EL TERRITORIO HECHO CUERPO: DEL ESPACIO MATERIAL AL ESPACIO SIMBÓLICO

Territory and thebody: from material space to symbolic space

María Valeria Emiliozzi
Universidad Nacional de La Plata y Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina, val_emiliozzi@hotmail.com

Resumen: En los últimos años el mundo ha sido atravesado por un amplio proceso de reorganización social, en el que las dimensiones espaciales y geográficas han sido puestas en juego. En este contexto, la geografía ya no solo remite a lo material de la tierra, sino que al momento de interpretarla han sido puestas en juego otras dimensiones que la constituyen. Por ello, el presente artículo intentará abordar cómo se ha ido constituyendo la geografía, el territorio, y el lugar del sujeto, para lo cual será necesario desplegar las relaciones entre el cuerpo y el territorio, y los modos de subjetivación con base en las relaciones sociales y territoriales.

Palabras claves: Geografía, sujeto, lenguaje, territorialidades, habitus.

Abstract:Over the last years, the world has faced a process of major social reorganization, where spatial and geographical dimensions have been questioned. In this context, geography does not only refer to the material aspect of land, but to the other dimensions included. Consequently, this paper will study the progressive constitution of geography, the territory, and the place of the subject, for which it will be necessary to discuss the relationship between the body and the territory and the ways of subjectivation based on social and territorial relationships.

Keywords: Geography, subject, language, territoriality, habitus.

Fecha de recepción: 09-12-12 Fecha de aceptación: 14-10-13
 Fecha de reenvío: 04-11-13 Fecha de publicación: 16-12-13

Mutaciones de la geografía

A partir de un rastreo sobre el modo en que ha sido definida la geografía se ha intentado identificar las relaciones entre el cuerpo y el territorio, las cuales en la actualidad son objeto de estudio de diversas investigaciones de las ciencias sociales y humanas.

A fines del siglo XX, la geografía dio un giro radical, pues un conjunto de transformaciones epistemológicas, teóricas y metodológicas han permitido pensarla e interpretarla más allá del espacio representado por la tierra.

A lo largo de la historia, la geografía ha ido respondiendo a sus contextos sociales y políticos. Durante el desarrollo del Renacimiento, estuvo ligada, como indica su etimología, a “grafiar la tierra”. Este modo de caracterizarla respondía a un contexto histórico que estuvo ligado a una constante expansión de la tierra conocida, donde era necesario un saber sobre el territorio material; lo que produjo un desarrollo intelectual en el campo de la geografía.

Las primeras actividades de la disciplina estuvieron ligadas a la mera descripción física de los espacios y a la constitución de cartografías. Por ello, los mapas adquirieron una gran transcendencia, puesto que se constituyeron en un instrumento preciado para la representación de la realidad. Al punto que, el Estado territorial no solo contribuyó a instituir la geografía como un saber, sino que esta contribuyó a crearlo.

Desde el siglo XVI, los mapas se fueron convirtiendo en representaciones detalladas del medio. No obstante, no solo imprimieron los accidentes geográficos, sino que también ilustraron los ambientes, el contenido de los espacios, las formas de vida animales, vegetales y los aspectos diferenciales de los grupos humanos que habitaban los territorios. En otras palabras, los mapas realizaron un retrato integral del hábitat de las zonas representadas1,pues su objetivo principal era “construir nuevas marcas en la tierra, de fijar los nuevos límites de las nuevas comunidades de destinos humanos, de delimitar los espacios, es decir, de constituir territorios, los estados territoriales modernos” (Porto Gonçalvez, 2001, p.17).

Por ello, como establece Porto-Gonçalvez (2001), la palabra geógrafo designa, del siglo XVI al XVIII, a aquellos que construyen mapas y, a veces, los comentan. Estos fueron los llamados geógrafos del rey. En este contexto, la geografía está íntimamente relacionada con la organización social iniciada por la monarquía y que forma parte de aquello que Weber (1964) vendría a denominar como un segmento burocrático racionalizante que es instituyente del Estado territorial moderno.

La geografía ha estado ligada, principalmente, a la búsqueda de la integración de los elementos físicos y humanos sobre una base territorial. Con respuestas diversas a esas cuestiones centrales, algunos geógrafos han propuesto una geografía unitaria 2 que establezca una visión integrada de la superficie terrestre. Sin embargo, en palabras de Moreira (2006), la razón fragmentaria de la modernidad industrial dominada por la filosofía positivista ha llevado a una división de la geografía en ramas sectoriales cada vez más especializadas. Un modelo de esa desintegración corresponde a la formación de la geografía humana, de la geografía física, de la geografía regional y, posteriormente, la creación de las ramas internas de esos campos mayores, como la geografía urbana, la geomorfología y la regionalización.

Por otro lado, se ponen sobre la mesa otros debates en relación con el objeto de estudio de la geografía. Existieron tiempos en que la geografía estuvo ligada a un objeto de estudio vinculado con el paisaje. Por ejemplo, Sorre (1962) establecía que la expresión concreta de la geografía era el paisaje, pues consideraba que allí estaba el verdadero dato geográfico, “como si quisiera mostrar la importancia de alcanzar la esencia del acontecer geográfico” (Santos, 1996, p. 60).

Sin embargo, la geografía ya no es más el estudio del paisaje, de su esencia, como se pensó; ya que hubo grandes transformaciones en el mundo. “La modernización de la agricultura y la dispersión industrial introdujeron formas nuevas de organización espacial” (Santos, 1996, p. 61). Con ello, las categorías fundamentales del conocimiento geográfico se ampliaron y, entre otras, aparecen: espacio, lugar, área, región, territorio, hábitat, paisaje y población. “De todas, la más general, que incluye a las demás es el espacio” (Santos, 1996, p. 68).

Acá es pertinente aclarar, como establece Santos (1996), que el paisaje y el espacio son categorías diferentes. Mientras el primero es la materialización de un instante de la sociedad, el segundo es el resultado del matrimonio de la sociedad con el paisaje. Es decir, que el paisaje es como un documento, el resultado de una acumulación de cosas en las que algunas aparecen intactas, otras modificadas o, incluso, otras desaparecen, y la espacialidad es un instante de las relaciones sociales geografizadas, el momento de la incidencia de la sociedad sobre una determinada disposición espacial.

El espacio es un concepto que permite a los geógrafos dialogar con otras disciplinas que buscan comprender la sociedad a través de sus referencias analíticas particulares. Sin embargo, tanto el espacio como el tiempo no son variables exógenas al quehacer histórico y geográfico, sucede que los lugares no están dados a priori, sino que son construidos en el terreno movedizo de las luchas sociales, que también son luchas por atribución de sentidos.

De esta manera, se pone sobre relieve que no se puede pensar la geografía por fuera del sentido de las leyes de la cultura, en tanto que el sentido que se le puede atribuir al espacio solo emerge como efecto de la función de la palabra, que a su vez se constituye a partir de las leyes del campo del lenguaje. Es decir, el territorio se construye “como re-presentación de la acción de los sujetos sociales” (Porto-Gonçalvez, 2001, p.5).

No hay nada de natural en el territorio, en la medida que no se puede disociar del lenguaje, y se entrecruza con las palabras. El lenguaje posee un significado, un sentido y existe la posibilidad de interpretarlo, lo cual hace que aquello natural sea olvidado o borrado. Y lo mismo ocurre con quienes lo habitan, ya que existe una "prioridad de los discursos sociales, del lenguaje sobre el sujeto" (Copjec, 1994, p. 53) La función del lenguaje está sostenida por lo simbólico ya que lo simbólico es el lenguaje 3.

La geografía no es fundada por los geógrafos, sino por una determinada sociedad. Por ello, el investigador del campo de la geografía, Porto-Gonçalvez(2001):

Debe tener todo el cuidado posible para no confundir las cosas de la lógica con la lógica de las cosas. Por ejemplo, se presupone que los lugares están dados a priori y no que los lugares sean, en sí mimos, instituidos. (p. 196)

Por ello, de lo que se trata es de pensar la geografía no únicamente ligada al análisis del lugar, como si este explicara todo por sí mismo, sino a la historia de las relaciones, al espacio como una práctica sostenida y construida por lo simbólico, por la cultura.

Cómo pensar la noción de territorio

Es frecuente definir el término territorio desde diferentes tradiciones geográficas. Ya sea como un sinónimo de superficie terrestre (de relieve), como sinónimo de medio natural, como un sistema espacial, entre otros. En palabras de Arqueros (2007, p.136), los aportes van desde una perspectiva materialista, que lo considera como “objeto físico y fuente de recursos hasta una perspectiva cultural, en la cual se privilegia una dimensión simbólica del territorio”.

También es posible encontrar otra perspectiva, cuyo énfasis está dado sobre “las relaciones de producción como fundamento para la organización del territorio” (Arqueros,  2007, p. 136). Dichas relaciones pueden estar vinculadas, por ejemplo, a la producción de ciertos recursos materiales que se construyen a través de redes por fuera de la unidad jurídica administrativa (el espacio material). Aquí, el territorio no es usado como abrigo y como recurso en el sentido que le otorga Gottmann (1947), sino que este es usado como “una plataforma para obtener lucro… el territorio es sólo un recurso en su ecuación y no la condición de su existencia” (Silveira, 2007, p. 23).

Por otro lado, existen debates en torno al territorio inscriptos dentro de un debate más amplio, a partir de las herramientas de la obra de Foucault, las cuales permiten analizar cómo se transfiere la reflexión del poder en la constitución del territorio. En este sentido, las herramientas del autor francés permiten establecer cómo el poder deja de verse en el centro, para pasar a verse molecularmente, es decir, dentro de la tesitura de las relaciones sociales. Esta perspectiva permite observar otros agentes y, particularmente en la geografía, descentrar lo político del Estado.

La obra genealógica de Foucault nos deja ver cómo ciertas políticas reguladoras sobre la vida de los sujetos reestructuran el territorio y establecen una reorganización distinta de los espacios, y de la circulación del territorio en tanto que las políticas inscriptas a fines del siglo XIX tomaron, a su cargo, la población como fuente de riqueza para pensar la consolidación del Estado y no la amplitud de los espacios físicos de su territorio (Foucault, 2006).

Como vemos, el territorio ha sido pensado como una constitución producto de la economía, de lo político, de lo cultural, etc. Sin embargo, en la actualidad se agrega otro elemento por considerar en su constitución; pues el espacio se encuentra fuertemente atravesado por la ciencia y la técnica, cuya dinámica responde a los totalitarismos de la información y de las finanzas. En este sentido, Santos (1996) propone comprender el espacio geográfico como sinónimo de territorio usado, es decir, como conjunto de sistemas de objetos y sistemas de acciones. De la misma manera, Silveira (2007) establece que, indudablemente, la dimensión política de la idea de territorio nos viene de larga data, pero la forma en que el territorio es usado ya sea con objetos, con formas de trabajar a los cuales podemos llamar técnicas, y con acciones políticas, según su fuerza y poder, pueden “determinar los usos y combinaciones” (p. 15).

En síntesis, se entiende el territorio como una construcción social e histórica formalizada por la materialización de las actividades humanas en un espacio físico determinado, pero que se desplaza por fuera de los límites jurídicos, del espacio material.

Ahora bien, más allá de que varias perspectivas intenten definir al territorio como producto de lo social, lo político y lo económico, trataremos de delimitar el concepto en función de los sujetos, es decir, en el orden del lenguaje. El territorio se desplaza de sus límites espaciales y geográficos constituidos socialmente. Los sujetos van conformando sentidos y trazando las huellas del territorio, con formas de vida, costumbres, códigos, lenguaje, historia. En otras palabras, el territorio es hablado, tiene un sentido, se enmarca en una serie de prácticas históricas, sociales y, por ende, políticas que lo forman y lo transforman.

Al situarnos entre el territorio y el cuerpo, el sujeto toma un punto central en tanto que es constructor de lo social y de lo urbano específicamente. Por ello, ya no hablaremos de territorio sino de territorialidades, pues abordar estas implica considerar aspectos económicos, políticos y culturales, íntimamente ligados “a como las personas organizan el espacio y como le dan significados al lugar, y por lo tanto contribuyen a la (re) producción de un determinado orden social” (Haesbaert, 2004). Las territorialidades son una construcción cultural que se apropia de la tierra simbolizándola, mancándola con el cuerpo e incorporándola hasta hacerla cuerpo.

La territorialidad refiere a aquellas acciones de los sujetos que intentan controlar, afectar e influenciar determinados acontecimientos sobre un área, sobre un territorio. Los controles pueden abarcar desde intereses agrícolas, hasta formas de organización que apelan a la lealtad y a la identidad de un pueblo. Es decir, refieren a la manifestación del modelo y las estrategias sociales del modo de vida de las poblaciones, y a sus particularidades construidas por procesos sociales y políticos, en un determinado ambiente de referencia.

La territorialidad, en el sentido de Santos (1994), se relaciona con la manifestación espacio-temporal, material, y simbólica de la estructura y dinámica de un territorio dado. En ese caso, no se refiere a un territorio, concebido como un ambiente físico material, sino como el propio espacio de vida, construido por relaciones sociales y desde estas, en sus vínculos establecidos con el ambiente donde se vive. En otras palabras, no se habla aquí, por lo tanto, de un territorio ocupado, sino construido socialmente, como espacio de organización social y política, en el cual los sujetos llevan su territorio a cuestas, ya sea a partir de tramas, es decir, de relaciones sociales que se entretejen por un objeto disputado –como puede ser el de un fin comercial– o a partir de valores étnicos, religiosos, políticos, entre otros.

Sujeto, lenguaje y territorialidades

En este aparte, será clave pensar cómo se produce el territorio, no desde lo material y jurídico, sino desde el sujeto; pues es posible establecer una constitución del territorio que tiene que ver con un proceso de producción de sentido a partir de los acontecimientos vividos.

El espacio de vida se constituye en un lugar en el cual ciertas prácticas ofrecen sentido a la existencia. Los sujetos incorporan su historia, la hacen cuerpo, y tratan de construir un nuevo hábitat.

Toda acción histórica pone en presencia dos estados de la historia (o de lo social): la historia en su estado objetivado, vale decir, la historia que se acumuló a lo largo del tiempo en las cosas, máquinas, edificios, monumentos, libros, teorías, costumbres, derecho, etc., y la historia en su estado incorporado, que se convirtió en habitus. … Esta actualización de la historia es consecuencia del habitus, producto de una adquisición histórica que permite la apropiación de lo adquirido histórico. La historia en el sentido de res gestae constituye la historia hecha cosa, la cual es llevada, reactivada por la historia hecha cuerpo”. (Bourdieu, 1999, pp. 82-83)

En este sentido, existen estructuras culturales e históricas que repercuten en las prácticas actuales y que, a su vez, estructuran las futuras. Las condiciones de existencia producen sistemas de disposiciones transferibles, estructuras estructuradas predispuestas a actuar como estructuras estructurantes. Es decir, el territorio se sienta sobre principios generadores y organizadores de prácticas y de representaciones que se estructuran en el cuerpo. Esto último, para exponerlo en otras palabras, parte de suponer que el cuerpo se inserta en una estructura simbólica a partir de un lenguaje que lo atraviesa y lo constituye. Por lo tanto, las prácticas que forman el sentido del territorio forman un sujeto. El cuerpo es un efecto de esa cultura en la que se encuentra inmerso, es atravesado y constituido por el lenguaje, pues es en la palabra, en el discurso, donde los seres humanos reconocen su subjetividad y nombran su cuerpo.

Las reglas que establecen el sentido del territorio se incorporan, se hacen cuerpo y funcionan como estructuras que permiten la construcción de la realidad. De esta manera, es posible analizar territorialidades que se hacen cuerpo a través de una historia que se incorpora, ya que –en la medida en que el territorio puede ser hablado– es posible hablar de territorialidades simbólicas. La territorialidad se hace cuerpo y se inscribe en él dentro de un orden específico de significados. Incluso es posible establecer que el territorio es apropiado por los miembros de una comunidad, lo que implicaría que los propios miembros de una comunidad humana construyan “el sentimiento de ese espacio que es su espacio, su espacio común” (Porto-Gonçalvez, 2001, p. 6). La historia de ese espacio, sus costumbres, su cultura, se hacen cuerpo y actúan como “principio generador y organizador de prácticas y de representaciones” (Bourdieu, 2007, p. 86).

Hasta el propio Marx (2002),  clasificado como un materialista, expresa que lo que diferencia al peor arquitecto de una abeja es que el primero idealiza, concibe, imagina su obra antes de ejecutarla. En el mismo sentido, como establece Bourdieu (2007): “toda apropiación material es al mismo tiempo simbólica, puesto que se apropia de lo que tiene o hace sentido” (p. 5). Lo simbólico se escurre por la cultura a través de estructuras estructurantes, como estructuras estructuradas o instrumentos de dominación que implican cuestiones ideológicas.

En otras palabras, el territorio se pone en práctica como estructuras corporales (gustos, lenguaje, gestualidad) que se vinculan con relaciones de poder, de saber, entre otras. En esta dirección comienza a verse reflejado un sentido relacional que permitirá pensar en la posibilidad de que el cuerpo se “hace permeable al entorno, no actúa ‘en’ el, sino ‘con’ él” (Bru, 2006, p. 467). De ahí que enunciemos en el título del presente trabajo, que el territorio se hace cuerpo. El sujeto es caracterizado como actuante, construye tramas o redes que forman parte de la configuración relacional y que traspasan los límites materiales del espacio.

El sujeto se encuentra en una estructura socio-simbólica; por ello, además de estar atravesados por cuestiones “biológicas”, queda envuelto por intereses sociales, históricos, políticos, económicos y simbólicos. En efecto, esta manera de observar lo social permite repensar el concepto de territorio no como estado de naturaleza –ya que este no está dado de una vez y para siempre–, sino que, para bien o para mal, es susceptible de plasmarse en formas de las que no tenemos aún una noción puntual.

El territorio no representa el espacio que ocupa, sino también que es producto del lenguaje, simbólico, significado por la cultura. Las diferentes prácticas socio espaciales –entre las que podemos mencionar la apropiación de objetos, la puesta en producción de recursos y bienes, elaboración de mapas, imposición de símbolos, creencias y valores– son elementos que permiten dar cuenta del tipo de espacio-territorio construido y de las particulares formas que puede asumir.

A partir de la apropiación del territorio por parte del sujeto, se construye todo un universo simbólico en el interior del cual se teje una relación con el pasado, con los objetos y con la cultura, que se transporta por fuera del espacio jurídico e implica una territorialidad.

A modo de cierre

Luego de este recorrido sobre el modo en que se ha definido a la geografía y al territorio, surgen algunos interrogantes para seguir indagando. ¿Qué relaciones se establece entre la preeminencia de significantes y el territorio?, ¿qué estructuras imponen los límites del territorio? Estas cuestiones que se plantean, no buscan efectuar un proceso de desterritorialización, sino de una nueva producción de territorio. Por ello, de lo se trata es de analizar en qué consiste esa construcción del territorio y esa apropiación territorial.

Incluir al sujeto y a la dimensión simbólica en la construcción del territorio, implica abrir nuevos caminos en el campo de la geografía, ya que el espacio geográfico, más allá de estar atravesado por una cultura, y un orden simbólico rompe los límites jurídicos y se hace cuerpo. Desde esta perspectiva “los sujetos ejercen poder y territorialidad a través de sus diferentes roles y, consecuentemente, producen transformaciones en el espacio y en las instituciones respectivas, que son la causa y consecuencia de las diferentes formas que asume la producción del espacio (Manzanal, 2007, p. 27).

Penetrar en la comprensión del accionar concreto y simbólico de los sujetos, es decir de sus actores, nos exporta al estudio del poder, de lo simbólico; puesto que los sujetos son actores que luchan por un poder (económico, cultural, político, simbólico) en un determinado territorio.

El camino que nos permitirán explicar las causas que llevan a la producción de diferentes formaciones territoriales se cruza con una cultura, unas relaciones de poder que conducen a una vía de mayor profundidad y abstracción, internándose en las razones más ocultas e invisibles. Ya lo ha enunciado Foucault “el poder es invisible”, circula y se introduce de manera meticulosa en prácticas espaciales y temporales. Y estas relaciones de poder como establece son tanto materiales como simbólicas.

Sin embargo, más allá de este énfasis las territorialidades como producto de una construcción social “el papel del espacio en relación a la sociedad ha sido frecuentemente minimizado por la Geografía se puede decir que la Geografía se interesó más por la forma de las cosas que por su formación” (Santos, 1996, p. 17). En definitiva, se deja por fuera al sujeto, al sujeto del lenguaje que ha hecho cuerpo su territorio y lo lleva más allá de sus límites a través de ciertas costumbres, mitos, creencias produciendo nuevos modos de territorialidad.

Referencias

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1 Estas cartografías tuvieron un gran auge, debido a los viajes de exploración y descubrimiento de la época. regresar

2 Algunos representantes pueden ser Alexander von Humboldt y Karl Ritter. regresar

3 El lenguaje no es un instrumento de la comunicación humana sino una práctica (por eso hace cosas).regresar

 

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