y enfrentarse con éxito a los diferentes cambios que limitaron a otras especies. Así, ha contribuido con la escalada sin precedentes de la destrucción de los recursos naturales y del daño al medio ambiente.
Aunque los primeros seres humanos, como las demás especies existentes, coexistieron de manera armoniosa con el ambiente, de forma paulatina produjeron modificaciones, debido a las diferentes actividades realizadas como: el uso del fuego que les permitió transformar y en muchos casos eliminar la vegetación natural, el manejo de la ganadería que produjo sobrepastoreo y erosión del suelo, la utilización de los suelos con diferentes cultivos de plantas también originó la destrucción de la vegetación natural. Tal como dice la Carta encíclica Laudato si’ del Santo Padre Francisco sobre el cuidado de la casa común:
Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. (Francisco, 2015, p. 3)
Sin embargo, este impacto en los recursos naturales y en el medio ambiente no fue notorio sino hasta la mitad del siglo pasado, cuando se da inicio a la evaluación de las consecuencias de los problemas significativos provocados, en parte, por los estilos de vida poco amigables con el planeta; así como por la revolución industrial; el descubrimiento, uso y explotación de los combustibles fósiles; el rápido avance tecnológico; la explotación intensiva de los recursos minerales, entre otros factores.
Por otra parte, la explosión demográfica y el desarrollo tecnológico comprometen cada día más el medio ambiente, y están produciendo serios problemas en su capacidad para dar sustento a la vida en este planeta; sumado a esto, los países de Latinoamérica muestran un crecimiento acelerado que no responde a un desarrollo planificado. Nace un sector moderno, en el que los patrones de consumo se asemejan a los existentes en los países desarrollados y, por otra parte, se incrementa una población en condiciones de pobreza que ocupa, de manera improvisada, el territorio, causando problemas ambientales que no han sido atendidos adecuadamente (Barrios, 2010).
Los conflictos ambientales generalmente se producen como parte de la apropiación y transformación que hace el ser humano de la naturaleza. Al respecto, las sociedades con mayores desigualdades sociales y exclusión tienden a enfrentar mayores problemas, muchas veces acompañados de violencia debido, entre otros factores, a que gran parte de la población no tiene cubiertas sus necesidades básicas y, además, porque los Estados suelen carecer de medios y voluntades para la mediación con los grupos (Martínez y Villagrán, 2009). Este tipo de conflictos ambientales son comunes en la lucha por la posesión de los recursos naturales que necesitan las personas, las comunidades y las naciones para producir bienes y servicios que satisfagan sus necesidades, aun cuando esto ha desembocado en un cambio climático, considerado como el mayor reto de nuestra época.
Pero en esa carrera por tener una mejor calidad de vida, el desarrollo de nuestra civilización ha modificado, en muchos casos, las ciudades y los poblados en los que vivimos, se han alterado los ecosistemas originales para dar paso a los campos de los que se obtienen los alimentos y esto ha traído, como consecuencia, que no solo haya cambiado el paisaje, sino que se han secado lagos, ríos y muchas especies están en peligro de extensión.
Esto ha hecho, según Nuestra huella ecológicia (2015, pp. 5-6), que hayamos “sobrepasado los límites ecológicos [y] como seguimos creciendo cada año, vivimos en un mundo riesgoso, en un mundo con más consumo, más desecho, más pobreza y más dióxido de carbono en la atmósfera, pero con mucho menos biodiversidad, menos área forestal, menos disposición de agua limpia, menos suelo y una delgada capa de ozono”.
Por otra parte, plantea Plascencia (2015) que “en las últimas décadas, el salvaje crecimiento del mercado mundial ha provocado una feroz competencia y un irracional consumo de los recursos naturales. Unos cuantos consorcios acaparan grandes extensiones de tierra en todo el planeta para producir mercancías en forma masiva y venderlas a precios bajos” (p. 12).
Esto ha inducido, entre otros problemas, a un desequilibrio entre el crecimiento de la población y la generación de fuentes de trabajo. Lo anterior nos muestra que el mal llamado desarrollo al que apuesta la mayor parte de los países en el mundo no ha conducido a vivir en armonía con la naturaleza.
En este contexto, las comunidades indígenas son la excepción a la problemática citada, ya que estos grupos se han caracterizado por la preservación de la naturaleza, de ahí que su huella ecológica es compatible con un estilo de vida pertinente para la preservación de los diferentes ecosistemas del planeta. Se entiende por huella ecológica la cantidad de área productiva requerida para satisfacer las necesidades de un ser humano (Vilela, Ramírez, Hernández y Briceño, 2005).
Es necesario construir culturas adaptativas, como las indígenas, con responsabilidad ambiental, ya que el modelo dominante actual de la apropiación, intervención y utilización de la naturaleza debe ser controlado, para evitar que a futuro esta sociedad no sea la causante de la destrucción del entorno natural, de la desigualdad social, la guerra, el perjuicio biológico y la aniquilación de los recursos naturales, entre otros (Vilches y Gil, 2012).
En esta misma línea, según Vilela et al. (2005, p. 24), en las comunidades indígenas el concepto de calidad de vida es entendido como “… la igualdad entre hombres y mujeres, la satisfacción de las necesidades básicas sean estas físicas o intelectuales, así como aquellas de índole moral, espiritual y social”. Esto se puede comprender al observar la forma en que viven estas comunidades, donde el bienestar no está relacionado con la cantidad de bienes que se posee, sino con la satisfacción de las necesidades básicas en armonía y equilibrio social, espiritual y ambiental, principios básicos de su cosmovisión.
Sin embargo, existe una realidad donde grandes transnacionales luchan por apoderarse de los recursos naturales y las diferentes formas de vida, generando serios problemas socioambientales, como ocurre con las represas hidroeléctricas, cuyo impacto ha sido muy nocivo para los pueblos indígenas, porque los desplaza a otras regiones violentando el arraigo, la identidad y los valores que han permitido preservar el equilibrio de los ecosistemas, los cuales son alterados en aras de generar “desarrollo”; desligándolos del vinculo Madre Tierra.
De ahí que para el caso latinoamericano estos conflictos, más que de orden solamente ambiental, son socioambientales, porque se suscitan problemas y confrontaciones por dificultades relacionadas con la interacción social, la falta de diálogo en las negociaciones, la escasa participación de la población local en las decisiones públicas y las luchas sociales por la adjudicación de los recursos naturales (Quintana, 2004).
Por otra parte, para Bruckmann (2011),
la apropiación de la naturaleza no está referida únicamente a la apropiación de materias primas, … minerales estratégicos, agua dulce, etc., sino también a la capacidad de producir conocimiento, … desarrollo científico y tecnológico a partir de una mayor comprensión de la materia, de la vida, de los ecosistemas y de la biogenética. Las nuevas ciencias, que han alcanzado enormes avances durante las últimas décadas, son producto de este conocimiento creciente de la naturaleza y del cosmos. (p. 3)
Lo anterior resulta esperanzador, ya que es evidente que el estilo de vida y las diferentes formas de producción que han traído confort y calidad, en sus inicios no se desarrollaron pensando en la importancia de contribuir con el equilibrio y preservación del planeta. Por lo que un desarrollo científico y tecnológico, a partir de una mayor comprensión de la naturaleza, comenzará a presentar alternativas amigables con el entorno, de igual manera que lo han logrado las comunidades indígenas a través del tiempo, producto de una filosofía de vida que se puede ver reflejada, en parte, en el siguiente pensamiento expresado por Alejandro Swaby Rodríguez (líder indígena costarricense, en Vilela et al., 2005, p. 33):
La interrelación entre el hombre y la biodiversidad es infinita. La dependencia es algo que existe; es el gran mito de la sociedad. No hay nación, ni pueblo o individuo independiente. Todos dependemos los unos de los otros. La naturaleza está antes que todos nosotros y de ella somos hijos, por lo tanto, nuestra obligación es respetarla y darle un uso adecuado.
Esta forma de respeto por la naturaleza planteada por las comunidades indígenas de Costa Rica se complementa con el pensamiento indígena Mapuche, en cuya filosofía de vida hay que aprender a leer a la Madre Tierra, hay que sentir su tiempo y su ritmo, hay que cantarle para que las semillas y tierra que las albergan entreguen sus frutos.
Otro ejemplo visible de las comunidades originarias son los aguayos, tejidos rectangulares del altiplano peruano y boliviano, usados por las mujeres. Se lo colocan en la espalda y cumplen la función de envolver, transportar y dormir los niños y niñas; además, en otros momentos, trasportan alimentos, herramientas para trabajar las siembras y, de esta manera, tener sus manos libres. Estos aguayos son una herencia que se debe conservar, una especie de memoria genética que los abuelos comparten con los nietos. En su diseño entran en juego conocimientos geométricos de la vida cotidiana, que muy pocas tejedoras estudiaron en la escuela. Para estas comunidades indígenas el aguayo es un cordón umbilical invisible que nos conecta con la Madre Tierra (Pachamama).
Para los pueblos originarios del continente americano, la tierra es un ser sagrado representado en la figura de una mujer, por lo que en lengua indígena bribri se le llama Iriria, en cabécar Jariria y en los pueblos andinos Pachamama; para estos pueblos la naturaleza es vista como un ser vivo al que se le han causado heridas, principalmente, por la especie humana.
Carta de la Tierra
Muchas personas predijeron los efectos que tendría para nuestro planeta, si se continuaba con el curso del desarrollo de las naciones, sin considerar el frágil equilibrio de la naturaleza. Sin embargo, no fue sino hasta que se hicieron evidentes los daños que estábamos causando es que se da inicio a un proceso de concientización. Los efectos del deterioro que el ser humano le ha causado al planeta se notan cada día y alarman a la sociedad en general: el clima ha sido alterado, los ciclos biogeoquímicos ya no son regulares y, como consecuencia, nuestra flora y fauna se han visto seriamente dañadas. Por esto, la humanidad debe elegir un mejor futuro para ella, a sabiendas de que su capacidad de recuperación y el consiguiente bienestar dependen de la protección y de la preservación de los sistemas ecológicos y sociales. Al respecto, pareciera que nuestros valores se han debilitado también, pues a pesar de este evidente deterioro de la naturaleza, nos movemos en un mundo carente de un desarrollo sostenible y de una distribución equitativa de los recursos.
Según Boff (2007), tenemos que disminuir los efectos dañinos de estos cambios en forma inmediata, porque las consecuencias para el sistema de vida de la Tierra son muy graves; ya que, a medida que el planeta se va calentando, aumentan los huracanes, se extinguen muchas especies, crece el nivel del mar y se pronostica que se incrementarán las guerras por la posesión de los recursos.
En cuanto a ello, Capra (2003) nos invita a reflexionar acerca de la mente y la materia como dos caras de la misma moneda. La mente es la cara de los procesos, la materia es la de las estructuras y el planeta se entiende como un sistema vivo que se organiza y se regula a sí mismo por medio de relaciones. Por lo anterior, forma parte de un todo interrelacionado que está vivo. Este principio lo comparte James Lovelock cuando en 1969 plantea la hipótesis de la tierra (GAIA) como un ser vivo, el científico realiza una mirada cercana y de reconocimiento a los pueblos ancestrales que rinden culto a la naturaleza y su espíritu presente en cada uno de los elementos. Esta hipótesis pone énfasis en la interrelación e interdependencia de todo fenómeno, así como, en la participación de todas las formas de vida en el proceso cíclico de la naturaleza (Lovelock, citado en Mena, 2016).
En 1987, la Comisión Mundial para el Ambiente y Desarrollo de las Naciones Unidas, consciente de que para abordar esta problemática era necesario trabajar en un plan integral, hizo un llamado para la creación de una carta que tuviera los principios fundamentales para el desarrollo sostenible. En 1992, en la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro, se esperaba que la redacción de esta carta se concretara, pero no fue así.
Por ello, en 1994, Maurice Strong, secretario general de la Cumbre de la Tierra y presidente del Consejo de la Tierra, y Mikhail Gorbachev, presidente de Cruz Verde Internacional, lanzaron una nueva iniciativa de la Carta de la Tierra con el apoyo del Gobierno de los Países Bajos. Se logró, en esa ocasión, que se formara la Comisión de la Carta de la Tierra en 1997. Se estableció, además, la Secretaría de la Carta de la Tierra en el Consejo de la Tierra en Costa Rica. Se puede afirmar, entonces, que la Carta de la Tierra es el resultado de un proceso participativo intercultural realizado a nivel mundial, por casi una década, en el que interactuaron miles de individuos y cientos de organizaciones de todo el planeta (Blaze, Vilela y Roerink, 2006).
La versión final de esta Carta fue aprobada por la Comisión en la reunión celebrada en las oficinas centrales de la Unesco, en París, en marzo de 2000. En ella, participantes de diferentes pueblos del mundo plasmaron una serie de principios que establecen una base ética, que orienta a las personas y a los gobiernos a actuar en contra de la violencia, de la inseguridad, de la pobreza, de la falta de equidad y de la falta de políticas que protejan el medio ambiente; todo esto con el fin de que puedan construirse sociedades más justas, basadas en el respeto a la diversidad y a los derechos humanos (Blaze et al., 2006).
La Carta de la Tierra es un documento muy particular, porque refleja un nuevo nivel de comprensión, compartida universalmente, sobre la interdependencia entre los seres humanos y la naturaleza, en correspondencia con la etapa de globalización en la que, en la actualidad, nos hallamos (Blaze, et al., 2006). Esta declaratoria contiene una serie de principios fundamentales, para que cada habitante del planeta los ponga en práctica, para lograr, así, un ambiente sano y en equilibrio, con el fin de construir un mundo sostenible, con justicia y paz.
La Carta de la Tierra refleja el consenso que se materializa en la sociedad civil global emergente acerca de los valores universales para el desarrollo sostenible y por consiguiente se puede aseverar con gran validez que representa un conjunto esencial de principios éticos compartidos los cuales cuentan con un amplio apoyo desde distintas culturas a nivel mundial. En el sentido holístico que promueve la Carta de la Tierra, el desarrollo sostenible o las formas de vida sostenibles requieren de cambios tanto en los corazones como en las mentes de las personas, junto con la reorientación de las políticas y las prácticas públicas. La educación es esencial para fomentar la transición hacia formas de vida más sostenibles y la misma puede reavivar el desarrollo de relaciones más compasivas y afables entre los seres humanos, entre éstos y el mundo natural. (La Carta de la Tierra Internacional, 2009, p. 2)
El Decenio de las Naciones Unidas de la Educación para el Desarrollo Sostenible 2005-2014 (DEDS 2005-2014) estableció las políticas para poner en práctica los principios de Carta de la Tierra, mediante un proceso participativo e inclusivo, interdisciplinario, flexible y trasformador, por medio del cual el estudiante construye un conocimiento propio (UNESCO, 2006). La educación para el desarrollo sostenible plantea un enfoque innovador que implica cambios orientados a mejorar la calidad de vida del ser humano; toma en consideración aspectos sociales, culturales, ambientales, económicos, políticos y espirituales que aseguren la equidad social y una ágil respuesta a las necesidades de las actuales y futuras generaciones (UNESCO, 2006).
Cosmovisión indígena
La cosmovisión del mundo occidental ha ido destruyendo el planeta, como lo demuestran las fotos agobiantes desde los satélites y las naves espaciales que nos van mostrando otra realidad. Podemos comparar, en un lapso de diez años, cómo los continentes han ido perdiendo su color verde y se han transformado en inmensas zonas desérticas. Muy diferente es la concepción de los pueblos indígenas que respetan la naturaleza como la madre que es, que nos provee, protege y alimenta. Todavía en pleno siglo XXI, las comunidades indígenas piden permiso a su entorno para cortar un árbol o una rama y lo que fue cortado tiene que utilizarse: es una ofensa cortar algo para luego botarlo.
Mitos y leyendas de los pueblos indígenas
Los pueblos indígenas hacen lectura de la naturaleza, empleando los cinco sentidos. Por ejemplo, a través del susurro de las hojas y del viento que pega en su cara o en su cuerpo perciben que se avecina una tormenta; así cómo, al observar las aves construyendo sus nidos en la copa de los árboles, adquieren la certeza de que el clima será favorable; al contrario, si las aves construyen sus nidos en las ramas centrales del árbol se prevén condiciones climáticas difíciles.
La agricultura rotativa les permite utilizar abonos naturales ya que, al sembrar primero frijoles, luego maíz, hortalizas, entre otras, se aprovechan los elementos químicos que el mismo proceso genera y los suelos no se agotan. Sin embargo, desde la visión occidentalizada de los agricultores, sustentada en la posición científica, se dice, de manera peyorativa, que el sembrar todo junto parece “parcela de indio”.
En la cultura bribri-cabecar, pueblos originarios de los 24 territorios de Costa Rica, habita más de una familia por rancho, razón por la cual es común que se sienten todos a compartir sus experiencias y a narrar historias alrededor del fuego de manera oral y en su propia lengua. Estas historias, leyendas y mitos están cargados de valores acerca de la naturaleza y del equilibrio que debe existir entre el ambiente, el mundo espiritual y el ser humano. Como ejemplo de estas historias se pueden citar la creación de la Tierra, la creación del mar, entre otras. Esta costumbre es muy importante para que no se pierda la comunicación de estas vivencias ancestrales y perduren de generación en generación.
Los ranchos se construyen de un material llamado suita y chonta que se consigue en la montaña, la estructura de construcción es con la puerta principal dando hacia donde nace el sol (este), son oscuros por dentro y más fríos que el ambiente externo. La oscuridad se debe a que el awá (el dios de ellos) realiza las actividades de noche, de aquí la importancia que le confieren a la noche.
La construcción del rancho se trabaja de manera colectiva, guiada por una persona conocedora de expresiones rituales para curar la casa y protegerla de ataques y males futuros. La corta de la madera, bejucos y hojas se realiza en cuarto menguante para que los materiales no se dañen. El siguiente paso es la limpieza del terreno. Con ayuda de dos estacas y un bejuco se marca un círculo donde se colocan los ocho postes que dan soporte al rancho. El centro del rancho se marca con una estaca, la ubicación de cada uno de los ocho postes se realiza con ayuda de una cuerda o bejuco de la siguiente manera: el primero se ubica hacia el naciente del sol; el segundo, en el extremo opuesto hacia el poniente; se colocan luego los que dan hacia el norte y sur, con lo cual el círculo queda marcado por una cruz de estacas y su punto central, luego se ubican los otros cuatro lugares y las distancias se verifican con la ayuda de bejucos.
Una vez concluida la construcción se queman los materiales sobrantes por respeto a la naturaleza, el humo que despiden los materiales los utilizan los mayores para bendecir la casa. Esta quema se hace porque cada árbol y hoja tiene su espíritu personal y siente, por eso no se debe desperdiciar ningún material; contrario a otras culturas donde los sobrantes se tiran en los ríos o lotes baldíos, con lo cual se generan diversas formas de contaminación.
También construyen un templo cónico que representa el Universo, el mundo ancestral, la bóveda celeste, la Madre Tierra que nos protege y alimenta, que nos aporta lo que todo ser vivo necesita para su paso por la vida; es decir, la que nos nutre, es por tanto el Útero Materno. Para su cultura, es el macro-cosmos como comunidad y el micro-cosmos en lo familiar; es el lugar de reflexión, paz y seguridad; es, además, el lugar donde se da gracias a la Naturaleza por los elementos que aporta (F. Morales, comunicación personal, noviembre 2015).
Al analizar el modo de vida de los pueblos indígenas, en cuanto a su forma de siembra, construcción de sus viviendas y comunicación de historias orales, donde se da un valor protagónico a la naturaleza, queda claro que su vivencia se realiza en armonía con la naturaleza; sin embargo, día tras día la cultura occidental comienza a permear sus costumbres y a influir en sus estilos de vida, introduciendo prácticas que empiezan a destruir la naturaleza y a acarrear luchas por los recursos.
Reflexiones finales
Referencias
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1 Máster en Administración Educativa. Ha desarrollado experiencia en currículo, biología y administración educativa. Académica de la División de Educación Rural del Centro de Investigación y Docencia en Educación, Universidad Nacional, Costa Rica. Fue subdirectora de esta Unidad Académica. Magíster en la Maestría de Formación de Formadores de Docentes de Educación Primaria. Actualmente es la Vicedecana del Centro de Investigación y Docencia en Educación. Tiene publicaciones en el campo de la educación indígena.
2 Académica de la División de Educología, Universidad Nacional de Costa Rica. Máster en Psicopedagogía, Bachiller en Ciencias de la Educación, Bachiller en la Enseñanza de la Química y Licenciada en Enseñanza de la Química.