N.º 86 • Julio - Diciembre 2022
ISSN: 1012-9790 • e-ISSN: 2215-4744
DOI: https://dx.doi.org/10.15359/rh.86.5
Licencia: CC BY NC SA 4.0
sección Balances y Perspectivas
La subjetividad del historiador. Breves apuntes de un tema pasado y presente
The Subjectivity of the Historian. Brief Notes on a Past and Present Topic
A subjetividade do historiador. Breves notas sobre um tópico passado e presente
Antonio Álvarez Pitaluga*
Luis Antonio Acosta Betegón**
Resumen: A partir de algunos relevantes hitos interpretativos y la opinión de reconocidos intelectuales sobre la subjetividad de la historia, este texto intenta exponer un grupo de ideas sobre la validez e importancia actual de la subjetividad para el historiador. Se parte del hecho de que la subjetividad es un fenómeno humano a través de su existencia social en el tiempo, y que en la modernidad adquirió nuevas características a pesar de las críticas del positivismo a finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX. Por último, se explica mediante algunos ejemplos y expresiones, cómo desde el surgimiento del pensamiento relacional —mediados del XIX— y hasta el presente, la subjetividad ha alcanzado nuevas potencialidades interpretativas de evidente provecho para el historiador.
Palabras claves: Historia; subjetividad; objetividad; historiador; poder; hegemonía.
Abstract: Starting from some relevant interpretative milestones and the some recognize intellectual opinion on the subjectivity of history, this text tries to expose a group of ideas about the validity and importance of subjectivity for the historian and his work. It starts from the fact that subjectivity is a human phenomenon through its social existence in time, and that in modernity it acquired new characteristics despite the criticisms of positivism at the end of the 19th century and the first decades of the 20th. Finally, it is explained through some examples and expressions, how from the emergence of relational thought to the present, subjectivity has reached new interpretative potentialities of obvious benefit for the historian.
Keywords: History; subjectivity; objectivity; historian; power; hegemony.
Resumo: Com base em alguns marcos interpretativos relevantes e na opinião de renomados intelectuais sobre a subjetividade da história, este texto procura expor um conjunto de ideias sobre a validade e a importância atual da subjetividade para o historiador. Baseia-se no fato de que a subjetividade é um fenômeno humano por meio de sua existência social ao longo do tempo, e que na modernidade adquiriu novas características apesar das críticas ao positivismo no final do século XIX e primeiras décadas do século XX. Por fim, explica-se, através de alguns exemplos e expressões, como, desde o surgimento do pensamento relacional —meados do século XIX— e até os dias atuais, a subjetividade alcançou novas potencialidades interpretativas de evidente benefício para o historiador.
Palavras chaves: História; subjetividade; objetividade; historiador; poder; hegemonia.
Si tenemos en cuenta la validez que aún conserva el texto de Paul Ricoeur, Objetividad y subjetividad en la historia, publicado hace casi sesenta años, en 1964, junto a la trayectoria historiográfica de las ciencias sociales en torno a la subjetividad y la objetividad de la historia y del historiador, este texto no tendría sentido. Las ideas de Ricoeur1 fueron intensas ráfagas en la convulsa tormenta social e intelectual de los años sesenta del pasado siglo que todavía recorren los campos intelectuales internacionales. No obstante, su impacto no ha tenido igual recepción en todos los circuitos intelectuales durante las décadas transcurridas desde entonces; en el de los historiadores, sus reflejos siguen siendo marcadamente desiguales. Sin lugar a duda, la subjetividad de la historia y del historiador ha tenido diversas representaciones entre nosotros. Algunos la rechazan o minimizan, otros se la endilgan a sus colegas académicos como un tema fuera de su área de estudio y que poco les atañe ¿Por qué un asunto tan consustancial a la historia y a los historiadores es distorsionado de manera notable y continúa vigente en pleno siglo XXI, cuando debería ser un tema ya zanjado?
En principio puede responderse que una problemática de aristas tan incómodas y filosas no goza de popularidad investigativa ni divulgativa entre los investigadores del pasado, al ser identificada mayormente como una cuestión de la filosofía u otras ciencias. Otra idea es que cuando un historiador considera que es objetivo, asume haber logrado distanciarse lo suficiente de la subjetividad, como para desatenderse de ella y estimar que sus puntos de vista constituyen verdades certeras —objetivas—. Pero estas opiniones son apenas la punta del iceberg de un tema que acompaña la propia evolución de la ciencia histórica, desde los finales del siglo XIX, cuando el positivismo estableció la objetividad histórica como la gran verdad de la historia a partir del documento o los restos arqueológicos.2
Antes de continuar vale la pena señalar que hemos decidido realizar nuestros análisis a partir de un grupo de autores representativos de Europa occidental que ha trabajado la subjetividad en relación con la historia entre los siglos XIX y XXI. De manera general, sus criterios han trascendido en el tratamiento historiográfico internacional del tema. Además, la historiografía histórica de esa región, sobre todo la francesa, también ha sido una de las más preocupadas en el debate temático. Lo anterior no descarta el reconocimiento y el uso de otros autores fuera de ese circuito, como se verá oportunamente. Pero, desde nuestro criterio, los autores aquí citados mayormente, resultaban imprescindibles para nuestras reflexiones.
Documento vs. novela: una batalla irreal, breve panorama
En pleno siglo XXI, y contrario al punto de vista de algunos historiadores, sigue siendo necesario enfatizar que la novelística no es un punto de llegada ni complemento factual para el estudio histórico, sino, por el contrario, uno de partida. Dicho de manera más concreta, pudiéramos considerarla como una indispensable fuente documental para el historiador y su trabajo. No olvidemos que el novelista y el historiador tiene la capacidad de ficcionar —recrear— sus respectivos relatos; por tanto, la imaginación de ambos y los usos que le dan en sus obras pueden ser similares y discutibles. En esta ecuación interpretativa, el tradicional documento de archivo puede llegar a desempeñar una función poco habitual: corroborar la información y las verdades primarias, que al igual que él, contiene la obra literaria, ya que ambos nacen de un idéntico origen de creación: la subjetividad. Los estudios de su presencia en la literatura, la historia, el pensamiento y en el conjunto de la sociedad fueron asumidos desde el surgimiento de la filosofía moderna a mediados del siglo XIX. Los análisis de Carlos Marx sobre la dominación política y los relacionados con el psicoanálisis de Sigmund Freud, son dos innegables ejemplos y puntos de partida.
Llamada en no pocas ocasiones por el positivismo, ficcionalidad autoral, licencia literaria o también, literalidad —término en boga aún—, la subjetividad del novelista es tan objetiva como la del historiador o de quien escribe un documento en cualquier época o de quienes lo interpretan posteriormente según sus intenciones o motivos de búsqueda, entre otras razones.
El que escribe sobre un hecho, y quienes lo leen después, lo hacen condicionados por sus respectivas imaginaciones previas del mundo y sus sentidos de existencia. Bien sabemos que escribir y leer son dos procesos cognitivos que forman parte del conjunto de toda creación humana, fruto de cada modo de representar y entender la realidad. La subjetividad, personal o colectiva, como estructura epistémica de representaciones del mundo y de la realidad, no es un fenómeno exclusivamente de la modernidad, sino un rasgo inherente a cualquier tipo de escritura a lo largo del tiempo, de imágenes o representaciones simbólicas creadas por el ser humano, más allá de épocas, formatos o códigos alfabéticos. La historiadora británica Barbara Taylor así lo entiende:
Se suele considerar —a menudo este supuesto simplemente se da por hecho, por ser una asunción generalmente compartida en estos momentos— que la subjetividad no es atemporal, que no contiene una esencia personal al margen de la cultura, sino que se trata de un artefacto cultural que cambia con el tiempo. No se contempla que la subjetividad interior —el yo, la fuente y lugar de la identidad personal— pueda ser resultado de la condición humana a lo largo del tiempo […]3
De allí el hecho de que la subjetividad del historiador no es un tema de las sociedades modernas y sus dinámicas. Como se verá más adelante, desde la invención de la escritura, la subjetividad se ha visualizado a través de esta. En el propio texto aquí citado de Taylor, se exponen más argumentos al respecto. En nuestra realidad continental, ha estado presente desde las primeras fuentes documentales elaboradas por los europeos sobre América. En 1492, Cristóbal Colón escribió decenas de anotaciones en su polémico Diario de navegación con abundantes hipérboles sobre lugares, acontecimientos y gentes, desde una marcada intencionalidad económica y política. Al hacerlo, proyectó a sus reyes mecenas las amplias posibilidades de presencia, intercambios y ganancias comerciales con las tierras referidas ¿Fue el almirante imparcial y objetivo en su escritura, o no lo fue a pesar de ser considerando el diario un clásico documento primario? Contrastar lo agreste y desolado de los parajes de la costa norte del oriente de Cuba, todavía hoy, por donde llegó por primera vez a la mayor isla de Las Antillas, con la celebérrima frase «[…] si las otras ya vistas son muy fermosas y verdes y fértiles, ésta es mucho más […]»,4 conduce a pensar que el marinero italiano debía y tenía que construir con bastante urgencia una imagen muy acorde al deseo de los reyes y las aspiraciones financieras recogidas en las Capitulaciones de Santa Fe. No caben dudas que las presiones comerciales, financieras y sus empeños personales signaron en muy buena medida las subjetivaciones de sus apuntes a la par de su condición de documento primario.
No debe olvidarse que Colón fue un pionero de la modernidad. Esta acrecentó la búsqueda subjetividad del ser humano como resultado de sus replanteos intelectuales a partir de su conocida asunción antropocentrista. Cuando la razón fue potenciada sobre la fe para la indagación del conocimiento de la naturaleza física y social mediante las Ciencias, en aras de dominar los universos naturales y sociales, la subjetividad humana adquirió nuevos incentivos de percepción, modos de expresión y métodos de búsqueda.
Unos años atrás, en 1485, otro precursor de la modernidad, el artista Sandro Botticelli, creó su conocida obra El nacimiento de venus. En sus alegorías se encarna una de las propuestas simbólicas más representativas de la nueva subjetividad humanista del renacimiento. La instrumentación de la razón científica desarrolla un alto vuelo interpretativo con el origen biológico de la joven modelo, sin despreciar sus lecturas religiosas. Pero, más que el nacimiento de la mítica fémina grecolatina, la obra legitima, a un mismo tiempo, el nacimiento de la sociedad capitalista en lenta emersión. No es casual que la banca florentina, mecenas de Sandro a través de los Médici, sea considerada uno de los primeros gérmenes del mercado y sociedad capitalista. La obra, y muchas otras del periodo, de las escuelas florentina, veneciana y romana, legitima en sus representaciones y alegorías la nueva subjetividad desde la búsqueda y la experimentación de las ciencias, donde el orden de las fuentes no es lo determinante, sino, la capacidad de interpretación y el hallazgo como respuesta a la duda. El precepto, «Pienso, luego existo», de René Descartes,5 casi ciento cuarenta años después de la creación de Botticelli, ahondó en la mediación que ejerce el conocimiento y su producción partir del cultivo de la subjetividad en la relación ser humano-sociedad-naturaleza.
Entre los siglos XVI-XIX la instrumentación de la razón conllevó en Occidente a una verdadera eclosión de racionalidades en casi todas las áreas del conocimiento que devinieron progresivamente en las nuevas verdades primarias y científicas de la ciencia y, por consiguiente, del ser humano. Hacer crecer a las Ciencias para nutrirse de ellas y articular una convivencia y desenvolvimiento con las realidades sociales de la modernidad conformaron las hoy cuestionadas Teorías del Progreso de Occidente, ideas que en su momento ensancharon el valor del conocimiento a partir de diversas búsquedas y fuentes informativas. También le permitió al ser humano ejercer un igual ejercicio intelectual en torno al último de los géneros literarios surgido en tan especial coyuntura universal, la novela.
La práctica científica de creaciones tecnologías, invenciones, métodos de investigación y diseños explicativos de las nuevas sociedades capitalistas en ascensión, a partir de búsquedas, descubrimientos, corroboración y acopio informativo de fuentes proveedoras, conllevó a que la novela naciese de manera semejante a este quehacer científico, es decir, surgir y desarrollarse tomando informaciones, tradiciones y estilos de los anteriores géneros para su estructuración y desarrollo desde mediados del siglo XVIII.
La novela, nacida con la modernidad y la expansión del capitalismo en Europa occidental, si bien llegó al quehacer intelectual del ser humano cuando el documento ya atesoraba siglos de existencia, también fue portadora, muchas décadas antes de la eclosión positivista, de una cualidad compartida junto al documento: ser concebidos ambos desde el complejo universo ideológico de las representaciones del mundo de su autor, como venía desarrollándose desde su invención diez mil años atrás, toda creación escritural.
Es necesario recordar entonces que, a contrapelo del espíritu positivista, los documentos primarios son portadores de complejas subjetivaciones de sus respectivas realidades sociales. Esto equivale a decir que sus contenidos reflejan relaciones de clases, grupos sociales y de poder de antiguas sociedades, y también dan cuenta de diversos tipos de intereses, sistemas de relaciones e intenciones hegemónicas:
En efecto, las estructuras del poder de una sociedad incluyen la facultad que tienen las categorías sociales y grupos dominantes dejar, voluntaria o involuntariamente, testimonios susceptibles de orientar la historiografía en este u otro sentido. El poder sobre la memoria futura, el poder de la perpetuación, tiene que ser reconocido y descifrado por el historiador. Ningún documento es inocente […] Los documentos no se convierten en fuentes históricas sino después de haber sufrido un tratamiento destinado a transformar su función de mentira en confesión de verdad6.
Cuando el historiador Jaques Le Goff afirmó esta idea, dejó claro el manejo ideológico del documento en relación con las estructuras hegemónicas de la sociedad a la cual pertenecen, tanto su autor como el texto en sí. La supuesta inocencia que garantiza la objetividad —imparcialidad— del documento no es tal, por el contrario. El historiador debe ser consciente y ser capaz de enfrentar las intencionadas distorsiones de sus contenidos. La subjetividad del documento es asumida desde otra subjetividad, la del historiador.
Sin embargo, desde su nacimiento a finales del siglo XIX, el positivismo le endosó a la novela y a la literatura en general, una supuesta debilidad objetiva al no reflejar de manera primaria —presencial u ocular— lo acaecido sobre un acontecimiento pasado. Para hacerlo, se basó en el supuesto de que el documento antiguo o de archivo fue escrito por el protagonista o participante del acontecimiento, siendo este una fuente primaria sin intermediarios; mientras que la novela toma su argumento de la información que obtiene del primero y otros tipos de fuentes, es decir, su reflejo fáctico es secundario o pasivo. La escuela rankeniana no admitía la existencia del universo relacional de la subjetividad humana expresado en toda obra escrita:
Ya hemos dicho que la historia se hace con documentos, y que los documentos son huellas de los acontecimientos del pasado […] Solo podemos conocer los hechos empíricamente de dos maneras: directa, si los observamos en el mismo momento que ocurren, o bien indirecta, mediante el estudio de sus huellas […] Por tanto, la índole del «hecho histórico» consiste en que no podemos conocerlos sin indirectamente a través de sus huellas.7
Compulsado por tal lógica, la historia y el historiador solo podían llegar a conocer el pasado a través de documentos escritos por participantes o testigos del hecho —huellas— y, en su defecto, a través de los restos arqueológicos materiales de ese pasado. Debían entonces limitarse a rescatar, reconstruir y presentar de manera objetiva los hechos que conformaban el pasado. En el discurso positivista, la relación binaria hecho-documento dejaba fuera los textos literarios para generar la objetividad exigida, pero como veremos más adelante, tal partición es la análoga a la proporción dual, sociedad-cultura, cuya fragmentación dificulta con creces el análisis de la totalidad social.
De ese modo la subjetividad del historiador —su interpretación— sobre la subjetividad del autor del documento —interpretación previa—, quedaba punto menos que ilegitimada. La extraña imagen del historiador ahistórico se idealizó entonces como un modelo que, pese a las críticas frontales de la revolución historiográfica del siglo XX a través de sus diferentes escuelas —la de Annales y la marxista, principalmente—, ha logrado sobrevivir hasta el presente.
Entre sus argumentos más socorridos se destaca la condición de fuente primaria del documento como prueba de fe de su objetividad, al haber sido elaborado de manera directa por participantes o testigos contextuales; lo cual garantiza, según estos, la ausencia de subjetividades autorales. En ese sentido, valoran la novela como texto secundario por sus variadas y admitidas subjetividades escriturales. Pero nada más distante de tal idea que el pensamiento de Mijaíl Bajtín, uno de los grandes especialistas teóricos de la novela en el siglo XX:
El hombre-sujeto unitario no se siente creador sino en el arte. La personalidad creadora subjetivo-positiva es un elemento constitutivo de la forma artística; en ella encuentra su subjetividad una objetivación específica, se convierte en subjetivación creadora significativa desde el punto de vista cultural; también se realiza en la forma la unidad específica del hombre físico y moral, sensible y espiritual […]8
Para Bajtín, la subjetividad del novelista parte de una objetivación de la realidad cultural previa; desde la cual, según nuestro criterio, también nace la subjetividad del documento histórico y del historiador al redactarse y formarse, respectivamente, dentro de esta. La escritura en sus varios soportes, pasados y presentes contiene las intenciones, los intereses y las perspectivas de cada autor que, durante el proceso de redacción, construye, explica, modifica o distorsiona, sobre un suceso en el cual participa y que por determinadas razones desea dejar constancia escrita de lo que vio y entendió de él. Tal proyección intelectual suele ser voluntaria o involuntaria, pero, en cualquiera de los dos casos, suele parcializar de antemano la información redactada. Es decir, la escritura es un acto de creación predeterminado por factores individuales y sociales. La dialéctica subjetiva y objetiva que compone la realidad condiciona dicha asunción; por tanto, la propiedad de imparcialidad objetiva del documento ante el hecho histórico que muestra tiende a ser relativa. Paul Ricoeur comprende la idea anterior al plantear que, «es objetivo lo que el pensamiento metódico ha elaborado, ordenado, comprendido y aquello que puede hacer comprender»;9 por lo que, la intencionalidad, o mejor, las intencionalidades del autor designan los contenidos que refleja en el documento.
Los siglos XIX y XX fueron pródigos en los estudios sobre subjetividades en el pensamiento social de Occidente. En igual periodo, la literatura, y de modo especial la novela, experimentó su conocida expansión internacional con un arco estético que se inició con el romanticismo hasta los neorrealismos de la segunda mitad del siglo XX. Entre los siglos XIX y XX, la novela como género literario y la Historia como ciencia, convivieron con estas realidades científicas e intelectuales. La subjetividad, si bien es un proceso intrínseco al ser humano desde la aparición de su capacidad de interpretación y sustentadora de toda huella escritural o artística, durante los dos últimos siglos ha ocupado un innegable espacio en los distintos tipos de producciones historiográficas que no puede ser obviada. Dicho de manera dialéctica y a pesar de sus críticos, para el historiador y el ser humano en sí, negar la subjetividad y su papel e importancia, es negarse a sí mismo, «Todos los historiadores trabajan con alguna noción de la psique humana. Las intenciones se atribuyen, las pasiones se invocan, los propósitos —conscientes o inconscientes— se dan por hecho».10
En los refraneros populares de cada cultura y civilización, existen frases y proverbios que resumen las experiencias acumuladas de la vida cotidiana y el devenir histórico de cada época. La civilización china es rica en aforismos. Desde la antigüedad, estos han sido recogidos en varios documentos o en las tradiciones orales, reflejando elementos puntales de sus, otrora, sistemas relacionales. En igual sentido, el mundo hispano atesora decenas de estos. Uno muy repetido nos permite equiparar la existencia social de los seres humanos con la problemática intelectual de la subjetividad al decir que, los hijos se parecen más a sus épocas que a sus padres. De manera similar, la subjetividad de cada época está presente, independientemente de la voluntad humana, en el documento y los textos escritos en general, y a su vez, es resultado de esta.
El documento y la novela comparten una igualdad obviada sutilmente por las tesis positivistas: son textos creados dentro de sistemas de relaciones sociales y de poder. Constituyen frutos de la interacción social e ideológica del autor con su época y sus contemporáneos; sin esta, la escritura en sí no sería posible, no trasmitiría ninguna información. Desde lo más iniciático del lenguaje abstracto, la pintura rupestre y la antigua arquitectura megalítica, el ser humano codificó a través de él preocupaciones, necesidades, anhelos e intereses. Salvando las épocas, ha escrito y escribe, consciente o inocentemente, signado por un cúmulo de intereses políticos, económicos, religiosos, gubernamentales, personales, familiares y educativos, entre otros, que lo forman y acompañan, con sus respectivas variaciones, durante su vida.
Contrario a esta visión, la subjetividad no es el lastre de una generación, ni mucho menos de una época, tampoco una ausencia de rigurosidad. Por el contrario, es una cualidad dialéctica e intrínseca del ser humano desde que adquirió pensamiento abstracto hace unos 70 000 años, como explica el historiador Yuval Noah,11 determinando desde entonces su capacidad de sociabilidad individual y grupal, así como el desarrollo social de los distintos esquemas organizacionales humanos. En el curso del tiempo esta ha sido expresada en distintos formatos impresos, pero su estructura y condición relacional se han mantenido, modificándose según la época y los contextos.
En ese sentido, y a diferencia del documento, la novela es un literario proteico, al decir de Enric Sullá.12 O sea, para existir y desarrollarse, se alimenta de otros géneros como la poesía, el ensayo, el drama teatral, la música y otros. De estos, obtiene y contrasta datos, recursos expresivos y disímiles informaciones e interpretaciones —religiosas, ideológicas, económicas y políticas—, sobre el contexto social seleccionado o imaginado por el autor para su trama. Con el documento también hace un tanto igual, extrae de él todo lo útil para su crecimiento.
En esa perspectiva la novela latinoamericana es una fuente de primer orden para el trabajo del historiador del continente. Sus contenidos pueden demostrar el tono relativo de la objetividad histórica continental y el peso de la subjetividad para el análisis del pasado acerca del transcurso y el uso del tiempo; veámoslo con un ejemplo. El historiador necesita de la datación del tiempo para el análisis del pasado y sus hechos. De modo convencional, la historiografía latinoamericana ha asumido la linealidad del tiempo occidental en cuanto a sus divisiones cronológicas, sus velocidades de decurso, así como su avance unidireccional, proveniente de su concepto de progreso. Dicha linealidad temporal es una construcción plenamente subjetiva del ser humano. A un mismo tiempo, en América Latina, el tiempo circular también configuró el curso del tiempo y los acontecimientos civilizatorios indígenas. Para los historiadores latinoamericanistas, conocerlo y valorarlo es importante; sin embargo, rara vez es aplicado al análisis histórico del pasado continental.
Un ejemplo vigente lo encontramos en Cien años de soledad.13 El uso de ambos sentidos del tiempo está presente en su extensa narración. La historia familiar de los Buendía y su desenlace puede ser entendida de manera lineal o circular. Si bien el tiempo americano hoy es lineal, el circular es una expresión subjetiva de igual definición y uso. Quizás su menor asunción en la reflexión histórica tiene que ver con el hecho de que su creación y aplicación provinieron de las civilizaciones aborígenes, las conquistadas por las culturas europeas; las cuales impusieron sus normas culturales, entre ellas, la temporalidad y el sentido del tiempo. La novelística del siglo XX ha sido más abierta a las subjetividades de las temporalidades continentales que la historiografía de la propia centuria.14 Los historiadores han sido algo reticentes a esta realidad prefiriendo la linealidad del documento y su supuesta objetividad fáctica.
El autor del documento describe, narra o explica un suceso en el cual ha participado o le han informado previamente, aunque no necesariamente conoce o valora las informaciones contextuales que conduce al hecho relatado. Un simple autor del siglo XV, sin conciencia ni interés por interpretar un acontecimiento y su época de manera interrelacional, pudo plasmar con abundantes datos lo que vio, le contaron y finalmente transcribió. Un tanto igual puede ocurrir con la memoria oral, conserva y trasmite de manera secuencial la narración fáctica del evento o personaje. En los dos casos, el interés primordial es la conservación factual de presente o el pasado narrado; pero, más allá del dominio de los contextos y sus interrelaciones, la forma de ver el mundo, de creerlo, de imaginarlo, de representarlo y entenderlo a partir del lugar social que se ocupa en él, condicionan la narración escrita u oral. De igual manera, la asunción de las subjetividades provenientes de la literatura y la lingüística está presente en el criterio de Carolina Araujo, cuando recalca la necesidad de que el historiador asimile la unidad subjetiva entre historia y literatura desde un recurso común, el tratamiento del lenguaje que ambas utilizan en sus obras.15
Objetividad histórica, ¿subjetivación del mundo?
La novela es hija de la modernidad, como también las Ciencias Sociales. Estas últimas cobraron vida a finales del XVIII, para construir un pensamiento legitimador de la expansión capitalista. Sus esquemas de interpretación se fueron complejizando con el devenir del siglo XIX hasta cuestionar desde varios ángulos el propio conjunto de la sociedad capitalista. Desde mediados del XVIII, Emmanuel Kant disertaba sobre la subjetividad como reflejo de la creciente socialización humana y de los sistemas de relaciones sociales cada vez más ramificados en Occidente; articulados, entre otras razones, por el aumento exponencial del conocimiento y el desarrollo científico. En su planteamiento entre la causalidad necesaria y la libre, consideraba que la validez de la subjetividad se sustenta en la capacidad del ser humano de humanizar su existencia mediante el quehacer en esferas como la economía, la política, las ciencias y la religión.16 O sea, sin ella, la condición humana limita su propio desarrollo individual y social.
En esa época, la novela iniciaba su larga carrera evolutiva afincada en la práctica de construir verdades desde la interpretación social, de igual modo que las Ciencias Sociales, y sus autores acudían de manera creciente a la reflexión social para lograrlo. Sin embargo, hasta aquel entonces la historia se entendía mayormente como una narración secuencial del pasado en aras de preservarlo para determinados fines legitimadores. En esta definición renacentista-iluminista, no se concebía la subjetividad del historiador al pensarse que solo relataba los hechos tal y como sucedieron; pero sabemos que lo narrado era el fruto de la apreciación individual, colectiva y epocal del historiador, por más que declarase su neta remisión a los hechos. De hecho, en la propia medida que la expansión del nuevo sistema avanzaba, al igual que el novelista, el historiador veía como la subjetividad alcanzaba un complejo reconocimiento con el propio desarrollo de las Ciencias Sociales. Precisamente, estas se estructuraron a partir de la organización, clasificación y sistematización intelectual e institucional de la subjetividad para el estudio de las sociedades.
Con el surgimiento del marxismo original de Carlos Marx, el componente subjetivo de la realidad social adquiere otra dimensión en el pensamiento social. Marx demostró su papel e importancia en la articulación y reproducción de las relaciones sociales. Hasta el inicio de sus estudios, la Economía Política explicaba las dinámicas generales de la sociedad capitalista a partir de factores objetivos como el mercado, las mercancías y el dinero, sin priorizar los componentes subjetivos de la realidad. A través del conjunto de su obra, Marx se encargó de demostrar cómo el mercado, la mercancía y el dinero producen y reproducen la subjetividad humana que, a su vez, también se reproduce desde las estructuras de poder para el ejercicio de la dominación política; en la cual, las Ciencias Sociales y la literatura tienen un papel destacado. En tal sentido, le otorgó al funcionamiento general de las sociedades moderna un carácter de universalidad, clave esencial de su interpretación conjugada de los componentes subjetivos y objetivos de la realidad para la comprensión social. Para él, los factores objetivos y subjetivos de la realidad tienen un peso compartido e interrelacionados en el desarrollo social. Desde entonces, uno no se puede entender sin el otro. En nuestro presente, la historiadora Taylor también lo asume de igual modo, «Los sujetos históricos no pueden comprenderse aislados de sus mundos sociales […]».17 Por tanto, la interrelación de ambos permite observar y comprender las dinámicas de universalidad de las sociedades modernas y del resto de las sociedades anteriores, lo que equivale a decir, de la historia universal del ser humano.
Sin embargo, el pensamiento crítico de Marx inició una fragmentación interpretativa a partir de dos visiones opuestas antes del fallecimiento de su propio autor (1883); estas fueron, la ortodoxa-economicista y la crítica. Dentro del marxismo, se definieron entonces dos interpretaciones contrapuestas sobre la subjetividad y su papel en el desarrollo social. Para los ortodoxos, esta no participaba ni intervenía en las estructuras estatales ni económicas, moraba solo en los predios de la producción artística y literaria, siendo la cultura una entidad inmaterial, separada e independiente del poder y el resto de las estructuras del Estado. De ese modo, la ortodoxia se alineó con el positivismo al despojar a las estructuras del Estado y su funcionamiento del factor inmaterial de la producción social del ser humano [la primera]; mientras que el segundo separó al hecho histórico de su sentido cultural.
Para el marxismo crítico, la anterior interpretación significaba lo contrario. Desde él, la subjetividad produce y reproduce de manera constante, a partir de la intencionalidad humana o de manera inconsciente a su voluntad, los distintos modos de vida y la existencia del ser humano. La humanidad del ser humano se hace más evidente en la propia medida que la subjetividad teje los variados y complejos intersticios de las relaciones sociales de toda sociedad.
Pero el triunfo de la ortodoxia marxista como política de Estado en la Unión Soviética y Europa oriental durante buena parte del siglo XX, viabilizó el ascenso internacional de las tesis del economicismo que calaron en varias historiografías internacionales. Sus miradas sobre la subjetividad hicieron migas con la visión que el positivismo profesaba sobre esta, y que continuó su larga vida en el siglo XX a pesar de las críticas y las aparentes superaciones historiográficas y conceptuales de no pocos científicos sociales. La coincidencia se fundamenta en que el positivismo y el marxismo economicista conciben la sociedad como la suma de parcelas fragmentadas que existen con escasas o ningunas relaciones. La historia económica internacional tuvo excelentes obras en el periodo, como las de Karl Polanyi;18 no obstante, economicismo y positivismo hicieron nichos en las obras de otros historiadores que sí relegaron el análisis subjetivo en sus investigaciones.
Los primeros treinta años del siglo XX fueron de predominio positivista en la ciencia histórica y definitorios para estas confrontaciones filosóficas e historiográficas. Sus resultados en torno al papel de la subjetividad todavía hoy son perceptibles de una forma evidente. Baste solo leer ciertos enfoques en la historiografía histórica actual, para detectar no pocos desdenes hacia la subjetividad, vista como un rezago ideológico entre algunos historiadores.
De retorno a aquellas disputas filosóficas de bases ideológicas, el fermento original del marxismo continuó un camino paralelo al ortodoxo, pero sin llegar a ser ideología oficial de Estado. Sin embargo, su visión relacional de la realidad y la historia se hizo presente de varios modos en las características de fenómenos historiográficos del siglo XX como la escuela de Annales y la historia cultural. La cultura como proceso productor y reproductor de la vida material e inmaterial del ser humano, marcó la atención de los estudios de las mentalidades e imaginarios sociales, en la propia medida que la historia social se articuló desde una perspectiva propia frente a la historia de la cultura. Los estudios de cultura popular sentaron sus pautas en el universo subjetivo de la vida de clases y grupos fuera del poder y las estructuras hegemónicas. En la medida que el siglo avanzó, y hasta 1991, la subjetividad fue recibiendo más estudios y atención por parte de las Ciencias Sociales. La Sicología, por ejemplo, se desarrolló en relación directa con el estudio y la interpretación de los distintos componentes subjetivos de la conducta humana a través del tiempo.
Entre la década del sesenta y los ochenta del XX, Paul Ricoeur fue uno de los intelectuales que más insistió con vehemencia en los hilos ocultos de las intencionalidades ideológicas y relacionales de la subjetividad y la objetividad de la historia y del historiador:
Esperamos de la historia una cierta objetividad, la objetividad que le es conveniente […] Esta espectativa, implica otra: esperamos de la historia cierta cualidad de subjetividad; no una subjetividad cualquiera, sino la que sea precisamente apropiada a la objetividad que conviene a la historia. Se trata, por lo tanto, de una subjetividad implicada, implicada por la objetividad que se espera. Presentimos, entonces, que hay una buena y una mala subjetividad, y esperamos un discernimiento entre ambas por el ejercicio mismo del oficio de historiador.19
Este planteamiento filosófico descarna toda objetividad pura que el historiador de influencia positivista postula. Y es que la comprensión de la historia parte de una asunción dialéctica de la realidad. No cabe duda de que Ricoeur lanza sus ideas desde el marxismo crítico que da paso a la filosofía moderna en los finales de la primera mitad del XIX. La universalidad social es el resultado de la interrelación objetividad-subjetividad, fenómeno que determina lo conveniente, lo apropiado y la implicación, reclamada por él. Estas expectativas señalan intereses, acciones y voluntades que conforman las dinámicas de los sistemas sociales y sus organizaciones.
Más adelante, mostrando la inspiración de su análisis en la obra cumbre de Marc Bloch, precisa que la subjetividad esperada del historiador no solo es la de sí mismo como investigador, sino, además, la del ser humano en sí;20 es decir, el ser humano como sujeto de la realidad social, en la cual interactúa para producir y reproducir esa propia realidad, su humanidad.
Las influencias del marxismo crítico y de la historia social de Annales, marca las valoraciones del pensador galo; quien a su vez se convertirá en una referencia importante de la Nueva Historia promovida por Jaques Le Goff, desde finales de los setenta del pasado siglo. Ambos intelectuales llamaron la atención sobre la relatividad objetiva de la historia y del historiador. Si bien lo hicieron desde la filosofía y la historia respectivamente, sus interpretaciones partieron del carácter relacional de lo social, factor clave para situar la relación subjetividad-objetividad en cualquier contexto sociohistórico, fenómeno dialéctico que, después de 1991, comenzó a perder espacio en el trabajo del historiador —más adelante retomaremos esta idea—.
El historiador difícilmente podrá reconstruir el pasado tal y como ocurrió; entre otras razones, porque su presente incide en no poca medida en sus maneras de mirar y comprender el pasado. La historia es el resultado de un diálogo entre pasado y presente cuyo interlocutor es el historiador, quien traduce en claves del presente las funcionalidades y dinámicas de las estructuras sociales y la conducta del ser humano a través del tiempo trascurrido.
Pero no es un diálogo equitativo porque el pasado es reflexionado desde las subjetividades del presente, no por sí mismo. Su voz e imagen no siempre son propias, sino que son las deseadas por el historiador. En ese sentido, ordena y comprende los hechos del pasado según las subjetividades que estructuran su presente, visualizando a la historia en dos planos, como realidad y como ciencia.21 Esa realidad histórica se convierte en conocimiento científico a partir de la subjetividad del historiador. La ciencia histórica es, entonces, el resultado de subjetividades, por tanto, «La historia quiere ser objetiva y no pude serlo».22 El trabajo del historiador es su comprensión subjetiva de la realidad. La objetividad inconsciente de la historia es la consciente interpretación subjetivada del historiador.
Así, la observación, como una de sus tareas esenciales recomendadas por Marc Bloch,23 implica la subjetivación del pasado; por ende, la objetividad de la historia es el fruto de la visión-interpretación del historiador, ya que la historia «es un análisis y no una coincidencia emocional»,24 no cómo ocurrió exactamente el pasado, sino, cómo lo entendemos desde el presente relacional al cual pertenecemos orgánicamente y a partir de distintos métodos de investigación. O sea, el pasado es una construcción subjetiva que se encadena retrospectivamente con el presente.25
La organicidad intelectual del historiador determina en su objetividad siempre subjetiva del pasado. Como intelectual, pertenece y se desarrolla dentro de un sistema social que condiciona sus interpretaciones, donde las relaciones sociales y de poder, del primero, estructuran su comprensión del segundo. Para hacerlo desarrolla, de manera consciente o no, lo que Barbara Taylor denomina una experiencia empática. Entendiendo por tal los vínculos subjetivos que el historiador despliega sobre el pasado para establecer una comunicación con él: «Esta experiencia empática no es completamente subjetiva, ni tampoco forma parte de una realidad externa. Más bien tiene lugar en esa zona indeterminada entre el interior y el exterior […] Esta experiencia empática he propuesto, no es opcional; sin ella, es imposible escribir la historia».26 Por consiguiente, obviar o desdeñar su subjetividad relacional hará que su labor docente, sus investigaciones y obras construyan un relato histórico determinado, pero sin llegar a alcanzar la dimensión relacional del pensador social.
Doble subjetividad: la objetividad relativa
El documento histórico es, entonces, una huella material que condensa con diferentes tipos de intensidad y presencia, el universo inmaterial del autor y su época. Surge de ella. Épocas o siglos después, cuando llega a las manos del historiador, queda expuesto a una segunda asunción subjetiva por parte de este, distanciándose más aún del hecho que lo originó. Lo anterior nos recuerda que es muy difícil determinar exactamente cómo ocurrió el hecho descrito, por más que desee o se le exija al historiador, ya que siempre su reflejo escritural es el resultado de una doble subjetivación. La verdad de un hecho histórico específico y de la historia en general, es por ende una doble construcción subjetiva autoral de una realidad pasada.
Ambas están mediadas por un decurso cronológico siempre en desarrollo y aumento, es decir, desde la confección del documento u otras fuentes, hasta el momento posterior que es estudiado por el historiador. Si tenemos en cuenta que con el paso de tiempo y la evolución de las ciencias cada nueva generación de historiadores se forma en sus contextos e intereses, podrá cada una valorar desde sus subjetividades epocales otras dimensiones del documento, distintas a sus generaciones precedentes. El devenir del tiempo en la propia vida del historiador también modifica sus expresiones subjetivas de un mismo documento.
En este punto, el carácter primario del documento también se vuelve relativo. La tradicional división entre fuentes primarias y secundarias privilegia la validez fáctica del documento; sin embargo, si pensamos que el documento, por más que antiguo y distante que sea de nuestro presente, es el fruto de una construcción subjetiva de su autor sobre la información que proporciona y es portadora, al igual que las fuentes secundarias —la novela, entre otras—, establece un condicionamiento interpretativo del pasado. En tal sentido, las diferencias entre primarias y secundarias se desvanecen. Ambos tipos de fuentes están subjetivadas por sus contenidos y representaciones. Una no es más objetiva que la otra, siendo lo verdaderamente valioso e importante la capacidad de interpretación relacional del historiador, ya que la historia es una construcción subjetiva de un pasado cultural que necesita ser comprendido, pero no de manera fáctica, sino, relacional. Si el historiador tiene consciencia de esto, su lectura del pasado no dependerá de la relativa objetividad del documento, sino, de sus intenciones y preparación para interpretar la realidad.
En los estudios sociales de la modernidad la subjetividad del ser humano se asume como el conjunto de representaciones intelectuales sobre la realidad social. Desde él, los sujetos y las sociedades construyen ideologías, conceptos, términos, palabras, valores e imaginarios colectivos, necesarios y útiles para el desarrollo de las sociedades y sus mecanismos de funcionamientos. Así, Estado, ideología, patria, nación, identidad, nacionalismos, libertad, y tanto otros, son invenciones de disímiles usos e interpretaciones elaboradas desde las subjetividades.27 El historiador escribe e interpreta la historia desde estas invenciones ideológicas, que a su vez forman parte de las arquitecturas hegemónicas y de poder. El fundamento subjetivo de estos términos es el resultado de intereses diversos haciendo que la relatividad sea una cuestión común entre todos. De esa manera la libertad, por ejemplo, es un concepto tan variable y elástico como la subjetividad de las estructuras del poder de un Estado, nación, grupo o individuo que la proyecten, así lo definan y necesiten.28
Cuando un escriba egipcio redactaba informes y memorias por órdenes faraónicas, tenía el cuidado de seleccionar los hechos que entraban a su relato y los que dejaba fuera. Los seleccionados eran presentados mediante explicaciones que favorecían a unos y desfavorecían a otros. Probablemente el sustento económico y la vida de él y su familia estaban en consonancia directa con los resultados del texto. ¿En estos documentos, u otros del pasado y el presente, puede entonces garantizarse la no presencia de ajustes, modificaciones, omisiones al asunto o al sujeto histórico tratado? Es difícil de afirmar. El mundo pasado que nos cuenta cualquier autor a través de su documento es el universo apreciado y entendido por él, según intereses, necesidades y formaciones sociales individuales o colectivas. Un documento que narre, describa o interprete es ante todo el resultado material de un ejercicio intelectual, consciente o inconsciente, de micro y macro poder que se corresponde con un determinado sistema organizacional.
La selección y construcción informativa es un genuino acto de poder a partir del uso y manejo de la información, tal y como hacen en nuestra contemporaneidad los medios de comunicación, porque la información se construye desde la subjetividad, como la escritura de la historia y sus discursos. En la propia medida que el escriba egipcio fue consciente de esto, la subjetividad determinó en igual sintonía su escritura como ejercicio de poder con entramados hegemónicos y viceversa.
La escritura expresa la relación directa entre el ser humano y su subjetividad, es una expresión material de la inmaterialidad humana, del universo intelectual e ideológico del ser humano El ejemplo citado en el antiguo Egipto puede ser universal en cualquier tiempo histórico, como lo es la escritura y su expresión más acabada, la literatura. El documento, si bien no se enmarca como un texto literario en el sentido tradicional, sí es un producto escritural con igual relación, portador de la totalidad cognitiva del creador y su contexto.
De vuelta a nuestro presente, podemos corroborar lo antes dicho mediante un ejemplo reciente. El intelectual costarricense Esteban Barboza,29 ha explicado por qué, para qué y cómo ha sido imaginada y representada a través de la historia y la literatura una singular región del pacífico de Costa Rica, Guanacaste. Su estudio se centra en una interpretación teórica y factual sobre varias escrituras en diferentes formatos y géneros, desde el siglo XVI hasta el XXI, que han conformado en el tiempo las imágenes de la región mencionada a partir de intereses bien definidos. El ejercicio de la crítica y el análisis teórico de sus tesis se basaron en un grupo de fuentes primarias cuyos contenidos se fundamentan en las subjetividades interpretativas de sus respectivos autores. Los análisis realizados por Barboza a esas subjetividades, generó una segunda subjetivación sobre la misma región, la suya propia. O sea, a partir de grupo de fuentes epocales, construyó una segunda visión subjetiva de su objeto de estudio. Pensar desde lo pensado resume en esta obra un encomiable ejemplo de la doble subjetividad a partir de documentos escritos a través del tiempo.
La objetividad de la historia y el historiador es tan relativa como la subjetividad, en tanto concepto, diversidad y capacidad. Más que declarar una relativa objetividad documental para legitimar un quehacer histórico e historiográfico, la legitimación y el peso del trabajo del historiador debe proyectarse hacia sus capacidades subjetivas para analizar de manera interrelacionada la sociedad y los hechos que desea indagar.
Subjetividad y poder. Entre la historia domada y la historia crítica
Cuando la subjetividad del historiador construye un discurso apologético sobre los grupos de poder dominantes y sus pasados, muchas veces estos y sus estructuras hegemónicas lo proyectan como un miembro importante de sus focos productores de ideologías, aunque dichas apologías estén carentes de matices o críticas. Lo hacen otorgándole un espacio de reconocimiento dentro de los campos intelectuales y medios informativos bajo su control. Pero si no cumple tal cometido, puede correr el riesgo de ser marginado por los grupos de poder y hasta por su gremio intelectual. La capacidad de crítica histórica y el mayor vuelo metodológico-interpretativo posible serán entonces las mejores armas del historiador para desandar por los entramados sociales sin ser anulado, aunque no necesariamente aplaudido. Este dilema, es decir, la confrontación entre las subjetividades del poder y las del historiador comenzó a perfilarse desde la Antigüedad, aunque fue en el Medioevo occidental donde tomó tintes belicosos cuando las monarquías intentaron «domesticar la historia» en aras de sus exaltaciones legitimadoras como clase imperante.30
En el presente la formación de la subjetividad del historiador sigue determinando sus capacidades de interpretación social y por ende de su desempeño público, aunque muchas veces el político tradicional se arroga para sí el segundo elemento, al utilizar públicamente a la historia como instrumento de legitimación política. Sin embargo, la calidad de la subjetividad del historiador establecerá su organicidad ideológica y su papel dentro de la hegemonía dominante. O sea, su reconocimiento social no debe ser el fruto de un beneplácito del poder, sino, de la solidez de sus métodos para sus aportaciones sociales.
La llamada historia del acontecimiento es la muestra más notable de esa relación pactada entre el historiador y el poder. Cuando el hecho histórico es utilizado en función de marcar un antes y un después de la llegada al poder del grupo dominante. La historia se convierte así en un «proyecto ideológico».31 Desde este se construye un discurso legitimador según los objetivos del poder, no desde la crítica social del historiador. Dicha relación también nos devela los usos del poder sobre otras subjetividades del pasado, mostrándonos una capitalización ideológica por la comprensión de ese pasado a manos de los grupos dominantes. Por último, nos enseña otra compleja realidad ideológica: el desarrollo en larga duración de las hegemonías dominantes a partir de las relaciones de subordinación que establece con el historiador, en aras de que conforme las imágenes y lecturas históricas de ella y del pasado en el cual se desea legitimar.
Así, una hegemonía triunfante puede dividir cronológicamente el tiempo pasado hasta el momento de su ascenso y presentarse como una ruptura con el decurso de este, autoconsiderándose un parteaguas de ese tiempo histórico. En consecuencia, sus historiadores orgánicos la presentan como un fenómeno inédito, participando así de un ejercicio de dominación ideológica del tiempo, la historia y los imaginarios populares. Para esa hegemonía la ruptura con las estructuras y métodos de dominación del pasado serán entonces su punto de partida. Sin embargo, cuando las estructuras, métodos, recursos de dominación y control cultural solo se modernizan o cambian de nombre, esa concepción hegemónica podrá devenir en similar o igual que las estructuras clasistas anteriores que planteó haber superado. Lo anterior forma parte de, «la manipulación del pasado que hacen las clases dominantes»,32 para ocultar o mantener de manera cíclica las estructuras de control social en las cuales asienta su poder en larga duración. Dicho en otras palabras, presentarte como una nueva realidad histórica manteniendo las estructuras de dominación de pasado aparentemente superado, explican a todas luces la racionalidad formal que tanto hincapié hace Max Weber para demostrar la invalidez de esas nuevas hegemonías.33
Teniendo en cuenta el impresionante volumen de investigaciones y obras a lo largo del siglo XX en torno al ya viejo dilema entre una supuesta historia objetiva y la interpretación cultural del historiador, hablar del valor de la subjetividad en la historia y la relatividad de la objetividad histórica, parecería risible en el siglo XXI. Sin embargo, los reclamos y las marcadas tendencias en América Latina por una historia imparcial, con señas de neutralidad ideológica desde el inicio de los noventa, han hecho desde entonces que el tema aún se encuentre en debate. Se trata de una historia de tendencia reproductiva, de reconstrucción fáctica y descriptiva con fines conservacionistas. Desde esa época varios intelectuales mexicanos ya alertaban en el texto, Historia ¿para qué?, sobre el peligro de la neutralidad del historiador en aras de una falsa imparcialidad:
En efecto, frente a quienes suponen —con base a una confusa noción de objetividad donde ésta se vuelve sinónima de neutralidad ideológica— que la única posibilidad de conocimientos objetivos en el ámbito de la historia está dada por el confinamiento de la investigación en un reducto ajeno a la confrontación social […] El academicismo cree encontrar en la doctrina de la neutralidad ideológica un refugio para preservar el saber contra los conflictos y vicisitudes del momento y, en rigor, sólo consigue mutilar la reflexión arrancándole sus vasos comunicantes con la principal fuente de estímulo intelectual […]34
La objetividad no garantiza necesariamente la neutralidad del criterio del historiador. Consideramos que esta puede ser vista como una ficción ideológica para asumir subjetivamente la objetividad del pasado. Como parte de ese fenómeno intelectual se renueva el discurso de la objetividad pidiendo distanciamiento interpretativo al científico social. Por tanto, según este criterio en términos de acción científica no siempre es preciso demostrar, sino que basta con mostrar el tema que se investiga. En tal sentido, en algunas tesis de investigación de las diferentes Ciencias Sociales de hoy no es una prioridad la presencia de hipótesis o premisas de trabajo a demostrar. Ahora bien, ¿por qué es prodigado cada vez más este tipo de historia e investigador histórico? Sin ser todos, varios factores hacen posible responder esta interrogante. Quizás los más importantes que hemos encontrado hasta el momento sean los siguientes:
•La crisis de las Ciencias Sociales desde la década del noventa de la pasada centuria influyó de manera notable en la reformulación de la historia como ciencia y conocimiento. El fracaso de procesos macrosociales en Europa del este y el predominio global del capitalismo sistémico, más el avance de las tesis neoliberales, redujeron el papel de las teorías sociales que de modo interrelacional planteaban estudios de universalidad social y sus complejos entramados hegemónicos y de dominación.
•Derivada de esa realidad se produjo una reducción del marxismo relacional como método de interpretativo de la realidad social para los historiadores, aunque sin desaparecer de todo porque el marxismo en general se considera y explica hoy como una importante escuela historiográfica. Pero como sucede con el liberalismo y el positivismo, no es una singularidad, sino, una pluralidad que contiene varios tipos. En tal dirección, no conocer los tipos de marxismos, como los liberalismos, puede generar la confusión de identificarlo como una teoría o escuela, cuando es, ante todo, un modelo interpretativo. Como resultado de tal disminución, se incrustó con mayor fuerza el enfoque positivista en las historias regionales y nacionales, a pesar de que algunos lo consideraron superado en el siglo XXI.
•La complejidad global e ideológica desde 1991 ha puesto en entredicho las teorías del progreso en cuanto a la linealidad del avance humano, pero también a los marxismos crítico y vulgar. Bajo la imagen de este último se ha abandonado o desconocido el carácter relacional y la universalidad social que brinda el primero. Ambos elementos son importantes en los análisis críticos de autores como Eric Hosbawm, Jaques Le Goff, Michel Foucault, Pierre Bourdieu, entre otros importantes intelectuales. Las obras de cada uno tienen sus características propias y diferencias entre sí, pero nos interesa destacar en estas páginas que todos asumieron con sus respectivos intereses el carácter universal de las sociedades a partir de las tesis de Marx, sin tener que estar necesariamente de acuerdo con él. De igual modo la acción social y la racionalidad formal de Max Weber, tan presentes en obras historiográficas clásicas como las de Fernand Braudel, siguen siendo ignoradas por algunos historiadores en América Latina. Es poco común encontrar en la región a historiadores que apliquen las tesis weberianas en su quehacer y obras.
•Ciertas deficiencias en la formación teórica del historiador que sigue viendo métodos, tesis y teorías provenientes de otras Ciencias Sociales como ajenas o distantes y que, no obstante, puede utilizar ocasionalmente a modo de traductores sociales. Un sólido andamiaje teórico es consustancial a todo historiador.
•En tal sentido, existen historiadores que abogan por la interdisciplinariedad, la multidisciplinariedad o la transdisciplinariedad, como soluciones al trabajo conjunto y al análisis social requerido. Sin embargo, estas uniones, permanente o temporales, mantienen los compartimentos tradicionales de las Ciencias Sociales y no dotan al historiador de una comprensión relacional del pasado partir del carácter universal de las sociedades y el Estado moderno. En otras palabras, no es una cuestión de uniones, sino de visiones relacionales.
•Otro factor no despreciable fueron los Estudios Culturales anglosajones, que desde la década de los sesenta venían proponiendo estudios específicos sobre cultura popular de grupos, movimientos, minorías, etnias e individuos subalternos, con la intención ideológica no tanto de quebrar sus subalternidades, sino, de comprenderlas para reforzarlas en función de los grupos dominantes que en los países metropolitanos prodigaron estos estudios.
•Determinadas lecturas al pensamiento de intelectuales, como Michel Foucault, también contribuyeron a la redefinición del historiador y la historia a partir de ciertas interpretaciones a su relación teórica entre el saber y el poder.35 De su obra se entendió que los efectos del poder giran en torno a una visión micro social e individual desde la producción del saber, pero al hacerlo dejaron fueron la verdadera dimensión relacional de sus ideas, es decir, el retorno focultiano al sujeto cuyos orígenes se remontan al marxismo de Marx, aunque sin los objetivos y las aspiraciones del pensador alemán. Por tanto, la subjetividad del sujeto que nos interesa no es la del intelectual galo, sino, la que propone la filosofía moderna a partir los estudios originales de Marx y que hemos valorado a lo largo de estas páginas. Tal vez el pensamiento de John Holloway con, Cambiar el mundo sin tomar el poder. El significado de la revolución hoy,36 pueden ilustrar mejor ese paradigma interpretativo. Sus análisis sobre la individualización de la vida social ante el fracaso de empresas colectivas de pésimas asunciones ideológicas, como los Estados comunistas en el siglo XX, definen una asunción minimalista de carácter disociativo sobre el hecho histórico, los grupos sociales y del pasado en general, disociándose de los entramados culturales de las sociedades y su integralidad sistémica.
Sin ser los únicos, estos factores han sido amalgamados hasta el presente por el positivismo, generando un complejo escenario que ya ha sido señalado por algunos gremios de historiadores latinoamericanos, como el panameño al expresar recientemente que, «En nuestros países apreciamos una progresiva marginación de la investigación y la enseñanza de la teoría social, situación existente, tanto en las universidades del primer mundo cono en las de los países subdesarrollados».37 Voces femeninas de la historiografía regional también han alertado sobre dicho fenómeno, a partir del énfasis que dan al uso de la teoría social y la aceptación de las subjetividades de la literatura para el análisis de las historias nacional. Patricia Alvarenga así nos lo confirma:
Gramsci en sus estudios sobre la formación de la nación italiana llama la atención acerca de la necesidad de estudiar la producción cultural en su dimensión histórica […] Es necesario develar el proceso histórico de creación de las literaturas nacionales con el fin de visibilizar cómo históricamente se construyen los cánones literarios que han sido representativos del espíritu nacional.38
A pesar de estas críticas, el conjunto de las razones antes expuestas han dado como resultado un actual tipo de historiador caracterizado en líneas generales por: una proyección hacia los estudios socioculturales y la historia de la cultura con un carácter renacentista-iluminista; en algunas ocasiones se encuentran centrados mayormente en procesos y hechos puntuales con pobreza de interrelación social de estos con la totalidad de la sociedad, la nación y los componentes externos internacionales; —en sus desempeños investigativos y docentes la reproducción gana espacio ante la interpretación y la crítica histórica; —a su vez, la prioridad de información en sus investigaciones y discursos conforman el predominio fáctico de ambos, dejando los componentes relacionales de carácter subjetivo fuera de sus análisis; de ese modo su objetividad es trasluce en la reconstrucción del hecho a partir de los documentos y su información, también dan preferencia a los «datos duros» de lo cuantitativo, sin reconocer la subjetividad de esa objetividad dura; por último, sus visiones fragmentadas de la sociedad reducen el engarzamiento y la comprensión de la sociedad como un conjunto de universalidades y relaciones sociales.
La objetividad de la historia puede ser imprecisa e incompleta al descontar o desconocer el carácter relacional e integral de las sociedades y sus pasados; es lo que Ricoeur entiende como una falsa objetividad, «la fascinación de una falsa objetividad: la de una historia donde sólo existían estructuras, fuerzas, instituciones y no hombres ni valores humanos».39
En otras palabras, la reproducción expositiva difícilmente supera a la comprensión de las sociedades desde la interrelación universal de sus estructuras materiales e inmateriales. Con cierta preocupación Josep Fontana así lo entiende, «Pero aun hay una falsificación más grave: la que nos pide que aceptemos las cosas como son, sin hacer ningún esfuerzo por cambiarlas, en nombre de las «leyes de la historia»;40 es decir, exponer los hechos con escasas interpretaciones y que estas puedan conducir a nuevas lecturas desde el presente.
El historiador busca, interpreta y propone verdades relativas que expliquen la dialéctica subjetiva y objetiva de sus sociedades. Es su razón de ser. Dejar de hacerlo, retornaría a la historia a la narración estricta del pasado. El historiador que no posea un método de interpretación social y una visión relacional no cumplirá sus funciones intelectuales;41 solo hará lo que cualquier persona con una buena memoria y experiencia vivida puede hacer, contar el pasado. Desde ese esquema la historia y el historiador están forzados a entregar y perder su instrumental y capacidad de crítica social, sus métodos de análisis sobre los entramados ideológicos, de los resortes del poder y de la ingeniería social de las hegemonías.
Tal vez la complejidad del asunto induce a pensar en un abandono por parte de varios historiadores, voluntario o no, del sujeto foucaultiano proveniente del marxismo de Marx, por una regresión al individualismo del liberalismo dieciochesco al estilo de Robinson Crusoe. A comienzo de los noventa del pasado siglo Jaques Le Goff hablaba de un retorno al sujeto en la historiografía internacional y la labor del historiador.42 Imbuido en sus propios resultados investigativos, en la rica tradición de la ciencia histórica gala del XX y los avances de la historiografía internacional hasta ese momento, su afirmación tenía un aliento muy positivo en medio de las profundas transformaciones de la geopolítica mundial y la llamada crisis de los paradigmas de las Ciencias Sociales de entonces. La Nueva Historia, cuya bien merecida paternidad ya le era reconocida para aquel momento, se estructuró como un modelo de interpretación histórica de las sociedades pasadas basado en la asunción intelectual y aplicativa de los fundamentos del marxismo de Marx, lo cual no conduce a estar completamente de acuerdo con sus tesis, pero sí en dos de sus ejes esenciales: la universalidad social y el carácter relacional de los Estados y las sociedades.
Una conclusión. ¿Historiadores subjetivos?, sí, y necesarios.
En este breve recorrido a modo de apuntes reflexivos hemos tratado de enfatizar que es muy difícil escribir la historia desde una objetividad pura que nos muestre la verdad final del pasado. Esa verdad es más bien el fruto de varias subjetividades que conviven dentro de la labor de historiador, cuyo resultado no es una, sino varias verdades que reinterpretan y reescriben el pasado con el paso de cada generación. La subjetividad contiene un conjunto de interpretaciones del pasado que se desarrollan a partir de sus propias negaciones o superaciones. Con la voluntad del historiador, o sin esta, sirven para legitimar o cuestionar las ideologías y poderes dominantes.
En tal dirección, se ha procurado valorar que la novela, como ejemplo de fuente literaria, es tan aportadora como el documento histórico partiendo de las subjetividades presentes en los contenidos e intenciones escriturales de ambos. También expusimos que existen tantas verdades históricas de un hecho en la propia medida que los historiadores posean una subjetividad con mayor formación y entrenamiento. Ser consciente de esto nos permite conocer, comprender y explicar, cómo pudo haber transcurrido un determinado suceso de la manera más cercana posible a su ocurrencia.
Por tanto, la narrativa histórica no es el recuento del pasado al estilo de un rapsoda grecolatino, sino el conjunto de una interpretación relacional de la sociedad a partir de la formación subjetiva del historiador y la «experiencia empática» que, según Taylor, establece con el pasado y sus sujetos. Así podremos dimensionar que una historia aplicada, más que su manifestación o aprovechamiento en determinada esfera social o laboral, debe asumirse también como la capacidad de interpretación relacional de lo social.
En segundo lugar, en las páginas anteriores presentamos una explicación, a partir de los autores consultados, sobre una idea sustancial para la labor del historiador: la subjetividad es una necesaria capacidad intelectual para obtener una comprensión objetiva de la realidad y que nace de subjetividades anteriores, como las reflejadas en los documentos, las obras literarias y las complejidades de los contextos sociales donde se forman y desempeñan profesionalmente.
Así, también concluimos que el historiador deber ser subjetivo para interpretar objetivamente, para entender y hacer comprender a otros. Es un sujeto orgánico que comprende el mundo como todo interrelacionado y multifuncional, que también analiza el presente traduciendo previamente el pasado. Una de sus mejores armas intelectuales será siempre su subjetividad, ya que le permite reflexionar y explicar a partir de las subjetividades que siempre anteceden a la suya. La subjetividad es consustancial al historiador; en la medida que la cultive y la entrene, mejores capacidades de comprensión social tendrá.
Finalmente, a lo largo de estas páginas intentamos señalar que los remanentes del positivismo histórico, mezclados con los vestigios de la crisis de los paradigmas de las ciencias sociales de finales del pasado siglo, pueden contribuir a que la labor del historiador se enrumbe al abandono del sujeto y devolver a la historia a una narración premoderna o renacentista del pasado, presentada como un nuevo avance historiográfico.
No se trata de valorar una historia general por encima de la historia encargada de objetos de estudios regionales o locales, como propone a modo de solución el historiador panameño Alfredo Castillero,43 quien convida a una historia general desde la perspectiva de globalidad sistémica en los cánones del sistema-mundo de Wallerstein. Más bien hemos pretendido destacar la necesidad y la importancia de seguir avanzando en el retorno a una historia relacional del pasado para hacer a la ciencia histórica del siglo XXI cada vez más universal, y cuya objetividad se alcanzará desde la subjetividad interpretativa de un viajero que no es inmóvil en el tiempo: el historiador.
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Fecha de recepción: 06/07/2021 - Fecha de aceptación: 29/12/2021
* Cubano. Doctor en Ciencias Históricas, Universidad de La Habana (UH), La Habana, Cuba —equiparado por la Universidad de Costa Rica—. Profesor catedrático en la Universidad Nacional (UNA), Sede Chorotega, Costa Rica y del Doctorado de Estudios de la Sociedad y la Cultura en la Universidad de Costa Rica (UCR), Sede Rodrigo Facio, San José, Costa Rica.
Correo electrónico: antonio.alvarez.pitaluga@una.cr ORCID: https://orcid.org/0000-0002-5072-1354
** Panameño. Doctor en Ciencias Históricas, Universidad de La Habana (UH), La Habana, Cuba. Director y profesor del Centro Universitario San Miguelito de la Universidad de Panamá (UP), Ciudad de Panamá, Panamá. Correo electrónico: l_acosta22@hotmail.com ORCID https://orcid.org/0000-0002-8408-5843
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3 Barbara Taylor, «Subjetividad histórica», Revista Espacio, Tiempo y Forma, n.o 29 (2017): 23, https://doi.org/10.5944/etfv.29.2017.19328
4 Cristóbal Colón, Sus cuatro viajes del almirante y testamento (Madrid, España: Biblioteca Virtual Universal), 18, https://www.biblioteca.org.ar/libros/131757.pdf
5 René Descartes, Discurso del método (Madrid, España: Editorial Colección Austral-Espalsa Calpe), 59-60.
6 Jaques Le Golf, Pensar la historia. Modernidad, presente, progreso (Barcelona, España: Editorial Paidós, 2005), 109.
7 Langlois y Seignobos, 87-88.
8 Mijaíl Bajtín, Teoría y estética de la novela (Madrid, España: Editorial Altea, Taurus, Alguafara, 1989), 73.
9 Ricoeur, 7.
10 Taylor, 29.
11 Yuval Noah Harari. De animales a dioses. Breve historia de la humanidad (España: Editorial Titivillus, 2014).
12 Enric Sullá (ed.), Teoría de la novela. Antología de textos del siglo XX (España: Editorial Crítica, 1996).
13 Gabriel García Márquez, Cien años de soledad (La Habana, Cuba: Editorial Arte y Literatura, 2007).
14 Antonio Álvarez Pitaluga, «Realismo Mágico y Real Maravilloso: Modelos interpretativos para la historia cultural de América Latina», Revista De Historia, n.o 81 (enero-junio, 2020): 11-37. https://doi.org/10.15359/rh.81.1
15 Carolina Inés Araujo, Marisa Alejandra Álvarez y Celia Georgina Medina, «Verdad y ficción en la historia: el debate entre Hayden White y Roger Chartier», Cuadernos de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales, n.o 43 (junio, 2013): 33-42
16 Emmanuel Kant, Crítica a la razón pura (España: Biblioteca Virtual Universal, 2003), https://biblioteca.org.ar/libros/89799.pdf
17 Taylor, 39.
18 Karl Polanyi, La gran transformación. Crítica del liberalismo económico (Madrid, España: Ediciones La Piqueta, 1989).
19 Ricoeur, 7. En el texto original la palabra espectativa [expectativa] aparece escrita así.
20 Ibíd., 8.
21 Le Goff, 15, 24.
22 Ibíd., 25.
23 Marc Bloch, Apología de la Historia o el oficio del historiador (La Habana, Cuba: Editorial de Ciencias Sociales, 1971).
24 Ricoeur, 9.
25 Ibíd.
26 Taylor, 37-38.
27 Anderson Benedict, Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo (México: Fondo de Cultura Económica, 1993).
28 Stuard Mill, Ensayo sobre la libertad (España: Ediciones Brontes S.L., 2011).
29 Esteban Barboza, Las playas imaginadas. Turismo, imaginarios y discurso colonial en Guanacaste, Costa rica. (San José, Costa Rica: Editorial Arlekín, 2020).
30 Al respecto, en la obra aquí citada de Jaques Le Goff, se plantea: «Fue en Francia donde mejor se pudo seguir el intento, por parte de la monarquía de domesticar la historia, especialmente en el siglo XVII, durante el cual los defensores de la ortodoxia católica y los partidarios de absolutismo real condenaron como “libertina” la crítica histórica de los historiadores del siglo XVI y del reino de Enrique IV. Este intento se expresó mediante el hecho pagar estipendios a los historiadores oficiales, desde el siglo XVI a la Revolución». Le Goff, 72.
31 Ibíd, 177.
32 Ibíd, 195.
33 Max Weber, Economía y sociedad (México, Fondo de Cultura Económica, 1997).
34 Carlos Pereyra, Historia ¿para qué? (México: Editorial Siglo XXI, 1991), 15-16.
35 Michel Foucault, Subjetividad y verdad (México: Fondo de Cultura Económica, 2020).
36 John Holloway, Cambiar el mundo sin tomar el poder. El significado de la revolución hoy (México: Universidad de Puebla, 2002).
37 Marco Gandásegui (comp.), Antología del pensamiento crítico panameño contemporáneo (Panamá: Editores, Cela, Senacyt y CLaso, 2018), 2.
38 Patrica Alvarenga, «Historia y literatura. Conceptos tentativos para contribuir a historizar las literaturas centroamericanas», Revista Istmo, n.o 6 (julio-diciembre, 2003), http://istmo.denison.edu/n06/proyectos/historia.html
39 Ricoeur, 23.
40 Josef Fontana, «En busca de nuevos caminos», en: En Diagonal con Clío. Debates por la historia, comp. por Yoel Cordoví Núñez (La Habana, Cuba: Editorial de Historia, 2016), 534.
41 Le Goff.
42 Ibíd.
43 Alfredo, Castillero, «Panamá y los orígenes de la globalización», en: Antología del pensamiento crítico panameño contemporáneo, compilado por Marco Gandásegui (Ciudad de Panamá, Panamá: Editores, Cela, Senacyt y CLaso, 2018), 147-170.
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