N.º 87 • Enero - Junio 2023
ISSN: 1012-9790 • e-ISSN: 2215-4744
DOI: https://dx.doi.org/10.15359/rh.87.9
Licencia: CC BY NC SA 4.0
sección BALANCES Y PERSPECTIVAS
La conservación de la memoria histórica de los pueblos del Anáhuac en los códices prehispánicos y manuscritos pictográficos coloniales de México: Del siglo XVI al siglo XXI. De Bernardino de Sahagún a Miguel León Portilla
The Conservation of the Historical Memory of the Anahuac Peoples in the PreHispanic Codices and Colonial Pictographic Manuscripts of Mexico: From the 16th to the 21st Century. From Bernardino de Sahagún to Miguel León Portilla
A conservação da memória histórica dos povos Anahuac nos códices pré-hispânicos e manuscritos pictográficos coloniais do México: do século XVI ao século XXI. De Bernardino de Sahagun a Miguel León Portilla
Juan Carlos Solórzano Fonseca*
Resumen: Este trabajo sigue la pista de aquellos estudiosos quienes, a lo largo de las centurias posteriores a la conquista española y hasta el siglo XXI, asumieron la tarea de recopilar y preservar la memoria de la sociedad prehispánica sobre su propia historia y difundirla para la posteridad. En esta empresa, destacan dos figuras trascendentales, unidas por el hilo conductor de una profunda vocación por la recopilación, comprensión y difusión de la memoria histórica de los pueblos del Anáhuac.1 Ellos son Bernardino de Sahagún y Miguel León Portilla. El fraile Sahagún, a partir de mediados del siglo XVI, se abocó a la exhaustiva tarea de rescatar dicha memoria recurriendo a informantes y eruditos aztecas entendidos en su cultura y su propio pasado. Además los propios indígenas, así como mestizos de una primera generación procuraron recuperar la historia de los pueblos de México, previo a la llegada de los españoles y escribieron su propia interpretación de la conquista europea. Siglos más tarde, el historiador, antropólogo y filósofo mexicano Miguel León Portilla, desde mediados del siglo XX, se dedicaría a la extensa labor de compilar publicaciones, documentos y narraciones y publicar sus escritos a fin de que se comprendiera y difundiera la historia y cultura de los pueblos del México Antiguo. También, durante ese lapso de cuatrocientos años que separan la obra de ambas figuras, otras investigaciones darían continuidad a la obra iniciada por Sahagún, contribuyendo así con esta enorme empresa cultural. Destacan entre estos estudiosos Carlos Sigüenza y Góngora en el siglo XVII, Francisco Javier Clavigero en el siglo XVIII y Alfredo Chavero en el siglo XIX. En el siglo XX la figura más destacada fue el investigador Miguel León Portilla, cuyos trabajos son notables por la profusión de información, el análisis y su labor en la difusión de la extraordinaria historia y el legado cultural de los pueblos prehispánicos del Anáhuac.
Palabras claves: etnohistoria; códices; memoria histórica; manuscritos coloniales; historia; Bernardino de Sahagún; Miguel León Portilla.
Abstract: This work traces the path of first and subsequent ethnographers who, throughout the centuries following the Spanish conquest, undertook a gigantic task in order to find and collect information and data, from any source available then, or later discovered on the subject of ancient cultures once inhabiting the vast territory of the Anahuac. The main purpose of these researchers was learning about, preserving and divulging the historical memory and cultural patterns of these populations. Two men stand out among those scholars: Fray Bernardino de Sahagún, and Miguel León Portilla. Sahagún, a Spanish friar, carried out research on the subject since the middle of the 16th century. He collected valuable and key information which was later translated and transcribed into Spanish language. Most of this knowledge was gathered from educated Aztecan people who helped Sahagún with this mission. Besides, Indigenous Scholars as well as first educated generation of mestizos joined to that huge task of collect its own version of their precolumbian past and their vision of the Spanish Conquest. Four centuries later, at the middle of the 20th century, Miguel León Portilla, a Mexican historian, anthropologist and philosopher, would carry on an extensive research on the past events and cultural patterns in history of ancient Anahuac territory. León Portilla had, at the time, recourse to all existing texts on the theme, and also to a large amount of old and new findings about the ancient cultures which flourished in this part of Mesoamerica. This historian would keep working on that subject until his final days in 2019. It is fair to mention that throughout four centuries long, some other early ethnohistorians provided valuable contributions to the knowledge of the history of pre-Hispanic Mexico by continuing Sahagún’s path. Among them, Carlos Sigüenza y Góngora in the 17th century, Francisco Javier Clavigero in the 18th century and Fernando Chavero in the 19th century, all of them stood out for their valuable contributions to the studies on the peoples of ancient Mexico. The article ends by underlining León Portilla’s huge contribution with a significant amount of published studies that have been essential to the divulgement of the extraordinary history and cultural achievements of the ancient civilizations from the Anahuac valley.
Keywords: ethnohistory; codices; historical memory; colonial manuscripts; Bernardino de Sahagún; Miguel León Portilla.
Resumo: Este trabalho segue os passos daqueles estudiosos que, ao longo dos séculos seguintes à conquista espanhola e até o século XXI, assumiram a tarefa de compilar e preservar a memória da sociedade pré-hispânica sobre sua própria história e disseminá-la para a posteridade. Neste empreendimento, destacam-se duas figuras transcendentais, unidas pelo fio comum de uma profunda vocação para a compilação, compreensão e difusão da memória histórica dos povos do Anáhuac. Eles são Bernardino de Sahagún e Miguel León Portilla. O frade Sahagún, a partir de meados do século XVI, empreendeu a exaustiva tarefa de resgatar esta memória, recorrendo a informantes e estudiosos astecas conhecedores de sua cultura e de seu próprio passado. Séculos depois, o historiador, antropólogo e filósofo mexicano Miguel León Portilla, de meados do século XX, se dedicaria ao extenso trabalho de compilação de publicações, documentos e narrativas e de publicação de seus escritos para que a história e a cultura dos povos do México Antigo pudessem ser compreendidas e divulgadas. Também, durante os quatrocentos anos que separam o trabalho das duas figuras, outros pesquisadores continuariam o trabalho iniciado por Sahagún, contribuindo assim para este enorme empreendimento cultural. Entre esses estudiosos, destacam-se Carlos Sigüenza y Góngora no século XVII, Javier Clavijero no século XVIII e Alfredo Chavero no século XIX. No século XX, a figura mais notável foi o pesquisador Miguel León Portilla, cujos trabalhos são notáveis por sua profusão de informações, análises e seu trabalho na divulgação da extraordinária história e legado cultural dos povos pré-hispânicos do Anáhuac.
Palavras chaves: etno-história; códices; memória histórica; manuscritos coloniais; Bernardino de Sahagún; Miguel León Portilla.
Introducción2
El año 1492 inaugura para los europeos el descubrimiento de un nuevo mundo habitado por seres humanos hasta ese momento desconocidos. Entonces, la intelectualidad del Viejo Mundo se preguntó cómo debían ser tratados esos seres. Al principio, los españoles quedaron maravillados ante las ciudades de Tenochtitlan en México y la de Cusco en Perú. Dado que la conquista se llevó a cabo con relativa rapidez, puesto que los conquistadores contaron con el apoyo de numerosos grupos indígenas que deseaban liberarse del yugo de mexicas e incas, pronto se colocaron como los nuevos amos en los territorios recién sometidos. Y así, al cabo de pocos años, el territorio americano fue reorganizado administrativa y económicamente, de acuerdo con esquemas muy diferentes de los sistemas de organización social, política y económica, propios de los pueblos originarios de América.
Junto a la propagación de enfermedades de origen europeo y la imposición de exacciones de todo tipo sobre los indígenas americanos, las culturas originarias se derrumbaron y pronto, sobre las ruinas de las sociedades prehispánicas, surgió la sociedad colonial, en la que el pueblo indígena habría de ocupar la base de la pirámide social, en condición de inferioridad frente a españoles y mestizos. Dos personajes en el siglo XVI destacan frente al desprecio generalizado e indiferencia de los españoles hacia los indígenas: el dominico Bartolomé de las Casas y el franciscano Bernardino de Sahagún. Pero no fueron los únicos, puesto que otros frailes también defendieron a los indígenas y se interesaron por recoger testimonios de las culturas prehispánicas que iban desapareciendo delante de sus ojos.
Posteriormente, avanzado el proceso de colonización, fue perdiéndose el interés por este conocimiento y, aún las obras de estos frailes terminarían olvidándose, con pocas excepciones. Fue solo a partir de fines del siglo XVIII, en las postrimerías del dominio colonial que tuvo lugar un renovado interés por las culturas autóctonas americanas, debido a la llegada al trono español del monarca ilustrado Carlos III. Es el momento en que en Europa tiene lugar el desarrollo cultural conocido como la Ilustración, el cual también tuvo su repercusión en México. En particular en estos años finales de la dominación española en América destaca una figura notable en el panorama intelectual, el jesuita Francisco Javier Clavigero. Sin embargo, al llegar la Independencia y el desarrollo de una nueva corriente de pensamiento de carácter eurocéntrico, otra vez se impone el menosprecio de las culturas autóctonas americanas, lo cual no fue óbice para que determinados intelectuales se preocuparan por conservar el acervo documental elaborado y recogido a lo largo del período colonial. Así, durante el siglo XIX, un número de investigadores mexicanos se preocuparon por preservar el legado de las culturas autóctonas y la memoria histórica de los pueblos originarios de México. En el siglo XX diversos intelectuales, entre los que destacan Manuel Gamio y Ángel María Garibay se convirtieron en los pilares de su más connotado discípulo el filósofo, antropólogo e historiador Miguel León Portilla.
A mediados del siglo XVI tiene lugar en España lo que se conoce como la «controversia de Valladolid». El emperador Carlos V, soberano de las nuevas tierras americanas, decide detener las expediciones de conquista e iniciar una discusión en torno al tratamiento que debía darse a indígenas del Nuevo Mundo. En realidad, el interés de la Corona era poner freno al enorme poder que habían adquirido los conquistadores de América, convertidos ahora en encomenderos. El rey había cedido tierras y pueblos enteros a quienes por medio de las armas sometieron a los indígenas. Estos quedaron sometidos al dominio absoluto de sus señores encomenderos, quienes tenían poder de vida y muerte sobre ellos. Además, debían laborar y entregar tributo a sus nuevos amos españoles. La Corona quería restablecer su autoridad en los territorios americanos e impedir que se formase una casta poderosa de españoles americanos que podría intentar su independencia política frente a la Corona. Entonces, se organizó en Valladolid un debate en donde se debía elucidar la naturaleza de los indígenas y del trato que debía dárseles.
Dos posiciones antagónicas fueron expuestas en el debate que tuvo lugar en dicha ciudad castellana. Los adversarios exponentes de tesis opuestas fueron el obispo de Chiapas, el dominico Bartolomé de las Casas y el sacerdote Juan Ginés de Sepúlveda. El primero argumentó que los indígenas formaban parte del tronco común de la humanidad y, por tanto, no debían ser sometidos por medio de la fuerza. Por el contrario, el segundo adoptó un punto de vista aristotélico según el cual los seres humanos se dividían en civilizados, con derecho a dominar a los no civilizados, en este caso los indígenas. Es decir, había humanos superiores e inferiores, estos últimos llamados a someterse y servir a los primeros.3
En la disputa de Valladolid, Las Casas logró convencer a la Corona y a sus consejeros con su idea de que los indígenas americanos formaban parte del conjunto de la humanidad universal. Aunque fue considerado ganador del debate, no por ello sus argumentos lograron que los indígenas fuesen equiparados y llegasen a disfrutar de iguales derechos que los españoles.
En su obra Historia apologética, Las Casas se presenta como defensor de los indígenas y brinda una gran cantidad de información sobre sus costumbres y su vida en general, en la que este autor se sitúa en la perspectiva de las costumbres y creencias de los indígenas dentro de la estructura de su propia cultura.4
En los mismos años en que Las Casas realizaba su titánica labor en defensa del indígena americano fueron publicadas otra serie de obras que, si bien no asumían un punto de vista en defensa de los indígenas como seres iguales a los europeos, al menos recogieron información etnográfica, es decir, se preocuparon por estudiar las costumbres e historia de los pueblos autóctonos americanos. Entre estos destaca el cronista oficialmente designado por la Corona, el militar, etnógrafo y escritor Gonzalo Fernández de Oviedo, quien relató los acontecimientos de la conquista y colonización española entre 1492 y 1549.5 También en esos años aparece la Historia general de las Indias y Conquista de México, de Francisco López de Gómara, escrita en 1552.6 Ambas obras recogen la información dada por parte de los primeros europeos que observaron, de primera mano, las civilizaciones azteca e incaica.
A mediados del siglo XVI es ya la figura del franciscano Bernardino de Sahagún quien destaca por su extraordinaria labor de recopilación de información realizada en el Valle de México. Este fraile, quien ingresa en la Nueva España en 1529, cuando contaba con 30 o 31 años de edad, había realizado estudios en la Universidad de Salamanca. Originalmente se desempeña en el Colegio Santa Cruz de Tlatelolco, luego de haber aprendido la lengua náhuatl en Tlalmanalco. Este colegio fue la primera institución de educación superior establecida en el continente americano.7
El Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco fue una institución perteneciente a la orden franciscana, creada con el fin de educar a niños indígenas de entre diez y doce años, que funcionó como internado para los hijos más aptos de la nobleza indígena de las élites locales prehispánicas de las principales provincias de la Nueva España, que habían sido ya sometidas al dominio hispánico. Dos o tres niños de cada cabecera o pueblo principal eran escogidos, con los que se integraba un grupo de unos cien párvulos para una promoción. El fin principal era formarlos intelectual y espiritualmente con la intención de que los más aptos se tornaran sacerdotes catequistas y ayudaran en la tarea de la evangelización del grueso de la población. Sin embargo, también se buscaba la formación de una clase de indígenas laicos que posteriormente pudieran ocupar puestos de relevancia en sus comunidades respectivas. Fue con este grupo de alumnos indígenas que se inició una labor intelectual que se mantuvo durante cincuenta años. Allí se estudió e investigó sobre la medicina prehispánica en particular, pero también se recopiló información de carácter general.8
La fundación de centros de enseñanza para indígenas provocó el airado rechazo de algunos frailes que se opusieron a que se les diera instrucción. Aducían que no tenían la habilidad intelectual para ello o que podrían poner en entredicho el dominio de los españoles en México. El declive del colegio se produjo hacia mediados del siglo XVI, como consecuencia de la propagación de una mortífera epidemia que provocó la muerte de alumnos y profesores.9 Finalmente, hacia el año de 1595 –cinco años después de la muerte de Sahagún– el Colegio de Tlatelolco había involucionado y convertido en simplemente una escuela elemental para, al cabo de unos cuantos años, terminar desapareciendo.
Fray Bernardino de Sahagún fue uno de los profesores del colegio desde sus comienzos. En 1558 se trasladó a Tepepulco, acompañado de varios de sus alumnos indígenas con quienes inició la investigación de la cultura de los antiguos mexicanos. En 1561 estaba de vuelta en Tlatelolco donde permaneció tres años para luego trasladarse al convento de San Francisco. No obstante, allí solo se mantuvo cinco años, al cabo de los cuales retornó al colegio de Tlatelolco, donde habría de permanecer hasta su muerte el 5 de febrero de 1590. Durante estos años llevó a cabo su actividad extraordinaria enfocada en diversos temas, entre ellos la medicina mexica, recurriendo para ello a un grupo de excepcionales informantes procedentes de diversos lugares –Tepepulco, Tlatelolco, Tenochtitlán y Xochimilco–, quienes a su vez enseñaban a los alumnos del colegio sobre sus remedios farmacológicos.10 También estudiaron discípulos que luego pasarían a trabajar con Sahagún en sus investigaciones sobre la lengua y la cultura mexica. Algunos frailes españoles también se unieron a su trabajo. No obstante, la principal información fue la que suministraron los indígenas: médicos, pintores y conocedores de la cultura mexicana.11
Las obras que Sahagún dejó a la posteridad se iniciaron con trabajos de índole religiosa, algunas de las cuales escribió en lengua náhuatl, orientadas principalmente a la evangelización de los indígenas. Sin embargo, su trabajo de mayor importancia y al que dedicó muchos años de investigación fue la redacción de los doce libros que hoy se conocen como Historia general de las cosas de la Nueva España.
El libro o códice contiene alrededor de 1 800 ilustraciones realizadas por indígenas que habían aprendido técnicas europeas, pues Sahagún consideró de gran importancia incluir estas imágenes a fin de que fueran comprendidas por los indígenas iletrados. En tal sentido escribió el fraile:
Estas gentes no tenían letras ni caracteres algunos, ni sabían leer, ni escribir; comunicábanse por imágenes y pinturas, y todas antiguallas suyas y libros que tenían de ellas, estaban pintados con figuras e imágenes, de tal manera que sabían e tenían memoria de todas las cosas que sus antecesores habían hecho y dejado en sus anales, por más de mil años atrás antes que vinieran los españoles a esta tierra.12
Los libros a los que se refiere Sahagún eran conocidos por los antiguos mexicanos como amoxtli y pasaban a formar parte de los amoxcalli o bibliotecas.13
El Códice Florentino fue escrito en cuatro volúmenes, de los cuales hoy quedan solo tres y fue terminado por Sahagún en 1577. El ejemplar que se conserva constituye la copia que el fraile Bernardino envió en 1580 a Roma para que fuera entregada al papa Pío V, y que fue a parar a uno de los repositorios documentales de la ciudad de Florencia en Italia –Biblioteca Medicea Laurenciana–, donde quedó confinado mucho tiempo, razón por la que se le conoce con el nombre de Códice Florentino. Casi inmediatamente, los franciscanos que se oponían al trabajo de fray Bernardino lograron influir en Felipe II, quien ordena el decomiso de la obra original y su traslado a España.14 La razón fue que en esos años se difundió la idea de que Sahagún valoraba en demasía el estudio de la cultura de los antiguos mexicanos, así como que sus métodos misionales, que trataban de respetar las costumbres ancestrales se consideraron peligrosos y capaces de fomentar la resistencia de los indígenas a la dominación cultural hispánica.
En este último cuarto del siglo XVI también se había desatado una intolerancia religiosa muy fuerte como consecuencia de la propagación del protestantismo en Europa. Por tal razón, las investigaciones del fraile Bernardino sobre la cultura indígena fueron estimadas perniciosas, al dar importancia a una cultura considerada pagana. También es importante señalar que, por estos años se introdujo nuevamente el trabajo forzado por medio del repartimiento de indígenas en las labores de extracción de plata en las minas, que iniciaron un ciclo de gran desarrollo a partir de la década de 1570 y tuvieron como consecuencia un nuevo episodio de degradación para la población local. Por tal razón, cuando Sahagún muere en 1590 no pudo ver realizado su deseo de ver publicada su obra, la cual fue rescatada en 1829 por el historiador mexicano Carlos María de Bustamante quien realizó su primera edición.15
Esta extraordinaria obra narra la historia y la cultura de los mexicas-aztecas y el territorio que llegaron a dominar, así como la propia conquista de México por parte de Hernán Cortés. Por medio de dibujos realizados por artistas indígenas, provee vívidas imágenes de cómo era la vida en México al momento de la conquista.16 También documenta la cultura, la cosmología religiosa y las prácticas rituales de la religión mexica, así como aspectos de la economía e historia natural. Se considera este trabajo como la más grande recolección de información de una cultura no occidental jamás realizada. Lo interesante de la parte de la obra de Sahagún dedicada a la conquista es que constituye la primera crónica de esta gesta que adopta el punto de vista de los mexicanos.17
El interés por recuperar todo el bagaje cultural de la civilización que desaparecía delante de sus ojos, lo expresa Sahagún adoptando el punto de vista del vencido y poniéndose claramente de su parte cuando afirma: «Fueron tan atropellados y destruidos ellos y todas sus cosas, que ninguna apariencia les quedó de lo que eran antes».18 Este decir, afirma el investigador Miguel León Portilla demuestra que Sahagún buscaba «el conocimiento integral de una gran cultura humana y la incorporación de sus valores y su gente al Evangelio de Cristo». También afirma que la obra del fraile constituyó una empresa que hoy se calificaría de multidisciplinaria, pues se adoptaron enfoques filológicos, lingüísticos e históricos, y que, en tal sentido, con su trabajo nace la investigación antropológica tal como en muchos aspectos se entiende en nuestros días.19
El trabajo llevado a cabo por Bernardino de Sahagún también se refleja en las investigaciones realizadas por investigadores formados en el Colegio de Tlatelolco. Una de ellas es la que llevara a cabo el indígena Martín de la Cruz, quien recopiló remedios contra enfermedades en su lengua náhuatl y que luego tradujo al latín Juan Badiano. Fue localizado en la Biblioteca del Vaticano en 1929. En 1990, por gestiones realizadas por Miguel León Portilla, el códice fue devuelto a México y reposa actualmente en la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia.20
Miguel León Portilla, en un trabajo titulado «Memoriales, relaciones, crónicas e historia. Sahagún en la historiografía del siglo XVI», compara el trabajo del eximio fraile con el de otros contemporáneos suyos,21 entre estos Diego Durán, un rígido e intransigente cristiano, defensor de la pureza de la religión católica, quien, no obstante, transmitió información de la religión de los aztecas, de sus ritos, ceremonias y fiestas. Igual punto de vista tuvo el franciscano cronista del siglo XVI, fray Toribio Paredes de Benavente, conocido como «Motolinía», autor de la Historia de los indios de la Nueva España, en la que se ocupa de los indígenas texcocoanos, tlaxcaltecas, huexotzincas, cholutecas, así como de los habitantes de Michoacán. Sin embargo, a diferencia de Sahagún, este autor fue un defensor de los conquistadores y expuso su punto de vista a favor de la esclavitud de los indígenas.
De mayor importancia para el conocimiento de otra civilización indígena de Mesoamérica fue la obra escrita fruto de la recopilación de información, que realizó fray Diego de Landa (1524-1579?), quien vivió en Yucatán a partir del año de 1549. Su labor fue muy distinta a la de Sahagún y su intransigencia religiosa hace que se sitúe más cerca del dogmatismo de Motolinía. Su acción se desarrolla exclusivamente en la península de Yucatán, en donde permaneció hasta el año de 1562. Acusado de tratar cruelmente a los indígenas mayas de ese territorio, a quienes les quemó la mayor parte de sus libros sagrados, regresó a España y reunió una serie de escritos que publicó con el nombre de Relación de las cosas de Yucatán (1566), la cual fue encontrada en Madrid y publicada por el francés Charles Etienne de Bourbourg en 1863.22
No exclusivamente los frailes españoles y sus discípulos escribieron sobre las sociedades originarias, sino que también una serie de indígenas pertenecientes a la élite prehispánica dejaron como legado diversas obras, en donde narraron la historia de su pueblo. Entre estos destacan Hernando de Alvarado Tezozómoc, Fernando de Alva Cortés Ixtlilxóchitl y Domingo Quauhtlehuanitzin Chimalpahin
El primero nació en la ciudad de Tenochtitlán entre 1525 y 1530. Originalmente trabajó como intérprete de la Audiencia Real de México, pero se preocupó por escribir varios trabajos. En particular se dio a conocer por dos obras literarias e históricas: Crónica Mexicana y Crónica Mexicáyotl. La primera fue escrita hacia 1598 en castellano, pero no fue publicada sino hasta en 1848; se ocupa de la historia de diferentes tribus y de sus enfrentamientos con otros pueblos y concluye con la llegada de los españoles; muestra fuertes reminiscencias de la obra del cronista Diego Durán.23 La segunda fue resultado de la colaboración de al menos tres autores, escrita en Náhuatl y se orienta más hacia la genealogía de los soberanos aztecas, las narraciones fundacionales y las costumbres.24
Como los demás hombres mexica de la élite, tuvo Tezozómoc una buena educación por parte de los españoles, pues nació justo después de la conquista española. Aunque fue educado como cristiano mantuvo su fidelidad a la memoria de sus antepasados y, por tal motivo, quiso dejar testimonio de ellos a la posteridad. Para redactar su obra recurrió a los sabios indígenas, antiguos sacerdotes mexicas que aún vivían, así como al estudio de varios códices.25
Fernando de Alva Cortés Ixtlilxóchitl, quien nació hacia 1575, descendía directamente de los gobernantes de la ciudad de Texcoco. Sus obras principales, escritas durante la primera década del siglo XVII son: Sumaria relación de todas las cosas que han sucedido en la Nueva España, y de muchas cosas que los toltecas alcanzaron y supieron; Relación sucinta en forma de memorial de la historia de la Nueva España y sus señoríos hasta el ingreso de los españoles; Compendio histórico del reino de Texcoco; Sumaria relación de la historia general de esta Nueva España; Historia de la Nación Chichimeca.26 Estudió en el Colegio de Tlatelolco donde fue educado en las lenguas náhuatl y castellano. Investigó las narraciones y testimonios de los ancianos de su tiempo, así como las pinturas empleadas por los mexicanos para transmitir sus historias. Lo que se conoce como Historia chichimeca, en realidad está formada por tres manuscritos.
Domingo Francisco de San Antón Muñón Chimalpahin Cuauhtlehuanitzin, conocido también solamente como Chimalpahin, es el tercero de los más importantes escritores de origen indígena nacidos en el siglo XVI. Descendía de la nobleza chalca y habría nacido en 1579.27 De sus obras escritas en el primer tercio del siglo XVII destaca Las relaciones, llamadas «Diferentes historias originales». Para su redacción, Chimalpahin recurrió a la consulta de varios códices, la recolección de datos de la tradición oral y a entrevistas hechas a ancianos chalcas. A la muerte del autor, hacia 1645, Las relaciones fueron organizadas y encuadernadas. Actualmente la obra se encuentra en la Biblioteca Nacional de Francia. Entre los años 1992 y 1996 fue publicada de forma íntegra en versiones náhuatl y castellano.28 Diferentes historias originales narra sucesos, costumbres y describe diversas personalidades del mundo mexica, así como proporciona numerosos datos históricos de los pueblos que poblaban las riberas del lago Texcoco al momento del arribo de los españoles.
Entre las obras estudiadas por Chimalpahin se encuentra el llamado Códice Boturini, un códice mexica que data del siglo XVI que se cree constituye una copia de un manuscrito prehispánico y relata las migraciones que realizaron los mexicas desde su originaria y mítica ciudad de Aztlán, quizás un lugar en la actual Nayarit, en la isla llamada Mexcaltitlán. Posteriormente el fraile Diego Durán habría de retomar esta historia hacia 1581 y ello habría de contribuir al inicio de las expediciones españolas hacia el suroeste de los Estados Unidos. Durán muere cinco o seis años más tarde.
Para concluir con los autores del siglo XVI hay que citar precisamente al fraile dominico Diego Durán, quien escribió la Historia de las Indias de Nueva España e Islas de Tierra Firme, conocido también como Códice Durán, escrito a partir de un número importante de testimonios originales en lengua náhuatl tanto orales como escritos.29 Su trabajo se ha comparado con el de fray Bernardino de Sahagún, ya que investigó las costumbres y tradiciones de los pueblos mexicanos, así como de sus manuscritos pictóricos.
El más importante manuscrito de Durán se encuentra en Madrid, en la Biblioteca Nacional de España. Es un ejemplar que lleva por título Historia de las Indias de Nueva España E islas de Tierra Firma, concluido en 1581. Se ocupa también de la migración de los mexicas desde su salida de Aztlán hasta la muerte de Cuahtémoc. También son de su autoría el Libro de los ritos y ceremonias (1574-1576) en el que se describe la organización social de los mexicas, sus grupos y estratos, sus comidas, ritos, ceremonias, etc. Otro de sus manuscritos es el Calendario antiguo (1579). Ningún escrito sería impreso sino hasta el siglo XIX.
La Historia de las Indias hace referencia a la Crónica Mexicáyotl de Hernando de Alvarado Tezozómoc,30 que guarda gran similitud con su trabajo, pero con diferencias de detalle que hacen que ambas obras se complementen. De manera similar a Sahagún, Durán planteó la importancia de rescatar el pasado de estos indígenas con el fin de evitar que se formara la falsa opinión de que estos pueblos eran bárbaros.31
Durán afirma haber utilizado como su fuente principal una relación mexica escrita en náhuatl, así como un manuscrito pictórico que acompañaba dicha narración, de la cual tomó lo que consideraba conveniente. También dice haber confrontado dicho texto con otras relaciones, historias y pinturas, así como con el testimonio de informantes, señalando que encontró contradicciones en las tradiciones orales enunciadas por los diferentes ancianos consultados. Así, en ocasiones se aparta de su fuente base, la relación mexica para incluir las relaciones de Azcapotzalco y Coyoacán, por considerar más verídica esta versión para determinados pasajes históricos. Su opinión sobre los autores indígenas estudiados, es altamente laudatoria.
Por estos años, Diego Muñoz Camargo (1529-1599) también escribió la Historia de Tlaxcala, que se publicó en 1892 por Alfredo Chavero. Este autor fue un mestizo, nacido del matrimonio del conquistador español Diego Camargo y de una mujer indígena cuyo nombre se desconoce. Vivió en la Ciudad de México donde se desempeñó como intérprete oficial. A partir de 1550 se trasladó a la ciudad de Tlaxcala y allí se dedicó a investigar y escribir sobre este pueblo. En sus trabajos trata sobre la religión, costumbres y forma de vida de los tlaxcaltecas antes del arribo de los españoles, así sobre cómo se desarrolló la conquista de México, desde los llamados extraños presagios de la venida de extranjeros, para luego narrar acontecimientos que se detienen durante los años de la gobernación del séptimo virrey de Nueva España, Álvaro Manrique de Zúñiga. Adicionalmente escribió una Descripción de la ciudad y provincia de Tlaxcala y otra titulada Suma y Epíloga de toda la descripción de Tlaxcala.32
De la misma época de las obras que escribiera Durán es el así llamado Códice Aubin, un manuscrito que data del año 1576. Es un documento pictográfico que igualmente relata la migración del pueblo mexica en el siglo XII, desde la mítica ciudad de Aztlán hasta la conquista española en el siglo XVI.33 La obra consta de 81 folios en los que se narra no exclusivamente la migración de los mexicas, sino también la fundación de Tenochtitlán, y los temas de ciclos agrícolas, linaje de reyes, eclipses, así como el arribo de los españoles y otros eventos importantes. El códice está formado por imágenes y texto escrito en náhuatl.
Se desconoce el autor o los autores de este códice, pero se considera que es una obra colectiva realizada por varios escribanos y dibujantes mexicanos, los llamados tlacuilos, eruditos de la sociedad Azteca.34 Sin embargo, algunos historiadores piensan que fue escrito por un único recopilador de documentos precolombinos en la década posterior a la conquista.35 El sistema de escritura iconográfica de estos códices usaba como soporte el papel amate –en náhuatl amatl– sobre el que el tlacuilo pintaba con pincel y tinta.36
El códice Aubin abarca la historia de México entre los años de 1168 y 1607; aunque al principio se indica que fue escrito en el año de 1776, el texto documenta la historia hasta el año 1607. Su nombre deriva de su comprador Joseph Marius Alexis Aubin, quien adquirió el documento en 1825 luego de que este estuviese en manos del historiador-coleccionista Antonio de León y Gama. Aunque manifiesta las características estilísticas propias de los tlacuilos, el texto también tiene influencia de los estilos europeos del siglo XVI. En tal sentido se considera que presenta un formato diferente del que predominó durante la época prehispánica.
Antes del arribo de los españoles, el náhuatl era un idioma que se expresaba esencialmente de manera hablada y carecía de un sistema de escritura como el de los mayas, que era silábico y podía expresar enteramente la palabra por medio de símbolos de vocales y consonantes. En cambio, los habitantes del México central únicamente podían expresarse por medios pictóricos sin un significado literal de las palabras. No obstante, con el arribo de los españoles y la introducción del alfabeto latino adaptado a la lengua náhuatl, se produjo un cambio fundamental, que se manifiesta también en la forma en que son encuadernadas sus páginas, que ya no tienen el formato predominante prehispánico, que se despliega a la manera de un acordeón. El manuscrito está encuadernado a la manera de un libro europeo, lo cual es también expresión de la intencionalidad que tiene el libro de influencia europea que difiere del prehispánico.
Por otro lado, el «lector» prehispánico en realidad ejecutaba una actuación o un acto performativo y social, en el que quien leía era en realidad un orador que contaba las historias a un público determinado. El lector-orador traducía los pictogramas de manera oral y mostraba las imágenes a su grupo de oyentes. Con la introducción del náhuatl escrito, por influencia española, la lectura pasa a ser ahora una relación más solitaria entre el lector y el códice. Ya no se buscaba mostrar las imágenes a un público oyente. En tal sentido, el Códice Aubin constituye ya una literatura que puede considerarse como híbrida, pues integra diversos elementos gráficos y narrativos prehispánicos con modelos europeos en los que, como ha señalado María del Carmen Alberú Gómez, es posible distinguir la introducción de fórmulas del repertorio visual medieval europeo, donde el autor –tlacuilo pos-conquista– ha pasado por una compleja dinámica de aculturación militar y europea.37
Otros códices de estos años son los llamados Códices mexicas, que constituyen copias de documentos prehispánicos perdidos. Estos son el Códice Borbónico, el Códice Mendocino, la Tira de la Peregrinación o Códice Boturini y la Matrícula de tributos. Se les considera una excelente fuente primaria del mundo azteca, ya que muestran cómo era la vida religiosa, social y económica de los pueblos mexicas. Estos códices difieren de los analizados anteriormente con alta influencia europea; el contenido de estos últimos es predominantemente pictórico y se diferencian de los europeizados porque sus dibujos no tienen como objetivo acompañar la narración escrita. Sin embargo, también contienen textos escritos en náhuatl con caracteres latinos, en castellano y latín ocasionalmente. Pero, en definitiva. se les puede considerar predominantemente como dibujos, puesto que esta era la forma de escribir de los mexicas, lo que se llama «escritura» pictográfica.38
El Códice Borbónico data de los inicios de la conquista española, cuyo soporte es el llamado papel amate, que se pliega en forma de acordeón al igual que los códices prehispánicos; actualmente se encuentra en el Palacio Borbón, el edificio que aloja a la cámara baja de diputados de Francia.39 Contiene 36 hojas cada una de 39 x 39, 5 cm y extendido alcanza los 14 metros de largo.40
El Códice Borbónico tiene extraordinario valor porque, sea que se trate de un códice prehispánico o una copia fidedigna del período pos-conquista de un original prehispánico, constituye un ejemplo excepcional, sobreviviente de los miles de códices que las tropas de Hernán Cortés encontraron al ingresar a la capital de los aztecas, Tenochtitlán, el 8 de noviembre de 1519. En la actualidad se considera existen 20 documentos prehispánicos mesoamericanos, de los cuales solo 5 son realmente aceptados como genuinos. Estos son de origen maya o mixteco y ninguno es de origen azteca ni escrito en su lengua principal, el náhuatl. Entonces, el Códice Borbónico es el único trabajo realizado por aztecas –de antes o justo después de la Conquista española– y es esencial para la comprensión de cómo los pueblos mesoamericanos concebían el tiempo.
Otro códice mexica es el Códice Mendoza. Es un códice de manufactura mexica que data de la década de 1540. Aunque fue elaborado por tlacuilos mexicas, su soporte es papel de origen europeo, pero empleando el sistema pictográfico prehispánico, aunque posteriormente un escriba de lengua española añadió comentarios en castellano con el fin de explicar las pictografías, para lo cual recurrió a intérpretes indígenas. Es precisamente esta característica lo que ha permitido considerarlo una especie «Piedra Rosetta», en el sentido de que glosa en castellano cada uno de los pictogramas nahuas.41 El nombre de este códice proviene de quien supuestamente encargó dicho documento, el primer virrey de México, don Antonio de Mendoza y Pacheco.42
El Códice Mendoza lo conforman 71 páginas y se considera una de las más completas crónicas de México-Tenochtitlán. Se incluyen los nombres de los tlatoanis o gobernantes mexicas, también los pueblos que fueron sometidos al dominio mexica, así como una narración de cómo era la vida cotidiana entre los mexicas. Cada uno de estos temas conforman las tres secciones en que se divide el códice. La primera sección trata de la historia de la fundación de México-Tenochtitlán. En la narración se incluye la leyenda del águila que se posa sobre una tuna, como la señal dada por el dios Huitzilopochtli para fijar el asentamiento donde debían establecerse los mexicas al final de su peregrinación. Varios personajes son mencionados en la narración entre estos Tenoch, un sacerdote que aparece sentado, en tanto mira la escena del águila sobre la tuna. Se incluye en esta primera parte el tiempo en que gobernaron cada uno de los tlatoanis, desde la fundación de la ciudad de Tenochtitlán hasta la caída de Moctezuma Xocoyotzin. Igualmente se enumeran los pueblos que fueron conquistados por el imperio de los mexicas.43
En la segunda parte del códice se alude a la extensión que alcanzó el imperio de los mexicas y se incluyen los pueblos conquistados, así como los tributos que cada uno de estos pueblos estaba obligado a pagar tales como productos agrícolas –maíz, frijoles– y otros bienes: armas, águilas, plumas de quetzal, oro, etc. En cuanto a la última de las secciones del códice, esta trata de la casta de los guerreros, las clases en que estaban divididos, cuáles eran sus armas, etc. Igualmente, esta sección presenta los diversos oficios ejercidos por la población mexica, el sistema de justicia y muestra los principales delitos y sus formas de castigos. Incluye también las fiestas, ceremonias, juegos y tradiciones del pueblo mexica. Notable son las ilustraciones de cómo era el interior del palacio de Moctezuma
El códice Mendoza es considerado como uno de los más completos por la información que contiene acerca de la historia prehispánica de México. Desde el año de 1659 se encuentra en la Biblioteca Bodleiana de Oxford, en el Reino Unido. A partir de 2015 es posible su consulta íntegra de manera digital.44
Por último, conviene citar el Códice de Huexotzinco, un documento de dieciocho hojas en papel amate con figuras jeroglíficas correspondientes a números y medidas propias de la región de Huexotzinco, en el actual Estado de Puebla, México; data de 1578 y 1579. El texto que acompaña las figuras está escrito en lengua castellana. Su origen se relaciona con que dicho pueblo pasó a formar parte de las posesiones de Hernán Cortés después de la conquista española. Mientras el conquistador se encontraba en Europa, entre 1529 y 1530, los administradores a cargo de la comunidad indígena de dicho pueblo le impusieron impuestos excesivos, tanto en bienes como en trabajo y el documento es una querella legal contra dichos administradores por parte de la comunidad de Huetxotzinco.
El códice Huetxotzinco perteneció a la colección que formó el italiano Lorenzo Boturini entre los años de 1735 y 1743 y que luego pasó a manos del historiador mexicano Alfredo Chavero durante el siglo XIX. Este último lo dona en 1906 al Museo Nacional de México. Contiene información relativa a los tributos que debían entregar, entre los años de 1571 y 1577, los habitantes de los barrios de Huetxotzinco, en los siguientes productos: maíz, camisas y mantas, así como el pago en dinero. Como en el proceso judicial tuvieron que declarar las autoridades indígenas, es posible así conocer como era la composición del conjunto de funcionarios locales. Lo interesante es que cada barrio debió dar la cuenta del pago de sus tributos correspondiente a cada año y esta se inscribió en signos jeroglíficos locales. Dichas cuentas siguen un sistema numérico mesoamericano que presenta variantes respecto al mexica.45
Todas las investigaciones realizadas en el siglo XVI constituyeron la base para el desarrollo de diversos conocimientos sobre las sociedades antiguas de América en los siglos siguientes. Durante el siglo XVII, destacan los mexicanistas, Carlos de Sigüenza y Góngora, el fraile Agustín de Vetancurt y Francisco de Florencia. El investigador español José Alcina Franch, los llama «los precursores», en tanto fueron ellos quienes conservaron información que había sido recopilada en el siglo precedente y, a su vez, la transmitieron a los estudiosos del siglo de la Ilustración con quienes se inicia el descubrimiento científico de los pueblos originarios de América.46
Carlos de Sigüenza y Góngora, fue el mexicanista más destacado de la ciudad de México durante la segunda mitad del siglo XVII (1645-1700). Fue, durante esos años, el primer especialista en los temas de la historia y la cultura prehispánica de México y el primero en reunir una valiosa colección de antigüedades. Sigüenza recibió en herencia el patrimonio de un pariente de Fernando de Alva Cortés Ixtlilxóchitl. De esta manera, incorporó un cuantioso y valioso fondo de manuscritos procedentes del archivo del antiguo reino de Texcoco.47
Sigüenza consiguió también los famosos manuscritos de Chimalpahin Cuauhtlehuanitzin –Chimalpahin–. Con estos materiales realizó un primer acopio de fuentes documentales mexicanas con los que inició el estudio de la historia de los mexicas y con los que pensaba escribir una historia de su civilización. Su muerte, a edad relativamente temprana, impidió que llevara a cabo su proyecto. A la muerte de Sigüenza en 1700, su colección de documentos pasó a la biblioteca del Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, de la Compañía de Jesús, en la ciudad de México, en cuya capilla fue enterrado. La colección de documentos manuscritos que logró reunir Sigüenza y Góngora fue del conocimiento del viajero italiano Gemelli Carreri, quien procedente de Manila arribó a la ciudad de México en los años finales del siglo XVII y trabó conocimiento personal con Sigüenza y Góngora de quien obtuvo copias de los documentos por él reunidos. Una vez en Europa, Carreri dio a conocer a la intelectualidad europea estos materiales, así como diversa información sobre los antiguos mexicanos e incluso reprodujo imágenes de los manuscritos que poseía Sigüenza en el sexto volumen de su libro Giro del Mondo.48
Es importante destacar los trabajos de Sigüenza, pues su interés por las cosas relativas a los antiguos mexicanos no se limitó solo a los manuscritos, sino también, a lo que el investigador Alcina Franch considera puede ser denominado un interés arqueológico. Mostró particular curiosidad por las ruinas de Teotihuacán, una de cuyas pirámides trató de taladrar para explorar su interior, aunque fracasó en el intento. La recolección de materiales llevada a cabo por Sigüenza fue, en parte, motivada por su deseo de escribir una historia del México antiguo.
Según narrara el sobrino de Sigüenza y Góngora, Gabriel López de Sigüenza, su albacea y primer biógrafo, su tío entregó a la biblioteca de los jesuitas cuatrocientos setenta libros, así como veintiocho manuscritos, todos ellos descritos como originales. A su vez, otro número considerable de manuscritos quedaron en manos de este sobrino. Desgraciadamente, a partir del siglo XVIII, por desidia o descuido, fueron desapareciendo uno a uno. Muchas piezas que componían ambas colecciones se localizaron, posteriormente, en varias bibliotecas europeas o mexicanas, pero otras se perdieron definitivamente. Sin embargo, a mediados de esa centuria, la colección de Sigüenza se conservaba aún completa en la biblioteca de los jesuitas del Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, pues el erudito italiano Lorenzo Boturini la pudo consultar durante los años en que permaneció en México entre 1736 y 1744, y realizó copias de muchos de esos documentos.49 Precisamente en la colección de este último se encontraba el Cómputo Cronológico de los Indios Mexicanos, realizado por el sacerdote Manuel de los Santos y Salazar, quien ejerció su curato en Quauhpiaztla –hoy Cuapiaxtla, en el estado de Tlaxcala–. Este autor fue considerado por algunos investigadores como un historiador cuya obra se basó en fuentes indígenas. Algunos años más tarde, en 1752, el investigador Juan José de Eguiara y Eguren (1696-1763) también visitó dicha biblioteca y dijo haber visto ocho de los manuscritos en folio correspondientes a la colección donada por Sigüenza y Góngora.50 Posteriormente, avanzado el siglo XVIII, el discípulo de Boturini, Mariano Fernández de Echeverría y Veytia igualmente la consultó. Este investigador fue albacea de Boturini y pudo estudiar muchos de los papeles de este último.51
En 1755, el eminente historiador Francisco Javier Clavigero revisó por vez primera los tomos de la Colección de Sigüenza que se conservaban aún en dicha Biblioteca. Tres años más tarde regresó a dicho colegio, donde volvió a revisar y estudiar algunos de esos códices que posteriormente afirmó haber empleado como fuentes de información esenciales para escribir su Historia Antigua de México. Clavigero mencionó la valiosa colección de manuscritos y pinturas antiguas que Sigüenza y Góngora logró formar con su tesón y a costa de grandes expensas. Igualmente señaló que este investigador heredó sus manuscritos al colegio de San Pedro y San Pablo, los cuales él personalmente vio y estudió. Termina llamando a Sigüenza y Góngora, un «sabio» que «además de su grande erudición, sinceridad y crítica, fue el hombre que con mayor diligencia trabajó…consultando a los mexicanos y texcocanos más instruidos y estudiado sus historias y pinturas». 52
La opinión de Clavigero habría de compartirla algunos años más tarde el alemán Alejandro von Humboldt (1769-1859), quien pudo admirar en la ciudad de México parte de la colección de manuscritos de Sigüenza, que en esos años poseía el padre José Antonio Pichardo.53 Actualmente, Rolena Adorno considera que Sigüenza y Góngora fue el verdadero iniciador del estudio académico de las antigüedades mexicanas, a la vez que señala que elevó la dinastía azteca a una dignidad histórica sin precedentes, por lo que debe considerársele como uno de los padres de los estudios anticuarios en América.54
Los otros estudiosos del México antiguo contemporáneos de Sigüenza y Góngora, fueron los mencionados fray Agustín de Vetancurt (1620-1700) y el jesuita Francisco de Florencia (1620-1695). El primero fue cronista de su orden franciscana, así como profesor de la lengua náhuatl. Nació en la ciudad de México, pero ejerció como fraile en Puebla, donde permaneció cuarenta años entre los indígenas. Como cronista de su orden religiosa escribió su obra principal, Teatro Mexicano, que trata el tema de la orden franciscana, pero igualmente incursiona en la historia prehispánica, así como en las costumbres e historia de los indígenas mexicanos puesto que este tópico fue de interés primordial para la primera generación de los frailes franciscanos en México. Aunque se basó en otros autores, también incluye información considerable sobre la sociedad prehispánica y colonial indígena que no se encuentra en ninguna otra parte. Para su trabajo contó con la colaboración del mencionado Carlos de Sigüenza y Góngora y se cree que parte de la información sobre la sociedad mexica le fue proporcionada por este autor contemporáneo suyo.55
Para la investigadora Eréndira Muñoz Aréyzaga hay ya en este autor un interés por refutar a aquellos que, en los años finales del siglo XVII, planteaban que quienes vivían lejos de Europa eran hombres incultos e inferiores. Al contrario, Vetancurt argumenta que el temple de la Nueva España es tal que permitió, desde la Antigüedad, que esta tierra estuviese habitada por millones de personas. Y, por tanto, Vetancurt defiende que su historia debe ser conocida, así como sus habitantes deben ser enaltecidos. Por tanto, se propone narrar la historia de «los naturales de la Nueva España», desde sus orígenes hasta la llegada de los españoles. Critica el proceso de colonización y afirma que a pesar de que esta gente era idólatra, practicaban ceremonias y se regían por leyes que se perdieron por los españoles. Señala que la riqueza de esta tierra quedó atestiguada por los conquistadores y por los vestigios de los templos, pero que «fue saqueada de sus originales dueños por los extranjeros». Su obra concluye con una descripción de la antigua ciudad de México y celebra que la ciudad se llame así en honor al que tal vez fuera su título en la Antigüedad.56
En cuanto a Francisco de Florencia, nació en la colonia de San Agustín, en Florida, y pasó luego sus primeros años en Cuba. Posteriormente, fue a México adonde, luego de vivir muchos años en Europa, regresó y llevó a cabo su labor de historiador y cronista. Su principal obra histórica empezó a escribirla hacia 1684, consciente de la necesidad de resaltar el valor de su «patria mexicana» y de lo que consideraba el glorioso pasado de sus habitantes prehispánicos y de lo maravillosa que había sido la antigua ciudad de Tenochtitlán.57 No obstante, antes de que Florencia pudiera publicar su Historia de la Provincia de la Compañía de Jesús de Nueva España (1694), se vio obligado a quitar varios capítulos del segundo libro del primer volumen, precisamente donde resume los errores de las teorías en boga en Europa del ambiente del Nuevo Mundo, así como destaca la grandeza de la ciudad de México antes de la conquista española y la abundancia natural de la Nueva España.58 Ya en esos años finales del siglo XVII había surgido la tendencia en los escritores europeos a menospreciar el Nuevo Mundo y a considerar a sus indígenas como seres inferiores, idea que demuestra cómo los historiadores coloniales fueron restringidos por la censura impuesta por las autoridades coloniales.59 Florencia y Vetancurt habrían de ser quienes continuaron con la tarea iniciada por Carlos de Sigüenza y Góngora, de defender lo autóctono mexicano, que en el siglo siguiente retomaría el jesuita Francisco Javier Clavigero. En tal sentido es notable en Florencia el sentimiento de orgullo de ser originario del Nuevo Mundo.
Durante el siglo XVIII, México también tuvo su período de Ilustración, de manera similar al que se desarrolló en Europa. En dicho siglo, surgieron numerosos estudiosos mexicanos que recibieron el estímulo del auge de diversas disciplinas científicas que prosperaron en Europa en esos años, incluida la historia y el interés por las antigüedades. Del conjunto de los ilustrados mexicanos de esa centuria, el investigador Alcina Franch considera que el más destacado fue Lorenzo Boturini Bernaduci –circa 1702-1755–, quien nació en Italia, donde realizó sus primeros estudios de erudición latina en Milán.60
Boturini arribó a la Nueva España en el mes de febrero de 1736 y no existe constancia de que haya solicitado permiso oficial para trasladarse allí, tal como lo establecían las leyes de Indias, en el sentido de que los no españoles debían solicitar permiso para viajar al Nuevo Mundo. Al arribar a Veracruz, su embarcación naufragó y Boturini atribuyó a un milagro de la Virgen de Guadalupe el que hubiese podido salvarse. Fue así como se convirtió en un devoto de la virgen y ello le llevó a investigar sobre el origen de su culto. Se enteró de que, durante más de un siglo, la historia de la aparición de la imagen de la virgen se había transmitido solo oralmente. Ello le motivó a emprender la búsqueda de documentos históricos que probasen su aparición, todo con la finalidad de escribir una historia del culto guadalupano, la cual por cierto quedó inconclusa.61
Al profundizar en su investigación, Boturini llegó a la conclusión de que los registros más fieles, relativos a la aparición de la imagen milagrosa en 1531, procedían de los indígenas de la época. La virgen se habría aparecido en cuatro ocasiones al indígena chichimeca Juan Diego Cuauhtlatoatzin en un cerro conocido como Tepeyac –en el norte de la actual ciudad de México– y en una ocasión al tío de Juan Diego, Juan Bernardino. Esta historia se transmitió de forma oral hasta que finalmente se escribió en un texto en lengua náhuatl, pero con caracteres latinos, conocido con el nombre de Nican Mopohua –textualmente: aquí se narra–, que en realidad son las dos primeras palabras de este relato cuya autoría se atribuye a Antonio Valeriano, quien lo habría escuchado del propio Juan Diego.62 Luis Lasso de la Vega, sacerdote y capellán de la ermita de la virgen de Guadalupe fue quien probablemente junto con otros autores recogieron diversos recuentos, orales y escritos con los que compusieron el texto Huei Tlamahuiçoltica –el gran acontecimiento–, que consta de dos partes: el texto Nican Mopohua y el Nican Motecpana –aquí se pone en orden–, este último atribuido a Fernando de Alva Ixtlilxóchitl y escrito en 1590. Se enlistan en total 14 milagros atribuidos a la virgen en el texto Huei Tlamahuiçoltica.63 Boturini por su parte, habría redescubierto el texto de Valeriano, del cual señala que los españoles, debido a su desconocimiento del sistema de escritura de los mexicas, no dieron valor a estos textos en lengua náhuatl.64 Por tal razón, afirmó que resultaba indispensable estudiar tanto la cultura como la lengua náhuatl como requisito necesario para interpretar los manuscritos pictóricos prehispánicos, así como los escritos en lengua náhuatl, pero con caracteres latinos.
Entre 1736 y 1742, Boturini se dio a la tarea de viajar por el territorio de la Nueva España en busca de coleccionistas y de acervos documentales existentes en los pueblos; inquiría sobre documentos de toda clase que trataran del pasado de los mexicas, de sus costumbres, así como instruyéndose sobre el sistema calendárico y la religión de los antiguos mexicanos. Así logró obtener copias de esos documentos que procedían de los siglos XVI y XVII, e igualmente originales e impresos en náhuatl, otras lenguas indígenas y castellano. Constituyó, entonces, una importante colección de documentos que llamó su «Museo Histórico», con alrededor de 300 piezas, según su propio inventario que publicó en 1746. Con todo este acervo documental se propuso escribir una historia del México antiguo, sustentado principalmente en fuentes originales indígenas.65 Simultáneamente, Boturini quiso organizar la coronación, mediante una solemne ceremonia religiosa, de la imagen original de la Virgen de Guadalupe. No obstante, topó con la resistencia del arzobispo de México e igualmente del nuevo Virrey recién nombrado para la Nueva España. Este último, al enterarse que Boturini era italiano y que había llegado a México sin un permiso oficial, ordenó investigarlo y así el investigador fue hecho preso y su rica colección de antigüedades y manuscritos le fue confiscada. Enviado a prisión, Boturini permaneció diez meses encarcelado y, posteriormente, fue deportado a España, para que fuese juzgado por haber ingresado en el Virreinato de la Nueva España sin el permiso del Consejo de Indias. Por su parte, la rica colección de manuscritos, que de manera tan laboriosa había logrado reunir quedó confiscada en la secretaría del Virreinato.66
Una vez en España y encontrándose en circunstancias adversas, Boturini conoció a Mariano Fernández de Echeverría y Veytia, quien en ese momento se desempeñaba como abogado en ese país. Veytia había nacido en México, pero se casó con una española y por tal razón había decidido vivir y trabajar en la Madre Patria. Boturini y Veytia se hicieron grandes amigos; este último le ayudó económicamente y, de igual forma se interesó sobremanera en el proyecto de Boturini, a quien finalmente financió para que publicara su trabajo Idea de una Nueva Historia General de la América Septentrional, editado en 1746.67 Este trabajo no era más que un esquema de la obra monumental que Boturini se había propuesto escribir con sus materiales que le habían sido confiscados en México. Aunque en Madrid, Boturini fue absuelto de los cargos de los que se le acusaba y se ordenó que se le devolvieran sus papeles, la realidad es que nunca pudo recuperarlos y, finalmente, murió en la pobreza en dicha ciudad el año de 1755. Su proyectada gran obra quedó, así, inconclusa. En reconocimiento a su labor, la biblioteca de la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe en la ciudad de México se denomina la Biblioteca Boturini.
Entretanto, el conjunto de valiosos documentos compilados por Boturini y que habían sido confiscados por el Virrey de la Nueva España permanecieron olvidados en un despacho del propio Virrey y poco a poco comenzaron a dispersarse. No obstante, el posterior Virrey, cedió a Mariano Fernández de Echeverría y Veytia parte de los manuscritos y documentos que aún permanecían en las dependencias del despacho virreinal para que los copiase, cuando este regresó a México en 1750. Veytia, una vez que supo de la muerte de su maestro Boturini se dispuso a escribir su propia historia antigua de México, labor a la que dedicó unos treinta años hasta su muerte en 1780. Su obra quedó trunca y en ella se ocupó de la historia de los mexicas desde que estos se asentaron en el Valle de México hasta alrededor de mediados del siglo XVI.68 También escribió Texcoco en los últimos tiempos de sus antiguos reyes, el cual fue publicado primeramente en 1826.69 Aparte de estas excelsas obras, Veytia escribió otras más, entre las que destaca su Historia de la Puebla de los Ángeles, cuyo manuscrito original se encuentra en la Academia de la Historia de Madrid. Cuando Veytia murió en 1779, sus escritos y la documentación que había recopilado quedaron depositados en los archivos de la Secretaría del Virreinato.
En 1754 parte de los documentos de Boturini había pasado a la Real y Pontificia Universidad de México, aunque nuevamente regresarían a la Secretaría del Virreinato en 1778. Estos documentos fueron consultados por Antonio de León y Gama en 1780, para escribir sus trabajos sobre las esculturas que por esos años fueron encontradas en la Ciudad de México, que mencionamos más adelante.
La importancia de la labor de Boturini, continuada por su amigo Veytia, radica también en que, de manera indirecta, despertó el interés de la Corona por adquirir conocimientos sobre la América prehispánica. Entonces, el monarca Carlos III ordenó una serie de acciones en diversos territorios americanos, con el objetivo de rescatar piezas, obtener manuscritos y apoyar indagaciones de carácter investigativo sobre el pasado prehispánico. Fue justamente este rey quien nombró a Juan Bautista Muñoz, con el fin de que escribiera lo que se consideraba debía ser una nueva y definitiva Historia de América.70
Entre 1783 y 1784, este mismo rey ordenó al Virrey de México que reuniera los papeles del Museo Histórico de Boturini y los enviara a España, lo mismo que con la obra de Veytia. También le ordenó que se elaboraran copias de otros documentos relativos al pasado de México. Y así se inició lo que se conocería como las llamadas Memorias de la Nueva España, en las que los documentos de Boturini pasaron a ser solo una parte de esta colección documental, la cual sería empleada posteriormente por Juan Bautista Muñoz en su gran obra sobre la historia de América.
No toda la colección de documentos de Boturini pasó a España. Una parte, que Veytia había logrado obtener del Virrey de México, después de su muerte, fue adquirida por el investigador Antonio de León y Gama, quien posteriormente la transmitió a sus herederos cuando falleció en 1802. Otra porción de la colección de documentos que había permanecido en México, en posesión de los herederos de León y Gama, la adquirió el sacerdote José Antonio Pichardo, quien la aumentó y añadió copias de su propiedad. La colección fue inventariada en 1804, por don Ignacio de Cubas, quien registró nueve documentos pictográficos, entre los cuales: el Códice Chavero, el Códice de Xalapa, la Matrícula de Tributos y el Lienzo de Tlaxcala. En 1821 los documentos conservados en México fueron trasladados al Ministerio de Relaciones Interiores y Exteriores donde formaron un solo fondo, junto con los documentos del archivo histórico de la Secretaría del Virreinato. Dos años más tarde, parte de la colección de documentos que había permanecido en manos de los herederos de León y Gama, junto con lo que quedaba de la colección de Boturini, pasaron al Conservatorio de Antigüedades. Posteriormente este conservatorio habría de convertirse en el Museo Nacional Mexicano. Años más tarde, en 1885, el lote de documentos de la colección de Boturini, que se encontraba en la Secretaría de Relaciones Interiores y Exteriores, fue trasladado a la Biblioteca Nacional, de donde fueron llevados en 1919 al Museo Nacional. Algunos de estos documentos terminaron en repositorios de Estados Unidos y el resto permanece en la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia de México.71
Entretanto, en los años que median entre 1830 y 1840, el francés J. Marius Alexis Aubin, logró reunir en México una gran colección de documentos, gran parte obtenida de los herederos de León y Gama, y del padre Pichardo. Este lote de documentos fue el que adquirió Eugène Goupil, el que a su muerte fue donado por su viuda a la Biblioteca Nacional de París, donde actualmente es conservado.
Rescatable en la actitud de Boturini hacia la historia prehispánica es su planteamiento de que los mexicanos en la gentilidad, es decir, previo al arribo de los españoles, habían entrado en los designios de la voluntad divina y por ello –al igual que con la historia de los pueblos europeos– existía una correspondencia entre todos los elementos que en su conjunto conformaban a la nación mexicana –religión, lenguaje, sociedad civil, gobierno, costumbres–. Esto es, esa historia tiene su significado; no era el pueblo mexicano un pueblo bárbaro como afirmaban los españoles recalcitrantes y dogmáticos, sino que poseía la misma naturaleza común a todos los pueblos de las naciones europeas,72 no eran diferentes, ni inferiores a los europeos.
Por su parte, Mariano Fernández de Echeverría y Veytia en sus escritos empleó el esquema evolutivo elaborado por su maestro Boturini, pero incluyendo la idea de que los mexicanos tenían de su propio pasado: suponían que sus ancestros habían transitado por una serie de edades o ciclos históricos sucesivos. En la interpretación de Veytia, adaptada de esa visión, los pueblos de México antes del arribo de los españoles habían transitado por cuatro prolongados períodos históricos o «edades». Cada una bajo el auspicio de un “sol” y uno de los elementos básicos, en este orden: Sol del agua; Sol del aire; Sol de la tierra y Sol del fuego.
Veytia se propuso los siguientes objetivos al escribir su Historia Antigua de México: a) realizar una historia prehispánica de México, siguiendo los planteamientos científicos de su tiempo; b) elaborar una interpretación histórica global, en lugar de la historia fragmentaria de las distintas «naciones» de la Nueva España; y c) demostrar que la historia prehispánica formaba parte de la historia universal.73 Hoy día se considera el estudio de Veytia como uno de los más importantes desarrollados por un autor basado en una documentación exhaustiva, es decir, sustentada en la erudición.
Otro eminente investigador que destacó en la preservación de la historia de los antiguos mexicanos fue Antonio de León y Gama, quien nació en la Ciudad de México en 1735 y quien también realizó estudios en matemática y astronomía. Su pasión de investigador lo llevó a interesarse por la historia de los pueblos originarios de México. En tal sentido no solo se preocupó por rescatar documentación como la que poseía Boturini, sino también por preservar las esculturas aztecas que se encontraban en la Ciudad de México y que hasta esos años habían sido desdeñadas. En 1790, con ocasión de los trabajos de un nuevo empedrado en la Plaza Mayor de la ciudad, fueron descubiertas dos monumentales esculturas talladas en piedra: la primera fue denominada de La diosa Coatlicue y la segunda la Piedra del Sol, también llamada Calendario Azteca.74
León y Gama se propuso estudiar ambos monolitos de piedra. Para ello consideró necesario aprender la lengua náhuatl y estudiar los documentos antiguos con el fin de tratar de elucidar el significado de ambos monumentos. Realizó copias de los grabados inscritos en las esculturas e igualmente intentó calcular su peso y trató de determinar el tipo de piedra en que estaban talladas. Fruto de sus investigaciones fue la obra que tituló: Descripción histórica y cronológica de las dos piedras que con ocasión del nuevo empedrado que se está formando en la Plaza principal de México, se hallaron en ella el año de 1790. En su introducción narró los pormenores de sus inicios en el estudio de la historia antigua mexicana. En dicha introducción reconoció la enorme importancia que tuvo para él, el haber sacado copia de los documentos de Boturini. Es decir, textos escritos y pictóricos los cuales dijo haber estudiado, así como otros pertenecientes a individuos que los coleccionaban por curiosidad.75
Cuando a comienzos de la década de 1780, las sucesivas colecciones de Sigüenza y Góngora, Boturini y Veytia, comenzaron a ser enviadas hacia España, León y Gama, se lamentó de que, dicho patrimonio que él consideraba mexicano, fuese extraído de México y, por tanto, procedió a sacar copia de los que consideró de mayor importancia. Al morir León y Gama en el año de 1802, la colección por él reunida pasó a manos de su albacea testamentario, el padre José Antonio Pichardo. Un año más tarde, el sabio alemán Alexander Von Humboldt llegó a la Nueva España logrando adquirir algunos materiales de la biblioteca de León y Gama. Finalmente, la rica biblioteca del erudito mexicano se dispersó a partir de 1830, cuando sus descendientes la vendieron a un anticuario francés.76
En 1790 se encontraron los famosos monolitos escultóricos mencionados atrás y Antonio de León y Gama fue consciente de la importancia de ambos monumentos. Las monumentales esculturas le sirvieron para refutar la campaña elaborada por estudiosos europeos que intentaban desprestigiar tanto a España como a los pueblos indígenas americanos. Estos intelectuales habían empezado a catalogar como bárbaros y salvajes a todos los habitantes del continente americano. Para ello, estos autores afirmaron que los seres humanos degeneraban en América y por tal razón los indígenas nunca habían superado el nivel de la barbarie y el salvajismo, a diferencia de los europeos. Supuestamente, únicamente en Europa los humanos habían alcanzado el nivel de la civilización, es decir, un grado de desarrollo inalcanzable para los no habitantes de este continente. Entre estos autores se encontraban los franceses George-Louis Buffon y Guillaume-Thomas Raynal, el holandés Cornelius de Pauw y el esocés William Robertson. El objetivo de estos autores se encaminaba a desprestigiar a España, por lo que consideraban la conquista española como algo sin mayor trascendencia puesto que la habrían realizado sobre pueblos bárbaros en decadencia física y moral.77
Antonio de León y Gama señaló la importancia de realizar un estudio sobre dichos monumentos con el fin de dar a conocer «al orbe literario parte de los grandes conocimientos que poseyeron los indios de esta América en las artes y ciencias, en tiempos de su gentilidad».78 En tal sentido, León y Gama siguió el camino emprendido por el jesuita Francisco Javier Clavigero, quien en Italia, en 1780 ya había escrito su Historia Antigua de México, con el mismo propósito que León y Gama.
Aparte de escribir sobre los monumentos recién descubiertos, León y Gama también decidió incluir en su trabajo un análisis descriptivo de las diversas tallas en piedra que se encontraban empotradas en diversos muros de edificios de la ciudad de México. La primera edición de su estudio salió en 1792, a dos años del descubrimiento de los monumentos mencionados, en tanto que una segunda edición con todas sus nuevas investigaciones no sería publicada sino hasta el año de 1832, primero por muerte del autor en 1802, y luego a raíz de las luchas independentistas en 1810. Su libro fue la primer publicación sobre arqueología de México, pues intentaba dar una explicación histórica, así como aclarar el significado simbólico de las esculturas.
En cuanto a Francisco Javier Clavigero (1721-1787), jesuita nacido en México, fue durante la segunda mitad del siglo XVIII el más destacado intelectual mexicano interesado en el pasado prehispánico de México. Su obra principal fue la Storia Antica del Messico que tuvo que escribir y publicar en Italia, debido a que fue deportado junto con sus compañeros jesuitas, a raíz de la expulsión de Hispanoamérica de la Compañía de Jesús en 1767. Su libro fue editado por vez primera al comenzar la década de 1780, y no se tradujo al español sino hasta medio siglo más tarde, en 1826.79
Clavigero, quien se instaló en la ciudad de Bolonia en Italia, incluyó una serie de reflexiones, a las que llamó sus disertaciones. En ellas argumentó contra los planteamientos que en esos años afirmaban que los indígenas eran «incapaces de contar más de tres». Para ello mostró palabras en lengua náhuatl que expresan conceptos metafísicos y morales. También señaló que la propia Biblia había sido traducida a la lengua de los mexicanos. Igualmente, reconoció que sin autores indígenas como Ixtlilxóchitl y Tezozómoc no hubiera podido escribir su historia antigua de México.
De joven, Clavigero estudió teología en el Colegio de San Pedro y San Pablo, y así comenzó a investigar en la rica biblioteca de esta institución, que guardaba las colecciones de documentos indígenas que habían pertenecido a Carlos de Sigüenza y Góngora. Por ello, cuando en Bolonia se propuso escribir la historia antigua de México tenía a su disposición los materiales que había copiado durante sus estudios como jesuita en México. En parte, el deseo de escribir su estudio histórico fue con la intención de refutar la interpretación negativa sobre los pobladores originarios americanos que prevalecía en Europa.
Clavigero arremetió duramente contra estos intelectuales europeos a quienes acusó de «ofuscar la verdad» y a quienes calificó como una «turba increíble de escritores modernos de América».80 En particular, las críticas del jesuita iban dirigidas contra Cornelius de Pauw, aunque también no quedaron exentos otros como el conde Buffon y el historiador escocés William Robertson.
La primera intención de Clavigero, al escribir la historia de México, fue dar a conocer en Europa información sobre las poblaciones autóctonas de México, así como suministrar datos cronológicos del pasado mexicano. Sin embargo, una de sus mayores preocupaciones fue responder enérgicamente contra las falsedades que en esos años divulgaban los primeros naturalistas. Precisamente, estas ideas son incluidas en su libro, las que denomina Disertaciones. Son nueve escritos en los que refuta las opiniones del escritor naturalista De Pauw. En ellos, de manera apasionada muestra su defensa de los indígenas. Estas Disertaciones constituyen una declaración abierta en contra de los europeos que calumnian a los americanos originarios, pues Clavigero los presenta como iguales a los europeos.
Otro gran erudito del siglo XVIII fue fray José Díaz de la Vega (1718-1790), uno de los ilustrados que destacó por su conocimiento de las culturas prehispánicas de México. En los años de 1782-1783, escribió sus Memorias piadosas, relativas a lo que denominó la «nación indiana».81 Su objetivo era enaltecer y defender la figura del indígena, siguiendo una larga tradición de diversos autores españoles. De la Vega conocía profundamente la lengua náhuatl y la otomí y dio a conocer a los estudiosos del siglo XVIII la obra del fraile Bernardino de Sahagún. En sus escritos, De la Vega muestra el conocimiento profundo que tenía de la información disponible sobre la historia antigua de México, en particular la que se encontraba en la rica biblioteca del Colegio de San Pedro y San Pablo; también había estudiado la información publicada en francés sobre los indígenas iroqueses de Canadá.
El investigador Georges Baudot considera que De la Vega no es un autor de la talla de Clavigero, Boturini o Veytia, puesto que su objetivo no era explorar el pasado prehispánico de México de manera sistemática. No obstante, su mérito se encuentra en línea con los trabajos de Clavigero y León y Gama, es decir, resaltar la dignidad histórica de los indígenas de México frente al ataque de los pensadores europeos que trataban de presentarles como pueblos bárbaros y salvajes, casi subhumanos.
Con la expulsión de los jesuitas de Nueva España en 1767, empezó la dispersión de las ricas colecciones de manuscritos y documentos que se encontraban en su biblioteca –de San Pedro y San Pablo–, donde aún permanecía parte de la colección de volúmenes legados por Sigüenza y Góngora. A partir de ese momento, algunos de los libros y colecciones de manuscritos conservados en la biblioteca se perdieron, entre ellos varios de los escritos de Sigüenza y Góngora. Pero lo que se conservó quedó dividido entre lo que fue a España por orden de Carlos III y lo quedó en la biblioteca de la Real y Pontificia Universidad de México.
En España, la intención del rey era que todo el material procedente de sus dominios americanos, estuviese a disposición de un historiador, nombrado oficialmente como Cronista Mayor de Indias. Así fue como escogió al historiador Juan Bautista Muñoz. La documentación recogida y puesta a disposición de este investigador se encuentra hoy en la Real Biblioteca en Madrid y en la Real Academia de la Historia, en dicha ciudad. Entre los documentos excepcionales conservados en la primera institución, se localiza el texto original del fraile Bernardino de Sahagún, con anotaciones y firma del propio Sahagún. Esta copia contiene el texto en náhuatl y por su carácter excepcional se encuentra en la Cámara de Seguridad. Igualmente, en esta cámara se conserva la información recopilada por Mariano Fernández de Echeverría y Veytia, conocido como Códice Veytia, que contiene la información que recogió para su proyecto de escribir una Historia General de la Nueva España. Es un manuscrito autógrafo del autor que data de 1755, con veintidós dibujos de fiestas y costumbres aztecas, con contenido en lengua náhuatl. Para su elaboración Veytia se basó en un manuscrito del año 1618, elaborado por Carlos de Sigüenza y Góngora, que había sido registrado por Lorenzo Boturini.
Al término de la dominación española, México poseía un rico patrimonio de manuscritos, documentos y libros que se habían venido recopilando a lo largo de tres siglos en monasterios, archivos oficiales, así como en bibliotecas de diversas catedrales, parroquias, colegios, o aun en simples colecciones particulares. Como señalamos, parte de esta documentación fue enviada a España en tiempos de Carlos III. Por otra parte, gran número de estos materiales se perdió de manera irreversible como consecuencia de los convulsionados acontecimientos políticos y sociales que se sucedieron en México a lo largo del siglo XIX. En particular, a partir de la década de 1840, cuando se inició la secularización de las órdenes religiosas, comenzó un proceso de destrucción y pérdida de valiosísimos testimonios históricos del México colonial y prehispánico. Con el tiempo, muchos de los documentos fueron a parar a manos de coleccionistas privados mexicanos y, posteriormente, vendidos en Europa y los Estados Unidos.
Uno de los investigadores más importantes de fines del siglo XVIII e inicios de la centuria siguiente fue el presbítero José Antonio Pichardo (1754-1812), un erudito que vivió en los últimos años del período novohispano. Aunque la investigación a la que dedicó su mayor esfuerzo fue un verdadero tratado sobre los límites entre la Luisiana francesa y el Texas español, de más de 5 000 folios, también desempeñó una importantísima labor como copista de manuscritos mexicanos del siglo XVI. Como albacea testamentario del bibliófilo Antonio de León y Gama, tuvo en sus manos las grandes obras que su amigo había logrado coleccionar, entre las que figuraban los documentos pictográficos que originalmente habían pertenecido a Boturini y permanecido en México. Se trata de una larga lista de importantes códices que fueron copiados por Pichardo, los cuales se conservan hoy en la Biblioteca Nacional de Francia.82
Se considera que el trabajo de Pichardo fue extraordinario: de manera laboriosa se dio a la tarea de copiar en papel moderno los documentos pictográficos del siglo XVI que había coleccionado Boturini. Así, la información recopilada minuciosamente por Pichardo resultó esencial para el análisis de documentos originales, puesto que estos últimos han llegado a nuestros días en algunos casos muy deteriorados. Entonces, al compararlos con las copias de Pichardo, se logran aclarar diversos temas. No todas las copias de manuscritos elaborados por el padre Pichardo se encuentran en Francia, pues algunos de sus trabajos fueron a parar a la Universidad de Austin, en Texas. Otros, tales como el memorial de la descripción de Tlaxcala, que al parecer vio Humboldt en manos de Pichardo durante su estadía en México, desaparecieron. Pichardo también elaboró un diccionario comentado de náhuatl-español, cuyo original se encuentra igualmente en la Biblioteca Nacional de Francia, así como un catálogo de manuscritos relativos a la Historia de México.83
Es importante recalcar que no toda la documentación relativa al México prehispánico salió del país. Varios bibliófilos mexicanos, entre los que destaca José Fernando Ramírez (1804-1871), lograron conformar sus propias colecciones. En particular, este bibliófilo e historiador logró formar una enorme colección que se enriqueció a partir de la dispersión y confiscación de los libros y manuscritos que poseían las bibliotecas monásticas y clericales en el año de 1861. También fue comisionado por el gobierno para que gran número de los libros y manuscritos confiscados pasasen a la Universidad, como un primer paso para crear una Biblioteca Nacional.84 Ramírez fue un prolífico escritor y compiló fuentes bibliográficas del período prehispánico, así como de grandes escritores de la época de la posconquista, como fray Bernardino de Sahagún. Fue impulsor de la creación de la Biblioteca Nacional de México, de la cual fue posteriormente su conservador y más tarde su director. Tuvo así la oportunidad de familiarizarse con los libros más importantes de la historia mexicana. Exiliado en Europa después del fin del Imperio de Maximiliano de Habsburgo, se dedicó a formar una valiosa biblioteca. Antes, en México había formado otra, cuyos libros en su mayor parte quedaron en la ciudad capital. También fue autor de importantes trabajos históricos, entre los que destacan los comentarios a los Códices Mexicanos de Fray Bernardino de Sahagún, así como la edición de una transliteración de la obra de fray Diego Durán. Sus obras históricas completas fueron publicadas en 1898.85
Contemporáneo de José Fernando Ramírez es el historiador Manuel Orozo y Berra (1816-1881), a quien se le considera discípulo del primero. Autor de la obra Geografía de las lenguas y carta etnográfica de México, publicada en 1864;86 en los dos últimos años de su vida publicó lo que se considera su trabajo más excelso, Historia antigua y de la Conquista de México y se le reconoce como uno de los principales historiadores de México del siglo XIX.87
La reacción contra el eurocentrismo y el darwinismo social
Hemos visto hasta ahora que en México, a lo largo del siglo XVIII y buena parte del siglo XIX, una serie de autores se esforzaron por refutar a los autores europeos que se dedicaron a denostar a los pueblos indígenas americanos. No obstante, no fueron capaces de enfrentar el diluvio de interpretaciones que, desde Europa, afirmaban cada vez con mayor tenacidad, la idea de la superioridad de todo lo europeo. Así fue como el eurocentrismo se impuso en la nueva ciencia del estudio de la naturaleza, que adquirió gran desarrollo entre fines del siglo XVIII y durante el siglo XIX. Con el nacimiento de las ciencias naturales, se inició un proceso de clasificación de carácter universal, en el que Europa pasó a colocarse como canon referencial de lo perfecto y pináculo de la civilización humana.
La idea de la superioridad europea llegó a su punto culminante cuando se publicaron las obras de Charles Darwin, El origen de las especies (1859) y La descendencia humana (1871), cuya repercusión trascendió más allá de la disciplina de la biología. Aunque Darwin lo que había encontrado era la causa de la evolución gradual de la vida, es decir, la adaptación de los mejores organismos al ambiente, en el ámbito del pensamiento social, esta idea fue tergiversada y utilizada para justificar la superioridad europea. Lewis Henry Morgan, considerado el fundador de la antropología estadounidense moderna, escribió en 1877 La sociedad primitiva, libro que tuvo un gran impacto. En este libro procedió a clasificar la evolución de la humanidad en tres fases: salvajismo, barbarie y civilización. Según Morgan algunas sociedades humanas pasaron por diversos estadios de evolución: en el caso de Europa, la sociedad evolucionó progresivamente, avanzando de una escala inferior hacia una superior. Sin embargo, según este autor, no todos los pueblos emprendieron este camino de progreso evolutivo. En tanto Europa superó el primer nivel de salvajismo hacia la barbarie y de este nivel hacia la civilización, en gran parte del mundo, en particular en África y América, los pueblos o se quedaron estancados en el salvajismo o bien no superaron el siguiente nivel de barbarie. Estos pueblos aparecían –a ojos de los europeos del siglo XIX– como sociedades que no habían logrado evolucionar y, por tanto, debían someterse a la guía de los europeos o estadounidenses con el fin de superar tal atraso o estancamiento. Esta corriente de pensamiento adquirió gran prestigio durante esa centuria, lo que influyó negativamente en la percepción de las así llamadas «sociedades tradicionales», que solo podrían salir de su letargo bajo la tutela de los europeos más avanzados.
Al comparar las sociedades llamadas «primitivas» con la vida «civilizada» de las capitales de Europa se reforzó la convicción de la superioridad de las sociedades europeas y estadounidense frente al resto de las sociedades americanas, africanas y asiáticas, consideradas estas como «atrasadas». Cuando se trató de encontrar una explicación al porqué de dichas diferencias, los europeos concluyeron que las poblaciones que vivían en latitudes más cerca del trópico –el caso de Hispanoamérica– «degeneraban» y, por tanto, eran incapaces de progresar y se mantenían «estáticas», es decir, no podían evolucionar hacia la civilización. Según esta interpretación eurocéntrica, exclusivamente la acción civilizadora del hombre blanco sería capaz de sacar a los pueblos originarios de su aletargamiento e impulsar en estos territorios el desarrollo de la civilización.
Esta concepción del indígena, aunado a la secularización de los bienes de la iglesia, repercutió negativamente en el patrimonio cultural y el acervo bibliográfico que se encontraba depositado en las bibliotecas de las órdenes religiosas expropiadas. Algunos lo llaman un verdadero saqueo del arte colonial, de manuscritos coloniales o códices que habían pertenecido a valiosas colecciones preservadas en dichas bibliotecas. Las autoridades que procedieron a la confiscación de estas colecciones, por lo general desconocían su valor y trascendencia.88 Precisamente, contra esta actitud levantó su voz el historiador Joaquín García Icazbalceta (1825-1894), quien señaló cómo los políticos liberales, al tiempo que denunciaban la violencia que había ejercido el clero contra los indígenas durante el período colonial, «eliminaban las leyes que restringían el tráfico fuera del país de antiguas obras de arte indígena y otras expresiones de la cultura prehispánica».89
En la segunda mitad del siglo XIX, un individuo destaca por su interés en los manuscritos prehispánicos y coloniales relativos a la historia de las sociedades del Anáhuac. Se trata de Alfredo Chavero (1841-1906), abogado, historiador y arqueólogo. Fue pionero en los estudios de la arqueología mexicana y colaboró en la escritura del primer volumen de la obra colectiva México a través de los siglos, enfocado en la historia prehispánica, así como en la conquista de México. Este estudio, dirigido por Vicente Riva Palacio fue publicado en la década de 1880. El volumen escrito por Chavero consta de 926 páginas y recoge lo que hasta ese momento se sabía sobre el tema. En dicho trabajo, Chavero asume el punto de vista indigenista y constituyó un esfuerzo considerable, aunque hoy día sus puntos de vista se consideran desfasados.90 En otros trabajos, se interesó igualmente por temas relacionados con la historia antigua de México, como lo son dos estudios sobre la Piedra del Sol, la biografía de fray Bernardino de Sahagún y la explicación de algunos códices. También editó dos crónicas fundamentales: las obras de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl y la Historia de Tlaxcala, de Diego Muñoz Camargo. Como coleccionista de libros y manuscritos Chavero adquirió gran parte de la colección que había pertenecido a José Fernando Ramírez.91
Otro historiador contemporáneo de Chavero es Francisco del Paso y Troncoso (1842-1916), quien fue profesor de náhuatl y llegó a ser director del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología de la Ciudad de México en la década de 1890. Indagó en las fuentes documentales indígenas, así como de autores españoles del siglo XVI. Publicó la casi olvidada obra de fray Bernardino de Sahagún, y le dio el título de Historia general de las cosas de la Nueva España. También realizó en Madrid la edición parcial en facsímile de los Códices matritenses, que reúne los manuscritos tempranos de la investigación etnográfica de fray Bernardino de Sahagún, los cuales se encuentran en dicha ciudad. Su edición se llevó a cabo entre los años de 1905 y 1907.92 También publicó Papeles de la Nueva España y la obra Epistolario de la Nueva España, editada póstumamente. Ambos trabajos son esenciales para el conocimiento de datos y documentos correspondientes a México prehispánico. Igualmente en 1904 publicó la Colección de gramáticas de la lengua mexicana. Así mismo, Del Paso y Troncoso realizó importantes descubrimientos arqueológicos cuando fue director del Museo Nacional y excavó en diversos sitios, como la Villa Rica, Nautla, Soledad, Medellín, Cotaxtla, Tecolutla, la Mixtequilla, Tlaliscoyan y otros más. Realizó una descripción del sitio arqueológico de Tajín, en la que resalta la importancia de la así llamada Pirámide de los Nichos.93
En la primera mitad del siglo XX es necesario destacar al investigador Alfonso Caso (1896-1970), quien realizó aportes de importancia para el conocimiento de las culturas prehispánicas de Mesoamérica, en particular de la región de Oaxaca. Fue capaz de interpretar innumerables segmentos de códices encontrados en sitios arqueológicos correspondientes a lugares para el desarrollo de ceremonias o entierros. También estudió las inscripciones contenidas en objetos de piedra, barro, hueso y materias preciosas, pero su mayor interés fue el estudio de los códices y sus inscripciones.94 Estudió el contenido de la Relación geográfica de Teozacualco, documento que fue elaborado hacia 1579, a solicitud del rey Felipe II. Fundamental en dicha obra es un mapa que le permitió el desciframiento de los códices mixtecos. Este mapa lo habría de publicar en 1949 con el título de «El mapa de Teozacualco», el cual incluye imágenes con glifos, así como explicaciones escritas con el alfabeto latino. En dicho mapa encontró la clave cronológica para fijar las fechas de las dinastías mixtecas con fechas de acuerdo con el calendario gregoriano. En resumen, Caso estudió a fondo los códices mixtecos, así como otros procedentes del centro de México, con el fin de resolver el problema de sincronizar la cronología prehispánica con la cristiana occidental. Igualmente, sus investigaciones le permitieron identificar centenares de glifos de personas y lugares, de manera que –como afirma León Portilla– varios siglos de aconteceres del México prehispánico pudieron ser rescatados del olvido, pero también mueve a reflexión pensar en todo lo que podríamos haber sabido en el caso de no haberse perdido para siempre los códices prehispánicos. Su obra póstuma, publicada en 1979 es, Reyes y reinos de la Mixteca, editada por Ignacio Bernal. En ella se expresa una visión de conjunto de la historia de los pueblos mixtecos, e incluye centenares de biografías de personajes de varias entidades políticas prehispánicas, que abarcan desde el siglo VII d.C., hasta los años de la conquista española y poco después.95
Otro importantísimo investigador de la primera mitad del siglo XX es Manuel Gamio (1883-1960), arqueólogo e indigenista mexicano e igualmente reconocido como el padre de la antropología moderna de México. Muy joven ingresó en el Colegio de Minería, donde tuvo como condiscípulos y amigos, a quienes más tarde participaron como sus colaboradores en los trabajos que realizaría en el Valle de Teotihuacán. Sin embargo, dudando de su carrera interrumpió estos estudios y se trasladó a un rancho que tenía su padre en el cantón de Zongolica. Fue allí donde pudo acercarse a las realidades del mundo indígena y donde no solo aprendió la lengua náhuatl, sino que comenzó a sentirse atraído por las culturas de Mesoamérica.96
En 1909 Gamio consiguió una beca para realizar estudios en la Universidad de Columbia, donde fue alumno de Franz Boas (1852-1942), quien por vez primera aplicó a la arqueología el método estratigráfico desarrollado por los geólogos. Boas sostuvo que la disciplina arqueológica debía abandonar las teorías evolucionistas para concentrarse en la recolección y posterior clasificación de objetos obtenidos en sociedades particulares. Para este antropólogo, la investigación empírica debía primar sobre la especulación teórica. Sostenía que, mediante el método estratigráfico, las clasificaciones de los objetos obtenidos en las excavaciones arqueológicas permitirían recurrir a una cronología relativa; es decir, fijar en el tiempo los cambios estilísticos. Al regresar a México, Manuel Gamio aplicó este método en sus investigaciones arqueológicas realizadas entre los años de 1911 y 1912. Así, planteó la existencia de tres etapas en la evolución cultural del territorio central de México: la primera, que llamó etapa formativa; la segunda correspondiente a la época de la ciudad de Teotihuacán y una tercera correspondiente al dominio de los aztecas, previa al arribo de los españoles. Por esos años, junto con otros estudiosos, fundó la Escuela Internacional de Arqueología y Etnología Americana en la ciudad de México, de la que llegó a ser su director entre los años de 1916 y 1920.
Gamio también provocó un gran impacto con la publicación en 1916 de su célebre libro Forjando Patria, en el que desarrolló el planteamiento de la necesaria integración cultural de los indígenas de México a lo que llamó la sociedad mestiza mexicana. En este libro se opuso a las tesis evolucionistas y planteó que el estancamiento social de los mexicanos podía ser resuelto por medio de la antropología. A diferencia de los evolucionistas que consideraban al indígena como un lastre, sostuvo que el fin de la antropología en su sentido amplio debía ser conocer la naturaleza tanto física como abstracta de los hombres y de los pueblos, «materia prima con que se gobierna» y por medio de la que «se deducen los medios apropiados para facilitarles un desarrollo evolutivo normal».97 Aunque el libro no fue fácilmente aceptado cuando se publicó, posteriormente llegó a considerarse una obra precursora de la etnografía moderna.
En 1922 Gamio publicó La población del valle de Teotihuacán, la cual aún hoy es considerada una importante fuente de información etnográfica de dicho territorio, situado en el norte del Estado de México. En este libro desarrolla la idea de que la investigación debe tener un carácter integral, en donde los grupos indígenas deben ser analizados en su medio físico, así como comprendidos en su evolución histórica, desde épocas pasadas hasta la actualidad. También propugnaría por una política de mejoramiento social de los grupos estudiados y por una investigación interdisciplinaria que abarque la lingüística, la antropología física, la antropología social, la sociología, etc.
Otro investigador, un poco posterior a Gamio, es el austriaco Karl Anton Nowotny (1904-1978), etnógrafo e historiador del arte, quien se especializó en el análisis y reproducción de los códices mesoamericanos. Se le considera pionero en la aplicación de la etnografía comparativa al estudio de los códices prehispánicos y de los textos y códices de la conquista. Su obra magna es Tlacuilolli, los manuscritos mexicanos con imágenes. Estilo y contenido, publicado originalmente en alemán en 1961.98 Su interés por los manuscritos mesoamericanos también se reflejan en otras publicaciones que datan del año 1959: Die Hieroglyphen des Codex Mendoza [Los jeroglíficos del Códice Mendoza] y Die Bildeifolge des Codex Vindobonensis und wermandter handschriften [Las secuencias pictoglíficas del Códice de Viena y otros manuscritos emparentados con él].
León Portilla habría de señalar que la contribución esencial de Novotny fue elaborar un método para el estudio de los códices. Novotny también indicó que todos estos códices provenían del área que hoy se denomina como «nahua-mixteca». Novotny estableció también cuatro grupos en los códices que estudió: en el primero están los que muestran influencia de Tenochtitlán; un segundo grupo ubica al Códice Borgia solamente, en tanto los llamados mixtecos constituyen el tercer grupo, al que añade los Códice Vaticano B, el Cospi y el llamado Del culto rendido al Sol. Por último, ubica un cuarto grupo conformado por los códices Fejérváry-Mayer y Laud que, según plantea, podrían proceder de la región de Malinalco.99 Otro trabajo extraordinario de este autor –según León Portilla– es el así llamado Catálogo de los códices mexicanos, con contenido mántico (adivinatorio) y ritual, en el que estudia las múltiples formas que adquiere el tonalpohualli y sus varias divisiones,100 en el que hace ver cómo los elementos calendáricos tienen múltiples significados de gran complejidad, los que se entrelazan con el sentido que expresan los dibujos de dioses, seres humanos, animales, plantas y otros elementos.101
Al promediar el siglo XX, destaca ya la figura de Miguel León Portilla, sobrino político y discípulo de Gamio, quien fue antropólogo, etnólogo, historiador, lingüista e incansable estudioso de la lengua náhuatl. Desde muy joven se interesó por el pasado prehispánico, dado su parentezco con Manuel Gamio, a quien desde niño acompañó en sus investigaciones. También fue alumno del clérigo Ángel María Garibay, autor de estudios sobre aspectos literarios e históricos de los antiguos nahuas, así como sobre fray Bernardino de Sahagún.102
León Portilla, luego de sus estudios de preparatoria, partió hacia los Estados Unidos en donde en 1951 se graduó con una maestría que reunía sus tres principales intereses: la filosofía, la historia y la antropología. A su regreso, recurrió a su tío político Manuel Gamio, quien en ese momento era director del Instituto Indigenista Interamericano. Allí se integró al trabajo realizado en ese instituto, originalmente organizando el índice de la revista América Indígena, así como el del Boletín Indigenista. Poco después por mediación de Gamio conoció a Ángel María Garibay quien habría de dirigirle su tesis doctoral sobre la filosofía náhuatl y quien le recomendaría la necesidad de que aprendiese esa lengua. En 1956 presentó su tesis doctoral, La filosofía náhuatl estudiada en sus fuentes.
Más tarde, León Portilla escribió la que sería probablemente su obra más conocida y famosa, Visión de los vencidos. Nació en él la idea de escribir este trabajo a partir de la lectura que hizo de algunos textos de los inicios del período colonial, en los que aparece el punto de vista indígena, así como del acceso que tuvo a varios códices con pinturas nahuas, todos ellos relativos a la conquista. En este libro, León Portilla intenta analizar el sentimiento que embargó a los indígenas como consecuencia de su violento enfrentamiento con los conquistadores españoles. Enfatiza, en su trabajo, la importancia de divulgar el punto de vista indígena, es decir, dar testimonio de lo que vivieron, pensaron y sintieron los vencidos.103
León Portilla consideró fundamental el estudio que realizó del Libro XII del Códice Florentino, donde se evidencia que los indígenas tuvieron conocimiento del arribo de los españoles aún antes de que llegaran al Valle de México. Así consta en el escrito de los Informantes indígenas de Sahagún al principio de dicho libro XII del Códice Florentino. En el libro de León Portilla se transcribe la versión directa del náhuatl, realizada por Ángel María Garibay. Dicha versión se expresa en los llamados «presagios», los cuales son 8, de los que el primero expresa:
Diez años antes de venir los españoles primeramente se mostró un funesto presagio del cielo. Una como espiga de fuego, una como llama de fuego, una como aurora: se mostraba como si estuviere goteando, como si estuviera punzando el cielo.104
En el libro Visión de los vencidos, León Portilla narra en los primeros trece capítulos los sucesos ocurridos en Tenochtitlán, desde poco antes de la llegada de los españoles a las costas del Golfo de México, hasta el momento de la conquista de la capital de los mexicas. Los dos últimos capítulos introducen la Relación de la Conquista, que fue redactada en 1528 por varios informantes anónimos de Tlatelolco; también incluye lo que se conoce como “cantares tristes” o Icnocuícatl de la Conquista:
Año 13-Conejo. Fueron vistos españoles en el agua...
...Y luego vino a llegar hasta Tenochtitlan. Llegó en el mes de
Quecholí, en un signo del día 8-Viento...
...Y cuando ya llegó acá a Tenochtitlan, luego le dimos gallinas, huevos, maíz blanco, tortillas blancas, y le dimos de beber...
...En este tiempo fue cuando dio órdenes «El Sol» [Pedro de Alvarado]: ya está atado preso Motecuhzoma y el Tlacóchcaltl de Tlatelolco, Itzcohuatzin.
Fue cuando ahorcaron a un principal de Acolhuacan...
...Año 2-Pedernal. Fue cuando murió Motecuhzoma...
...Cuando se fueron [los españoles], fueron a asentarse en Acuenco...
...Ya se fueron a meter a Tlaxcala.
Entonces se difundió la epidemia: tos, granos ardientes, que queman...105
Con la información recopilada por León Portilla, más lo que había compilado Ángel María Garibay, ambos autores pudieron dar a conocer el valioso testimonio de los sentimientos de los indígenas antes, durante y después de la conquista española.
El libro Visión de los vencidos se editó por vez primera en 1957. Allí se reúnen diversos textos nahuas, en los que tenochcas, tlatelolcas, tezcocanos y tlaxcaltecas expresan lo que para ellos tuvo la conquista española. El libro tuvo un gran impacto tanto en México como a nivel internacional y fue traducido al inglés, alemán, ruso, italiano, francés, polaco, húngaro, serbocroata, sueco, hebreo, catalán, portugués, japonés y esperanto, además de una edición en Braille para personas invidentes.
En 1961, León Portilla publicó Los antiguos mexicanos a través de sus crónicas y cantares, obra en la que reconstruye la vida y la historia de los mexicas, a partir de códices, crónicas y cantares en náhuatl. Seis años más tarde el Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM publicó su trabajo Trece poetas del mundo azteca, obra donde se exponen diversos poemas y cantares y sus correspondientes autores. Por esos años conoce León Portilla a quien habría de convertirse en su esposa, la investigadora Ascensión Hernández Triviño, también historiadora, quien ha publicado incontables obras como Tepuztlahcuilolli, impresos nahuas. En 1971 Miguel León Portilla ingresa a El Colegio Nacional. Su conferencia inaugural la tituló, La historia y los historiadores en el México antiguo.
En 1987, León Portilla publica Bernardino de Sahagún. Doce años más tarde, retoma el mismo tema y publica Bernardino de Sahagún, pionero de la antropología,106 el cual como advierte el autor no es tan solo una versión ampliada de la obra anterior, sino una biografía más completa donde su vida es inscrita en el contexto de las circunstancias que le tocó vivir a Sahagún en el Viejo y el Nuevo Mundo. Incluye también las aportaciones que otros investigadores desde diversas ópticas realizaron al acercarse a la obra de Sahagún en los años transcurridos entre ambas publicaciones. León Portilla realza en este libro la trascendencia de la obra del fraile, desde las perspectivas antropológica y lingüística, así como analiza el riguroso método adoptado por el fraile para sus pesquisas sobre la cultura náhuatl.107
Una obra más reciente de Miguel León Portilla es Códices. Los antiguos libros del Nuevo Mundo, editada en 2003. En esta investigación los códices mesoamericanos prehispánicos y coloniales son presentados como verdaderas enciclopedias, fuentes primarias imprescindibles para el conocimiento del pasado prehispánico, e igualmente considerados obras de arte de gran valor. En este estudio, León Portilla emprende el análisis de la relación entre la palabra y la pintura en los códices, la que él denomina como el «binomio oralidad-pintura». Para entender este aspecto revisó primero cómo eran elaborados estos libros y realizó una revisión de las distintas maneras en que se han interpretado esos códices, desde el momento de la conquista española hasta nuestros días. Posteriormente, propuso la lectura de seis páginas de seis códices, en el que invitaba al lector a disfrutar del universo cultural del que estos códices eran portadores.
El libro prehispánico mexica, el amoxtli, era producto del arte del tlacuilo, el pintor-escribano y del tlamatini, el sabio o maestro. En opinión de León Portilla, el leer y contemplar los libros era para los antiguos mexicanos enterarse de su contenido a través de imágenes y glifos, así como por medio de la narración de quienes lo leían y comentaban. El lector era un especialista que expresaba el contenido en voz alta a un público espectador. Su tarea era interpretar y amplificar a la manera de un actor de teatro, lo que el autor del códice se había propuesto registrar. Expresa León Portilla, que la lectura incluía esa necesidad de interpretar en voz alta la pintura que el lector veía, por lo que existía una relación oral-pictórica indisolube. Estos libros –amoxtli– eran indispensables para la reafirmación de la autoridad del tlatoque –el rey mexica–. Los españoles, un poco tardíamente y luego de haber destruido la gran biblioteca de Moctezuma, se dieron cuenta de la importancia de estos libros tal como lo narra Bernal Días del Castillo en su relato de la conquista:
En los libros de la renta de Montezuma mirábamos de donde le traían los tributos del oro y dónde había minas y cacao y ropa de mantas, y de aquellas partes que veíamos en los libros y las cuentas que en ellos tenía Montezuma que se lo traían, queríamos ir…108
Señala León Portilla que para los macehualtin, es decir, el pueblo común, estos libros tenían importancia porque en las fiestas, al son de los tambores, el huéhuetl, el teponaztli y las flautas, se cantaba lo que el especialista lector interpretaba en voz alta lo que veía en los libros. Explica el investigador que también existían los cuicámatl, o libro de los cantos, el temicámatl, o libro de los sueños y otros que evocaban la «antigua palabra», la huehehtlahtolli.109
A pesar de que la mayor parte de los códices fueron destruidos, ya que solo 15 códices sobreviven –incluidos los mayas–, existe un gran número de libros coloniales ‒cerca de 500‒ que representó, para los eruditos españoles, un intento de resarcir la pérdida. De esta forma, afirma León Portilla el tlacuiloyan –lugar donde se escribe– prehispánico se convirtió en el scriptorium colonial hispánico. Se dio así el paso hacia la escritura de la historia y la cultura en textos en náhuatl –u otras lenguas vernáculas–, pero mediante el empleo del alfabeto latino. Entonces, en el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, donde eran formados los indígenas para que escribiesen en náhuatl, castellano y latín, se inició el rescate de la tradición indígena de los huehuetlahtolli, o testimonios de la antigua palabra. Como afirma Mónica Ruiz Bañuls, estos textos donde eran resaltadas las virtudes, iban de acuerdo con los deseos de los frailes, por lo que se interesaron en que tuvieran difusión, con la ventaja de que este género literario indígena era más fácilmente comprendido por los mexicanos.110
León Portilla se refiere a los códices elaborados durante el dominio español como «documentos mestizos», donde el sistema indígena de imágenes y sonidos fue alterado por la escritura lineal alfabética y en los que las pinturas y glifos aparecen acompañados de «transliteraciones» alfabéticas. También analiza los estudios que a lo largo de los siglos se han realizado para acercarse a la comprensión de los códices y señala lo que llama «cuatro grandes momentos», en que se llevaron a cabo las más importantes contribuciones al conocimiento de los contenidos de los códices. Únicamente después de haber realizado este ejercicio, León Portilla procede a revelar la potencialidad semántica, es decir, el significado de los códices por medio de la lectura de una página de cada uno de los siguientes seis códices: Tonalámatl de los Pochtecas –Códice Fejérváry-Mayer–, el tonalpohualli de la lámina 4 del Códice Borbónico, el Xoconochco de la lámina 25 de la Matrícula de Tributos, el folio 46r del Códice Telleriano-Remensis, la lámina 74 del Códice Maya de Dresde y la 48 del códice mixteco conocido como Vindobonensis.
Para abordar los contenidos semánticos de los códices, según la investigadora María Elena Briseño, León Portilla ofrece explicaciones sobre el tema o asunto del códice: el espacio y el calendario en el caso del Tonalámatl; aspectos económicos, administrativos y tributarios en cuanto a la Matrícula; aspectos históricos como la Guerra del Mixtón respecto al Telleriano-Remensis; el registro calendárico astrológico y meteorológico del códice maya e información genealógica relativa al códice mixteco. Después, procede a describir las figuras observables en la página, tratando de leer y explicando, en lo posible, su significado en el contexto de la página de forma integral, lo que incluye asignarle también, valores semánticos a los colores.111
En el año 2005, León Portilla publica Tenamaztle. Primer guerrillero de América. Defensor de los derechos humanos.112 En este trabajo narra el investigador el trágico episodio de la rebelión de los indígenas de Nochixtlán durante la llamada Guerra del Mixtón, emprendida por Nuño Beltrán de Guzmán contra los indígenas caxcanes y zacatecas que habitaban el territorio que los españoles denominaron Nueva Galicia –Jalisco, Zacatecas y zonas aledañas–, que tuvo lugar entre 1541 y 1542. Para ello recurre al análisis detallado del líder indígena de Nochixtlán, Francisco Tenamaztle.
Con verdadera destreza literaria –nos dice Pilar Máynez Vidal– realiza Miguel León Portilla una rigurosa investigación de este extraordinario personaje, cuyo actuar sobresale a raíz de la rebelión que se inicia en el sitio del Mixtón, el Domingo de Ramos de 1541. Es en esta fecha en que los españoles sufren su primera derrota. Posteriormente, los conquistadores se reagrupan y se lanzan nuevamente sobre los rebeldes. Se inicia así un período de escaramuzas en las que Tenamaztle juega un papel protagónico como jefe de los sublevados.113
León Portilla, mediante la investigación en diferentes archivos logra identificar este caudillo y recrear sus acciones a lo largo de nueve años de enfrentamientos. Pero también, los acuerdos pacíficos que intentó el líder indígena pactar con los españoles, a fin de que se lograra respetar la vida y las tierras de los alzados. Al final, el caudillo fue apresado y desterrado a España donde entró en comunicación con fray Bartolomé de las Casas hacia 1554. Se asocia así el indígena con el fraile, quien ya por esos años había redactado su Brevísima relación de la destrucción de las Indias. En 1555 ambos emprenden la denuncia de los agravios padecidos por los habitantes del pueblo del dirigente indígena y escriben a las autoridades del Consejo de Indias.
En suma, este trabajo es considerado no solo una investigación exhaustiva y rigurosa, sino también –por su ágil ritmo narrativo– una verdadera novela biográfica, pero sustentada en la veracidad que aportan las fuentes documentales.114
En 2015, Miguel León Portilla escribe uno de sus últimos trabajos, El México Antiguo en la Historia Universal, trabajo dividido en tres partes y en el que enfatiza en el desarrollo autónomo del México de habla náhuatl, pero inserto en el contexto más amplio de la civilización que floreció en Mesoamérica.115 Señala que en dicha civilización existió el urbanismo; que su organización social, económica, política y religiosa alcanzó logros muy significativos, pues se crearon instituciones como escuelas, talleres escultóricos, pictóricos y de otras artes; que el Estado de los mexicas llegó a alcanzar una extensión geográfica de más de medio millón de kilómetros cuadrados y que al tiempo de la llegada de los españoles mantenía su pujanza y poderío.116
León Portilla en este trabajo, en la primera parte del libro, trata los temas de la conciencia histórica de este pueblo, que se expresaba en códices o libros, de lo cual mucho se logró conservar gracias a la labor de fray Bernardino de Sahagún durante el siglo XVI. La segunda parte del trabajo se concentra en el tema de la educación entre los mexicas, las ideas y métodos que elaboraron para la transmisión y enriquecimiento de sus conocimientos y artes. En dicho apartado analiza las escuelas, los maestros prehispánicos, sus creaciones literarias y la concepción náhuatl del arte. Una tercera parte del libro versa sobre la familia náhuatl prehispánica, distinguiendo esta institución entre los macehualtin o gente del pueblo, donde varias familias conformaban un calpulli o barrio, cuya integración se realizaba de diversas formas. Por su parte, entre los pipiltin, la gente llamada de linaje noble, las familias se caracterizaron por su refinamiento, puesto que sus hijos se educaban en los calméac o escuelas sacerdotales. También en esta tercera sección del libro, se analizan aspectos particulares de la familia, tales como la situación de la mujer, lo referente a la vejez, así como las expresiones que, por medio de consejos, los padres daban a sus hijos e hijas.
Termina señalando León Portilla que, en dicho libro buscó intentar un acercamiento a la significación del México antiguo dentro de la historia universal, por medio del recurso de testimonios escritos originalmente en lengua náhuatl. Sin olvidar, dice el autor que fue una civilización cuyo desarrollo fue autónomo, como lo fueron las civilizaciones mesoamericanas, influidas mutuamente entre sí, pero sin relación con las viejas civilizaciones de los otros continentes.
Es importante destacar que en su larga vida, León Portilla también se interesó por otro gran número de temas, cuyo resultado fue la producción de incontables artículos y conferencias. Entre sus temas preferidos se encuentra la investigación de la Baja California, que le interesó –según dijo– desde que se encontraba en cuarto año de primaria, y cuyo territorio recorrió por vez primera en 1967, en compañía de su esposa. En ese año se preocupó por rescatar los documentos conservados en la ciudad de La Paz. Poco después publicaría su primer trabajo sobre la región, Testimonios sudcalifornianos, nueva entrada al puerto de La Paz, 1720, que incluye tres relaciones de jesuitas y un artículo sobre la creación del Archivo de la ciudad de La Paz, ambos publicados en 1970. Por esos años también colabora como director de varias tesis sobre este territorio. En 1973 publica la obra del jesuita Miguel del Barco, Historia natural y crónica de la antigua California, que hasta ese momento había permanecido inédita. Obra rica en información etnográfica, lingüística y acerca de la flora y la fauna de esta península.117
La geografía histórica y la historia de la cartografía, señaló León Portilla, se encontraban muy relacionadas con las exploraciones que, desde el siglo XVI y hasta fines del XVIII, se emprendieron a lo largo del Pacífico. Fruto de su interés por estos temas escribió varias obras, entre éstas el libro Hernán Cortés y la Mar del Sur, en el que se entretejen testimonios poco conocidos de la vida del conquistador.118 En particular, el prolongado esfuerzo de Cortés por explorar el ámbito del gran Océano Pacífico adonde envió una armada hacia las islas Molucas en Asia, en navíos que él mismo hizo construir. Fruto de sus esfuerzos fue también el establecimiento de la ruta de comunicación marítima entre México y Perú. También fue Cortés el descubridor de California e igualmente envió a uno de sus capitanes a explorar más allá, lo que le llevó hasta las bocas del imponente río Colorado. Este libro sobre Hernán Cortés, como afirma el propio León Portilla, aunque es un libro de historia, puede ser leído como una novela. Otro trabajo de León Portilla sobre la región es Cartografía y crónicas de la antigua California, publicado en 1988.119
Para concluir, conviene señalar que León Portilla se inclinó primeramente por la filosofía y obtuvo su grado en maestría sobre dicha temática en la Universidad de Loyola en California. Posteriormente, y por su propio estudio del filósofo Bergson, su interés se amplió también hacia la antropología y la historia.120 Por influencia de este autor, se interesó primeramente en la distinción que Bergson estableció entre el tiempo físico, mensurable, y la duración como tiempo vivido en la conciencia. Y por él también, llegó al conocimiento de otras culturas, formas de moral, creencias y prácticas, así como sobre el surgimiento de diferentes formas de intuición religiosa en las que la captación y el goce de la experiencia en la propia conciencia, según Portilla, hace posible la expresión de la acción creadora.121 Señala León Portilla que trabajaba en su tesis de maestría, cuando llegaron a sus manos las traducciones del náhuatl al castellano que Ángel María Garibay había publicado recientemente: Poesía indígena de la Altiplanicie y Épica náhuatl, textos que fueron –según indica– una verdadera revelación para él. Mientras se encontraba leyendo a este autor, nos dice León Portilla, tuvo conocimiento de cómo los antiguos mexicanos trataban los temas de la transitoriedad de todo cuanto existe; del destino del hombre; de la posibilidad de expresar verdades trascendentes; así como preguntarse del sentido de la muerte y del misterio de las realidades divinas. Entonces, relata Portilla, se propuso que tan pronto regresase a México debía conocer al padre Garibay, quien posteriormente habría de dirigirle su tesis de doctorado, que ya se enfiló hacia la cultura náhuatl. Fruto de esta investigación fue el trabajo doctoral presentado en 1956. Como se dijo, este estudio fue inmediatamente publicado y traducido a diferentes lenguas, alcanzando así una gran difusión. De ahí en adelante, León Portilla unió en sus investigaciones la filosofía, la antropología y la historia. Sin embargo, se califica a sí mismo como historiador y es aquí donde conviene cerrar este trabajo con su reflexión sobre la labor del historiador.
León Portilla afirma que para él, el historiador es «en cierto modo un filósofo del tiempo», que no solo investiga sobre lo ocurrido en un determinado período, sino que «sobre todo –se fija como objetivo– integrar una imagen coherente de ello, hurgando… en su significado… Integrar en imágenes y significados coherentes sucesos ocurridos en duraciones de épocas antiguas en las que el propio [autor] no existía aún». Destaca y rescata del náhuatl el verbo cahua [dejar, abandonar] en el que la palabra cáhuitl significa «lo que ha sido dejado, lo que queda como abandonado». Señala, entonces, que en el irse desvaneciendo cuanto aparece sobre la tierra, el tiempo deja, «hace quedar para la conciencia del que hurga una especie de residuo o huella… El historiador tiene como tarea inicial hurgar en busca de esas huellas que son los residuos del tiempo”. Estas huellas o vestigios pueden ser «monumentos destruidos, restos arqueológicos, diversas formas de escritos –documentos–: fragmentos de un informe, cartas con noticias incidentales, relatos de diversas procedencias…». Y eso que quedó puede encontrarse disperso y es labor del historiador rastrearlo. Así el historiador reúne su material, que luego habrá de ir integrando, buscando las relaciones y coherencias. De manera que, dice León Portilla, el historiador «inventa» en el sentido que esta palabra tiene en latín invertere –venir a dar con… encontrar–. Es decir, el historiador se enfrenta a un rompecabezas que «habrá de ir empalmando, integrando lo disperso, lo que ha quedado allí».
Para León Portilla el quehacer del historiador es «arte y saber». El historiador «no sólo capta la duración de lo que acontece en su presente, sino que … hurga en lo que no existiendo ya, ha dejado una o varias huellas que de algún modo perduran». Su materia prima la constituye «los vestigios inertes, sin sentido en su aislamiento, fragmentos fosilizados de lo que antes fue duración y vida. Re-crear la duración y la vida que fueron, infundir el soplo del espíritu, hallar significación y comunicarla a otros, ésa es la verdadera misión y grandeza del historiador”. También señala la diferencia del historiador con el que escribe literatura, quien puede “ser inventor genial de significaciones, pero en fin de cuentas … hace “obra de ficción”».
El historiador, dice León Portilla no puede aplicar leyes científicas, ni hacer experimentos al estilo de un científico en su laboratorio. Por tanto, el historiador lo que hace es «inquirir en las huellas … del pasado, descifrarlas con el más adecuado de los métodos, acercarlas unas a otras, confrontarlas, buscar su coherencia y, a la postre, hacer llegar a ellas … el soplo del espíritu». La recreación histórica, la imagen de una duración pretérita es encontrar la significación de los restos esparcidos del pasado. Así, entonces, podrá darles sentido, recrear en parte esa realidad desaparecida. De este modo «la recreación histórica, la imagen de una duración pretérita, resistirá la prueba del tiempo. No será desechada como una ficción…». Insiste en que este es su enfoque, su concepción del quehacer histórico y que espera que en algunos de sus libros dicho enfoque se vea reflejado. Al menos, dice, en sus siguientes obras: Los antiguos mexicanos a través de sus crónicas y cantares, Trece poetas del mundo azteca y Tiempo y realidad en el pensamiento maya.122
Después de la conquista y sobre las ruinas de la antigua Tenochtitlán vendrían los frailes y antiguos soldados a escribir relaciones y alegatos; pronto también indígenas y mestizos adoptaron la manera española de escribir la historia. No obstante, no se había olvidado el arte de los antiguos amoxtli o libros pictográficos de los mexicas. Las antiguas bibliotecas de los templos y palacios en las ciudades prehispánicas de Tenochtitlán y Texcoco fueron destruidas durante la violenta conquista. No obstante, sobre las ruinas de las viejas ciudades prehispánicas, pronto comenzaron las construcciones de los edificios coloniales y junto a esta tarea, se iniciaron los trabajos de investigación de los frailes españoles, los indígenas y los primeros mestizos, quienes conservaron y copiaron antiguos códices prehispánicos, que siguieron al principio la antigua técnica prehispánica: anales, himnos, poemas que habían memorizado los sabios indígenas –tlamatinime– o sus descendientes mestizos. Pero pronto recurrieron al uso de la escritura latina y a elaborar documentos igualmente mestizos, donde se unía el trabajo pictográfico pre-conquista con la escritura en náhuatl, pero empleando el alfabeto latino, utilizando también al papel de origen europeo.
Es fray Bernardino de Sahagún, en el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, quien inicia la recuperación del pasado de los antiguos mexicas, en el que participan cronistas de origen mexicano o mestizo que escribieron en lengua náhuatl. El entusiasmo con el que se inició el trabajo en este colegio, al que acudían los hijos más capaces de la élite prehispánica, fue perdiendo impulso durante la segunda mitad del siglo XVI. No por ello desapareció el interés de eruditos mexicanos que trataron de conservar en la medida de sus posibilidades, lo que se había realizado durante ese siglo, fuese este fruto de la pluma de españoles, indígenas o mestizos. Como se analizó, la figura preeminente en el siglo XVII fue don Carlos de Sigüenza y Góngora, jesuita, quien recopiló todo lo que pudo, a la vez que escribió también sus propias investigaciones. A su muerte, su valiosa colección fue depositada, según sus instrucciones, en la biblioteca de la orden jesuita, el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, junto con gran número de manuscritos y códices valiosos. A esta biblioteca acudieron los estudiosos del siglo XVIII, Boturini, Veytia y más tarde Clavigero, León y Gama y Díaz de la Vega. Con la expulsión de la orden de los jesuitas en 1767, comenzó la dispersión de las obras conservadas en esta última biblioteca.
En el siglo XIX, el padre José Antonio Pichardo, José Fernando Ramírez, Manuel Orozco y Berra, así como Alfredo Chavero recopilaron valiosos manuscritos y escribieron importantes trabajos recurriendo a los cronistas y a los documentos coloniales escritos en náhuatl que se conservaron en México. Igualmente aprovecharon la información que suministraron los primeros descubrimientos arqueológicos. Ello no impidió que buen número de manuscritos saliese de México y terminara en bibliotecas europeas y de los Estados Unidos. No obstante, allí quedaron a buen recaudo y hoy día se encuentran disponibles para su investigación.
A comienzos del siglo XX la perspectiva sobre la historiografía del México antiguo comenzó a ampliarse. Las publicaciones de códices y textos indígenas realizadas por investigadores como Francisco del Paso y Troncoso se cuentan entre las más valiosas aportaciones, a lo que vinieron a sumarse los trabajos arqueológicos y el pensamiento antropológico de Manuel Gamio. Simultáneamente, la Revolución Mexicana produjo un cambio en el paradigma de la interpretación del indígena mexicano, en particular se considera que el trabajo de Manuel Gamio, Forjando Patria, constituyó un parteaguas a pesar de las reticencias iniciales respecto de su planteamiento sobre la importancia de comprender la idiosincrasia indígena, con todo su acervo cultural e integrarlo al cauce cultural del México moderno.
Tanto Gamio como Ángel María Garibay fueron los maestros de Miguel León Portilla, la figura descollante en la segunda mitad del siglo XX, sobre el estudio del México antiguo. Al mencionar a Garibay, León Portilla destaca que fue el primero que sistemáticamente dio a conocer los diversos aspectos de la literatura indígena mexicana, sus poemas y sus textos de contenido histórico. Gamio y Garibay fueron quienes introdujeron a León Portilla en los temas que habrían de ocupar la atención de este insigne investigador. Las valiosas y novedosas investigaciones de León Portilla han hecho de este estudioso el autor especializado en los pueblos prehispánicos de México más conocido a nivel mundial.
Como se señaló, la obra de León Portilla fue extensa como su larga vida y no solo profundizó en los temas que interesaron a todos los que le precedieron, sino que igualmente ha sido inspiración para que toda una pléyade de nuevas figuras investigadoras se hayan dedicado en años recientes al estudio de los códices y manuscritos coloniales relativos a la historia antigua de México. El propio León Portilla cita algunas ediciones de códices, acompañados de detallados estudios, todas publicadas en México: Códice de Huamantla, por Carmen Aguilera (1984); Tonalámatl de los pochtecas –Códice Fejérváry-Mayer–, por Miguel León-Portilla (1985); Códice de Tepetícpac, por Carmen Aguilera (1989); Códice Azoyú I, por Constanza Vega (1991), Matrícula de tributos, por Víctor M. Castillo y María Teresa Sepúlveda (1991), y Códice García Granados, por Xavier Noguez (1993).123
Con Miguel León Portilla no se cierra un círculo –iniciado con fray Bernardino de Sahagún en el siglo XVI– sino que, a su muerte, deja tras sí una verdadera escuela de investigación que con mayor ahínco se lanza al estudio de los manuscritos pictográficos prehispánicos y coloniales depositados en las bibliotecas ubicadas a uno y otro lado del Atlántico. Los medios digitales actuales han permitido a muchas de estas instituciones colocar en línea electrónica estos maravillosos e importantes documentos del pasado, lo cual augura que en los años venideros continuaremos conociendo más sobre las grandes civilizaciones que florecieron en México prehispánico, en los años que precedieron al arribo de los conquistadores españoles.124
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Fecha de recepción: 08/07/2022 • Fecha de aceptación: 11/11/2022
* Costarricense. Doctor en Historia por la École des Hautes Études en Sciencies Sociales (EHESS), Francia. Es académico de número de la Academia de Geografía e Historia de Costa Rica, San José, Costa Rica, y correspondiente en la Academia de Geografía e Historia de Guatemala, Ciudad de Guatemala, Guatemala. Profesor e investigador catedrático jubilado de la Escuela de Historia de la Universidad de Costa Rica (UCR), sede Rodrigo Facio, San José, Costa Rica. Correo electrónico: jcsolorzanof@gmail.com ORCID: https://orcid.org/0000-0002-1431-9704
1 Anáhuac: Constituye el núcleo central del México Antiguo. Propiamente designa la parte central y sur de los 8 000 km2 de dicho valle, donde tuvo lugar el desarrollo de la cultura nahua prehispánica. Hugh Chisholm (ed), «Anáhuac», en: Encycopædia Britannica, vol. 2 (11th ed.) (Cambridge University Press, 1911), 911.
2 Este artículo se inspira en el libro de José Alcina Franch, El descubrimiento científico de América (Barcelona: Editorial Anthropos, 1988). Para su desarrollo profundizamos en la investigación de los autores analizados por Alcina Franch. Este fue mi punto de partida para el estudio de los personajes que desde el siglo XVI y hasta nuestros días buscaron preservar la memoria de los pueblos prehispánicos del centro de México, desde los tlacuilos indígenas y mestizos que plasmaron por escrito y pictóricamente las historias orales por ellos recabadas y recuperaron la información contenida en códices prehispánicos desaparecidos. Simultáneamente, estudiosos de origen español también buscaron estudiar el pasado prehispánico y elaboraron, en los siglos sucesivos, sus propias investigaciones a partir del estudio de las fuentes originadas en los años que siguieron a la caída del dominio azteca, a la vez que conservaron los valiosos materiales originados en los primeros años de la dominación española.
3 Vid. Jean Dumont, El amanecer de los derechos del hombre: La controversia de Valladolid (Madrid: Ediciones Encuentro, 2011).
4 Fray Bartolomé Las Casas, Apologética historia sumaria (México: Universidad Nacional Autónoma de México: Instituto de Investigaciones Históricas, 1967).
5 Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia general y natural de las Indias, islas y tierra firme del mar océano (Madrid: Imprenta de la Real Academia de la Historia, 1851-1855).
6 Francisco López de Gómara, Historia general de las Indias (Hispania Victrix) (Barcelona: Editorial Iberia, 1954).
7 Tomás Fernández y Elena Tamaro, «Biografía de Fray Bernardino de Sahagún», en: Biografía y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet] (Barcelona, España: 2004), https://www.biografiasyvidas.com/biografia/s/sahagun.htm
8 Carlos Tapia Segura, «El Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco. Representación histórica de un proyecto fallido», Contribuciones desde Coatepec, n.° 34 (2021), https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=28164959003
9 La epidemia que se desató en 1545 fue una de las peores catástrofes demográficas en la historia de la humanidad. Según un estudio publicado en 2018 en Nature, Ecology & Evolution, esta epidemia fue identificada por medio del análisis en restos óseos de decenas de humanos enterrados durante la epidemia de 1545, la que se atribuyó a la Salmonella enterica. Åshild J. Vågene, Herbig, A., Campana, M.G., et al., «Salmonella enterica genomes from victims of a major -century epidemic in Mexico», Nature Ecology & Evolution, n.° 2 (marzo, 2018): 520-528, https://doi.org/10.1038/s41559-017-0446-6
10 Eli de Gortari, La ciencia en la historia de México (México: Editorial Grijalbo, 1980), 171.
11 Vicente Castro y J. L. Rodríguez Molinero, Bernardino de Sahagún. El primer antropólogo en Nueva España (siglo XVI) (Ediciones Universidad de Salamanca, 1986), 219-222.
12 Citado por Manuel Barbero, Códices etnográficos: El Códice Florentino (Madrid, España: EHSEA, n.° 14, 1997), 349-379.
13 Saúl Armendáriz Sánchez, «Los códices y la biblioteca prehispánica y su influencia en las bibliotecas conventuales en México», Biblioteca Universitaria, vol. 12, n.° 2 (2009): 87-88, https://bibliotecauniversitaria.dgb.unam.mx/rbu/article/view/488
14 Cédula Real prohibiendo su obra y cualquier otra que se escribiera respecto a las creencias indias. 22 de abril de 1577, https://pueblosoriginarios.com/biografias/sahagun.html
15 Sahagún, Bernardino. Historia general de las cosas de Nueva España. Tomos I, II y III, Libros I-IV, V-IX, X-XI, editado por Carlos María de Bustamante. México: Imprenta del Ciudadano A. Valdés, 1829-1830.
16 El método para recabar el material se hizo a partir de un diseño preliminar de la obra. Sahagún elaboró una serie de cuestionarios para emplearlos en la recolección de los datos que darían sus informantes, muchos de ellos alumnos del Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, quienes conocían el español y el latín, aparte de su lengua natal, el náhuatl. Pilar Máynez y José Rubén Romero Galván, «Fray Bernardino de Sahagún y su Códice Florentino. Un proyecto de traducción», Revista Destiempos, Dossier «El mundo indígena desde la perspectiva actual», n.° 18, año 3 (enero-febrero, 2009): 44-45, https://www.destiempos.com.mx/El_mundo_indigena_desde_la_perspectiva_actual.pdf
17 José Alberto Barisone, «La conquista de México en la versión de Sahagún», Telar: Revista del Instituto Interdisciplinario de Estudios Latinoamericanos, n.° 6 (2008): 75-92, http://revistatelar.ct.unt.edu.ar/index.php/revistatelar/article/view/171
18 Miguel León Portilla, «La conquista de México duramente condenada por Sahagún», Estudios de la Cultura Náhuatl, n.° 45 (enero-junio, 2013): 153, https://nahuatl.historicas.unam.mx/index.php/ecn/article/view/77711
19 Miguel León Portilla, Bernardino de Sahagún, pionero de la antropología (México: UNAM y El Colegio Nacional, 1999).
20 Se deduce que los dibujos fueron elaborados por tlacuilos del mismo colegio de Tlatelolco. El documento, cuyo nombre original es Libellus de Medicinalibus Indorum Herbis, fue realizado a solicitud de Don Francisco de Mendoza, hijo del virrey de la Nueva España, para el Rey Carlos V. Códice Badiano. Mediateca INAH, https://www.mediateca.inah.gob.mx/repositorio/islandora/object/codice:851#page/21/mode/2up
21 Miguel León Portilla (prólogo), «Memoriales, relaciones, crónicas e historia. Sahagún en la historiografía del XVI», en: Pilar Máynez y José Rubén Romero Galván (coords.), El universo de Sahagún. Pasado y Presente (2008) (México: UNAM, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, Instituto de Investigaciones Históricas, 2011), 13.
22 Fray Diego de Landa, Relación de las cosas de Yucatán, introducción por Ángel Ma. Garibay (México: Editorial Porrúa, 1986).
23 La primera fue escrita hacia 1598. En 1848, Lord Edward Kingsborough publicó Antiquities of Mexico, una edición que copió –con inexactitudes– varios documentos, entre estos, códices y manuscritos, en náhuatl y en español, relativos a la historia de México prehispánico, por ese entonces conservados en Europa. Kingsborough incluyó la Crónica mexicana en el volumen IX de su publicación. José Rubén Romero Galván, Los privilegios perdidos: Hernando Alvarado Tezozómoc, su tiempo, su nobleza y su Crónica mexicana (México: UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 1a edición electrónica en PDF, 2019), 121, http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/419/privilegios_perdidos.html
24 La crónica Mexicáyotl se redactó en lengua náhuatl probablemente antes del año 1609 y posiblemente hacia 1598. Participaron en su redacción Alonso Franco y Domingo Francisco Chimalpahin Quauhtlehuanitzin. José Rubén Romero Galván, «Los cronistas indígenas», en: Raquel Chang Rodríguez y Beatriz Garza Cuarón (eds.), Historia de la literatura mexicana: desde sus orígenes hasta nuestros días, 274-278, volumen 2 (México: Siglo XXI, 2002), 274-278.
25 Tomás Fernández y Elena Tamaro, «Biografía de Hernando de Alvarado Tezozómoc», en: Biografía y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet] (Barcelona, España: 2004), https://www.biografiasyvidas.com/biografia/a/alvarado_hernando.htm
26 Javier Ysern de la Calle, «Manuscritos americanos de la Biblioteca Histórica: Relaciones Históricas de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl», Pecia Complutense, año 11, n.° 20 (2014): 16-31, https://webs.ucm.es/BUCM/pecia//56634.php
27 Los chalcas constituían una etnia agrupada en una confederación de ciudades estado que ocupaban el centro de México. Fueron conquistados por los mexicas o aztecas hacia 1465, a quienes pasaron a pagarles tributo. Susan Schroeder, Tlacaelel Remembered: Mastermind of the Aztec Empire (Norman: University of Oklahoma Press, 2016), 107.
28 Domingo Chimalpahin, Las ocho relaciones y el memorial de Colhuacán (México: Consejo Nacional para la cultura y las Artes, 1998), 1-20.
29 Jesús Monjarás-Ruiz, «Fray Diego Durán, un evangelizador conquistado», Dimensión Antropológica, año 1, vol. 2 (setiembre-diciembre, 1994): 43-56, https://revistatest.inah.gob.mx/index.php/dimension/article/view/10605
30 José Luis de Rojas, «Una historia: dos versiones. Durán, Tezozómoc y el pasado mexica», Itinerarios: Revista de Estudios Lingüísticos, Literarios, Históricos y Antropológicos, n.° 5 (2007): 143-152, https://itinerarios.uw.edu.pl/resources/html/article/details?id=224381
31 Citado por Jesús Monjarás-Ruiz, «Fray Diego Durán, un evangelizador conquistado», Dimensión Antropológica, año 1, vol. 2 (setiembre-diciembre, 1994): 48, https://revistatest.inah.gob.mx/index.php/dimension/article/view/10605
32 A. F. Bandelier, «Diego Muñoz Camargo», en: The Catholic Encyclopedia (New York: Robert Appleton Company, 1908), http://www.newadvent.org/cathen/03209a.htm
33 Bernardino de Jesús Quiróz, Códice Aubin; manuscrito azteca de la Biblioteca real de Berlín, anales en mexicano y geroglificos desde la salida de las tribus de Aztlán hasta la muerte de Cuauhtemoc (México: Oficina tipográfica de la Secretaría de Fomento, 1902).
34 Tlacuilo –del náhuatl tlahcuiloh, «el que escribe pintando»–, era el término empleado para designar lo que hoy llamamos un escriba, dibujante o escritor. Eran hombres y mujeres que practicaban el dibujo y recibían su formación desde niños, que incluía un conocimiento profundo de su lengua, cultura, religión, costumbres, arte y plasmarlo por medio de jeroglíficos, retratos, mapas y dibujos, etc. En las ciudades de Texcoco y Tenochtitlán la producción de códices era abundante y existían bibliotecas donde se resguardaban estos documentos. Vid. Yolanda Yépez Silva, El trabajo conjunto de dos funcionarios en la Nueva España (Tesis de Licenciatura en Historia, Universidad Autónoma de México, 2012).
35 Rita Díaz Fernández, «Códice Aubin 1576», Arqueología Mexicana, edición especial, n.° 54 (febrero, 2014): 32-35.
36 Es un tipo de papel vegetal cuyo origen se remonta en México a la época prehispánica. Se elaboraba de manera artesanal aplastando las cortezas internas de árboles cocidas en agua con cal. El resultado era una lámina vegetal fibrosa cuyos colores van del café oscuro al amarillo paja. Mary Miller y Karl Taube, The Gods and Symbols of Ancient Mexico and the Maya (Londres: Thames and Hudson, 1993), 131.
37 María del Carmen Alberú Gómez, La huella medieval en dos códices del siglo XVI (Barcelona, España: Universidad Autónoma de Barcelona, 2012).
38 Maarten Jansen y Gabina Aurora Pérez Jiménez, «Renaming the Mexican Codices», Ancient Mesoamerica, vol. 15, n.° 2 (julio, 2004): 267-271, https://doi.org/10.1017/S0956536104040179
39 Ernest Théodore Hamy, quien realizó la primera copia facsímil en 1899 señaló que el códice era prehispánico y que databa del año 1507. Sin embargo, la mayor parte de los expertos consideran que en realidad es una copia del período colonial de un códice anterior del período prehispánico. Algunos otros consideran que es un códice «mixto», una primera parte prehispánico y otra del período posterior a la conquista. Élodie Dupey García, «Los colores del Códice borbónico y el atlas en cromotipia de Ernest-Théodore Hamy», Estudios de Cultura Náhuatl, n.° 52 (julio-diciembre, 2016): 227, https://ru.historicas.unam.mx/handle/20.500.12525/61
40 Enrique Vela, «Códice Borbónico», Arqueología Mexicana, edición especial, n.° 31 (2009): 20-45.
41 Daniela Bleichmar, «History in Pictures: Translating the Codex Mendoza», Art History: Journal of the Association of Art Historians, vol. 38, n.° 4 (2015): 684, https://doi.org/10.1111/1467-8365.12175
42 Se supone que el indígena Francisco Gualpuyogualcal, un maestro pintor o tlacuilo habría sido quien fue encargado de los dibujos y texto en náhuatl. Perteneció probablemente a la primera generación de tlacuilos entrenados en el período posconquista. El texto fue traducido al castellano por fray Andrés de Olmos, así como otra serie de indígenas habrían también participado en la elaboración del documento. El nombre Códice Mendoza se lo dio Javier Clavigero a finales del siglo XVIII. F. F. Berdan, «The Codex Mendoza: Writing and Re-writing “the Last Word”», en: Mesoamerican Manuscripts: New Scientific Approaches and Interpretations, editado por Maarten E.R.G.N Jansen, et al. (Leiden/Boston: BRILL, 2019), 2.
43 F. F. Berdan y P. Rieff Anawalt, Essential Codex Mendoza (EE. UU.: University of California Press, 1997).
44 Secretaría de Cultura, «Códice Mendoza; la crónica más completa de México-Tenochtitlan», 14 de marzo de 2019, https://www.gob.mx/cultura/es/articulos/codice-mendoza-la-cronica-mas-completa-de-mexico-tenochtitlan?idiom=es
45 Baltazar Brito Guadarrama, El Códice Chavero de Huexotzinco [CD-ROM] (Instituto Nacional de Antropología e Historia. Serie Códices de México, Colecciones de la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, México, 2006).
46 Alcina Franch, 94, 95 y sgts.
47 Rolena Adorno, «Carlos de Sigüenza y Góngora y las antigüedades mexicanas», en: Sujetos coloniales: Escritura, identidad y negociación en Hispanoamérica (siglos XVI-XVIII), editado por Carlos F. Cabanillas Cárdenas (New York: IDEA/IGAS, 2017), 11-34, https://repositorio.up.edu.pe/bitstream/handle/11354/1678/CabanillasCarlos2017.pdf?sequence=1&isAllowed=y
48 Elías Trabulse, Los manuscritos perdidos de Sigüenza y Góngora (México: El Colegio de México, 1988), 13-14.
49 Ibíd., 23-32.
50 Este autor se propuso escribir la obra Bibliotheca Mexicana, pero no pudo concluirla. Su objetivo era sistematizar la producción literaria y científica de México, con anterioridad a la llegada de los españoles, como durante el lapso comprendido entre los siglos XVI y XVIII. «Juan José de Eguiara y Eguren», en: Real Academia de la Historia, https://dbe.rah.es/biografias/34347/juan-jose-de-eguiara-y-eguren
51 Alcina Franch, 100.
52 Citado por Trabulse, 61, 63.
53 Adorno, 29.
54 Ibíd., 12.
55 Ernest Joseph Burrus, «Religious Chroniclers and Historians: A Summary with Annotated Bibliography», en: Handbook of Middle American Indians, volumen 13. Guide to Ethnohistorical Sources, parte 2 (Austin: University of Texas Press, 1973), 146-147.
56 Eréndira Muñoz Aréyzaga, «La construcción del pasado prehispánico como elemento identitario del territorio “mexicano”, mediante una dinámica dialógica entre Nueva España y Occidente en los siglos XVII y XVIII», Revista Humanidades, vol. 10, n.° 2 (2020), https://doi.org/10.15517/h.v10i2.41195
57 Javier Burrieza Sánchez, «Francisco de Florencia», Real Academia de la Historia, https://dbe.rah.es/biografias/20315/francisco-de-florencia
58 El primer volumen de la crónica de Florencia fue editado en 1694. Una edición facsímil data de 1955, con prólogo de Francisco González Cossío, México: Editorial Academia Literaria.
59 Jason Dyck, «La parte censurada de la Historia de la Provincia de Francisco de Florencia», Estudios de Historia Novohispana, n.° 44 (enero-junio, 2011): 141-188, https://doi.org/10.22201/iih.24486922e.2011.044.24005
60 Memorias del Coloquio: El Caballero Lorenzo Boturini: Entre dos mundos y dos historias (México: Museo de la Basílica de Guadalupe, 2010), https://sites.bu.edu/american-egypt/files/2020/03/La_coleccion_de_manuscritos_de_Boturini.pdf
61 Iván Escamilla González, «Lorenzo Boturini y la comprensión de lo americano», en: Anuario del Colegio de Estudios Latinoamericanos, editado por Mario Mirando Pacheco (México, D. F.: UNAM, 2006), 49-58, http://hdl.handle.net/10391/2910
62 Antonio Valeriano fue gobernador de la parcialidad indígena de México-Tenochtitlan y uno de los más sobresalientes de los discípulos e informante de fray Bernardino de Sahagún. Con él participó en la creación del Códice Florentino. Se considera a este indígena erudito ser el autor de la narración Nican Mopohua. Vid. Jerzy Achmatowicz, «Antonio Valeriano, ¿autor del Nican Mopohua?», en: Anais do V Congresso Brasileiro de Hispanistas, editado por Sara Rojo, et al. (Belo Horizonte: Faculdade de Letras, 2009), 1141-1142, http://www.letras.ufmg.br/espanhol/Anais/anais_paginas_%201005-1501/Antonio%20Valeriano
63 David Tavarez, «The Story of Guadalupe: Luis Laso de la Vega’s Huei tlamahuicoltica of 1649 by Lisa Sousa, Stafford Poole, and James Lockhart», The Hispanic American Historical Review, vol. 79, n.° 4 (noviembre, 1999): 753-754, https://doi.org/10.1215/00182168-79.4.753
64 Ambos textos, el de Valeriano y el de Ixtlilxóchitl estuvieron originalmente en manos de Sigüenza y Góngora. Juan de Alva Cortés, hijo del cronista Fernando de Alva Cortés Ixtlilxóchitl, le entregó a Sigüenza y Góngora toda la colección de documentos de su padre. En esta colección estaba también el manuscrito del Nican Mopohua escrito por Antonio Valeriano. Vid. Hariet Kritl Quint Berdac, et al. «La decimotercera relación de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl (un estudio filológico)», Sincronía, n.° 64 (julio-diciembre, 2013): 7, https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=513851570010
65 Miguel León Portilla, «Lorenzo Boturini Benaduci (1702-1755)», en: Obras de Miguel León Portilla, tomo IV, 375-406 (México: UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas; El Colegio Nacional, 2009), https://historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/obras_leon_portilla/543.html
66 Ibíd., 394.
67 Lorenzo Boturini Benaduci, Idea de una nueva Historia General de la América Septentrional (Madrid: Juan de Zúñiga Impresor, 1746).
68 F. Ortega (ed.), Historia antigua de México escrita por el licenciado d. Mariano Veytia. México: J. Ojeda, 1836. Vid. Roberto Moreno, «La colección Boturini y las fuentes de la obra de Antonio León y Gama», Estudios de Cultura Náhuatl, n.° 9 (1971): 253-270, https://nahuatl.historicas.unam.mx/index.php/ecn/article/view/78533
69 Carlos María Bustamante (ed.), Tezcoco en los últimos tiempos de sus antiguos reyes ó sea Relación tomada de los manuscritos inéditos de Boturini; redactados por el Lic. Mariano Veytia (México: Imprenta de Mariano Galván Rivera, 1826).
70 Nicolás Blas Martín, Juan Bautista Muñoz (1745-1799): Un ilustrado valenciano, autor de la historia del Nuevo Mundo y fundador del Archivo General de Indias (Tesis doctoral, Universidad de Valencia, Departamento de Historia Moderna, 2000).
71 María Teresa Sepúlveda y Herrera, «La colección de códices de la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia», Arqueología Mexicana, n.° 42 (edición especial): 8-13, https://arqueologiamexicana.mx/mexico-antiguo/la-coleccion-de-codices-de-la-biblioteca-nacional-de-antropologia-e-historia
72 Alcina Franch, 109.
73 Ibíd., 118.
74 La Coatlicue –Falda de la Serpiente– fue una deidad de gran importancia en el panteón azteca. Era representada como una anciana para así simbolizar la antigüedad del culto a la tierra, ya que se la consideraba la diosa madre.
75 Roberto Moreno, «Antonio de León y Gama (1735-1802)», en: Ensayos de historia de la ciencia y la tecnología en México (México: Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1986), 73-110.
76 Vendidos a Joseph Aubin hacia 1832, quien los llevó a Francia en 1840. Vid. Leonardo López Luján y Marie-France Fauvet-Berthelot, «Antonio de León y Gama y los dibujos extraviados de la Descripción histórica y cronológica de las dos piedras…», Arqueología Mexicana, vol. 24, n.° 142 (noviembre-diciembre, 2016): 22.
77 Eduardo Matos Moctezuma, Las piedras negadas (México: Conaculta, 2003), https://dbe.rah.es/biografias/11968/antonio-leon-y-gama
78 Antonio de León y Gama, Descripción histórica y cronológica de las dos piedras, que con ocasión del nuevo empedrado que se está formando en la plaza principal de México, se hallaron en ella el año de 1790, edición digital en PDF (México: UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 2020), 4 [segunda edición impresa Imprenta del ciudadano Alejandro Valdés y Carlos María de Bustamante: 1832], https://ru.historicas.unam.mx/handle/20.500.12525/469
79 F. S. Clavigero, Storia antica del Messico cavata da’ migliori storici spagnuoli e da’ manoscritti, e dalle pitture antiche degl’indiani: divisa in diecilibri, e corredata di cartegeografiche e di varie figure: e Dissertazioni Sulla Terra, sugli Animali, e sugli abitatori del Messico. 4 volúmenes (Cesena: Gregorio Biasini, 1780-1781).
80 F. J. Clavijero, Historia Antigua de México, edición y prólogo por P. Mariano Cuevas (México: Porrúa, 21ª ed., 2009), XX.
81 Memorias piadosas de la Nation Yndiana recogidas de varios Authores. Por el P. F. Joseph Diaz de la Vega, Predicador general e Hijo de la Provincia del Santo Evangelio de México. Año de 1782. Citado por: Georges Baudot, «Les antiquités mexicaines du P. Díaz de la Vega, O. F. M.», Mélanges de la Casa de Velázquez, tomo 2 (1966): 283-310, disponible en: https://www.persee.fr/doc/casa_0076-230x_1966_num_2_1_951
82 El Fondo Mexicano de la Biblioteca Nacional de Francia posee una de las más sobresalientes colecciones de manuscritos pictográficos mexicanos conservados por una institución académica fuera de México. Dado el número y calidad de los manuscritos mexicanos de dicho fondo, ocupa el segundo lugar en importancia después de la colección del Museo de Antropología e Historia de México. Los manuscritos pictográficos provienen de las colecciones que pertenecieron a Ixtlilxóchitl, Sigüenza y Góngora, Boturini, Veytia, León y Gama y Pichardo; provienen en su mayor parte de adquisiciones llevadas a cabo en México durante la primera mitad del siglo XIX. Laura Elena Sotelo Santos, et al., «Códices Mexicanos en la Biblioteca Nacional de Francia», Arqueología Mexicana, n.° 54, edición especial (febrero, 2014), https://arqueologiamexicana.mx/ediciones-especiales/e54-codices-mexicanos-en-la-biblioteca-nacional-de-francia
83 María de Lourdes Bejarano Almada, «José Antonio Pichardo, un humanista del siglo XVIII», Inventio. La Génesis de la Cultura Universitaria en Morelos, vol. 13, n.° 30 (2017), http://inventio.uaem.mx/index.php/inventio/article/view/181
84 Trabulse, 97-99.
85 José Fernando Ramírez, Obras del Lic. Don José Fernando Ramírez. Tomo I (Opúsculos Históricos) (México: Imprenta de V. Agüeros Editor, 1898).
86 Manuel Orozco y Berra, Geografía de las lenguas y carta etnográfica de México: precedida de un ensayo de clasificación de las mismas lenguas y de apuntes para las inmigraciones de las tribus (México: J. M. Andrade y F. Escalante, 1864).
87 Manuel Orozco y Berra, Historia antigua y de la Conquista de México (México: Tipografía de Gonzalo A. Esteva, 1880), https://bibliotecadigital.aecid.es/bibliodig/es/consulta/registro.do?id=583
88 Erasmo Sáenz Carrete, «José Fernando Ramírez: su último exilio europeo y la suerte de su última biblioteca», Signos Históricos, vol. 13, n.° 25 (enero-junio, 2011): 112, https://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1665-44202011000100004
89 Joaquín García Icazbalceta, Don fray Juan de Zumárraga, primer obispo y arzobispo de México (México: Editorial Porrúa, 1947).
90 Alfredo Chavero, Historia antigua y de la conquista (desde la antigüedad hasta 1521), tomo I. México a través de los siglos. México: J. Ballescá y Compañía, 1884. Los 5 tomos fueron publicados en 1884 por las casas editoriales de Espasa y Compañía –España– y J. Ballescá y Compañía –México–. Se considera que este trabajo no alcanza la maestría de la obra en cuatro volúmenes del autor contemporáneo, Orozco y Berra, Historia antigua de la conquista de México, antes citada. Los primeros tres volúmenes tratan de la historia antigua y el cuarto de la conquista.
91 Ignacio Bernal, «Alfredo Chavero. Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. Generación 1840», en: Semblanzas de Académicos (Ediciones del Centenario de la Academia Mexicana, 1975), http://www.humanistas.org.mx/Chavero.htm
92 Francisco Del Paso y Troncoso, Historia general de las cosas de Nueva España por fray Bernardino de Sahagún (1905-1907). Edición parcial en facsímile de los Códices Matritenses en lengua mexicana que se custodian en las Bibliotecas del Palacio Real y de la Real Academia de la Historia. Edición de 4 volúmenes. Madrid, Hauser y Menet, 1905-1907, vol. 6, edición facsimilar de los Primeros Memoriales.
93 Francisco Del Paso y Troncoso, Las ruinas de Cempoala y del Templo del Tajín (Estado de Veracruz) exploradas por el director del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología (México: Impr. del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología, 1912).
94 Beatriz de la Fuente, «Los primeros estudiosos de la iconografía prehispánica», Arqueología Mexicana, n.° 55 (mayo-junio, 2002): 36-39.
95 Miguel León Portilla, El México Antiguo en la historia universal (México: Fondo Editorial Estado de México, Secretaría de Educación del Gobierno del Estado de México, 2015), 36-42.
96 Miguel León Portilla, «Grandes Maestros: Manuel Gamio», Cultura UNAM, n.° 429 (octubre, 1986), https://www.revistadelauniversidad.mx/articles/a1aef062-1f20-4cd9-8b80-ae28e8ce4481/grandes-maestros-manuel-gamio
97 Jaime Irving Reynoso, «Manuel Gamio y las bases de la política indigenista en México», Andamios, vol. 10, n.° 22 (agosto, 2013): 333-355, http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_abstract&pid=S1870-00632013000200017&lng=es&nrm=iso&tlng=es
98 Karl Anton Nowotny, Tlacuilolli: style and contents of the Mexican pictorial manuscripts with a catalog of the Borgia Group, traducción y edición por George A. Everett, Jr. y Edward B. Sisson; prólogo por Ferdinand Anders (Norman: University of Oklahoma Press, 2005).
99 León Portilla, El México Antiguo…, 45-51.
100 El tonalpohualli –cuenta de los días– era incluido en los códices llamados tonalamatl –libro de los días–, libros o amoxtli elaborados en piel de venado o papel de corteza. Un sacerdote –tonalpouhqui– determinaba la influencia que ejercía cada día determinado y señalaba los días fastos y nefastos con el fin de señalar las determinadas acciones a realizar: ofrecimiento del recién nacido al fuego; el momento de sembrar el maíz o bien la fecha de iniciar una expedición comercial. Comprendía un ciclo de 260 días, a cada uno de los cuales se asignaba una combinación de uno de los 20 signos de los días y un número de 1 a 13, representado por puntos. Este almanaque estaba compuesto de 20 grupos de 13 días, con la primera trecena comenzando en 1-lagarto y terminando en 13-carrizo, la segunda entre 1-jaguar y 13-muerte, y así sucesivamente. Gabriel K Kruell, «Algunas precisiones terminológicas sobre el calendario náhuatl», Estudios de Cultura Nahuatl, n.° 54 (2017): 135-164, https://nahuatl.historicas.unam.mx/index.php/ecn/article/view/77841
101 León Portilla, El México Antiguo…, 45-51.
102 La obra escrita de Garibay es muy extensa: Poesía indígena de la Altiplanicie (1940) y Épica náhuatl (1945) para la Biblioteca del Estudiante Universitario. Destaca su Historia de la literatura náhuatl (Editorial Porrúa, 1953); Vida económica de Tenochtitlán (México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1960); Poesía náhuatl (Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, 1963-1967). Preparó también ediciones de las obras de Bernardino de Sahagún, Diego Durán, Diego de Landa y Manuel Orozco y Berra.
103 «Semblanzas Dr. Miguel León Portilla». Revista Digital Universitaria, vol. 1, n.° 3 (31 de diciembre de 2000), http://www.revista.unam.mx/indexdic00.html
104 Ibíd.
105 Ibíd.
106 Miguel León Portilla, Bernardino de Sahagún, pionero de la antropología (México: UNAM y El Colegio Nacional, 1999).
107 Pilar Máynez Vidal, «Reseña bibliográfica de Miguel León Portilla, Bernardino de Sahagún, pionero de la antropología», Estudios de Cultura Náhuatl, n.° 30 (1999): 310-315, https://nahuatl.historicas.unam.mx/index.php/ecn/issue/view/845
108 Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, tomo II (México, D. F.: Editorial Pedro Robredo, 1939), capítulo CLVI, 293.
109 Son discursos que preconizan la preocupación por la dignidad y una conducta reservada, hablaban de humildad, generosidad y cortesía, en los que se censuraba la desmesura y la pasión. Estos huehehtlahtolli resaltaban las virtudes consideradas propias de los principios y normas vigentes en el orden social, político y religioso del mundo náhuatl. Mónica Ruiz Bañuls, «Los huehehtlahtolli: modelos discursivos destinados a la enseñanza retórica en la tradición indígena», Castilla. Estudios de Literatura, n.° 4 (2013): 270-281, https://revistas.uva.es/index.php/castilla/article/view/172
110 Ibíd., 271.
111 María Elena Briseño, «Reseña de Códices. Los antiguos libros del nuevo mundo de Miguel León-Portilla», Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, vol. 24, n.° 81 (2002): 175-178, http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=36908108
112 Miguel León Portilla, Francisco Tenamaztle. Primer guerrillero de América. Defensor de los derechos humanos (México: Editorial Diana, 2005).
113 Jaime Olveda Legaspi, «Guerra del Mixtón. La más grande rebelión indígena contra la conquista», Relatos e Historias en México, n.° 113 (enero, 2018), https://relatosehistorias.mx/nuestras-historias/la-guerra-del-mixton
114 Pilar Máynez Vidal, «Reseña de Miguel León-Portilla, Francisco Tenamaztle. Primer guerrillero de América. Defensor de los derechos humanos», Estudios de Historia Novohispana, n.° 33 (2005): 183-187, https://repositorio.unam.mx/contenidos?c=pnvXMp&d=false&q=*:*&i=1&v=1&t=search_1&as=0
115 León Portilla, El México antiguo...
116 Ibíd., 11.
117 Miguel del Barco, Historia y crónica de la antigua California, adiciones y correcciones a la noticia de Miguel Venegas, edición, estudio preliminar, notas y apéndices por Miguel León Portilla (México: UNAM, 2ª ed., 2018), edición electrónica, https://historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/141a/historia_natural.html
118 Miguel León Portilla, Hernán Cortés y la Mar del Sur (México: Algaba Ediciones, 2007).
119 Miguel León Portilla, Cartografía y crónicas de la Antigua California (México: UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 2ª ed., 2019), www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/249/cartografia_cronicas.html
120 En 1951 León Portilla obtuvo el grado de Master of Arts. En su trabajo de tesis reunió los temas centrales de su interés: la filosofía, la historia y la antropología. En dicha investigación, analizó la obra de Henri Bergson titulada Las dos fuentes de la moral y la religión.
121 Jean Meyer (coord.), «León Portilla, Miguel», en: Egohistorias. El amor a Clío. (México: Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos (CEMCA), 1993), https://books.openedition.org/cemca/3373?lang=es
122 Ibíd.
123 León Portilla, El México antiguo..., 60.
124 En 2019 fue publicada la obra colectiva Códices de México, de Miguel León Portilla, Alfredo López Austin, Xavier Noguez Ramírez y Baltazar Brito Guadarrama, Coedición de la Secretaría de Cultura y Turismo del Gobierno del Estado de México y del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). Es un estudio que analiza la confección, evolución e importancia de los códices, e igualmente brinda nuevas perspectivas para el estudio de los temas tratados en dichos códices, entre éstos, el poder.
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