Shirley Rodríguez González
Escuela de Nutrición, Universidad de Costa Rica
shirleyrodriguez@gmail.com
Gabriela Coelho-de-Souza
Programa de Posgrado em Desarrollo Rural
Universidad Federal de Río Grande del Sur, Brasil
gabrielacoelhodesouza@yahoo.br
Resumen
El objetivo de este trabajo es analizar cómo el proceso de mercantilización asociado a la agricultura familiar puede influir en la seguridad alimentaria y nutricional de las familias. La primera parte introduce el tema, estableciendo cómo las consecuencias de la modernización agrícola orientan hacia una mirada diferente a la pequeña producción por parte de organismos internacionales y gobiernos nacionales. En la segunda parte se abordan cuestiones teóricas y conceptuales relacionadas con la transformación del campesino al agricultor familiar, con la finalidad de comprender esta dinámica y lo que eso implica. En la tercera parte, se aborda una función de en agricultura familiar que va más allá de la producción: la seguridad alimentaria y nutricional de las propias familias de los agricultores familiares, considerándose la importancia del autoconsumo en esa función. En la cuarta parte, se procura hacer un análisis sobre la repercusión de los procesos de mercantilización en el autoconsumo de las familias de agricultores familiares que podrían llevar a las familias a su vulnerabilidad. En la última parte, se elaboran algunas consideraciones finales.
Palabras clave: agricultores, autoconsumo, mercado, vulnerabilidad alimentaria
Abstract
The objective of this paper is to analyze how the process of commodification associated with family farming can influence food and nutrition security for families. The first part introduces the topic, establishing how the consequences of agricultural modernization aimed at a different small production by international agencies and national governments look. In the second part are addressed theoretical and conceptual issues related to the transformation of the peasant in family farmer, in order to understand this dynamic and its implications. In the third part , a function of family farming that goes beyond production is addressed: food and nutrition security of households own family farmers , considering the importance of auto-provisioning in that role. In the fourth part , seeks to analyze the impact on the processes of commodification in the consumption of the families of family farmers who may lead families to their vulnerability. The last part brings up some final considerations.
Keywords: farmers, subsistence, market, food vulnerability.
Introducción
A partir de los años 60 surge una serie de transformaciones en la agricultura, resultantes del proceso de su modernización, que condujo a una mudanza en la forma de hacer agricultura en los diversos países latinoamericanos. Este proceso de modernización estuvo asociado a la adopción de un paquete tecnológico que incluía semillas híbridas y más recientemente semillas genéticamente modificadas, mecanización agrícola y uso intensivo de insumos químicos con el objetivo de aumentar la productividad y obtener el mayor lucro del proceso productivo. Esto generó una desnaturalización de la agricultura que tuvo consecuencias en el proceso productivo como: la dependencia de insumos externos de la propiedad agrícola, la especialización agrícola y la búsqueda por la maximización del lucro (Dal Soglio, 2009; Pérez y Molina, 2012). Por tanto, el mercado se constituye en la principal estructura que organiza el sistema productivo, tanto de los insumos como de los productos.
Para Ploeg (2008), esta concepción de la agricultura empresarial consideraba que adoptar este estilo de agricultura era sinónimo de un agricultor moderno que dejaba en el pasado lo tradicional y atrasado, y que le permitiría enfrentar la “batalla en el futuro”. Pero, según este mismo autor, las bondades de este proceso de modernización no son consistentes con el aumento del lucro, debido a que muchos de los beneficios económicos son transferidos a los intermediarios de los procesos, lo que ha llevado a una reconsideración de la forma de hacer agricultura, debido a que su internalización puede provocar vulnerabilidad social y pérdida de la autonomía (Ploeg, 2008).
Entre las principales consecuencias sociales de este proceso están: a) la exclusión de pequeños agricultores del sistema económico, tanto de la tierra como de su posibilidad de participación del mercado, disminuyendo así su capacidad de ingreso y de la búsqueda de mejores condiciones de vida (Stédile, 2004; Abramovay, 2004); b) la inestabilidad de los precios de alimentos del mercado (CEPAL/FAO/IICA, 2011); y c) la pérdida de la identidad con respecto a los alimentos locales y, por tanto, con la cultura alimentaria, debido a los procesos de globalización (Morón y Schejtman, 1997; Lopez de Blanco y Carmona, 2005, Crovetto y Ricardo, 2008).
Según Bonnal y Maluf (2009), las consecuencias de los procesos de modernización de la agricultura alimentaron un intenso debate en las institu ciones financieras y agencias de cooperación internacionales durante la década de 1990. Por consiguiente, según estos mismos autores (p. 221) “se puede afirmar que las nuevas reglas que llegaron a ordenar la acción pública tenían como principal justificación la corrección de las externalidades negativas inherentes a los modelos de desarrollo basados en los estímulos de mercado, de modo que las políticas públicas pasaron a tener una importante función de reequilibrio social y territorial” (traducción de las autoras). Organismos como la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), la CEPAL (Comisión Económica para América Latina) y el IICA (Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura) han mostrado su posición sobre el papel estratégico de la agricultura familiar como un aspecto importante para la seguridad alimentaria y nutricional y la necesidad de contar con políticas diferenciadas para estos (HLPE, 2013; Arias et al, 2013, CEPAL, FAO e IICA, 2013; FAO-BID, 2007; FAO, 2011).
En este contexto, la agricultura familiar asume un nuevo papel que va más allá de la producción, constituyendo así una importante herramienta para la promoción de la seguridad alimentaria de las propias familias rurales y de la sociedad (Cazella, Bonnal y Maluf, 2009; Maluf, 2007). Considerando estas funciones se han desarrollado importantes acciones estatales para el fortalecimiento de la agricultura familiar en los diversos países latinoamericanos en momentos diferentes. En el caso de Brasil, se consolidan las acciones que se venían realizando a favor de la agricultura familiar mediante la creación del Programa Nacional de Fortalecimiento a la Agricultura Familiar en los años noventas, y más recientemente se inició en Costa Rica un proceso de fortalecimiento durante los años 2000 que se consolida en el actual gobierno al generarse una política de fortalecimiento a la agricultura familiar con un plano de acción que empezó en el año 2010.
Conceptualizando la agricultura familiar
Las transformaciones en las culturas tradicionales ocurren con base en una relación armoniosa con la naturaleza, donde la búsqueda del autoabastecimiento de los alimentos lleva a la diversificación de las actividades agrícolas dentro de un orden social de evolución milenaria. Como consecuencia, surgen distintos sistemas agrícolas, los cuales se caracterizaban por su respeto al suelo, con alta diversidad y gran calidad de sus productos. Estas técnicas de producción pasaron de generación en generación sin incorporar mudanzas estructurales significativas en la producción y en las relaciones de trabajo.
Sin embargo, a partir de la década de 1960 se promueve una serie de prácticas que procuran conducir al proceso de modernización agrícola como consecuencia de la Revolución Verde, la cual estaba asociada a grandes avances técnico-productivos. Este modelo de agricultura convencional se consolidó y pasó a ser hegemónico, generando entonces una serie de cambios en los recursos productivos, principalmente la tierra y la fuerza de trabajo. Pero, este avance técnico-productivo no fue accesible para todos los agricultores, lo que provocó grandes desigualdades en el campo y la implantación de las relaciones capitalistas. Así, se inicia una etapa donde conviven tanto sistemas de producción tradicionales, concebidos como atrasados, y sistemas de producción convencionales, concebidos como modernos. A partir de esta realidad, surge un debate sobre cómo definir al tipo de agricultor que persiste hasta nuestros días. Por un lado, están los defensores del término campesino asociado a técnicas tradicionales de producción, y por otro lado los defensores del término agricultor familiar, vinculado al tipo de sistema de producción dentro del sistema capitalista.
Según Carvalho (2005), la discusión en torno a la persistencia o no del campesinado se da en tres sentidos: el fin del campesinado, el fin del fin del campesinado y la metamorfosis del campesinado. En el caso de la noción del fin del campesinado, según Carvalho (2005), la discusión se puede remitir al siglo XIX, principalmente por Marx y por los marxistas. Según Marx, a partir de su estudio económico del capitalismo, la contradicción que presenta el campesino, al ser propietario de los medios de vida y a su vez ser proletariado, le impide su sobrevivencia (Marx, 1982). Por su parte, Lenin y Kautsky realizaron estudios de la cuestión agraria en el capitalismo que todavía son referencial para comprender el desarrollo agrario. Lenin (1988), retomando los postulados de Marx, establece la desaparición del campesinado en el proceso de diferenciación propio del capitalismo. Para Kautsky (1986), es posible que permanezcan otras formas de producción con el capitalismo porque son funcionales a éste, al desarrollar áreas que el capitalismo no considera de su interés.
Estudiosos como Ennew, Hirst y Tribe (1977) continúan apoyando la idea de los marxistas ortodoxos haciendo la negación del campesinado como categoría analítica. Pero hay también oposición por parte de estudiosos como Shanin (1988) que a partir de los postulados de Chayanov establecen que no es posible eliminar la existencia del campesino. Estos autores persistirán pese a los postulados marxistas. Los aportes de Chayanov fueron difundidos hasta los años 60 y parten de un análisis microsociológico de la unidad de producción campesina buscando entender cómo funcionaban dichas unidades, considerando que al no usar mano de obra asalariada no podía aplicarse la misma teoría de empresa capitalista. Como resultado de sus investigaciones establece que la unidad familiar funciona de manera indivisible y es esta la que define su propia reproducción, buscando un nivel de producción que permita un adecuado bienestar de los miembros de la unidad familiar y que también permita su reproducción social (Chayanov, 1974).
Wolf (1976: 31) a partir de los postulados de Chayanov indica que el campesino se encuentra en un dilema constante que consiste en “contrabalancear las exigencias del mundo exterior en relación con las necesidades que encuentra en la atención de las necesidades de sus familiares” (traducción de las autoras). Para solucionar este problema, el campesino se manifiesta dinámico en las dos estrategias que le son posibles: aumento de la sobreexplotación de la fuerza de trabajo para incrementar la producción, o la reducción del consumo.
Theodor Shanin se apropia de la influencia de Chayanov para reforzar la funcionalidad del análisis económico de la unidad familiar, y defiende y actualiza la teoría de Chayanov manifestando que los campesinos se pueden insertar en todas las sociedades y mantenerse en una posición subordinada, debido a su capacidad de diversificación económica y política (Shanin, 1988). Según Carvalho (2005), el referencial teórico hegemónico en Brasil está asociado a la visión de Mendras (1978), quien establece que las sociedades campesinas son sociedades de conocimiento, que tienen cierta autonomía relativa y, por tanto, para que existan campesinos deben existir sociedades campesinas. El autor así indica que el campesinado va a desaparecer porque se va a integrar en la sociedad global. Al respecto, Abramoway (1992) indica que el proceso de mercantilización económica, anterior a la instauración del capitalismo como una forma de producción predominante que organiza las formas de relaciones sociales, lleva a una creciente interacción e integración de las familias a los mercados, lo que permitió hacer la distinción entre agricultores familiares y campesinos. Así, para él los campesinos son “sociedades parciales con una cultura parcial, integrados de modo incompleto al mercado” y el agricultor familiar “totalmente integrado al mercado, capaz de incorporar los principales avances técnicos y de responder a las políticas gubernamentales” (Abramoway, 1992: 22, 127, traducción de las autoras).
Wanderley (2003: 47) coincide con Abramoway al indicar que “el agricultor es sin duda, un actor social del mundo moderno; así, lo que concede a los agricultores modernos la condición de actores sociales, constructores y socios de un proyecto de sociedad – y no simplemente objetos de intervención del Estado, sin historia – es precisamente la doble referencia a la continuidad y a la ruptura” (traducción de las autoras).
Wanderley también indica que, de cierta forma, este agricultor familiar permanece campesino, pues la familia continúa siendo el objetivo principal que define las estrategias de producción y de reproducción y la instancia inmediata de decisión (Wanderley, 2003). En este sentido, Jean (1994) a partir de su experiencia en Quebec establece que la forma de agricultura familiar moderna es el resultado de una economía campesina que se modernizó y utiliza más recursos y establece mayores relaciones con el mercado, pero que tiene una gestión patrimonial de los recursos. Además, Jean agrega que la agricultura familiar ha mostrado su capacidad de adaptarse a los diferentes momentos históricos y coyunturales. Ploeg (2008) también coincide en mucho con estas ideas de Jean.
Según Ploeg (2009), la agricultura familiar presenta dos constelaciones: el modo campesino y el modo empresarial de hacer agricultura. El modo campesino de hacer agricultura busca una vinculación flexible al mercado, manteniendo su autonomía y buscando su espacio de maniobra, a través de un proceso continuo de construcción, perfeccionamiento, ampliación y defensa de una base de recursos autocontrolada. Este tipo de producción campesina establecida por Ploeg (2009, 2008, 2010), que él llama de “recampenización” no es un retorno al pasado, por el contrario es un modo de producción que activa la reconstitución de las relaciones y elementos que ayudan a encarar el mundo moderno. Por tanto, Ploeg reconoce que los agricultores hacen una inserción en el mercado, pero no dejan la forma familiar de hacer agricultura. Según Carvalho (2005), la discusión que se dio en Brasil en relación con este debate estableció como ideas hegemónicas aquellas que reposaban en las concepciones de la diferenciación del campesinato. Agrega este mismo autor (Carvalho, 2005: 24) que esas ideas se materializaban en la concepción de prácticas de las políticas públicas, en las palabras de orden reinantes en los movimientos y organizaciones sociales y sindicales del campesinado cuando defendían la “inserción competitiva de la agricultura familiar en el mercado”. Para Fernandes (2002: 4) la aparición de la agricultura familiar es un proceso de metamorfosis del campesinado como lo refiere la siguiente cita: “el final del siglo XIX, Lenin y Kautsky pronosticaron la desaparición de los campesinos en el desarrollo desigual del capitalismo. A finales del siglo XX, los teóricos de la agricultura familiar procuran construir un método de análisis en que la desaparición del campesino está en el proceso de metamorfosis en agricultor familiar” (traducción de las autoras).
Este mismo autor indica que “el campesino tiene dos opciones o se metamorfosea en agricultor familiar o se mantiene como él mismo y se desintegra” (traducción de las autoras) (Fernandes, 2002: 4). Hespanhol (2000) manifiesta que la categoría de análisis agricultura familiar para designar las unidades productivas, en la cual las relaciones con la tierra, la fuerza de trabajo y los medios de producción están asociados al grupo familiar, es consecuencia de las transformaciones sociales que se dieron en Brasil durante la década de los 90 y que reflejan una valorización del segmento familiar.
Según Schneider, la noción de agricultura familiar no es una cosa nueva, sino un cambio de formas sociales agrícolas, como se observa en el siguiente texto: “la emergencia y el reconocimiento de la agricultura familiar no debe ser entendida como una noción de novedad, que no existía hasta entonces.
Las formas sociales que actualmente se asocian a la denominación de agricultura familiar, en épocas anteriores recibían otras denominaciones según el contexto regional y la formación histórica-social” (traducción de las autoras) (Schneider, 2009: 9).
Este mismo autor agrega que este término tiene consideraciones sociales, políticas y académicas diferentes, pero que muchas veces se confunden y se tiende a asumir las consideraciones sociales o políticas como marco para análisis académicos, lo que no ayuda a entender científicamente la agricultura familiar. Desde el punto de vista social, la agricultura familiar es una categoría que emergió como resultante de movimientos sociales para la reivindicación de sus derechos; desde punto de vista político, esta obedece a una definición que permite la operacionalidad de acciones, y desde el punto de vista académico, la agricultura familiar es aquella que opera a partir de la articulación de las dimensiones trabajo, gestión y propiedad familiar.
Seguridad alimentaria y nutricional: una función de la agricultura familiar
Como se mencionó anteriormente, las consecuencias de los procesos de modernización de la agricultura prpiciaron un intenso debate en las instituciones financieras y agencias de cooperación internacional durante la década de 1990, que orientaron sus acciones al reequilibrio social y territorial (Cazella, Bonnal y Maluf, 2009; Maluf, 2007). En este reequilibrio social y territorial la función de seguridad alimentaria y nutricional de la agricultura familiar ganó fuerza, al ser esta una importante fuente de empleo que genera estabilidad a las comunidades rurales, provee alimentos o materias primas para el consumo de la familia, y promueve las prácticas alimentarias locales, regionales o nacionales.
Como una fuente de generación de trabajo e ingreso, la agricultura familiar, permite a las familias rurales mantenerse en el campo en condiciones dignas, función prominente en un contexto de elevado desempleo y de bajo ingreso para amplios segmentos de la población (Cazella, Bonnal y Maluf, 2009). Los procesos de modernización generaron la diferenciación social de los agricultores; sin embargo y pese a los postulados establecidos por Lenin (1988), la agricultura familiar continúa desempeñando un papel central en la reproducción económica y social de las familias rurales al generar empleo tanto en la contratación de mano de obra adicional como en la incorporación de los miembros de la familia en los procesos productivos. Según CEPAL, FAO e IICA (2013), la participación de la agricultura familiar en el empleo sectorial en América Latina es significativa y representa más del 50% en todos los países (con excepción de Costa Rica que representa sólo un 36%), llegando a alcanzar más de 70 % en Panamá, Honduras y Brasil.
Sin embargo, considerando la dinámica de los mercados y las dificultades que los agricultores familiares presentan para competir, muchas veces estos se encuentran en estado permanente de inseguridad alimentaria y nutricional, debido a la incapacidad de obtener todos los alimentos requeridos para satisfacer sus necesidades nutricionales, genera un estado de vulnerabilidad alimentaria (Ellis, 2000), lo cual es una paradoja al ser la agricultura familiar uno de los sectores que más aporta alimentos básicos para la alimentación de las naciones. HLPE (High Level Panel of Experts on Food Security and Nutrition, 2013) reafirma esta idea al indicar que se ha demostrado la capacidad productiva de los agricultores familiares, quienes representan un importante valor en la alimentación de las diferentes naciones. Según CEPAL, FAO e IICA (2013), pese a las restricciones que presentan los agricultores familiares en sus factores productivos y en el acceso a los mercados, ellos producen un alto porcentaje de los alimentos consumidos en América Latina, al participan con cerca del 50% de la producción agropecuaria total en Centroamérica (con excepción de Costa Rica, que alcanza un 43% y El Salvador, que representa un 40%) y 20% en Sudamérica.
En la procura de reducir esa vulnerabilidad, la producción para autoconsumo tiene un papel central, debido a que permite la disponibilidad y acceso a una mayor cantidad de alimentos y materias primas que pueden ser usados para consumo familiar o para reducir la dependencia de insumos externos. Además, les permite tener control de la calidad de los alimentos que están consumiendo, al conocer los procesos productivos a los que fueron sometidos y mantener los hábitos alimentarios locales o regionales.
La importancia del autoconsumo para la reproducción de las familias campesinas tiene como antecedentes los estudios de Chayanov (1974) y Wolf (1976). Chayanov estableció que el trabajo óptimo en la unidad familiar es aquel que permite satisfacer las necesidades de la familia. Wolf (1976), por su parte, también considera la unidad campesina como una unidad de consumo y de trabajo, sólo que él agrega que estas unidades se desenvuelven en sociedades complejas, que establecen demandas sociales y relaciones de poder (Wolf, 1976). Ambos autores reconocen la importancia del autoconsumo para la reproducción de la familia.
Ploeg (2008) por su lado, estableció que debido a la mecánica del proceso de acumulación de capital, las relaciones de dependencia y los niveles de privación están presentes en la agricultura, lo que lleva a la pérdida de la autonomía y del control del proceso productivo. Por tanto, reducir la dependencia a partir de las interrelaciones entre la unidad de consumo y de producción y su contexto, permite tener mayor control sobre el proceso de producción y del espacio de maniobra para las acciones en la búsqueda de su reproducción.Ploeg (2008) por su lado, estableció que debido a la mecánica del proceso de acumulación de capital, las relaciones de dependencia y los niveles de privación están presentes en la agricultura, lo que lleva a la pérdida de la autonomía y del control del proceso productivo. Por tanto, reducir la dependencia a partir de las interrelaciones entre la unidad de consumo y de producción y su contexto, permite tener mayor control sobre el proceso de producción y del espacio de maniobra para las acciones en la búsqueda de su reproducción.
Una investigación realizada por Cazella, Bonnal y Maluf (2009: 50) relacionada con la multifuncionalidad de la agricultura, el desarrollo territorial y las políticas públicas constató la importancia de la producción para el autoconsumo, en un contexto de crisis de la producción familiar mercantil al permitirle al grupo familiar contar con alimentos producidos que de otra forma no podrían adquirir. Estos autores incluso manifestaron que disponer de tierra aunque no esté siendo utilizada por la producción, es un recurso que pueden utilizar en caso de crisis de trabajo.
La producción para autoconsumo también puede ofrecer una mayor variabilidad a la dieta, al proveer alimentos que talvez en otras condiciones no serían posible adquirir, tanto por la limitación de disponibilidad como por la dificultad de acceso. Una mayor variedad de alimentos garantiza la seguridad alimentaria y nutricional, pues implica que las personas pueden recibir una mayor cantidad y calidad de los nutrientes necesarios para favorecer un estado saludable (Álvarez y Restrepo, 2003).
En relación con la calidad de los alimentos, según Grisa, Schneider y Conterato (2013) al ser destinados para los propios miembros de la familia, la producción es realizada bajo técnicas que no impliquen el uso de insumos químicos y que, por lo contrario, recurran al uso de los recursos propios de la unidad productiva que mejoren su calidad. Grisa (2007), en su estudio, establece que una de las razones para mantener el autoconsumo por parte de las familias es saber que no tienen “venenos”. Por tanto, la producción para el autoconsumo está asociada a prácticas productivas que fortalecen la base de los recursos de las unidades familiares y que, a la vez, permiten una producción sustentable con el medio ambiente, siendo este tipo de producción una premisa de la seguridad alimentaria y nutricional.
Referente a este punto, la CEPAL, la FAO y el IICA (2013) indican que la agricultura familiar es una de las actividades que combina más eficientemente sus recursos productivos y lo hace de una manera más sustentable. Según Ploeg (2008), esto es porque los agricultores tienen una relación de coproducción con la naturaleza, significando esto la interacción y transformación mutua constante entre el hombre y la naturaleza viva. Jean (1994) cree que la agricultura familiar puede estar en relativa armonía con el medio ambiente.
La otra característica que tiene que ver con la agricultura y la seguridad alimentaria y nutricional, es el rescate de la cultura alimentaria. Según Dumani (2007), la cultura alimentaria es una manifestación de la diversidad cultural, pues refleja el conocimiento acumulado de un pueblo alrededor de los alimentos que se producen en su medio, su utilización y posibles tratamientos. Agrega esta autora que la cultura alimentaria sólo puede ser alcanzada por medio de la biodiversidad local, siendo tarea de la agricultura familiar mantener la biodiversidad para promover la diversidad alimentaria y fortalecer las prácticas culinarias y, por tanto, las tradiciones de los pueblos.
Mercantilización de la agricultura familiar y seguridad alimentaria y nutricional
Como fue establecido por Wolf (1976) y Mendras (1987), los campesinos tuvieron relaciones con el mercado desde hace mucho tiempo, sólo que dichas relaciones comienzan a ser mayores en la medida en que las sociedades se vuelven más complejas, lo que provoca también una mayor complexidad de las relaciones de trabajo. Esta vinculación con el mercado, como fue establecido anteriormente, es lo que diferencia la agricultura campesina de la agricultura familiar, la hace una inserción mayor con el mercado, pero no deja la forma de producción familiar (Wanderley, 2003).
Segundo Conterato et al (2001), los estudiosos del medio rural procuraron demostrar cómo esta mayor inserción en el mercado fue consecuencia de los procesos asociados a la modernización de la agricultura, que provocaron transformaciones en las relaciones sociales dentro medio rural por medio del desarrollo de la agricultura por los mercados. Estos mismos autores manifestaron dos perspectivas de este proceso. La primera es la idea de que la mayor productividad asociada a la utilización de proceso tecnológico resolvería el atraso de la agricultura y significaría el aumento de la comercialización, por medio de la absorción de insumos externos (vertiente mainstream), lo que conduciría al progreso. La segunda vertiente de los estudios rurales está identificada, según estos mismos autores, con la economía política y en oposición a la perspectiva anterior, denominada abordaje de la commoditization (Long, 1986), que destaca las repercusiones adversas y desiguales de los efectos de la modernización de la agricultura, mostrando así que la ampliación a los mercados no significaría desarrollo ni mejoras para los agricultores.
A pesar de las diferencias entre estas perspectivas, Conterato et al (2011: 68) manifiestan que “ambas perspectivas coinciden en el entendimiento del desarrollo como un proceso progresivo de búsqueda de una formación institucional y tecnológica más compleja” (traducción de las autoras). Sin embargo, una de las principales preocupaciones de Long y Ploeg (2011) es que se ha dado mucha importancia a las estructuras en los procesos de desarrollo, considerando el proceso de mercantilización como un proceso unidireccional que concibe los cambios sociales a partir de intervenciones externas, dejando de lado la capacidad del actor de influir en este proceso. Por tanto, según Long (2001, 2007) estas perspectivas estaban apoyadas en determinismos, linealidad y hegemonía institucional. En el intento de generar una alternativa a este análisis estructuralista, surge a partir de los trabajos de la Escuela de Wageningen, particularmente de Norman Long y de Van der Ploeg, la perspectiva orientada al actor con un abordaje constructivista y microsociológico. Long y Ploeg (2011) indican que los agricultores tienen la capacidad de generar propuestas a otros proyectos formulados de manera externa, resultando en toda una gama de prácticas que se reflejan en la impresionante heterogeneidad de la agricultura, donde la construcción de mercados tiene cierta centralidad, pasando a ser entendidos como un espacio de interacción de los diferentes actores por medio de interfaces a partir de sus realidades y visiones de mundo, considerando así la capacidad de los actores en estos espacios mercantilizados (Long, 2001).
Para Conterato et al (2011: 69), “al enfatizar y acreditar en la capacidad de agencia de los agricultores, los autores de la perspectiva orientada al actor desarrollaron una nueva lectura que da un nuevo significado al papel y al lugar de los mercados y del proceso de mercantilización” (traducción de las autoras). Según Ploeg (2008: 43), las relaciones específicas establecidas con los mercados, “son parte de un conjunto más amplio de relaciones que vinculan el campesinado al mundo exterior, lo cual es estructurado por los campesinos de forma de permitir al máximo de la flexibilidad, la movilidad y la capacidad de escapar al control” (traducción de las autoras). De esta forma se pretende aprovechar las oportunidades que este mercado ofrece y evitar sus trampas.
Estas relaciones con el mundo exterior, según Ploeg (2008: 43), “son construidas, mantenidas y alteradas de acuerdo con repertorios locales (o economías morales) que se centran en la cuestión de la desconfianza y, consecuentemente, llevan a la construcción de la autonomía” (traducción de las autoras). Por tanto, estos repertorios tienen un papel central en esas relaciones con el exterior, las cuales están permeadas por lo que él llama una “desconfianza institucionalizada”, lo que les condiciona a un trato cuidadoso con el exterior, pero también, del otro lado de la moneda, los procesos de confianza están asociados a los recursos locales, sociales y materiales anaigados, constituyéndose así la práctica agrícola en un proceso socialmente construido (Ploeg, 2008).
Ploeg (2008: 45) establece que “el equilibrio entre la confianza y la desconfianza se traduce en una estructuración específica de las relaciones económicas en la cual la agricultura está arraigada... desde el punto de vista analítico, la práctica agrícola consiste en tres procesos interrelacionados y mutuamente adaptados: 1) la movilización de recursos, 2) la conversión de recursos en productos (finales) y 3) la comercialización y reutilización de los productos finales. El primer y el tercer proceso, y también cada vez más el segundo, presuponen e implican de hecho relaciones con los mercados (traducción de las autoras).
Ploeg (2008) agrega que los recursos pueden ser movilizados a través de mercados diferentes, pero también pueden ser producidos y reproducidos dentro de la propiedad, en la medida en que se aumente la producción de insumos en la propia propiedad el proceso de autonomía es mayor. Ejemplos de cómo los agricultores y demás actores se han organizado en la construcción de mercados fue estudiada por Caravalheiro y Garcez (2007), Gazolla y Peregrini (2011) y Oliveira, Gazola, Carvalho y Schneider (2011).
Otro aspecto que resalta Jean (1994) es el papel del Estado en la regulación de estos mercados y destaca tres funciones específicas: 1) definición de un cuadro jurídico en torno a la protección de los mercados en cuanto a las tarifas aduaneras, 2) legitimación de diversos instrumentos de desarrollo a mediante de mecanismos de participación en el mercado. En relación con este aspecto, las organizaciones sociales y los organismos internacionales como la FAO, han promovido el desarrollo de estrategias nacionales de apoyo para la vinculación al mercado de los pequeños productores, considerándose esa vinculación al mercado potencial como una oportunidad para mejorar su calidad de vida y, por tanto, su seguridad alimentaria y nutricional.
Al considerar entonces la agricultura familiar como aquella que requiere una vinculación al mercado, nos surgen las siguientes interrogantes: ¿qué implicaciones tiene esta vinculación en la seguridad alimentaria y nutricional de las familias productoras? ¿será que esta vinculación al mercado permite mantener la producción para autoconsumo como estrategia de producción y reproducción? ¿esta vinculación permite una mayor especialización en la producción de alimentos que serán utilizados en los procesos de transformación, generando así mayor ingreso a las familias para tener mejores condiciones de vida y a la vez satisfacer sus necesidades alimenticias?
Para intentar dar respuesta a estas preguntas se tomaron como base los resultados de algunas investigaciones en relación con el proceso de autoconsumo y alimentación realizadas por Gazolla (2004), Grisa (2007), Grisa, Gazolla y Schneider (2010), Costa (2010), Araya et al (2011) y Grisa, Schneider y Conterato (2013).
Gazolla (2004) en un estudio en el Alto de Uruguay en Río Grande del Sur (Brasil) establece que la mercantilización del consumo llevó a los agricultores a la vulnerabilidad de su reproducción social y alimentaria, debido a los procesos de especialización productiva. Este mismo resultado fue identificado por Grisa (2007) en otro estudio en Río Grande del Sur (Brasil), en el cual indica que la alimentación para autoconsumo se torna complementaria en la medida en que ocurre el proceso de mercantilización de la agricultura y la metamorfosis de campesino en agricultor familiar. Pese a esta reducción demostrada por estos autores, Grisa, Gazolla y Schneider (2010) a partir del estudio en la Zona Sur de Río Grande del Sur (Brasil), demuestran que los cambios técnicos en la agricultura durante la década de 1970 no eliminaron la producción de alimentos y esta continúa siendo “una estrategia recurrente y desempeñando diversos papeles en la reproducción social, económica y alimentaria de las formas sociales familiares existentes en el área rural de Río Grande del Sur. Esta producción reviste varios significados, valores e importancia para los agricultores que la poseen de una forma fortalecida en sus unidades productivas, pasando desde papeles en torno de la diversificación de la producción y de los modos de vida de las familias, generación de la seguridad alimentaria y nutricional, y constituyéndose así en un factor responsable de la autonomía y preservación de una base de recursos autocontrolada por los agricultores. Si esto no bastara, el autoprovisionamiento responde por valores monetarios anuales relevantes que representan una importante forma de economía (agricultura económica) y de ingreso no monetaria generada anualmente en los establecimientos” (traducción de las autoras) (Grisa, Gazolla y Schneider, 2010: 78).
Estos autores también formulan que hay una contradicción y ambiguedades desde el punto de vista del fortalecimiento de este tipo de producción en las interfaces de las políticas públicas, debido a que muchas veces estas favorecen la reducción de esta producción a favor de los cultivos comerciales destinados a los mercados externos, pero en algunos pocos casos, estas políticas e iniciativas locales generan procesos reales de apoyo al autoprovisionamiento.
Referente a esta observación, Costa (2010) a partir de un estudio realizado en el territorio Centro-Sur del Estado de Paraná (Brasil) en familias de agricultores familiares que proveen alimentos para el Programa de Adquisición de Alimentos, mostró cambios sociales importantes tales como la autonomía y cooperación, además de cambios económicos por la vinculación a mercados institucionales. También, la investigadora constató más mejora en las condiciones alimentarias de la vida de las familias dado la recuperación de las prácticas de policultura que aumenta la variedad de alimentos para el consumo.
En un estudio exploratorio realizado en Costa Rica, por Araya et al (2001) en unidades familiares agrícolas, se identificó que poco menos de la mitad de las familias presentaban un nivel de inseguridad alimentaria leve y una variedad de alimentos limitada. Su principal fuente de adquisición de alimentos es la compra de ellos, teniendo el autoabastecimiento alimentario de pocos productos, debido a las características de especialización agrícola de los productores.
Grisa, Schneider y Conterato (2013) realizaron un análisis sobre el autoconsumo en Brasil a partir del Censo Agropecuario 2006 y encontraron que un 7.78% de la producción de cada unidad es destinado para autoconsumo. Este valor varía dependiendo del tipo de establecimiento, pues entre los productores que no tienen área propia para producir, el autoconsumo representa un 24,81% y en los establecimientos con menos de 5 ha. el autoconsumo representa el 18,63 %.
Todos estos autores consultados demuestran la importancia del autoconsumo para la reproducción de la familia al constituirse una fuente de ingreso no-monetario que posibilitan que las familias disminuyan los gastos que tienen que realizar en la adquisición de los alimentos, y permite una estrategia de reproducción social al generar mayor estabilidad económica de las familias y, por tanto, contribuye al logro de la seguridad alimentaria y nutricional. Pese a esta relevancia, los autores constatan como los procesos de mercantilización han influido en la reducción de la producción para autoconsumo en las familias de los agricultores familiares. La diferencia en este resultado se presenta en el estudio realizado por Costa (2010) al estar vinculados los agricultores familiares al Programa de Adquisión de Alimentos (PAA), el cual promueve la diversificación de la producción.
Consideraciones finales
En este trabajo se buscó presentar cómo los procesos de mercantilización asociados a la agricultura familiar han influido en la seguridad alimentaria y nutricional de las familias de los agricultores. Para lograrlo, primero se hizo un análisis del debate en relación con la desaparición del campesinado, partiendo de autores clásicos como Marx, Lenin, Kautsky y Chayanov hasta los días actuales, al incluir como ejemplo el interesante debate seguido en Brasil sobre esta temática. Se concluye que el campesinado no desapareció como fue establecido por los autores clásicos, sino que este se metamorfoseó en un agricultor familiar, que se caracteriza por tener una mayor vinculación con el mercado, pero que como afirman autores como Ploeg (2008), Wanderey (2003) y Jean (1994), mantienen las formas de producción familiar, caracterizada por la articulación de las dimensiones trabajo, gestión y propiedad familiar.
Se constató también cómo esta vinculación al mercado se dio por medio de un proceso de modernización de la agricultura que lo “llevó de estilos de agricultura atrasada a la moderna”, lo que generó una pérdida de autonomía en relación con el proceso productivo, pues pasó a depender cada vez más de insumos externos que aumentaban los costos de transacción. Por tanto, esta relación con el mercado generó una mayor vulnerabilidad de los agricultores con respecto a su seguridad alimentaria y nutricional, modificandose entonces la visión de los políticos y estudiosos de la agricultura familiar más allá de la producción, la cual se considera como una estrategia no sólo para su reproducción, sino para la seguridad alimentaria y nutricional de la propia familia, al generar empleo, brindar una mayor disponibilidad y variedad de alimentos saludables y permitir la reproducción de las prácticas alimentarias locales. En este sentido se rescatan muchos de los aportes de Ploeg (2008) quien establece la importancia de retomar el modo de producción campesino en la agricultura moderna, que implica una relación de coproducción con la naturaleza, que cambia la relación hombre/naturaleza, y considera las estrategias para una mayor autonomía del agricultor en relación con el mercado al buscando un autoabastecimiento de alimentos y materias primas que le permitan mayor espacio de maniobra.
Estudios como los de Gazolla (2004), Grisa (2007), Araya et al (2001), y Grisa, Schneider y Conterato (2013) constatan que pese a la importancia del autoconsumo para la seguridad alimentaria y nutricional, los procesos de mercantilización han influido en la reducción de producción para autoconsumo en las familias de los agricultores familiares, al generarse procesos de especialización productiva. Por su parte, Costa (2010) evidenció en su estudio una situación diferente en relación con los agricultores que estaban vinculados al PAA, debido a que se promueve la diversificación de la producción. Por tanto, estudios que busquen comparar el autoconsumo y seguridad alimentaria y nutricional en familias que utilizan diferentes tipos de agricultura podrían dar aportes importantes en esta temática. Sin embargo, la información que estos autores muestran es fundamental para ser considerada en las políticas orientadas para este objetivo público sobre la diversificación agrícola y sistema de producción de base ecológica que permita una menor dependencia de insumos externos y dé lugar a la producción de alimentos saludables para su propio consumo y para el consumo de la población en general.
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