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ISSN 1023-0890 / EISSN 2215-471X
Número 34 • Julio-diciembre 2024
Recibido: 15/04/2024 • Corregido: 05/05/2024 • Aceptado: 06/05/2024
DOI: https://doi.org/10.15359/istmica.34.09
Licencia CC BY NC SA 4.0

María Teresa Sánchez: las palabras contra el olvido

María Teresa Sánchez: words against forgotten

Alexander Zosa-Cano,

Academia de Geografía e

Historia de Nicaragua

Nicaragua

Resumen

Una de las escritoras integrales de la cultura nicaragüense fue María Teresa Sánchez (Managua, 15 de octubre de 1918- Ibid., 21 de agosto de 1994) se desarrolló en los géneros de la poesía, narrativa y el ensayo; además de antóloga, editora y promotora cultural. Su obra Poesía Nicaragüense: Antología (1948) rescata del olvido a muchos autores antes de la mitad del siglo pasado constituyéndose en una obra de referencia del siglo XX. Aquí se reúne una muestra poética y un texto narrativo con la finalidad de presentar a un nuevo público la obra de una mujer cuyo talento debe ser estimado.

Palabras claves: Sánchez, María Teresa - poesía nicaragüense - literatura de Nicaragua literatura femenina - literatura regional

Abstract

One of the integral writers of Nicaraguan culture was María Teresa Sánchez (Managua, October 15, 1918- Ibid., August 21, 1994) who she developed in the genres of poetry, narrative and essay; In addition to being an anthologist, editor and cultural promoter. His work Nicaraguan Poetry: Anthology (1948) rescues from oblivion to many authors before the middle of the last century, becoming a reference work of the 20th century. Here a poetic sample and a text are gathered narrative with the purpose of presenting to a new audience the work of a woman whose talent must be appreciated.

Keywords: Sánchez, María Teresa - Nicaraguan poetry - literature of Nicaragua women’s literature - regional literatura

Pocas mujeres nicaragüenses han desarrollado una producción literaria variada como es el caso María Teresa Sánchez (Managua, 15 de octubre de 1918- Ibid., 21 de agosto de 1994) quien fue poeta, narradora, antóloga, ensayista, editora y promotora cultural. Con justa razón se ha ganado el título de la Primera Mujer de las Artes y Letras Nicaragüenses. Desde 1942 con la fundación del Círculo de Letras Nuevos Horizontes, más tarde la editorial y la revista, su nombre se ha enraizado en la memoria de los nicaragüenses. Dicho de otro modo, su casa se convirtió en palabras de Pablo Antonio Cuadra en un «Ministerio de Cultura privado y en una cancillería de relaciones poéticas» y por su obra Jorge Eduardo Arellano la valora como «uno de los primeros valores femeninos de la poesía centroamericana contemporánea».

Como poeta fue autora de los libros: Sombras (1939), Oasis (1943), Canción de los caminos (1949), Canto amargo (1958), Poemas de la tarde (1963), Poemas agradeciendo a Dios (1964), Huésped del olvido (2001); como narradora de El hombre feliz y otros cuentos (1957); como antologa compiló la primera colección de poemas por una mujer Poesía Nicaragüense: Antología (1948) con el cual obtuvo el Premio Nacional Rubén Darío; en el ensayo escribió El poeta pregunta por Stella (1967); como editora su labor permitió que se conocieran obras muy valiosas de la historiografía nicaragüense: Contra Sandino en la Montaña (1942) de Manolo Cuadra, Breve suma (1947) de Joaquín Pasos, Filología nicaragüense (1943) de Alfonso Valle, para citar ejemplos; y como promotora cultural auspició desde su institución innumerables eventos de difusión del arte nacional y extranjero. Su talento fue reconocido por el Premio Nacional Rubén Darío, en tres ocasiones: 1945, 1948 y 1957, y el Premio Centroamericano Rubén Darío en 1958, y en 1985 el Estado de Nicaragua le otorga la Orden de la Independencia Cultural Rubén Darío. Convirtiéndose así en la mujer que más premios Rubén Darío ha obtenido en la historia. Luego de vivir en Nicaragua vivió de manera itinerante en Venezuela, República Dominicana y todos los países de Centroamérica.

El poeta Luis Albero Cabrales escribe en la revista Educación (1958): «María Teresa Sánchez comparte la supremacía poética centroamericana con Claudia Lars y Clementina Suárez». Su aporte en las lides de la poesía ha sido compilado en diversas antologías: Poesía Nicaragüense: Antología (dos ediciones: 1948 y 1965), Poesía mariana nicaragüense (1954) ambas de su compiladora; Nueva antología de la poesía nicaragüense (1972) de Pablo Antonio Cuadra; Poesía Nicaragüense (1973) de Ernesto Cardenal; Poesía escogida de mujeres (1975) de Fanor Téllez; Antología General de la Poesía Nicaragüense (2007) de Jorge Eduardo Arellano; Flor y canto. Antología de poesía nicaragüense (1998) de Ernesto Cardenal; El siglo de la poesía en Nicaragua (2005) de Julio Valle-Castillo; Nicaragua: el más alto campo. Nueva Antología de la Poesía Nicaragüense (2012) de Héctor Avellán. Ahora, ponemos en un publico lector centroamericano esta colección de poemas y un cuento de la variada obra de Sánchez.

Alexander Zosa-Cano

AGHN

A VECES

A veces… el misterio me penetra

con un dolor intacto. Dilata mis silencios,

me llena de voces las entrañas;

toda piel es música, y mis ojos

imágenes de canto.

Pero… ¡Dios mío, qué sola estoy entonces,

qué ajena a mí y extraña a mi sombra! …

LA PUERTA

He cerrado la puerta. Nadie entre,

nadie por su dintel penetre.

Con sus dedos de silencio

mis recuerdos dibujan sus fantasmas.

Ni el viento

conquistará mi férrea fortaleza,

mi sola, invulnerable ciudadela

con sus soldados altos de silencio.

He cerrado la puerta. Afuera

piafan finos caballos de guerra,

hombres preparan flechas y ballestas.

Y me asomo de pronto. Abro la puerta:

Nada turba en su paz mi ciudadela.

Pero en sus sótanos hondos secretos

bullen como fantasmas: los recuerdos.

NUNCA HUBO TIEMPO

Cuando yo iba a nacer

el médico que iba a atender a mi madre llegó tarde

porque el parto se le adelantó y yo nací rápido

para ver este maravilloso mundo.

No hubo tiempo que fueran mis padrinos señalados,

porque a mi futura madrina la operaron de emergencia

y en el alboroto se les olvidó avisar.

Así que el Arzobispo se ofreció para ser mi padrino.

No hubo tiempo de conocer a mi padre,

porque antes de los dos años se murió.

No hubo tiempo para vivir con mi madre

--porque ella se casó--

y mi abuela no aceptó que me fuera con mi madre.

No hubo tiempo que el Niño Dios me trajera mi bicicleta

--porque la doméstica de la casa me la enseñó

donde estaba escondida

y nunca hubo ya para mí Navidad con sorpresa.

No hubo tiempo para que me celebraran mi Primera Comunión

porque yo me adelanté

y la había recibido sola mucho antes.

No hubo tiempo para que estudiara en Managua

--porque cuando fueron a matricularme

ya estaban cerradas las matrículas.

Así terminé en un internado en Granada.

No hubo tiempo para que me celebraran mis quince años,

porque en ese mismo mes yo esperaba mi primer niñito.

No hubo tiempo para asistir al sepelio de mi abuela

porque yo estaba fuera de Nicaragua.

No hubo tiempo para continuar mis labores culturales

--porque me quitaron mi imprenta

por haber escondido a un joven que lo buscaban vivo o muerto.

No hubo tiempo de, tal vez salvarle la vida a mi hijo,

porque el teléfono,

comunicaciones lo tenía desconectado.

No hubo tiempo cuando me enamoré de nuevo,

el hombre de mis sueños ya estaba casado.

Ahora sí hay tiempo para llorar para olvidar,

para mis desengaños

y para rezar.

CERTEZA

Cuando las hojas caigan,

y tú caigas, y yo, mordiendo hierbas,

y tú de cara al cielo,

llena de musgos áspero la lengua…

Y caiga el velo de la tibia tarde,

Y caigan los luceros,

Y se me caiga el pelo,

Y a ti las uñas de los dedos,

en la implacable soledad del túmulo,

¿Verdad amigo mío,

que algo más triste caerá el crepúsculo?

ME IRÉ SIN VERTE

La lluvia, la interminable lluvia

cae lánguidamente.

… Me iré sin verte

y tú marchas en pos de de otra aventura

que mi pecho presiente.

…Me iré sin verte.

He de hacer mi mortaja de esta lluvia

tejida con los oros de occidente.

…Me iré sin verte.

Si tu amor conociera mi amargura,

honda como la muerte.

…Me iré sin verte.

Entre la lluvia tenue, entre la bruma,

Me iré sin verte.

LA PUERTA

He cerrado la puerta. Nadie entre,

Nadie por su dintel penetre.

Con dedos de silencio

Mis recuerdos dibujan sus fantasmas.

Ni el viento

Conquistará mi férrea fortaleza,

mi sola, invulnerable ciudadela,

con sus soldados altos de silencio.

He cerrado la puerta. Afuera

piafan finos caballos de guerra,

hombres preparan fleches y ballestas.

Y me asomo de pronto. Abro la puerta:

nada turba en su paz mi ciudadela.

Pero en sus sótanos, hondos secretos

Bullen como fantasmas, los recuerdos.

TIEMPO

El tiempo es joven, y yo, decrépita

Apenas logro detenerlo.

Pasa sobre mí,

violento, endurecimiento mis huesos,

cerrándome órbitas y caminos.

Y envejezco, como una amante fiel

Apegado al filo de la puerta,

Sensible al frío y al olvido.

LA HORA

No es la hora del alba todavía

porque el pájaro paraliza en la noche

el ojo de la estrella.

Menos que sea la hora del goce en la plegaria.

Esa hora está lejana. Allá detrás del inderruido muro

donde sueñan Jacob y Jeremías.

Calzaos las sandalias, aparejad caminos, bebed el agua

de la gracia que destruye las sombras interiores.

Esa es la hora, sólo entonces llegada, de cantar

matinales y aleluyas:

la hora de atravesar, de parte a parte, el ojo de la sombra,

y de entrar al reino, eternamente por la dulzura

del canto que vuela con la luz y la alondra.

EL HOMBRE FELIZ1

I

En un rincón del restaurante estaba el Hombre Feliz. Sorbía a tragos lentos su taza de café. En la mesa vecina, un grupo de jóvenes discutía acaloradamente sobre el resultado de un concurso de belleza. Uno dijo:

—Yo te aseguro que ese fallo no ha sido justo. ¡Esa muchacha no merecía el premio!

Un joven de ojos zarcos intervino:

—¿Qué sabes tú de mujeres…? Yo he visto mucho mundo y —¡hay que ver! —dijo maliciosamente, deteniéndose en los puntos suspensivos— ¡en el cuerpo está la cosa!

—Eres un vulgar! —intervino el tercero.

—¡A mí nadie me dice vulgar! —gritó el joven de ojos zarcos, al mismo tiempo que alzaba una botella de whisky y la rompía sobre la cabeza de su compañero. La trifulca se armó y pronto volaron en el aire vasos y botellas.

—Nos vamos —dijo el Hombre Feliz a su Otro Yo.

—¿No te dije que estos jóvenes son tontos? ¡Pero tanto insististe en venir a un restaurante!

El Otro Yo nada dijo. El Hombre Feliz prosiguió:

—¡Bien merecías que te rompieran a ti también la crisma!

Caminaba el Hombre Feliz monologando con su Otro Yo. De pronto se detuvo. El Otro Yo se interesaba ahora por ver un mitin que, en una esquina del parque, celebraban unos manifestantes.

—Ve —dijo el Hombre Feliz—, de esos tumultos nunca se sale bien; además, sólo tonterías dicen.

El Otro Yo insistió en detenerse y el Hombre feliz se acercó al mitin. Un hombre gesticulaba violentamente. El Otro Yo preguntó:

—¿Qué dicen?

—Que la democracia está en decadencia —respondió el Hombre Feliz.

—Ah! —dijo el Otro Yo…—. ¿Qué dicen ahora? —volvió a preguntar el Otro Yo.

—Que sólo ellos pueden resolver el problema de la vivienda y la carestía…

—Ah! —dijo el Otro Yo—. Y ¿ahora qué pasa? —preguntó intranquilo el Otro Yo.

—Se corren de la policía —le respondió el Hombre Feliz. —¿Nos vamos? —le urgió el Otro Yo, atemorizado.

—¡No! —dijo el Hombre Feliz—. Ahora verás el final, para que otro día no insistás en venir a estas manifestaciones.

Sonó un tiro, hubo ruido de bayonetas y pasos de caballería. El Otro Yo tuvo miedo:

—¡ Vamos ! —dijo.

—No hay prisa —le respondió el Hombre Feliz.

—¡Vámonos! —insistió el Otro Yo, con voz temerosa.

El Hombre Feliz se arregló el sombrero y con pasos lentos se alejó del tumulto.

—¿En qué terminará todo eso? —preguntó el Otro Yo, un poco más tranquilo.

—Bueno… a unos les romperán la cabeza, otros irán presos… y mañana habrá muchas peticiones al Presidente, de parte de las esposas de los manifestantes… —dijo el Hombre Feliz y guardó silencio.

—Y el Presidente, ¿qué hará? —interrogó curioso el OtroYo.

—Nada, dirá que, dada la magnanimidad de su corazón, los dejen libres.

—¡Ah! —Dijo el Otro Yo—, y entonces, ¿para qué lo hacen?

—Para romper la monotonía de la vida —dijo el Hombre Feliz.

Cuando el Hombre Feliz llegó a su habitación se sintió cansado. Se desvistió, se acomodó en su cama, tomo un libro y se puso a leer.

—¿Qué leemos? —preguntó el Otro Yo.

—A Diógenes —dijo el Hombre Feliz.

—¿Quién es él? —preguntó el Otro Yo.

—El hombre que no necesitaba de nadie para ser feliz?

—¡Ah! —dijo el Otro Yo —entonces era como tú! Esto halagó al Hombre Feliz, quien, complacido, le respondió:

—No, porque yo te tengo a ti, y Diógenes sólo necesitaba un pedazo de sol.

¡Ah! —dijo el Otro Yo.

El Otro Yo apagó la luz y el Hombre Feliz le reprochó:

—¡Nunca hagas eso! Soy yo el que dispone cuándo debe de encenderse y apagarse la luz. Entiéndelo bien: ¡Yo soy tu amo…! No… no digamos amo… tú eres mi súbdito.

—Entonces ¿eres rey? —Pregunto extrañado el Otro Yo.

—¡No! Yo no soy rey. En mi república no hay reinado, sólo república.

—¡Ah! —dijo el Otro Yo.

El Hombre Feliz encendió la luz y siguió leyendo. A la mañana siguiente, el Otro Yo preguntó:

—¿Qué programa tenemos hoy? ¿Iremos de excursión?

—No —dijo el Hombre Feliz—. Hoy nos quedamos en casa.

—Ah! —dijo el Otro Yo, un poco triste. Abrió la ventana, respiró hondo el aire puro de la mañana, se golpeó el pecho y exclamó:

—¡Qué feliz soy!

(Era el ejercicio que le había impuesto el Hombre Feliz; ejercicio que todas las mañanas practicaba el Otro Yo).

El Hombre Feliz dijo a su súbdito:

—Que tu espíritu se nutra de las excelencias de la vida. Bástete, para ser feliz, la comprensión mía. Cuando te sientas triste, arranca al teclado esas melodías que te he enseñado y te sentirás bien. Esa música tiene hálitos divinos; es como si el aliento de Dios te rozara muy cerca. Aléjate de esa música grotesca que sólo sirve para estropear los sentidos y para histerizar al hombre. Levántate con el ánimo dispuesto a la felicidad y dándole gracias a tu Creador por todas las excelencias que te ofrece.

El Hombre Feliz continuaba dando normas a su Otro Yo. El Otro Yo miraba por la ventana sin prestar atención a lo que el Hombre Feliz le decía.

El Hombre Feliz se dio cuenta y le dijo:

—Porque el hombre mira más para abajo que a lo alto, es que vive sumido en la oscuridad…

Y, acercándose a la ventana, le dijo:

—¡Mira, qué bello paisaje! ¿Por qué detienes tu vista en esa mujer? ¡Esa es gente extraña para nosotros!, y yo no quiero que tengamos relaciones con otras naciones.

El Otro Yo se acercó al piano y deslizó sus manos sobre el teclado. La melodía invadió el cuarto.

El Hombre Feliz se sintió feliz.

II

Cuando la dueña de la casa comprobó que su huésped llevaba semanas enteras haciendo gesticulaciones un poco raras, se alarmó. En consulta de familia hablaron a un psiquiatra para que examinara al Hombre Feliz, preparando de antemano un encuentro casual.

—Le presento al Hombre Feliz —dijo la casera. —Tanto gusto, doctor —se adelantó el hombre feliz.

—Ah ¿ya me conocía?

—¿Conocerlo? ¡Pero si es uno de los médicos más prominentes de la ciudad! ¿Quién no lo conoce?

El médico se sintió halagado, y no vio en el hombre señales de locura. El Hombre Feliz continuó:

—Esa trepanación que hizo usted ha sorprendido a todos. Parece mentira que tengamos aquí verdaderos genios de la cirugía.

El médico continuaba feliz oyendo al hombre.

—Y usted, ¿qué hace? —le preguntó cortésmente interesado el médico.

—Pues, ¿qué quiere que le diga? Cuando se llega a mi edad, es mejor vivir la vida como ésta se presenta. Mire usted —continuó el Hombre Feliz—, a los 50 años nadie tiene derecho a equivocarse sobre la humanidad: ésta es egoísta, vanidosa, belicosa, pecadora. He vivido dos guerras, he visto nacer el nazismo, el comunismo, el falangismo, las continuas derrotas de la democracia, el lanzamiento y la destrucción de ídolos que parecían perennes. Levantarse y hundirse ciudades y reinados. Crisis y bonanzas, el progreso de la ciencia y el adelanto de la técnica… La era atómica… —rubricó un poco amargado—. Y como si fuera poco, una nueva bomba acaba de anunciar hoy mismo la radio: la de cobalto… Por eso, Yo y mi súbdito, mi Otro Yo —recalcó—, miramos al mundo con el desprecio que se merece.

Todo había estado bien, pero esto último confundió un poco al médico, quien se despidió del Hombre Feliz, invitándolo a que lo visitara en su consultorio para charlar.

—Muy interesantes sus observaciones —le dijo al alejarse del Hombre Feliz.

En la calle, meditaba el médico sobre lo que había oído en los labios del Hombre Feliz. Al entrar el médico a su casa, la esposa lo increpó colérica:

—¡Desde hace horas te espero y vienes tan tranquilo!

—¡Mujer! Atendía un caso muy interesante —se defendió el médico.

—¡A mí con cuentos chinos! —le interrumpió la mujer enfurecida—. ¡Claro! ahora te das el lujo de hacerme esperar. ¡Pero no eras así cuando necesitabas el dinero de mi padre para montar ese maldito manicomio tuyo!… ¿Y ese hombre quién es?

El médico se volvió tan sorprendido como su mujer. En el umbral de la puerta estaba el Hombre Feliz cargando el maletín que el médico había olvidado; había presenciado toda la escena familiar.

—Vea, amigo —dijo el médico—, a usted le consta dónde he estado esta tarde… ¡Qué injustas son las mujeres! ¡Y qué maneras de recibir a un marido que llega cansado del trabajo!

La mujer gruñó algo inentendible. El Hombre Feliz entregó el maletín y no respondió nada.

De regreso, el otro Yo preguntó:

—¿Qué pasó?

—Y a nosotros, ¿qué nos importa?… ¡Así viven en las otras naciones! —recalcó el Hombre Feliz.

—¡Ah! —dijo el Otro Yo.


1 Tomado de El hombre feliz y otros cuentos (Managua: Editorial Nuevos Horizontes, 1957, pp. 7-13).

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