ISSN: 1405-0234 • e-ISSN: 2215-4078
Vol. 11 (1), enero – junio, 2023
http://dx.doi.org/10.15359/rnh.11-1.4
Recibido: 14-03-2023 • Aprobado: 28-05-2023
Publicado: 14-07-2023
Licencia: CC BY NC SA 4.0
Nueva Zelanda y Costa Rica: Un Análisis desde el Caribe
New Zealand and Costa Rica: An Analysis from the Caribbean
Jorge Morales Delgado1
Lucía Rincón Soto2
Universidad de Costa Rica
Resumen:
En este trabajo nos ocupamos de analizar las similitudes y diferencias sociales y culturales en los procesos de construcción de identidades nacionales en Nueva Zelanda y Costa Rica. En particular, llevamos a cabo un análisis de los mecanismos de consolidación de identidades nacionales en Nueva Zelanda desde una perspectiva del Caribe costarricense. En este proceso ponemos de manifiesto las particularidades de ambas realidades sociales y su interacción con las prácticas y discursos hegemónicos en sus respectivos países.
Palabras Clave: Costa Rica, Nueva Zelanda, filosofía, antropología, sociedad.
Abstract
In this work, we undertake the task of analyzing the social and cultural similarities and differences underlying the identity construction processes in New Zealand and Costa Rica. In particular, we carry out an analysis of the consolidation mechanisms of national identities in New Zealand from a perspective of the costarican Caribbean. In this process, we underline the particularities of both social realities and the interaction with the practices and hegemonic narratives in each country.
Keywords: Costa Rica, New Zealand, philosophy, anthropology, society.
El presente trabajo ofrece una reflexión sobre las similitudes, diferencias y contrastes generales que podemos visualizar entre Nueva Zelanda y Costa Rica en el marco de la celebración del bicentenario de nuestro país.
Dada la situación geográfica, histórica y particular de quienes lo elaboramos, coincidimos en hacer este trabajo posicionándonos desde nuestro lugar de vida, pensamiento y trabajo: el Caribe costarricense. Este posicionamiento nos llevó a plantear similitudes y diferencias interesantes entre dos países que histórica, política y culturalmente son diametralmente opuestos pero que, en sus dinámicas culturales desarrollan elementos interesantes que detallaremos con el objetivo de que el lector tenga una visión de cómo se percibe Nueva Zelanda desde Costa Rica. Así mismo, detallaremos aspectos de la cultura caribeña costarricense en el marco de crear una especie de análisis del desarrollo de estos dos espacios culturales diferentes a fin de que el lector tenga una imagen comparativa entre Nueva Zelanda y Costa Rica.
Ahora bien, la tarea anteriormente descrita tiene sus limitaciones tales como una experiencia parcializada en espacio y tiempo, en tanto la estadía en Nueva Zelanda solo se prolongó por cuatro años, y la movilización a través del país no fue exhaustiva. No obstante, aun con estas acotaciones metodológicas nuestra investigación plantea un análisis de las construcciones del concepto de identidad nacional, y en proceso reivindica la importancia de visibilizar y reflexionar sobre los diversos mecanismos sociales que subyacen a estas construcciones. Huelga mencionar, que esta es una modesta contribución basado en las parcializadas vivencias sociales y culturales, que sin embargo pueden ser tomadas como condición de posibilidad para futuros trabajos filosóficos y antropológicos.
2. Las culturas y sus aportes a la humanidad: una reflexión filosófica
Reflexionar acerca del sentido del ser humano en el planeta ha sido una constante filosófica y una preocupación antropológica. Entender el ser humano, comprender sus hábitos, gustos, prácticas y formas de organización nos causa asombro cuando las mismas no son compatibles o parecidas a quienes, desde nuestra subjetividad y realidad, las observamos (Hanson, 1989). Siendo un hecho entonces el asombro hacia el otro, la antropología ha buscado la manera de describir y analizar tantas prácticas culturales diferentes como ha sido posible. Esto nos lleva a la fascinante conclusión de que las culturas son tan diversas como inentendibles si no tenemos los elementos científicos para abordarlas. Y es que las dinámicas culturales en cada lugar que se practican han pasado por un sinfín de procesos que si no son estudiados no se logran comprender (Reid, Varona, Fisher, & Smith, 2016). Por ello, cuando por algún motivo tenemos la oportunidad de enfrentarnos a una cultura diferente, por lo general disfrutamos sus “actuaciones”, las admiramos y, en ciertos casos, nos podría causar rechazo algunas variantes culturales que, desde nuestra óptica, podrían ser repudiables. Un ejemplo de ellas sería la ingesta de ciertos alimentos, prácticas de iniciación donde podría estar contemplada algún tipo de mutilación (pensemos en la ablación femenina) o cultos religiosos que desafían el entendimiento de quienes tienen otra manera de entender el mundo religioso o de la fe.
Dicho lo anterior, la antropología filosófica se pregunta e indaga sobre la naturaleza humana. Esta preocupación ha estado latente en todo el desarrollo del pensamiento occidental y si hiciéramos una exposición sobre ello, podríamos detallar cómo cada filósofo, desde los griegos, detalla su propia concepción antropológica acerca del ser humano. Dependiendo del enfoque, el ser humano es un ser racional (Aristóteles), la imagen de Dios (San Agustín) o un buen Salvaje de Rousseau. La imagen que se crea del ser humano de aquellos a quienes “no pertenece” dependerá de varios factores como: la cultura desde donde se ve “al otro”, las propias creencias, los valores y las prácticas. Así, en la historia de la humanidad se ve reflejada la disputa entre unos y otros que se consideran superiores o más aptos, generando conflictos que han marcado negativamente la historia de la humanidad. Esta situación ha generado la necesidad de crear organizaciones, instituciones y comisiones de índole y aplicabilidad mundial para procurar las buenas relaciones internacionales entre culturas tan disímiles:
De este modo, el que yo descubra mi propia identidad no significa que yo la haya elaborado en el aislamiento, sino que la he negociado por medio del diálogo, en parte abierto, en parte interno, con los demás. Por ello, el desarrollo de un ideal de identidad que se genera internamente atribuye una nueva importancia al reconocimiento. Mi propia identidad depende, en forma crucial, de mis relaciones dialógicas con los demás. (Taylor, 1993, 55).
En el caso de muchas sociedades, comunidades o grupos que forman parte de una “sociedad mayor” pero, que originalmente no estaban en una posición de minoría, el asunto del reconocimiento es crucial. En el caso de Costa Rica y Nueva Zelanda, ambos países tienen en común que, dentro de sus naciones, existen grupos que, por cuestiones históricas, se convirtieron en una minoría dentro del Estado mayor (Hanson, 1989). Debido a ello, estos grupos han tenido que lidiar desde diferentes frentes para lograr el reconocimiento de sus respectivos estados. Así, por un lado, los Maoríes, grupo que ya hacía vida en el territorio Neozelandés a la hora en que llegaron los colonizadores, tuvieron que adaptarse a las nuevas imposiciones coloniales (Rigby, Mueller, & Baker, 2011). Los indígenas del Caribe costarricense también pasaron por una dinámica parecida de “reacomodamiento” con la llegada de los “otros”. De este modo, podemos encontrar en ambos contextos, los referentes sociales de dinámicas y mecanismos sociales cargados de tensiones históricas, que no solo marcan los antecedentes de la construcción de cada una de las sociedades, sino que permean la identidad nacional que resulta de dichos procesos. Esto es parte de lo que cualquier persona que visite Nueva Zelanda podrá percatarse, puesto que esto es parte del debate público (por ejemplo, a través de exposiciones en museos, o conmemoraciones históricas nacionales).
En el mundo contemporáneo, las sociedades están compuestas, salvo contadas excepciones, por la configuración de grupos minoritarios que forman parte de sus sociedades. No existen naciones donde quienes las representen, no tengan algún ancestro o historia preexistente de migraciones o conflictos que llevaron a unos grupos a incorporarse dentro de otros, o no hayan pasado por procesos de mestizaje. Estas dinámicas se articulan mediante la construcción de identidades nacionales que, a la postre, están permeadas por los grupos minoritarios, aunque ello, a veces, no se quiera reconocer. Reflexionar sobre el ser humano en cuanto ser cultural, debe pasar por el reconocimiento de los “otros” minoritarios dentro del ensamble colectivo de cada nación. Cuando se habla de una sociedad neozelandesa o costarricense, se debe tener en cuenta que, en cada una de ellas existen grupos, pueblos o comunidades cuya incorporación a la nación ha estado permeada por conflictos y procesos en busca de su reconocimiento con el objetivo de mantener y reafirmar sus tradiciones (Hanson, 1989). Así, en el seno de este complejo e intricado proceso de construcción de identidades nacionales, podemos entender las experiencias cercanas y distantes (como es el caso de Costa Rica y Nueva Zelanda), y apreciar como una plétora de factores que componen dicho proceso de construcción de identidades operan con los mismos mecanismos antropológicos, aun cuando las realidades sociales presenten algunas diferencias superficiales.
3. Costa Rica y Nueva Zelanda: Generalidades
Nueva Zelanda Aotearoa, es una colonia británica ubicada al sudeste de Australia. La sociedad neozelandesa está marcada por la colonización británica de esta región y la consecuente tensión sociocultural que ello conlleva con los habitantes autóctonos de la región (Sissons, 1993). Este proceso de colonización estuvo marcado por conflictos y luchas de poderes. Estos conflictos socioculturales se manifiestan inclusive en la actualidad (Hanson, 1989), y son constante objeto de debate público, y parte de la experiencia social de aquellos que visitamos este país.
A pesar de estar geográficamente alejada, Nueva Zelanda goza de una enorme apertura cultural y migratoria. En general, Nueva Zelanda es un país con una amplísima variedad étnica y cultural en su diario vivir (Jones, 2012). Muestra de dicha apertura son las generosas becas que ofrecen las distintas instituciones de educación superior como la Universidad de Victoria en Wellington y la Universidad de Auckland entre otras, para estudiantes de doctorado. Estas becas son abiertas para toda la comunidad académica internacional, y ofrecen la oportunidad de residir en Nueva Zelanda con el fin de la concepción de estudios de posgrado. No obstante, este mecanismo no se agota en el plano académico, sino que indefectiblemente inserta a sus beneficiarios a la cotidianidad neozelandesa, con todas las complejidades que esto conlleva.
Fue gracias a una beca de estudios doctorales que se pudo tener acceso no sólo a una formación de posgrado de alta calidad, sino que se pudo acceder a la amplia y compleja composición de la identidad nacional y cultural de Nueva Zelanda. A lo largo de cuatro años, del 2017 al 2020 se tuvo acceso al día a día de Wellington y las regiones aledañas en el contexto de la estancia de estudios doctorales en la Universidad de Victoria en Wellington.
En línea con la amplia diversidad existente en Nueva Zelanda, en gran medida gracias a procesos y mecanismos como el incentivo de la migración de extranjeros altamente calificados, es que podemos ubicar varios grupos étnicos importantes, como, por ejemplo, los chinos, los indios y personas del sudeste de Asia. En general, estos grupos étnicos suelen ofrecer un enorme aporte cultural y económico a Nueva Zelanda (Sissons, 1993). En este sentido, es de suma importancia recalcar que aquellos que visitamos Nueva Zelanda no somos actores objetivos e inertes a todos los procesos sociales y culturales que definen a este país (los cuales son el objeto central de este trabajo), sino que nuestra presencia también altera y construye parte de la identidad neozelandesa.
En este proceso, los visitantes también somos partícipes de la dicotomía cultural colonizadora y cultura autóctona. Por ejemplo, la comida asiática e india es muy importante y apreciada por todos los neozelandeses. Asimismo, los estudiantes asiáticos suelen ser vitales para la subsistencia económica de las instituciones de educación superior, en tanto los costos de matrícula de estos estudiantes es mucho mayor que el de estudiantes domésticos. En este sentido, Nueva Zelanda no sólo es un país culturalmente hospitalario, sino que grandes fragmentos de su economía subsisten en virtud de ello (Rigby, Mueller, & Baker, 2011).
A la luz de lo anterior, es fácil notar como existen condiciones materiales que facilitan la apertura social de Nueva Zelanda a una plétora de culturas ajenas a la cultura predominante nacional (Reid, Varona, Fisher, & Smith, 2016). No obstante, esta apertura no sólo existe por las condiciones materiales de la economía nacional, sino que se facilita e incentiva por el ethos hospitalario de los neozelandeses, y en especial de los maoríes (Hikuroa, 2017). Es decir, en este punto podemos ver uno de los componentes donde convergen diversos factores que configuran los mecanismos institucionales y su praxis social. Es decir, esta es uno de los aspectos socioculturales que son facilitados por el concierto de cosmovisiones multiculturales, tal y como ocurre en Nueva Zeland.
Costa Rica, a diferencia de Nueva Zelanda, actualmente no goza de las condiciones materiales que permitan ofrecer becas o beneficios a poblaciones de otros países. Sin embargo, debido a la trayectoria democrática y una posición geográfica privilegiada, muchos extranjeros visitan e invierten en el país. Así, al igual que en Nueva Zelanda, en Costa Rica vemos una gran afluencia de extranjeros que buscan descanso y turismo ecológico. También, existe una gran cantidad de extranjeros que habitan en Costa Rica porque el país le ofrece cierta estabilidad que en sus países de origen no pueden encontrar. Esta, es una dinámica que tiene un claro paralelismo con la cotidianidad sociocultural que se vive en Nueva Zelanda. Por otro lado, se encuentra una gran cantidad de extranjeros que ven en el país un lugar idóneo para hacer vida y negocios.
Partiendo de la realidad del Caribe costarricense, encontramos que sus costas están habitadas por indígenas, afrodescendientes (que en un principio fueron esclavizados y luego son nacionalizados costarricenses) y un sin fin de nacionalidades que por cuestiones históricas se fueron asentando en la Provincia de Limón: chinos, ingleses, italianos, nicaragüenses, panameños, entre otros. Esta diversidad de nacionalidades hace del Caribe una región particular y diferente al resto del país. En este sentido, esta convergencia de una plétora de identidades, nacionalidades y culturas que se suscita en el Caribe costarricense, es muy similar a lo que ocurre a lo largo de Nueva Zelanda.
Ahora bien, existen procesos y dinámicas culturales de la construcción de la identidad costarricense que estereotipa a los habitantes del Caribe de Costa Rica en tanto estos son vistos como pertenecientes a una cultura distante y disímil con respecto a la cultura hegemónica. Es decir, dada la convergencia de una plétora de influjos étnicos, culturales, sociales y políticos propios del Caribe costarricense, se origina una separación entre los pobladores de esta zona costera del país y el imaginario nacional predominante. Dicho de otro modo, la identidad del Caribe costarricense al ser diferente a la identidad nacional que se construye en la región central del país, le convierte inmediatamente en una identidad nacional secundaria o aledaña de aquella que goza de una primacía social. De este modo, los habitantes costarricenses que no forman parte de este núcleo identitario hegemónico se ven alienados del imaginario costarricense. Esto por sí mismo no es necesariamente conflictivo, no obstante, este proceso de separación de identidades alternas a la cultura hegemónica trae consigo toda una serie de prejuicios y connotaciones socioeconómicas que les terminan afectando directamente.
En el caso de Costa Rica (Morera & Barrantes, 1995), el mestizaje siguió una dinámica parecida al resto de las colonias: los integrantes de las graduaciones raciales se compusieron entre blancos, indios y africanos. Para la mitad del siglo XIX se estima que la mayoría de la población del país residía en el Valle Central, y sería la Provincia de San José la cual, desde ese entonces, tuviera la infraestructura más moderna de servicio hospitalario, por ejemplo. Este hecho generaría un rezago en zonas alejadas como la costa caribeña donde la falta de un modelo biomédico institucional, permitiría prácticas curativas “no científicas”. Y no sólo en el sistema biomédico se puede evidenciar el rezago en las costas caribeñas tiempo atrás, también lo fue en otros aspectos como infraestructura vial, sistema de alcantarillados, escuelas, colegios y demás. Este fenómeno no nos resulta tan distante de lo que ocurre con las diversas prácticas sociales y culturales que tienen los maoríes, en cuyo seno se gesta una muy rica confluencia de saberes y tradiciones ancestrales, que en algunas ocasiones son vistas como prácticas sin valor epistémico alguno. Es decir, tal y como sucede en el Caribe costarricense, existe todo un acervo epistémico, político y social que se encuentra invalidado por la cosmovisión hegemónica.
Ha sido hasta tiempos recientes que se han dado esfuerzos por promover mejores condiciones de vida a las costas caribeñas costarricenses. Sin embargo, hoy por hoy, el caos sigue siendo una constante: carreteras en mal estado, problemas de recolección de basura, pérdida constante del fluido eléctrico y faltantes de agua por sectores. Al inicio de la pandemia de Covid-19 la infraestructura no estaba preparada para lo que significa la educación virtual. Así, la zona del Caribe, sobre todo donde hacen vida las comunidades indígenas, se vieron seriamente afectadas por la falta de internet acordes para demandas académicas y esto produjo mucho estrés entre los estudiantes que no podían cumplir cabalmente con sus obligaciones académicas. Sin embargo, en el caso de Nueva Zelanda, pudimos constatar que los procesos académicos no se vieron afectados debido al gran poder adquisitivo de este país y a las excelentes herramientas tecnológicas que poseen.
4. Dinámicas de las comunidades Maoríes: Una mirada desde el caribe costarricense
Nueva Zelanda es un país que, al igual que Costa Rica, pasó por un proceso de colonización. En el caso de Costa Rica, fueron los españoles y en el caso de Nueva Zelanda los británicos. Este aspecto -el origen del conquistador-, produce en cada uno de estos lugares dinámicas sociales, políticas, económicas y culturales totalmente diferentes (Hikuroa, 2017). Desde aspectos impuestos por los colonizadores como la lengua, la religión, y el cómo “dominar” al originario, se gestaron en estos lugares procesos y dinámicas que, a la postre, constituyen la identidad actual de ambas naciones. En particular, percibimos, desde el Caribe costarricense, una dinámica muy similar en ese país, a la que se vive en Nueva Zelanda, la cual es que las comunidades Maoríes son de alguna manera construidos como ciudadanos de segunda categoría en términos económicos, sociales y políticos (Condevaux, 2009). En el caso del Caribe costarricense, Limón es la última provincia que se forma. Así, en el imaginario costarricense, Limón es una especie de “agregado”, es la provincia no blanca. Desde muchos aspectos los habitantes de esta región son discriminados y no tomados en cuenta en los planes de desarrollo del país.
Ahora bien, con respecto a los maoríes, desde nuestra experiencia, no se palpa necesariamente una separación geográfica entre los habitantes de Nueva Zelanda británicos y los maoríes, si existen regiones del país donde la comunidad se encuentra considerablemente compuesta de maoríes (Hikuroa, 2017). En estas comunidades son palpables los efectos de las políticas y prácticas sociales de alienación social. Dichas comunidades suelen presentar mayores índices de rezago social, entre los cuales se encuentran la calidad de la salud pública y su acceso (Reid, Varona, Fisher, & Smith, 2016). Nuevamente, en esta dimensión de la experiencia, existe una supina similitud en las experiencias sociales entre ambas comunidades. Sin embargo, en los últimos años, ha prevalecido un reconocimiento público del rezago que han sufrido los maoríes en Nueva Zelanda, y consecuentemente se han concertado diversos esfuerzos para enmendar dicho estado de cosas (Jones, 2012). No obstante, a diferencia de este reconocimiento de deuda socioeconómica con los maoríes, en Costa Rica, no existe el reconocimiento de una urgencia para enmendar el estado de rezago en el que se encuentran los habitantes del Caribe costarricense. En este sentido, aun cuando las experiencias son harto similares, ambas vislumbran diferentes recepciones de la sociedad general ante la problemática.
Los maoríes, que son los habitantes autóctonos de la región de Nueva Zelanda, son unos entre las decenas de etnias de la región de Oceanía que habitan las numerosas islas de la región. Los Maories fueron colonizados por el Reino Unido, y desde entonces cohabitan en Nueva Zelanda. En general, los maoríes y su cultura han sido objeto de discriminación y racismo, empero esta situación ha tratado, como hemos dicho anteriormente, de revertirse activamente en los últimos años (Jones, 2012). El gobierno de Nueva Zelanda ha tratado de revitalizar la lengua de los maoríes, él Te Reo. En el caso del Caribe costarricense, habitado originalmente por los indígenas Bribris y Cabécares y, posteriormente, poblado por afrodescendientes que fueron llevados a la zona de Limón para la construcción del ferrocarril, creando sus propias identidades culturales, existen esfuerzos desde las universidades públicas por crear espacios a fin de que sus lenguas no se extingan y se fortalezcan. Sin embargo, estos procesos no son fáciles de consolidar cuando consideramos que dentro de los imaginarios sociales estas personas no son reconocidas como “propias” por parte de las sociedades mayoritarias en las cuales están inmersas.
A pesar de que estos grupos minoritarios, excluidos y con problemas para que prevalezca su cultura, la cual se permea constantemente por la cultura hegemónica, en ambos casos, son un referente importantísimo para quienes visitan estos lugares. Visitar el caribe costarricense es encontrarse con el sabor, color y olor de la mezcla de estas culturas que embargan al país de tradiciones intrínsecas del ser costarricense. En el caso de los maorí, y en la experiencia con ellos, se pudo constatar que son significativamente hospitalarios, amables y generosos (Hikuroa, 2017). Esta es una cultura matriarcal en la que la familia es el objeto central y primario en la vida de todos sus habitantes (Kumar, Dean, Smith, & Mellsop, 2012). Ahora bien, la noción de familia es ligeramente más amplia y flexible que la noción occidental del término, en tanto las personas cercanas a un núcleo familiar suelen ser consideradas como parte de la familia e, inclusive, tienen roles de cuidado y supervisión sobre los más jóvenes de la familia. Así, los maoríes suelen tener redes de cuido y soporte extendidas (Reid, Varona, Fisher, & Smith, 2016). Evidentemente, como suele ocurrir en todos los procesos de colonización, los mismos producen cambios en las estructuras preexistentes a partir de los intercambios culturales. Según Galvéz:
La sociedad maorí se organizaba en 4 niveles. El whanau es la unidad más básica de la sociedad maorí y constituye el núcleo familiar extendido hasta 3 generaciones que podía bordear las 20 personas. El hapū es una sub-tribu compuesta de dos o más whanau, pero que además es reconocido por otro hapū como tal. Por ello debe cumplir con ciertos requisitos no sólo de carácter ancestral, por cierto vinculados a la tierra (mana whenau), sino también de carácter político, como un líder capaz de establecer relaciones diplomáticas con base en matrimonios políticos, así como poder bélico (mana tangata) (2021, 5-6).
La autora citada indica que, de estos cuatro niveles, el último, “la waka”, constituía el nivel en el que las tribus se organizaban para enfrentar a quienes los atacaran, sin embargo, con el proceso migratorio de los maoríes a las ciudades, este queda obsoleto ya que los “whanau pasaron a conformar sólo las familias nucleares, aunque aun en zonas rurales se constituye como una familia extendida” (Galvéz, 2021, pág. 6).
En el caso de los habitantes originarios del Caribe costarricense, Bribris y Cabécares, sus modos de vida también fueron cambiando y adaptándose a las exigencias del mundo moderno. En el caso de los Bribris, estos están más cercanos a las comunidades urbanizadas del Caribe, por lo que es usual verlos adaptándose, por decirlo de alguna manera, a las usanzas del Estado costarricense. De acuerdo con el Ministerio de Educación Pública de Costa Rica:
Para los bribris, según algunos entrevistados sobre la materia, lo más importante es mantener el idioma y su cultura, para comunicarse con la naturaleza, con el mundo, con el entorno y con ellos mismos; la “transculturación” ha impactado también otros elementos culturales que han colaborado con la pérdida poco a poco del idioma como ha sido la religión (2021, págs. 70-71).
Sin embargo, estas personas, por lo general, se encuentran excluidas y tienen más problemas para acceder a servicios básicos. Pese a ello, sin embargo, los Bribris todavía conservan gran parte de su visión del mundo anterior a la llegada de los colonizadores.
Lo anterior, hace ver que aun con la amplísima distancia geográfica, y las considerables diferencias históricas en sus procesos de colonización, y sucesivas luchas emancipatorias, ambas culturas han experimentado las mismas dinámicas socioculturales. Por esta razón, queda claro la tesis que defendemos en nuestro trabajo, según la cual, abstracción hecha de las diferencias superficiales, todas las culturas y sociedades son objeto de dinámicas, mecanismos y procesos sociales y políticos similares, el cual se hace asequible gracias al análisis que nos facilita la antropología filosófica.
A la luz de la muy corta estadía y acceso a las diversas dinámicas sociales, culturales y políticas en Nueva Zelanda es que elaboremos una breve reflexión antropológica y filosófica sobre los procesos y mecanismos propios de la construcción de identidades nacionales tanto de Costa Rica como Nueva Zelanda. En particular, nos enfocamos en la dicotomía pakehas-maoríes, y lo abordamos desde nuestras experiencias del Caribe costarricense.
En línea con lo anterior, podemos constatar que en Nueva Zelanda sucede algo parecido a lo expuesto de la realidad costarricense. Aquellos lugares donde predominan los Maoríes están en olvido social: se percibe una marginalización socioeconómica hacia ellos. En este sentido, existe una dinámica social muy parecida a la que se gesta en el Caribe costarricense con respecto a la cultura caribeña y los pueblos indígenas: son marginados y excluidos.
Un aspecto muy importante a resaltar con respecto a esta especie de coincidencia con respecto a cómo estos países tratan de manera diferenciada a estos grupos minoritarios es que, en ambos lugares, estos grupos (los maoríes y los indígenas del Caribe), antecedían estos espacios antes de ser colonizados, desarrollándose una dinámica de discriminación, exclusión y no reconocimiento a pesar de que son ellos quienes cimentaron las bases culturales de ambas naciones.
Además de los procesos históricos complejos por los que ambas naciones pasaron, la construcción dentro del imaginario que se ha gestado desde Latinoamérica marcará singularmente el desarrollo y percepción que se tiene desde Costa Rica sobre Nueva Zelanda: Un país para emigrar, estudiar y visitar. La experiencia en Nueva Zelanda, sin lugar a dudas constituye para quienes, desde una región sumergida en el caos y el subdesarrollo, una oportunidad de aprendizaje y crecimiento cultural. Asimismo, y como corolario de nuestro trabajo, sostenemos que este tipo de reflexiones sobre los procesos de construcción y configuración de las identidades nacionales pasan, las más de las veces, desapercibidos, y que se hacen patentes a la luz de este tipo de contrastes culturales. En este sentido, este trabajo pone de manifiesto lo recurrente y sistemático de este tipo de experiencias indistintamente de las particularidades contextuales de las diversas regiones del mundo. Así, deviene de suma importancia, hacer hincapié en el aporte de las humanidades y las ciencias sociales para la comprensión de las distintas realidades y experiencias humanas que comparten atributos y procesos comunes.
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1 Doctor en Filosofía por la Universidad de Victoria en Wellington, Nueva Zelanda, con una especialidad en Lógica y Epistemología. Máster en Ciencias Cognoscitivas de la Universidad de Costa Rica con un estudio sobre la no-monotonía del razonamiento científico. Actualmente es profesor de Filosofía en la Universidad de Costa Rica. Correo: jorge.moralesdelgado@ucr.ac.cr
2 Doctora en Estudios Latinoamericanos con mención en Pensamiento Latinoamericano por la Universidad Nacional de Costa Rica, Heredia. Máster en Antropología con mención en antropología socio-cultural por la Universidad del Zulia, Maracaibo, Venezuela. Licenciada en filosofía por la Universidad del Zulia, Maracaibo, Venezuela. Actualmente profesora en el Centro de Estudios Generales de la Universidad Nacional de Costa Rica, Heredia y de la Sede del Caribe de la Universidad de Costa Rica Correo: lucia.rincon@ucr.ac.cr
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