Revista Perspectivas: Estudios Sociales y Educación Cívica – No 17
ISSN-L: 2215-4728 · Julio – Diciembre, 2018 · pp. 1-8
http://dx.doi.org/10.15359/rp.17.1
ENTREVISTA
CON RAFAEL CUEVAS MOLINA: ESTADOS-NACIÓN, IDENTIDADES E INTEGRACIÓN EN AMÉRICA
LATINA
Fecha de aceptación: 17/07/2018
Presentación
Rafael
Cuevas Molina (Guatemala, 1954)* es un destacado historiador, escritor y artista plástico.
Licenciado en filosofía y magíster en historia cuyos estudios ha llevado a cabo
en Rumanía y Costa Rica. Doctor en Historia por la Universidad de La Habana,
Cuba. Es catedrático, investigador y profesor en el Instituto de Estudios
Latinoamericanos (IDELA), adscrito a la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad Nacional (UNA), Costa Rica. Dirige el Suplemento Cultural,[1]
publicación conjunta del IDELA y del Programa Identidad, Cultura, Arte y
Tecnología (ICAT) del Centro de Investigación, Docencia y Extensión Artística
(CIDEA) de la UNA, así como Con Nuestra
América, órgano difusor de la Asociación por la Unidad de Nuestra América
(AUNA-Costa Rica).[2] Connotado investigador y
especialista en problemáticas y temas referentes a la construcción de
identidades culturales y nacionales en América Latina y, especialmente, de
Centroamérica, ha publicado numerosos artículos, libros, ensayos, novelas,
poemarios y ha realizado exposiciones de sus obras plásticas en Costa Rica,
Guatemala y Cuba. La siguiente tan solo representa una muestra de su extensa
producción interdisciplinaria:[3]
· 300 (Heredia, Costa Rica: EUNA, 2011).
· El punto sobre la: políticas culturales en Costa Rica (1948-1990) (San
José, Costa Rica: Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes, 1995).
· De Banana Republics a repúblicas
maquileras. La cultura en Centroamérica en tiempos de globalización neoliberal
(1990-2010) (San José, Costa Rica: EUNED, 2012).
·
Sandino
y la intelectualidad costarricense. Nacionalismo antiimperialista en Nicaragua
y Costa Rica (1927-1934) (San José, Costa Rica: EUNED, 2008)
· Cultura y política en Costa Rica: entrevistas a protagonistas de
la política cultural en la segunda mitad del siglo XX,
Colección Historia Cultural de Costa Rica No 5 (San José, Costa
Rica: EUNED, 2006).
· en
coautoría con Andrés Mora Ramírez, Buscando
el futuro. Crisis civilizatoria y posneoliberalismo
en América Latina (San José, Costa Rica: EUNED, 2015).
Entrevista
¿Qué tan vigentes son hoy los Estados-nación como estructuras de
identidades y cómo incide esta situación en las actuales manifestaciones de
xenofobia?
Los estados-nación se encuentran en un momento de cuestionamiento
de su vigencia por los procesos de globalización y seguramente hacia el futuro,
tendencialmente, esta situación se irá acentuando. Digo tendencialmente porque
es posible que haya momentos en los que tal situación se revierta
momentáneamente, pero a largo plazo, seguramente darán paso a nuevas formas de
organización macrosocial.
Dicho lo anterior, debe aclararse que
aunque la tendencia es a una pérdida paulatina de su vigencia, eso no implica
que en el mundo contemporáneo las naciones no sigan cumpliendo funciones muy
importantes, como de hecho las cumplen. En primer lugar, las naciones siguen
siendo el principal referente identitario de grandes
grupos sociales enmarcados en las fronteras estatales, lo que quiere decir que
siguen otorgando sentido de pertenencia y rasgos de personalidad social
diferenciadores.
Estas identidades colectivas son, en muy buena medida,
construcciones modernas, lo que quiere decir que son producto de cierta
ingeniería social impulsada por grupos sociales interesados en conjuntar
voluntades que legitimen un determinado proyecto político. En América Latina,
el proceso de construcción del nacionalismo, aunque tiene antecedentes lejanos
en el período colonial, se produce en el siglo XIX, especialmente en su segunda
mitad cuando los liberales se ven en la necesidad de legitimar el proyecto
oligárquico que impulsaban. Se dan entonces a la tarea de concebir las
diferencias nacionales en un universo regional en el que prevalecían los
elementos que abonaban a la similitud: el idioma, la religión, las formas de
gobierno, costumbres y tradiciones.
Un aspecto central del nacionalismo es, por lo tanto, construir la
diferencia, lo que significa identificar un(as/os) otro(a/s) del cual separarse
y distanciarse o, también, con quien identificarse. Este segundo aspecto es muy
importante en América Latina, que tiene sus raíces en el período colonial,
cuando se estructuró un tipo de mentalidad según la cual el modelo a seguir se
encontraba en el centro del sistema, en este caso en España, por lo que se creó
lo que podríamos llamar una mentalidad
colonial, que consiste en imitar por considerarlo mejor o más adelantado o
más acabado, lo que sucede o se hace en el centro. Ese centro
a imitar ha cambiado con el tiempo. Primero fue España, luego París, más
tarde Nueva York y así sucesivamente.
Como ya indicamos, paralelo al modelo imitable existe otro, negativo,
concentrador de lo que no se quiere ser, al que se le achacan e “inventan”
rasgos rechazables y que reafirman lo que se considera positivo y que se
concentraría en el yo social nacional propio. La xenofobia se orienta
generalmente hacia ese alter ego que
se repele y con el que no se quisiera estar en contacto porque “contamina”.
Mientras ese otro se encuentre lejos y no interfiera en la vida cotidiana puede
tolerarse, pero entrar en contacto con él causa rechazo en diferentes grados.
Esos sentimientos de diferencia colectiva unifican al grupo y son
fácilmente manipulables políticamente. Exacerbar los sentimientos de
exclusividad nacional subyacentes, muchas veces adormecidos o inocuos pero siempre presentes es un recurso de relativa
fácil invocación que obnubila los sentidos y se sobrepone sobre otros.
Todo lo anterior muestra la vigencia que sigue teniendo el
nacionalismo en nuestros días y no cabe duda que,
aunque tendencialmente la nación se encuentra en declive, no solo tiene para
rato sino que juega un papel central en procesos socio políticos centrales de
la contemporaneidad.
Nos interesa conocer su opinión sobre cómo se ha tratado este
tema en Costa Rica.
Como cualquier otro
estado-nación latinoamericano, en Costa Rica la construcción de la identidad
nacional hegemónica de origen liberal, pero como cualquier identidad -individual o social- en
constante cambio, se afianza sobre la diferencia que en este caso se expresa
como excepcionalidad.
El concepto y el
sentimiento de excepcionalidad se expresa de diferentes formas, desde las más
básicas -el país escogido y
protegido por Dios, por ejemplo- hasta
las más sofisticadas, con empaque “científico”- pero que tienden a reforzar la
separación del resto, en este caso Centroamérica con Nicaragua en primer lugar.
Un ejemplo de este tipo es la discusión renovada cada año de la fecha en la
cual debería de conmemorarse la independencia, en la cual se argumenta que en
Costa Rica no debería ser en setiembre sino en octubre. Otro es el cambio que
sufrió la forma de entender y nombrar lo que hoy se conoce como Campaña
Nacional que refiere a los hechos de 1856 y que antes era conocida como Campaña
Centroamericana.
Ese sentimiento de
excepcionalidad es de superioridad sobre el resto y emana de muchos lugares
distintos. En Costa Rica va de una supuesta mayor blancura de sus habitantes en
relación con los del resto del istmo y que lleva implícita la idea eurocéntrica
de que ser “blanco” es mejor que ser indio, negro o mestizo “oscuro”, hasta
considerar que su(s) clase(s) dominante(s) es más inteligente que la del resto
del istmo, como si se tratara de razones genéticas; este anclaje en lo genético
se traslada a otros factores que construyen el andamiaje de la excepcionalidad,
como el de ser pacíficos o amantes de la paz.
Es importante
remarcar en estos aspectos porque muestran que la xenofobia no tiene solo
condicionantes coyunturales como efectivamente los tiene sino también
estructurales. Éstos se atenúan o exacerban en función de situaciones
concretas. Es nuestra opinión que en Costa Rica una causa que podríamos
catalogar como coyuntural es la que deriva de los cambios que ha sufrido el
país desde la década de los 80 del siglo XX, a raíz de la implementación del
llamado modelo neoliberal que ha tenido como consecuencia el crecimiento de una
brecha social que se ensancha paulatina pero constantemente. En el país se han
perfilado por lo menos dos países distintos, con posibilidades, aspiraciones y
valores cada vez más divergentes que han empezado a enfrentarse cada vez más agresivamente
y cuya primera gran expresión de fuerza se vio en las elecciones presidenciales
del 2018. De esos dos países uno se siente marginado y parece no tener muchas
expectativas de abandonar ese lugar, y asume posiciones de revanchismo en
contra de quienes parecen tener en sus manos el reino de las oportunidades.
Ese país marginado
es manipulable sobre todo cuando se le hace creer que los beneficios que se le
niegan le serán otorgados a quienes se le ha enseñado que son inferiores a él
casi “por naturaleza”. Su reacción puede llegar a ser violenta, como se ha
podido comprobar.
La xenofobia no es
exclusiva de Costa Rica ni mucho menos. Es un fenómeno que conoce expresiones
recurrentes y cada vez más frecuentes en todo el mundo, pero eso no excluye
identificar los detonantes particulares que se encuentran en su base en cada
circunstancia específica con el fin de tratar de paliar sus expresiones. Como
también puede corroborarse con cierta facilidad, el fenómeno tiene siempre
componentes estructurales y coyunturales, y cada uno debe ser tratado de
acuerdo a su especificidad.
¿Cómo los discursos
sobre las identidades nacionales han incidido en la integración o
desintegración de bloques en América Latina, sean estos políticos o económicos,
como el Sistema de Integración Centroamericana (SICA), la Alianza
Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), la Alianza del
Pacífico, por ejemplo?
Desde un punto de vista histórico, en general, los discursos
relativos a las identidades nacionales en América Latina se han armado
precisamente para justificar las artificiales separaciones entre los distintos
países que se fueron conformando posteriormente a la independencia, en el siglo
XIX.
Digo “generalmente” aunque tal vez debería decir con mayor
propiedad especialmente, porque tales
discursos tienen antecedentes incluso en el período Colonial, cuando españoles
americanos o criollos se sienten pertenecientes a sus respectivas regiones, en
un proceso contradictorio en el que quieren ser como los españoles peninsulares pero, al mismo tiempo, se identifican con la
tierra en donde han nacido.
Son precisamente esos sentimientos, pero además intereses -económicos, políticos-de los
criollos los que determinarán que se concrete en el siglo XIX la separación en
países distintos los restos del antiguo Imperio Español. Las diferencias
regionales, geográficas y de otro tipo no eran suficientes para justificar la
parcelación, por lo que los criollos -clase dirigente del proceso de independencia- transformados en oligarquía terrateniente se tuvieron que dar a
la tarea de imaginar diferencias que distinguían a unos países de otros.
La separatista que desembocó en la creación de los actuales países
latinoamericanos fue la que prevaleció frente a la unionista o la federalista que,
sin embargo quedaron como sustrato o como herencia ideológica que a la larga,
se fue transformando en utopía y asociándose con proyectos políticos de
sectores que podríamos caracterizar como contestatarios o alternativos
vinculados a lo popular llenando mucho de su contenido conceptual con puntos de
vista vinculados con nuevas condiciones políticas y sociales.
Es así como, a partir de finales del siglo XIX a la idea de unión
latinoamericana se le agrega el antiimperialismo. Esto sucede en el contexto de
la creciente presencia militar, económica y cultural en América Latina de los
Estados Unidos. La unión devenida hacia mediados del siglo XX en integración se
considera desde entonces, por parte de fuerzas progresistas o de izquierda, en
base para un desarrollo autónomo, independiente de lo que se consideran los
prevalecientes intereses estadounidenses en la región.
El ALBA fue desde un inicio proyecto de los gobiernos de la ola
progresista latinoamericana de la primera década del siglo XXI y, por lo tanto,
se entendió en el sentido antes apuntado: como una propuesta latinoamericanista
orientada al apoyo mutuo excluyente de los Estados Unidos y de su proyecto, el
ALCA.
Se inspira en una tradición “soterrada” -para usar el término utilizado por los sandinistas en la década de
los 80 para referirse a la herencia de Sandino- que solo con la asociación de nuevos grupos sociales al poder del
Estado puede transformarse en hegemónica e impulsarse como política.
Su futuro está asociado a la permanencia en el poder de tales
grupos; si estos son desplazados del poder el proyecto se deteriora o tiende a
desaparecer. Es lo que está sucediendo con el ALBA en la actualidad y lo que se
puede decir de cualquier otro proyecto integracionista en América Latina. En el
caso concreto del SICA, este siempre ha estado bajo la égida de empresarios muy
dependientes del capital foráneo, especialmente norteamericano y de compañías
transnacionales asociadas a ese país. En este contexto, al SICA no le interesa
la parte cultural que pueda eventualmente apoyar una identidad centroamericana
o centroamericanista. Mientras siga comandado por estos grupos, sectores y
clases, prevalecerán los enconos nacionalistas.
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* Guatemalteco. Doctor en Historia por la Universidad de La Habana,
Cuba. Profesor e investigador del Instituto de Estudios Latinoamericanos
(IDELA), de la Universidad Nacional (UNA), Costa Rica. Correo electrónico: rafael.cuevas.molina@una.ac.cr
[3] Para una consulta pormenorizada de la amplia
obra del autor entrevistado, véase: http://una-cr.academia.edu/RCuevasMolina