Revista Ensayos Pedagógigos Vol. XV, Nº 1 Enero-Junio, 2020 URL: http://www.revistas.una.ac.cr/ensayospedagogicos Recibido: 29 de mayo de 2019. Aprobado: 28 de octubre de 2019. |
El acompañamiento ignaciano en el siglo XXI
María Angélica Arroyo Lewin1
Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE)
Facultad de Ciencias de la Educación
Ecuador
José Ángel Bermúdez García2
Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE)
Facultad de Ciencias de la Educación
Ecuador
1. Introducción
En los albores del siglo XXI, asistimos al inicio de una época que marca una nueva cosmovisión para la humanidad, la cual es llamada postmoderna, es decir, un nuevo momento científico, una nueva lógica, un discurso y un tipo de pensamiento insurgente, marcado por una incredulidad con respecto al metarrelato de la modernidad (Lyotard,1987). La nueva época es un proceso de licuación de las estructuras conceptuales de la ciencia moderna y la cultura, ahora en plena transformación.
Santana (2000) comenta que la postmodernidad gesta “una época de perplejidad histórica, signada por la desconstrucción y la disipación de la realidad, dominada por la confusión, el desorden, la incertidumbre y la desesperanza” (p. 92). Es un nuevo lapso, con características globales, por el auge de las tecnologías, en el cual prima la incertidumbre y el caos. Es un momento en el que la humanidad parece haber adoptado un modo de racionalidad básicamente irracional e inhumano, en el cual todo se vale y nadie se responsabiliza por nada.
Ante esta realidad de la cultura postmoderna, urge, más que nunca, trazar estrategias de carácter pedagógico, las cuales generen confianza y seguridad en el transitar cultural que vivimos los sujetos contemporáneos, ante los nuevos signos de los tiempos. En este sentido, en los contextos escolares gestionados e inspirados por el espíritu cristiano de la Compañía de Jesús, cobra más importancia la propuesta pedagógica ignaciana viabilizada a través de la figura del acompañante ignaciano. Este se constituye en un maestro y un mediador, quien, al igual que Jesús (cf. Heb. 5), por su naturaleza humana, encarna sobre sí la historia de las alegrías y las tristezas de sus semejantes; por ello, está en la capacidad de comprender y orientar a las futuras generaciones en el novedoso laberinto cultural.
En este contexto de transformación, por la desaparición progresiva de los referentes culturales, la era moderna provoca incertidumbre, desconcierto, soledad y miedo en el ser humano, en particular, en los adolescentes que se encuentran sin referentes sólidos, quienes, al igual que un faro, alumbren su caminar por los nuevos senderos de la historia que “… está en crisálida. Estamos en una era de gestación o de muerte” (Morín, 1992, p. 242). En este orden de ideas, surge la interrogante: ¿cómo apoyar el resignificar la vida de los jóvenes, en este momento de tránsito signado por la postmodernidad?
En tal sentido, en este momento de cambio que experimenta la humanidad (en ella nuestros jóvenes), emerge la figura del acompañante ignaciano que, más que un semidios o un ser extraordinario fuera de nuestro mundo, es alguien que comparte y vive la misma realidad subjetiva en relación intersubjetiva con sus contemporáneos. El mundo que perciben sus coetáneos es el mismo que experimenta el acompañante, por lo tanto, este es capaz de establecer una relación dialéctica fenomenológica-existencial con sus acompañados (Galvís, 2004; Najmanovihch, 2007).
El acompañante es un ser en el mundo, un ser ahí, que experimenta el Dasein existencial (Fischl,2002) y es capaz de vivenciar tanto las angustias como las esperanzas de sus acompañados. Por esta razón, el acompañante ignaciano es más que un simple tutor, que da soluciones inmediatas a problemas o requerimientos administrativos escolares, es una persona que camina junto al acompañando y comprende con profundo sentido la vida, un maestro que percibe e interpreta la cotidianidad en su plenitud, y asume el rol de generar un itinerario que conlleve un crecimiento personal de los educandos. En este sentido, como bien afirma Meueler (2010), en su escrito El Arte del Acompañamiento, “el verdadero acompañante es el que infunde ánimos, libera la creatividad y las energías propias del que acompaña, transmite un modelo de identificación que le posibilita al otro la construcción de su personalidad” (pp. 1-12).
Por consiguiente, como docentes ignacianos que experimentamos el rol del acompañamiento, nos surgen las siguientes interrogantes: ¿cuáles son las características antropológicas que signan al humano postmoderno?, ¿qué significa acompañar al estilo de Ignacio en el mundo de hoy?, ¿cuál debe ser el papel del docente como acompañante y educador?, ¿en estos momentos de progreso científico, la mediación tecnológica es una herramienta sustantiva del proceso de acompañamiento? Como educadores ignacianos, buscamos siempre respondernos esas interrogantes, ante los retos y dificultades que nos toca afrontar en la realidad actual en la que se encuentra inmersa la niñez y la juventud de nuestras instituciones educativas.
Ante los cuestionamientos, la intención de este ensayo es hacer una descripción conceptual que nos aproxime a los significados teóricos, de carácter pedagógico, acerca de la importancia y la necesidad del acompañamiento ignaciano en ambientes educativos dirigidos por la Compañía de Jesús, en el contexto postmoderno del cual son parte los educandos. Desde la perspectiva señalada, el trabajo se plantea como propósito fundamental describir las características esenciales del acompañamiento ignaciano en el contexto contemporáneo.
En razón de los objetivos de la disertación, la naturaleza de la investigación se comprende de carácter documental, tipo ensayo, porque se pretende presentar el pensamiento de quienes lo escriben sobre el telos del discurso científico, lo cual parte de sus experiencias y reflexiones previas en el área de conocimiento en estudio. En este sentido, “el ensayo tiene como objetivo exponer ideas o principios relacionados con áreas de conocimiento y de la observación del autor, y el mismo puede tener intencionalidad filosófica, científica, social, cultural” (Barrera, 2000, p. 49). Como señala el Manual UPEL (2006), se logran reunir dos modalidades de investigación documental en una única disertación tipo ensayo, las cuales son: (a) una revisión crítica del estado del conocimiento y (b) un estudio del desarrollo teórico, en el cual se presentan las conceptualizaciones o modelos interpretativos originales del autor y de la autora del ensayo.
Para ello, la investigación se estructura en cuatro momentos: a) características antropológicas de la humanidad postmoderna; b) el acompañamiento ignaciano; c) el acompañante ignaciano, y, d) el acompañamiento a través del mundo de las tecnologías.
2. Características antropológicas de la humanidad postmoderna
El acompañante ignaciano no puede ser un sujeto ingenuo, debe conocer las profundidades antropológicas del mundo de la vida de los educandos y lo que implicará en el proceso de acompañamiento. Debe estar al tanto del cambio cultural y las consecuencias en la personalidad de quienes tendrá que acompañar. Se enfrentará a un escenario cultural donde la humanidad parece haber adoptado un modo de racionalidad básicamente irracional e inhumano, donde todo se vale y nadie responde por nada, donde el actor principal es el ser humano postmoderno.
La racionalidad postmoderna nace de un planteamiento antropológico, donde el nuevo camino de la humanidad de hoy es la búsqueda de su identidad, velada por el sistema ideológico de dominación moderno, que, en coordenadas del pensamiento de Nietzsche, ha impedido el desarrollo del espíritu libre de la humanidad, que busca liberarse de toda pretensión absolutista: religiosa, moral, filosófica. Se piensa en la necesidad de una ética y moral que permita dar al humano una orientación, en medio de la pérdida de confianza de la noción de verdad absoluta.
La crisis antropológica de la falta de identidad es el punto de partida de la búsqueda de una nueva comprensión de la realidad humana en el mundo y con el mundo. El humano postmoderno es regido por la interioridad y los sentimientos, donde la prioridad es el mundo subjetivo, componente fundamental de la condición humana, que constituye el motor de la vida. Está marcado por el subjetivismo y el relativismo, los individuos inventan su vida, sus criterios, su existencia, su obrar moral y sus valores (Santana, 2000). Esto se debe a que los sujetos se encierran en sus propios criterios personales y los subordinan a su propia interpretación, resultado de sus experiencias vitales. Todo es relativo en sí mismo. Se vive en una cultura de lo efímero, donde todo pasa y no hay ideas ni consignas definitivas.
Por consiguiente, el ser humano postmoderno es regido por el hedonismo como coordenada ética y paradigmática existencial. Opta por el consumo, el confort, los objetos de lujo, el dinero, el poder, el disfrute inmediato de la vida, “donde es necesario escuchar el llamado de las necesidades y de los impulsos, y dar pronta respuesta a ellos: se multiplican las propuestas de disfrutar de la sexualidad plena, de la buena comida, de las buenas bebidas…” (Noro, 2003, p. 335). Lo que importa es el placer a cualquier costo. Más aún, es ajeno a todo discurso ético, “actúa bajo códigos absolutamente amorales” (Santana, 2000, p. 106). Naufraga en una nueva racionalidad en la que “el bien y el mal, el valor o antivalor no dependen de la objetividad establecida, sino de las determinaciones personales” (Noro, 2003, p. 339). En este sentido, el subjetivismo es la nueva ley universal desde la que se da vigencia al vivir, en ella nacen y mueren las formulaciones de su personalidad.
En definitiva, la persona de hoy vive en un laberinto cultural influido por su propia subjetividad y los intereses del materialismo hedonista. Esta es la realidad que afecta frontalmente a nuestra juventud: no ofrece seguridades existenciales, sino, más bien, la ausencia de referentes sólidos e inspiradores de vida. Es aquí donde el acompañante ignaciano cumple la misión pedagógica de vida.
3. El acompañamiento ignaciano
Ante tan compleja realidad cultural, el acompañamiento ignaciano debe surgir como una luz de esperanza y un apoyo existencial que logre que los discípulos comprendan que la vida es un proyecto axiológico, éticamente virtuoso, encaminado a la felicidad humana, personal y social. Siendo esto así, ¿qué significa el acompañamiento ignaciano?, ¿qué le caracteriza?, ¿qué conlleva?
El término acompañamiento ignaciano proviene de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, cuando se refiere a “la persona que da a otro modo y orden para meditar o contemplar” (e. g. Anotación 1, 2), con el fin de, así, apoyar y orientar tanto la reflexión como la oración de “la persona que contempla” (e. g. Anotación 1, 2); además, de ayudarla a discernir las mociones divinas. Es decir, es la persona que dispone al ejercitante a analizar el origen de esos movimientos internos del espíritu, para tomar las decisiones adecuadas en su vida (Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, 2008).
El verbo acompañar viene de compañía y, a su vez, compañía se deriva de cum panis que significa compartir el pan (Corominas, 1987). El acompañamiento simboliza estar o ir en compañía de otro, participar en los sentimientos de otro, ir al lado. Esto sugiere una actitud de reciprocidad, una experiencia de intercambio y mutuo crecimiento (Martínez, 2009). Por tanto, es un acto de misericordia y esperanza, de acogida y animación, que nos hace partícipes del camino del otro, respetando su personalidad individual en cada situación existencial.
El acompañar es simplemente estar presente. A veces no es indispensable hablar, ni hacer algo especial; lo importante es comunicar al otro la propia presencia, dispuesto a aconsejar, sin exigir nada, dando la libertad de escoger. Este es el verdadero significado de acompañar en el contexto de la espiritualidad ignaciana.
En tal sentido, ser un acompañante escolar o universitario, representa compartir la vida, sentir en clave fenomenológica los significados existenciales del acompañado, con el afán de poder, de esta manera, discernir lo que más conviene para el aconsejado, en las diferentes situaciones o momentos de la vida. La función de la persona que acompaña es ayudar al estudiante a mirarse con objetividad, desde su propia subjetividad, desde sus propias experiencias vitales; además, poder valorar, significativamente, a quienes le rodean y a su propio entorno, aunque la mirada sea agradable o quizás dolorosa… y es ahí donde el acompañante debe saber qué decir y cómo confortar. Por tanto, ese acompañante debe estar preparado para escuchar con reverencia cuando el otro abre su corazón y descubre su intimidad, estableciendo con el acompañado y el acompañante una relación de libertad.
En consecuencia, no es lo mismo ser un tutor pedagógico que un acompañante. Por eso, es importante definir qué es tutoría y la relación con el acompañamiento. El origen etimológico de tutoría procede del latín tuerique, sinónimo de proteger o velar, y de tor, que se define como agente (Corominas, 1987). Por tanto, tutoría significa ser agente de protección, pues la persona encargada de realizarla debe cuidar y resguardar de los peligros a los que está expuesto el estudiante a su cargo, especialmente, respecto de los problemas escolares y del mejoramiento de la convivencia social.
Por el contrario, el acompañante ignaciano se diferencia del tutor porque no se limita a ayudar a la solución inmediata de situaciones escolares, sino abarca toda la problemática personal del estudiante, incluso la espiritual, ayudándolo a discernir las acciones que deberá ejecutar, pero quien toma las decisiones es el acompañado. En este sentido, según el espíritu de la Compañía de Jesús, el rol del acompañante es ayudar al discernimiento y la “reflexión profunda desde el cual el acompañado, en un proceso metacognitivo, va identificando y reconociendo los movimientos del espíritu, y cómo éste le conduce hacia determinadas conductas” (Solís-Cortez, 2015, p. 76).
Entonces, ¿qué significa acompañar a alguien? Estar con el otro, apoyándole a través del diálogo, al encuentro consigo mismo, para proporcionarle medios que le ayuden a orientar su vida hacia el bien, hacia los verdaderos valores. De esta manera, se le anima a continuar hacia las metas que él mismo se fija, mediante la formación de un proyecto personal de vida (González, 2012).
Este acompañamiento se refiere no solo a las dificultades escolares del estudiante, sino también a su vida familiar, sus amistades, sus diversiones, tiempo libre y, en general, a todas sus relaciones afectivas, sicológicas y sociales, en las cuales se encuentra inmerso; es decir, en la vida entera. En tal punto, acompañante y acompañado comparten un horizonte fenomenológico y hermenéutico de comprensión de la vida (Solís, 2015). En relación con nuestros estudiantes, nuestra tarea es acompañarlos al encuentro con ellos mismos y a discernir su proyecto personal de vida. En este sentido, ese acompañamiento constituye una de las piezas fundamentales para una auténtica educación integral.
El acompañamiento integral ignaciano procura conseguir de la persona un sentido unificador de su vida: que el acompañado (estudiante, educador ignaciano y padres de familia) sepa leer su propia vida, ayudándole a desarrollar las dimensiones de su personalidad y las fortalezas que le lleven a la realización personal expresada a través de la búsqueda del bien común (Ramírez, 2004, p. 25).
4. El acompañante ignaciano
El acompañante ignaciano es un espejo que ayuda a sus acompañados a mirarse, reconocerse y valorar la propia vida. Es una persona con un perfil característico, capacitada para hacer preguntas y aconsejar en el momento oportuno y, al mismo tiempo, respetar la libertad de decisión en las diferentes circunstancias de los discípulos a su cargo.
Un auténtico acompañante ignaciano debe poseer algunas cualidades que lo distingan de un tutor académico, sobre todo, la capacidad de escucha, de diálogo y el respeto por la persona que acompaña. La empatía con sus estudiantes es un factor muy importante para sintonizar con ellos y entender el mundo de la vida en el que se desenvuelven. Esto se ve reflejado en la afirmación de Fonseca (2015), para quien el acompañante “es un formador que escucha y logra que cada alumno o alumna camine su propio camino con sus propios pies, con responsabilidad, asumiendo las consecuencias” (p. 53).
La Red Ignaciana de Acompañamiento (2013) establece las características fundamentales que debe tener un acompañante ignaciano, en los siguientes términos:
un hombre o a una mujer que ha experimentado un llamado para colocarse respetuosamente, desde la espiritualidad ignaciana, al servicio de su acompañado y a acogerlo como Jesús lo haría: sin condiciones. Sólo alguien que tiene la vivencia profunda de ese “amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rom 5, 5), puede acompañar espiritualmente a otros. Sólo alguien que entiende que no tiene que cumplir ninguna condición para ser tenido por digno de este llamado, sólo alguien que sabe que “no hay en el acompañado falta, debilidad o pecado que puedan sustraerle a una benevolencia total”, sólo alguien así puede acompañar. Debe ser un acompañante “dinámico, atento y sensible a la singularidad de la persona, abierto al ambiente, a las expectativas propias y ajenas, a todos esos factores que podríamos llamar ‘variables contextuales, una personalidad esencialmente dinámica, pero siempre concienzudamente controlada. Tendrá que unir a una buena formación teológica, y espiritual” (p. 27).
El fundamento de este perfil se inspira en la espiritualidad jesuita. Según la Red de Colegios de la Compañía de Jesús (2013), se describe en los siguientes términos:
Que mantenga la sintonía con Dios, capacidad de escuchar, actitud de aceptación, cercanía y acogida, una personalidad equilibrada, alegre e íntegra, una sensibilidad contemplativa, estilo de desprendimiento como Jesús, que sepa manejar las reglas de discernimiento, fe y confianza en las personas (p. 12).
En tal sentido, el pasaje del Evangelio de San Lucas, referido a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 13-35), nos ilustra lo que significa el acompañamiento ignaciano. El acompañante es un exegeta existencial, un revelador de los significados de la vida, sus alegrías, tristezas, dilemas, sueños, quien es capaz de entrar en comunión vital-relacional a través del diálogo. Motiva desde la fe y la experiencia, orienta vocacionalmente y, como maestro, mueve a encontrar el significado trascendental de la vida, “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc 24, 32). El acompañante es un maestro que guía a través de su propio desasimiento, donación y fraccionamiento de sí mismo para que sus discípulos comprendan el significado profundo del misterio de la existencia humana y del don de la fe, en cuanto servicio y entrega axiológica (Tillard, 2007).
Para ser un acompañante ignaciano, se requieren ciertas cualidades sustanciales que le permitirán realizar su labor con éxito, entre las cuales se destacan las siguientes:
•Fiel creyente y discípulo de Jesús.
•Con vocación de maestro al igual que Jesús.
•Identificado con la espiritualidad ignaciana.
•Con capacidad de reconocerse en el acompañado.
•Sensible y empático.
•Con formación integral, especialmente teológica.
•Líder con visión de futuro.
•Conocedor de las características e intereses de la edad evolutiva de sus acompañados.
•Analítico del entorno cultural, social y familiar de los jóvenes.
•Disponible para atender las necesidades de los estudiantes.
•Equilibrado emocionalmente.
•Abierto al cambio.
•Conciliador y prudente.
•Coherentes sus palabras con su actuar de vida.
•Respetuoso del estudiante.
Para ser acompañante ignaciano, se requiere una formación particular, por eso, no todos los docentes están en condición de serlo, ya que se demandan ciertas características, como las mencionadas, para comprender la problemática de los estudiantes del siglo XXI. La misión de acompañamiento es una tarea crucial y fundamental, ya que amerita un proceso de formación personalizada para consolidar la educación de nuestros jóvenes.
Los procesos educativos son personalizados y apuntan a la formación y capacitación para el trabajo, para la convivencia democrática, para impulsar el cambio y el desarrollo social y para la formación ética y religiosa. Se orientan por la espiritualidad y pedagogía ignacianas, encarnadas en cada institución, para que todos lleguen a ser “hombres y mujeres para los demás” y “con los demás”, con excelencia humana, alto nivel académico y capaces de liderazgo en sus ambientes (Ivern, 2005, p. 8).
5. El acompañamiento a través del mundo de las tecnologías
La formación integral y el desarrollo humano exigen opciones nuevas de tipo pedagógico y educativo para promover el acompañamiento. El momento contemporáneo postmoderno se caracteriza por el uso de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Son herramientas útiles que pueden servir como instrumento para potenciar el acompañamiento, a sabiendas de que los jóvenes estudiantes son ciudadanos tecnológicos expertos consustanciados con el mundo digital.
Al considerar la realidad de los estudiantes del siglo XXI, inmersos en un entorno donde predomina la tecnología, es importante que los docentes hagan uso de las herramientas virtuales para orientar y formar integralmente a nuestros jóvenes del mundo de hoy. Por tanto, es necesario no solo un acompañamiento personalizado de manera presencial, sino también uno virtual.
La tecnología y distintas formas de comunicación contemporánea crean un clima mental, afectivo y de comportamiento diferente del que han vivido las generaciones anteriores. Cambian las formas de pensar y de aprender. Crean nuevos ambientes de aprendizaje a partir de los cuales las personas ven el mundo, se comunican, comparten información y construyen conocimiento, establecen nuevas relaciones con el tiempo y el espacio y exigen una nueva epistemología y nuevas formas de concebir el aprendizaje (Ivern, 2005, p. 9).
El acompañamiento virtual es un término adaptado especialmente para significar el apoyo dado a los estudiantes, grupal e individualmente, con el fin de seguirles en su problemática y desarrollo personal, a través del uso de la tecnología, mediante foros, chat, correo electrónico, lecturas, tareas virtuales, entre otros.
No es un momento para divertirse, conversar con los compañeros o ver películas para entretenerse, como confunden algunos estudiantes. Más bien, es una forma particular de acompañar, pues exige del docente la capacidad de comprender la relevancia existencial de las herramientas tecnológicas y los recursos que estas significan para los escolares de hoy. Además, por medio de ellas, se pretende sacar el mayor fruto, para detectar necesidades, intereses, aspiraciones y problemas de los acompañados. Siendo esto así, es indispensable que el acompañante tenga las habilidades para seleccionar materiales y actividades, en respuesta a las inquietudes de los educandos, y el dominio de la herramienta tecnológica que utilizará.
Este acompañamiento virtual es temporal, se puede realizar durante el período académico y puede o no continuar al siguiente año sucesivo, ya que depende de la asignación de los acompañantes, por parte de las autoridades de las instituciones educativas.
En todo caso, este acompañamiento concuerda con el proyecto educativo de la Compañía de Jesús, particularmente, en el Modelo Educativo de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, cuyo propósito es generar “la vinculación con la sociedad, el mundo virtual digital y los espacios de investigación. En ellos se busca la apropiación de conocimientos, destrezas, actitudes y valores para lograr la formación integral de los estudiantes” (PUCE, 2017, p. 15).
En relación con lo anterior, el buen uso de las herramientas tecnológicas sirve para apoyar los procesos de acompañamiento, con la finalidad de promover la formación en valores cristianos y desarrollar las capacidades de la persona, incluyendo un estudio atento de la tecnología, juntamente con las ciencias en físicas y sociales. Además, tal empleo de instrumentos tecnológicos facilita el desenvolvimiento de medios de comunicación moderna. El acompañamiento virtual y presencial se inicia reconociendo los intereses y necesidades de los estudiantes que van a ser acompañados, para apoyarlos en sus requerimientos personales, como creyentes y como seres sociales.
6. Consideraciones finales
Al final de este ensayo, podemos señalar cinco reflexiones fundamentales que sintetizan el significado contemporáneo del acompañamiento ignaciano:
a. El acompañante ignaciano es un discípulo y un maestro en la fe, comprometido con los valores cristianos fundamentales de la Compañía de Jesús y una persona con una formación integral que se muestra en la coherencia de vida. No todos pueden ser acompañantes ignacianos, se requiere el don de lo alto y la madurez de la vida para ser un maestro que vea en su quehacer pedagógico una oportunidad dirigida a amar y servir en todo.
b. El acompañamiento desde la pedagogía ignaciana es personalizado, lo cual quiere decir que cada estudiante debe lograr sus objetivos tanto estudiantiles como espirituales, siguiendo su propio ritmo. El acompañante, en relación con el acompañado, establece una relación de libertad y “hace hincapié en que cada alumno puede desarrollar y realizar los objetivos a un ritmo acomodado a su capacidad individual y a las características de su propia personalidad” (Salas y Solís, 2012, p. 30).
c. El acompañamiento ignaciano requiere personas que ayuden a detectar las necesidades y debilidades de los estudiantes, para, de este modo, atender eficazmente las necesidades de los acompañados. Además, los acompañantes deben tener pautas para la atención, intervención y seguimiento de los casos de mayor complejidad y, así, ofrecer alternativas para el mejoramiento continuo de los estudiantes en su formación integral.
d. El acompañamiento ignaciano permanente, por parte de un docente, es de mucha importancia para los estudiantes de cualquier etapa de formación, porque facilita su educación integral, ayudándoles a conocerse a sí mismos; trabajar en equipo; socializar entre compañeros; expresar sus emociones y afectos; fortalecer sus destrezas y necesidades. En el caso particular de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, se propone el acompañamiento como un componente esencial que contribuye a formar a los futuros ciudadanos con conciencia histórica y compromiso axiológico consigo mismos y con la sociedad en la cual viven (PUCE, 2017).
e. Un adecuado acompañamiento virtual debe disponer de un ambiente amigable, respetuoso y de confianza con los estudiantes, para permitir apertura y comunicación sana, trabajo en equipo y responder a los compromisos personales, académicos y de formación integral. Asimismo, un docente/acompañante debe promover que los discípulos expresen sus puntos de vista frente a experiencias e ideas, dando a conocer su vida personal y familiar, a fin de que la intervención de ese acompañante sea apropiada y se produzca en el momento adecuado.
Referencias
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1 Licenciada en Ciencias de la Educación, con especialidad en Docencia Primaria (Ecuador). Magíster en Educación, Mención en Gestión y Tecnología en Educación para el aula (Ecuador). Docente e investigadora en el Área de Pedagogía y Didáctica. Actualmente, profesora de la Facultad de Ciencias y coordinadora de las carreras de Educación Básica y Bachillerato; también coordinadora de tutorías integrales de los estudiantes de la Facultad de Ciencias de la Educación, en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE). Código ORCID: https://orcid.org/0000-0001-5102-1280
2 Licenciado en Teología, Universidad Católica Santa Rosa (Venezuela). Licenciado en Filosofía y en Educación, Mención en Filosofía, Universidad Católica Cecilio Acosta (Venezuela). Baccalaureum in Theologia, Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá (Colombia). Magíster en Educación, Mención Gerencia Educacional y doctor en Educación, Universidad Pedagógica Experimental Libertador (Venezuela). Actualmente, profesor y coordinador de posgrados, en la Facultad de Ciencias de la Educación de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE). Código ORCID: https://orcid.org/0000-0002-6822-702
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