Concepto del campesino y su resignificación desde la protesta social del paro agrario Colombia 201

Concept of peasant and his redefinition from the social protest of the agrarian stoppage Colombia 2013

Heide Yolima Ortiz Valencia
Centro de Gestión Agroempresarial del Oriente SENA, Veléz Santander, Colombia
heydiortizvalencia@gmail.com

Resumen

Este artículo presenta un asomo teórico sobre el concepto del campesino tomando en cuenta nociones eurocentristas, pasando por algunos autores quienes desde su percepción, creencias, experiencias y conocimiento, han otorgado defi nes históricas para diferentes procesos económicos, políticos y sociales. Se aborda la resignificación del concepto de campesino a partir de la protesta social del Paro Agrario 2013 en Colombia, escenario donde las lógicas de la lucha campesina de base del paro agrario demostraron que no es necesario un imperialismo del significado de campesino para demostrar su existencia y la importancia de su labor, aunque para ellos tan solo es su lucha, porque forman parte del régimen político y económico del país, no les permite vislumbrar el significado con alcance social de esta protesta para el resto del mundo.

Palabras clave: campesino, protesta social, resignificación, paro agrario

Abstract

This document presents a theoretical hint on the concept of peasant considering Eurocentric notions, past some authors from their perceptions, beliefs, experiences, and knowledge, historical definitions have been given to different economic, political, and social processes. The redefinition of the concept of peasant is approached from agrarian social protest Paro 2013 in Colombia, where logical scenario of rural grassroots struggle Agrarian unemployment, showed that it is not necessary to the meaning of imperialism farmer to prove its existence and the importance of their work, but for them it is just their fight, because being part of the political and economic system of the country, does not allow them to see the meaning with social impact of this protest for the rest of the world.

Keywords: peasant, social protest, redefinition, agrarian stoppage.

 

Introducción

El sistema capitalista tiene como superestructura un método conformado por los aparatos represivos; se vive bajo condicionamientos que logran que nuevas formas o maneras de vivir socialmente sean naturalizadas en nosotros (Lander, 2000), conduciéndonos a convertirnos en sujetos con identidad confusa, “al lado de la coacción hay que tener en cuenta también la autoridad (el poder justificado por las creencias del obediente voluntario) y la manipulación (el poder esgrimido sin que lo advierta el impotente)” (Mills, 1966). Así mismo, los aparatos ideológicos, y estos como representaciones ideales de las condiciones reales de existencia (Althusser, 2008), hacen funcionar la máquina del Estado de tal forma que nuestras representaciones están marcadas por los imaginarios que aparecen o introducen por medio de esta función ideológica y que van cambiando o transformándose a través del tiempo, por lo general, teniendo en cuenta la lectura de un espacio diferente del propio.

Hacer propios modelos culturales, sociales, políticos y económicos, es el resultado de la poca responsabilidad en la construcción de identidad que ha cobijado al país desde la conquista española; al respecto, dentro del concepto de identidad, “ (…) no es otra cosa que aquello que nos diferencia de los otros tanto en el ámbito individual como colectivo. Supone la conciencia de pertenencia a un grupo determinado y una simbología propia que reclama ser reconocida, protegida y promovida” (Uribe, 2006). Aceptar modelos universales sin ser conscientes de su procedencia, nos lleva a poner como referencia delante de los propios logros el soporte teórico de prácticas como la de Europa, porque fue allí donde se gestó lo que se podría denominar para el resto del mundo “Una identidad cultural vitalicia”[1]

La noción de cultura sorprende a un concepto europeo y se remite a esta cultura. Es necesario descentralizar la palabra y ligarla a un desarrollo antropológico y endógeno, ya que poseemos historia, recursos humanos y naturales únicos e incalculables, que permiten concebir una realidad local con características que refl an el actuar natural, que se ajustan a la cotidianidad, reconociendo una propia cultura, sin desconocer la riqueza de lo universal.

Tan elevado aprecio por el conocimiento generado en Europa, de frente a las realidades naturales, culturales y sociales, de ese continente, impide percibir las consecuencias negativas que ello implica cuando se transfieren y se intenta utilizarlas para explicar realidades tan diferentes, como las que son propias del medio tropical complejo y frágil (…) (Fals-Borda & Mora-osejo, 2002)

Es urgente y determinante la apropiación del proceder natural, pues “La búsqueda de alternativas a la conformación profundamente excluyente y desigual del mundo moderno exige un esfuerzo de deconstrucción del carácter universal y natural de la sociedad capitalista-liberal” (Lander, 2000)

El desconocimiento de nuestras realidades, de las particularidades del medio, la permisibilidad en la esterilización técnica y la innovación en el conocimiento, han permitido la repetición de modelos en diferentes sectores, entre ellos en el sector rural del país, logrando así que no exista una relación consciente de las potencialidades de lo propio entre el poblador rural y el medio que respalda dichas potencialidades. En esta armazón se hallan concepciones estructuradas por especialistas en la práctica política, social y filosófi a; conceptos carentes de la incorporación testimonial de los protagonistas que viven del otro lado del mundo, sujetos colmados de experiencias que llevan a cuestas una herencia hipotética (para los demás) que lentamente les ha permitido reivindicarse durante los procesos sociales y políticos en el lugar donde habitan. “La simple repetición o copias de paradigmas eurocéntricos, debe detenerse si entendemos por cultura la interacción de la sociedad con el medio social y natural que la sustenta” (Fals-Borda & Mora-osejo, 2002).

Los términos eurocentristas para los componentes del sector rural han sido de igual manera previstos por ellos y han obligado a la experiencia de los que no pertenecen al dominante Occidente, a que se referencien como ellos lo señalaron, contribuyendo así globalmente a su acogimiento de manera hegemónica; entre estos se encuentra el concepto del campesino, valiosa palabra para discusión, pero sin valor alguno para su representación desde los diferentes contextos y modos de vida de los pobladores rurales.

¿Resulta tan difícil dar al dueño de este significado su lugar, su posición, su reconocimiento como sujeto activo social, político y productivo que construye su propia identidad en su propio territorio? ¿Es inminente la invisibilización del campesino desde sus propias prácticas? ¿Seguirán intangibles los protagonistas de la historia rural con esquemas que no ponderan las actividades matrices como un impulso para el desarrollo de cada espacio, seguridad y autonomía alimentaria? Talvez el concepto de campesino termine siendo eternamente una noción filosófica, con apartes en la historia que repitan que a esta herencia teórica le hizo falta nombrar dando lugar al Ser, a los “que sembraron y cosecharon los campos, derribaron bosques, abrieron caminos (…) De todos los que pagaron impuestos, mantuvieron a clérigos y ediles” (Moberg, 1970). Sujetos labradores y cultivadores de realidades que a través de sus constantes luchas y reivindicaciones han deseado devolverle al pueblo, al ciudadano, a la mujer, al hombre, al Campesino la confianza para convertirse en sujeto activo de la sociedad, agente productivo para la Nación, pero que sin embargo “se han visto desplazados del protagonismo social y político en zonas de su influjo por la emergencia de actores más visibles; sufren por la falta de reconocimiento por parte del Estado y la sociedad que los excluye de las opciones de desarrollo (…)” (Prada & Salgado, 2000).

Interludio teórico

No es posible desarrollar una categoría teórica universal de una forma productiva campesina, sino definiciones históricas propias de cada formación social en cada estudio de su desa- rrollo” (Llambí, 1990 citado por Prada & Salgado 2000).

El Estado político supera al Estado rural y pareciera que el movimiento rural está condenado a existir ensombrecido por el régimen político que tenemos. Cuando Álvaro Mutis [2] sugiere que el mejor gobierno sería una monarquía, no es un simple chiste de intelectual, es un argumento con el cual se pone de presente que el ordenamiento político del sistema capitalista occidental está haciendo que la democracia, el reconocimiento a los sujetos activos y productivos, sea un panfleto abstraído de Grecia, cuna de las libertades para cierta clase de personas, de un lado aquellos denominados “Ciudadanos” habitantes de la polis “nacidos en Grecia de padres griegos” (pureza de sangre) y, del otro lado, todos aquellos que no cumplen con este requisito y serán denominados “esclavos” y, en el peor de los casos, simplemente no tendrán una denominación o solo una confusa denominación que no les permitirá sentirse identificados con la expresión de su existencia. Cualquier parecido con la realidad de la comunidad colombiana podría tratarse de ¿coincidencia? Probablemente la democracia del pueblo para el pueblo, la declaración de políticas públicas que buscan el bienestar o la llamada calidad de vida, políticas que han sido diseñadas o mejor, responden más que a las necesidades e intereses del campesino, a los intereses hegemónicos que han sido impuestos y probablemente perpetuados.

Pareciera ser que el Estado no ha aprendido a leer el espacio rural, sino que encamina al pueblo a aprender a leerlo desde el espacio de otro a partir de la tecnocracia. Al concepto de campesino a lo largo de los diferentes postulados no se le ha logrado dar verdadera autenticidad; solo existen reconfiguraciones según el momento histórico, importancia a algunas capacidades que luego son desvirtuadas, porque el campesino para ser realmente campesino debe cumplir requisitos, como si sus derechos se redujeran a cumplir con exigencias contenidas en una norma de calidad. Requisitos que de alguna manera se modifican en la medida en que el campesino pretenda avanzar.

Una de las conclusiones de los descampesinistas Luis Crouch, Alain De Janvry y John Heath “apuntó entonces a que no hay posibilidades para la recomposición campesina, bien por el desarrollo de la agricultura capitalista, por las relaciones salariales o por la integración al mercado”n(Prada & Salgado, 2000), y le acompaña “en la medida en que los miembros individuales pasen a relacionarse entre sí y entre ellos y los capitalistas vía la relación salarial, empieza a desaparecer el campesinado como grupo” (Crouch y De Janvry, 1980 – 1995, citado por Salgado y Prada, 2002). Se puede entrever que no hay esperanza para el campesino según estos planteamientos, ni para su reconocimiento como sujeto de derecho en países como Colombia, ni tan siquiera que se construya para él un concepto que dé sentido a la importancia de su existir en el campo o fuera de él.

Tal parece que en el imaginario de la sociedad se sigue pensando en el concepto de campesino como un ser inculto, aferrado a un pedazo de tierra, descalzo y desprovisto de reconocimiento estatal, atacado por el fenómeno de estrangulación (Feder, 1975, citado por Prada y Salgado, 2000). “La pequeña dotación de tierra, que antes era el “salvavidas” del minifundista latinoamericano, se está convirtiendo en su tumba” (Feder, 1975, citado por Prada y Salgado, 2000). Frente a este argumento se puede asociar el fenómeno de usurpación de tierras a campesinos y colonos con el uso de la fuerza y la violencia, razón que probablemente nutre la protesta social que ha venido creciendo en la población campesina en Colombia.

Después de esta desconfianza teórica, aparece del otro lado de la orilla el optimismo en el argumento del campesinista Maffei (1979) (citado por Salgado y Prada, 2000), “el campesino subsistente ha demostrado tener una racionalidad adecuada a las condiciones impuestas por el sistema a través del mercado de la tierra y del trabajo, justamente esto es lo que le ha permitido sobrevivir”. Esto signifi a que a pesar del diseño e implementación de políticas públicas sectoriales cuyo propósito ha sido fortalecer modelos de agricultura empresarial al igual que los compromisos que en materia comercial ha asumido Colombia, el campesino afl ra formas de resistencia que le permiten su supervivencia por medio de la adaptación a estos procesos impuestos desde la hegemonía del poder.

Al campesino no se le debe estudiar para conceptualizarlo; la tarea es analizar su entorno, sus tareas, sus actividades, su paisaje cotidiano, sus dinámicas productivas y comerciales, su tradición y no explorar estigmatizándolo en donde solo es visible cuando expresa su disconformidad frente a la indiferencia estatal mediante la protesta social.

El campesino no debe ser intervenido con imposición siguiendo la demanda del mercado o las necesidades políticas; el tema es ajustar lo novedoso para ellos en su propio contexto, respetando su bien social sin anular su autoridad sobre la tierra y no limitándose solo a ver agentes productivos, que si bien esto también se busca, es necesario no dejar de lado su desarrollo espiritual, sus necesidades e intereses. Para tan valioso reconocimiento, habría que tener la sensibilidad y raciocinio contenido en reflexiones filosóficas que sugieren respetar el contexto del campesino sin alejarlo teóricamente de su paisaje, de su tierra, de su natural riqueza (Heidegger, 1963).

Discutidas apreciaciones que de una u otra manera se arriesgan a otorgar signifi ado al campesino y en el entramado no dejan de verlo como sujeto vulnerable, basado en pobres relaciones, hombres y mujeres carentes de conocimiento, incapaces para la transferencia tecnológica, sujetos relacionados específicamente o no con la tierra, con sus modos de producción y con las decisiones que deben o podrían tomar en la economía de mercado y, al final, resultan convirtiéndose en actores pasivos amarrados en alguna línea conceptual a recibir, por un lado, algo de distinción por sus capacidades y, por otro lado, estas mismas capacidades podrían convertirse en un límite si no cuentan con las condiciones apropiadas, por políticas que permitan su desarrollo integral productivo. “Estas capacidades están marcadas por la ubicación geográfica y la disponibilidad de recursos públicos y privados; por el tipo de recursos y productos que poseen, usan y generan; por el tipo de instituciones que desarrollan y cobijan” (Prada & Salgado, 2000, pág. pág 16).

Definiciones van, definiciones vienen y entre tanto interludio teórico, Landsberguer (1978, citado por Prada y Salgado, 2000) decidió no complicarse tanto con axiomas y planteó la frase “cultivadores rurales”, relacionándolos con los controles económicos y políticos a partir de la relación del modelo Inputs – Outputs y sus beneficios en los contextos social y económico. Circunstancias, situaciones, capacidades, derechos, deberes, modos de producción, conocimiento, cultura y modos de vida, son algunos de los tópicos que transitan por los escritorios y experiencias etnográfi as y dan al campesino un nombre, una identidad, un concepto y mientras estas frases siguen construyéndose en nuevas temporadas como para series de televisión, con referencias muchas veces de la historia y otras de situaciones coyunturales, aquel ser que no deja de trabajar, que tan solo desea seguir cerca de su tierra y de la producción de la misma, seguir labrando y cosechando, aquel ser que sigue pensando cómo dar a su familia la llamada calidad de vida, una vida digna (eso piensan por lo menos los que aún tienen o les queda una porción de tierra), aquel individuo, sigue dando fuerza a su grito desesperado, sin ser consciente de que su progreso y reconocimiento dependen de la ejecución de los instrumentos dispuestos por políticas públicas y los conceptos de insignes autores, algunos que dan valor a lo que ellos representan para la economía de mercado, para la construcción social y otros que los dejan de lado porque no cumplen con precisiones para ser llamados campesinos.

Del lado de la confianza teórica se encuentra para el campesino de hoy un concepto que intenta unificar criterios y resalta que sin importar la manera como les llamen, los campesinos son miembros de una sociedad que aún sigue allí:

Entendidos los campesinos actuales de esta manera, se comprende que manejan conjuntos diferentes de necesidades, se desempeñan en muchas actividades, ven de manera diferenciada las relaciones económicas, sociales y políticas, y reaccionan con justa razón cuando piden se les reconozca la condición de miembros de la sociedad. Se les denomina por esto sujetos “multiactivos”, quizá una de las razones que les ha permitido “durar” (Prada & Salgado, 2000).

Resignificación del concepto de campesino

Las luchas sociales son una expresión de la cultura en la medida en que representan reivindicaciones que tocan a la gente; en esta disputa también entra la lucha contra la globalización, representada por rescatar lo local, por descubrir lo que queda de la comunidad y por lo tanto no debería apegarse a teorías o sistemas, porque es una confrontación de supervivencia cultural. No es ajeno que la práctica de la globalización ha permitido ingresar en un proceso imparable de integración de las economías, culturas y sociedades; esta unificación se realiza de forma desigual y no equitativa (Garay, 2013).

Los campesinos en un país como Colombia no poseen respaldo para competir en los mercados locales, nacionales e internacionales por causas como desplazamiento forzado, inefi te infraestructura productiva, concentración de tierra en manos de grandes productores que terminan inevitablemente convirtiendo al campesino en proletario, ineficiente distribución y redistribución de recursos mediante programas institucionales que conducen irremediablemente a pisar y caminar los terrenos de la crisis social y a no encontrar un camino en la reducción de la incertidumbre[3] que aparece en la rutina del campesino.

El poblador rural vive una crisis constante a pesar de que desde el punto de vista de seguridad y autonomía alimentaria, ha sido sujeto fundamental para la producción de alimentos, contribuyendo así desde sus formas y modos de producción tradicional para los mercados locales.

Para 1988 la Misión de Estudios del sector agropecuario estimó que la agricultura campesina ocupaba el 57,1% del área sembrada del país y aportaba el 42,7% del valor de la producción agrícola (…) para los años finales de la década de los noventa hicimos un cálculo que (…) establece que los productores familiares trabajan más del 60% de la tierra cultivada y generan más del 60% de la producción agrícola (…) los avances de un nuevo cálculo que estamos haciendo (los datos preliminares) nos indican que la participación de la economía campesina en la agricultura sigue siendo del orden del 67% y que los campesinos tienen el 69% de los predios dedicados a la ganadería y el 14% del hato nacional. (Barberi, y otros, 2010) (Barberi y otros, 2010).

Al revisar estas cifras se hace necesario el amparo al campesino bajo un Modelo de Desarrollo Rural, una política estructural de Estado, una reinvención de la institucionalidad que dé paso a la inclusión social y que permita su afirmación como sujeto de derecho para generar oportunidades y potenciar capacidades para elevar niveles de bienestar.

Es necesario advertir que con la entrada en vigencia de los tratados de libre comercio y en particular el TLC con los Estados Unidos, la economía campesina ha sido expuesta en un escenario de mercado global bajo condiciones de inequidad e injusticia en el ámbito productivo.

...los neoliberales se oponen a las políticas sectoriales particulares porque creen que la mejor forma de lograr la eficiencia y maximizar el crecimiento es a través del establecimiento de un escenario macroeconómico estable y uniforme, cuyas reglas sean válidas para todo el mundo, sin crear preferencias sectoriales, discriminaciones ni distorsiones”. (Kay, 2004).

Esto ha cerrado las oportunidades al campesino para competir de manera justa con los grandes productores y aquí lo más importante es el mercado y de esta manera se reduce el Estado.

En la década de 1990 la discusión estructuralista sobre la cuestión agraria desapareció rápidamente de los ámbitos académicos y ofi ales y fue sustituida por la visión neoliberal sobre la agricultura, que no hace referencia a los problemas estructurales de la tenencia de la tierra sino a las dificultades para competir con efi cia en los mercados. (Machado, 1998, citado por Castillo, 2007)

De esta cita se evidencia que la política pública se ha enfocado en priorizar determinados sectores comprometidos en los acuerdos comerciales con intereses particulares; en este sentido, sectores como el de producción de agrocombustibles han sido favorecidos con el diseño e implementación de políticas que buscan la expansión de áreas con cultivos industriales –palma- sustentadas en la necesidad de disminuir el impacto ambiental ocasionado por el uso de combustibles fósiles y por la necesidad de lograr la autosuficiencia en la producción de biocombustibles, lo cual ha regenerado la reconversión del uso y tenencia de la tierra y la desvalorización de las actividades productivas desarrolladas por el campesino tradicional. Aunado a lo anterior, los acuerdos comerciales han sido un factor determinante en la crisis del sector campesino donde los productores que cuentan con el apoyo estatal –subvenciones- y tecnología compiten frente a un grupo de campesinos cuyo factor productivo es la tierra y la mano de obra familiar. Ante esta situación, la sostenibilidad campesina se encuentra amenazada.

En efecto, según el Banco Mundial (World Bank 2002, 2003, 2004), si se eliminaran la protección y los subsidios con los que países opulentos mantienen su actividad agrícola, (…) hoy el valor de las exportaciones de las naciones económicamente más rezagadas sería, ceteris paribus, 24 por ciento más alto, y sus ingresos rurales superiores en US$ 60.000 millones anuales. (Cano, 2006)

Se debe dejar de ver al campesino como un sujeto estigmatizado a vivir en la pobreza por la falta de apoyo estatal; se le debe ver como un sujeto que ha demostrado que puede realizar una protesta social y que esta no le corresponde solo a intelectuales, un canto social respaldado con argumentos y con la realidad de su constante lucha.

En sus continuas luchas contra proyectos dominantes de desarrollo, construcción de nación y de represión, los actores populares se movilizan colectivamente con base en múltiples significados y riesgos. De esta manera, las identidades y estrategias colectivas de todos los movimientos sociales están inevitablemente ligadas al ámbito de la cultura (Escobar, 1999).

El Paro Agrario de 2013 demostró que Colombia tiene base campesina y que desde su trabajo en el campo, el campesino ha logrado concebir el concepto de vida digna, de trabajo digno, “Es de anotar que los movimientos que participaron en el paro agrario del mes de agosto de 2013 tomaron como emblema el tema de la dignidad campesina. Así se identificaron como movimiento de dignidad cafetera, cacaotera, papera, etc.” (CNMH, 2013). Aunque muchas teorías capitalistas quieran hacer invisible estadísticamente con teorías económicas arbitrarias (Neff, 1981), es esencial su labor como contribución al desarrollo y al desarrollo rural. La invisibilización, producto también de escasa y pertinente investigación en el sector rural y de la falta de documentación real sobre la situación del campesinado, logra que este se quede sin instrumentos para combatir; la dificultad que se le presenta al Estado es que si les otorga armas de lucha y poder decisorio, se minaría el poder de represión ideológica del Estado y para este no es conveniente que el campesino sea independiente, lo cual concuerda con algunos postulados (también denominados paradigmas) del desarrollo rural: “La técnica del ca- pitalismo moderno, consiste en mantener formas atrasadas de producción como manera de asegurar el régimen de dependencia económica y financiera y la división internacional del trabajo edificada sobre dichas formas” (García, 1968, citado por Castillo, 2007). (Castillo, 2007)

El Paro Agrario de 2013 dio paso a la resignificación del campesino, un escenario en donde se gestaron nuevos líderes, jóvenes con autoridad para representar la lucha campesina, así como lo hizo César Pachón, líder del movimiento Dignidad Agropecuaria. El Paro fue una protesta social enmarcada por el agotamiento físico, mental y emocional producto de la falta de una política de estado que atendiera problemas estructurales más que procesos circunstanciales en cuanto a su actividad productiva se refiere (García, 1968, citado por Castillo, 2007). Esta actividad productiva se ha desarrollado en ausencia de la institucionalidad formal[4], de una carente integración con visión rural, donde hace falta que se tome en cuenta a la sociedad con el reconocimiento de la creación de los mecanismos que están generando dinámicas transformadoras en el sector rural. Lamentablemente, parece que existe una acción decidida del Estado para apoyar y fortalecer a determinados sectores agropecuarios que representan mayores dinámicas económicas y generación de empleo, y es aquí donde la necesidad de mano de obra para la realización de las labores agrícolas demanda un ejército de personas cuya característica sea la obediencia, con lo cual se determina todo un modo de producción centrado en el trabajo de los campesinos, los cuales van a alimentar el nacimiento y desarrollo de las ciudades. En lo que corresponde a la economía campesina en Colombia, el campesino es una de las piezas fundamentales del desarrollo capitalista en el sector agropecuario del país, y como lo he dicho, una inagotable actividad no reconocida. Estas situaciones son las que desbordan en la justa expresión de las dignidades agropecuarias.

Los agentes y actores de esta nueva comunidad disputan para sí el control de las relaciones tratando de imponer sus intereses y formas de poder. Por ello, esta “comunidad de comunidades” es una comunidad cosmopolita que ha obligado a los campesinos a cambiar sus patrones de referencia cultural y los mecanismos de toma de decisiones, elementos sobre los cuales se desarrollan las nuevas necesidades y la forma como ellas se demandan, es decir, el repertorio de sus protestas. (Prada & Salgado, 2000)

El problema del campesino de hoy tiene estos componentes: la lucha entre la empresarización del campo por parte de los grandes productores y la proletarización del campesino quien al perder su tierra tiene que emplearse como obrero en las haciendas, factor que sigue promoviendo la invisibilización, trascendiendo los límites para su reconocimiento como sujeto de derecho, pero llenándolo de razones para seguir con su lucha.

Conclusiones

  • El campesino forma parte de interminables intenciones, compromisos, objetivos en épocas de campaña electoral, es protagonista de estructuras de expresión oral y escrita encaminadas a mejorar su calidad de vida, abrigado aparentemente por una normatividad de ineficiente ejecución y rodeado por programas institucionales asistencialistas.
  • Se debe pensar más en el reconocimiento del campesino como sujeto de derecho, más que en la interminable teoría expuesta para dar su concepto, si al final esta termina por dejarlo de lado en el reconocimiento de su labor y de sus capacidades como contribución al desarrollo en general y al desarrollo rural.
  • ¿Hasta dónde las negociaciones que se vienen dando en torno al desarrollo rural integral entre las guerrillas de las FARC y el Gobierno Colombiano representan las necesidades, intereses y derechos del campesinado colombiano?
  • El reconocimiento del campesino, ya sea en sus conceptos técnico, político, económico o social, va más allá de incentivos económicos y capacitación si las propuestas políticas no se ejecutan con inteligencia, compromiso y responsabilidad. Se deben fortalecer las capacidades y potencialidades específicas de los campesinos, no intervenirlos con imposición; deben ser vistos con el mismo respeto y otorgar los mismos beneficios en capacitación, infraestructura, apoyo y acompañamiento institucional, salud, educación, cultura, recreación, beneficios de los que gozan los pobladores de la franja urbana. Pero dentro de este reconocimiento, no se les debe discriminar de manera positiva, ni ver como a seres que necesitan constantemente ayuda, pues no son individuos inferiores; se trata de manejar coherentemente los conceptos de equidad e igualdad y hacerlos valer en los contextos de cada uno de ellos.
  • La construcción del concepto de campesino continúa deambulando en busca de un buen libro que lo contenga, mientras tanto él sigue en su parcela, con su familia, sobreviviendo en el sistema político y económico en que le tocó vivir.
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    Referencias bibliográficas

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    [1]  Frase resaltada por el Autor

    [2]  En la mayoría de sus entrevistas expresó su interés y admiración por la Monarquía. Ver en: http://www.elmundo.es/larevista/num90/textos/mutis1.html / http://www.cromos.com.co/actualidad/articulo-148268-%C2%ABllevamos-la-muerte-nosotros-nacemos%C2%BB-alvaro-mutis / http://www.elespectador.com/noticias/cultura/muere-el-escritor-colombiano-alvaro-mutis-articulo-448060

    [3]  Teoría de la reducción de la incertidumbre, propuesta por Charles Berger y Richard Calabrese (1975). La obtención de información reduce la incertidumbre en las personas.

    [4]  Políticas públicas e instituciones de orden gubernamental.