URL: http://www.una.ac.cr/salud
CORREO: revistamhsalud@una.cr
Revista MHSalud® (ISSN: 1659-097X) Vol. 1. Nº. 1. Setiembre, 2004.
RECOMENDACIONES PARA LA EVALUACIÓN DE LA ACTIVIDAD FÍSICA EN POBLACIÓN INFANTIL
RECOMMENDATIONS FOR THE ASSESSMENT OF PHYSICAL ACTIVITY IN THE INFANTILE POPULATION
Carlos Álvarez Bogantes, Dr.
Escuela Ciencias del Deporte, Universidad Nacional, Costa Rica
calvarez@una.ac.cr
RESUMEN
El
propósito de este artículo fue el de revisar los patrones
de movimiento de los niños y las niñas y como estos
pueden impactar la evaluación de la actividad física.
Para el logro de la evaluación de esta se requiere de
instrumentos que sean sensibles para que se detecte, codifique o
registre la actividad física esporádica e intermitente de
los niños y las niñas, sin olvidar las regulaciones que
existen en el nivel científico. Varios de los instrumentos de
más uso son: el autorreporte, la observación directa y el
monitoreo de la frecuencia cardiaca. Los autorreportes requieren
de habilidades de pensamiento abstracto y de buena memoria, lo que en
edades tempranas no se ha desarrollado, por otro lado, la
observación directa y el monitorio cardiaco, requieren de gran
cantidad de tiempo y de alta tecnología para su
aplicación, respectivamente. La recomendación más
ampliamente extendida, es que se recurra a una combinación
instrumentos, para garantizar la mayor cantidad de información y
de validez de la investigación.
PALABRAS CLAVES: autorreportes, patrones de movimiento, monitores cardiacos, actividad física, observación.
ABSTRACT
The purpose of
this article was to review movement patterns of children and how they
may impact the assessment of physical activity. To accurately assess
these patterns, sensitive instruments are required to detect, code, or
record children’s sporadic and intermittent physical activity,
also taking into consideration scientific regulations. Some of
the most widely used instruments are: self-reports, direct observation,
and heart monitoring. Self-reports require abstract thinking and
good memory, abilities that have not yet been developed in the early
years. On the other hand, direct observation and heart monitoring
are more time consuming and require advanced technology,
respectively. The most accepted recommendation is combining
instruments to ensure greater quantity of information and more validity
in the research.
KEYWORDS: self-reports, movement patterns, heart monitors, physical activity, observation.
INTRODUCCIÓN
La medición de la actividad
física en los niños y las niñas es una empresa
importante y retadora, debido a que esta población sufre cada
vez más los efectos de patrones de vida sedentarios, propiciados
no sólo por condiciones tecnológicas que estimulan
estilos de vida inapropiados, sino también, por una cultura de
inmovilidad, que eventualmente podría ponerlos en mayor riesgo
de enfermedades degenerativas (Rowland, 1990; Shephard, 1994). Los
estudios más importantes han mostrado que los niños y las
niñas más activos (as), presentan mejores niveles de
aptitud física para la salud (Bar-Or, 1982; Sallis, Buono, Roby,
Micale, & Nelson, 1993), presiones sanguíneas más
bajas, niveles más bajos de HDL-colesterol y de grasa corporal
(Freedson et al, 1989; U.S. Department of Health and Human Services,
1996), lo que disminuye el riesgo de enfermedades cardiodegenerativas
para este grupo. Sin embargo, los beneficios de la actividad
física en la prevención de estas enfermedades en los
niños y las niñas, no se han establecido
contundentemente, debido a que las conductas inapropiadas para la salud
toman tiempo para que causen los efectos nocivos en el organismo o para
que influencien la aparición de enfermedades crónicas,
las cuales son desequilibrios orgánicos que se manifiestan en la
vida adulta, en la mayoría de los casos (U.S. Department of
Health and Human Services, 1996).
Algunos estudios reportan una
relación positiva moderada entre inactividad física y los
factores de riesgo coronario (Welk & Wood, 2000); pero otros han
reportado resultados no significativos estadísticamente. En el
presente, sigue creciendo la información relacionada con el
proceso de inicio de aterosclerosis en edades más tempranas, lo
que aumenta la importancia de la actividad física en el entorno
escolar para poder impactar con mayor éxito los hábitos
saludables de los niños y las niñas. Aunado a lo
anterior, la evidencia también muestra que los factores de
riesgo coronario (hiperlipidemias, sedentarismo, obesidad y fumado) que
propician la aterosclerosis y la enfermedad coronaria, se extienden
dentro de la vida adulta (Harrel et al, 1998), aumentando las
probabilidades del desarrollo de las enfermedades cardiodegenerativas.
Gran variedad de estudios ha mostrado la efectividad del uso de la
actividad física en la intervención en los niños y
las niñas con obesidad, en la disminución de factores de
riesgo de enfermedades degenerativas, en el tratamiento de la diabetes
mellitus y en la disminución de niveles de sedentarismo en los
(as) jóvenes (Eptein, 1984; Mahoney, Lauer, Lee, & Clarke et
al, 1991; Whitaker, Wright, Pepe, Seidel & Dietz, 1997; Rippe &
Hess, 1998; Pate et al, 1999). No obstante, la medición de esta
variable en la niñez presenta limitaciones metodológicas,
que dificultan la utilización de formas no invasivas y exactas,
a la hora de realizar las medidas. Esto hace necesario desarrollar
medidas de la actividad física que sean prácticas, de
bajo costo y exactas, que aseguren resultados más confiables y
válidos.
Muchos métodos y
técnicas para medir el movimiento corporal han sido reportados
para ser usados en población adulta. Welk y Wood (2000)
revisaron infinidad de instrumentos, incluyendo autorreportes,
observaciones directas, instrumentos
mecánicos y electrónicos, monitores de
frecuencia cardiaca, calorimetría indirecta y otros. Cada una de
las formas mencionadas tiene sus debilidades y puntos fuertes, que
deben ser considerados a la hora de seleccionar una de las opciones
anteriores. No existe instrumento o metodología que sirva para
todos los objetivos (Pate, 1993; Wareham et al, 1998).
El propósito de este
artículo, es el de enfocarse en las diferentes formas de medir
la actividad física de los niños y las niñas, y
recomendar las mejores opciones, bajo las características
particulares de esta población. Aunque algunos de los temas o
enfoques que se mencionarán serán aplicables a todas las
poblaciones, el mayor esfuerzo recaerá en la población
escolar.
DESARROLLO
Métodos para la medición de la actividad física en los niños y las niñas
A la hora de escoger el método
para determinar la actividad física en los niños y las
niñas, se requiere que ese término quede bien definido,
pues este se refiere a cualquier movimiento del cuerpo producido por
los músculos esqueléticos que resulta en un determinado
gasto calórico (Caspersen et al, 1985). En la práctica
investigativa, la definición operacional de la actividad
física depende en cómo es medida y registrada. Las
variables de frecuencia, intensidad y duración son
comúnmente usadas para caracterizar los patrones de movimiento;
otra variable de interés es el gasto calórico. Para los
fines de este artículo se han escogido cuestionarios, monitores
cardiacos y sensores de movimiento como las formas más
apropiadas para la medición de los patrones de movimiento en los
niños y las niñas (Welk et al, 2000).
Autorreportes o cuestionarios autoaplicados
Los cuestionarios continúan
siendo la forma más usada al medir la actividad física.
Sin embargo, es importante tratar de mencionar sus fortalezas y
debilidades con el objeto de determinar la conveniencia de usarlos con
los niños y las niñas. En el presente trabajo los
autoreportes pueden ser cuestionarios autoadministrados, recordatorios
de 24 horas o las entrevistas. Los beneficios reconocidos de los
autoreportes comprenden la facilidad para obtener la información
cuando se trabaja con grupos grandes, a un costo reducido. Los
cuestionarios y autoreportes no alteran la conducta que se estudia y
posibilitan el estudio de todas las dimensiones de la actividad
física (Sallis, et al, 2000; Pancrazi et al, 2000; Welk et al,
2000). Estos han sido usados con amplios rangos de edad, propiciando
que las mediciones puedan ser adaptadas para calzar las necesidades de
una población específica o a una pregunta de
investigación. Cuando se discuten las limitaciones de los
autoreportes o cuestionarios de autoaplicados, autores como Ainseworth
et al (1994), Warnecke et al (1997) advierten que especialmente los que
requieren recordar la actividad física, necesitan destrezas
cognitivas complejas. Los niños, las niñas y los adultos
mayores están propensos a tener limitaciones con la memoria a la
hora de recordar y registrar la información requerida, lo que
limita el uso de estos instrumentos en estas poblaciones.
Adicionalmente, es importante tomar en cuenta a la hora de utilizar los
cuestionarios o autoreportes la aclaración de términos
que son ambiguos en su naturaleza como actividad física,
moderada intensidad y tiempo libre.
Otros estudios han utilizado
instrumentos de reportes autoaplicados (Craig et al, 1996; Gortmaker et
al, 1999), que han reportado niveles de actividad física
superiores a los reportados usando monitores cardiacos o
técnicas de observación. Algunos autores, como Welk
(2000) y Pate et al (1996) sospechan que usando los autoreportes o
cuestionarios se podría presentar una sobreestimación de
los niveles de actividad física en los niños y las
niñas. Ellos argumentan que una percepción exagerada del
tiempo y el esfuerzo podría causar que los resultados obtenidos
se alteren con los auto reportes.
Los instrumentos de autoreporte en
los (as) jóvenes, en los niños y las niñas
evidencian un gran auge, como lo puede indicar el encontrar 17
referencias, que han demostrado relativa validez y confiabilidad. Sin
embargo, esta cantidad de literatura es solo una reproducción de
mediciones, en vez de sistematizar la exploración y
medición en todos los rangos de edades de los niños, las
niñas y los jóvenes. Sallis (1991) ha reportado solo una
correlación moderada entre varias formas de autoreportes y otros
criterios objetivos. La carencia de una correspondencia fuerte y la
tendencia descrita de la sobreestimación en estos instrumentos
ha conducido al consenso de que los niños y las niñas no
pueden proveer información exacta de sus patrones de movimiento.
Dentro de las formas mencionadas en
este artículo de autoreportes la mayoría de autores
concuerdan en que los recordatorios de 24 horas muestran las mejores
posibilidades en los niños y las niñas (Pate, 1993;
Sallis et al, 1993; Sallis, 1991). El punto fuerte de este recordatorio
es que es más fácil recordar lo del día anterior
que lo de una semana, así es como valores de intensidad,
frecuencia y duración son fácilmente recordadas. Una de
las debilidades que se le achacan es que la información debe ser
obtenida en diferentes días para tomar en cuenta la variabilidad
intraindividual en los patrones de actividad. (Welk et al, 2000). Para
evitar este tipo de error algunos investigadores recomiendan registrar
los bloques de actividad de los participantes en lugar del tiempo
(Trost et al, 1996; Weston, Petosa & Pate, 1997). También,
Going et al (1999) recomiendan convertir la información en un
índice de actividad que incorpore las variables de intensidad y
duración.
Un cuestionario de 24 horas que ha
sido aceptado es el Recordatorio del Día Previo de Actividad
Física (Weston et al, 1997). Este recordatorio enfatiza las
actividades realizadas antes y después de la escuela en bloques
de 30 minutos, por lo que se considera una herramienta apropiada para
determinar la cantidad de actividad que los niños y las
niñas ejecutan durante su tiempo libre. Observando la actividad
física realizada y las conductas sedentarias ejecutadas, se
puede desarrollar una intervención para incrementar los momentos
de actividad física y disminuir el sedentarismo (Eptein et al,
1995; Eptein et al, 1997). Aunque los recordatorios de 24 horas son los
que están en boga, los que se realizan sobre un periodo de
tiempo de una semana, se consideran más representativos. Este
formato asume que la semana previa es representativa de la actividad
del niño y la niña en otras semanas. Sin embargo, tiene
las debilidades de confiar en la memoria y en que ellos mantienen una
conducta de movimiento similar a través del año, lo que
ignora los cambios producidos por el clima en los patrones de
movimiento a estas edades (Welk et al, 2000).
Uno de los recordatorios más
usados a la hora de medirla es el Cuestionario de Actividad
Física para Niños (Crocker et al, 1997; Kowalski et al,
1997), el cuál fue diseñado para evaluar la actividad en
los siete días previos, pero también puede ser usado para
constatar los niveles típicos de actividad física. Si el
objetivo es el de describir los hábitos generales de los
niños y las niñas, algunas formas alternativas que no
utilizan la frecuencia, intensidad y duración de la actividad
pueden usarse, con el objeto de discriminar entre la población
activa y la sedentaria (Crocker, et al,
1997).
Independientemente de la forma que se
utilice para recolectar la información, los resultados pueden
ser mejorados, desarrollando nuevas formas de capacitación en
los procedimientos para completar los cuestionarios o autoreportes.
Para finalizar este apartado se puede decir que hay una cantidad de
autoreportes para medir la actividad física en niños y en
niñas con la adecuada confiabilidad, con la validez de contenido
apropiada, que pueden ser usados. Se encontró una deficiencia en
los autoreportes que determinan fuerza, flexibilidad u otras
dimensiones de la aptitud física para la salud.
Sensores de movimiento
Los sensores son instrumentos
mecánicos y electrónicos que detectan movimiento y
aceleraciones de una extremidad o el tronco, dependiendo en donde el
aparato es sujetado. En la actualidad hay diferentes tipos de aparatos
que difieren en complejidad y costo, que van desde los
podómetros hasta los más sofisticados
acelerómetros (Basset, 2000).
Gran cantidad de estudios han
examinado la confiabilidad y validez de estos aparatos en los
niños y en las niñas, en condiciones de laboratorio y en
el campo (Eston et al, 1998; Welk & Corbin, 1995; Trost et al,
1998). Similar a los estudios con los adultos, el consenso general es
que los sensores de movimiento brindan medidas
válidas de la actividad física,
pero resultados relativamente cuestionables del gasto
energético. Una de las limitaciones que presentan los sensores
es la imposibilidad de evaluar el tren superior del sujeto cuando
realiza actividades de lanzar, agarrar, levantar, halar y otras de la
vida diaria que incluyen movimiento del tren superior. Bouten et al
(1997) han reportado que los sensores de movimiento al ser usados para
valorar la actividad física en la vida cotidiana ofrecen
resultados menores de gasto calórico. Aunque investigaciones
similares no han sido realizadas en los niños y en las
niñas, se sospecha que lo mismo pasaría al evaluar la
actividad intermitente a estas edades. Cuando se usan los sensores de
tres dimensiones se cree que estos ofrecen ventajas
sobre los de una dimensión, esto no ha sido
corroborado en las investigaciones consultadas. Para evitar
errores en las estimaciones del gasto energético, Welk et al
(2000) recomiendan reportar los pasos o los minutos de actividad. Uno
de los acercamientos más comunes en la investigación de
campo usando sensores es usar puntos de quiebra para determinar la
cantidad de tiempo gastado en diferentes categorías de
intensidad (Janz, 1994). Aunque se pudiera pensar que esta es una
estrategia apropiada, se debe tomar en cuenta que esta
produciría reportes de gasto calórico inferiores en los
niños, se basan en el número de cuentas registradas
durante un episodio continuo de actividad. Debido a que la
mayoría de acelerómetros usan un procedimiento integrado
para resumir las cuentas de los movimientos, el valor al final del
minuto refleja el total de cuentas del tiempo reportado, esto hace que
periodos cortos de alta intensidad sean ignorados por los periodos de
descanso, cuando se realiza el reporte del minuto (Dale, 1999). Los
valores de la actividad en esos minutos pueden ser tomados como tiempo
inactivo, si los puntos de quiebra están basados en las cuentas
que suceden durante el ejercicio continuo. Para evitar este error
potencial, los puntos de quiebra deben considerar la actividad
intermitente en la conducta de movimiento de los niños y las
niñas (Basset, 2000; Welk et al, 2000). Bajo esta perspectiva,
técnicas de observación realizadas al mismo tiempo de la
utilización del sensor podrían ofrecer el mejor criterio
o también se podría procesar la información de los
sensores usando intervalos de tiempo menores a un minuto. Aunque las
limitaciones podrían desmotivar el uso de los
acelerómetros, estos son una de las herramientas más
útiles para valorar la actividad física sobre periodos
extensos de tiempo. El costo y el tiempo administrativo talvez
sería muy alto cuando se realiza con poblaciones muy grandes,
pero son muy prácticos para intervenciones pequeñas o
validación de otras técnicas (Freedson y Miller, 2000).
Monitores cardiacos
Bajo condiciones controladas de
laboratorio, la actividad física, la frecuencia cardiaca y el
consumo máximo de oxígeno están altamente
relacionadas y muestran una relación lineal, especialmente entre
frecuencias cardiacas de 110 a 140 Consecuentemente, el uso de la
frecuencia cardiaca como un marcador fisiológico del consumo de
oxígeno es una aproximación altamente apropiada para
evaluar la actividad física (Patterson, 2000).
En niños y en niñas,
los monitores cardiacos proveen un indicador objetivo de los efectos
fisiológicos de la actividad física, brindando medidas
válidas de la frecuencia cardiaca en esta población
(DuRant et al, 1993). En la actualidad los monitores para determinar la
frecuencia cardiaca han alcanzado un desarrollo tecnológico
envidiable, lo que los hace no solo confiables y válidas las
mediciones, pero también fáciles de realizar, por ser
equipos más que portátiles y de un uso simple. Con este
tipo de equipos, los patrones de movimiento pueden ser determinados
usando la frecuencia, intensidad y la duración de la actividad
física (Welk et al, 2000). Sin embargo, se debe ser cauteloso a
la hora de usarlos ya que hay varias fuentes de error en las
mediciones, que provienen de factores como la temperatura, humedad y la
presión emocional, los cuales causan aumentos en la frecuencia
cardiaca que pueden alterar los resultados (Melanson et al, 1996;
Montoye, Kemper, Saris, & Washburn, 1996). Además, la
relación entre frecuencia cardiaca y consumo máximo de
oxígeno es afectado por la cantidad de masa muscular y el tipo
de contracción muscular que se utiliza durante el ejercicio.
Otros factores como la deshidratación y la fatiga también
causan una disminución en la relación entre frecuencia
cardiaca y el consumo de oxígeno (Montoye et al, 1996; Rowland
& Eston, 1997). A la hora de comparar frecuencias cardiacas entre
individuos de géneros y aptitud física diferentes se
enfrenta con otro error, ya que esta se ve afectada por esas variables.
Personas con una condición física pobre comparados con
aquellos que tienen una mejor condición tendrán una
frecuencia cardiaca mayor en un dado consumo de oxígeno. Los
mayores errores en la estimación del gasto calórico se
dan en bajas y altas intensidades de la actividad física
(Rowland, 1997). La relación entre frecuencia cardiaca y consumo
de oxígeno es verdadera a intensidades moderadas, pero
podría dejar de ser exacta a bajas y altas, según afirma
el autor anterior. Se podría finalizar este apartado diciendo
que los monitores de frecuencia cardiaca no son formas perfectas de
registrarla, pero eliminan un gran nivel de subjetividad, que
caracteriza a otras formas de valorar la actividad física.
Una de las mejores opciones a la hora
de valorar la actividad física en los niños y las
niñas es el uso de métodos y técnicas
múltiples, debido a que se provee una mejor descripción
de la actividad, permitiendo la triangulación de los resultados
(Welk et al, 2000).
¿Cuál método o instrumento aplicar?
A través del tiempo las
concepciones equivocadas de la actividad física en edades
tempranas, han considerado que los niños y las niñas son
adultos pequeños. Sin embargo, esto ha sido aclarado y en la
actualidad se reconoce como válido el concepto que ellos son
anatómica, fisiológica, y sicológicamente
inmaduros, lo que lleva a considerar métodos diferentes de los
utilizados con los adultos a la hora de medir el grado de actividad o
cuando se requiere determinar el de actividad calórica (ACSM,
1995). Estudios con niños y niñas, han mostrado que ellos
y ellas incrementan la frecuencia cardiaca dentro de la zona de
entrenamiento considerada para los adultos por periodos de tiempo muy
reducidos, lo que hace que en apariencia ellos sean muy inactivos.
Corroborando lo anterior, Armstrong y Bray (1991) y Welk (1995)
encontraron que el 77% de los niños y el 88% de las niñas
mostraron ser inactivos, siguiendo los criterios utilizados para
calcular el sedentarismo en la población adulta. Lo que estos
dos estudios muestran es que en edades tempranas se es activo en
diferentes formas a las mostradas por los adultos. Esto hace que a la
hora de evaluar el grado de actividad física en la niñez
se debe respetar las características que se han mencionado con
anterioridad. La necesidad de valorar la actividad física en
esta población obedece a la necesidad de evaluar el éxito
de determinada intervención o para estimar si la
población reúne los criterios para aptitud física
para la salud, que han sido establecidos para esa población
(Welk, 2000).
A la hora de escoger el método
para determinar la actividad física en los niños y en las
niñas, se requiere que ese término quede bien definido,
ya que se refiere a cualquier movimiento del cuerpo producido por los
músculos esqueléticos que resulta en un determinado gasto
calórico (Caspersen et al, 1985). En la práctica
investigativa, la definición operacional de la actividad
física depende en cómo es medida y registrada. Las
variables de frecuencia, intensidad y duración son
comúnmente usadas para caracterizar los patrones de movimiento;
otra variable de interés es el gasto calórico.
Para los fines de este
artículo se escogieron cuestionarios, monitores cardiacos y
sensores de movimiento como las formas más apropiadas para la
medición de los patrones de movimiento en los niños y las
niñas (Welk et al, 2000; Welk et al, 2000). La escogencia de una
herramienta para medir la actividad física depende de la
aplicación que se vaya a realizar. Estudios de balance
energéticos y los de pérdida de peso requieren medidas
muy exactas, por lo que solo el método de doble etiquetado de
H2O es aceptado, aunque este método se tendría que
ignorar si lo que se quiere es evaluar la actividad física
(Basset, 2000). Si lo que se quiere es el estudio de los patrones de
movimiento, no hay nada como los acelerómetros,
podómetros, los monitores de frecuencia cardiaca o una
combinación de los anteriores. Estos instrumentos tienen la
habilidad de almacenar la información en forma permanente.
Cuando el investigador lo que desea es determinar el tiempo que se
gasta en actividad física moderada o intensa, los cuestionarios
pueden ser considerados para tal efecto. Para estudios
epidemiológicos, el podómetro es el instrumento por
excelencia, debido a su costo y a la simpleza del mismo,
pudiéndose combinar con el uso del autoregistro para obtener
mejores resultados (Basset, 2000; Freedson et al, 1997, 1998).
CONCLUSIONES
La naturaleza de los patrones de
movimiento de los niños y las niñas debe ser considerada
a la hora de seleccionar un instrumento para
determinar los cambios que produce un programa de
intervención o para determinar los patrones de movimiento. Para
que la valoración de estos en edades tempranas pueda ser con una
mayor exactitud, un instrumento debe ser suficientemente sensitivo para
detectar y registrar la actividad esporádica e intermitente.
Además, hay que poner atención no solo a la cantidad de
días, pero también al momento del día que se
pretende hacer las mediciones para seleccionar el
instrumento, para que refleje las guías de actividad
física recomendadas para los niños y las niñas.
Diferentes métodos e
instrumentos han sido descritos para determinar la actividad
física en los niños y las niñas. Sin embargo, se
recomienda no aferrarse a un método específico, ya que la
selección apropiada depende de la pregunta de
investigación que está siendo tratada y de la relativa
importancia que se le asigne a la exactitud y a la posibilidad de
aplicación del método o instrumento. En los niños
y las niñas está demostrado que carecen de las destrezas
para que realicen registros exactos, cuando se usan autoreportes o
recordatorios de 3 o 7 días, por lo que se recomienda su uso en
combinación con otros métodos o instrumentos. Sin
embargo, este es uno de las formas para evaluar la actividad
física en edades tempranas más apropiada cuando se
trabaja con muestras grandes. Otro de las formas más populares
ha sido los monitores cardiacos, pero se debe tomar en cuenta que las
variables ambientales, así como la tensión emocional
pueden alterar estas medidas. El costo de estos monitores cardiacos ha
limitado su uso a muestras pequeñas. El instrumento más
reciente a la hora de determinar la actividad física en los
niños y en las niñas ha sido los sensores
electrónicos, los cuales ofrecen dificultades a la hora de
calcular el gasto calórico cuando se usan intensidades de
ejercicio muy bajas o muy altas. Además, el precio de los mismos
los hace poco accesibles. En resumen, se puede afirmar que no hay una
forma determinada para obtener mediciones de alta exactitud al medir la
actividad física y el gasto energético en los
niños y las niñas. La naturaleza de los patrones de
movimiento de ellos, la variedad de actividades que realizan y las
limitaciones de cada método condicionan los resultados de las
mediciones. Lo que se recomienda es la utilización de más
de un método con el afán de triangular los resultados.
BIBLIOGRAFÍA
Bar-Or, O. (1994). Pediatric Sport Medicine for the Practitioner. New York: Springer.
Basset, D. (2000). Validity and reliability issues in objective monitoring of physical activity. RQES, 71, 30-36. https://doi.org/10.1080/02701367.2000.11082783
Bouten, C., Koekkoek, K., Verduin, M., Kodde, R., & Janssen, J.
(1997). A triaxial accelerometer and portable data processing unit for
the assessment of daily physical activity. Transaction on Biomedical
Engineering. 44, 136-147.https://doi.org/10.1109/10.554760
Caspersen, C., Powell, K., & Christensen, G. (1985). Physical
activity, exercise and physical fitness. Public Health Reports, 100,
126-131.
Corbin, C., Pancrazi, R., & Welk, G. (1994). Toward an understanding
of appropriate physical levels for youth. Physical Activity and Fitness
Research Digest, 1.
Corbin, C., & Pancrazi, R. (1996). How much
physical activity is enough? JOPERD, 67, 33-39.
Craig, S., Coldberg, J.,
& Dietz, W. (1996). Psychosocial correlates of physical activity
among fifth and eighth graders. Preventive Medicine, 25, 506-513.
Crocker, P., Bailey, D., Faulker, R., Kiwalski, K., & McGrath, R.
(1997). Measuring general levels of physical activity: preliminary
evidence for the physical activity. Medicine and Science in Sports and
Exercise, 29, 1344-1349. https://doi.org/10.1097/00005768-199710000-00011
Dale, D. (1999). Using the CSA activity monitors to determine if
children compensate for restricted periods of physical activity. RQES.
68, 11-23.
DuRant, R., Baranowski, T. Davis, H., Rhodes, T., Thompson, W. Greaves,
K., & Puhl, K (1993). Reliability and variability of indicators of
heart rate monitoring in children. Medicine and Science in Sports and
Exercise, 25, 389-395. https://doi.org/10.1249/00005768-199303000-00015
Eston, R., Rowland, A., & Ingledew, D. (1998). Validity of heart
rate, pedometry and accelerometry for predicting the energy cost of
children’s activities. Journal of Applied Physiology, 84, 362-371.
Freedson, P., Melanson, E., & Sirard, J. (1998). Calibration of the
computer science and applications. Medicine and Science in Sports and
Exercise, 30, 777-781. https://doi.org/10.1097/00005768-199805000-00021
Freedson, P., & Miller, K. (2000). Objective monitoring of physical activity using motion sensors. RQES, 71, 21-29. https://doi.org/10.1080/02701367.2000.11082782
Going, S., Levin, S., Harrell, J., Stewart, D., Kushi, L., Cornell, C.,
Hunsberger, S., Corbin, C., & Sallis, J. (1999). Physical activity
assessment in American Indian schoolchildren in the Pathway Study.
American Journal of Clinical Nutrition, 69, 788S-795S.
Gortmaker, S., Cheung, L., Peterson, K., Chomitz, G., Golditz, G.,
Field, A., & Laird, N. (1999). Impact of a school-based
interdisciplinary intervention on diet and physical activity among
urban primary school children. Archives of Pediatric and Adolescent
Medicine, 153, 975-983. https://doi.org/10.1001/archpedi.153.9.975
Janz, K. (1994). Validation of the CSA accelerometer for assessing
children’s physical activity. Medicine and Science in Sports and
Exercise, 26, 369-375. https://doi.org/10.1249/00005768-199403000-00015
Kowalski, K., Crocker, R., & Faulkner, R. (1997). Validation of the
physical activity questionnaire for older children. Pediatric Exercise
Science, 9, 174-186. https://doi.org/10.1123/pes.9.2.174
Mahoney, L., Lauer, R., Lee, J., & Calrke, W. (1991). Factors
affecting tracking of coronary heart disease risk factors in children.
The muscative study. Journal of School Health. 61, 224-227.
Melanson, E., & Freedson, P. (1996). Physical activity assessment: a
review of methods. Critical Review in Food Science and Nutrition, 36,
385-396. https://doi.org/10.1080/10408399609527732
Montoye, H., Kemper, H., Saris, W., & Washburn, R. (1996).
Measuring Physical Activity and Energy Expenditure. Champaign: Human
Kinetics.
Pancrazi, R., Corbin, C., & Welk, G. (2000). Physical activity for children and youth. JOPERD. 67, 38-43.
Pate, R. (1993). Physical activity assessment in children and
adolescents. Critical Reviews in Food Science and Nutrition, 33,
321-326. https://doi.org/10.1080/10408399309527627
Pate, R., Baronowski, R, Dowda, M., & Trost, S. (1996). Tracking of
physical activity in young children. Medicine and Science in Sports and
Exercise, 28, 92-96. https://doi.org/10.1097/00005768-199601000-00019
Pate, R., Long, S., Dowda, M. Ott, A., Ward, D., & Saunders, R. (1999).
Tracking of physical activity, physical inactivity, and health-related
physical fitness in rural youth. Pediatric Exercise Science, 11,
364-373. https://doi.org/10.1123/pes.11.4.364
Patterson, P. (2000). Reliability, validity, and methodological
response to the assessment of physical activity via self-report. RQES,
71, 15-20. https://doi.org/10.1080/02701367.2000.11082781
Rippe, J., & Hess, S. (1998). The role of physical activity in the
prevention and management of obesity. Journal of the American Dietetic
Association, 98, S31. https://doi.org/10.1016/S0002-8223(98)00708-1
Rowland, T., & Eston, R. (1997). Measurement of physical activity in
children with particular reference to the use of heart rate and
pedometry. Sports Medicine, 24, 258-272. https://doi.org/10.2165/00007256-199724040-00004
Rowland, T. (1998). The biological basis of physical activity. Medicine and Science in Sports and Exercise, 30, 392-399. https://doi.org/10.1097/00005768-199803000-00009
Sallis, J. (1991). Self-report measures of children’s physical activity. Journal of School Health, 61, 215-219. https://doi.org/10.1111/j.1746-1561.1991.tb06017.x
Sallis, J., Buono, M., Roby, J. Micale, F., & Nelson, J. (1993).
Seven-day recall and other physical activity self-reports in children
and adolescents. Medicine and Science in Sports and Exercise, 25,
99-108. https://doi.org/10.1249/00005768-199301000-00014
Sallis, J., & Saelens, B. (2000). Assessment of physical activity by
self-report: Status, limitations and future directions. RQSE, 71, 1-12. https://doi.org/10.1080/02701367.2000.11082780
Trost, S., Pate, R., Dowda, M., Saunders, R., Ward, D. & Felton, G.
(1996). Gender differences in physical activity and determinants of
physical activity in rural fifth grade children. Journal of School
Health. 66, 145-150. https://doi.org/10.1111/j.1746-1561.1996.tb08235.x
Trost, S., Ward, D., & Burke, J. (1998). Validity of the computer
science and application activity monitor in children. Medicine and
Science in Sports and Exercise, 30, 629-933. https://doi.org/10.1097/00005768-199804000-00023
U.S. Department of Health and Human Services. (1996). Physical
activity and health: reports of the Surgeon General. Atlanta, GA: U.S
Department of Health and Human Services, Centers for Disease Control
and Prevention.
Welk, G., & Corbin, C. (1995). The validity of the Tritrac- R3D
activity monitor for the assessment of physical activity in children.
RQES, 66, 202-209. https://doi.org/10.1080/02701367.1995.10608834
Welk, G. (2000). Measurement issues in the assessment of physical activity in children. RQES, 71, 59-73. https://doi.org/10.1080/02701367.2000.11082788
Welk, G., & Wood, K. (2000). Physical activity assessments in physical education. JOPERD, 71, 30-40.
Weston, A., Petosa, R., & Pate, R. (1997). Validation of an
instrument for measurement for physical activity in youth. Medicine and
Science in Sport and Exercise, 29, 138-143. https://doi.org/10.1097/00005768-199701000-00020
Whitaker, R., Wright, J., Pepe, M., Seidel, K., & Dietz, W. (1997).
Predicting obesity in young adulthood from childhood and parental
obesity. The New England Journal of Medicine, 337, 869-873. https://doi.org/10.1056/NEJM199709253371301
Recepción: 04 de agosto del 2004.
Corrección: 23 de setiembre del 2004.
Aceptación: 23 de setiembre del 2004.
Publicación: 24 de setiembre del 2004.
Artículo de la Revista MHSalud de la Universidad Nacional, Costa
Rica protegido por Licencia Creative Commons
Attibution-NonComercial-NoDerivs 3.0 Costa Rica. Para más
información visite www.una.ac.cr/MHSalud
Permissions beyond the scope of this license may be available at revistamhsalud@una.cr