I. Introducción Las compañías bananeras se establecieron en las costas centroamericanas a finales del siglo XIX, producto de las ingeniosas ideas de empresarios estadounidenses1, paralelas al ferrocarril y al transporte marítimo. Como empresas con fines de lucro, trastocaron varios ámbitos de las naciones en las cuales se asentaron porque “[estas] -y sobre todo la United Fruit Company- se convirtieron muy pronto en el símbolo por antonomasia del imperialismo y el capital extranjero” (Pérez Brignoli 2006, 93). Las compañías ubicadas en las costas de Costa Rica, Guatemala y Honduras y en menor medida Nicaragua, movilizaron capitales económicos y humanos, paralelamente generando explotación laboral, corrupción política, huelgas y manifestaciones sociales, así como el deterioro ecológico del ambiente. En el siglo XIX mientras Costa Rica y Guatemala asentaban la idea de nación, de nacionalidad e incluso de identidad bajo la producción agrícola cafetalera; Honduras circa de 1860, en Roatán, ya tenía desarrollada una economía alrededor de la fruta más tempranamente que el resto de la región. Al respecto anota Mario Posas: [En] Honduras donde el principio ordenador de la vida económica, de la formación de una estructura de clases moderna y de las dificultades de la consolidación del Estado-nación fue la plantación bananera controlada casi desde sus inicios por el gran capital norteamericano. (Posas 1993, 111) Torres Rivas (1971), citado por Viales (2006), alude a que el término enclave no es solo un concepto económico, sino que también posee carácter político, con repercusiones para la nación en la cual se instala, extendiéndose a ámbitos mercantiles y culturales. Honduras, anota Torres Rivas, con el enclave bananero, es un ejemplo de lo anterior, así como Chile con el salitre (Viales 2006). La manifestación literaria del enclave bananero ha desbordado en el campo literario en Latinoamérica. En Representación política y estética en crisis: el proyecto de la nación mestiza en la narrativa bananera y canalera centroamericana (2009) se expone la existencia de un corpus narrativo propio de la región centroamericana y del Caribe, que ha sido recibido como novela bananera ubicando a las autoras seleccionadas, entre otros nombres. Para los críticos, la novela bananera (…) ha sido reconocida como “(sub)género” literario en el “canon” de la crítica e historiografía literarias hispano- y centroamericanas, y al mismo tiempo se ha subrayado su carácter innovador en el contexto de la literatura hispanoamericana de la primera mitad del siglo XX, en relación con su temática, pero también con sus recursos lingüísticos y narrativos. (Grinberg y Mackenbach 2009, 376) Hellen Umaña anota en La novela hondureña (2003) que el regionalismo ha permeado a la literatura hispanoamericana iniciando el siglo XX, la narrativa ha llevado la impronta de una movilización social que, por causas económicas, ha modificado patrones culturales y de orden político manifestándose desde dos vertientes: el ser humano retratado y el espacio habitado. La autora apunta “En Honduras, variantes del regionalismo se siguieron manifestando más acá de la segunda mitad del siglo XX” (Umaña 2003, 92), y con ello, acuña la Prevanguardia como tendencia estética con un aire de cambio, cuyo referente inmediato es la realidad, aunque sin ahondar en las corrientes intimistas que heredará a la Vanguardia. Por último, coloca bajo la denominación Prevanguardia a las autoras seleccionadas de este artículo, porque obedecen a la corriente estética y al aspecto generacional (los escritores agrupados revisados por la crítica habían nacido a finales del siglo XIX y principios del XX). Con la elección de las novelas, cabe considerar qué ha examinado la crítica acerca de estas para dimensionarlas como productos estéticos en las coyunturas que preponderantemente marcaron a diferentes escritores2. Esta es una razón para seleccionarlas ya que el corpus de las novelas bananeras centroamericanas fue escrito, en su mayoría por hombres; se destacan solamente tres escritoras. Ellas, al igual, que sus coetáneos, abordaron el tema de la explotación en las costas centroamericanas producto del trust estadounidense: la costarricense Carmen Lyra (1887-1949), y las hondureñas Paca Navas de Miralda (1900-1976) y Argentina Díaz Lozano (1912-1999). Estas dos últimas poseen en su haber literario las obras Barro (1951) y Aquel año rojo (1973), respectivamente, considerando el leitmotiv literario que apremiaba con fuerza en las primeras décadas del siglo XX. El estado de la cuestión para este artículo, apunta a dos líneas preponderantes. En la primera, hay estudios respecto de las obras que gravitan en el espacio de la denuncia social, característica propia del subgénero revisado y del momento. Acá destacan las lecturas de Nixon (2004), Mariñas Otero (2008), Escoto (2014) y Aguilar Molinari (2016)3. Hay un artículo de Armitage (1952) que revela falencias en cuanto a aspectos formales; asimismo, Amaya (2004, 2007), Perkowska (2010) y Yúdice (2010)4 coinciden en el punto de un abordaje prejuiciado de las etnias indígenas y garífunas en Barro (1951), por ejemplo. La crítica, aunque no profusa, sí es profunda para la novela Barro (1951), no así con Aquel año rojo (1973). Esto puede deberse a que ambas autoras publicaran fuera de Honduras, es posible que se haya leído más como novela bananera a la primera. No obstante, se halla la tesis de Valverde Alfaro (2000), la tesis doctoral de Dávila (2008) -que subsana el vacío acerca de Aquel año rojo (1973)- y un libro de Umaña (1990). El caso es que en lo escrito y analizado acerca del corpus seleccionado no hay un abordaje desde las subjetividades de los personajes femeninos en las plantaciones bananeras. Consideramos que estos se hallan subestimados en el entramado del capital extranjero, la lucha socialista, la defensa del territorio y los intereses de los gobernantes de turno. Sí ha habido copiosos estudios acerca de la dinámica comercial vinculada con los enclaves, pero no ahondando en el punto de interés nuestro. Al interior de la mano de obra se tejen y se destejen complejas relaciones subjetivas con un eje común: la vivencia cotidiana en las costas, en donde predominan situaciones de riesgo marcadas por la violencia y la desigualdad, con el deseo de surgir frente a un espacio predominantemente masculino. Por lo anterior, el objetivo de este artículo consiste en analizar las subjetividades en pugna de los personajes femeninos en las obras Barro (1951) y Aquel año rojo (1973). Para lo anterior, consideramos que las condiciones sociales, geográficas, laborales y culturales son difíciles en territorios donde se asentaron las plantaciones bananeras (tal es el caso de Honduras, referente geográfico en el corpus), a esto se le adiciona que las mujeres, por su condición, experimentan situaciones diferenciadas en las oportunidades para surgir de tan precaria situación laboral. Asimismo, cabe considerar qué conflictos y luchas enfrentan, no desde la misma explotación laboral de las compañías bananeras, sino desde sus semejantes que las asumen como la otredad. II. Sobre las autoras y el corpus Barro (1951) de Navas de Miralda5 narra una serie de vicisitudes de dos familias en particular (Hernández y Rosales). Ambos núcleos, que le otorgan cohesión a la novela, se trasladan del interior del país hacia la zona costera en donde se ubican las plantaciones bananeras; el afán por una superación económica determina el traslado, en boca de Leandro Rosales se lee: “de salir de aquí onde [sic] nada casi nada estamos haciendo. Trabajamos como quien dice, para mal comer” (B, 22)6. A sus alrededores gravitan una serie de personajes variopintos, son los seres humanos que sustentan la dinámica comercial de los enclaves bananeros: por un lado, se hallan los extranjeros dueños del negocio, los capataces y otras personalidades administrativas y jurídicas. La otra masa es la trabajadora, mano de obra extranjera y ciudadanos del interior del país “ilusionados con el riego de dinero de la costa norte” (B, 25). En Barro (1951) se resalta el trabajo, entre otras actividades, para hacerle frente al embate moral, económico y cultural que la compañía en nombre del progreso instaló en las costas de Atlántida. Umaña señala al respecto: (…) novela regionalista que enfrenta dos modos de producción: el de la economía de consumo con resabios semifeudales propia de las regiones del interior del país y los inicios del régimen capitalista en el litoral Atlántico, en los primeros años del siglo XX, cuando las compañías extranjeras hicieron de la explotación bananera el eje de la vida económica. (Umaña 2003, 122) En la novela se desprende, empleando como modelos a las familias Hernández (el padre Remigio y el hijo Leandro) y Rosales (Venancio, la esposa Feliciana, las hijas Carmela y Lucía), una gama de apreciaciones acerca de las oportunidades que pueden alcanzarse si la unidad familiar no se rompe; los problemas sociales emanados del enclave en las costas del país que afecta a hombres y mujeres; un discurso racista acerca de la diversidad étnica de las regiones y, por último, una moraleja que apela a la vuelta del hogar original como único espacio donde es más difícil sucumbir a los males sociales. Paratextualmente, Navas de Miralda acompaña su novela, en las dos ediciones revisadas (1992, 1998), con notas a pie de página, cuyos sentidos satisfacen dos funciones; la primera de ellas, es brindar datos histórico-políticos acerca de las compañías bananeras en Honduras, así como referencias geográficas; mientras que la segunda ofrece al lector un glosario. Conjeturando al respecto, se considera que la publicación en Guatemala de Barro (1951), pesa como razón para ofrecerle a los lectores foráneos el contexto necesario acerca del entramado comercial. Aquel año rojo (1973) de Díaz Lozano7 brinda un acercamiento al tema del enclave bananero en escasos acontecimientos que se cuelan en la perspectiva intimista de la protagonista Fernanda López Villa, joven maestra que llega al pueblo de San Julián y unas apreciaciones de su hija “Este era su tercer día en aquella población y en aquella bonita casa de madera pintada de amarillo pálido con puertas blancas, construida sobre gruesos pilotes al estilo de la zona” (AAR, 10). López Villa acompañada de su hija Jesusita y Leandro, su hermano, instaura un nuevo orden en la cotidianidad del pueblo tanto en el plano educativo, moral y cultural que termina con un final feliz. Es asimismo “Una novela, pues, teñida de un tinte de irrealidad y que, escrita al modo tradicional, no agrega mayores méritos a la labor de Díaz Lozano” (Umaña 2003, 184). La presencia literaria de la plantación bananera y de sus empleados no rebalsa el tema más allá de unas conexiones económicas y de poder local frente al internacional, pues la novela ambientada en la costa caribeña hondureña en 1928 no brinda en profundidad aspectos del movimiento económico: “Luego el pub pub del tren que pasaba muy despacio, cargado de bananos, a unas seis cuadras de distancia, con destino al Puerto, distante de San Julián unos treinta kilómetros” (AAR, 17). III. Las palabras no se las lleva el viento La armonización de Barro (1951) y Aquel año rojo (1973) es viable partiendo del supuesto de que como objetos de estudio individuales se habrían agotado las posibilidades de un abordaje crítico-literario, unidas las obras los límites se han expandido, es posible abarcarlas desde el escenario que el presupuesto metodológico brinda. Se ha generado una adaptación del método de estudio de la teorización efectuada por van Dijk en Discurso y conocimiento (2016) que considera modificaciones para esta exploración en particular. Se asume que el análisis del discurso posibilita, desde su pragmática, un acercamiento multidisciplinario en el que van Dijk plantea la complejidad, los rasgos y los diversos campos en los que se posicionan los estudios acerca de este. Indica el teórico “el término «discurso» se aplica a una forma de utilización del lenguaje” o bien, “es una forma de uso del lenguaje” (van Dijk 2008, 22). En los discursos el contexto cumple el papel preponderante: establece las circunstancias que los enmarcan; es decir, quiénes los enuncian, los espacios desde los cuales se posicionan y, finalmente, la construcción de sentido. Para este estudio compete la construcción triangular que van Dijk señala como discurso, cognición y sociedad; por lo que con las construcciones discursivas de los personajes seleccionados se develan las subjetividades como formas discursivas. Se considera a las subjetividades desde el aporte que la Asociación para el Avance de las Ciencias Sociales en Guatemala plantea: La subjetividad de hecho supone emotividades, pero sólo gracias a la experiencia que tenemos del mundo y esa experiencia es algo más que mera emoción, ya que también es «razón», «voluntad» o «necesidad». Menos aún debe oponerse lo subjetivo a lo objetivo, en el sentido científico de esta aparente contradicción, es decir, que lo subjetivo no es algo verdadero o real, por ende no es «objetivo». (AVANCSO 2006, 19-20) Las subjetividades constituyen en el análisis crítico del discurso (ACD) los marcos mentales o “representaciones subjetivas de eventos, involucradas en la comprensión y producción de discursos como una noticia o una historia y, más en general, para lidiar con cualquier interacción social cotidiana” (van Dijk 2016, 17). Con los marcos mentales pueden discernirse, en esta misma construcción metodológica, el conocimiento genérico (socialmente compartido) y el personal (situaciones particulares) que desembocan en las creencias o “representaciones mentales del entorno” (van Dijk 2016, 35). Analizar al interior de los discursos narrativos de los personajes femeninos de Barro (1951) y Aquel año rojo (1973), compete incluso a desentrañar las creencias acerca de los otros, sobre sí mismos y si están “más o menos correctas en el sentido de que se correspondan óptimamente con aquello que es, en efecto, el caso” (van Dijk 2016, 35). Es con estas consideraciones metodológicas que se cierra el triángulo del ACD en cuanto al conocimiento: “percepción/experiencia, discurso y pensamiento/razonamiento” (van Dijk 2016, 35). La conjugación del corpus permite el reconocimiento de las manifestaciones de pugna, estas situaciones cuya base son las creencias, conforman relaciones intersubjetivas complejas. Hemos articulado el análisis en tres ejes (trabajo, vínculos socio-afectivos y comportamiento social). En estos, las construcciones discursivas dentro de los marcos mentales, valoran, cuestionan, exaltan o desprecian las representaciones subjetivas que eventos e historias de vida, en general, propician. Los ejes son modelos de la interacción social cotidiana que el ambiente del enclave genera, los he titulado con frases de las mismas novelas; asimismo, con el subtítulo del apartado se asienta la concepción de quien valora, juzga o menosprecia en los ámbitos sociales retratados en las obras seleccionadas, no solo comparte una visión de mundo, erige también una ontología acerca de los sujetos. EJE 1: Trabajar y ganar dinero, al modo de los blancos El espacio geográfico que concentró en su momento el enclave bananero, es el punto convergente de una fuerza laboral variopinta. Aunque pudieran considerarse mayormente aquellas labores propias asociadas a la fruta, la realidad viene a colocar otras que, en las esferas de la informalidad, movilizaron capitales y recursos humanos. El desempeño laboral en el campo lo ocuparon los hombres, mientras que el trabajo doméstico, el de servicio y de pequeño comercio resultó en las manos de las mujeres, principalmente. Las relaciones entretejidas con respecto de la fuerza laboral femenina son abordadas por los narradores desde los espacios privado y público. Hay quienes trabajan fueran del hogar y al regreso, desempeñan las tareas domésticas. El predominio de la cultura patriarcal requiere funcionalidad en ambos ámbitos. El siguiente cuadro agrupa bajo el eje del trabajo, los personajes femeninos: Cuadro n. 1
Fuente: Elaboración propia. Las fuerzas de trabajo van discursivamente relacionadas con la capacidad, el desempeño y la responsabilidad que se puedan demostrar en el espacio costeño, eso sería el conocimiento genérico, es decir, el que colectivamente las aprueba como medio de superación por sobre otras formas consideradas ilícitas (el robo, por ejemplo, de la mercadería del comerciante palestino en Barro [1951]). Las apreciaciones median entre la aprobación y la desaprobación de oficios, la calidad en el trabajo realizado y la profesión (ese es el caso de Fernanda López Villa en Aquel año rojo [1973]). En Barro (1951) los trabajos domésticos se trasladan de la privacidad del hogar a la cocina colectiva o el comedor en que se alimentan los campeños9, las apreciaciones sobre la cantidad de tareas que las mujeres realizan son considerables y variadas: “que ellas podían trabajar también haciendo diligencias o ventas y dando de comer o instalando un comedor para campeños” (B, 24-25). Las mujeres de la familia Rosales son ejemplo de que al finalizar el trabajo fuera de casa, continúan haciendo lo mismo en el hogar. La tesis de Suyapa Portillo Villeda (2011) acuerpa, con el Capítulo 5 esa fuerza laboral femenina bajo el título Mujeres que cuidaban hombres: Gendered Roles and Informal Work in the North Coast (1944-1957) cuando explica ese acompañamiento no solo en el plano afectivo, sino también en el económico con los comedores colectivos, la administración de comisariatos u otras ocupaciones (Villeda 2011, 226-227). Silverio, personaje aislado en la novela de Navas de Miralda, expresa discursivamente en una representación mental del entorno, su valoración acerca del desempeño en las tareas domésticas de su esposa. Desconoce, por su origen campesino agricultor del interior del país, que en el enclave bananero el deterioro de la salud humana, tanto física como mental va aunado al espacio “la mujer se miecho [sic] haragana, causa de la enfermedá [sic] que la mantiene lo más del tiempo acostada en el tapesco, tuyida dialtiro [sic] de las caniyas [sic]” (B, 38). Por otro lado, en la contribución de la economía de la región, están Agustina Villalobos y su hija, quienes son dueñas pues administran una pequeña empresa (hostería y cigarrería). El hecho de poseer un capital antes de llegar a la región facilitó que Agustina Villalobos invirtiera en Atlántida; su hija es un ejemplo, dentro de la obra, del valor de la educación formal. Sobre este último, en las novelas, los narradores configuran un horizonte pedagógico que debe leerse y extenderse como tarea prioritaria en la nación. La educación formal puede contribuir con el desarrollo humano en la que no solo el trabajo como fuerza o empuje posibilita el avance social y colectivo; así describe la necesidad de que haya instrucción Remigio Hernández “Así como hay escuelas para aprender a leer y escrebir [sic], y para todo lo demás, también debía haberlas para los que les gusta la agricultura” (B, 190). Étnicamente apartados en el universo narrado de Barro (1951) porque no aparecen interrelacionadas con otros grupos, los caribes, en una clara diferenciación genérico-laboral, descuellan por la forma despectiva y prejuiciada en que son presentados. La salvedad es la sirvienta morena Rita quien atiende la casa de los Hernández; nótese dos particularidades, primero, es una mujer garífuna trabajando para mestizos, quienes, como segundo aspecto, no realizan los trabajos domésticos. En las obras, los narradores omniscientes despliegan una interrelación subjetiva con respecto de los personajes que retratan, tal es el caso en Barro (1951), el narrador dedica varias páginas para describir la etnia garífuna categorizándola como inferior y bárbara. Amaya en Las imágenes de los negros garífunas en la literatura hondureña y extranjera (2007) para los aspectos labores aclara sobre la etnia: Con relación a este punto, Paca Navas, así como otros literatos y viajeros, incurrieron en un fallo de observación al no percatarse que dentro de la comunidad garífuna, la división del trabajo, de manera tradicional, ha especializado a los hombres para la pesca, la cual se realiza en las horas de la madrugada, y las mujeres practican la agricultura, generalmente en las primeras horas de la mañana, por esta razón, muchas personas ajenas a la cultura garífuna, opinan erróneamente que los hombres son “ociosos”. (Amaya 2007, 151-152) María del Pilar, separada del resto de los personajes femeninos, ofrece una visión arquetípica construida alrededor del movimiento socio-económico del enclave bananero. En la obra de Navas de Miralda no se indica si ella trabaja dentro o fuera de la casa, ese detalle no puede pasar por alto en el complejo mundo de las representaciones subjetivas del entorno. El hecho de que no mencione si la joven trabaja o no, permite la configuración arquetípica que acompaña a algunas mujeres en la costa bananera: se mueven nómadamente en función del dinero que parejas, esposos, novios o amantes puedan proporcionarles, cuando las circunstancias son desfavorables, emprenden la huida. Frívolamente es un capítulo dedicado a María del Pilar como personaje estereotipado, en el que el narrador muestra cómo se ha movido no solo espacial, sino también socialmente la joven de pareja en pareja para llegar al sitio que ocupa ahora. Aislada del contacto con otras mujeres, María del Pilar no se asocia con las mujeres de “mal vivir” (B, 18), estas últimas marginadas en el pueblo por el empleo desempeñado y la moral. Aquel año rojo (1973) ofrece escenarios similares en cuanto al trabajo para los personajes femeninos, en donde descuella Fernanda López Villa (maestra y directora de la escuela local de San Julián); en otro plano, las mujeres afrodescendientes ejecutan labores domésticas en casas de familias adineradas, excepto Epifanía, de quien no se brinda mayor detalle al respecto que la preocupación diaria por la alimentación de sus nietos “-¿Ya no hay frijole mama Epifania? -No, se acabaron, pero mañana é día de pago y si no se embola papá nó traerá el dinero para comprá el maíz, la sal y ló frijole de la semana” (AAR, 21)10. Ubicada en otro eje espacio-temporal, así como en otras esferas sociales, la novela de Díaz Lozano coloca en escena clases sociales altas o medianamente altas (familias Banegas y Cobos), poseedoras de feudos dedicados al cultivo del banano y otros productos. Victoria y Sofía, hijas de la familia Banegas hablan sobre la maestra: Tiene una hija pequeña, como de ocho a nueve años. - ¿Será casada, entonces? - No… no, creo que no porque su nombre es simplemente Fernanda López Villa. No lleva ningún “de” antes de su apellido. No es ni siquiera viuda. Así que familias como los Cobos, los Badía, los Sáenz… no la aceptarían, no la recibirían en su casa. - Es verdad. Bueno, el Alcalde Ferrari la aceptó como maestra, es que se informó bien y debe ser una mujer honrada y capacitada. (AAR, 22) En dicho diálogo median dos polos acordes con lo teorizado por van Dijk: la oscilación de las subjetividades comentadas sobre la foránea (Fernanda López Villa) se hallan en la suma de una inferencia generada colectivamente y apoyada por la autoridad, nótese que primero cuenta con el visto bueno de las familias poderosas de San Julián y luego asentada esa contratación por el Alcalde, quien la ha seleccionado para el puesto. El caso es que las creencias “son reconocidas como verdaderas por otro «creador de verdades» en el mundo” (van Dijk 2016, 50), es decir, la aceptación final del Alcalde da por sentado el asunto de que Fernanda López Villa es una persona que puede desempeñar el puesto de educadora sin problema alguno para la comunidad y su visión axiológica. En el eje anterior se gestan evaluaciones y valoraciones acerca de la naturaleza del empleo desempeñado, acerca de quiénes pueden o no realizar un trabajo y, por último, qué posibilidades en la restricción de género pueden obtener ascenso económico. Este es el caso vedado para quienes pertenecen a estratos sociales inferiores, sin acceso a la educación, o de etnias diferentes a la blanca, dominante y civilizada en la sociedad hondureña retratada en las obras. EJE 2: Lo único que le advierto es que ningún hombre la va querer como yo [sic] Las subjetividades subrayadas en el corpus elegido en cuanto a aspectos sociológicos como la familia y el género develan un marcado influjo de la cultura patriarcal, que se asume para los ámbitos públicos y privados de los personajes protagonistas femeninos, con ello afecta las subjetividades masculinas también. En el siguiente cuadro mostramos los vínculos socio-afectivos, que en las obras son estimados como constructores de la dignidad de los personajes. En cuanto a la presentación del cuadro supra mencionado, cabe aclarar que los núcleos familiares indican los conformados antes de la llegada a la costa en Barro (1951) y Aquel año rojo (1973). Los sitios a los que se desplazaron algunos personajes, proporcionaron los nuevos vínculos de pareja establecidos. Cuadro n. 2
Fuente: Elaboración propia. Se hallan núcleos familiares constituidos que se trasladan a la región costera de Atlántida: son los casos de los Rosales y los Hernández. Aventurados por el deseo de una mejor vida que la que poseen al interior del país “Llegaron también en el mismo convoy de trabajadores, Venancio Rosales, mantuano acompañado de su esposa Feliciana, jovetona aún, y dos hijas muy agraciadas y vivarachas» (B, 24); mientras que los Hernández, cuya cabeza de familia es “Viudo y con un hijo de veinte años, decidió un buen día dejar aquel su entretenido vivir de labriego pobre” (B, 21). Sobre Agustina Villalobos, por boca de Leandro Hernández sabemos que es viuda de un coronel; hacia ella no se gestan atenciones que la conviertan, por la fuerza del murmullo en personaje objeto de rivalidad. Se considera también la estructura familiar de Epifanía constituida por su hijo y tres nietos, que no revela detalles acerca de la nuera (AAR, 38-39). Las modificaciones en los núcleos familiares que son pocos, fueron el resultado de nuevos nexos y, por lo tanto, de la generación de otras unidades familiares. Por intermediación del matrimonio, Carmela Rosales se une a Remigio Hernández; Leandro Hernández a Juanita Villalobos y Fernanda López Villa a Julián Inestroza. Castas al menos aparentemente sólidas las de los Cobos, Banegas y Rosales. También hubo quebrantos en uniones consanguíneas como la muerte de Lucía Rosales y el abandono del hogar por parte de Carmela Rosales siguiendo al joven salvadoreño Juan Mena. Bajo el manto del patriarcalismo, Fernanda López Villa, cual mujer misteriosa llegada al pueblo sin pareja “Hacía mucho tiempo había muerto el padre de su hija, cuando la chiquilla era una muñeca de dos años” (AAR, 52), constituye un modelo a seguir en donde no solo se le reconoce su porte, la profesión que ha venido a ejercer, sino que también cierra en la lógica patriarcal y paternal, casándose con Julián Inestroza, tal y como lo explica el tío a Jesusita: y tu mamá quedaría sola… imagínatela ya vieja y sola sin nadie que la apoye y le haga grata la vida (…) debes estar contenta porque ella tendrá quien la apoye y la ame, quien las apoye a las dos, porque Julián será un buen papá para ti. Y Fernanda tendrá un buen esposo serio y responsable. (AAR, 164-165) María del Pilar, personaje estereotipado, en constante desplazamiento busca quien satisfaga sus necesidades, asociadas en el mundo narrado, a una vida de apariencia en donde axiológicamente cobra sentido el tener más que el ser. El capítulo dedicado a la construcción estereotipada que, como personaje femenino en la que subyace una manifestación moralista, no hace sino, explayarse en las parejas que tuvo María del Pilar. Ella no enuncia más de dos o tres veces, la voz le ha sido suprimida por el narrador y en su lugar se ha explayado en las descripciones detalladas de los nexos amatorios que la joven nicaragüense ha encontrado en las costas hondureñas. Incluso el ciclo amoroso y afectivo de María del Pilar se cierra en boca de un hombre quien le cuenta al sastre del pueblo “Viera qué cambiada está, muy aplacada. Es la señora de un empleado portorriqueño” (B, 277). María del Pilar constituye por sí sola un personaje particular, en palabras de Valverde Alfaro leemos “ejemplifica la imagen socialmente negativa de la mujer que se presenta en el texto de Navas. Este caso permite asociar el trato inferior que muchos hombres dan a las mujeres como causantes de desgracias en sus vidas” (Valverde Alfaro 2015, 92). Personajes como ella, Juan Pedro Banegas y Juan Mena ocupan el espacio moral como sujetos para ejemplificar conductas inadecuadas en los universos narrativos: sirven para el aleccionamiento moral, sin voz, sin criterio propio sobre su forma de socializar y entablar nexos amatorios. En resumen, el matrimonio, la constante axiológica del trabajo honrado, el esfuerzo y la superación evitando los males que la costa sugiere (vida fácil pero efímera, los vicios y la consecución de los placeres), pueden lograr que las protagonistas femeninas de ambas obras, alcancen la felicidad que la cultura patriarcal proclama en el matrimonio, el respeto por la unidad familiar y la vuelta al hogar como hija y esposo pródigo (es el caso de Carmela Rosales y Pablo Banegas). Con afianzar en las protagonistas las máximas anteriores, que son del conocimiento genérico, se trasladan a los hombres de las novelas que acaban también imbuidos en esa noción de bienestar no solo en el plano individual, sino también colectivo. EJE 3: La trigueña más bonita y «sin un pero» de la comarca Con el título La trigueña más bonita y «sin un pero» de la comarca van ligados modelos mentales “para describir y explicar tales representaciones subjetivas y el modo en que discretamente definen las experiencias pasadas, presentes y futuras de la vida cotidiana” (van Dijk 2016, 41-42). Si en los ejes anteriores, los modelos mentales oscilaban entre la aceptación y el rechazo de las personas por sus visiones subjetivas, en cuanto al trabajo y a los nexos socio-afectivos, en este último se dimensiona en un nivel colectivo, aspectos de la moralidad de los personajes protagonistas femeninos. Es lo que en el plano de la intimidad (tanto del pensamiento como del accionar humano) se traslada por la fuerza del murmullo, el comentario y la crítica a ser del conocimiento colectivo. Cuadro n. 3
Fuente: Elaboración propia. En la tesis de Valverde Alfaro (2015) se clasifican los papeles de las mujeres: “La mujer en Barro se puede esquematizar en cuatro papeles femeninos medulares” (Valverde Alfaro 2015, 90). Las ubica por sus comportamientos: apego a la cultura patriarcal, roles femeninos tradicionales y la mujer fatal. No obstante, consideramos que Carmela Rosales, por circunstancias experimentadas en el ámbito de pareja pasó de la aceptación al rechazo y viceversa. Ella, logra al final, ubicarse de nuevo en lo socialmente establecido bajo los parámetros de la cultura patriarcal y de paso, constituye ella misma como personaje, una lección moral dada por el narrador para los arquetipos femeninos de la época. Fernanda López Villa igual, oscilando entre comentarios de cuestionamientos sociales en boca de los ciudadanos de San Julián, logra al final de Aquel año rojo (1973) cerrar en la perfección cuando cumple con esquemas patriarcales. El resto de las mujeres en cuanto a sus conductas, como es la esposa de Leandro Hernández entra en el mercado patriarcal en donde la sociedad estima su valor, es una buena elección hecha por el joven, de ahí hemos extrapolado el título de este eje Todos los amigos y paisanos de Remigio y Leandro están allí, inclusive los campeños que conocimos en las tertulias del sastre Molina (…) y otros costeños y paisanos olanchanos, venidos de lejos, entre los cuales se comenta la elección de Leandro, cuya novia, según el decir de éstos, es la trigueña más bonita y “sin un pero” de la comarca costeña de Atlántida. (B, 271) Nótese que quienes comentan son hombres, sobre la estimación moral y física de Juanita Villalobos. Leandro Hernández, en una primera lectura reconoció en la joven lo siguiente: A Leandro le sedujeron desde que la vió [sic] por primera vez, tanto la apariencia física de la hija de Agustina como su modo de ser, tan diferente -según su pensar- al de las muchachas que él conocía, las más [sic] muy despreocupadas y sin pizca de recato. (B, 262) El resto de las muchachas son las mujeres de mal vivir y María del Pilar. Van Dijk menciona “el discurso se puede tomar como fuente de conocimiento producido a través del razonamiento del debate, así como de base para cualquier inferencia de conocimiento colectivamente producido en una comunidad” (van Dijk 2016, 46), sobre esa premisa anterior, el razonamiento de Leandro Hernández lo llevó a una acertada elección de pareja mientras que con Carmela Rosales se manifestó lo contrario; siendo del conocimiento público las artes oscuras de Juan Mena, nadie se acercó a Carmela Rosales para alertarla y protegerla de su embrujo poderoso. Por lo anterior, aunque es de conocimiento comunitario que Mena emplea medios considerados oscuros en la seducción para con Carmela Rosales, ella medianamente lo reconoce (recordemos que es una mujer católica devota que no sale del entorno familiar más que para el trabajo), y lo comenta a una amiga: -Sí, es cierto Maclovia. No te lo puedo negar, ya que me lo preguntás. No sé si me ha dado algo este hombre, no sé lo que me pasa, pero te aseguro que me tiene dominada enteramente, yo tan difícil de enamorarme y confiar en la palabra de los hombres. (B, 90) Es de hacerse notar que en boca de los habitantes de Atlántida se sabe de los malabares misteriosos de Mena para seducir, equiparables a las tradiciones garífunas que el narrador considera brujerías (B, 107, 115). Barro (1951) muestra discursivamente dos escenarios de lo acontecido con Carmela Rosales, primero, ella ha sido víctima del influjo misterioso de Mena reconocido por los vecinos. Como segundo aspecto, en las palabras de un vecino, se encuentra que lo acontecido a la joven sucedería por su condición de género, el valor de Carmela Rosales es metonímico a todas las mujeres: -Amigos, las mujeres son muy difíciles de comprender, y en esa materia del amor son mucho más incomprensibles. Como el caso de la Carmela hay tantos a cual más sorprendentes. Las mujeres sean de cualquier categoría o nacimiento, son decentes hasta que les llega “su cuarto de hora”. (B, 107) Si se ha asumido que la descripción moral de María del Pilar evidenciaba un empleo morboso acerca de la conducta femenina, con Carmela Rosales el narrador finaliza con consideraciones que sustentan nuevas formas de señalamiento moral. Ella acepta el matrimonio con Remigio Hernández aún cuando media, desde los pensamientos de Leandro Hernández lo siguiente “… la inclinación tan marcada de su padre por la olanchita, a la cual le llevaba en edad más del doble…” (B, 273). Surgen estas otras consideraciones referenciando una nueva muchacha que la vida, probablemente terminó de modificar “… carácter listo de la paisanita…” (B, 275); “Empero -repetimos- la sagacidad de Carmela, iba dándole alientos a éste…” (B, 275) enfatizado por el narrador mismo o, en este último caso, cuando Remigio Hernández tímidamente le comenta a Carmela Rosales que le atrae una mujer con quien podría lograr la felicidad completa “-¿Puedo adivinar quién es ella? Indagó Carmela, satisfecha interiormente en su vanidad de mujer ya con algo de experiencia…” (B, 275). Es decir, fluye en la novela de Navas de Miralda la trasformación del personaje femenino llegado a la costa de Atlántida, que hoy se ha convertido por la fuerza de la vida y del ámbito en el que se desempeñó, en una mujer experimentada. El narrador la ha transformado moralmente. Aquel año rojo (1973) sustrae similares situaciones, Fernanda López Villa es el centro de los comentarios dentro de las familias de cierto abolengo en la comunidad, leemos en palabras de Filomena Batres de Cobos: “En realidad no me explico cómo ese bueno de Julián se ha enamorado de una mujer de dudoso pasado”, (AAR, 143). Ella, quien conversa con los hijos en la casa de los Cobos, continúa arguyendo: “Pero sigo creyendo que Julián podía haberse casado con una distinguida muchacha sampedrana, sin sombras en su pasado porque él es un hombre culto…” (AAR, 143-144). Enfatizamos que quien comenta de la maestra sea una mujer también.
La particularidad rodea a Odilé, la nieta adolescente de Epifanía, ella no es objeto de comentarios en la comunidad. El discurso de Fernanda López Villa (que revela cultura, civilización desde la palabra blanca, dominante) termina por cerrar la desfavorable experiencia de Odilé cuando la maestra aconseja a Epifanía “Nadie sabrá lo que le ha ocurrido a Odilé… nadie. Guardaremos el secreto, completamente” (AAR, 152). Acá la extensión del silencio encubre a Juan Pedro Banegas quien no será juzgado socialmente por el acto cometido. Se deja traslucir que lo que ocurre en cuanto a relaciones de pareja es comentado por las personas de la comunidad, cuando de las mujeres se trata, pero ocultado, negado o acallado como sucede, con el caso de la violación cometida por Juan Pedro Banegas o la infidelidad de su padre. Los hechos cometidos, los remordimientos del padre y el hijo no fluyen del ámbito íntimo a ser del conocimiento y del discurso colectivo. La discreción se queda en la mente de Juan Pedro Banegas cuando asevera: “Canalla… canalla… me lo tengo merecido” (AAR, 156), y en la de su padre: “¡Qué tranquilidad es dejarse dirigir, a veces; no pensar mucho y que otro dé acertada resolución a los problemas de uno!” (AAR, 161). En la constitución del comportamiento social median, para el corpus seleccionado, dos panoramas marcados en el Cuadro n. 3: la aceptación y el rechazo asociados a las conductas sociales. Es decir, que las protagonistas femeninas son objeto de señalamiento, discusión y motivo, son del conocimiento genérico por parte de los hombres o de las mujeres mismas. Escasamente se comparten, en esa socialización de las subjetividades, las buenas acciones, las luchas y los logros. IV. Conclusiones Barro (1951) de Paca Navas de Miralda y Aquel año rojo (1973) de Argentina Díaz Lozano poseen una distancia temporal de dos décadas en cuanto a la publicación, no obstante, coinciden en que son leídas como novelas bananeras hondureñas retratando el mundo de trabajo que clases desposeídas deben desempeñar en los enclaves costeños. No es sino que desde aspectos políticos tales como la negativa de vender sus tierras de Pedro Banegas a la compañía bananera en Aquel año rojo (1973) y el llamado a huelga en Barro (1951); pasando por las subjetividades de los trabajadores mismos del campo bananero, este corpus literario encamina a los personajes femeninos hacia la moral, las buenas costumbres, el respeto y la obediencia hacia el núcleo familiar tradicional. Las subjetividades en pugna afloran en los espacios físicos que las obras muestran, pero se trasladan por la fuerza de las creencias cristalizadas en discursos que colectivamente asumen, repiten y comparten. Por eso no es aislado hallar que quienes constituyen los marcos mentales de las comunidades de Atlántida y San Julián sean las mujeres; no obstante, también entran en el discurso como emisoras y receptoras socializando críticas. Asimismo, los hombres proporcionan fuerza discursiva desde el patriarcado, que cubre las experiencias subjetivas de la cotidianidad y sin desearlo, caen en el influjo poderoso de comportamientos difíciles de cumplir para ellos mismos. Con los tres ejes revisados, se puede concluir que en el contexto macro de las compañías bananeras asentadas en las costas hondureñas, los personajes femeninos experimentan otras luchas en el margen de un discurso capitalista, cuyos beneficios no son para los campeños ni para las mujeres mismas, por lo que se desprenden dos escenarios constituidos desde las subjetividades. El primero corresponde al trabajo trasladado a una visión ontológica, es decir, más que determinar en el espacio geográfico el accionar, se determina el ser. Por eso no es la excepción que se hallen valoraciones acerca de Fernanda López Villa sobre su origen y su núcleo familiar, sin determinar a cambio su desempeño como maestra; así también con Carmela Rosales quien, perdida en la maraña tejida por Juan Mena, pero sustentada en la creencia colectiva de las artes oscuras que el salvadoreño empleó para enamorarla, es transformada por el ímpetu del comentario social en una víctima que nadie rescata. En las voces de los narradores omniscientes se cuela una visión maniquea, como segundo escenario, cargando con esa visión a las etnias retratadas en Barro (1951) y Aquel año rojo (1973); los pueblos garífunas son vistos desde una distancia marcada por una visión predominantemente racista. En la obra de Díaz Lozano con el empleo del diminutivo, se les resta valor humano, mientras que en Barro (1951) se les zoomorfiza desde la forma más peyorativa. En ambas obras, los narradores llevan o guían a los lectores, emiten juicios de valor y admiten apreciaciones acerca de las personas, su moral, sus costumbres y sobre la nación misma. Aquel año rojo (1973) con el carácter romántico que priva en ella, no asume reivindicaciones para sectores desposeídos como los afrodescendientes. Solo Fernanda López Villa se yergue como personaje surgido de su condición de maestra rural y adquiere una posición económica que su profesión no le hubiera concedido. Barro, por el contrario, ejemplariza las posibilidades que los núcleos familiares debidamente constituidos puedan brindar; por eso Carmela Rosales ya casada regresa cual hija pródiga. Finalmente, Barro (1951) y Aquel año rojo (1973) sustentan una noción de Honduras en cuanto a lo que debe ser tanto étnica como identitariamente; no hay inocencia discursiva en los narradores cuando apoyan, denuncian o señalan en los personajes los escenarios que Honduras debe procurar (re)construir. Bibliografía Aguilar Molinari, Gerardo. Comunismo y literatura en Centroamérica: tres fantasmas en el siglo revolucionario 1932-1900. Tesis de Doctorado, University of Pittsburgh. 2015. Asociación para el Avance de las Ciencias Sociales en Guatemala. Imágenes de nuestra realidad, realidad de nuestras imágenes: Imaginarios sociales y subjetividad en Guatemala. Guatemala: Editores Siglo Veintiuno, 2006. Amaya Banegas, Jorge Alberto. Reimaginando la nación en Honduras: de la nación homogénea a la nación pluriétnica. Los negros garífunas de cristales. Tesis de Doctorado, Universidad Complutense de Madrid. 2004. Amaya Banegas, Jorge Alberto. Las imágenes de los Negros Garífunas en la Literatura Hondureña y Extranjera. Editorial Cultura. Recuperado de: https://www.er-saguier.org. 2007. Armitage, R. H. «Barro by Paca Navas Miralda». Books Abroad (1952): 385. Díaz Lozano, Argentina. Aquel año rojo. México: B. Costa-Amic, Editor, 1973. Escoto, Julio. 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Keith (Estados Unidos de Norteamérica, 1848-1949). 2 Se señala, por ejemplo, a Hernán Robleto (Nicaragua, 1892-1969), a Miguel Ángel Asturias (Guatemala, 1899-1974), a Carlos Luis Fallas (Costa Rica, 1909-1966), a Ramón Amaya Amador (Honduras, 1916-1966), a Emilio Quintana (Nicaragua, 1942), a José Román (Nicaragua, 1906-1983) y a Joaquín Beleño (Panamá, 1922-1988). 3 Haciendo anotaciones en forma general, destacan las siguientes, todas para Barro (1951): Nixon apunta sobre dos vertientes de la novela; por un lado, la crítica al sistema de desarrollo, que en la explotación de la tierra y de la fuerza humana, no permite el progreso de Honduras, por otro lado, destaca la noción de Madre-Tierra, representación femenina con dos rostros cual visión maniquea. No excluye el señalamiento de que en Navas “Her view of the Honduran land then becomes even more problematic because it privileges the interior and mestizo culture and marginalizes the Caribbean area and its zambo inhabitants” (Nixon 2004, 11). Para Mariñas Otero, Barro (1951) es “Una auténtica Volkswanderung (...) que ha contribuido a dar a esta región su fisonomía propia y cosmopolitismo (Mariñas Otero 2008, 11). Escoto escribe: “Although composed from literary inspiration, these and other similar works of the period are pointed denouncements of the abuses, resulting from the existence of transnational power in Honduras, and in which he frequently counts on endorsement from or complicity with national authorities” (Escoto 2014, 18). Por último, Aguilar Molinari examina un corpus de obras centroamericanas desde el eje del comunismo, entre ellas la novela de Navas de Miralda en su la tesis doctoral Comunismo y literatura en Centroamérica: tres fantasmas en el siglo revolucionario 1932-1900 (2015). 4 Armitage en la reseña de Barro (1951) critica: “Slow in movement, lacking well-developed characters or ideas, it is similar to many other contemporary «novels» in the countries of Spanish America today” (Armitage 1952, 385). Barro (1951), para Amaya Banegas, emplea “el escarnio en una parte de la obra” (Amaya Banegas 2004, 21) para referirse a la lengua garífuna. En un segundo estudio derivado de su tesis doctoral, desde el estructuralismo y el análisis semiótico, señala que la novela de Navas de Miralda coloca en un segundo plano a los garífunas con una serie de denominaciones despectivas producto de estereotipos y de la idea de nación gestada tiempo atrás (Amaya Banegas 2007, 143). Anota George Yúdice: “Barro by Paca Navas de Miralda, in which Garífunas appear as licentious, promiscuous, savage, superstitious and lazy” (Yúdice 2010, 100). Finalmente, “Como los indígenas en las novelas de Herrera y Wyld Ospina, los negros hondureños aparecen animalizados (se reproducen como ratas) y demonizados, mientras que su lengua se describe como «una jerigonza confusa, igual que [la que hablan] los condenados en el infierno»” (Perkowska 2010, 152). 5 Paca Navas de Miralda nació en 1900 en Juticalpa. Fue fundadora de la revista La voz de Atlántida. La novela Barro escrita en la década del 40, no salió hasta la luz en 1951 en Guatemala con el apoyo del entonces presidente Juan José Arévalo. En Honduras se publica en 1992. La escritora igualmente se adentró en poesía con Ritmos criollos (1947), y en relatos publicados en revistas y periódicos (Gente de la calle y Canícula (s.a.); Cruel experiencia (s.a.); Lo trae en la sangre (1950); Noche de reyes (1947); La rueda del destino (1961). Hay dos variantes en cuanto a la fecha de su fallecimiento: Umaña indica 1976; en las dos ediciones de la novela a las que tuve acceso de la Editorial Guaymuras se indica 1969. Por último, Consuelo Márquez Meza en Narradoras centroamericanas contemporáneas: identidad y crítica socioliteraria feminista (2007) y en el Diccionario bibliográfico de narradoras centroamericanas con obra publicada entre 1890 y 2010 (2011) anota 1969. 6 Todas las citas de Barro (1951) y Aquel año rojo (1973) corresponden a las ediciones revisadas, solo que en el caso de Barro (1951) empleamos la tercera edición. En adelante, consignamos primero, la inicial del nombre de la novela y el número de página empleado en la cita textual. 7 Nació en Santa Rosa de Copán con el nombre de Argentina Bueso Mejía, murió en Guatemala en 1999. Escritora antologada y varias veces premiada, su nombre fue postulado para la Academia Sueca como candidata al Premio Nobel de Literatura en el año 1974. Su máxima producción se halla en el género novelístico con Luz en la senda (1935), Peregrinaje (1944), Mayapán (1950), 49 días en la vida de una mujer (1956), ... Y tenemos que vivir (1959), Mansión en la bruma (1964), Fuego en la ciudad (1966), Aquel año rojo (1973), Eran las doce... y de noche (1976), Ciudad errante (1983), Caoba y orquídeas (1986) y Ha llegado una mujer (1991). En cuento se reconocen Perlas de mi rosario (1930) y Topacios (1940). 8 Se respeta el empleo de la letra cursiva que las autoras utilizaron para los grupos étnicos afrodescendientes y garífunas. 9 Son las personas que habitan el campo pero que, en el caso de Honduras, por extensión del término, se ha trasladado a quienes laboran en las compañías bananeras. 10 La cita textual se copia tal y como aparece en la novela. 11 Así está acuñado por el narrador en la novela de Navas de Miralda (1998, 18).
Escuela Ecuménica de Ciencias de la Religión, |