R E P E R T O R I O | A M E R I C A N O | |
Segunda nueva época N.° 31, Enero-Junio, 2021 | ISSN: 0252-8479 / EISSN: 2215-6143 | |
La sordera como representación simbólica: un acercamiento semiótico a Los sordos de Rodrigo Rey Rosa
Deafness as a symbolic representation: A semiotic approach in Los sordos by Rodrigo Rey Rosa
José Francisco Bonilla Navarro
Universidad Nacional
Costa Rica
Resumen El estudio aborda uno de los textos del escritor guatemalteco Rodrigo Rey Rosa, titulado Los sordos y publicado en 2012. La propuesta planteada se basa en las ideas de la semiótica textual, específicamente en el aporte de Iuri M. Lotman y su concepto de la semiosfera como «continuum semiótico». Guatemala es descrita desde una división bipartita; por un lado la ciudad, como representación del centro de poder y orden y, por otro, el campo, visto como la periferia. Bajo estos preceptos la sordera que se presenta en el texto adquiere distintos matices simbólicos en los niveles político, social e individual. Palabras claves: semiótica, semiosfera, centro/periferia, narrativa centroamericana, posmodernidad, Los sordos, Rodrigo Rey Rosa Abstract This study encompasses one of the works produced by the Guatemalan writer Rodrigo Rey Rosa. It is named Los sordos, and it was first published in 2012. This proposal is based on textual semiotics ideas, and particularly based on the contributions of Iuri M. Lotman and his concept about the semiosphere as “semiotics continuum.” Guatemala is described as a bipartite division. On the one hand, the city, as a representation of the main power and order. On the other hand, the countryside, that is seen as the periphery. Under these precepts, the concept of deafness presented in this text has different symbolic meanings in the individual, political, and social field. Keywords: semiotics, semiosphere, center, periphery, Central American narrative, postmodernism, Los sordos, Rodrigo Rey Rosa |
Centroamérica, en la actualidad, vive un proceso de revisión crítica en lo político, lo económico y lo social. Sin duda alguna, la literatura, como parte importante de la sociedad, ejemplifica algunos de los cambios que este proceso de revisión conlleva. En este sentido, Chacón en Modelos de autoridad y nuevas formas de representación en la literatura centroamericana (2011), explica que las formas de narrar en América Central han cambiado y con ello se ha generado una forma nueva de concebir la realidad de esta parte del continente. Así, durante las décadas anteriores a 1980, la escritura parecía motivada por principios utópicos, de lucha por derrocar a aquellos que mantenían la región en condiciones desfavorables; sin embargo, con el avance de las décadas siguientes el hecho literario sufre una reelaboración en el plano discursivo, en el sentido de que su visión de mundo está caracterizada por un enfoque desesperanzador, desalentador y antiutópico. En el nivel temático, según Rojas (2011), también ha habido un desplazamiento de los locus literarios tradicionales; ahora son importantes los temas que refieran a motivos urbanos; se desdeña todo lo que produzca, según ella, una imagen estereotipada o «folclórica» del continente.
La narrativa del guatemalteco Rodrigo Rey Rosa no es ajena a esta situación. Los sordos, especialmente, está escrita desde un tono desesperanzador, cuyo final, lejos de proponer un ideal, muestra la Guatemala indiferente ante las atrocidades del poder. Sin embargo, antes de entrar en detalles sobre el tema propuesto es necesario, a modo de reconocimiento, hacer una pequeña síntesis sobre el autor. Rey Rosa nace en Guatemala en 1958, lo cual lo introduce en la generación literaria sobre la cual Rojas (2011) basa los principales cambios de la nueva narrativa centroamericana, ya que para ella los autores nacidos entre 1950 y 1964 marcan una pauta destacable en este sentido. Entre sus principales obras se encuentran Lo que soñó Sebastián (1994), Que me maten si… (1996), Piedras encantadas (2001) y, dentro de la literatura más reciente, El país de Toó (2018), Carta de un ateo guatemalteco al Santo Padre (2020). Asimismo, en 2004, fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura de Guatemala Miguel Ángel Asturias; en 2012 fue finalista del premio Príncipe de Asturias y en 2015 obtuvo el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso.
Los sordos, núcleo temático del presente ensayo, es una novela de corte posmoderno por su caracterizador tono antiutópico; sin embargo, es un texto difícilmente encasillable, pues, desde la perspectiva bajtiniana, podría decirse que constituye una novela polifónica. Su fábula está basada en dos desapariciones: Andrés, un niño kiché sordo, y Clara, una mujer de alrededor de 40 años de clase alta. La búsqueda que Cayetano, el guardaespaldas de esta última, emprende provocará que ambas desapariciones se relacionen y, así, se «descubran» prácticas ilegales con respecto a la medicina, el tráfico de órganos, la experimentación con indígenas y el narcotráfico. Esta novela está dividida en dos partes fundamentales, «Los sordos» y «Nepente»; no obstante, presenta la singularidad de que su «prólogo» forma parte de la historia: corresponde a la narración del primer secuestro. La novela rememora la época durante la cual el gobierno guatemalteco formó las conocidas Patrullas de Autodefensa Civil (PAC), las cuales estaban compuestas por los propios campesinos. Estas fueron creadas con el afán de frenar todo intento de rebelión civil durante la década de 1980. Una vez disueltos estos grupos, la violencia en Guatemala se incrementó porque los individuos que pertenecieron a ellos recibieron una preparación militar importante. Por eso, no es casual la aparición del guardaespaldas, como figura destacable, dentro del texto. Esto, a su vez, deja de manifiesto que las consecuencias de la violencia generada por las represiones y la preparación militar de los insurgentes en Guatemala se viven de un modo cotidiano, pues los que ayer se colocan de uno u otro bando de la guerra, hoy necesitan reintegrarse a la sociedad para poder continuar con el desarrollo «normal» de su vida; es decir, que se han generado espacios dentro de los cuales la violencia se instala de una manera más velada, pero, de ninguna manera, ausente; oficiales de seguridad privada, nuevos policías y migrantes no son más, lamentablemente en la mayoría de los casos, que guerrilleros o soldados desplazados que, ahora, buscan un espacio en la sociedad civil posterior a los Acuerdos de Paz. Castellanos Moya logra desarrollar dicha problemática en su novela El arma en el hombre. Este aspecto produce, a su vez, una concepción cíclica de la violencia, representación en la que se ampara la construcción discursiva de los sujetos que se representan en la novela.
Gregory Zambrano hace alusión -en su artículo La narrativa de Rodrigo Rey Rosa y las claves de la violencia en Guatemala- a uno de los focos narrativos principales de la novela: los guardaespaldas, y los proyecta como reflejo de la violencia que caracteriza, con más distinción, la región norte de Centroamérica. Apunta Zambrano:
En la obra de Rey Rosa están claramente expuestos los sujetos de la violencia: aventureros, delincuentes, pícaros, malvivientes, los cuales conforman toda una red de relaciones que se activan en aras de alcanzar intereses no siempre confesados. Ese universo está connotado por una serie de hechos que, de manera diversa, pueden adscribirse al fenómeno de la violencia. Estos hechos son vistos a la luz de la historia, y se convierten en un punto crítico desde el cual la mirada se torna interrogante. La búsqueda de respuestas se convierte en una forma de acercarse a un país, a una cultura y a unas maneras de decir. (4)
Ezequiel De Rosso, por su parte -en «Evocación, alusión, implicación: formas de la ficción en los relatos de Rodrigo Rey Rosa-, rescata, siguiendo los apuntes de Gustavo Guerrero, la «construcción modular» que caracteriza la narrativa de Rey Rosa. Esta se entiende, específicamente en Los sordos, por medio de los distintos «focos narrativos» presentes en el texto. Este acercamiento crítico se relaciona con el matiz polifónico de la novela, el cual fue mencionado antes. Para este profesor de la Universidad de Buenos Aires, la funcionalidad que adquiere lo modular en Rey Rosa radica en producir relatos con espacios claramente indeterminados, los cuales van a obstaculizar la realización de relatos «continuos» (2). En la novela de 2012, el uso de la epístola permite constatar el sentido de su «construcción modular», ya que su inserción constituye una ruptura discursiva, geográfica y de perspectiva narrativa en el relato.
La novela presenta, también, una diversidad temática importante. La transformación social, ética y moral de los personajes; la existencia de una paranoia colectiva dentro del imaginario social de Guatemala; la visión de Guatemala como una ciudad en guerra1 y las diferencias entre el campo y la ciudad constituyen temas destacables en este sentido. Sin embargo, las implicaciones simbólicas que la sordera adquiere dentro del texto encarnan, desde mi perspectiva, el meollo temático del texto, puesto que ponen de manifiesto las relaciones sociales, políticas y económicas de una sociedad en la que priman la indiferencia e individualidad puras. La sordera se presenta como un mecanismo de evasión de los problemas sociales que aquejan, en este caso específico, a la sociedad guatemalteca del momento, pero que, sin duda alguna, también se extiende, con cierta universalidad, al prototipo de sociedad posmoderna. Tomar dicho tema como central en el texto tiene, al menos, una implicación fundamental: la sordera se codifica como una forma de violencia ya sea física o simbólica, y esto será la característica principal de la sociedad descrita en el texto.
Para el tipo de análisis que se persigue, es preciso consultar una teoría que englobe, además de la perspectiva textual, las implicaciones del mundo ficcional dentro de la sociedad y la cultura que le da sentido al texto mismo. En esta línea, propuestas como la de Foucault -con La arqueología del saber- e Iuri M. Lotman -con La semiosfera I. Semiótica de la cultura y del texto- resultan ser bastante atinentes, pues en sendos planteamientos teóricos, con algunas variaciones entre sí, se plantea el funcionamiento universal del poder y la cultura. Para efectos de este trabajo, se le brindará especial atención al aporte de Lotman, tomando como base que el texto es parte de un «continuum semiótico2» macro: la semiosfera de la cultura.
Para Lotman, la semiosfera, como concepto primordial, posee dos características esenciales: por un lado, presenta un «carácter delimitado», dado por la existencia de una frontera, no necesariamente física, a la que se le atribuyen dos funciones indispensables: a) servir de traductor semiótico, es decir, hacer inteligible todo aquello que se encuentre externo al espacio delimitado por la semiosfera, en el momento preciso de formar parte del universo semiótico de esta; b) funcionar como un «dominio de procesos semióticos acelerados», el cual provocará, de manera paulatina, el desplazamiento de las estructuras centrales del poder cultural, político y económico; por otro, y como consecuencia directa del desplazamiento estructural, posee una «irregularidad semiótica» que se marca, según Lotman, por «la heterogeneidad de sus componentes» y el «desarrollo desigual en sus diversos sectores». Como se puede notar, la semiosfera, desde la perspectiva espacial, se encuentra subdivida en centro y periferia, caracterizadas, ambas, por la concentración del poder imperante y la ausencia de estructuras sociales y culturales dominantes, respectivamente.
Es necesario aclarar que el texto constituye, desde esta visión teórica, una semiosfera o «continuum semiótico» consolidado. Considerado así, Los sordos es un texto cuya generación de sentido obedece a reglas meramente semióticas, dentro de las cuales la distribución espacial y la movilidad geográfica de los personajes son aspectos importantes. En esta novela de Rey Rosa se presentan dos espacios fundamentales: la ciudad, es decir, el centro, donde se concentran el poder, el orden; y San Miguel Nagualapán, correspondiente, conceptualmente, con la periferia. Este último lugar presentado como el otro locus; o sea, el espacio en el que debido a la poca influencia de las estructuras centrales, el orden y la seguridad son los valores que menos se encuentran. Por tanto, no por casualidad, es San Miguel Nagualapán el lugar donde se llevan a cabo actividades como el narcotráfico, el tráfico de órganos y la experimentación médica con indígenas.
Recurriendo a la ya bastante citada distinción entre campo y ciudad, Los sordos plantea, desde el punto de vista semiótico, una dicotomía interesante. La ciudad se percibe como un punto de emigración para el desarrollo personal y económico del individuo. Cayetano, el guardaespaldas de Clara, ejemplifica de manera bastante acertada esta característica cosmopolita:
Al trasladarse a la capital [Cayetano] había dejado atrás, casi sin advertirlo, una forma de ver las cosas (¿o las cosas que veía ahora eran tan diferentes de las que solía ver en el pueblo que compararlas no servía para nada?). Se había adaptado inmediatamente, pensó con satisfacción. Ya no iba a volver a Jalpatagua más que para las fiestas, igual que su hermana. (Rey Rosa, 2012, 363)
En este sentido, la ciudad se conceptualiza como un locus «validador», dentro del cual se ofrecen las oportunidades para la transformación del individuo. Dicha transformación abarca diversos niveles tanto sociales como personales; de ahí que en Cayetano sean importantes aspectos como: la valoración del campo, la cual antes de emigrar era positiva; el valor del individuo en la misma ciudad, puesto que hay un decaimiento en el valor del personaje como persona; esto dentro de lo meramente social. No obstante, en lo personal, la transformación se materializa en elementos sutiles como la pérdida de la inocencia, pues se trabaja bajo el precepto de que, ontológicamente, la ciudad como espacio abierto ofrece al individuo vicios y actividades únicas e inherentes a su naturaleza. Es por esto que son comunes entre Cayetano y su tío Chepe diálogos como el siguiente:
¿Cuántos polvos te has echado vos desde que trabajás con ella?
Ninguno— afirmó Cayetano.
¿Qué? —el tío se rió—. Pero muchacho, te vas a volver maricón, si sólo pajas te hacés.
Intentó justificarse:
Me estoy guardando para Irina— dijo.
Ésa es otra paja, Cayo. Mirá, si no nos sale una gringuita gratis en la Antigua, nos vamos de putas, ¿ok?
No. Yo no soy bueno para eso, tío.
Bueno, allá vos. —en una cuesta larga el tío señaló un caserón a la izquierda del camino—. Un buen putero, mirá. Tienen unas reverendas colombianas, panameñas, hasta rusas han traído. (46-47)
La construcción discursiva que produce el narrador de Cayetano resulta, en algunos momentos, hasta inverosímil. Esto porque si se toma en consideración que él es un individuo de la periferia, ajeno a los devenires de un espacio central como la ciudad, entonces ¿cómo se explicaría la pericia y la audacia que lo caracterizan al momento justo de traspasar la frontera e ingresar a las estructuras centrales? Pareciera que esto sugiere una inconsistencia en el discurso narrativo que desarrolla la novela, ya que desde esta perspectiva incluso sería inverosímil la formación tan audaz como detective que llega a resolver el enigma de la desaparición de Clara.
Ahora bien, el pueblo, antes homologado con la periferia, presenta una particularidad destacable: muestra una inversión del poder político y cultural predominante, pues se construye, dentro de la narración, como un espacio en donde el poder indígena, aunque fugazmente, prevalece sobre el de los blancos; en otras palabras, por no encontrarse San Miguel Nagualapán en el centro de poder, las estructuras que rigen el «orden» socioeconómico y político del núcleo -la ciudad- se debilitan y como consecuencia se establecen nuevos órdenes jerárquicos. En este sentido, el apartado del texto denominado «Juicio Maya» es esclarecedor porque se propone una resolución del conflicto -aunque al final irrisoria- enunciada al menos desde la boca de los mayas; es decir, la cultura maya pasa a ser sujeto de enunciación y deja temporalmente el papel tradicional de objeto.
Tenía que explicarle algo a Javier —dijo, mientras el agente se descubría la cabeza y empezaba a comer— que era posible que ignorara, pues casi todo el mundo lo ignoraba. En esa tierra coexistían dos formas de derecho. La occidental, o kaxlán, y la maya. ¿No lo sabía el licenciado?
Javier dijo que no lo sabía.
El juez continuó: si alguien era detenido como supuesto delincuente dentro de los límites jurisdiccionales de una comunidad determinada, podía optar por ser juzgado por las autoridades mayas, en lugar del Ministerio Público. (197)
La interacción entre ambos espacios refleja el funcionamiento natural de la semiosfera, pues precisamente las relaciones que se establecen entre el centro y la periferia -Ciudad Guatemala y San Miguel Nagualapán, respectivamente- son las que construyen la imagen de la ciudad guatemalteca que el narrador inserta en la historia. De esta manera, la periferia se convierte en el espacio dentro del cual son más factibles la violencia y el descontrol. Es por esto que la construcción del «hospital» como reflejo de la corrupción y la irregularidad social y política resulta ser más «natural» en el espacio ajeno al control del poder dominante, la ciudad. Si bien la ciudad también es un espacio en el que es común la violencia, en San Miguel Nagualapán esta se exacerba y toca su punto máximo, pues ya no está representada de manera simbólica; es decir, en la paranoia sentida por los personajes citadinos como don Claudio, sino que es físicamente explícita porque involucra la integridad del indígena como individuo.
Stricto sensu, la violencia vivida en la ciudad sólo se expresa mediante dudas y juicios de los personajes con respecto a Guatemala como país; pero la sufrida en la periferia por los indígenas es claramente verificable mediante hechos concretos: el narrador se asegura de que en las palabras y las acciones de Cayetano se vivifiquen y comprueben las atrocidades de las que eran víctimas estos individuos; el pasaje de la historia en el que Cayetano muestra las fotos de la computadora robada es uno de esos hechos:
Con la computadora abierta sobre la mesa, Cayetano pinchaba ficheros, mientras el pastor respiraba encima de su hombro un aliento de frijoles y maíz. Las fotos de niños -las caras demenciales, las cabezas trepanadas—, los diagramas de circuitos cerebrales, los nombres de drogas y hormonas (dopamina, oxitocina, paxil, rohypnol), instrumentos (neuromoduladores, microelectrodos) y procedimientos (implantes, avulsiones, trepanaciones) —alcanzaron para convencer al pastor. La batería de la computadora se había descargado casi por completo; la apagó. (168)
Precisamente, la exacerbación de la violencia que se produce en la periferia va a provocar que el lector construya una imagen totalizante de esta y, así, traslade esta visión a la percepción paranoica anterior que se tenía de la ciudad, facilitando, consecuentemente, la reducción de Guatemala a un espacio violento en el que las estructuras, antes de poder y ordenadoras, ahora han quedado desplazadas.
En una sociedad caracterizada por la violencia, como la que se construye en el texto de Rey Rosa, el narrador inserta a un individuo víctima de esta, ya sea desde la perspectiva central o nuclear, con Clara, don Claudio y Javier, o bien desde la periférica con la familia kiché y el resto del pueblo indígena. No obstante, en ambas perspectivas hay un principio que las unifica: la presencia de la sordera como un mecanismo de evasión conciente para los individuos de la ciudad; pero inconciente, para los propios mayas, pues estos últimos se dejan sorprender por la repentina cura de la sordera de Andrés, el niño kiché desaparecido al inicio de la novela y, como consecuencia Clara, Javier y Meme logran evadir el juicio.
Así, la sordera, como representación de la indiferencia, la despreocupación por el otro y la individualidad posmoderna, se presenta como el elemento sine qua non del propio personaje. También, puede catalogarse como una reacción del individuo ante su propio entorno, lo que le permite «controlar», al menos de forma parcial, el miedo que la violencia le provoca. Tanto las acciones del Ministerio Público, como las de los mayas, así como también el bloqueo mental producido por la paranoia en un primer momento del texto son claras representaciones simbólicas de esta sordera que pareciera está convirtiéndose en un malestar crónico de los pueblos centroamericanos. En síntesis, la reacción improductiva o la ausencia de esta por parte de los individuos ante el abuso y las irregularidades del poder moldean, construyen e incrementan esta sordera que, desde el caso específico de Los sordos, tanto bien hace al poder económico y político de la Guatemala actual.
No obstante, como bien lo plantea Lotman: «Todo pedazo de una estructura semiótica o todo texto aislado conserva los mecanismos de reconstrucción de todo el sistema» (31). Entendido así, Los sordos forma parte de un entramado social y cultural más complejo: la sociedad guatemalteca del momento, la cual, a su vez, es parte de una realidad centroamericana común en la que, según Rojas, siguiendo los preceptos de Huizinga, se «rompieron las reglas que sostenían el equilibrio y con esto [se] destruyeron esas sociedades. Se trata ahora de entender por qué; eso trata de descifrar la literatura contemporánea del istmo» (50).
Ahora bien, si se tratara de relacionar esta novela de Rey Rosa con los planteamientos actuales de la historiografía literaria centro e incluso latinoamericana, es de vital importancia hacer mención de lo que Fornet (2006) plantea en Los nuevos paradigmas. Prólogo narrativo al siglo xxi. La propuesta crítica que Fornet propone en el capítulo inicial de su libro es realmente coherente y aleccionadora para todo aquel lector que quiera informarse sobre los actuales devenires de las letras latinoamericanas en general. Con una elocuencia adecuada y un discurso algunas veces irónico y hasta humorístico, el investigador cubano logra plantear e ilustrar algunas de las vertientes por las que se han encauzado los escritores latinoamericanos contemporáneos. El recorrido histórico que hace, desde la Revolución Cubana hasta épocas más actuales, funciona como un viaje en el tiempo que permite entender algunos de sus planteamientos al momento de explicar los comportamientos actuales del discurso literario latinoamericano surgido hacia la década de 1990.
Fornet parte de la premisa según la cual desde el triunfo de la Revolución Cubana, en enero de 1959, se gestó, en América Latina, una ruptura en el pensamiento latinoamericano en general. En el área de la literatura, específicamente, el escritor plantea que dicha ruptura produjo un fenómeno de balcanización, cuyo resultado se materializa en la multiplicidad de voces discursivas que se incluyeron dentro del canon literario de la región. Si se compara la variedad discursiva y estilística de modelos discursivos surgidos en Latinoamérica hacia 1960 y hasta 1980 podrá constatarse lo dicho por Fornet, en tanto en el lapso que he señalado convergen dos épocas literarias bien delimitadas para la crítica literaria latinoamericana; hablo, pues, del boom y el posboom. Sendas corrientes literarias producen una renovación en el canon literario representacional de América Latina. Así es como en la literatura producida hacia la década de 1980, la crítica literaria tradicional encuentra nuevas propuestas estético-ideológicas en el ámbito literario; dos ejemplos paradigmáticos son el testimonio y la novela policial. Dicha apertura discursiva, señalada también por el autor como la balcanización, se asume en el campo de los escritores, ya que, desde la perspectiva de género, hay un aumento en la aparición de mujeres escritoras.
Para establecer una relación más directa con este paradigma del que “los nuevos escritores latinoamericanos” quieren alejarse, Fornet describe este proceso como el paso del realismo mágico al realismo virtual, el cual ha ocasionado que se produzca, ya en el nivel de enunciación del discurso, un paso de la colectividad a la individualidad y a la universalidad, enfatizándose así aún más una privatización del discurso literario; al mismo tiempo que esto se produce, emerge un nuevo paradigma temático dentro de la literatura, pues serán comunes temas sobre la violencia, la corrupción, el narcotráfico, la migración y el sida. Es en este punto donde Los sordos adquiere una relevancia primordial, pues constituye, en último término, un texto que se aleja de esa vertiente universalista descontextualizada, para inscribirse dentro de los textos preocupados por abordar cierta parte del contexto sociopolítico de Centroamérica: la violencia.
Si bien el texto abandona la pretensión de esta universalidad centrada en lo cosmopolita, al hacerlo instaura otro de los modelos de representación que han determinado las construcciones discursivas actuales de la región y que no son menos nefastas que las señaladas por Fornet. Me refiero, aquí, a que si se toma en consideración la cantidad de textos publicados en Centroamérica hasta el momento que tienen por eje el tratamiento de la violencia, no puede dejar de pensarse en la imagen representacional que se está haciendo de la región en los niveles geográfico y cultural. Es, sin duda, una construcción metonímica de las sociedades y centros urbanos centroamericanos que privilegia la violencia no solo como problemática, sino también como valor ontológicamente esencial del ser centroamericano. Este fenómeno cultural no deja de asemejarse a la imagen que produjeron ciertos códigos de representación de la realidad latinoamericana en el pasado. No es casual que Fornet hable del paso de un realismo mágico, caracterizado por la representación mágica e irreal de lo latinoamericano, a un realismo virtual, categoría que incluiría, en todo caso, este modelo sesgado de representación ejemplificado en Los sordos. Si en el pasado fue la existencia de una realidad mágica y exótica lo que explicó los ordenamientos sociales y las problemáticas latinoamericanas, hoy, desde estos nuevos paradigmas de representación literaria, resulta ser la presencia, casi genética, de la violencia lo que caracteriza los patrones de construcción identitaria centroamericana.
La crítica literaria centro y latinoamericana coincide en que hacia 1980 los discursos literarios experimentan una renovación que los encamina en dos vertientes esenciales: una en la que se trata de producir textos desanclados del entorno histórico y político de la región; otra en la que se toma la violencia como un aspecto metonímico de lo propiamente centroamericano, lo cual termina asumiendo una realidad codificada por medio de un sesgo que no posee ninguna relación con el verdadero referente.
Por su parte, Los sordos se inscribe dentro de un modelo de representación de la realidad centroamericana que busca, en la misma dirección que lo hicieron los discursos de la nueva novela latinoamericana de los años 60, instalar, desde una visión exótica, una Centroamérica devastada por la violencia, lo que, a su vez, la configura como un espacio donde la cultura de la violencia, más que una opción, es un rasgo constitutivo de su identidad.
La sordera, como texto, está construida como una metáfora de la corrupción política que envuelve a una sociedad centroamericana de inicios del siglo xxi; ya no se trata de mostrar el conflicto que se generó hacia la década de 1980 con los enfrentamientos entre insurgentes y contrainsurgentes, sino, más bien, de desarrollar sus efectos que con el tiempo se han materializado en la ciudad como un espacio de culturas y costumbres heredadas de ese pasado violento y convulso políticamente hablando.
Aunque la novela trata de restituir el lugar de la autoridad cultural, política y jurídica de los pueblos indígenas guatemaltecos, esto no deja de ser un mero intento fallido, ya que discursivamente se minimiza su importancia como elemento fundamental para el desarrollo del texto. Es decir, no hay una reivindicación étnico-cultural bien lograda en la novela; solo se privilegia la indiferencia social y política como aspectos constitutivos de la identidad ladina guatemalteca.
Finalmente, en el plano de lo teórico, la semiótica cultural se presenta como un marco teórico-conceptual propicio para explicar la representación que se hace de la realidad centroamericana en sus producciones literarias recientes, ya que la presentación de Centroamérica como un espacio cada vez más complejo y diverso así lo demanda. Es, en general, una teoría que permite tejer relaciones tanto en el nivel textual como contextual.
Chacón Gutiérrez, Albino. Modelos de autoridad y nuevas formas de representación en la literatura centroamericana. Letras, 49, 2011: 13-26.
Cortés, Beatriz. Memorias del desencanto: el duelo postergado y la pérdida de una subjetividad heroica. (Per)Versiones de la modernidad. Literaturas, identidades y desplazamientos. Tomo III. Guatemala: F y G Editores, 2012.
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Ramírez Caro, Jorge. Cómo diseñar una investigación académica. Heredia: Montes de María Editores, 2011.
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1 El término «ciudad en guerra» alude, de cierta forma, al concepto de Margarita Rojas, «literatura en guerra», el cual da título a un artículo suyo: «Literatura en guerra: la narrativa contemporánea en Centroamérica», publicado en Letras, 49, 2011.
2 Lotman propone, desde una perspectiva teórica, la semiosfera como: «un continuum semiótico, completamente ocupado por formaciones semióticas de diversos tipos y que se hallan en diversos niveles de organización» (22).
3 Todas las citas serán tomadas de la misma edición.
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