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La Habana. Una aproximación desde la visualidad de sus calles Havana. An approach from the visuality of its streets Jorge Luis Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro Cuba |
Resumen
La Habana es una ciudad vieja que en algún momento fue moderna. Para muchos estudiosos, las ciudades, al igual que sus habitantes, nacen, se desarrollan y mueren. Sucumben cuando en ellas no se producen acciones que las rescaten, las conserven arquitectónicamente y las hagan vivir. Visualmente, nuestra ciudad hoy fallece. Más allá de los propósitos de un grupo de obras en el Centro Histórico, custodiadas por la memoria del historiador de la ciudad, La Habana es mucho más que ese perímetro declarado por la Unesco, en 1982, Patrimonio de la Humanidad y Ciudad Maravilla, en el 2016. Desde entonces, poco a poco, sus luces se han ido apagando en un mar de oscuridad grande, que urge restablecer con una política que, verdaderamente, refuerce las estructuras existentes, antes de que sea demasiado tarde.
Palabras clave: La Habana, visualidad urbana, conservación, fotografía, artes visuales.
Abstract
Havana is an old city that was once modern. For many scholars, cities, like their inhabitants, are born, develop and die. They die when there are no actions that rescue them, preserve them architecturally and make them live. Visually, our city is dying today. Beyond the purposes of a group of works in the Historic Center, guarded by the memory of the city historian, Havana is much more than that perimeter declared by Unesco, in 1982, a World Heritage Site and a Wonder City, in 2016. Since then, little by little, its lights have gone out in a great sea of darkness, which urgently needs to be restored with a policy that truly reinforces the existing structures before it is too late.
Keywords: Havana, urban visuality, conservation, photography, visual arts.
Intentar hacer un levantamiento de la visualidad urbana desde aquellos elementos que apuntan a una expresividad de las artes visuales es una tarea verdaderamente difícil, porque nuestra ciudad, La Habana, en esa dinámica constante, no deja finalizar los ciclos en el tiempo que debe tener y, a veces, se apresuran. También, incorporamos muchísima información que nos llega a esta ciudad-puerto, a este punto donde constantemente están arribando turistas. Nos llegan, vamos a decir, patrones que muchas veces se copian sin el lapso necesario para asimilarlo y ello hace que esa prontitud o ese aceleramiento cambie completamente, de un año para otro, las maneras de ver, las formas de representar la visualidad, lo cual, desgraciadamente, casi siempre trae más daño que beneficio.
Por tanto, yo creo que, al hacer un levantamiento de la visualidad de La Habana, siempre, siempre, en mi caso, se corre el riesgo de ser injusto. Trataré hoy, entonces, de no caer en esto, aun cuando es verdad que la realidad salta a los ojos. A veces, a mis alumnos y alumnas les digo una frase de Expediente X que me gusta mucho: «la verdad está allá afuera». Cada vez que tienen algún tipo de duda, yo les menciono: vayan allá afuera, porque allí hay algo que nos está llamando la atención, sobre lo cual podemos trabajar. Digo mis alumnos y alumnas porque imparto docencia, también, como fotógrafo; soy profesor de Diseño Gráfico y Fotografía. Y muchas veces ese trabajo hay que hacerlo en la calle y los lugares que se escogen, en ocasiones, no son lo placenteros que uno desea. Pero, al final, es un registro y se hace un documento muy interesante, histórico, sobre todo sociológico, cultural, de lo que va sucediendo en nuestra ciudad, un archivo invaluable para investigaciones futuras.
Igualmente, tenemos un eclecticismo visual que, poco a poco, se va desprendiendo de una forma, la cual yo acostumbro llamar «gastada», por otra más casual que va apareciendo y que todavía es muy deudora de esa estética heredada de la parte republicana, de esa norteamericana, en cuanto a lo visual y, también, con un poco menos de fuerza, hacia una estética europea. Pero todavía cuesta trabajo acabar de encontrar una que reproduzca códigos propios, códigos nacionales, por así decirlo.
¿Por qué? Bueno, la mayoría de estas imágenes visuales descansan sobre la arquitectura. Esta es el soporte donde reposan casi todas las manifestaciones que se pueden observar en la ciudad. Muchas, por sí solas, son un recurso visual de elegancia y armonía, como el Edificio Bacardí, en la Habana Vieja (figura 1), y ese por ciento es bastante alto en cuanto a cánones o límites, a esa herencia que tenemos, precisamente, de un tipo de arquitectura que dejó de ser historicista hace muchos años ya, para convertirse en una suerte de eclecticismo visual. Y esta imagen que se le va a imponer encima a la ciudad, muchas veces, lo que hace es reforzar ese carácter ecléctico y, en ocasiones, es poco acertado.
Figura 1. La arquitectura es el soporte fundamental donde descansan casi todas las manifestaciones que se pueden observar en nuestra ciudad. Muchas, por sí solas, son un recurso visual de elegancia y armonía, como los ornamentos art déco de la fachada del Edificio Bacardí, en la Habana Vieja.
Fuente: Fotografía del autor.
La imagen, en tanto elemento discursivo, necesita un soporte y este se adapta perfectamente a la forma más que al contenido. Es decir, muchas veces, todas las experimentaciones que se hacen no tienen en sí un discurso desde la idea, sino más bien desde la plasmación de la forma en estos grandes emplazadores o receptáculos, que son: portales, muros, vallas, paredes… También, la estética de nuestra ciudad es muy compleja. Cambia muchísimo y las regulaciones urbanas que tenemos, a veces, no recogen cómo interpretar tipos de situaciones que puedan reforzar o no el uso de luces, anuncios y grafitis. Yo sé que hay muchas personas quienes consideran el grafiti como un acto dañino a la urbe, pero, muchas otras no lo consideran así y hay casos, más adelante pondré algunos ejemplos, en los cuales pierde el nombre de grafiti para volverse una pintura mural; entonces, le da un realce diferente a esa zona o la legitima, lo cual también es importante.
Lo anterior sucede porque no existe, en este caso, una estética uniforme; toda la ciudad no tiene la misma estética, como ya se ha ido apuntando. Por tanto, eso crea un problema en la visualidad, pues no existe un ambiente renovador, fresco, en todos los casos, ni atractivo tan siquiera; se van creando zonas donde puede ser más acertada o no cierta visualidad o donde, por lo menos, funcionan diferentes cánones o patrones. Eso, evidentemente, empieza a dividir las localidades, a partir de ese elemento que se está proyectado y que, en algunos casos, define y marca el ritmo de nuestra urbe.
La Habana es una ciudad preciosa; de eso no cabe la menor duda. Está llena de elementos distintivos, bien sea por su arquitectura o la intervención casual del tiempo. Pero, además, hay una estética de la improvisación, del apuro o del descuido; esa suerte de laissez faire de la persona cubana contemporáneo que, en ocasiones, se vuelve graciosa (figura 2), cuando debe ser realmente preocupante.
Figura 2. También hay una estética de la improvisación y del apuro que, en ocasiones, se vuelve graciosa, cuando debe ser realmente preocupante, como se puede apreciar en esta imagen de una casa particular en el municipio Guanabacoa.
Fuente: Fotografía del autor.
Hay momentos cuando los lugares se quedan así, olvidados, por los siglos de los siglos, y devienen, a su vez, puntos referenciales o arquetípicos de una zona o una localidad que enseguida se pueden reconocer. Por supuesto, hay imágenes que solo son reconocidas por una población determinada, por la historia particular que encierran, porque tampoco son lugares muy comunes (figura 3).
Figura 3. Hay momentos cuando la destrucción permanece como cómplice del tiempo y del olvido, y se transforma en un punto referencial de una localidad, como este parque, reconvertido después de un derrumbe, que se encuentra en el municipio Regla.
Fuente: Fotografía del autor.
La destrucción y el deterioro también hacen su parte y todo va quedando ahí, en esa suerte de limbo en el que, a veces, uno cree recordar, a través del tiempo, la imagen que fue de un determinado sitio, una tienda o un comercio y que ha permanecido misteriosamente sin ser destruido ni atacado.
Los textos muchas veces aparecen como grafitis, aunque otras no. Sin embargo, entonan una suerte de canción o de susurro que muchos y muchas, realmente, no quieren escuchar; sobre ellos no existe un control estético y comienzan a ser preocupantes. Muchos de estos elementos recurren a la fuerza de la historia y se han convertido en espacios legitimados por su función social o en imágenes legitimadas por el tiempo y esa suerte de carácter que ha tenido la misma historia en nuestro país. Uno puede encontrar cosas tan horribles (figura 4), donde la representación de esa imagen destruye completamente el referente icónico, pero, como ella es el símbolo de algo que está admitido o legitimado, queda y nadie se cuestiona cómo se permitió que fuera hecha de esa manera.
Figura 4. La falta de un control estético sobre los carteles y anuncios públicos permite que sucedan cosas tan desacertadas como esta, que identifica el nombre de una escuela primaria en el municipio Marianao.
Fuente: Fotografía del autor.
En otras ocasiones, son simples y pequeñas intervenciones, como tapar lo que supuestamente era prohibido y queda algo misterioso con todo un sentido tanto simbólico como semiótico muy complejo, que puede ser hasta contraproducente. A veces, son ligeros detalles, leves marcas que se hacen en la ciudad, con tal de distinguir un objeto o una pared, como en el caso de un Ché retocado tantas veces, que ha incorporado otros colores y cada día cambia más (figura 5). O, sencillamente, un local, donde la bandera nacional está colocada detrás de un cartel que dice: «no hay baño; prohibido la entrada a menores de 18 años al bar». Es decir, nadie se dio cuenta de mirar desde el otro lado, desde donde camina el transeúnte, desde el lado de acá. Y eso estuvo mucho tiempo ahí, frente al Capitolio, un lugar muy céntrico de la ciudad, el cual hace esquina con el cine Payret (figura 6).
Figura 5 y 6. Antes de situar cualquier elemento simbólico en la vía pública, se debe hacer un estudio de su sentido comunicativo, para que no ocurran situaciones que subviertan el significado de este, como sucede en estos dos ejemplos en el municipio Habana Vieja.
Fuente: Fotografías del autor.
Pero estos problemas comienzan a volverse más complicados cuando se mezclan los anuncios con los nuevos negocios; es decir, esos de cierto corte político, «adornos» de los espacios comerciales que han ido apareciendo, en una rara comunicación que uno no sabe muy bien cómo entender. Para los turistas, por supuesto que es muy pintoresco. También para mí, como documentalista de lo que está sucediendo, pero no dejan de molestarme estéticamente. Aparecen sin una especie de orden, sin una correcta realización y se convierten en elementos sui géneris de una subcultura visual que constantemente estamos viendo y con la que, muchas veces, interactuamos (figura 7).
Figura 7. Cada día se abren nuevas ofertas comerciales dentro de espacios no acondicionados estética y comunicativamente para la función que brindan, violándose tres principios fundamentales de la comunicación visual: todo elemento visual tiene significado; todo ordenamiento visual tiene significado y todo significado presupone un orden.
Fuente: Fotografía del autor.
Los patrones de una estética revolucionaria siguen primando en algunos lugares o frente a determinados casos en los que es necesaria una reafirmación de los conceptos nacionales y patrióticos. Pero se impone la verdad y la prontitud gana un espacio o terreno que se ha dejado conquistar, que se vuelve preocupante por lo reiterativo y chabacano que a veces suele ser. Así, aparecen murales pintados en cualquier pared, de cualquier manera y por cualquier pretexto, sin una efectividad comunicativa porque, muchas veces, lo que más importa es decir algo, sin tener en cuenta cuál será la mejor forma de hacer que ese mensaje llegue a sus potenciales consumidores. Ya lo dijo Cicerón: «lo importante no es lo que se dice sino cómo se dice». En otros casos, tal vez más pensados y armónicos, todo ello pasa a ser ligeramente manipulado o afectado por el tiempo o por la acción de artistas callejeros, quienes casi siempre son anónimos y empiezan a ganar cada día más terreno y notoriedad en la urbe.
Los nuevos negocios, para atraer turistas, no siempre consiguen cumplir con una lógica de un mercado específico ni con una estética necesitada por nosotros: no solamente producir sino presentar. Muchas veces nuestro país es visto como un lugar extraño, como uno que, sin darnos cuenta, nosotros mismos hemos ayudado a degradar a esos niveles. Un ejemplo fehaciente es esta especie de tiendas particulares localizadas en muchas zonas de La Habana, en ocasiones difíciles de clasificar desde una estética visual (figura 8). Se trata de espacios improvisados, que pueden ocupar los bajos de una escalera de un edificio común, el zaguán de una casa de vecindad, un portal, una puerta de calle, un garaje… y no siempre se presentan de la mejor manera, aunque, usualmente, estas prácticas tan frecuentes refuerzan ese carácter autóctono y particular de nuestra ciudad.
Figura 8. La improvisación de negocios en espacios no diseñados ni pensados para estos fines puede ser contraproducente para el ejercicio de esa misma actividad y el carácter visual citadino.
Fuente: Fotografía del autor.
Otros son elementos genuinos y discretos, pequeñas intervenciones que hacen los y las artistas en las calles, en las esquinas, galerías o estudios privados y, por supuesto, los grafitis… Estos empiezan a dialogar, no solo por su realización y por lo que en algún momento pudieran embellecer, aunque muchas personas no lo consideran así, por ser elementos que agreden la arquitectura. De esos hay muchos, como un proyecto que se realizó durante una de las pasadas bienales de La Habana, donde se hicieron pinturas murales más que grafitis, las cuales dignificaban zonas destruidas y otras que, visualmente, estaban relegadas en la ciudad (figura 9). Hubo todo un concepto entre ellas o, por lo menos, un intento de que hubiera una relación entre la forma y el contenido, así como de que fueran mucho más agradables estos espacios. Ellos, a veces, se van perdiendo, bien por una destrucción o por la misma dejadez que tienen las personas a cargo de la ciudad.
Figura 9. Un buen aprovechamiento de los recursos que nos proporciona el grafiti, realizado como parte de un proyecto artístico urbano durante una de las pasadas bienales de La Habana.
Fuente: Fotografía tomada del sitio https://cubasi.cu/es/cubasi-noticias-cuba-mundo-ultima-hora/item/26538-graffitis-de-mi-ciudad-%C2%BFpara-bien-o-para-mal%3F
Y, en otros casos, son simples intervenciones pequeñas, diminutas, que aparecen en un pedacito de un municipio o en una calle, a veces sin terminar. Este personaje no es, evidentemente, de nuestra cultura, pero, muchas personas lo reconocen (figura 10). Es un rapero que murió asesinado y es curiosa su aparición como un símbolo en territorio citadino; por supuesto, hay muchas personas que se identifican con él y lo tienen como una referencia simbólica. Las firmas generalmente son lo más críptico del tratamiento del grafiti; verdaderamente, las personas ajenas o profanas en este medio nunca las terminan de entender; sin embargo, a veces son muy bien logradas y muy interesantes visualmente.
Figura 10. Algunas pequeñas intervenciones que aparecen en las calles identifican un sector de la cultura o de la población y se convierten en un símbolo iconográfico de la zona o del barrio, como la imagen mural del rapero 2Pac, en una esquina muy transitada del municipio Habana Vieja.
Fuente: Fotografía del autor.
Otros forman parte de proyectos específicos, relacionados o no con sucesos culturales como la Bienal de La Habana o, simplemente, tratan de crear una historia y embellecer una zona de la ciudad. Así pasó cerca de la Facultad de Periodismo de la Universidad de La Habana, un barrio donde, sencillamente, los vecinos, para cambiarle la fealdad que tenía su espacio vital, lo adornaron con determinadas pinturas y hasta involucraron a los niños y niñas de una escuela de la comunidad. Dio un resultado muy interesante, porque es un trabajo hecho a partir del mismo gráfico que puede generar un infante y aparecen por ahí imágenes de estas, muy anónimas, actuales, graciosas y, según mi parecer, dignas de reconocer. Evidentemente, algunas deben su desarrollo, su impronta, a una gráfica norteamericana, pero están bien. Creo que funcionan perfectamente y hasta logran esas sonrisas en las personas, algo verdaderamente importante. El arte tiene que servir también para eso.
Otras veces, lo que se hace es agredir o tratar de reinterpretar determinadas obras que ya fueron hechas, como algunas que se observan en la calle O’Reilly. Puede ser en la puerta deslizante o de corredera de una bodega, con el inconveniente de que solamente es posible verlas en un momento del día, cuando permanece cerrada la bodega, o esta suerte de pinturas murales, lo cual al final veo como una de las luces que puede tener este tipo de tratamiento en la ciudad. Por el momento, se desarrolla, específicamente, en el municipio Playa. Es la obra de un muchacho joven, graduado de la Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro, llamado Maisel López, quien ha tenido durante varios años, más de diez ya, la idea de ilustrar, con los retratos de niños y niñas de la comunidad, todo ese gran municipio. Desconozco el proceso de cómo los selecciona, pero, zonas que estaban esperando que algo les sucediera, se han revitalizado. Él ha pintado estas caras y ha tenido muy buena aceptación (figura 11).
Figura 11. Muchas pinturas murales emergen como una de las tantas luces que puede brindar la cultura a nuestra ciudad, tal y como se aprecia en numerosas paredes del municipio Playa.
Fuente: Fotografía del autor.
También, hay otro fenómeno que empieza a dialogar: las paladares1 y las cafeterías, algunas con una visualidad muy resuelta, coherente y armónica, con una estética placentera. Así sucede con un restaurante en el Malecón, al lado del Palacio de las Cariátides, denominado Nazdrovie, que tiene o se apoya en una estética a partir de la gráfica soviética. Pero, más allá de eso, levanta ese espíritu del negocio, el cual emerge con un sello distintivo y completamente renovador. Otros proyectos, algunos sin realizar, vinculan la ejecución arquitectónica bien ligera de los recursos de las artes visuales y el artista, en este caso, pasa a ser una especie de proyectista, también, del mismo suceso.
La estética de algunos de esos espacios se apropia de conceptos o contenidos de las artes visuales. El café-restaurante Esto no es un café tiene como antecedente una obra del surrealismo, de René Magritte, La perfidia de las imágenes, más conocida como: Ceci n’est pas une pipe, paradigmática en este movimiento y, como recurso adicional, el restaurante posee una suerte de galería donde la clientela puede disfrutar de exposiciones. Es decir, se presenta algo que normalmente no sucedía o no pasaba; son las miradas nuevas que empiezan a aparecer. En otros casos, la estética de algunos de dichos entornos no es tan pensada. Por ejemplo, un edificio historicista, con una gráfica que recuerda el art déco y con un sistema de luminarias de estilo racionalista (figura 12).
Figura 12. Magnificación del eclecticismo visual y cultural propio que tenemos los y las cubanas, en El Vedado, municipio Plaza de la Revolución, que va creando nuevas dinámicas visuales.
Fuente: Fotografía del autor.
También, están algunos restaurantes como El Encuentro, el cual asume propiamente una estética nostálgica, de los años 40 y 50, muy gustada y consumida por determinado público. O está el sitio gastronómico La Farmacia, ubicado en la calle Peña Pobre, muy nuevo, pero con el glamur histórico del pasado, de una época específica, con sus objetos y recuerdos.
Algunos lugares son más recientes, como el KingBar, donde se muestran obras de arte encargadas específicamente a artistas, quienes diseñaron todas las que aparecen allí, no como un especio de galería, pero donde uno constantemente va dialogando con ellas; o el bar restaurante Art Pub, que recuerda el típico bar de tapas español y sirve como espacio para que jóvenes artistas exhiban sus fotografías.
Por último, para mí el más renovador de todos es El Chanchullero, el cual utiliza una gráfica muy sugerente, a modo de publicidad que está impresa sobre pulóveres y elementos móviles, con esa especie de confrontación que provoca, precisamente, el nombre del chanchullo, del brete, de esa comunicación a veces compleja, y se ha buscado a un grupo de diseñadores que hace este tipo de cárteles y se mueven por la ciudad. Creo que eso es algo muy positivo, porque es una publicidad ajustada a los tiempos, que es lo mejor (figura 13).
Figura 13. Una imagen gráfica bien pensada, fresca, sugerente y que se adapta con el entorno se convierte en un elemento positivo y renovador: una suerte de publicidad ajustada a los tiempos, como ocurre en el bar El Chanchullero, en el municipio Habana Vieja.
Fuente: Gráficas de El Chanchullero, por Gerardo Lebredo.
Hay otros espacios como El Submarino Amarillo, un lugar de interacción para jóvenes y no tan jóvenes, muy bien pensado, muy bien desarrollado por el grupo creativo Identidad 3D, conformado por jóvenes profesionales en diseño; un espacio para el verdadero disfrute de la visualidad, atemperado, muy a tono con lo que se quiere transmitir. Asimismo, está El Barbarán Pepito’s Bar, inspirado en la popular obra de Juan Padrón, Vampiros en La Habana, que todos conocen y ha sido muy bien resuelta porque han copiado todos los elementos que aparecían en la película. Otro sitio es la Casa de 18 de Artex. Aunque allí se pensó realizar actividades que recordaran el bolero y todo este tipo de manifestaciones de la música cubana, realmente la decoración es más contemporánea. No excluye, sino incluye, también, a jóvenes y permite que ese espacio, muy reducido, se use para otra modalidad de actividades más personales, tal vez de monólogos, presentación de libros o algo muy inmediato, y que trata de cambiar o renovar ese concepto a veces fallido, desde mi punto de vista: un negocio o un local como este, por utilizar ese tipo de género, tiene que recurrir inmediatamente a una estética ya marcada y repetitiva. Me parece que ya no debería ocurrir, en estos tiempos, en La Habana.
Muchas veces, en ese intento por atraer turistas, algo que nos empieza a preocupar desde hace mucho tiempo, incorporamos acciones o espectáculos que se vuelven pintorescos y que, verdaderamente, le dan un realce a la ciudad, no solo con la visualidad sino, igualmente, con el sonido y determinados aspectos particulares. Pero, en muchas ocasiones, en ese afán, aparecen elementos que pueden ser contradictorios, algunos shows o pequeños espectáculos con animales, que suelen ser bastante denigrantes, porque las criaturas sufren, las maltratan. También sucede, en algunas zonas, con carretones, que determinada fauna, como chivos y eso, se emplean para darles vueltas a los niños y las niñas. No solo ocurre para las personas extranjeras, quienes lo pueden ver como algo exótico o molesto, sino también para muchos de nosotros que, como en mi caso, no lo consideramos nada atractivo.
Nuestros conocidos buquinistas o libreros de viejo, quienes se han movido tanto por la ciudad y a veces están aquí o allá, forman parte de esa visualidad propia, junto a los tríos en las calles, en esa suerte de presentar una «nueva imagen Cuba»; no solo ofertan música y literatura, sino un agrado visual placentero y bastante bonito. Además, hay tiradoras de cartas, torcedoras de tabacos, leedoras de la fortuna, esculturas vivientes o artistas del mimo ambulantes… una atracción muy favorable, sobre todo para las personas más jóvenes, que ven en esto algo verdaderamente agradable. Pero ellos no aparecen por toda la ciudad. Por el momento, son casi exclusivos de la Habana Vieja, donde se ven con más fuerza o únicamente se ven. Algunos muy bien resueltos, algo interesante. Muchos son actores graduados de teatro o dramaturgia y no solo representan las clásicas imágenes de la literatura, sino que han sabido incorporar lo autóctono, como el trabajador del campo, el obrero industrial, un zapatero, un plomero o hasta a Pepe Rivera el Santiaguero, pero que ya es de La Habana.
En una ciudad donde las estatuas siguen siendo elementos protagónicos, donde dialogan las nuevas con las antiguas, las más simbólicas o las más reconocidas con las más contemporáneas, donde cada día, por determinadas razones, se vacían espacios que permiten la creación de parques y plazoletas, se puede, a partir de proyectos bien pensados y aprobados, situar una escultura o construir un monumento. En lo particular, no me agrada mucho que cada vez que se derrumbe un edificio, como sucede en el Malecón, se construyan parques, porque, a ese ritmo, La Habana se va a convertir en la ciudad de estos. Pero, sí me gusta que se hagan proyectos en los cuales, en conjunto con artistas, puedan aparecer imágenes, en cualquiera de sus manifestaciones, que embellezcan esa zona que ya no va a ser reconstruida, al menos, por el momento.
La Habana tiene muchas imágenes simbólicas representativas, paradigmáticas, bellas, preciosas y ayudantes de mantener esa visualidad que queremos heredar de nuestra urbe. Pero, desgraciadamente, por el descuido o por el desarraigo, una nueva visualidad se está apoderando de las calles y no solo me refiero a los nuevos mercados agrícolas improvisados en un parque, en el corazón de El Vedado o justo en medio de una parada de ómnibus en La Lisa o en Marianao. Debemos —tenemos que—, rescatar la civilidad y la urbanidad que nos caracteriza, que nos hizo ser merecedores de tantos denominativos elogiosos, de muchos espacios hermosos, de múltiples monumentos y rincones. Tenemos un cementerio que es una de las joyas invaluables de la ciudad, el cual sirve en mucho y ayuda a que podamos tener un espacio reservado para el arte funerario, una verdadera rareza en el mundo. Contamos con un Capitolio Nacional, completamente restaurado y funcional, rescatado y conformador de una obra que, en sí, genera muchos tipos de lectura, así como una visualidad en todos los sentidos: arquitectónico, urbanístico, cultural, histórico, geográfico y político. Poseemos estatuas preciosas, dignísimas, que nos enorgullecen por su historia, como las de los mayores generales Antonio Maceo y Calixto García, pero, también otras, novísimas, regaladas, que hoy son parte ya de nuestra ciudad, como la última emplazada, la de nuestro Héroe Nacional José Martí (figura 14), donada por la alcaldía de Nueva York. Junto a ellas, muchas calles y edificios rescatan esa imagen limpia y agradable que siempre debe tener nuestra Habana, no solo para el goce y disfrute de las personas extranjeras, como muchas veces erróneamente se piensa, sino también para lo más importante: nosotros mismos.
Figura 14. Estatua del Héroe Nacional de Cuba José Martí, obra de la escultora norteamericana Anna Hyatt Hungtinton, donada por la alcaldía de la ciudad de Nueva York en el 2017; se encuentra ubicada en la Avenida de las Misiones, en el municipio Habana Vieja.
Fuente: Fotografía del autor.
Dentro de diez años, yo me imagino la ciudad —la gran ciudad— muy similar a como está ahora o más destruida, si antes no se diseña una política en verdad consecuente con la conservación y el rescate de las estructuras existentes. La estructura básica de la urbe no podrá crecer mucho, porque los espacios ya están ocupados, aunque, por supuesto, crecerá en habitantes.
Este recorrido, lejos de ser pesimista o desalentador, refuerza el carácter urgente que precisa una intervención en todos los aspectos: político, cultural, social y económico. Las fotografías, en este caso, han servido de vehículo para narrar una historia desde la visualidad. Cada una de ellas es una imagen que nos canta, que está hecha para rescatar un sueño, para vivir. Y aunque nuestra ciudad esté hoy un poco dañada, un poco alterada por el tiempo y la poca solución que hay para resolver cada caso de la manera precisa, ella permanece siempre presente en la vida de todas y todos nosotros. Por eso, creo que lo esencial es su rescate y no dejar que muera en el tiempo.
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Legañoa, Maylin. 2014. «Coyula sobre La Habana: debe ser una ciudad agradable, amable, no hostil». Cubadebate, 15 de agosto. http://www.cubadebate.cu/ noticias/2014/08/15/coyula-sobre-la-habana-debe-ser-una-ciudad-agradable-amnable-no-hostil/amp/
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1 En Cuba se les llama paladares a los restaurantes particulares que, por ley, no pueden tener más de cuatro mesas. Deben su nombre a una empresa ficticia de una telenovela brasileña muy popular en Cuba (Antonia María Tristá Pérez y Gisela Cárdenas Molina, Diccionario ejemplificado del español de Cuba. Tomo 2 (La Habana: Ciencias Sociales, 2016), 230.
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