Revista Ensayos Pedagógigos Edición Especial 2021 URL: http://www.revistas.una.ac.cr/ensayospedagogicos LICENCIA: (CC BY NC ND) |
El profesorado de francés lengua extranjera (FLE) del siglo XXI: Un profesorado empoderado
Jimena Benavides V.1
Universidad Estatal a Distancia
Costa Rica
Resumen
El presente texto es un ensayo pedagógico autorreflexivo donde se expone el análisis realizado por una profesora universitaria de francés como lengua extranjera, durante su proceso de postgrado. En este se abarcan temas como las necesidades de un profesorado novel, las características del personal docente universitario del siglo XXI, así como las del FLE. La reflexión se da luego de reconocer la importancia del componente pedagógico para la formación de docentes de universidades y puntualizar en los desafíos que tiene un en el siglo XXI, quien debe entender lo trascendental que resulta su labor en la formación de futuros grupos profesionales.
Palabras clave: Reflexión, transformación, pedagogía, educación, sociedad, praxis, deber, empoderamiento.
Abstract
The text is a self-reflexive pedagogical essay in which the analysis carried out by a university professor of French as a Foreign Language is described during her postgraduate process. It deals with topics such as the needs of a beginner professor, the characteristics of the university professor of the 21st century, as well as those of an FFL professor. The reflection comes after recognizing the importance of the pedagogical component for the training of university professors and the challenges that a university professor of the 21st century has to face, who must understand how transcendental his or her work is in the training of future professionals.
Keywords: reflection, transformation, pedagogy, education, society, praxis, duty, empowerment.
De cuando posicionamos al personal docente del ámbito universitario haciéndolo conocedor de su poder
Con la llegada del siglo XXI se han producido cambios significativos en la sociedad y, por ende, en la forma en la que esta reacciona ante las necesidades que surgen constantemente en todos sus ámbitos. El ser humano, como elemento de cambio de esa misma sociedad, busca transformarse constantemente, para ello explora diferentes formas de pensamiento, de paradigmas que puedan responder al presente que tanto le exige; un presente algo lioso, donde, para desdicha, prima el pesimismo y el desgano. Basta con analizar la lucha de poderes que se vive en nuestro país últimamente para entender que el futuro que se avecina no traerá mayor serenidad.
La educación no escapa de estos cambios en su diversidad de contextos, solamente que lo hace a una velocidad mucho menor, contraria a la aceleración que caracteriza a las sociedades en general. Es por ello que corresponde a las casas universitarias y a quienes trabajamos en ellas promover transformaciones que intenten acortar esas distancias entre sociedad y educación, equilibrarlas para poder formar ciudadanos con las herramientas necesarias para vivir en ella con notoriedad, en pro de un bien común y no de un grupo específico. No se puede dejar de lado la esperanza que deposita la sociedad en las universidades públicas, a pesar de que exista todo un movimiento solapado que intenta desprestigiarlas, callar el ímpetu crítico, liberador y prospectivo que cultivan en todas aquellas personas que han tenido la dicha de pasar por sus aulas.
Actualmente, son muchos los temas que ponemos en discusión sobre la mesa: la población LGTB, la legalidad o ilegalidad del aborto, el estado laico, la educación dual, el feminismo, el neoliberalismo, la privatización de instituciones, por citar algunos ejemplos. Un mundo caracterizado por la inmediatez y el menor esfuerzo, el bombardeo constante por medio de las redes sociales, así como la facilidad de tener contacto con diversas opiniones, amparadas desde diferentes posiciones, hacen que sin duda se cuestione todo aquello que no es dado por sentado.
Este escrito tiene como propósito analizar el término empoderamiento, ¿por qué se le suele asociar a la mujer? Para cumplir dicho objetivo se procederá a tratarlo desde un punto de vista profesional y personal, desde la perspectiva de una profesora universitaria de FLE que se desempeña en el siglo XXI y que, además, a partir del proceso de posgrado, entiende el poder de transformación que está en sus manos y de la responsabilidad tan inmensa que le confiere la docencia en los estudios superiores.
Lo primero a mencionar posee relación proceso de autopercepción, pues si en este momento de mi vida debiera describirme en una sola palabra, hablar del empoderamiento resultaría lo más adecuado, uno de naturaleza profesional que de alguna forma describe a todas aquellas personas que somos parte de los procesos de formación de futuros profesionales, aun cuando muchas de estas no se den cuenta de tal poder.
En momentos donde la profesión del educador se desvaloriza a pasos agigantados, sentirse empoderado desde ella, poder observar puertas en el camino profesional esperando ser abiertas, resulta un verdadero placer. Darme la oportunidad de cursar un postgrado, me ha permitido llegar hasta lugares que eran para mí desconocidos, pero que terminaron siendo maravillosos; especialmente en el mundo de la pedagogía, he podido observarme desde otros ángulos e iniciar ese proceso de transformación que tan necesario es en el quehacer pedagógico.
Entendiendo que la docencia va más allá de impartir lecciones. He comprendido la importancia de mi labor en la sociedad actual de la que hablaba al inicio, lo que se espera que yo logre o que facilite, y entender, además, que soy una profesional que está llamada a crear nuevos conocimientos. Me supe investigador, cuando consideré siempre que le pertenecía a las llamadas ciencias exactas y a su riguroso positivismo.
El empoderamiento que he experimentado, del cual me valgo actualmente para cambiar y transformar mi praxis pedagógica, es el que me motiva a escribir este texto, pensando en aquellos y aquellas docentes del ámbito universitario que no han pasado por procesos similares y que, estancados en ideas limitantes, puedan mediante mi experiencia atreverse a repensar su práctica y su desempeño, saberse importantes en el eslabón social, pues son ellos y ellas, ustedes, quienes tienen en sus manos la formación de los y las profesionales del futuro, de aquellas personas que deberán enfrentarse a la sociedad de siglo XXI.
Se trata de un escrito sincero, donde, con gran humildad, reconozco los grandes vacíos pedagógicos con los que ejercí muchas veces mi profesión; espero poder transmitir toda la pasión y poder con los que cuento en la actualidad para seguir reflexionando y perfeccionando mi praxis. Ante esto, si algo debo confesarles, es que en este maravilloso camino surgen más interrogantes que respuestas, no obstante, en esa búsqueda constante es donde nos enriquecemos.
En este texto plasmo varias de las reflexiones hechas en mi práctica, logradas durante la maestría. Hablaré de las condiciones del profesor novel y el poco acompañamiento que se le ofrece desde la academia, así como los puntos que debe tener claros al iniciarse en la pedagogía universitaria. Me refiero, además, a las características, que desde mi opinión debe poseer y desarrollar un profesor o una profesora del ámbito universitario del presente siglo, muy diferentes de aquellas que se esperaban en el pasado. También, abordo el rol de la persona profesional en docencia de FLE universitaria, de su lucha constante por mantener en vigor una lengua que no es la más valorada por los grupos de poder, el entender los porqués y para qués de lo que enseñamos, la importancia de fortalecer habilidades como la competencia oral. Luego, en un último apartado, cerraré el escrito recopilando en ideas puntuales las propuestas que considero deberían ponerse en marcha para lograr una mejor praxis del profesor universitario del siglo XXI.
Cuando se es docente novel, a tomar nota…
Historias de inducción y gestión académicas
Para nadie es un secreto que los primeros años en la labor docente universitaria son sumamente duros. El acompañamiento que recibimos es ínfimo, por no asegurar que nulo, ya que cuando nos adentramos un poco en el mundo de la gestión universitaria, nos resulta evidente que la falta de rumbo en nuestros inicios no debería existir.
Ser docente en un ámbito universitario en el presente siglo XXI va más allá de recibir un libro, un programa de curso y un grupo de estudiantes. Es necesario que el profesor o profesora novel conozca todas sus responsabilidades, aquellas que adquiere al momento de aceptar ser contratado. Debe tener claridad sobre las características profesionales que el centro respectivo universitario espera de él, de la visión y misión de la universidad, del perfil de sus colaboradores, y, de esta forma, analizar si encaja o no en él.
Dicha persona docente tiene que conocer su norte profesional y académico. Se le deben facilitar los lineamientos de su cátedra, las divisiones, los procesos en relación con la gestión académica, debe entender y conocer la estructura de la universidad que le contrata, las ventajas que tiene al formar parte del equipo de trabajadores, temas como asociaciones, formas de pago, incentivos, seguros, son básicos para su buen desempeño. No está bien que hagamos costumbre una desvinculación institucional desde los primeros años.
La inducción, si no es proporcionada por el área de recursos humanos, debe ser exigida por el profesor o la profesora novel. El o la docente que inicia tiene todo el derecho de reclamar ser acompañado en el proceso inicial, pues este acompañamiento es parte fundamental de la capacitación que se requiere para ser docente en un ámbito universitario. No es posible trabajar en un lugar que nos resulta desconocido, en mi caso personal, siendo yo una profesora de modalidad a distancia, aquel desamparo lo sentí aún más fuerte… sin embargo, pensaba, era normal, cuando en realidad no debía serlo.
La isla de la persona docente en el ámbito universitario
¿Por qué damos por válido el aislamiento del o la docente en ámbito universitario?
Así como el o el nuevo docente debe tener preparación en cuanto a asuntos de gestión y políticas académicas, de igual forma es importante y necesario que sea acogido por sus colegas, por quienes se convierten, quiéranlo o no, en sus compañeros de trabajo, en sus pares académicos.
En todo este proceso de postgrado, por insólito que parezca, me causa especial curiosidad enterarme de que en mi labor soy parte del proceso formador de futuros y futuras profesionales, de quienes se espera que demuestren habilidades para solventar las necesidades de su sociedad, una función realmente ambiciosa, pero real y necesaria. Este panorama de expectativas resulta contradictorio cuando no se le brinda acompañamiento a los y las profesionales en docencia cuando ingresan a la respectiva institución donde llevarán a cabo sus funciones y, aún más, cuando de forma directa o indirecta, se les hace pensar que su aislamiento es natural en el ambiente universitario.
El profesor o la profesora de este siglo debe tirar por la borda la idea del retraimiento profesional. No es debido aceptar que se trabaje de forma individual; por ello resulta indispensable que la unidad académica genere espacios de socialización entre colegas, donde no solo se conversen temas académicos, sino donde se puedan expresar preocupaciones, temores, así como compartir logros y descubrimientos.
Cuando tenemos acceso a estos espacios, nos enteramos que muchas de nuestras inquietudes son compartidas por gran parte de nuestros compañeros y compañeras. No acostumbrados a tenerlos, nos habituamos desde un inicio a la idea de guardar todo para sí. Resolver situaciones en colectivo permitiría aconsejar a aquellos y aquellas docentes que inician su camino en el ámbito universitario.
La cuerda floja entre la teoría y la práctica; Una cuestión de identidad docente
¿Vos también te autodenominaste profesor o profesora de universidad solo por haber sido contratado en una institución de educación superior? O ¿entendiste antes del equilibrio entre la práctica y la teoría?
Sí, debo confesar, nunca consideré que yo requiriera de la teoría para ejercer como docente: ya sabía demasiado, hija y nieta de educadores, años dando lecciones, años de experiencia; todo esto, sin saberlo, era parte de una actitud de ignorancia.
Desde que se inicia en una casa de estudios universitarios, el o la profesional en la disciplina o especialidad en la que se haya formado, debe saber que sus estudios previos no son más que una pequeña pieza del basto mundo en el cual pretende desenvolverse, la pedagogía.
Por ello, el profesor o la profesora novel debe ser consciente de la importancia de la dicotomía entre la teoría y la práctica, pues sin ese equilibrio su praxis no podrá ser reflexionada de forma constante ni correcta.
Guzmán y Quimbayo (2012) se refieren a esta dicotomía en cuanto señalan que ambas se complementan, por ello no podría construirse nuevo conocimiento en ausencia de una de ellas. De este vínculo surge el valor de la reflexión constante en la práctica. Dichos autores aseguran que en el instante en que el docente no tiene una teoría que le permita interpretar su práctica, desprecia la dimensión teórica por considerarla alejada de las prácticas educativas y, en otros casos, la conciben como la aplicación de técnicas didácticas (p. 73). Ser especialista de un área disciplinar específica, no asegura una buena labor en la docencia.
Dichos autores también se refieren a este tema y aseguran que la construcción de la identidad en los docentes universitarios, se ha dificultado por hechos como la heterogeneidad de las profesiones de origen, la cual les otorga una primera identidad social, dando a su identidad docente un segundo lugar. El problema radica en que muchos de los profesionales que tenemos impartiendo lecciones en las universidades, ni siquiera se consideran profesores, no logran crear esa identidad tan importante en la academia. (Guzmán y Quimbayo, 2012, p. 22)
Quien decide ser parte del proceso de formación de futuros profesionales debe acercarse a la pedagogía, conocerla, pelear con ella. Sin dicho componente, la docencia carece de un sin número de elementos que enriquecen no solo la praxis sino la forma en la que el otro, los estudiantes, nos perciben. La mística del conocer pedagógico transforma y empodera.
En la pedagogía descubrimos los cómo y los porqués que nunca antes planteamos. Y, como si fuera una madre, nos lleva de la mano permitiéndonos observar el mundo a través de cristales distintos.
Yo fui del tipo de docente que, por manejar conocimientos en lengua francesa, concebía la enseñanza de forma despectiva, hablo de enseñanza porque la idea que en aquel momento tenía estaba muy lejana de todo aquello que abarca la pedagogía. Con el tiempo entendí cuán equivocada estaba y me percaté de los errores que me hubiese ahorrado de haberme permitido acercarme a ella tiempo atrás. ¡Cuánto más hubiese aportado a la construcción de mis estudiantes!
Me refiero de nuevo a Guzmán y Quimbayo (2012) y su señalamiento de que ”el docente no tiene una teoría que le permita interpretar su práctica, desprecia la dimensión teórica por considerarla alejada de las prácticas educativas, y en otros casos la conciben como la aplicación de técnicas didácticas” (p. 73). Peor aún resulta la idea de que la misma casa universitaria no les exija a sus profesionales esa vinculación con la pedagogía de manera formal.
Perfiles de la persona docente en el ámbito universitario del siglo XXI, nueva edición
Conocer otros mundos y realidades, una visión global con posicionamiento
Como ya se mencionó, el o la docente de este siglo no puede trabajar en aislamiento, así, igualmente, tampoco puede limitarse en cuanto a los conocimientos del mundo. El o la profesional en docencia del siglo XXI debe estar empapado de todo lo que sucede dentro y fuera de su contexto, pues mientras más saberes tenga a disposición, más y mejores visiones del mundo tendrá, opiniones basadas en análisis propios. ¿Cómo no habría de hacerlo si en sus manos está el colaborar en el proceso de formación de futuros ciudadanos? ¿Cómo se podría educar para un mundo desconocido?
Al educador le corresponde, por lo tanto, posicionarse y argumentar sus opiniones en el aula, ser crítico de la información que recibe y compartirla con la población estudiantil, libre de prejuicios, consciente de que será esta la que haga sus propias conclusiones a partir de procesos de análisis distintos.
Una persona docente en el ámbito universitario, en la presente época contemporánea, no puede darse el lujo de desconocer lo que sucede en su país, de las luchas de poder y los grupos que las originan, de los problemas sociales, políticos y económicos, de los movimientos sociales, del arte y cultura, de idiomas, de necesidades y descubrimientos; en fin, esta debe estar preparada para enfrentar el mundo a partir de su propia ideología y dar herramientas a su alumnado para crear las suyas propias.
Una educación para la liberación, una liberación prospectiva
Sin duda alguna, las cualidades que se requieren de una persona dedicada a la docencia a nivel universitario en la actualidad distan mucho de aquellas que se esperaban de esta en el siglo pasado. La educación bancaria comienza a quedar en el olvido, para dar paso a la educación liberadora, a una educación con sentido, una educación para todos y todas.
La imagen del personal docente como únicos poseedores del conocimiento es una idea obsoleta que debe ser desechada. Si bien es cierto, de cualquier docente en ámbito universitario se espera que tenga un cierto nivel de conocimientos, también está invitado a que los deconstruya y reconstruya junto a sus estudiantes.
El docente universitario puede permitirse un no sé; es válido. Esto es parte de la humildad profesional que demanda la sociedad actual. El profesor o la profesora no lo sabe todo, pues, como seres inacabados que somos, nunca dejamos de aprender: de ahí la riqueza de aprovechar el laboratorio que poseemos en nuestras aulas, ya que este es parte de nuestro empoderamiento y nuestra forma de liberarnos como educadores.
Paulo Freire cargó siempre el estandarte de la educación liberadora, una educación que emancipe a quienes el poder tiene en opresión. Aseguraba que el día en que cada uno de nosotros reconozca el poder que la educación le otorga, ese día seremos libres; con esto no se refería solo al encierro físico, sino también al mental, aquel que mediante currículos ocultos nos ideologiza sin darnos cuenta.
Por ello resulta de suma importancia estar alerta a los contenidos que recibimos y compartimos como profesores del siglo XXI, lo que se nos exige sin oportunidad de cuestionar. Debemos siempre pensar el por qué y el para qué, el objetivo real de las cosas. De igual forma, se debe cultivar y desarrollar el ejercicio de la criticidad en ellos, de debatir para proponer y ejercer ese deber de mejorar la sociedad y de buscar el bien de la mayoría, no solo de quienes buscan enriquecerse y seguir en el poder a cuenta nuestra. La educación en general debe buscar empoderar al pueblo para que este logre una emancipación real, visionando el futuro que desea y merece.
La importancia del diálogo en el mundo de la inmediatez y despersonalización
El maestro Paulo Freire, nos recuerda en sus escritos el lado humano de nuestra labor, un lado que absurdamente se pierde en los centros universitarios, como si los adultos no requiriéramos de atención, como si no nos sucedieran cosas importantes para compartir.
Freire nos introduce con la dialogicidad. En ella habla de la importancia de conocer al otro y su otredad, de dialogar con él, no para hablar sin sentido, sino para entenderle. De acuerdo con Freire y Shor (2014), “el diálogo es propio de la naturaleza del ser humano, como ser de comunicación que es; el diálogo sella el acto de aprender, que nunca es individual, aunque tiene una dimensión individual” (p. 20).
Me sucedió durante años que veía estudiantes entrar a mis aulas sin haberme interesado en sus orígenes, en sus objetivos, en sus ambiciones, no supe de sus pensamientos ni ambiciones, si estaban cómodos o no en mis cursos. Priorizaba por completo el contenido sobre el sujeto. Y es que justamente olvidamos que trabajamos con seres humanos. Más allá de dar un contenido, lo primordial es preocuparnos por quienes tenemos en nuestras clases, echarles de ver. Cuando conozco al otro puedo entenderlo, puedo llegar a él de otras formas. Comprender la importancia del otro es lo que me enseña, entre muchas otras cosas, la pedagogía.
En otras palabras, “quiero aprender con ellos cuáles son sus verdaderos niveles cognitivos y afectivos, cómo es su auténtico lenguaje, qué grado de alienación tienen en el estudio crítico y cuáles son sus condiciones de vida, como fundamentos para el diálogo y el acto de preguntar” (Freire y Shor, 2014, p. 24).
En un mundo donde la despersonalización empieza a ser un valor, desde las aulas es el sitio desde donde debemos impedir la trascendencia de ese tipo de actitudes. La persona estudiante debe tener una voz en las aulas. Burbules (1999, según se cita en Vargas-Manrique, 2016), menciona con respecto al diálogo:
es pertinente señalar que el diálogo es una actividad dirigida al descubrimiento y a una comprensión nueva, que mejora el conocimiento, la inteligencia o la sensibilidad de los que toman parte en él (…) resalta que el diálogo es el camino racional más importante hacia el conocimiento y la forma más elevada de enseñanza. (p. 210)
De esta forma, el profesor o profesora en el ámbito universitario del siglo XXI debe por un momento cerrar sus libros y apagar ordenadores, para así empezar a ver a los ojos de quien tiene tanto que contarnos, de quien trae conocimientos previos, con quien participo del proceso infinito de la enseñanza y el aprendizaje.
El saber tecnológico y la pertenencia a comunidades científicas
La sociedad cambia, pero los maestros y las prácticas pedagógicas no van al ritmo que demanda la realidad. Es necesario examinar algunas problemáticas que enfrenta la docencia universitaria. De hecho, no es suficiente con introducir tecnologías informáticas para innovar la docencia. (Guzmán y Quimbayo, 2012, p. 31)
El profesor universitario consciente, justamente, de que vivimos en una sociedad caracterizada por un cambio constante y acelerado debe buscar formas de capacitación continua, tanto a nivel personal, de pares académicos, como nacional e internacional. Es claro que las casas universitarias deben preocuparse por generar estos espacios, pero el docente, por su propia cuenta, también debe buscar de forma responsable la manera de seguir su formación, una que le permita actualizarse en cuanto a contenidos, pero también una que le brinde herramientas para investigar, para lograr la innovación, y así poder transformar.
Una excelente forma de lograr este cometido es la pertenencia a comunidades científicas nacionales e internacionales donde hay intercambio diario de saberes modernos, así como es posible compartir y socializar experiencias con otros profesionales alrededor del mundo.
Vivimos en una época en la cual contamos con la ventaja de tener acceso a nuevos conocimientos de forma inmediata, pero también la responsabilidad de saber discriminar con criterio esa misma información, adaptarla y/o transformarla, según nuestras necesidades y contexto.
El y la docente en el ámbito universitario del siglo XXI no puede huir ni esconderse de la tecnología, tiene que amigarse con ella y verla como un medio facilitador de tareas que puede enriquecer y fortalecer los procesos de enseñanza-aprendizaje. No se trata de utilizar la tecnología tan solo porque sí, sino de encontrar el verdadero fin pedagógico de ella.
En mi caso, luego de pasar años reclamando por la no existencia de un laboratorio de idiomas para un curso de Fonética I, descubrí una aplicación gratuita que, en línea, permite a la población estudiantil grabarse en video y evaluar su pronunciación. La tecnología está y, por lo tanto, es deber de nosotros buscar las formas de hacerla útil para nuestro quehacer, además de aceptarla como un componente que nos acompañará por el resto de la historia de la humanidad.
Participación activa en los procesos universitarios
Aunado al cambio constante de la sociedad, las universidades corren para acortar distancias. Por ello, la necesidad de equiparar carreras a los estándares internacionales y participar de los procesos de acreditación, resulta ser un hecho que lleva a la evaluación y al rediseño permanente de cursos donde nosotros como profesores debemos estar presentes.
Somos nosotros quienes impartimos los cursos, quienes conocemos el perfil de los estudiantes, aquello con lo que se cuenta y de lo que se carece. Es responsabilidad nuestra tener la costumbre de retroalimentar a las autoridades correspondientes de aquello que creamos importante y/o necesario. Si bien es cierto, el rediseño de cursos es una ardua y complicada labor; si entendiéramos la importancia de tener en nuestras manos la formación de personas capaces de salir y enfrentar el mundo, comprenderíamos la importancia de ser parte de cada proceso de mejora en el cual se involucre la unidad académica que nos corresponde.
Autorreflexión de la praxis, investigación que genere innovación
Durante el postgrado, comprendemos la importancia de autoevaluarse, de la constante autorreflexión de nuestra praxis. Entendemos en este periodo de estudio que la autoevaluación debe ser un hábito en la vida de todo profesor, máxime el universitario, aun sabiendo que los resultados puedan ser dolorosos. Esto porque la persona docente en el ámbito universitario del siglo XXI definitivamente está llamada a transformarse, lo cual solo es posible mediante una reflexión que genere acción. Decía Freire que la palabra tiene dos fases: la acción y la reflexión, que acción sin reflexión es activismo y que la reflexión sin acción es verbalismo estéril. Cuando como docentes entendemos la importancia de la reflexión, comprendemos que la investigación debe ocupar un lugar primordial en nuestra labor.
Este ejercicio de develamiento de la realidad es el hecho básico de la formación y de la investigación, pues implica duda, confusión, indagación, creación y transformación. Este es el tiempo de formación por excelencia, pues en él existe una intención transformadora en vez de adaptadora. (Guzmán y Quimbayo, 2012, p. 85)
Debido a esta razón es por lo que el o la docente en cuestión deberá asumir cuanto antes su rol de investigador en el aula, para lo cual deberá empaparse de los procesos de investigación que existen en su área y que podría utilizar para encontrar soluciones o cambios a los conflictos o confusiones que va encontrando en su práctica. Los mismos autores se refieren ampliamente a la investigación acción, donde el docente también es participante del proceso. Según Carr y Kemmis (1988, según se citan en Guzmán y Quimbayo, 2012), “es fundamental que el investigador sea un docente y el docente sea un investigador, para que este pueda investigar su realidad educativa” (p. 90).
El docente debe ser investigador de su propia práctica y a la vez conformar colectivos donde haya una reflexión grupal. Como se mencionó antes, es común que lo que sucede en las aulas universitarias quede allí y no trascienda. La persona profesional en docencia debe gestionar espacios de diálogo con sus colegas, donde pueda compartir sus experiencias y socializar los resultados de sus investigaciones, pues sería una lástima que el conocimiento y la experiencia no trascienda a otros docentes o no sirva para transformar la identidad docente de sus colegas.
El personal docente de FLE, ¿para qué y por qué?
¿Queda sobrando la enseñanza del francés frente al inglés?
Con respecto a la globalización:
¿Cómo ha sido posible establecer la comunicación necesaria para que este proceso se lleve a cabo de forma tal que haya llegado a regir la economía mundial? Una de las respuestas que cabe en este caso, es que ha sido por medio del idioma inglés. Es el idioma en que se llevan a cabo los negocios internacionales, es el idioma de la literatura y avances científico técnicos, es el idioma de los medios masivos de difusión a escala mundial. Tanto es así que en todos los idiomas del mundo hay una palabra que denomina lo que en buen español sería "mercado" pero que ahora se conoce como " marketing". (Estrada y García, 2001, p. 2)
Parte del empoderamiento que debe tener un profesor o una profesora en el ámbito universitario de FLE en el siglo XXI es comprender que, aunque el neoliberalismo intenta meterse en todos los estratos de la educación para manejarla a su antojo, imponiendo carreras que favorezcan las demandas de los grupos de poder, el francés sigue siendo una lengua de gran importancia y transformación para la población que tiene acceso a ella. Si bien es cierto, el inglés recibe mucha más atención de parte del gobierno y de la población en general, siendo este el idioma por el que aboga el neoliberalismo, el profesor FLE ha de reconocer la importancia del idioma que enseña en las aulas universitarias. Saber por qué enseñamos la lengua francesa y qué deseamos inculcar en quienes serán los futuros profesores de francés, debe ser un cuestionamiento constante en nuestra praxis.
Es importante, de igual forma, que tanto universidades como el Ministerio de Educación Pública de nuestro país tengan objetivos comunes, de tal forma que, si el Ministerio apuesta por secciones bilingües de francés en todo el país, este deba trabajar de manera conjunta con las universidades para enterarlas del personal profesional que se requiere y cuáles habilidades deben ser desarrolladas en mayor o menor medida.
De la importancia de las experiencias interculturales en el manejo de la expresión oral
Durante los años que me he desempeñado como docente universitaria, he tenido en mis aulas estudiantes que ya se desempeñan como educadores de francés como lengua extranjera y de las deficiencias que más he encontrado se encuentra un bajo nivel en cuanto al manejo de la lengua oral.
No quiero juzgar, admiro enormemente a mis estudiantes quienes estudian la lengua francesa en un país donde no es lengua materna, en una modalidad a distancia. Pero si debo hacer una crítica al respecto, diría que si las personas que tenemos en nuestras aulas de secundaria y primaria presentan grandes deficiencias en cuanto a la expresión oral, ¿qué pueden estar enseñando estos futuros profesionales en sus aulas? ¿Cuál es el objetivo de enseñar una lengua extranjera que no se practica, sino solo de forma escrita?
El objetivo último e ideal de los aprendices de lenguas es poder mantener una conversación, es decir, comunicarse, con los hablantes nativos de la lengua que están aprendiendo. Por esta razón, la meta de la clase de lenguas extranjeras debe ser convertir al aprendiz en un hablante y comunicador autónomo que pueda interaccionar eficazmente en el contexto sociocultural que le corresponda. Mediante el desarrollo de estrategias de comunicación el profesor de lenguas puede propiciar esa autonomía comunicativa de los aprendices. (Llach, 2006, pp. 162-163)
Si deseamos posicionar al francés, debemos enseñarlo acompañado de la función que cumpliría en la vida de cada estudiante. ¿De qué sirve memorizar listas extensas de vocabulario, si en una situación real no pueden utilizarlos? Debemos priorizar la expresión oral y su constante práctica. Un profesor o una profesora de FLE del siglo XXI no puede tener miedo a la lengua que enseña, no puede esconderse en libros o en gramática tradicional.
Enseñar una lengua es abrir puertas a nuevas culturas; una vez alguien me dijo que las clases de francés como lengua extranjera deberían ser tan creativas como las clases de arte. Es esto lo que debemos inculcarles a quienes asisten a las aulas para participar del proceso de enseñanza y aprendizaje, por lo cual es de suma importancia que los profesionales busquen oportunidades de experiencias en países francófonos. Yo no creo que se pueda enseñar una cultura si no se conoce, si no se ha vivido en ella, sino se ha sufrido y sobrevivido, ¿con qué pasión lo haríamos? Sería solo describir lo que dice un libro, o lo que hemos escuchado; no se enseña con la misma pasión.
Así, con este tipo de experiencias, además de empaparse de la cultura, el profesor o la profesora de FLE mejorará sin duda alguna su oralidad, su manejo del idioma, su fluidez. Es clave que en la vida de cualquier profesor al momento de dar un contenido preguntarse para qué y por qué, y en el caso del francés esto resulta muy simple: se enseña para que se pueda hablar, no para completar ejercicios escritos nada significativos para la vida real de los estudiantes.
Volvemos, una vez más, la mirada a la idea de una educación liberadora, para poder dejar atrás la educación bancaria que no tiene ningún fin. El estudiante debe ser agente activo de su propio aprendizaje, lo cual logrará participando de él, entendiendo su importancia, su uso.
El profesor o la profesora de FLE, además debe tener claro el enfoque metodológico con el que trabaja. En la actualidad, nos desplazamos aún entre el enfoque comunicativo y el enfoque centrado en la acción, de forma que nuestras estrategias metodológicas en el aula universitaria deben corresponder con las pautas que aquellos dictan, lo cual no quiere decir que deban dejarse de lado estrategias que corresponde a antiguos métodos, pero sí ser conscientes de la forma en la que estamos enseñando y la que se espera sea utilizada por los futuros profesores y profesoras de francés como lengua extranjera en sus aulas.
No puedo entender el enfoque centrado en la acción, si lo aprendí en una clase magistral. Es imposible entender la idea de una o un estudiante con rol activo, si tuve un rol pasivo durante mi paso por la universidad.
Hacia una visión sociocultural en espacios interdisciplinarios
Resulta de suma importancia que el profesor o la profesora de FLE tenga contacto y manejo de otras lenguas extranjeras. En el mundo globalizado en el cual le toca desenvolverse, deberá recurrir a la mayor cantidad de conocimientos posibles. Anteriormente, hablé de lo necesario que es conocer lo que pasa dentro y fuera de nuestro contexto, ahora hago referencia al multilingüismo y a lo valioso de los trabajos multidisciplinarios
Entender la mayor cantidad de idiomas es un requisito para evolucionar en la sociedad actual. En nuestro caso particular, en ocasiones resulta más fácil explicar el francés desde el inglés, en otros encontramos más similitudes con la lengua materna (el español). Ese abanico de posibilidades, facilita sin duda alguna los procesos de enseñanza-aprendizaje.
Por ello, el docente universitario de FLE debe estar abierto a adquirir conocimientos más allá de la disciplina de su preferencia, al mismo tiempo que deberá buscar la forma de trabajar de forma interdisciplinaria al momento de investigar e innovar. El francés no está apartado del resto de áreas, es solo una fracción de la gama de saberes que se requieren para avanzar en el mundo actual.
El trabajo conjunto y colaborativo de múltiples disciplinas es un requerimiento del cual el profesor o la profesora de francés no puede escapar, por el contrario, debe buscar generar esos espacios de convergencia con otros profesionales.
Propuestas de una profesora de FLE del siglo XXI
Sin querer redundar en lo ya he expuesto a lo largo del escrito, quisiera hacer referencia de forma muy puntual a aquellos aspectos que, desde mi perspectiva, permitirían lograr ese empoderamiento al que tanto he hecho referencia.
Es necesario trabajar de forma rigurosa las cuatro competencias lingüísticas en lengua extranjera: expresión oral y escrita, comprensión oral y escrita, haciendo énfasis en la parte oral, la cual requerimos de forma inmediata al momento de enfrentar situaciones reales de comunicación.
Se debe incluir a la investigación como columna vertebral en las mallas curriculares de las carreras universitarias de la enseñanza. El profesor universitario de este siglo debe saber, desde sus estudios, que está llamado a la innovación, para lo cual requiere conocer los fundamentos de la investigación y estar familiarizado con ella; ese deseo de transformación debe despertar desde las aulas universitarias.
Desde la academia para la que se labora
La universidad debe velar por el acompañamiento del profesor o profesora novel mucho antes de que este o esta inicie sus funciones. La inducción y capacitación en la gestión y políticas académicas son primordiales para el buen desempeño del personal docente universitario.
Las universidades deben exigir estudios en pedagogía a toda persona profesional que se desempeñe como docente universitario. La identidad docente debe desarrollarse, para así, mediante el saber pedagógico, cultivar el deseo de transformación de la praxis del personal docente universitario.
Los centros universitarios deben procurar el trabajo de pares pedagógicos para enriquecer los procesos de enseñanza. Es formidable tener a dos profesionales del saber nutriendo las opiniones del otro, o bien debatiendo de forma respetuosa, pero argumentada, las ideas ajenas que no comparte.
Las unidades académicas deben generar espacios de socialización entre sus docentes, donde puedan dialogar y compartir sus experiencias, llegar a acuerdos comunes y responder interrogantes de forma colectiva.
Las universidades deben seguir destinando fondos a la investigación, para todas sus áreas. La investigación no puede reservarse a las ciencias exactas, pues desde las ciencias sociales tenemos muchísimo trabajo que hacer, para lo cual se requiere del apoyo de las autoridades respectivas para llevarlo a cabo.
A nivel personal y profesional
La persona docente en el ámbito universitario del presente siglo XXI, consciente de que es un ser inacabado y de que la sociedad y sus conocimientos avanzan de forma desmesurada, debe tener en consideración la formación continua; debe estar al tanto de procurar ser parte de espacios donde pueda actualizarse y construir conocimiento junto a otras personas.
El profesor o la profesora de francés como lengua extranjera debe tomar en cuenta que la experiencia en algún país francófono es primordial al momento de enseñar otra cultura a través de un idioma extranjero. Este profesional debe vivir y conocer lo que enseña en sus aulas. Debe, además, intentar mejorar día con día su nivel de la lengua, para ello qué mejor que una estadía en un país donde el francés sea lengua oficial.
Sabiendo la importancia de nuestros logros y de aquello que descubrimos en nuestras investigaciones, la socialización debe ser una constante entre colegas universitarios. El profesor y la profesora del siglo XXI debe intentar hacer de su propia experiencia, una guía para quienes le acompañan o vienen atrás en el camino de la docencia.
Definitivamente, creo que el trabajo conjunto entre el Ministerio de Educación y las universidades es necesario. Las universidades deben conocer el perfil del educador que requiere dicho ministerio. Además, debe existir una concordancia entre la inversión que hace el gobierno en cuanto a la inmersión de la lengua francesa en las secciones bilingües y el poco apoyo que desde los centros académicos se le da a la carrera de la enseñanza del francés; una carrera que desde hace ya bastante tiempo se encuentra en vilo.
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http://dx.doi.org/10.15359/rep.esp-21.7
1 Profesora de la Carrera de la Enseñanza del Francés de la Universidad Estatal a Distancia, Licenciada en Lingüística Aplicada con Énfasis en Francés de la Universidad Nacional de Costa Rica.
División de Educología del Centro de Investigación y Docencia en Educación (CIDE),
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