R E P E R T O R I O | A M E R I C A N O | |
Segunda nueva época N.° Especial, 2020 | ISSN: 0252-8479 / EISSN: 2215-6143 | |
Historia del Repertorio Americano (1919-1958) y las rutas de su interpretación
History of Repertorio Americano (1919-1958) and the routes of its interpretation
Mario Oliva Medina
Instituto de Estudios Latinoamericanos
Universidad Nacional, Costa Rica
Quisiera ofrecer, en esta ocasión, 2 acercamientos que puedan ser útiles a este coloquio internacional en conmemoración de los 100 años de la revista Repertorio Americano. El primero de ellos es ocuparnos del itinerario de su producción, circulación y consumo, así como, en paralelo, de los rasgos distintivos de estos y el vínculo con los ejes o matrices de su contenido identitario continental, durante el periodo comprendido entre 1919 y 1958. El otro acercamiento es más próximo a nosotros y es asediar las rutas de interpretación del impreso que nos convoca, las cuales se pueden ubicar en los años 90 del siglo pasado, hasta lo que llevamos del nuevo.
Los inicios intelectuales de la revista Repertorio Americano de San José, Costa Rica, están relacionados con el otro Repertorio que hacía un siglo fundara, en Londres, el ilustre Andrés Bello. El 1 de septiembre de 1919 aparece el primer número de Repertorio Americano, cuya vida se prolonga por 39 años, hasta mayo de 1958; alcanzó el número 1181 y se convirtió en la revista más longeva en nuestra geografía e historia cultural continental. Fue dirigida por un solo hombre, Joaquín García Monge, quien había acumulado una larga experiencia como editor, primero en periódicos como La Siembra y Verdad (empresas compartidas con otros intelectuales costarricenses como Roberto Brenes Mesén y Billo Zeledón) y más tarde durante las primeras décadas del siglo XX. Concibe la edición de las series Ariel y Convivio, que circularon profusamente en el país y el exterior. Esta experiencia le permitió establecer las bases en cuanto a la edición y distribución de los impresos, en un ámbito más allá de la pequeña geografía física e intelectual del territorio costarricense. Surge, entonces, su decisión de homologar y actualizar el modelo de revista de Andrés Bello, desde sus contenidos.
La elaboración de la revista parece haber sido bastante artesanal y bajo la total supervisión de su editor don Joaquín García Monge; al inicio, desde la elección del material hasta el envío de la revista, luego, pasando por los procesos intermedios que implican la labor editorial de una publicación como esta, así como por las estrategias del manejo de los circuitos de circulación de un texto que pretendía tener una cobertura continental y llegar al viejo continente.
A la muerte del impresor catalán don Avelino Alsina, en 1929, el editor recordó:
Con él editamos los cuadernos de la Colección Ariel de las Ediciones Sarmiento, de la Obra, del Convivio, del Repertorio..., tantas cosas como hemos sacado en 25 años largos y continuos de andanzas editoriales. Como 150.000 colones invertidos en impresos, que de nuestras manos limpias han pasado a la Imprenta Alsina. Cuando flaquearon algunas horas, el maestro Alsina nos tendió la mano firme de su crédito y de sus simpatías y pudimos seguir adelante.
Los costos de la edición de Repertorio se reducían estrictamente a los de imprenta, ya que los materiales para el montaje de sus contenidos García Monge los conseguía mayoritariamente de revistas, periódicos, libros y artículos que le enviaban de los lugares más remotos de nuestra América y España.
Tanto con el transcurso del tiempo como con el prestigio de la revista entre los intelectuales y escritores, la correlación de los materiales cambia de modo sustancial. Sin dejar de utilizar los recortes, creció la colaboración inédita de muchos que deseaban divulgar sus trabajos, al punto de que algunos de ellos tuvieron que esperar para ver publicados sus artículos, comentarios de libros, notas o cualquier otro texto que tuviese cabida en las hojas de dicha revista.
Al cumplir 37 años de editor, García Monge hace una confesión conmovedora de esa faena editorial:
que dicha labor se la debía a la buena voluntad de los editores catalanes en Costa Rica, los 32 primeros tomos de Repertorio, varios libros, todo esto pudo hacerse porque conté con el crédito que me dio don Avelino Alsina y Lloveras, el propietario de la famosa Imprenta Alsina. Sin el apoyo de alguien, sin el crédito, el Repertorio Americano no habría podido publicarse; del Nº 1 a éste, el 954, todos han salido al fiado. (Del tomo 24 al 32, al crédito se sacaron, también, gracias a la buena voluntad del propietario de La Tribuna, el Gral. Pinaud, que me ha tratado muy bien). Estos tomos estuvieron entonces al cuido de otro catalán, tipógrafo muy hábil, don José Faja. Este tipógrafo se encargó del tomo 33 al XXXIX, en la imprenta de otro catalán, don José Borrasé, se han editado, también al crédito y con todas las consideraciones. La impresión de algunos números sueltos también se la debo (se la debí, porque al crédito se hicieron) a otro catalán amigo e impresor con imprenta propia: Don Ricardo Falcó Mayor…1
Resultan esclarecedores estos recuerdos de García Monge; la totalidad de la revista fue editada incluyendo los 17 años restantes desde 1943 a 1958, por impresores catalanes. En la década de los años 20 lo hizo Avelino Alsina y en las décadas siguientes, la de los 30, 40 y 50, estuvo a cargo de José Borrase. Nos parece que las repetidas expresiones “buena voluntad”, “crédito”, “de fiado”, “y con todas las consideraciones” denotan una particularidad, una singularidad de la edición de Repertorio. La única manera de dar a luz, de mantener su continuidad en un periodo tan extenso era con un apoyo incondicional de aquellos impresores que probablemente perdieron dineros con dicha edición, no sabemos cuánto y si, efectivamente, García Monge logró cancelar todas sus deudas al respecto. El involucramiento de los impresores catalanes con la edición de Repertorio Americano es bastante obvia y trascendental en sus salidas sin retraso por 4 décadas.
Un año más tarde, en 1944, García Monge realiza un balance de Repertorio; esta vez remarcaba aspectos tales como que el semanario absorbió muchas de las mejores fuerzas de su vida. Había invertido, en ese esfuerzo, como hacía el argentino José Ingenieros en su Revista de Filosofía, parte de su salario como bibliotecario o profesor, hasta 1936. Desde entonces hasta 1944, la vida del semanario dependía de las suscripciones. Lo más probable es que esto sucediera así: García Monge logra, producto de la extraordinaria acogida que dicha revista tuvo entre algunas personalidades académicas quienes trabajaban en los Estados Unidos, que magnas bibliotecas universitarias y públicas norteamericanas (la del Congreso, la de Nueva York, por ejemplo) compraran las colecciones completas de Repertorio. A la par de esas grandes compras de colecciones, las cuales debieron ser un alivio en las finanzas cotidianas del editor, mantuvo por muchos años el servicio de adquisición de números sueltos, que se vendían a precios cómodos y se enviaban a cualquier parte del mundo.
Estas declaraciones, si bien es cierto no hablan de bonanza o de que la edición de Repertorio le reportara algunas entradas adicionales a la economía personal de su encargado, tampoco parecen dejar entrever una crisis. Sin embargo, es muy posible que utilizara sumas considerables de su salario, como él mismo lo expresara más de una vez, igual a como manejó las entradas financieras por concepto de la venta de libros, realizadas durante tantos años.
El complejo dilema financiero en que se encontraba la revista al iniciar la década del 40 se prolonga pesadamente hasta el final de los años 50, cuando deja de publicarse la revista y afecta la economía familiar de don Joaquín.
Las medidas o gritos de auxilio parecen haber tenido un éxito relativamente positivo para las finanzas de la revista, ya que muchos autores, así como las casas editoras de América y España, inclusive de París y otras, vieron, en la figura de García Monge y las páginas de Repertorio Americano, la mejor manera de esparcir sus colecciones o las novedades bibliográficas. García Monge, a lo largo de los años, fue acumulando enormes cantidades de materiales que le enviaban de muy diversas partes del mundo autores conocidos y desconocidos. Fue tal la cantidad de libros, folletos, revistas que le llegaron, que se convirtió en uno de los bibliógrafos más importantes del continente y a quien recurrieron muchos escritores e intelectuales de América para solicitarle su ayuda en este campo. En todo caso, la importancia de los libros y revistas fue una estrategia permanente de divulgación y un recurso de fondos para mantener la publicación de Repertorio.
En 1947, en un esfuerzo desesperado, Aquiles Certad organiza y coordina una colecta continental, con el objetivo de dotar con una imprenta a Repertorio; esta tuvo cierta acogida y García Monge anotó, pacientemente, en las páginas de la revista, las contribuciones que le llegaban de varias partes del continente. Los destinos de los dineros en probable que se ocuparan en la edición del semanario, el cual se hacía cada vez más difícil económicamente; también, su atractivo se mueve hacia sus niveles más pobres, pero, aun así, sobrevive nada menos que 12 años más, hasta octubre de 1958.
En suma, los años 50 fueron terribles para la edición de Repertorio, a pesar del trabajo de algunos intelectuales y amigos por mantener la ayuda. El 1 de marzo de 1952 García Monge escribe a su amigo, radicado en México, Alfredo Cardona Peña:
“Mucho agradezco sus gestiones para ayudar económicamente a la revista. La única protección que acepto y en el alma agradezco es la que un ministerio u otro, o una agencia de cultura (universidad, etc.) me tome 10, 20 o 30 suscripciones anuales, a razón de 5 dólares al año”2.
Hasta en los momentos más difíciles, el editor de una de las revistas más importantes publicadas en América Latina mantuvo una actitud que le dignifica y enaltece su labor editora continental.
García Monge y las redes de escritores e intelectuales
Todo indica que una de las estrategias para mantener en pie Repertorio Americano y su vocación americanista está relacionada con una red de escritores e intelectuales, los cuales ayudan a consagrar la revista a través de sus opiniones; envían cartas, artículos y todo tipo de adhesiones, hecho que va a ir consolidando el texto y acrecentando su fidelidad. Desde muy temprano, encontramos todo tipo de afectos de personajes tales como Miguel Unamuno, Gabriela Mistral, Alfonso Reyes, Baldomero Sanín Cano, José Vasconcelos, José Enrique Varona y tantos otros. A la labor emprendida por el editor de Repertorio estas deferencias sumaban un papel muy importante, dado que se trataba de voces autorizadas y funcionaban como atractivos de la revista para alcanzar cada vez más lectores.
Al finalizar los años 20, García Monge dedicó varios números de la revista a dar nombres y direcciones de los escritores del continente, en una sección llamada “señas de escritores” y que indica varias cosas atractivas. Él situaba en un altísimo interés el obtener los datos del mayor número de escritores de América, lo cual le valió varios adjetivos como aquel que le gustaba tanto: “coordinador de América”, acuñado por uno de los intelectuales más distinguidos, el mexicano Alfonso Reyes. Este interés posiblemente estuvo en relación con su actividad como editor y con el carácter continental de la revista. De modo regular, necesitaba esa red de contactos en diversos países, para conseguir artículos que pudieran incluirse en cada una de las ediciones y le permitieran conocer el desenvolvimiento cultural, literario y político; era frecuente encontrar polémicas y denuncias, enviadas por estos contactos que, a la postre, se convertían en colaboradores. La publicación de dichas señas podía actuar como circuitos comunicantes entre los diversos escritores, algunos de ellos con residencias volátiles. La lista incluía autores de América y España.
En 1927, aparece, bien articulada, un entramado de agencias de Repertorio Americano, que crecía paulatinamente, sin desmayo. Es de imaginar que la dedicación de su editor era absoluta y, probablemente, significa muchas horas de trabajo diario; solo recordemos que la periodicidad de la revista era muy regular: semanal, quincenal y, en los peores momentos, sobre todo en los años 40 y 50, mensual.
En cuanto a la distribución interna de Repertorio en Costa Rica, hemos de suponer, ante todos los problemas que podían aparecer, don Joaquín encontraba la manera de que llegara a cuantiosas zonas del país alejadas de la capital. Muchas veces se ha querido confundir, diciendo que la revista era más conocida en el exterior y nadie la leía en territorio costarricense. En una carta a Alberto Garnier, fechada el 16 de septiembre de 1933, aclaraba en tono brioso:
Tengo en esta ciudad dos repartidores y personalmente, por correo, distribuyo otra parte; de modo que en San José circulan algo más de 300 ejemplares y es posible que los lean unas mil personas, en los campos circulan 300 más. El resto de la edición que a veces llega a 1300 sale para el exterior. Es posible asegurar que en Costa Rica todas las semanas leen el Repertorio unas mil quinientas personas3.
Los datos proporcionados por García Monge despejan cualquier leyenda sobre la circulación de Repertorio en suelo tico. Por otra parte, aquellos acercan a uno de los problemas esenciales en la historia de la recepción y es que existe una diferencia entre el número de revistas editadas y el de compra con el de lectores reales. En el asunto que nos ocupa, el número multiplicado de lectores puede haber aumentado por varias razones, por ejemplo, la importancia que por aquellas épocas tenía la lectura colectiva y el préstamo del documento físico luego de ser leído por el comprador habitual. La vigilancia y el control de las revistas son primordiales y constituyen un hecho de primera magnitud, cuyo conocimiento, además, resulta fundamental para el entendimiento de nuestro pasado cultural.
El tema de la censura de Repertorio Americano entre nosotros (en el medio costarricense) ni siquiera se ha insinuado. Lo impreso (sean libros, folletos o revistas como en este caso) reviste una significación especial para divulgar las ideas y la movilización social, inclusive. Muchos Gobiernos de América, sobre todo en la región centroamericana, vieron en Repertorio un trasmisor de nociones peligrosas y desestabilizadoras.
Qué podía leerse en Guatemala antes de 1944 recordaba Luis Cardoza y Aragón:
sólo el delicado tacto de García Monge, a través de Repertorio Americano, lograba pasar alguna vez la frontera, dar su claridad ecuánime y en Centroamérica lo más azotado en el Nuevo Mundo, por el atraso, la miseria, por la explotación imperialista, casi siempre totalmente inmersa en la sombra. Repertorio Americano ha llevado a término una obra ingente4.
El combate de García Monge alcanzó todas las dictaduras tanto de Europa (donde alzó su voz contra Mussolini, Hitler y Franco) como de América (aquí no hubo ningún dictador que no conociera sus acusaciones: en Guatemala, Martínez; Osmín Aguilar, en El Salvador; Somoza, en Nicaragua; Carias, en Honduras; Trujillo, en Santo Domingo; Gómez, en Venezuela; Vargas, en Brasil; Morínigo, en Paraguay; Leguía, en Perú; Ibáñez, en Chile, por citar algunos).
El mecanismo de censura más utilizado por los Gobiernos contra Repertorio Americano fue el cerrar sus fronteras para obstaculizar la libre circulación del impreso. Sin embargo, hemos de suponer que, de igual modo, la revista podía llegar a esas zonas por medios mucho más sutiles, en todo caso clandestinos, escondida en algún equipaje de un viajero circunstancial o mediante cualquier otra forma utilizada para acercarse hasta los lectores.
La primera precaución que debemos tomar en consideración para hablar de la recepción de Repertorio Americano es ofrecer un acercamiento de dicho texto como punto de referencia desde el que se pueden establecer las variaciones5.
La revista fija su contenido a partir de una amplia percepción de la cultura de América y España; desde allí se establecen múltiples modificaciones de dicha publicación.
Entonces, en sus contenidos pueden irse determinando los públicos y las distintas lecturas.
De igual modo, surgen los aspectos medulares de la concepción filosófica, política e ideológica de la revista, la construcción de una serie de reflexiones que tal publicación acoge en torno a América Latina, España, Hispanoamérica, la americanidad, la latinidad y el panamericanismo. Una lectura detallada de lo difundido en sus páginas puede arrojar un saldo mucho más plural que homogéneo, es decir, en el mismo espacio conviven diversas visiones de lo arriba mencionado. El campo cultural que expresa se ve permanentemente acotado por las tensiones propias, provocadas por los diversos temas que allí discuten los escritores en ella participantes. A lo mejor, ciertos rasgos se imponen sobre otros, pero, la noción de total libertad de pensamiento y de expresión practicada por su editor hizo de Repertorio Americano uno de los registros culturales americanos indispensables en la primera mitad del siglo XX.
Por otro lado, la revista mantuvo ciertos rasgos característicos de roles como la expresión de lo americano e hispanoamericano; en primer lugar, el salvaguardar el idioma español, lo que implica defensa de su integridad e independencia. Al proteger la lengua, se resguardan la soberanía y la cultura6.
Ante la disyuntiva de optar entre “hispanoamericanismo”, “latinoamericanismo”, “panamericanismo”, “iberoamericanismo”, “indoamericanismo” y otros, García Monge escogió el término hispánico, amparando fidelidad “a las cuatro Españas y a los países latinos del Mediterráneo”. Al pensar en las primeras, se refería a la sefardita, la peninsular, la americana y la filipina. De hecho, la revista llevó, por largo tiempo, el subtítulo “Semanario de cultura hispánica”, que simboliza lo colectivo de un mundo en transformación, en una visión abierta. Lo anterior, para vitalizar un imaginario único e intransferible que sintetice “lo vivido”, “lo percibido” y remozar las viejas estructuras, con el fin de que se patenticen “sentimientos”, “vivencias” y “percepciones” continentales, de que la renovación se cristalice en un hombre nuevo y un mundo novedoso que sustituya la orientación positivista de la generación anterior. El editor deseaba actualizar lo universal, pues en el fondo era también un modo de que América encontrara su propia identidad7.
Es necesario establecer una relación entre contenido y estrategia, de lo que era la publicación para su editor y acerca de lo que es más sustancial: cuál es la función de las revistas. Escuchemos al propio García Monge:
las revistas sirven para que en ellas se exprese la generación pensante e ilustrada de un país o de un continente, lo que piensa y siente acerca de las múltiples incitaciones de la vida. Pera ello ha de haber libertad, tolerancia y la inevitable acción de los pareceres que en las revistas se dan cita8.
Los lectores estaban conformados, principalmente, por sectores ilustrados o, en su efecto, por personas con cierto nivel de instrucción, entre las que se encontraban escritores ligados a la producción de la revista, o sea, colaboradores directos, intelectuales que por obvia necesidad requerían información y actualización de temas diversos tratados en dichos impresos; en ellos podía encontrarse, por ejemplo, nombre de ambos lados del océano. Luego, un amplio grupo de educadores y educandos de letras, sobre todo de universidades latinoamericanas y estadounidenses.
Pasemos ahora a un tópico más delicado de la recepción, como es el de la lectura o, en otras palabras, ¿qué vieron los lectores en Repertorio Americano? La reflexión que proponemos está determinada por el conjunto de testimonios localizados desde diferentes distancias históricas, los cuales juzgan el impreso. Para el especialista Wolfgang Iser, esto permite descubrir las normas de juicio del lector y se convierte en un punto clave direccionado a una historia social del gusto del público lector9.
En primer lugar, debemos aclarar que una revista como Repertorio Americano construye su propia orientación a partir de una declaratoria de contenidos ofrecidos a sus múltiples lectores ficticios, sin un referente necesariamente heurístico.
La propia longevidad de la revista, 39 años, nos lleva a admitir su aceptación; el solo hecho de haber sido tan perdurable hace que se produzca un diálogo largo con los lectores de épocas históricas. Hemos encontrado varios de esos momentos: 1929, 1939, 1946 y 1953. Los tres primeros corresponden a instantes celebratorios de la historia de Repertorio Americano: el primero, al cumplirse 10 años; el segundo a los 20 años; el tercero a los 25 años, y el último es un homenaje continental a García Monge. Esos cuatro momentos están intercalados con información adicional de otros varios, cuando el lector se pronuncia sobre la revista.
Vemos algunas expresiones representativas de esa valoración. Primero, si en algo coinciden los lectores de Repertorio es en señalarlo como fuente para la historia cultural latinoamericana. Augusto Arias lo precisaba: “y a ella ha de acudirse cuando se trata no sólo de hallar los términos propios para una historia de la cultura de América contemporánea, sino cuando se quiera subrayar el conocimiento de las grandes figuras de nuestro continente”10.
Otra coincidencia de los lectores es que la revista es un lugar identitario en cuanto forma y afirmación de la conciencia americana; espacio, asimismo, de tolerancia y respeto a las ideas de los demás11. Una de las deudas de los pueblos de América al semanario, según Antonio Montalvo, tiene que ver con el pensamiento americano de que en él han encontrado siempre seguro y franco asilo para sus rebeldías, se percibe un esfuerzo en nombre de la existencia y la libertad americana. Por su parte, José Pijoán (1935) sostenía: “nadie ha propuesto una mejora. Todos queremos que siga como es: un mosaico de pensamiento de la raza en lo que va produciendo, cada día, y sólo lo mejor”12.
Por esta vía, podríamos llenar varias páginas con similares expresiones, hasta concluir con el homenaje continental a García Monge, efectuado por Jesús Silva Herzog, en Cuadernos Americanos, en los cuales más de 20 personalidades del mundo de la cultura se refirieron en términos laudatorios a la labor realizada por el editor y su Repertorio Americano.
Las opiniones que encontramos en diversos lectores de variados momentos históricos o, en todo caso, de su primer público (esto es las reacciones de aquellos que leyeron el texto durante los años de su impresión, 1919-1958) son bastante coincidentes, a pesar de las distintas distancias históricas en las que se prenuncian. Desde la década de los 20 hasta la de los 50, hallamos una matriz muy similar en cuanto a la valorización del impreso; puede que nos topemos con matices, sin embargo, la lectura es parecida en términos de la cuantía de la revista y su valor estético-social, a partir de las reacciones encontradas, es en general muy homogéneo.
Las rutas de su interpretación
En la segunda parte de los años 90, aparecen 2 libros que para algunos críticos representan la ruptura con los estudios de la revista y su editor, desarrollada hasta ese momento. El primero de ellos fue escrito por el historiador finlandés Jussi Pakkasvirta: ¿Un continente, una nación? Intelectuales latinoamericanos, comunidad política y las revistas culturales en Costa Rica y en el Perú (1919-1930); su fecha de edición data de 1997. El otro escrito surge bajo la rúbrica de 2 investigadores sociales provenientes de formación en psicoanálisis y psicología, Manuel Solís Avendaño y Alfonso González Ortega; su título es atractivo y desbastador: La identidad mutilada, su año de edición es 1998.
En el libro de Pakkasvirta, el autor sugiere ciertas características de la revista, con base en un reducido número de artículos aparecidos en la década de los 20 del siglo pasado, que le llevan a concluir que el impreso tiene una clara orientación racista, blanca y europeizante. El reclamo de Pakkasvirta al editor es que nunca comentó esos artículos con alguna nota aclaratoria. De seguido, asevera: “hay que recordar que García Monge era un gran admirador de Domingo Faustino Sarmiento, parece que tanto para García Monge como para Sarmiento, la América civilizada era blanca y, la América bárbara era Indígena y negra” (1997, p. 151); más adelante, concluye: “García Monge no quería romper con el mito de un país democrático, progresista, pacífico y blanco” (p. 153).
No olvidemos que Pakkasvirta está comparando 2 revistas: la costarricense y la peruana Amauta, dirigida por el más original marxista latinoamericano (José Carlos Mariátegui). Esta última posee clara orientación socialista y pone al indio americano en un lugar privilegiado, desde el punto de vista del sujeto histórico. El crítico, quizás por desconocimiento o tal vez guardando silencio, olvida, por ejemplo, que el costarricense edita, en 1917 (aun antes de nacer Repertorio Americano e incluso antes que los propios mexicanos publicaran en ediciones El convivio), Visión de Anáhuac, de Alfonso Reyes, escrito desde el exilio. Dicho libro establece un diálogo con la cultura universal, partiendo de la geografía y la poesía de las antiguas culturas mesoamericanas. De igual modo, se puede registrar documentos dedicados a las culturas aborígenes americanas en la Edad de Oro, publicados a fines del siglo XIX en Estados Unidos, por el cubano José Martí, y que García Monge edita en 1925, por primera vez en este continente. Esos textos son calificados, por la crítica especializada, de primera importancia en la descolonización de la cultura americana. Ya en la década de los 20, el editor inicia una labor extraordinaria: publica su propia Edad de Oro en 6 tomos de casi 1000 páginas, que constituye, en mi modesto criterio, su estrategia pedagógica de la literatura infantil para la región. (Tendremos la oportunidad de conocer un trabajo de excepción al respecto, hecho por nuestra colega Nuria Rodríguez, quien tuvo a cargo el análisis y la edición de esos 6 tomos de 160 páginas cada uno). Allí se encuentran varios cuentos de las culturas aborígenes y de otras tan lejanas como las orientales y asiáticas.
Al inicio de los años 30, en las páginas de Repertorio, se da cuenta de varias contribuciones relacionadas con la revuelta y matanza indígena de 1932 en El Salvador. Una indagación elaborada por Rafael Lara-Martínez, Balsamera bajo la Guerra Fría (2009), analiza, de modo crítico y ponderado, las diversas versiones de aquellos hechos, de escritores como Octavio Jiménez, Alberto Masferrer, Adolfo Ortega Díaz, Salarrué, Gilberto González y Contreras y Juan de Izalco.
Mientras, Solís y González, de una manera mucho más sofisticada, despliegan un arsenal conceptual triturador de la figura de García Monge y su impreso, al punto de condenarlo a un personaje tullido, lisiado, capaz de provocar en el otro este tipo de incapacidad. Observemos algunas de sus conclusiones:
La mutilación se manifiesta de varias maneras. Se expresa como coexistencia pacífica de tesis opuestas o encontradas que no se reconocen abiertamente como tales y también se muestra en el silencio del editor, en su supuesta neutralidad respecto de todas las voces que el mismo, en virtud de su poder, les da espacio… La hipótesis de los autores es que las voces que pasan la censura silenciosa de García Monge, y entran en la publicación, son básicamente asumidas como puntos de vista estéticamente bien formulados que pueden contribuir, en su convergencia no dialógica ni polémica, a amasar formalmente un lugar de encuentro armónico en Repertorio el cual se ofrece a su vez como modelo de orden social, como una utopía de armonía (p. 252).
Más adelante, afirman que el impreso niega lo conflictivo y angustiante de la realidad: “El personaje que nos ocupa ya convertido en cadáver, sangrante y mutilado se le achaca un divorcio entre la palabra y lo que hace, entre lo que se dice y lo que se piensa, y ello en favor de la forma, de lo bello y lo no conflictivo” (p. 257).
Abusivas y poco equilibradas son esas deducciones conclusivas para la vida y obra de un personaje tan lleno de cualidades y de acción cumplida con el desarrollo cultural y político no solo de su país, sino también de América. Nada más alejado de la razón del impreso, pues fue convertido por estos críticos en un documento inofensivo, plano, de espalda a la realidad. En las poco más de 30 000 páginas, podemos encontrar las más fieles y hondas preocupaciones de justicia social y lucha tanto de los hombres como de mujeres hispanoamericanos, en primer término, y de otras latitudes, como las de pensadores norteamericanos y europeos.
No puedo dejar de mencionar lo que el propio García Monge pensaba sobre alguno de estos aspectos medulares que se le endilgan. En 1953, luego de un devenir cumplido, dice:
no soy hombre de partido, ni lo seré; la política no me apasiona. La Diputación que me ofrecen en sí no me desvela. La he aceptado como posible puesto de vigilancia si los venideros días se nublan. Hay que estar cada cual en su sitio de honor y en defensa de la democracia como libertad y justicia social, como solidaridad y cultura.
A las ideas no les temo, por arriesgadas que sean. He reflexionado lo bastante la historia del mundo para explicarme que las ideas hoy alarmantes y perseguidas, mañana se aceptan sin temor. Lo esencial es que a su debido tiempo se discutan, se comprendan.
Como Diputado prometo decoro, estudio y comprensión de los asuntos y amor a la Patria como altar. Tengo mi brújula y sé a dónde voy (p. 99).
El ideario de García Monge fue profundizándose de un modo particular y creativo a lo largo de su vida, hasta llegar al convencimiento; solo vence, solo enlaza a los hombres el amor que nace de una mutua comprensión de las cualidades del entendimiento y del corazón. Sin amor ni conocimiento no hay admiración, imitación ni acción. He creído en estos 2 bienes supremos: la justicia civil y la libertad. Por ambas he luchado, así como por la belleza y el bien.
Creemos fuertemente que todo hombre que viene al mundo tiene el ineludible compromiso moral de trabajar por el bien de sus semejantes. Y esta responsabilidad será más imperiosa, si vive en medio de una muchedumbre ociosa, ignorante e improvisadora. Se trata, entonces, como escarba Luis Ferrero, de toda una doctrina de la projimidad o amancia. Desde muy niño, García era un agudo lector de libros de la literatura puesta al servicio social y no se cansaba de interesarse por los desheredados del mundo, lo que muy probablemente le viene de su sistemático y profundo conocimiento del más universal de los cubanos, José Martí, con quien compartía pensamiento y acción. Amancia expresa la acción transitiva de aspirar al saber y el estar al servicio del prójimo (p. 80).
Hoy sabemos que, en muchas ocasiones, el editor de Repertorio Americano publicaba notas, artículos u opiniones que no necesariamente compartía. Muchas polémicas, en dichas páginas, aparecen por un asunto de tolerancia o simplemente para no caer en la censura. De igual modo, es incomprensible suponer que el ser admirador de Sarmiento lo lleve, de manera directa, a concluir que tenía una visión de América blanca y racista. El ideario de García Monge está mucho más cerca de pensadores americanos como José Martí, Enrique Rodó, Simón Bolívar y José María de Hostos. El Sarmiento que admira García Monge es el escritor, el educador, el andariego…
Desde muy joven, el costarricense abraza, en estudio amoroso, los escritos de los grandes pensadores americanos. Fue en el Pedagógico de Santiago de Chile que se puso en contacto con Andrés Bello, Sarmiento, Mariano Moreno, Bilbao, Barros Arana, Letelier y Eugenio de Hostos. Junto a estas calas lee a los grandes pensadores anarquistas, quienes más tarde, de vuelta en su país, junto a Brenes Mesén y Omar Dengo, fueron forjando un pensamiento ácrata muy particular y de hondas repercusiones tanto culturales como sociales en Costa Rica.
Uno de los más importantes estudiosos de la obra de García Monge fue el erudito y prolífero ensayista Luis Ferrero, quien, a comienzos de los años 60, nos legaba una ruta de interpretación del costarricense, en la cual advierte: “Americanidad significó cultura humanística, creación y soberanía del espíritu. Americanismo significó libertad, organización institucional y justicia social” (1963, p. 35).
Luis Ferrero ve en el desarrollo de las empresas editoriales de García Monge una muestra evolutiva de su concepción americanista: desde Ariel hasta Repertorio Americano, su pensamiento sigue una parábola semejante a la de otros pensadores de la época. En un inicio, se diseña, desde la perspectiva arielista, la oposición entre ambas Américas, entre sajonismo y latinismo. La americanidad, para utilizar el término preferido de García Monge, se plantea partiendo de una posición semejante a la seguida por pensadores contemporáneos, Mario Sancho y Pedro Henríquez Ureña, por ejemplo. Al igual que en ellos, la reflexión sobre la raíz latina lleva a considerar la herencia de España y de Francia. Como los pensadores mencionados, García Monge estima que no es posible desligarse de la herencia europea ni del pasado colonial y propone la unidad cultural que asimile a ambos (Ovares, 2005, p. 31). La llamada a la unidad entre hispanoamericanos se extiende a los Estados Unidos, bajo el lema de “La América una”.
Volvamos un momento a la argumentación de Pakkasvirta para descalificar el impreso mongiano. En primer término, el historiador finlandés hace un recorte temporal poco convincente de las revistas Amauta y Repertorio (1919-1930), más acorde con los objetivos y propósitos que intenta demostrar, a priori, en el caso del impreso peruano que dura 4 años, desde 1926 a 1930, mientras Repertorio lo hace durante 40 años. Fijar la mirada en la primera década de su existencia puede verse como una arbitrariedad, si uno quiere poner atención a sus contenidos y significados, con esa especie de mutilación del ya aludido impreso de más de 30 000 páginas en tamaño tabloide. En otras palabras, la habilidad de Pakkasvirta la despliega, principalmente, en reproducir, de algún modo, la crítica de la historiografía académica costarricense de los años 80 y 90 a la historia oficial positivista y de corte socialdemócrata. Se trata de mitos que van desde los orígenes de la Costa Rica republicana (como país de igualiticos, pacíficos y blancos), fundada sobre un desarrollo económico y social proveniente de una estructura agraria que permitió el proceso democrático costarricense.
Desde aquella perspectiva historiográfica, el editor monta o, mejor dicho, desmonta el impreso y lo califica con una publicación blanca, racista, alejada de los problemas nacionales y de los menos favorecidos. Así, García Monge se convierte en un defensor de esa versión de lo que algunos llamaron la “suiza centroamericana”.
La argumentación aniquiladora del editor de Repertorio tiene algunos inconvenientes. En primera instancia, los casos analizados son unos cuantos artículos publicados, que tienen alguna connotación racista o están relacionados con algunos temas reclamados al editor como faltantes, una huelga u otro acontecimiento en la historia del país o de naciones latinoamericanas. Ello sin balancear el análisis sobre el texto en su conjunto. Mucho menos se puso un solo caso en el que García Monge dijese una palabra, frase o escrito para achacar todas las supuestas debilidades del impreso. No debemos olvidar que don Joaquín era filólogo: un amante del conocimiento expresado por palabras. De allí percibo que los críticos no encontraron el léxico que sustenta su crítica en textos mongianos, sino en uno que otro colaborador de la revista. No aparece ninguna alusión a escritos sobre el pensamiento mongiano que lo constituyan como un constructor de la cultura nacional-popular, para decirlo en palabras del colega Gerardo Morales, en su ya clásico libro sobre la nueva intelectualidad antioligárquica de la que García Monge es uno de sus más genuinos representantes.
Quisiera terminar la alusión a los 2 libros tratados diciendo que mucho de la crítica a procesos sociales o simplemente al uso de términos tan importantes en la construcción identitaria de la propia revista se puede subsanar con una lectura mucho más completa del impreso. Por ejemplo, el antiimperialismo, los asuntos nacionales, el fascismo y el antifascismo están claramente expresados en diversos momentos, como lo hace Octavio Jiménez, el más prolifero ensayista (en varias páginas, contribuyó, como pocos, al análisis del imperio en los años 30). De igual modo, no debemos dejar la mención de que la revista se convierte en una tribuna de la lucha contra el fascismo y los sublevados frente a la república española, durante 1936-1939, al punto de transformarse en el texto de la intelectualidad de izquierda y comunista de aquellos años, en ambos lados del mar.
Una evocación especial merece el escritor y erudito Fernando Herrera, quien, desde hace unos 25 años, viene dedicando estudios sistemáticos (fundamentado en fuentes primarias, principalmente) de las diversas facetas de García Monge, como escritor, pensador, periodista, ensayista, polemista. Entre ellos destacan: García Monge. Plenitud del escritor, Ensayos de juventud, Vida y verdad (revista), Intruso en casa ajena (su biografía), Papeles olvidados, Leña para el fuego. Todos son de una enorme importancia para comprender los quehaceres de la vida y obra garciamongiana.
Ligeramente, me permito un cierre a esta ya larga alocución. Las indagaciones sobre Repertorio, durante los años que lleva el nuevo siglo, pueden considerarse como aquellas que elaboran su reflexión a partir de ciertos temas; por ejemplo, los trabajos de May Brenes sobre mujeres en Repertorio Americano, luego seguidos por los de Ruth Cubillo, con Mujeres e identidades: las escritoras del Repertorio Americano 1919-1959.
Decenas de artículos y ensayos aparecen en diversos medios, sobre todo en revistas académicas del país y del extranjero, las cuales despliegan un enorme y variado conjunto de preocupaciones de temáticas, literarias, políticas, sociales, artísticas, así como la presencia de diversos autores y geografías americanas que cruzan las páginas de Repertorio Americano. Varias son las tesis de posgrados realizadas para ir despejando interrogantes que provoca el impreso, los discursos y textos en el presente. También, tenemos investigaciones en curso, de carácter interdisciplinario, con cobertura internacional, como los acercamientos que realiza un grupo de investigadores coordinados desde el IDELA por el Dr. Rafael Cuevas, dedicados a Centroamérica camino al bicentenario.
Aún hacen falta muchos trabajos para poder validar nuestras conclusiones. Seguramente, para ellos tendremos que balancear la reflexión, con miras a lograr comprenderlos en toda su magnitud, con los vacíos y grandezas del impreso y su editor. A este último, en principio no podemos pedir, desde el presente, cualquier cosa; la revista debe ser analizada en sus propias coordenadas de historicidad y contexto. Con ello, no quiero decir otra cosa distinta a que es necesario seguir las palabras, los discursos, los conceptos por todo el entramado histórico. Con tal finalidad, es necesario lo planteado por Reinhart Koselleck:
El lenguaje es tanto receptivo como productivo, simultáneamente registra y es un factor de la percepción, de la comprensión y del saber. Ninguna realidad puede reducirse a su significado y estructuración lingüística, pero sin esa actividad lingüística no hay ninguna realidad. Esta diferenciación implica la obligación de considerar los dos aspectos de todo concepto. La semántica existe como método científico porque toda palabra puede tener una multiplicidad de significados que deben ajustarse a una realidad modificable. Y dado que un estado de cosas no puede plasmarse de una vez y para siempre en un mismo concepto, causa una pluralidad de denominaciones que deben ajustarse a su transformación. Por eso existe la onomasiología como método científico. Por tanto, ambos enfoques metodológicos, el enfoque semántico y el onomasiológico, son necesarios para poder analizar y describir la trasformación histórica tanto de los conceptos como de la realidad a captar por los conceptos (2012, p. 32).
Tamaña tarea nos legó este hombre que Alfonso Reyes llamase coordinador de América, o más cercano aun, cuando lo identificaba como hombre cordial. ¡Gracias!
1 Joaquín García Monge. Obras completas. Editorial Universitaria Centroamericana, 1974, pp. 137-139.
2 Joaquín García Monge. Cartas a Alfredo Cardona Peña. Inéditas, 1 de marzo de 1952.
3 Joaquín García Monge. Cartas Selectas. Editorial Costa Rica, 1983, p. 95.
4 Luís Cardoza y Aragón. Homenaje continental a García Monge. Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes, 1981, p. 53. Este fue realizado, originalmente, en 1953 por Jesús Silva Herzog, en la revista Cuadernos Americanos.
5 Para una ampliación del tema de la recepción de un texto, véase Peter Burke. Los avatares del cortesano. Gedisa, Barcelona, 1998.
6 Ana Cecilia Barrantes. América /España en Repertorio Americano. Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes, San José, 1996, p. 38.
7 Ibid., p. 58.
8 Joaquín García Monge. Cartas selectas. Editorial Costa Rica, 1983, p. 58.
9 Wolfgang Iser. “Consideraciones previas sobre una teoría del efecto estético”. En busca del texto. Diversidad Nacional Autónoma de México, 1987, p. 132.
10 Augusto Arias. Repertorio Americano. 1940, p. 87.
11 Véase Roberto Brenes Mesén. “El Repertorio Americano”. Repertorio Americano. 1927, 12 de febrero, p. 93.
12 José Pijoán. “Pido la palabra…”. Repertorio Americano. 1935, 2 de mayo, p. 135.