Revista de Ciencias Ambientales (Trop J Environ Sci). (Enero-Junio, 2017). EISSN: 2215-3896. Vol 51(1): 62-75.

DOI: http://dx.doi.org/10.15359/rca.51-1.5

URL: www.revistas.una.ac.cr/ambientales

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BIOGRAFÍA

Adelaida Chaverri: la primera naturalista y conservacionista costarricense

Adelaida Chaverri: the First Costa Rican Naturalist and Conservationist

Luko Hilje a

a Profesor Emérito. Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza (CATIE). Turrialba, Costa Rica. luko@ice.co.cr

1. Introducción

Adelaida Chaverri fue una destacada científica costarricense, con quien tuve la fortuna de compartir en varios ámbitos. Lamentablemente, murió pocos meses después de alcanzar los 56 años de edad, y cuando todavía tenía mucho por aportar, en la plenitud de su madurez intelectual y profesional.

En reconocimiento a su notable labor, poco después de su deceso, acaecido el 20 de setiembre de 2003, se le hicieron varios homenajes, a los cuales aludiré al final. Como resultado de ello, el Dr. Alfonso Mata Jiménez, a nombre del Centro Científico Tropical (CCT) -ente del cual Adelaida formó parte muy activa durante casi 30 años, al punto de ocupar varios puestos en su directiva- se esmeró en publicar una compilación de obituarios, notas biográficas y fotografías, más algunos detalles de actos conmemorativos. A esos recuentos biográficos de personas que la trataron de cerca (Mata, 2003; Bourillón, 2003; Jiménez, 2003; Hilje, 2003a) se sumaría un artículo en la prensa alusivo a dichos homenajes (Hilje 2003b), así como un recuento biográfico (Cleef y Kappelle, 2003) y una biografía muy completa (Kappelle y Cleef, 2004).

Ante tan copiosa documentación, en la que se condensan sus aportes científicos, es pertinente preguntarse si se justifica la presente biografía, que a primera vista podría percibirse reiterativa o redundante. Sin embargo, apoyado en los citados recuentos, en el Curriculum vitae, depositado en los archivos de la Escuela de Ciencias Ambientales (EDECA) de la Universidad Nacional (UNA), así como en algunas vivencias mías con Adelaida y con varios miembros de su familia, deseo ofrecer ahora una perspectiva algo diferente, que permita entender mejor la génesis suya como la primera naturalista y conservacionista costarricense. Y, como un homenaje a su memoria, me propuse hacerlo justamente este año, cuando hubiera celebrado su septuagésimo natalicio.

La hija del Dr. Gil Chaverri

Mi primera imagen de Adelaida data de los albores de mis estudios universitarios, iniciados en 1970, en la Universidad de Costa Rica (UCR).

Para comenzar, debo relatar que tuve la fortuna de que ese mismo año su padre, el Dr. Gil Chaverri Rodríguez, fuera mi profesor en los cursos de Química General, ofrecidos de manera masiva en el auditorio del edificio de Ciencias y Letras.

Cabe recordar que en las instituciones educativas del país se percibía a don Gil como un genio científico, pues ya desde la secundaria se asociaba su nombre con la célebre Tabla periódica de los elementos, un arreglo o reacomodo propio, que se usaba tanto en los colegios como en la UCR, al igual que en algunas universidades latinoamericanas. Aunque era un intelectual brillante, tal vez su seriedad y el tono de su voz, más mi escasez de entendederas, me dificultaban comprender sus explicaciones, por lo que aprobé ambos cursos con apuros. Es curioso que, si bien tenía un fino sentido del humor -del cual me enteré entonces por mi hermano Niko, colega suyo-, no lo manifestaba mucho en sus clases, ni lo aprovechaba como un recurso pedagógico.

Al año siguiente tuve que tomar dos cursos de Física para Biólogos, ofrecidos en el primer piso del edificio de Físico-Matemática. Entrar a esa aula era como ingresar a un quirófano, por fría y casi hermética, con largos pizarrones colmados de números y algoritmos, o diagramas de circuitos eléctricos, en el mejor de los casos. Es decir, una genuina tortura para los biólogos en ciernes, que gustábamos de palpar vida por lo menos a través de una ventana. Para peores, hasta entonces la biología era muy descriptiva, basada en una concepción esencialmente taxonómica de la naturaleza, por lo que las asignaturas ofrecidas en ese edificio distaban mucho de nuestros intereses, y su inclusión en el pensum lo percibíamos -por supuesto que de manera errónea e infundada- como una arbitrariedad.

Pues, bien, cuando me tocaba llegar a la citada aula, era frecuente que la clase previa no hubiera concluido aún. La impartía una joven muy seria y, mientras por fin ingresábamos e íbamos tomando asiento, ella borraba el pizarrón para que el profesor de física lo encontrara limpio. Impresionaban el orden de su escritura, así como sus ágiles y finos rasgos (Figura 1). Un día, algún compañero comentó que aquella muchacha era nada menos que la hija de don Gil Chaverri. Al instante, para mis adentros me dije: “¡Otra genio, como el tata!”. Ahí ella enseñaba los cursos de Matemáticas de Ingreso, Fundamentos de Matemáticas y Cálculo I.

Figura 1. Firma de Adelaida

Cabe hacer una digresión para indicar que, tras ingresar en 1964 a la UCR, donde cursó estudios de matemática hasta 1967, gracias a una beca del Latin American Scholarship Program of American Universities (LASPAU) los culminó en ١٩٧٠, al obtener el bachillerato en el Bryn Mawr College, en Pensilvania. Como una curiosidad histórica y biológica, en esa universidad privada, exclusiva para mujeres, enseñó por un tiempo Amelia S. Calvert (1876-1966) -aunque muchos años antes de la llegada de Adelaida-, quien con su esposo Philip había recorrido Costa Rica en 1910, por un año entero, legándonos el extraordinario libro A Year of Costa Rican Natural History, escrito por ambos, pero con Amelia como primera autora.

Para regresar a mis afanes de estudiante, por fin llegaría el año 1972, de verdadera epifanía, pues me correspondía tomar cursos exclusivos de mi carrera, todos ofrecidos en la Escuela de Biología. Su edificio, de arquitectura sencilla y sobria, estaba rodeado de verdor, aunque algo maltratado por las emanaciones de los laboratorios del vecino edificio de la Escuela de Química, algunas bastante fétidas, a huevo podrido.

Al frente, en un lindo jardín, se erguía -como hasta hoy- el pedestal con el busto de Clodomiro Picado Twight (1887-1944), nuestro máximo científico de todos los tiempos. Y, como a él siempre se le llamó Clorito, algún químico ocurrente y jocoso -al parecer, mi coterráneo naranjeño Pedro Herrera Alfaro- comentó que, por fortuna, la estatua de Clorito la habían hecho de piedra, porque si hubiera sido de bronce con el tiempo se habría oxidado, y entonces hubieran tenido que cambiar el nombre del homenajeado por el de Clorato.

Cabe acotar que dicha escultura fue tallada por el célebre Juan Rafael Chacón Solares, a partir de una inmensa piedra localizada en Turrialba. Originalmente se le instaló en la primera sede de la Universidad de Costa Rica, en barrio González Lahmann -donde hoy está la Corte Suprema de Justicia-, y fue develada el 16 de mayo de 1947, para conmemorar el tercer aniversario de la muerte de Clorito. Como una curiosidad, cinco días después, el 21 de mayo, fue que vino al mundo quien pronto sería bautizada como María Adelaida Chaverri Polini.

2. Una matemática convertida en ecóloga

Para retornar a esos días de júbilo académico, al comenzar el curso de Historia Natural de Costa Rica, impartido por el recordado Sergio Salas Durán y que dejaría una huella indeleble en mi vida, en la primera lección vi a Adelaida ingresar y sentarse a tomar apuntes. Quedé perplejo, y no entendí qué hacía ahí aquella profesora de matemática.

Por entonces con 24 años de edad, en la primera gira se hizo acompañar por su novio Christopher (Chris) Vaughan Dickhaut. Aunque algo tímida y reservada, poco a poco empezó a interactuar con el grupo, y nos contó que tenía mucho interés en la biología, por lo que había decidido tomar ese curso.

Cabe hacer aquí una digresión para indicar que Chris, graduado en 1971 como bachiller en biología en el Grinnell College, en Iowa, llegó a Costa Rica como voluntario del Cuerpo de Paz, para trabajar en el entonces Departamento de Parques Nacionales, liderado por el destacado conservacionista Mario Boza Loría. Fue ahí donde ese mismo año conoció a Adelaida, también voluntaria, en el programa de educación e interpretación ambiental.

A propósito de Chris, rememoro con claridad la tercera gira del curso, que comprendió un recorrido, con varias paradas de estudio, a lo largo del tortuoso camino entre Puriscal y la playa de Esterillos. Tras pernoctar ahí y hacer detalladas observaciones en sus manglares, en un rato de descanso tras tanta fatiga, una alta ola revolcó a varios compañeros. Él, que era un excelente nadador, reaccionó rápido y pudo rescatarlos -con riesgo de su integridad-, pero una muchacha quedó en mal estado. Lívida e inconsciente ya, mientras llegaba una ambulancia, le dio respiración artificial, y después fue trasladada al hospital en Quepos, donde permaneció internada hasta su recuperación. Atribulados como estábamos, todos agradecimos su arrojo y altruismo, y eso además aligeró la integración de él y Adelaida al grupo.

Para regresar a Adelaida, en el segundo semestre de ese año tomó el curso de Ecología General, a cargo de Manuel María Murillo Castro. Interactué muy poco con ella, pero recuerdo que un día en que varios estábamos en apremios, preparando un informe en la sala de la Asociación de Estudiantes de Biología, apareció providencial y nos prestó unos apuntes, que había acopiado en fuentes poco accesibles y en inglés, idioma que ella dominaba a la perfección y del cual nosotros teníamos tan solo rudimentos. Es decir, su generosidad nos permitió completar el informe que tanta angustia nos provocaba.

No estoy seguro de si ella tomó otros cursos. En realidad, o no tenía tiempo, debido a sus labores docentes, o no le interesaban tanto, pues en su mente bullían otras inquietudes y se perfilaban otros horizontes. Nunca se lo pregunté. Ahora, al releer lo escrito por Bourillón (2003) y Mata (2003), creo interpretar a cabalidad a lo que ella aspiraba entonces.

Relata su amigo Róger Bourillón Cordero que, interesado en las caminatas y el escalado, junto con Jorge Moya Montero y el recordado Alfonso Mata lograron que se reactivara el Club de Montañismo de la UCR, inactivo tras la partida de Alfonso a EE.UU., para sus estudios doctorales en química. Esto se concretó el 31 de marzo de 1971, con 13 asistentes, entre ellos Adelaida, aunque no Chris, quien aún no había llegado a Costa Rica.

Figura 2. Adelaida en la cima del Chirripó, con Alfonso Mata, Jorge Moya y Chris Vaughan, en la gira de 1971.

Foto: Alfonso Mata

Tras varias giras, entre el 12 y el 18 de diciembre emprenderían una al cerro Chirripó (Figura 2), la más alta de nuestras cumbres, a 3819 m. Cuenta Alfonso que ella había sufrido un accidente de automóvil durante su estadía en EE.UU., por lo que le habían insertado una platina en una de sus piernas. Ellos tenían poco de conocerse y, mientras ascendían, le preguntó si no le dolía la pierna, “a lo que me contestó que gran parte de la fortaleza física estaba en la mente”. Además, aunque el médico le había dicho que la platina tendría que acompañarla por siempre y que le imposibilitaría la práctica de deportes, años después logró que se la extrajeran, y... ¡hasta se la mandó por correo al médico!

En realidad, aparte de mantener hábitos vegetarianos durante gran parte de su vida, Adelaida practicó deportes como el montañismo, el atletismo y el buceo con gran constancia. No obstante, en el caso del montañismo, para ella fue mucho más que un deporte.

Así se capta con meridiana claridad en el relato de Mata (2003), testigo de excepción, quien acota que: “Fue en la caminata de montaña en donde la conocí mejor [...]. Nos ufanábamos muchas veces de quién llegaba primero a una cima, al fondo de un cráter o al sitio de acampar. Creo que el espíritu deportivo en nosotros era el normal. Sin embargo, Adelaida un día cuestionó el fin del montañismo tal y como lo practicábamos. Llegábamos a la conclusión de que además deberíamos de agregar a nuestra actividad el elemento naturalista, aderezarla con el conocimiento de los ecosistemas y las formaciones geológicas por donde transitábamos”. Es decir, el montañismo, que había practicado durante su estadía en Bryn Mawr College, para ella representó tanto, que la alejó de la fría y abstracta matemática, para acercarla a la comprensión de los misterios del mundo natural.

Esta actitud explica la metamorfosis que Adelaida experimentó, así como su decisión de tomar cursos en ciencias biológicas, mas no por simple afición, sino para hacer sólidos aportes científicos en este campo, como se verá después.

A propósito de mutaciones profesionales, es interesante que don Gil, su padre, originalmente fuera ingeniero agrónomo, por lo que laboró en caña de azúcar con la Cooperativa Victoria, en Grecia, así como en un programa de café del STICA (Servicio Técnico Interamericano de Cooperación Agrícola).

Aunque herediano de nacimiento, cuando don Gil era niño su familia se trasladó a la capital, donde además de cursar sus estudios de primaria y secundaria cultivó su afición por el piano y demostró su gran habilidad para aprender idiomas; muy joven, ya era políglota. Su interés por la química lo indujo a cursar una maestría en la Universidad de Cornell, en Nueva York, en 1946. Retornaría a EE. UU. en 1959, pero esta vez a Iowa State University, en Ames, para sus estudios de doctorado en química. Para entonces, su primogénita Adelaida había culminado la primaria en el capitalino Colegio de Sión, por lo que inició la secundaria allá, en la Welch Junior High School, la cual completaría en 1964 en el Colegio de Sión.

Cabe acotar que la estirpe de los Chaverri ha dejado una indeleble impronta en nuestra historia científica y académica. De hecho, la primera mujer profesional en Costa Rica fue la farmacéutica Felícitas (Lita) Chaverri Matamoros (1886-1934), y una sobrina de ella, Edith Chaverri Chaverri (1920-2013), sería nuestra primera ingeniera agrónoma, formada en la antigua Escuela Nacional de Agricultura, ente del cual se graduó también su primo segundo Gil, que era un año menor que ella. También conviene señalar que su hermano, el Dr. Adrián Chaverri Rodríguez, al igual que su primo tercero, el Dr. Guillermo Chaverri Benavides, fueron destacados químicos y profesores universitarios.

Para retornar a Adelaida, en su interés por la matemática fue determinante la influencia de su padre. Al respecto, cabe mencionar que, como parte del doctorado, don Gil hizo una subespecialidad (“minor”) en matemática, lo que lo facultaría para enseñar en la UCR los cursos de Matemáticas de Ingreso y de Ecuaciones Diferenciales; también impartió el de Físicoquímica, más los de Química General ya citados. Sin embargo, fue muy respetuoso de las vocaciones y aptitudes de cada uno de sus hijos, cuya diversidad de intereses profesionales denota preferencias muy diferentes, a saber: Gabriela (biología), Diego (física), Julián (medicina), Irene (trabajo social), Aurora (sociología), Paulina (historia) y Virginia (educación preescolar).

He tenido la fortuna de tratarlos a todos -exceptuando a Virginia- y, sin duda, son personas nobles y de bien. Mata (2003), que los conoció muy de cerca, destaca que todos ellos “muestran esos dones que solo se adquieren a través de un grupo familiar pletórico de valores humanos”, tras describir que en el hogar conformado por don Gil y doña María Antonieta Polini Castro, Adelaida halló “todo lo necesario en disciplina, rectitud, orden, sencillez, amor, ética, religión”, en tanto que su madre “mujer dedicada al hogar, inteligente y piadosa, también brindaba a los amigos cercanos gran cariño, siempre aportando alguna enseñanza del sentido de la moral y la bondad”. Cabe mencionar que doña María Antonieta, nacida en Italia por razones circunstanciales, era nieta de Ettore Polini Apoloni, genearca de su familia en Costa Rica.

Ahora bien, hay dos dimensiones adicionales de Adelaida que Mata (2003) retrata muy bien: “Ella ya se manifestaba como una naturalista desde todo punto de vista, en conocimientos, convicciones y acciones, necesarias para emprender una lucha, como la suya, por el salvamento de la riqueza natural del país, como contribución final a la conservación de la propia especie humana”.

Nótese el uso del término naturalista, que no es gratuito ni antojadizo, y del que algunos han abusado. Al respecto, tras revisar la historia de las ciencias naturales en el plano mundial, sostenemos (Hilje, 2013), que “un naturalista es un explorador -con títulos académicos o no- con vocación e interés simultáneo en varias ramas de las ciencias naturales, tanto biológicas (botánica, zoología y ecología) como geográficas (geología, mineralogía, vulcanología y meteorología), así como por las culturas autóctonas de una región o país (antropología y etnografía)”. Y Adelaida encarnó a plenitud ese concepto o acepción.

Para sustentar esta aseveración, basta con hurgar en su producción escrita, derivada de innumerables y extenuantes jornadas de campo, en las que incluso, gracias a su gran capacidad de observación, contribuyó en el descubrimiento y descripción del hongo Acaulospora splendida, así como en la localización de las plantas Macleania talamancensis y Luzula vulcanica, de difícil recolección (Kappelle y Cleef, 2004). Además, si bien sus publicaciones se concentran en el manejo de la vegetación de zonas altas, hizo contribuciones importantes en fitogeografía, geología, edafología, micorrizas y hasta animales.

De hecho, en 1983, cuando ambos laborábamos en la EDECA, me invitó a una gira de su curso de Ecología Forestal a la Estación Biológica La Selva, y ahí pude captar su solvencia en diversos campos. Asimismo, un testimonio concreto de sus variados intereses es que ese mismo año -recién regresado al país, tras mis estudios doctorales en entomología-, después de hacer ella valiosas observaciones sobre el serio daño causado por las larvas de Dirphiopsis flora (Saturniidae) a encinos, con generosidad me pidió que la relevara en la atención de ese problema, lo cual hice con gran gusto, hasta que pudo resolverse.

Todos los hechos anotados nos permiten concluir que Adelaida fue la primera naturalista costarricense. Al respecto, las biólogas que la antecedieron -muy pocas, por cierto- no han sido investigadoras de campo, o hicieron aportes en disciplinas muy específicas. Aunque se ha dicho que la primera lo fue Amparo López-Calleja (Quesada, 2010), viuda de José Cástulo Zeledón Porras -nuestro primer naturalista,- esa afirmación carece de fundamento, como lo demostramos en Hilje (2013). Sus biógrafos Kappelle y Cleef (2004) acotan que Adelaida “fue una naturalista en el sentido tradicional, motivada por su intuición y la voluntad innata de ayudar a salvaguardar la riqueza biológica necesaria para que la humanidad sobreviva en el largo plazo”.

3. Por las sendas del conservacionismo

Es importante destacar que, como lo señala Mata (2003) en uno de los párrafos recién transcritos, el acercamiento de Adelaida a las ciencias naturales no ocurrió por interés en la ciencia per se, sino que también por la urgente necesidad de dar un fundamento científico a la conservación de nuestros ecosistemas, amenazados de diferentes maneras. Eran tiempos en que carecíamos de datos generados localmente, aunque aún resonaban las réplicas del sismo provocado un decenio atrás por La primavera silenciosa, de Rachel Carson, a la vez que emergían nuevas y ominosas advertencias en Los límites del crecimiento y Proyecto para la supervivencia, libros elaborados por paneles de expertos, presididos por Dennis L. Meadows y Edward Goldsmith, respectivamente.

Evoco que fue en el propio 1972, año en que aparecieron esas obras, que algunas personas, casi todas asociadas con la Escuela de Biología de la UCR -yo era un muchacho de apenas 19 años-, empezaron a reunirse, casi siempre en el campus, y ese mismo año se formalizaba la Asociación Costarricense para la Conservación de la Naturaleza (ACCN), cuyas siglas mutaron después a ASCONA. Puedo acordarme con certeza de Alfonso Mata, Sergio Salas, Adelaida, Chris, Guillermo Mata Ulloa y Freddy Pacheco León, aunque varios informantes me han indicado que también estaban Róger Bourillón, Jorge Moya y Álvaro Castaing Riba, más Gabriela e Irene Chaverri -hermanas de Adelaida-, y quizás algunos más; de manera ocasional participaban los profesores Luis A. Fournier Origgi y Douglas Robinson. Según Mata (2003), fue “al abrigo del CCT [que] se fundó ASCONA”, en lo cual fue clave el Dr. Leslie R. Holdridge, ecólogo de relieve mundial que por tantos años residiera en Costa Rica.

Tiempo después, entre el 22 y el 26 de abril de 1974, recuerdo a Adelaida sumamente activa en el Primer Congreso Nacional sobre Conservación de Recursos Naturales Renovables, efectuado en el campus de la UCR. En ese evento, aparte de las de varios miembros del núcleo fundador de ASCONA, nos impresionaron vivamente las intervenciones del Dr. Carlos Quesada Mateo en el campo del manejo de cuencas hidrográficas, así como del Ing. Alejandro Quesada Ramírez, notable economista agrícola que había laborado para la FAO por muchos años y que se había incorporado como profesor ad honorem en la Facultad de Agronomía.

Sí llama la atención que la ponencia presentada por Adelaida se intitulara La alteración ambiental y la dinámica global, escrita de manera conjunta y en dos partes con Alfonso Mata. Él narra que ese fue el “primer esfuerzo que se hacía en el país sobre el tema”, y que ambos convencieron al Comité Organizador de la importancia de incluir estos aspectos en el congreso (Mata, 2003). Asimismo, menciona que esta fue la primera publicación de Adelaida, aunque en la bibliografía de su ponencia cita un trabajo titulado Efecto de los contaminantes ambientales en las plantas, por entonces inédito; pareciera que nunca lo publicó.

Estos hechos revelan intereses bastante generales de Adelaida, y quizás hasta dispersos, que incluyen alteraciones geológicas, climáticas, por radiaciones, por contaminantes (atmosférica, acuática, térmica, acústica, por basura, por plaguicidas, y de alimentos) y bióticas. Si bien ella suscribía su ponencia como miembro de ASCONA y el CCT, también lo hacía como estudiante del Departamento de Ciencias Forestales del Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza (CATIE).

Esto último es muy importante, pues denota el alejamiento definitivo de la matemática, para enrumbarse hacia la biología de la conservación, así como la orientación decisiva e irreversible de Adelaida por el campo forestal. De hecho, gracias a una beca del gobierno alemán, en enero de ese año había iniciado sus estudios de postgrado en el CATIE, en el programa conjunto de maestría con la UCR; también lo hizo por entonces su esposo Chris, gracias a una beca del Instituto Interamericano de Ciencias Agrícolas (IICA).

Fue en ese bello y casi paradisíaco campus del CATIE, en Turrialba, ente de gran prestigio continental y mundial, donde Adelaida cimentó su formación. Tras un año de interacción académica, en discusiones y cursos intensivos ofrecidos por profesores de muy alto nivel, ella pudo enriquecer su intelecto así como su visión acerca de las ciencias biológicas aplicadas; he escuchado testimonios de primera mano acerca de su extraordinario desempeño como estudiante. Quedó pendiente su tesis, que defendería el 30 de junio de 1979, y versaría sobre el Análisis de un sistema de reservas biológicas privadas en Costa Rica; tuvo como consejero principal al Dr. Holdridge, y como miembros de comité a los reputados ecólogos Gerardo Budowski y Luis A. Fournier, más el ecofisiólogo ecuatoriano José A. Fargas Arroyo.

Conviene hacer una digresión aquí, para destacar que, años antes y gracias a la iniciativa del ya citado Club de Montañismo de la UCR -con el determinante liderazgo de Adelaida-, secundada después por otras personas y por algunas autoridades políticas, tras varios años de gestación, el 29 de julio de 1975 se estableció el Parque Nacional Chirripó (Chaverri, 2008). Además, ella participó con otros conservacionistas en la creación del Parque Nacional Corcovado, que se concretó el 24 de octubre de ese mismo año; al respecto, cabe indicar que la tesis de Chris se intituló Plan maestro para el manejo y desarrollo del Parque Nacional Corcovado, Península de Osa, Costa Rica, y la defendería en 1979.

4. Adelaida como académica, mentora y gestora

Es importante destacar que el viraje de Adelaida hacia la biología de la conservación ocurrió en una auspiciosa coyuntura para ella y para Costa Rica, pues en esa misma época se fundó la Universidad Nacional (UNA), en Heredia. Ello ocurrió el 15 de febrero de 1973, y abriría sus puertas un mes después.

Surgida en medio de gran pobreza material, esta institución se regía por el paradigma de la “universidad necesaria”, insólito en el país, y por el que su principal impulsor y primer rector, el presbítero Benjamín Núñez Vargas acometiera tantas luchas, víctima de la incomprensión de varios sectores políticos. Entre sus innovadores planteamientos (Núñez, 1974) se enfatizaba el arraigo en la realidad nacional, al colocar la ciencia y la técnica al servicio del desarrollo nacional, a la vez que se pretendía abrir amplias oportunidades de estudio y formación a jóvenes de origen rural, históricamente excluidos del mundo universitario.

En tal contexto, ocurrió un hecho providencial, como lo fue el retorno al país del Dr. Rolando Mendoza Hernández, quien con el estímulo y apoyo del Dr. Antonio Balli Pranzini se había marchado a Italia, a cursar sus estudios doctorales. Tras laborar un tiempo en la Universidad de León, en Nicaragua, este biólogo y firme conservacionista regresó a Costa Rica en 1973, donde trabajó por un corto período en la UCR; por justicia y gratitud, no puedo omitir la mención de que exactamente en ese tiempo fui su asistente de laboratorio en el curso de Zoología de Vertebrados, cátedra a cargo del Dr. Carlos E. Valerio Gutiérrez, y que en 1975 me invitaría a laborar como docente en la UNA.

Contratado como docente en el nuevo Departamento de Biología, desde ahí Rolando, junto con la microbióloga Mariana Campos Quesada y Mario Boza -que todavía laboraba en el Departamento de Parques Nacionales-, al visualizar la gran oportunidad que se abría para Costa Rica, con gran tino propusieron la creación de la Escuela de Ciencias Ambientales (EDECA), como parte de la Facultad de Ciencias de la Tierra y el Mar. Con el entusiasta apoyo del Dr. Oscar Aguilar Bulgarelli -decano de ésta-, así como el fuerte respaldo del rector Núñez, la idea fue elevada a la Comisión Organizadora Ad Hoc de la UNA -conformada por el rector, tres ministros y ocho intelectuales-, que de manera transitoria hacía las veces de un Consejo Universitario. Con la debida aprobación por dicha instancia, la EDECA inició labores en 1974 bajo la dirección de Mario, en tanto que Rolando permaneció como director y docente en el Departamento de Biología.

Dada la necesidad y hasta urgencia de reclutar buenos profesionales, Mario acertó en contratar a Adelaida y a Chris, a quienes conocía muy bien desde la época de voluntariado previamente citada, y que para 1975 habían cumplido la primera etapa de sus estudios de postgrado, dando muestras inequívocas de su capacidad profesional. Adelaida asumió cátedras inéditas en nuestro ámbito académico, como lo fueron Biota de Costa Rica y Ordenación de Áreas Silvestres, esta última compartida con Chris, quien a su vez impartía el curso de Manejo de Vida Silvestre.

Pero, exigente consigo misma -como lo era-, nunca dejó de acrecentar su preparación académica. Y fue así como tomó varios cursos cortos y realizó algunas pasantías prolongadas -de varias semanas o meses- en centros de investigación de alto nivel; entre las últimas destacan las siguientes: ecología forestal (Oregon State University, 1983), manejo forestal (Instituto Forestal Oxford, 1988), bases ecológicas para el manejo forestal sostenible (Universidad de Florida, Gainesville, 1996), y ecología y silvicultura de bosques tropicales y templados (Universidad de Göttingen, 2000). Con ello, a lo largo del tiempo ensanchó su contribución en la enseñanza, con cursos como Ecología Forestal, Inventarios Forestales, Historia Natural de Costa Rica y Técnicas en Interpretación Ambiental.

Asimismo, a sus 26 años de fructífera carrera docente -pues sus aportes formativos siempre fueron de altos quilates- se sumó una trayectoria extraordinaria como investigadora, que se plasmó en unos 50 artículos y capítulos de libros, más su libro póstumo Historia natural del Parque Nacional Chirripó, Costa Rica (Chaverri, 2008). Estos logros le permitieron exponer novedosas ponencias en más de 50 eventos científicos nacionales e internacionales, incluyendo numerosos países latinoamericanos, más EE.UU., Holanda, Suiza, Inglaterra, Alemania y Georgia (antigua URSS). Todo ello le confirió reputación mundial como especialista en el campo forestal, lo que también la llevó a efectuar consultorías para entes internacionales, como la FAO, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza y Recursos Naturales (UICN) y la Wildlife Conservation Society.

Conviene resaltar que Adelaida no fue una investigadora individualista y egocéntrica. Siempre tuvo claro -y practicó lo que predicó- que la investigación se debe efectuar en equipos de trabajo, de lo cual es fehaciente la lista de sus publicaciones, compilada por Kappelle y Cleef (2004). En congruencia con esto, dedicó incontables horas y esfuerzo a la creación y consolidación del programa de investigación Ecología y Manejo de la Vegetación de Montañas Altas en Costa Rica (ECOMA), que dirigió por 15 años, de 1981 a 1996. A este programa, que permitió formar a prometedores estudiantes que hoy son destacados profesionales, se refiere con amplitud Jiménez (2003).

Asimismo, él destaca que, en una época en que lo que existía en la UNA eran proyectos individuales de investigación, ECOMA representó el primer programa de esta naturaleza, de manera que Adelaida también supo actuar como gestora y abrir brecha en el ámbito administrativo-académico.

Fiel a su visión y a la imperiosa necesidad de trascender en el plano internacional para nutrirse de las experiencias de otras entidades científicas, supo establecer oportunas y enriquecedoras alianzas, para así incorporar a investigadores y estudiantes avanzados de las universidades de Amsterdam y Göttingen. Fue así como, por ejemplo, atestiguamos la conversión de estudiante de postgrado en un destacado especialista, a Maarten Kappelle, a quien hoy tanto le debemos Costa Rica y los trópicos; por cierto, a manera de anécdota, recordamos a Maarten recorriendo los pasillos de la EDECA invariablemente sonriente y desaprensivo, mientras portaba sus libros y documentos no en un bulto, sino en una bolsa de papel, de manigueta. Del significado y relevancia de ECOMA hay valiosos detalles en Cleef y Kappelle (2003).

Además de ECOMA, Adelaida dedicó muchas horas a aspectos administrativos de la EDECA, con su labor en comisiones de diverso tipo, así como coordinadora de varios programas y actividades. Asimismo, actuó como representante de la EDECA o la UNA ante organismos como la UICN, el Fondo Mundial de Vida Silvestre (WWF) y la Organización de Estudios Tropicales (OET), así como en el Plan de Acción Forestal de la FAO. Compartí con ella el trabajo en algunas comisiones, y puedo dar fe de que siempre destacó por la entrega en su trabajo, así como en la exigencia por las labores bien hechas, frontal contra la mediocridad, la indiferencia y la muy arraigada burocracia universitaria.

En síntesis, su vida académica y profesional fue una suma de logros de muy alto nivel, que supo compatibilizar con sus responsabilidades familiares y maternas. Bien lo acotó Mata (2003), al indicar que “la biografía de Adelaida puede resumirse así: una vida dedicada a la investigación de los bosques de altura, a la conservación ambiental y a la educación superior. Tuvo dos hermosos hijos”. En efecto, una pareja de muchachos bien educados, que desde niños frecuentaban la EDECA, y a los que sus colegas aprendimos a querer.

En congruencia con esto, en la dedicatoria de su libro póstumo, Adelaida escribió: “A mis hijos Andrés y Catalina, con quienes, como niños y jóvenes, he disfrutado tanto de la naturaleza, especialmente en los parques nacionales. A Andrés, mi inspiración, porque visitó el Chirripó, antes de que fuera Parque Nacional. Aunque no lo vio, lo sintió a sus cinco meses de vida, dentro de mí. A Catalina, porque me enseñó a disfrutar aún más cada momento de mi vida”. Cabe indicar que, por las necesidades de un proyecto suyo, debió escalar el Chirripó con cinco meses de embarazo. Y, en un gesto muy significativo, lo haría menos de un año después, cuando Andrés tenía seis meses de edad (Figura 3).

Figura 3. Andrés, en un paraje del páramo, en Chirripó. Foto: Adelaida Chaverri.

Tras convertirse en 1986 en catedrática, la máxima categoría académica, se jubilaría en 2001. Esperaba iniciar la época más fructífera de su vendimia académica, ya sin límite de tiempo para escribir lo mucho que aún tenía pendiente, de tanto que investigó; así me lo expresó en un mensaje de mayo de 2002, cuando ya sufría los estragos de un infame cáncer que venía minando sus fuerzas desde mucho antes. Lo confrontó con la misma entereza que caracterizó su vida, pero la batalla era desigual y, al final, la enfermedad la doblegaría.

Sus restos reposan en el cementerio de San Isidro de Heredia, dado que por muchos años residió en las hermosas estribaciones del volcán Barva, en el cercano pueblo de Concepción de San Rafael.

5. Epílogo

Como se ha podido captar a lo largo de este recuento biográfico, la travesía vital de Adelaida es única, así como sorprendente en varios sentidos.

Al respecto, y como una curiosidad, alguna vez le comenté que, por ser ella matemática, tendría habilidad para hacer trabajos más cuantitativos, incluyendo la modelación de los sistemas naturales en los que trabajaba, como los páramos y los encinares o robledales de altura. Sin embargo, tal vez no por abjuración de su formación original, sino por lo cautivante que es la naturaleza tropical, me respondió que lo que más le interesaba era la historia natural como tal. Y, en plena concordancia con ello, se dedicó de lleno a la biología de campo, como ninguna mujer lo había hecho antes en Costa Rica, para legarnos un original acervo, de incalculable valor científico. Pero, además, genuinamente preocupada por el deterioro ambiental del país, se comprometió junto con otras personas en acciones de las que, sin exhibicionismo, fatuidad ni estridencias, resultaron productos concretos, como los parques nacionales Chirripó y Corcovado.

Por fortuna, en reconocimiento a la fecunda trayectoria de Adelaida, se le tributaron varios homenajes, todos muy significativos. Por ejemplo, apenas un mes después de su partida, el 23 de octubre se develó su retrato en la Sala José Tosi, del CCT, en presencia de sus hijos, y luego se publicaría la compilación efectuada por Mata (2003).

Asimismo, hubo varios actos conmemorativos, entre los que destacó el bautizo, con su nombre, del sector superior del sendero La Ventana, en la Reserva Biológica Bosque Nuboso Monteverde. Esto ocurrió el 30 de octubre, en la celebración del 30 aniversario de la fundación de dicha reserva.

Además, el 26 de noviembre se sembró un arbolito de roble-encino (Quercus oocarpa) en los jardines de la EDECA. En la placa que acompaña al árbol, se lee: “Este roble encino está dedicado a la memoria de Adelaida Chaverri Polini. Su longevidad representa la trascendencia de la obra heredada por ella”. Por cierto, dos días después, en el programa Panorama, transmitido en cadena a todo el país por la Cámara Nacional de Radio, se hizo una síntesis de una detallada biografía -por entonces inédita- elaborada por Maarten Kappelle y Antoine Cleef, ya citada.

A estos tributos se sumó la aparición el tercer volumen del libro Árboles de Costa Rica, a inicios de 2004, escrito por Nelson Zamora, Quírico Jiménez y Luis J. Poveda. Estos colegas y amigos suyos de la UNA se lo dedicarían así: “Para Adelaida Chaverri Polini. Amante de los árboles de nuestros bosques y luchadora tenaz e incansable por su conservación. Que la sombra de los viejos robles de Talamanca que hoy te extrañan, te acompañe y proteja siempre”.

Asimismo, el 23 de abril se develaba su retrato en la Galería de la Mujer, en el Instituto Nacional de las Mujeres (INAMU); ella había sido aceptada el 12 de noviembre de 2003 por la comisión pertinente. Representó la primera científica y la décima mujer en recibir tal distinción, otorgada anualmente a una costarricense que haya contribuido al mejoramiento de la calidad de vida de las mujeres, así como a la eliminación de la subordinación y discriminación en su contra. Por cierto, ese día pudimos reencontrarnos con su padre don Gil, bastante enfermo del mal de Parkinson, así como con todos sus hermanos; él fallecería el 27 de mayo de 2005, a los 84 años, tras una viudez de poco más dos años y, tristemente, Irene y Aurora morirían pocos años después, víctimas de cáncer.

En síntesis, no hay duda de que el legado científico de Adelaida merecía estos y otros reconocimientos, como lo fueron el recuento biográfico de Cleef y Kappelle (2003) más la detallada biografía de Kappelle y Cleef (2004), así como la dedicatoria del libro Páramos de Costa Rica, editado por Maarten Kappelle y Sally Horn, que reza así: “A la memoria de nuestra colega y compañera Adelaida Chaverri Polini (1947-2003), coautora de tres capítulos de este libro, investigadora pionera de los páramos costarricenses y quien con una gran visión propuso la creación del Parque Nacional Chirripó, el área silvestre protegida con la mayor extensión de páramo en Costa Rica”.

Y, para culminar, se logró la publicación póstuma de su libro Historia natural del Parque Nacional Chirripó, Costa Rica, que vería la luz cuatro años después, en 2008. Es un muy valioso documento, pero también representa un testimonio del amor de Adelaida por esos mágicos parajes, de los cuales al final del libro expresa: “En este lugar, la naturaleza, en lucha con la entropía universal, ha construido un equilibrio vivo particularmente frágil. Solo la unión de todos los que lo amamos logrará la conservación de sus bellezas y su completa recuperación, tal y como fueron vistas por los primeros visitantes de estas cimas, mujeres y hombres indígenas, de tez bronceada y cuerpos ágiles, cuyas mentes entendieron mucho más rápidamente y mejor que nosotros las interrelaciones naturales entre los seres y su ambiente, en lo que es hoy el Parque Nacional Chirripó”.

Palabras con regusto a eternidad, como lo es también la memoria de la propia Adelaida, quien en su paso por la vida terrenal supo trascender y además logró quedarse habitando los corazones de quienes tuvimos la fortuna de tratarla y conocerla.

6. Agradecimientos

Agradezco la información aportada por Diego Chaverri Polini, Chris Vaughan, Catalina Vaughan Chaverri, Edith Sáenz Chaverri, Róger Bourillón Cordero, Jorge Moya Montero, Jaime García González, Freddy Pacheco León, Rolando Mendoza Hernández, Mario Boza Loría, Maarten Kappelle, Rodrigo Gámez Lobo, Niko Hilje Quirós, Nuria Wong Wong, Silvia Pérez Molina y Álvaro Jiménez Castro.

7. Referencias

Bourillón, R. (2003). Adelaida. In Centro Científico Tropical. Memoria de homenajes a la asociada Adelaida Chaverri Polini. San José, Costa Rica: Centro Científico Tropical.

Chaverri, A. (2008). Historia natural del Parque Nacional Chirripó. Heredia, Costa Rica: INBio.

Cleef, A.M. y Kappelle, M. (2003). Memorias acerca de una científica en el páramo costarricense: Adelaida Chaverri-Polini. Brenesia (7), 59-60.

Hilje, L. (07 de octubre, 2003a). Adelaida. Diario La República. P. 17.

Hilje, L. (12 de mayo, 2003b). Tributos a Adelaida Chaverri. Diario La República. P. 13.

Hilje, L. (2013). Trópico agreste; la huella de los naturalistas alemanes en la Costa Rica del siglo XIX. Cartago, Costa Rica: Editorial Tecnológica de Costa Rica.

Jiménez, W. (2003). Recordando a Adelaida. In Centro Científico Tropical. Memoria de homenajes a la asociada Adelaida Chaverri Polini. San José, Costa Rica: Centro Científico Tropical.

Kappelle, M. y Cleef, A.M. (2004). Adelaida Chaverri: ecóloga de tierras altas, conservacionista genuina. Manejo Integrado de Plagas y Agroecología (73), 1-7.

Mata, A. (2003). Biografía de Adelaida Chaverri. In Centro Científico Tropical. Memoria de homenajes a la asociada Adelaida Chaverri Polini. San José, Costa Rica: Centro Científico Tropical.

Núñez, B. (1974). Hacia la Universidad Necesaria. Heredia, Costa Rica: Departamento de Publicaciones.

Quesada, G. (2010). Primera naturalista costarricense, Amparo López-Calleja. Revista Estudios (23). s.p.

 

 

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