Revista Bibliotecas Vol. XXIX, No. 2 jul.-dic., 2011 pp.
Este artículo señala el decrecimiento del estudio histórico de la bibliotecología frente al aumento de estudios sobre la tecnología impulsada por la globalización y por el predominio del tecnicismo en la disciplina, aunque resulta indispensable retomar ese conocimiento histórico si la bibliotecología desea instituirse como un campo de conocimiento plenamente científico. Se enfatiza en los inicios de la bibliotecología, desde la oralidad hasta el registro escrito preservado por los archivos y las bibliotecas, y su estrecha relación con el desarrollo de la ciencia de la historia. También se establece un vínculo entre los documentos, los bibliotecarios y los historiadores para poder comprender el pasado y el presente social.
Bibliotecología, Historia, Documentos, Información
This article marks the decline of the historical study of the Library meet the increase in studies on technology-driven globalization and the predominance of technicality in the discipline, but it is essential to return to that historical knowledge if the Library want instituted as a fully scientific field of knowledge. Emphasized in the beginning of the Library from orality to the written record preserved by the archives and libraries and its close relation to the development of the science of history. It also establishes the link between documents librarians and historians to understand the past and present society.
Library Science, History, Documents, Information
El campo bibliotecológico, en su actual etapa de desenvolvimiento, vislumbra el futuro hacia el que con incertidumbre se dirige. A cambio, en una relación directamente proporcional, va dejando de mirar atrás, con lo que las huellas dejadas en su largo recorrido comienzan a difuminarse. Lo que, en otras palabras, viene a significar que la historia de la bibliotecología, en cualquiera de sus múltiples escorzos, ya no despierta gran interés para ser estudiada por los propios bibliotecólogos. Lo que ocupa los reflectores de mayor interés son temas de carácter más coyuntural, en específico, los referidos a cuestiones tecnológicas. El investigador hispano Emilio Delgado López-Cozar, haciendo un seguimiento del estado de la investigación de las distintas áreas y temas bibliotecológicos en el nivel internacional, constata la tendencia mencionada:
Las divergencias más significativas son el aumento de los artículos que versan sobre los procesos de automatización (se multiplican por tres) y el descenso de los estudios históricos (caen a la mitad) […] Se confirma la pérdida de peso específico de la catalogación y los estudios históricos y la explosión de los temas relacionados con los procesos tecnológicos que desencadenó la automatización de los procesos bibliotecarios y el desarrollo de la recuperación de la información.
Es de señalarse que tal decremento de los estudios históricos, en relación directa con el incremento de estudios sobre tecnología, encuentra razones no solo en la desbordada oleada tecnológica que impulsa la globalización, sino también en el orden estructural del campo bibliotecológico; el cual, en la actualidad, se encuentra sustentado sobre lo que denomino como orden técnico, que marca con su impronta a los diversos ámbitos que integran el campo bibliotecológico, determinando con ello el predominio tecnológico que orienta de manera futurista su desenvolvimiento.
Es sabido que la técnica es un componente consustancial de la bibliotecología y en cuanto tal, es un elemento más. No obstante, se va a convertir en un factor predominante en virtud de la progresiva incorporación de la tecnología más avanzada, estatuyéndose así el designio de un orden técnico. Esto implica que el campo va a estar expuesto a la dinámica impulsora que subyace a las tecnologías de la información en boga: signadas por la vertiginosa obsolescencia, lo que las empuja a un desbocado futurismo, que ha cercenado sus nexos con el pasado; futurismo angosto, obnubilado de su pasado. Semejante ansiedad futurista, envuelta en el terno tecnológico, ha redundado en la pérdida de interés por los temas históricos en la bibliotecología. Ha puesto en evidencia la grieta que se abre en el seno del campo bibliotecológico y que exhibe la escisión entre su rico pasado y el futuro al que pretende dirigirse.
Una ciencia, para seguir ampliando sus horizontes cognoscitivos, debe recuperar los pasos dejados atrás para que le sirvan de guía de los pasos que dará hacia delante. Si el campo bibliotecológico ha de dar el paso que lo conduzca a la autonomía como un campo de conocimiento plenamente científico, le resulta del todo necesario recuperar su pasado. Lo que significa retomar la senda del conocimiento histórico; restablecer su unidad con el desenvolvimiento presente; abrir la puerta del horizonte futuro, en el que queden perfilados sus múltiples posibles, donde un futuro signado por la tecnología solo sea una posibilidad entre otras o un complemento de otras posibilidades.
Lo dicho hasta aquí deja en claro la pertinencia de llevar a cabo un encomio de la historia de la bibliotecología, elogio que es una invitación para retomar el cultivo de la historia y más aún, para recordarnos que la bibliotecología también es parte de la historia.
La definición canónica de la historia estipula que es el estudio del cambio de los individuos y las sociedades en el tiempo o, en su resumida variante, el cambio de la vida social. A este concepto hay que añadir la distinción entre el acontecer real y temporal de las sociedades y la ciencia (relato) que estudia ese acontecer. Tal distinción suele pasarse por alto en algunos contextos que designan con la palabra “historia” tanto al acontecimiento como a la ciencia que lo estudia. Lo que ocasiona algunos problemas de orden cognoscitivo. De ahí, que en algunas lenguas se hayan acuñado términos alternativos y diferenciados, por ejemplo, en inglés, existe la distinción entre history e story; en español, el término diferenciador es historiografía, aunque adolece de limitantes que soslayan su riqueza como ciencia por avocarse a la dimensión del relato. En este elogio haré la distinción al caracterizar el acontecimiento (res gestae) con la minúscula inicial historia, mientras que la indagación (ciencia) y el relato de las acciones humanas pretéritas (historiam rerum gestarum) se designarán con la mayúscula inicial Historia. El subrayar tal distinción no es ocioso, ya que permitirá especificar cómo inciden tanto la historia como la Historia en la bibliotecología. Y con ello, poner en evidencia su estrecha interdependencia.
La remota génesis de lo que será, con el correr de los siglos, la actividad bibliotecológica se ubica en el momento en que la cultura oral entra en ocaso, para dar lugar a la cultura escrita. La cultura oral, en cuanto a sus formas de generación y transmisión de información, tiene una extrema complejidad, que ha sido velada porque se ha tratado de comprenderla desde la posición diametralmente opuesta de la cultura escrita. Cuando tratamos de comprenderla sin tal mediación, nos asombra su amplitud de posibilidades, con lo que nos da también la medida de lo que hemos perdido con el paso a la cultura escrita. La cultura oral no solo se limitaba a la producción y transmisión de información por el canal oral-auditivo, también entraba en juego la visualidad, que captaba la información por medio de imágenes y símbolos. Lo más extraordinario era que el cuerpo mismo se convertía en fuente informativa al transmitir mensajes mediante el movimiento, fueran bailes o ritos que ritmaban la vida colectiva: nacimiento y muerte. Bien puede decirse que la corporeidad, en su conjunto, era el soporte de la información y adquiría fijación y continuidad en un amplio espectro de la memoria, que aunaba lo corporal con lo auditivo y lo visual. Memoria de gran potencia y alcance que satisfacía plenamente las necesidades de las culturas orales.
Con el surgimiento de organismos políticos estables, que a su vez dieron lugar a los primeros reinos y, posteriormente, a los imperios, quedaba rebasada la cultura oral. Surgió la necesidad de registrar de otra forma una información que se incrementaba exponencialmente al compás del crecimiento de los mencionados organismos políticos y sociales. Todo lo cual impulsó la creación de instrumentos técnicos como la escritura y y sistematizar en forma continua el pasado compartido por la comunidad, ahora organizada en una amplia unidad política y territorial. Así, el nacimiento de la escritura produjo la subordinación a ella de los distintos lenguajes (oral, corporal, visual, musical) que interactuaban y daban forma a la cultura oral. Lo que redundó en que la memoria obnubilara su vasta potencia de acumulación de información, para descargarla en el registro escrito, un tipo de memoria desconocido hasta ese momento. Peculiar forma de memoria que ya no tiene como asiento de gestación, acumulación, preservación y despliegue la mente humana, en la cual solo quedará una forma limitada de memoria, para cubrir necesidades individuales inmediatas de cada persona. La memoria escrita será en adelante atesorada en archivos y bibliotecas, instituciones que tendrán una importancia primordial para el orden social del mundo antiguo.
Los archivos y bibliotecas encarnaron, desde la antigüedad, el espíritu y la materialidad de la cultura escrita. Tales instituciones son producto del devenir histórico, representan los cambios sociales. La historia, indetenible en su discurrir temporal, dio lugar a la transición de la cultura oral a la cultura escrita; con esta última, a sus instituciones más características y representativas, las cuales ya contenían el germen de lo que con el transcurrir de los siglos daría lugar a los múltiples elementos que irían constituyendo al universo bibliotecológico. Con ello dejaba en claro la presencia de la historia en ella, pero también de la proyección de lo bibliotecológico en la Historia. Así, la voz de la historia recorre el campo bibliotecológico.
Con lo que quedaba de esta forma fue puesto el marco para que se estableciera la inalienable relación dialógica entre la ciencia de la Historia y la ciencia bibliotecológica, relación signada por el movimiento recursivo entre ambas: cada una es causante y causada por la otra. De ahí, la natural y estrecha relación entre Historia y bibliotecología. Esto lleva a plantearnos las preguntas que nos servirán de guía entre los meandros de tal relación, para así dejar manifiesta la necesidad del cultivo perenne de la Historia: ¿cómo se establece la relación entre bibliotecología e Historia?, ¿para qué se lleva a cabo la relación entre ambas formas de conocimiento?
Una de las consecuencias de que con un mismo término se designen el acontecimiento histórico y la indagación (relato) histórica, deriva en la percepción del historiador como un testigo directo y privilegiado del pasado. En semejante percepción se soslaya lo obvio: es del todo imposible tal hecho, pues la materia del historiador, que es el pasado, ya pasó. El historiador no puede tener con el pasado, con cualquier pasado, aunque no sea de su especialidad, un contacto presencial directo. Solo puede acercarse al pasado, y esa es su condición de posibilidad como historiador, de manera mediada, indirecta y diferida. El historiador accede al acontecimiento específico del pasado elegido para su estudio mediante los vestigios que de tal pasado deja bajo la forma documental, como lo explica el historiador (y teórico de la Historia) francés Paul Veyne:
Este límite es el siguiente: lo que los historiadores denominan acontecimiento no es aprehendido en ningún caso directa y plenamente; se percibe siempre de forma incompleta y lateral, gracias a documentos y testimonios, digamos que a través de tekmeria, de vestigios.
El pasado, como el presente, es producto de un vertiginoso, y casi podríamos decir infinito, entramado de acontecimientos (que pueden ser conglomerados de hechos, acciones, procesos, instituciones, estructuras y personas); estos solo dejan un número finito y limitado de documentos y testimonios. No significa que todos sean documentos históricos, puesto que antes de ser tocados por la mano del historiador, únicamente son los restos del naufragio del pasado.
La desbordada variedad de acontecimientos del pasado se ofrece en una breve fracción de datos, que se plasman en una restringida cantidad de documentos (y entiéndase estos de manera amplia). Pero estos no llegan tal cual al historiador, como si este recogiera los restos del naufragio a la vera de una playa desierta o en una costa populosa, y a partir de la reunión de tales restos se reconstruyera el navío del acontecimiento histórico. La historia encuentra desembocadura en las bibliotecas, archivos y museos. Es en tales instituciones donde al pasado le es insuflada la reviviscencia; donde se reúnen, organizan, preservan y difunden los documentos en que se ha plasmado. Ahora bien, todo documento se encuentra transido de historicidad; incluso los documentos creados en tiempo presente, y esto por no hablar de los documentos que ya son recibidos directamente del pasado, una vez que son incorporados, por ejemplo, a la biblioteca, son preservados ahí, lo que significa que se resguardan en la temporalidad de la historicidad. El tiempo los recorre para convertirlos en documentos del pasado, atesorados en una biblioteca para ser ofrecidos al público, a los historiadores: son ellos los que hacen de la historicidad del documento un documento histórico. No todo documento alcanza el rango de histórico, a menos que sufra la intervención del historiador; más para que tal intervención pueda llevarse a cabo, el documento previamente hace un recorrido que queda signado por los procesos que realiza sobre él la biblioteca o, más exactamente, el bibliotecario.
El conocimiento bibliotecológico, por mediación de la biblioteca, trabaja con la información registrada (universo informativo generado por la cultura escrita). Los documentos recibidos como vestigios del pasado o como producción presente son organizados por medio de procesos técnicos, para con ello ponerlos a disposición del público. Visto desde el enfoque histórico, esto significa que el documento que ingresa al universo bibliotecario, producto de la historia, se convierte, en potencia, en documento de la Historia. La insoslayable mediación bibliotecológica está presente y es determinante a la hora en que el historiador selecciona un documento para convertirlo en histórico por vía del proceso que el implementa sobre el documento: la interpretación. En esa fase es cuando se establece el movimiento recursivo entre Historia y bibliotecología.
La biblioteca ofrece una amplia gama de documentos, organizados por el conocimiento bibliotecológico, de los cuales el historiador selecciona los que le son pertinentes para el estudio de un determinado acontecimiento histórico. Puede decirse que la bibliotecología es causa de la Historia que desarrolla el historiador. Una vez que el historiador comienza a ordenar los documentos seleccionados, los va transfigurando en documentos históricos, proceso que se completa cuando emprende su interpretación. Con lo que el documento ya es parte integral de la Historia. Llegado el historiador a este punto, el movimiento recursivo se revierte, para ser causante de la conformación del documento bibliotecológico con el añadido histórico.
El documento histórico (producto de la Historia) al pasar, con ese plus, por las manos del profesional bibliotecario es causante de que asuma de forma diferente a tal documento, que ya no es un documento igual a los demás, solo homologados por el proceso técnico (clasificación, catalogación…); le brinda el sentido y la conciencia de lo histórico y, por ende, de la construcción de la Historia, más exactamente, de su propia Historia. La bibliotecología, en su larga y ancestral historia (desde las primeras bibliotecas en el mundo antiguo, la conformación de la figura del bibliotecario y la constitución de la ciencia, el conocimiento bibliotecológico), ha producido los documentos que hablan de sí misma, que muestran cómo se ha desenvuelto a través del tiempo; son documentos que dan razón de su inherente historicidad. El historiador señala el camino al bibliotecario para que se acerque a los documentos que hablan de su propio pasado y para que a partir de ellos, haga su propia Historia bibliotecológica: interpretar tales documentos, para luego elaborar el relato de ese pasado, en sus múltiples vertientes, comprendiendo así su presente. El citado historiador, Paul Veyne, añade que el conocimiento histórico no solo se circunscribe al mero tratamiento de los documentos; ellos son el motivo que propicia la elaboración del relato histórico:
La historia es, por esencia, conocimiento a través de documentos. Pero, además, la narración histórica va más allá de todo documento, puesto que ninguno de ellos puede ser el acontecimiento mismo. No se trata de un fotomontaje documental ni presenta el pasado <
Por medio del relato histórico, se da unidad y coherencia al pasado, a la par de tender el puente entre el pasado distante y el presente incierto. Esto también es brindado al bibliotecario para que emprenda el relato de su pasado, que le ha hecho ser lo que en la actualidad es. Además, ese relato restablece la continuidad entre el pasado y los posibles futuros. Significa que el futuro que privilegia la orientación técnica no es excluyente: el horizonte de los múltiples posibles es más amplio.
Como se ha podido apreciar con base en lo expuesto, entre Historia y bibliotecología existe una sólida y estrecha relación dialógica, puesto que se encuentran unidas a partir de un objeto central de conocimiento: los documentos. Estos articulan el movimiento recursivo entre ambas formas de conocimiento, son simultáneamente causantes y causas. Esto nos permite comprender el complejo entramado de relaciones que las une y da respuesta a la pregunta acerca de las relaciones entre Historia y bibliotecología y su función.
La Historia se escribe para el presente; en otras palabras: buscamos conocer el pasado para comprender nuestro presente. No se trata de conocer el pasado por el pasado mismo. Desde el momento en que la Historia se avoca al conocimiento de la historia convierte a esta en una vía de acceso para clarificar el horizonte presente; lo cual se da mediante un doble movimiento: explicar el presente a partir de sus antecedentes pasados y comprender el pasado desde el presente. En el primer movimiento el presente se torna legible con base en todos los avatares del pasado que desembocan en la configuración del momento actual. En el segundo movimiento el pasado se torna conocido cuando proyectamos en él todo aquello que conforma nuestro presente. Estos dos movimientos expresan lo que los seres humanos buscan y encuentran en la Historia: saber de dónde venimos para entender lo que somos en el presente. Esta inquietud se extiende a la bibliotecología, cuando esta se coloca bajo los designios de la historia; cuando asume a la Historia como una deidad titular de la bibliotecología.
La historia tiene un movimiento interior que genera los antecedentes del pasado; estos desembocan en el presente. Ese movimiento no lo vemos directamente; de hecho, cuando nos asomamos al pasado lo apreciamos como lo acabado, lo que ya no es; en suma, como lo muerto. Nuestra mirada sobre el presente no nos permite ver de manera inmediata los hilos con que en la penumbra el pasado teje ese presente, cada presente. El movimiento de la historia comienza a tornarse legible y, por ende, a mostrar que tiene algo vivo, que no es solo lo muerto, cuando deja testimonio en los documentos. Aunque, es de precisar, que ese asomo de lo vivo del pasado se deja ver cuando los documentos son tamizados por la actividad propia de los bibliotecarios: los documentos salen del anonimato, para mostrar que el pasado no ha acabado aún.
Pero los documentos tratados por los bibliotecarios muestran una ambivalencia: por un lado, lo que de vivo hay del pasado con la pervivencia de los documentos; por otro, lo que de acabado tiene tal pasado, puesto que son documentos que aunque han sido organizados, aún no dejan escuchar la voz de la historia. Los historiadores son los que al interpretar los documentos hacen que el pasado se convierta en algo vivo, que actúa en el presente. Los documentos, organizados por el bibliotecario, ofrecen una información de acontecimientos ya ocurridos; el historiador desde su visión y perspectiva las interpreta, lo que significa que los hace interactuar al conjugar una narrativa que muestra el movimiento de la historia. Movimiento que clarifica cómo el pasado es el antecedente del presente; mejor aún, da forma al presente.
También esto nos muestra cómo los conocimientos del presente, tanto bibliotecológicos (universo de la información) como históricos (concepción del devenir de las sociedades), sirven como instrumentos para comprender el pasado. La Historia es una forma de conocimiento que permite conocer el presente. Lo que le da la pauta a la bibliotecología para comprender el presente, su presente, en función del pasado, de su propio pasado. Lo que por otra parte redunda en que podamos comprender el sentido del desenvolvimiento de cada sociedad, de las sociedades en conjunto y de la bibliotecología inserta en el devenir de las sociedades (así como en su desenvolvimiento interno), desenvolvimiento que desembocará en el presente.
La Historia le brinda a los pueblos un origen común. El conocimiento del pasado nos remonta a un origen remoto, primigenio, fundacional, que conforme se despliega en la historia da cohesión y sentido colectivo a pueblos y sociedades. Sabemos de donde venimos y cómo hemos cambiado a lo largo del tiempo, para comprender quiénes somos hoy. La Historia, al hablar del origen y cómo este ha gravitado en el desenvolvimiento de los grupos humanos, les permite el conocimiento de sí mismos, que es la fragua donde se forja la identidad. Uno de los privilegios de la Historia es el de dotar de identidad a pueblos y sociedades. Lo que refuerza el sentimiento de continuidad y los lazos de solidaridad entre los miembros del grupo. El espacio habitado se complementa con el proyecto de convivir juntos para dirigirse al futuro. Este privilegio de la Historia, visto desde el interior de la bibliotecología, debería redundar en la conformación de su identidad a partir de la recuperación de su pasado, gestado desde ese remoto origen en que se instituyó la cultura escrita. Ese momento fundacional de la actividad bibliotecaria signó el glorioso recorrido de la actividad y el conocimiento bibliotecológicos que preservan la información registrada de la humanidad. Todo lo cual debería contribuir a afirmar los sentimientos de continuidad y solidaridad entre los miembros del campo bibliotecológico, para así proyectar su futuro. Pero como ya se explicitó líneas atrás, esa identidad de la bibliotecología construida históricamente ha sido difuminada porque ésta pretende encabalgarse en la cresta de la ola tecnológica. Lo que, por otra parte, va aparejado con el gradual olvido de invocar la deidad tutelar de la Historia.
También la marginación de la Historia ha obnubilado la profunda conjunción de fundamentos que se da entre Historia y bibliotecología como detentadoras de la memoria colectiva. La bibliotecología, mediante los documentos, es receptora de los datos que dan cuenta de los acontecimientos de las diversas épocas. Preserva la información registrada del pasado en y para la memoria de las sociedades, pero es una memoria circunscrita a la información contenida en el documento. La Historia al recoger y ordenar los acontecimientos y conocimientos del pasado se convierte en el gran almacén de la memoria colectiva: recrea la vitalidad y el movimiento del acontecimiento histórico. Al suministrar la Historia a la bibliotecología ese sentido de vitalidad y movilidad del pasado los documentos se trasfiguran. La información contenida en los documentos sale de su mutismo para dejar de ser meramente un conjunto de datos estáticos, por lo que estos quedan marcados por el fragor de las pasiones humanas. Detrás de cada dato plasmado en un documento se encuentra la vorágine de afanes, expectativas, sueños, logros y desastres, esto es, grandeza y miseria de cada sociedad, de cada época histórica: es el sonido de la vasta gama de pasiones que pone de manifiesto la condición humana, que viene a ser el origen del aura humanista de la bibliotecología. Humanismo que encuentra en primera instancia fundamento en su propio objeto central de conocimiento: la información registrada. Se debe señalar que la bibliotecología suele situar su dimensión humanística en la relación entre bibliotecarios y usuarios. Pero tal concepción humanista es, en realidad, una proyección o derivación, como se explicó, de la emanación humanística del propio objeto de conocimiento bibliotecológico, la información registrada. Recordemos que el documento media la relación entre el bibliotecario y el usuario o, más exactamente, la información en él contenida. Debería ser desde el documento que se expandiera el aura humanista y la relación humana entre bibliotecario y usuario, no como una relación de desconocimiento y, por ende, deshumanizada. De ahí, la importancia de la lectura como vía de acceso a un documento nimbado de historicidad.
Aunque es nuevamente de subrayarlo, la dimensión humanista de la bibliotecología se torna legible siempre que haya una conjunción con la Historia, u otras disciplinas humanísticas. Y es este fundamento humanístico de la bibliotecología lo que ha quedado empañado por la predominancia del orden técnico en el campo. La fascinación tecnológica ha encubierto uno de los atributos sustanciales de la bibliotecología: ser una ciencia humanística que, es de añadir, a su vez se intersecta con las ciencias sociales. Así, al conjugarse Historia y bibliotecología exhiben su sustancial fundamento humanístico. En particular a la bibliotecología el humanismo le permite ser una guía para autodefinirse y a la vez ha de ser su guía en el tempestuoso mar del futuro. Con lo que queda en parte contestada la pregunta del para qué se lleva a cabo la relación entre ambas formas de conocimiento. Es de añadirse que tal respuesta tiene un colofón: la proyección de ese humanismo más allá de las fronteras de ambas disciplinas. Quien nos da la pauta para comprender esto es el filósofo mexicano Luis Villoro, quien al dar respuesta al ¿para qué la Historia? implícitamente termina por expresar lo mismo para la Bibliotecología:
Este sería, en suma, el último móvil de la historia, su “para que” más profundo; dar un sentido a la vida del hombre al comprenderla en función de una totalidad que la abarca y de la cual forma parte: la comunidad restringida de otros hombres primero, la especie humana después y, tal vez, en su límite, la comunidad posible de los entes racionales y libres del universo.
La Bibliotecología ha empañado su fundamento humanístico a causa de su actual sustentación en un orden técnico, lo que ha redundado en una desorientación respecto a su proyección futura. Si retoma el camino del humanismo (lo que significa reconstituir sus relaciones con los diversos saberes humanísticos), en primera instancia a partir de la historia, compartirá también lo que las palabras de Luis Villoro entrañan: dar sentido a la vida de los seres humanos, al enmarcarla en una totalidad que la. La bibliotecología, desde un fundamento humanístico, le da sentido a la vida del hombre y aporta su propia especificidad, mostrar los grandes afanes de los hombres por dejar testimonio de sí mismos en cada época histórica a través de la información y el conocimiento registrados: es una historia que habla por medio de los documentos de los fulgores y oscuridades de la compleja conditio humana.