Revista Letras EISSN: 2215-4094 Número 62 Julio-diciembre 2017 Páginas de la 13 a la 30 del documento impreso Recibido: 1/8/2017 • Aceptado: 6/10/2017 |
Nación y utopía en Cuadros de costumbres guatemaltecas, de José Milla
(On Nation and Utopia in Cuadros de costumbres guatemaltecas, by José Milla)
María Oliva Méndez1
Universidad Nacional, Costa Rica
Resumen
El artículo analiza el significado histórico y literario de los cuadros de costumbres del guatemalteco José Milla, en cuanto portadores de un proyecto político e ideológico en torno a la idea de nación. Agrupado el corpus en dos categorías (los que exponen los estereotipos masculinos y los que se ocupan de los femeninos), se describe como aspecto esencial un proyecto, desde el discurso literario, de homogenización de la sociedad guatemalteca. Entre otros aspectos, se destaca el binomio civilización/barbarie y otras oposiciones relacionadas. Se está ante la construcción de una idealización utópica de la sociedad guatemalteca a lo largo del siglo xix.
Abstract
The article analyzes the historical and literary meaning of the prose sketches on customs by the Guatemalan José Milla, written to portray a political and ideological proposal developed around the concept of nation. The corpus is divided into two categories of stereotypes (masculine and feminine). That project, concerning the homogenization of the Guatemalan society, is described through literary discourse, as an essential element. Emphasis is given to aspects such as the binomial civilization/barbarism and other related oppositions. This conveys the construction of the utopic idealization of Guatemalan society throughout the 19th century.
Palabras clave: literatura centroamericana del siglo xix, literatura guatemalteca, cuadros de costumbres, José Milla
Keywords: Central American 19th century literature, Guatemalan literature, literary sketches of local customs, José Milla
Guatemala decimonónica: la cuestión de la identidad nacional o la formación del Estado
En la Guatemala decimonónica se observan algunas de las virtudes y vicios de la época que sucedió al proceso de independencia política de la monarquía española: receptividad de lo extranjero sin adecuada valorización de lo propio, afán por la novedad sin clara visión del futuro, vitalidad desbordante frente a crecientes tensiones sociales que anunciaban la llegada de un siglo aún más problemático y febril.
En su lucha por la unificación nacional, los gobiernos guatemaltecos contaban con muy escasos recursos. Los gastos militares consumían una proporción cada vez mayor de los ingresos del estado, pero la recaudación de impuestos se dificultaba a causa de los conflictos. Para financiar su déficit, acudieron a préstamos del extranjero, hipotecando su futuro y entrando en una peligrosa situación de dependencia externa. Préstamos eran pagados con préstamos en un círculo vicioso de deudas. El que negoció el gobierno de Carrera con el banco londinense Isaac & Samuel, en 1856, con el propósito de pagar deudas anteriores, concedió al banco como garantía una fianza del 50 % de los futuros recibos aduaneros del Estado.
La debilidad fiscal y el partidismo interno se combinaron hasta producir una notoria discontinuidad institucional. Inspirados por el espíritu constitucionalista de la época, se elaboraron artificiosas constituciones y enmiendas que incorporaban los más altos ideales políticos, pero que no gozaron del apoyo orgánico para su aplicación. Una de las consecuencias del debilitamiento de la Iglesia tras la Independencia fue el socavamiento de los mecanismos de la administración rural, donde los curas párrocos habían desempeñado un papel esencial. En 1825, el arzobispo de Guatemala calculaba que los ingresos parroquiales de su jurisdicción habían disminuido en un tercio desde 1815. Entre 1805 y 1872, el número de curas regulares y seculares bajó de 453 a 119. Esta progresiva disminución del clero agravó la desarticulación social y afianzó el poder feudal del caudillo rural, figura a partir de la cual germinan las oligarquías locales. Además, el fenómeno del caudillismo está estrechamente relacionado con el proceso de militarización de la sociedad.
Por otro lado, las potencias extranjeras ejercían presión política y militar en los gobiernos guatemaltecos. En 1859 se firmó un tratado con Londres según el cual Guatemala reconoció la soberanía británica sobre Belice a cambio de la promesa inglesa de construir un camino desde la capital hasta la costa Caribe. El camino nunca fue construido, pero Inglaterra se apropió de Belice.
A pesar de los graves disturbios políticos y de los conflictos armados, la población aumentó considerablemente. El liberalismo económico, aunque reflejaba la incapacidad para intervenir efectivamente en la economía nacional, abrió posibilidades mercantiles inexploradas hasta el momento. En 1860, durante el auge de la cochinilla, se calculó un exceso de nacimientos sobre muertes en toda la república de casi 30 por mil. Sin embargo, la dispersión demográfica y la falta de comunicaciones impidieron que la economía desarrollara un dinamismo autóctono. La mayoría de la población seguía viviendo como lo había hecho en el período colonial, dependiente de un sistema agrario rudimentario y técnicas antiquísimas incapaces de competir con las naciones desarrolladas. Mientras la oficina de patentes de Estados Unidos registraba más de mil nuevos inventos agrícolas por año, la mentalidad conservadora de la población rural guatemalteca no hizo nada para modernizar la agricultura. El cultivo de la cochinilla, que se introdujo por primera vez en Antigua en 1815, se convirtió en el monocultivo nacional y exportación principal de Guatemala. Sin embargo, en 1856, el descubrimiento de los tintes artificiales desbarató la economía que tuvo que reconvertir los medios de producción para iniciar el cultivo masivo de café2.
Además, la expansión de la economía exportadora dependía de inversiones infraestructurales que superaban la capacidad de crédito de los mercados internos. Los intentos de crear un banco nacional fracasaron y la modernización del país quedó estancada. Debido a la falta de caminos, las recuas que salían de la capital tardaban cuatro semanas o más en llegar al fondeadero en la costa. El inglés John Bally calculó que este viaje por tierra costaba cuatro veces el flete desde Guatemala hasta Europa.
La idea de progreso está en la base del proyecto de identidad nacional y configura una identidad futura, un «llegar a ser». La barbarie es la antifigura, la identidad rechazada y perseguida; las señas personales que hay que borrar., asociadas al pasado antiguo de la región y a la cultura ancestral de los pueblos mayas.
A propósito de la formulación del discurso nacionalista, Agustín Lacón sostiene en Sentimientos atávicos y formación del imaginario nacional guatemalteco, que la nación de Guatemala se inventa con la lógica de la élite criolla que percibe al Estado y a la nación como su patrimonio, a la vez que proyecta una visión sobre los pueblos indígenas y mestizos y la posición que deben ocupar en la organización política y social descolonial3. Esta nación se concibe como asociación voluntaria de individuos iguales sin ninguna distinción de pertenencia a pueblos y estamentos de la antigua sociedad, por lo cual los individuos ajenos a esta condición pierden el derecho a su representación. Aparece un aparato ideológico de apropiación de la identidad por medio de discursos patrióticos en los que Guatemala es tratada como nación homogénea, y de prácticas y ritos religiosos que configuran el sentido de pertenencia colectiva.
El proyecto de homogeneización de la sociedad empezó durante la época colonial, como legado de la ideología medieval de los conquistadores españoles que calificaron de salvajes, bárbaros e infieles a los distintos grupos étnicos de la región. De esta forma, se desconoció al otro para negarlo y homogeneizar étnica y culturalmente a la nueva sociedad. Los instrumentos empleados fueron la privatización de las tierras, la castellanización y la evangelización. El Estado liberal del siglo xix legitimó el concepto de nación como patrimonio criollo por medio del monopolio cafetalero en el cual se centralizó la economía nacional.
En el campo de la cultura esta identidad nacional encuentra diversos cauces. Por un lado, el de los nacientes medios de comunicación de masas enfocados en los periódicos y revistas que constituían órganos indispensables para mover los espíritus y hacer circular la información. Por otro, la identidad nacional buscó institucionalizarse, lo que llevó a una intensa actividad constitucional y de codificación. Otro cauce a través del cual se manifiesta la afirmación de la identidad nacional es la labor historiográfica, es decir, el registro de la memoria del pasado, la consignación de los hechos presentes y la reescritura de la historia4.
El eje transversal entre todos ellos es la literatura. Fuese mediante ensayos políticos, crónicas históricas o artículos de costumbres, el discurso literario canaliza los intereses y proyectos de construcción de la identidad nacional. La intención del autor de cuadros de costumbres responde a una doble actitud. Pretende mostrar la realidad circundante al mundo exterior, ajeno a su entorno, para lo cual se convierte en testigo testimonial; y muestra la propia moralidad del autor.
Discurso ideológico en Cuadros de costumbres guatemaltecas
Los artículos costumbristas escritos por José Milla, publicados por entregas en la prensa guatemalteca, se recogieron en forma de colección, con el título Cuadros de costumbres guatemaltecas, en 18615. La receptividad de la obra fue notable, que corrobora el hecho de que en el relativamente corto lapso de veinte años después se editara la segunda edición. Según el prólogo de su autor, vinculado al pensamiento conservador y a la clase política guatemalteca, la intención que persigue su obra es de carácter didáctico y moralizante, ya que según él mismo afirma, pretende mejorar las costumbres. Estudios críticos precedentes han valorado esta producción de Milla como un ejercicio literario en el que destacan el humor satírico, la finalidad ejemplarizante y la neutralidad del autor.
En «José Milla y el complejo exhibicionario centroamericano: cuadros de costumbres, visualización del orden y formas de exclusión social en Guatemala (1870-1890)», Patricia Arroyo ve en los artículos de Milla un instrumento al servicio del proyecto de homogenización social6. Señala que el escritor y funcionario público de Rafael Carrera, equipara su actividad como escritor con la del científico que observa objetivamente las escenas sociales, las cuales recrea para fotografiarlas, tal y como el mismo autor admite en «La feria de Jocotenango». Con frecuencia Milla se reconoce como privilegiado del conocimiento y justifica su facultad para utilizar la producción artística —entendida como el acto de describir neutralmente lo observado— como una fórmula para desarrollar una producción científica, pericia a la que alude su artículo «Los monopolios. Proyecto para la creación de una nueva renta», con el que procura efectuar un estudio de economía política.
Así, estos cuadros de costumbres dan cuenta de hechos sociales en los que se representan a las élites oligárquicas de Guatemala, tanto como a las clases populares y a las capas medias urbanas, y constituyen un mecanismo destinado a reorganizar el caos informe y la heterogeneidad intrínseca de lo social a partir de su autoridad. Por esa iniciativa, convierte la desordenada realidad en una representación estática e inteligible de la sociedad que interviene en la creación y consolidación de categorías y clasificaciones sociales, así como de imaginarios de orden y desorden social que contribuirían activamente a la institucionalización de modelos excluyentes de ciudadanía.
Tras estudiar las descripciones de tipos humanos, la materia narrativa de las anécdotas y los cambios en el tono empleado en los artículos, los cuadros costumbristas de Milla pueden agruparse en dos categorías: por un lado, los artículos que tienen como objeto de estudio al estereotipo masculino, en los que se abordan asuntos relacionados con el progreso de la nación y que están escritos en un tono jocoso; por otro, los que presentan personajes femeninos con los que se tratan asuntos de naturaleza ética y moral, y que están desprovistos de la jocosidad de los anteriores. Según esta división, analizaremos el discurso ideológico en Cuadros de costumbres guatemaltecas agrupando en la categoría A los artículos: «Un baile de guante», «El chapín», «El guanaco», «Mi casa de altos», «La temporada», «El paraguas» y «El duelo»; en la categoría B se analizan «Amores crónicos», «El telégrafo», «Las medias naranjas» y «Un niño mimado». No se consideran casos pertinentes para la presente investigación los titulados «Nunca más nacimiento», «Los monopolistas», «El petardista», «Un amigo», «Mis huéspedes», «La tertulia» y «Los animales domésticos».
Categoría A
Uno de los intereses primordiales en la construcción de la identidad nacional guatemalteca, es la homogenización social. A pesar de que el 55 % de la población es indígena, la clase dominante mestiza mantiene en el siglo xix su hegemonía y privilegios en todas las esferas del acontecer nacional. Esta conceptualización de la sociedad guatemalteca como grupo homogéneo constituye el trasfondo ideológico de la totalidad de los cuadros costumbristas escritos por José Milla, aunque es posible identificar una intensificación del proyecto homogenizador en la redacción de dos artículos en los cuales se invisibiliza el papel de los grupos indígenas en la cultura nacional guatemalteca. Dichos artículos son «El paraguas» y «El duelo», los cuales constituyen casi una sola unidad temática si consideramos el hecho de que su organización secuencial en la colección es consecutiva.
A diferencia de otros artículos, «El paraguas» no tiene como objeto de observación del autor un tipo humano cuyas costumbres criticar, sino un utensilio de uso tan necesario en Guatemala que, según la voz del narrador, forma parte del atuendo diario de algunos sujetos que caminan siempre de la mano de un paraguas, independientemente de la estación del año. De la época colonial, proceden unos enormes paraguas que el autor valora por su utilidad en la región guatemalteca, donde las lluvias torrenciales convierten este aparato doméstico en un escudo frente a los avatares de la naturaleza. Compara este paraguas del pasado con otros modelos modernos, que acompañan el progreso de las naciones, pero que están despojados de su utilitarismo, ya que, al haber reducido su tamaño y peso, exponen al usuario a terminar empapado irremediablemente. Hasta aquí, las observaciones del autor están revestidas del acostumbrado tono ocurrente y aparentemente inocente del discurso.
Puesto a comparar paraguas, para el autor el mejor de todos es el suyacal, el cual «no tiene tafetán, ni varas de hierro, ni ballenas; pero yo tengo para mí que debe defender mejor de la lluvia que los quitasoles que hoy usamos con el nombre de paraguas (…) Someto pues respetuosamente esa idea a los proteccionistas de la industria indígena» (125). El tono paternalista empleado por el autor cuando se refiere a los indígenas como «nuestros indígenas» se desvanece a la hora de defender su cultura y patrimonio. El posesivo nuestros no se emplea para adjetivar la industria indígena porque el autor percibe al indio como al otro, con el cual no hay identificación ni empatía ni redes de solidaridad. Aunque es la descripción la técnica motora de los artículos de costumbres de Milla, la omisión de la que corresponde al suyacal, es signo del desprecio y desinterés por las culturas originarias. Si se despertara en el lector foráneo el deseo de conocer la materia, forma y resistencia del suyacal, tendría que recurrir a una enciclopedia etnográfica para satisfacer su curiosidad.
En «El duelo», se expone una anécdota ocurrida en el velorio de un muerto, y refleja un desprecio tácito por las costumbres de las culturas originarias guatemaltecas, en las cuales los actos fúnebres incorporan danza, canto y la ingesta de bebidas alcohólicas. El grado de intolerancia del autor hacia estos rituales se manifiesta en la construcción de un discurso determinista que asocia los rituales fúnebres en los que se canta y baila, con lo orgiástico, vicioso e instintivo:
Apenas hay entre las costumbres de nuestro pueblo otra que me horripile más que esa de beber, reír, cantar, bailar, etc., en presencia de un cadáver (…) Ese despojo frío de la muerte presidiendo a las bacanales de los vivos, tiene algo de espantosamente romántico; digno de ser escrito por la pluma de Byron. ¿Qué especie de sentimiento es el que revela esa asociación extraña de dos ideas tan contradictorias? ¿Se pretende ahogar la pesadumbre entre la excitación de la orgía? Es indolencia. Es el vicio con sus peores instintos (…)(127).
Asociada al tratamiento del problema indígena y al proyecto de homogenización social, se encuentra el binomio civilización / barbarie. La idea que preconiza el progreso como eje fundacional de la identidad nacional guatemalteca se manifiesta en los artículos costumbristas de Milla por medio del discurso ideológico implícito en «El guanaco» y «El chapín». Al igual que en el caso anteriormente observado, estos artículos podrían considerarse como unitarios, ya que abordan similares motivaciones temáticas y ocupan un orden consecutivo en la organización secuencial de la colección.
El «guanaco» diserta sobre el tipo humano de provincia, el cual es objeto de burla y ridiculización por parte de la sociedad citadina: «Llamamos guanaco, no solo al que ha nacido en los estados de Centroamérica, que no son Guatemala, sino a los naturales de los mismos pueblos de la república» (49). Las observaciones del autor en este artículo ponen de manifiesto el desprecio de las clases letradas a las que pertenece Milla, así como el rechazo de la sociedad burguesa hacia la forma de vida rural: «Un habitante de alguna de esas poblaciones, en medio de nuestra relativamente adelantada sociedad, es un objeto curioso, digno de estudio» (51).
La anécdota se resume en la historia de un nicaragüense que visita Guatemala, quien en cinco años experimenta una notable evolución en sus modales y costumbres. El contacto permanente del personaje con una sociedad más civilizada que la suya, le proporciona un gusto más refinado en todos los órdenes de la vida. Así, Marcos Morolica aprende a vestirse según los dictámenes de la moda, inserta en su registro de habla neologismos y extranjerismos en boga, frecuenta teatros en los que derrocha su capital e incluso adapta su nombre para darle un barniz de extranjerismo esotérico que lo convierte en Marco Antonio. Repentinamente, el elegante personaje desaparece dejando tras de sí deudas y despechadas. Al respecto, las reflexiones del autor establecen una interesante disociación entre civilización y sociedad burguesa capitalista en la medida en que esta última genera tipos humanos predominantemente egoístas y amorales:
Marcos cuando vino de su tierra era ridículo, la cultura había hecho de él un holgazán y un ser pernicioso a la sociedad. ¡Y llaman a esto civilizarse! Confieso que me agradaba menos aun bajo su nueva forma, que cuando conservaba, bajo la rudeza de su aldea, la sencillez de sus costumbres y la sinceridad inofensiva del campesino (55).
«El chapín» es un medio para valorar la idiosincrasia vernácula y frenar la veneración de lo europeo y extranjerizante. La reflexión del autor se realiza por medio de una contraposición ideológica implícita. Por un lado, retrata las características morales del guatemalteco, entre las que destacan ciertos defectos: «es apático y costumbrero; no concurre a las citas y, si lo hace, es siempre tarde; se ocupa de los negocios ajenos un poco más de lo que fuera necesario y tiene una asombrosa facilidad para encontrar el lado ridículo a los hombres y las cosas» (40). Por otro, concluye la narración de la anécdota con una valoración positiva de las costumbres nacionales. La carta que le envía su amigo Cándido Tapalcate, el cual nunca había salido de Guatemala, contándole al narrador los infortunios de su viaje y estancia en Londres, donde pretendía buscar nuevos mercados para la exportación de su cochinilla, representa una arraigada adhesión del autor a lo nacional, a pesar del tono jocoso de la enunciación:
La gente aquí, amigo Salomé, es muy malcriada. Yo saludo a todo el mundo en la calle, en el hotel, en todas partes, y nadie me contesta. Cuando voy a entrar por una puerta y entra otra persona al mismo tiempo, me detengo y cedo el paso. Como si nada; entran sin hacer caso de mí, de Don Cándido Tapalcate, antiguo municipal y dueño de una gran nopalera en Guatemala. ¿Qué me dice usted de eso? (47).
«Un baile de guante», «Mi casa de altos» y «La temporada» narran sucesos en los que el narrador se configura como protagonista de la acción. Tienen en común el situar al personaje en la vacilante encrucijada entre las costumbres procedentes de la tradición y las novedosas del mundo moderno. En principio, el narrador manifiesta una convencida resistencia ante los nuevos hábitos asociados a las innovaciones del progreso, tales como participar en bailes multitudinarios, remodelar las antiguas y amplias casonas añadiéndoles un segundo piso, o bien abandonar la comodidad de los espacios urbanos para oxigenar el espíritu en la campiña durante la estación estival. No obstante, movido por la inclinación del guatemalteco a la imitación, acaba cediendo. Organiza un baile de guante que termina en batalla campal. Construye una segunda planta que le provoca gastos no presupuestados originalmente, ocasiona impensados conflictos familiares y termina por alquilar una casa, similar a la que tenía antes de la remodelación. Viaja a la periferia y sufre todo tipo de calamidades.
El autor concluye reflexionando acerca de la importación utópica de modelos que idealizan políticas de desarrollo irrealizables, planes de convivencia pacífica y de bienestar inalcanzables en la Guatemala de su época: «No es prudente adoptar novedades cuando no hay tal vez los elementos necesarios para que sean de positiva utilidad y verdadera conveniencia» (65).
Categoría B
«Amores crónicos» es el primer artículo focalizado en personajes femeninos, doña Rufina y sus tres hijas cuyas edades oscilan entre dieciocho y veintidós años. Otro rasgo diferenciador del artículo es el posicionamiento del autor, quien por primera vez apela a sus lectoras. Del aparentemente ingenuo apóstrofe se podría deducir el carácter excluyente de los artículos anteriores, que estarían dirigidos a un público no femenino, o bien una forma de advertir a los lectores masculinos despreocupados por temas del interés de las mujeres.
También la estructura de la narración se diferencia de las de otros artículos, ya que el discurso se articula en cuatro partes que corresponden a distintas etapas de la vida de las hijas de doña Rufina. En la parte i, se expone una descripción física de las jóvenes a las que se le atribuye cierta sangre ligera. En vista de que en esta ocasión el cambio en el tipo de letra no corresponde al empleo de ningún latinismo, neologismo o extranjerismo, como se aprecia en otros artículos, estimo que la expresión resaltada es un eufemismo con el cual el autor disimula decorosamente su puritanismo. La imagen es seguida por un retrato de los personajes que destinan su ociosidad a la lectura de novelas sentimentales. La conjunción de estos dos elementos —sangre ligera y ficciones literarias— conducen a las hijas de doña Rufina, según el criterio del autor, al engaño. Incapaces de imaginar que los tres jóvenes que las visitan durante años terminarán aburriéndose y hasta buscar nuevas compañías, Gertrudis, Concha y María son víctimas de un abandono repentino y simultáneo, sin aparente razón que justifique la estampida de los pretendientes:
Carlos advirtió, una noche que su novia le guiñó el ojo, cierto repliegue del cutis que fue muy poco de su gusto, y dijo al salir de la casa a sus compañeros de aventura, que a él le era materialmente imposible amar a una mujer con pie de gallo(167).
En la parte ii, el narrador describe la actitud orgullosa de doña Rufina que alquila una carreta para devolver a los infortunados amantes de sus hijas, las cartas de amor, pañuelos bordados, trenzas y «otros cachivaches» acopiados durante los once años de amor y de ilusiones. Esta sección se cierra con los versos del Soneto x de Garcilaso de la Vega «Oh dulces prendas por mi mal halladas», que intensifican el tono cínico del autor.
En el desenlace, el narrador asiste a doña Rufina después de que en tan solo un año de haber muerto repentinamente la primogénita Gertrudis, por tuberculosis pulmonar, y a Carlotta quien «resolvió morir para el mundo y sepultar sus dolorosos recuerdos en el fondo de un claustro» (168). Inquieta ante la proximidad de su muerte y el desamparo de la única hija que le quedaba, decide arreglar un matrimonio por conveniencia con un anciano, primo de su marido, que vivía en los confines de la república. Mariquita, sin sospechar la edad de su futuro esposo, viaja al encuentro de don Cornelio Micon del Bosque en compañía de su madre y del narrador. Pese a que el encuentro entre los desposados reduce la tensión melodramática de la historia con cierta jocosidad, y de que el horror que sobrecoge a Mariquita parece aliviarse con la presencia del joven secretario que asiste a don Cornelio, la procacidad que reviste el tono de las últimas páginas permite vislumbrar el pensamiento misógino del autor:
No he tenido después noticias del dichoso matrimonio; pues aun cuando he oído decir que Mariquita ha dado en equivocar al secretario con el corregidor, me parece imposible; atendida la enorme diferencia que hay entre uno y otro personaje (171).
La reflexión de cierre es moralizante. Aunque el autor reconoce que los pretendientes actuaron con ligereza al contraer compromisos que no cumplirían, enfatiza que el antojadizo sentimentalismo de las mujeres, junto a su escaso juicio y razón, propician ocasiones como esta. Que la meditación de Milla no considere el estigma del papel de género, según el cual el destino de la mujer era en el mejor de los casos el matrimonio, o el del claustro como alternativa, delimita el prejuicio naturalmente asumido por las sociedades patriarcales. Todos los personajes femeninos representados son despojados de su dignidad. Este tipo de agresión emocional, deliberada o no, perpetrada bajo las formas de la ridiculización de la mujer, la coerción moral, la sospecha, la intimidación, la condena de su sexualidad, su desvalorización como persona, es un instrumento de alienación que reduce y mina la autoestima y autonomía de las mujeres.
En 1850, una carta demoraba dos meses en transitar la corta distancia entre Guatemala y Costa Rica. Durante la segunda mitad del siglo xix se fueron introduciendo las técnicas de transmisión electrónica, abriendo la posibilidad de comunicarse casi instantáneamente con otras partes del mundo. Sin embargo, la implementación del telégrafo exigía la inversión extranjera. Milla resuelve el conflicto del progreso en las telecomunicaciones acudiendo a ciertos tipos humanos de la idiosincrasia guatemalteca capaces de emular las bondades de la comunicación telegráfica. «El telégrafo» sirve para ridiculizar los avances tecnológicos asociados a la modernidad; sin embargo, la caracterización que propone de los telégrafos humanos según su género propicia dos niveles de crítica social.
El telégrafo-hombre es descrito positivamente y la crítica a los excesos que comete por divulgar asuntos íntimos y ajenos, es moderada y benevolente:
El telégrafo-hombre sirve el empleo de observador general (…) Lo averigua todo, lo huele todo, y como se dice comúnmente, nunca ve ni oye para callar, sino para referir a otro lo que ha visto u oído (…) el telégrafo tiene especial gusto en transmitir (…) Enemigo jurado del silencio, disipador de cuanto adquieres, espíritu vital de nuestra sociedad, ¿qué haríamos sin ti? (176).
La mujer-telégrafo se describe con mordacidad. La crítica correspondiente a su figura muestra la aversión del autor ante una existencia hierática que genera la discordia y el caos. La difusión de los chismes que justifican su razón de ser, es maliciosa; no proporciona ninguno de los beneficios atribuidos al hombre-telégrafo, cuya existencia es indispensable:
No hay duda de que el hombre-telégrafo es un admirable y útil instrumento para la transmisión de las noticias; pero hay algo todavía que es mejor que él, y ese algo es la mujer-telégrafo que excede al otro en la espontaneidad con que funciona, en el excelente surtido de noticias de que dispone, acomodado al gusto de toda clase de consumidores, y en la asombrosa celeridad con que las distribuye. La mujer que se dedica a la telegrafía, hace, ella sola, mejor y más deprisa, la obra de cinco o seis telégrafos machos. A caso consistirá esto en que los hilos metálicos de que están formadas las crinolinas presentan mayor facilidad para la transmisión de noticias (175).
Uno de los delitos asociados a las costumbres e idiosincrasia guatemaltecas es la violencia de género. Puede que sea este el factor que hermana con mayor ecuanimidad a las distintas etnias y culturas que conforman la sociedad chapina. En este sentido, es pertinente destacar las descripciones que condimentan el discurso de Fernando Juárez Muñoz en su ensayo El indio guatemalteco (1946)7, cuya sección titulada «Costumbres» anota la brutalidad con la que el indio golpea a su mujer si esta no sabe desempeñar cabalmente su cometido, esto es, los oficios del hogar y las faenas agrícolas.
«Las medias naranjas» documenta la cultura de la violencia machista en Guatemala. La agresión física a manos de su esposo de la que es víctima la mujer descrita en este artículo, es objeto de burla y escarnio público:
La crónica escandalosa de la ciudad atribuye las canas y arrugas prematuras de doña Martina a la mala vida que le dio el que está gozando de Dios. Cuando habla o ríe, se advierte que le faltan dos de los dientes delanteros, cuya temprana ausencia no fue, según se dice, causada por deserción voluntaria, sino resultado de un encuentro que tuvo un día, sin saberse como, la boca de doña Martina con el vigoroso puño del esposo amado, cuyo choque hizo saltar dos incisivos de la mandíbula superior (…) Cuentan que después de aquel lance, los graciosos dieron en despachar a todos los que padecían de las muelas, a casa del marido de doña Martina, diciéndoles que las sabía sacar bien y de balde (186).
El cinismo del autor en estas líneas es delirante; su discurso ideológico, patriarcal y hegemónico, proyecta una intencionalidad perversa. Lejos de emplear la anécdota narrada como herramienta para criticar la violencia de género, la utiliza para ridiculizar a la víctima. Concibe como aberración del espíritu del personaje, el hecho de que su desgraciada experiencia de vida no le sirviera de escarmiento puesto que aconseja a sus sobrinas el matrimonio. Y, como habíamos visto en el análisis de «Amores crónicos», el autor evita considerar las restricciones de la sociedad patriarcal, que subyugan la existencia de la mujer a su función conyugal y reproductiva.
Así, la reflexión concluyente tras el devenir de los acontecimientos, según los cuales las sobrinas de doña Martina recibieron de sus maridos los males de la violencia física y patrimonial, trata con escasa rigurosidad ética el conflicto de los personajes. El autor, en lugar de criticar la falocracia del comportamiento masculino, concibe el ejemplo tratado como lección para las mujeres que buscan casarse a toda costa. De ahí que el inicio de la redacción del artículo invoque la atención de sus lectoras.
Este ciclo de artículos en los que se construye un perfil de masculinidad hostil e indolente en torno a la situación de la mujer, culmina con el ensayo que aborda el tema de la maternidad. «Un niño mimado» se construye a partir de la figura del hijo único de unos padres que no supieron educarlo, reprenderlo ni poner límite a sus retorcidas travesuras. Esta condescendencia con el carácter malvado del niño permite que se convierta en un tirano capaz de las peores fechorías.
El tratamiento de los personajes progenitores del joven Judas, acusa una sospechosa intencionalidad por parte del autor. El nombre del padre, don Cándido, denota una condición psicológica en el personaje que provoca la compasión del lector. Este proyecto ideológico en el papel actancial del personaje masculino culmina con la descripción de su muerte: «Así jugaba aquel mal hijo con el candor y con la buena fe de su anciano padre. Los disgustos fueron quebrando la salud de don Cándido, y al fin hubo de sucumbir, dejando a su hijo de edad de veinticuatro años» (205).
La madre de Judas tiene por nombre doña Lupercia, variante femenina de san Lupercio, mártir que murió degollado en la castellana León del siglo iii, con la persecución del emperador Diocleciano. Lo apropiado del nombre del personaje femenino, cuya vida fue un penoso calvario, podría interpretarse como una de las tantas ocurrentes perspicacias del autor si la reflexión del desenlace no revistiera un humor negro de indecoroso mal gusto: «Era Judas Guzmán, el malo, como le llamaban ya, que estaba condenado a diez años de presidio con retención. Había asesinado a un hombre, por instigación de una mala mujer, con quien vivía aquel desdichado joven. Una pobre anciana, cubierta de harapos, que llevaba en la mano envuelta, en una servilleta sucia, un montón de tortillas y una taza de frijoles, seguía trabajosamente la cuerda. Era doña Lupercia Paz, a quien Dios había querido prolongar la vida para que fuera a la vez testigo y víctima de las deplorables consecuencias de la mala educación de aquel niño mimado» (208).>
Esta madre, despojada de todos sus bienes por su hijo y que resiste hasta la vejez a pesar de la miseria y del oprobio, simboliza con su martirio un verdadero auto de fe cuya trascendencia no puede ser aprehendida por la lógica del autor. Quienes leemos en este siglo xxi desciframos la ilegitimidad y doble moral del rancio discurso del patriarcado que permite más libertad de conducta al hombre y que juzga con distinto rasero a las mujeres.
Conclusiones
El enfoque ideológico en Cuadros de costumbres guatemaltecas establece oposiciones binarias progreso / tradición; urbe / campo; hombre / mujer; razón / emoción como representaciones del dualismo cartesiano mente / cuerpo, y desde esta perspectiva se formulan las condiciones con las que perpetuar la hegemonía de los discursos racistas y sexistas. Esta obra responde a la urgencia del proyecto nacionalista de Guatemala desde una idealización imaginaria y utópica de sus rasgos identitarios. La revisión de los comportamientos, hábitos, virtudes y manías de los arquetipos humanos se aborda desde una perspectiva ideológica que legitima la homogeneidad social de la nación e invisibiliza la herencia cultural de los pueblos originarios. La exclusión es la doctrina que permea el tratamiento de los personajes en virtud de su género, procedencia étnica y localización geográfica. Las relaciones masculinidad-feminidad se construyen en torno a estructuras de dominación patriarcal dando lugar a un fenómeno según el cual la identidad nacional se articula según el sistema de apropiación de los privilegios de la élite masculina. La subordinación de los sectores sociales abanderados por mujeres, indios y campesinos establece los límites de una identidad nacional monolítica ajena a los procesos de hibridación e inclusión concomitantes al mestizaje cultural.
Tal y como Luis Cardoza y Aragón señala en Guatemala: las líneas de su mano, «este plácido costumbrista no podía advertir que la gran burguesía de su tiempo, heredera del fausto y el oscurantismo coloniales, no representaban bien a Guatemala».8.
1 Maestría en Estudios de Cultura Centroamericana. Correo electrónico: omendez1@hotmail.com
2 Para una información más pormenorizada, puede consultarse de Pío Casal, Reseña de la situación general de Guatemala, 1863. Jorge Luján Muñoz, ed. (Guatemala: Academia de Geografía e Historia de Guatemala, 1981).
3 Agustín Haroldo Lacón Solórzano, «Sentimientos atávicos y formación del imaginario nacional guatemalteco», Cuadernos Americanos 144 (2013): 89-107.
4 Jorge Mario García Laguardia, La génesis del constitucionalismo guatemalteco (Guatemala: Editorial Universitaria, 1971).
5 José Milla, Cuadros de costumbres guatemaltecas, dos tomos, 2.ª ed. (Guatemala: El Progreso, 1882). Accesible en línea en: https://archive.org/details/cuadrosdecostumb12salmguat. En adelante, los números de página se indican entre paréntesis en el texto.
6 Patricia Arroyo Calderón, «José Milla y el complejo exhibicionario centroamericano: cuadros de costumbres, visualización del orden y formas de exclusión social en Guatemala (1870-1890)», Revista Estudios Digital IV, 10 (2016).
7 Fernando Juárez Muñoz, El indio guatemalteco. Ensayo de sociología nacionalista (Guatemala: Sociedad de Geografía e Historia de Guatemala, 1946).
8 Luis Cardoza y Aragón, Guatemala: las líneas de su mano (México: Fondo de Cultura Económica, 1955) 165. Accesible en: http://www.benjaminmadeira.com/2015/10/guatemala.html
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