R E P E R T O R I O


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A M E R I C A N O


Segunda nueva época N.° 32, Enero-Diciembre, 2022

ISSN: 0252-8479 / EISSN: 2215-6143


Alcance a una historia de la narrativa costarricense

Quince Duncan Moodie*

Julián González Zúñiga**

Guillermo Jiménez Mora*

Mayela Mora Burgos***


Introducción

Historia crítica de la narrativa costarricense es el título original de la investigación realizada en los años noventa en el Instituto de Estudios Latinoamericanos (IDELA) de la Universidad Nacional, Costa Rica, por tres de sus académicos y una académica: Quince Duncan (escritor y licenciado en Estudios Latinoamericanos), Julián González (magister en literatura latinoamericana), Guillermo Jiménez (historiador y licenciado en Estudios Latinoamericanos) y Mayela Mora (licenciada en filología, lingüística y literatura). El producto de esta investigación vio la luz como libro en 1995 bajo el sello de la Editorial Costa Rica, en un volumen de 197 páginas. Por decisión de esta casa editora no fueron incluidos otros estudios o análisis de obras como parte de los Anexos, elaborados como ejemplos de los diferentes periodos y corrientes planteados en la propuesta de historia crítica literaria, a partir de una definición y esclarecimiento del término “literatura” en relación con aspectos fundamentales como el suceder real y la ficción.

Con respecto a la crítica, se cuestiona su carácter impresionista, estilístico y positivista por su desvinculación con la estructura envolvente, o sea, con la sociedad donde surge y con la que mantiene una relación dialéctica. También hay quienes pretenden ver en la obra literaria solo un reflejo de la realidad, una especie de fotografía, lo que representa una postura reduccionista que niega el suceder imaginario. De ahí que se recurrió al estructuralismo genético (L. Goldmann) como fundamentación teórica para este estudio, a partir de su idea de que la correspondencia entre literatura y sociedad es dialéctica y no mecánica, y la base de su esquema de análisis es el concepto de estructura significativa.

Por lo tanto, estamos ante un estudio sociológico de la narrativa costarricense al abordar la obra como unidad, sin buscar exclusivamente correspondencias de contenido. Así como la literatura no es un epifenómeno de la estructura económica, tampoco es un elemento marginal de las sociedades sino un componente esencial de la conciencia colectiva, cuyas funciones van más allá de entretener, ya que como portadora de visiones de mundo ayuda a conformar la manera de pensar, de interpretar y explicar los fenómenos naturales y sociales de un grupo, clase, nación y etnia. Así, la ficción (la literatura) se concibe como un sistema de expresión artística que utiliza la lengua para comunicar una realidad imaginaria, construida dialécticamente con base en el entorno histórico-social.

Para una mejor concreción de este trabajo, se manejaron dos grandes ejes: histórico y literario. El primero plantea una división por periodos: colonial (1502-1821), patricial (1823-1835), liberal (1842-1929), liberal reformista (1930-1939) y transformista (1940-1978). A este eje histórico se superpone uno conformado por varias corrientes literarias: positivista aristocrática, positivista nacionalista, realista y naturalista, testimonial y, finalmente, existencialista.

La corriente aristocrática, como tendencia inicial de la narrativa costarricense, se subdivide en dos etapas: formativa (1860-1900), que arranca con Manuel Argüello Mora; consolidación (1894-1935), que se inaugura con la publicación de La hojarasca de Ricardo Fernández Guardia. Esta corriente incluye a autores consagrados como Manuel González Zeledón (Magón), Carlos Gagini y Joaquín García Monge.

La corriente nacionalista se asocia con el Estado liberal oligárquico, inicia en 1899 y se extiende hasta el final de la década de 1930. Se caracteriza por la denuncia social y por poner en duda los valores clásicos de la oligarquía. Destacan autores como Gagini, Moisés Vincenzi, Max Jiménez y Gonzalo Chacón Trejos.

La corriente del realismo coincide cronológicamente con el periodo reformista, caracterizado por la concurrencia de hechos históricos fundamentales: la Primera Guerra Mundial, la caída del presidente A. González Flores y el advenimiento de la dictadura de F. Tinoco, el Partido Reformista (1923) de Jorge Volio, el Partido Comunista (1931) y las reformas sociales del Dr. Calderón Guardia (1941). Hallamos a autores representativos como Adolfo Herrera García, Fabián Dobles y Carmen Lyra, portadores de la visión de los sectores que abogan por el cambio.

La corriente naturalista se extiende de 1942 (J. Marín Cañas publica Pedro Arnáez) a 1947, simultáneamente con la realista. C. Salazar Herrera cierra en 1947 con sus Cuentos de angustias y paisajes. De acuerdo con la visión de mundo, en esta corriente la producción ficcional relaciona la conducta social con la naturaleza, o sea, se le atribuye a esta. Además de los escritores mencionados, están F. Dobles (Una burbuja en el limbo, 1947) y E. González (Alma llanera, 1946).

La corriente testimonial se ubica en el periodo transformista, pasada la guerra civil de 1948 e instauradas las reformas sociales. Los autores y las autoras, a partir de 1952, se inclinan por lo anecdótico, la denuncia pura y simple y renuncian así a la riqueza literaria que las corrientes reformista y naturalista habían alcanzado. Aquí concurren las voces de A. Cañas, J. León Sánchez, C.L. Fallas, J. Pinto, F. Durán Ayanegui, H. Elizondo Arce y A. Pacheco.

La corriente existencialista se inaugura en 1966 con Carmen Naranjo y Los perros no ladraron. Se trata de la narrativa del desencanto y la desesperación ante el agotamiento del proyecto político del Estado benefactor. Además de Naranjo, figuran Q. Duncan, J. Pinto, R. de Vallbona, G.C. Hurtado, A. Cañas y S. Rovinski.

Las corrientes literarias y los periodos referidos constituyen una aproximación a la narrativa costarricense hasta la década de 1970, con autores y autoras que vivieron y siguieron -siguen- escribiendo. Es tarea de otras investigaciones completar este estudio hasta el presente. Así, con la publicación de este alcance en una revista del IDELA -donde se generó esta investigación- se pretende saldar la deuda y ayudar a una mejor comprensión del planteamiento que se propone en la obra publicada por la Editorial Costa Rica.

Julián González Zúñiga

Corriente aristocrática: Carmen Lyra, seud., En una silla de ruedas (novela, 1918)

La entonces joven escritora María Isabel Carvajal (1887-1949) produjo esta novela corta en 1916, publicada en 1918 por la Imprenta Tormo. La misma obra es reeditada posteriormente en 1950 (Washington), en 1960 (El Salvador) y en 1981 (Editorial Costa Rica) en su versión completa con base en la revisión hecha por la novelista en 1946, tres años antes de morir.

La historia narrada se basa en la infancia de Sergio, quien sufre invalidez de sus extremidades inferiores desde los dos años. Su niñez transcurre en la tranquilidad de un hogar lleno de amor y abundancia de afectos. El universo cerrado de Sergio se complementa con la presencia de otros personajes de su entorno inmediato: su madre Jacinta (débil y medrosa), sus hermanas Gracia (extrovertida y alegre) y Merceditas (introvertida y sentimental), la servidora Candelaria o Mama Canducha (maternal en extremo y soporte de la casa) y Miguel, un viejo con quien se encariña el infante y que lo traen a vivir a la casa.

El relato se sustenta en los mismos valores que la obra promueve: el amor como estilo natural de vida entre seres de diferente condición social anula cualquier vestigio de clase y une a todos en una voz unísona. Esta voz -que se expresa en el cariño, generosidad, bondad, desprendimiento, sensibilidad y calor humano- emana del niño Sergio, por el lado del grupo socialmente privilegiado, y de Candelaria, por el sector marginado. Sobre estos dos ejes se apoya el mensaje de la novela. Sin condenar el código social existente, pero sin defenderlo, en esta fusión de los personajes inducidos por la necesidad mutua se encuentra la base de las relaciones sociales. Se da una especie de comunidad ideal donde no se ve asomo de maldad ni egoísmo.

Un elemento referencial, como es la casita de madera construida en el jardín para los temblores, nos hace situar a los personajes en Cartago de principios del siglo XX, donde ocurre un terremoto en 1910. De notable extracción burguesa, la familia de Sergio vive con comodidad y sin pasar necesidades materiales. Mientras la joven madre y sus dos hijas llevan una existencia tranquila y casi despreocupada -sobre todo ella- es sobre las espaldas de Sergio y Candelaria que recae y de donde irradia la mayor carga afectiva. Esta se vivifica con el ingreso de Miguel a la vida del pequeño grupo familiar.

La llegada de Miguel lleva a una clasificación de los personajes en dos grupos: los privilegiados social y físicamente (Jacinta y las niñas), los desafortunados socialmente (Candelaria y Miguel) y físicamente (Sergio). Es justamente en estos tres que se asentará la narración.

La dolorosa vida de Candelaria -perdió a su esposo e hijos- cultiva en ella una fuerza afectiva tan grande que necesita de todos los miembros de la familia para canalizarse y expandirse; encuentra arraigo en Sergio, a quien ama más que nada y a nadie en la vida. Por su lado, Miguel es un inmigrante europeo pobre, solitario y con un misterioso pasado; él también encuentra en el seno de la familia que lo acoge todo el afecto y las atenciones de que careció por tantos años. Su papel en la vida de Sergio es fundamental; se convierte en su amigo, casi padre y hermano, y lo inicia en la música. Sergio, por su parte, muestra una gran capacidad amatoria y una fuerza de espíritu que compensan la fragilidad de su cuerpo. Estos tres personajes sobre los que reposa la novela juegan al ser y al parecer: son fuertes pero parecen débiles por su misma condición. Los estigmas social y físico son superados por estos tres modelos arquetípicos.

Es probable que la enfermedad de Sergio no sea un hecho que cambie la forma de ser o la actitud de sus allegados. Estos se presentan como buenos y generosos de por sí, por lo que el niño hubiera sido amado de igual manera si no obstara su mal. Este, a su vez, es atribuido a fuerzas sobrenaturales: “Qué hada maléfica se deslizó entre el silencio de la noche hasta la cama de Sergio y vació su rencor en esta existencia…” La misma Canducha, quien sigue pensando en el milagro de su curación, llega hasta hacerle promesas a la Virgen de los Ángeles. No realizado el prodigio, todos se resignan y aprenden a vivir con la silla de ruedas que lo acompaña toda su vida hasta convertirse en símbolo de su esclavitud. Sin embargo, podría considerarse que esta es apenas aparente, ya que el niño encuentra el camino de su liberación en el amor. De allí que no pueda hablarse de cambio entre el estado inicial y el final; la intransitividad de los personajes no da lugar a este.

Otros elementos que ponen en evidencia la condición socioeconómica de la familia es que Sergio contó con la asistencia de dos médicos -quienes hablan de “parálisis de la mañana de West” y de cul-de-jatte-, así como con una elegante silla importada de los Estados Unidos.

De Candelaria se privilegian sus rasgos físicos en conjunción con los espirituales: “… era una anciana india de origen guanacasteco, con la piel muy oscura, color de teja… Miguel decía que Candelaria era como los cocos que tienen una pulpa blanca y sabrosa envuelta en una cáscara dura de color terroso.” También sobresalen en ella su laboriosidad -ella es la verdadera ama de casa- y su ferviente religiosidad. En ella, el cristianismo más arraigado con sus rezos y misas se combina con lo mítico y legendario que se manifiesta en sus creencias populares. Destila de su persona una actitud didáctica hacia los infantes, a quienes entrena en las oraciones diarias, a la vez que les nutre la imaginación con sus fantásticas historias de amores, de santos y de animales. Su presencia se impone a la de su querida patrona, de por sí pequeña y menuda, algo ausente y apocada en su carácter. La experiencia, sabiduría y ancianidad de la fiel servidora la convierten en consejera de Jacinta, a quien llama “hijita”. Candelaria sería un símbolo de ciertos valores de la nacionalidad costarricense: laboriosidad, honestidad, religiosidad y generosidad.

Con sus rasgos somáticos contrarios, el rubio e hirsuto Miguel, de ascendencia europea, viene a equilibrar la fuerza de Canducha en este hogar, lo que pone de manifiesto un modelo idealizado de fusión entre lo nacional y lo europeo: “La llegada de Miguel señaló una nueva era en aquella casa (…) Entre las manos de Miguel y las de candelaria, todo prosperaba y relumbraba de limpio.”

El tiempo no es una categoría muy importante para el desarrollo de la narración. El transcurrir de los acontecimientos es normal y solo se ve alterado en dos ocasiones: una alusión a Miguel desde antes de su aparición en la vida de esta familia y una referencia a Sergio como adulto (“Fue ya de hombre…”). Ambos detalles son probatorios de que esta primera versión ya contaba con una continuación omitida en la primera edición y que este primer relato formaría parte del acontecer retrospectivo en uno mayor que incluye más etapas de la vida de Sergio.

El espacio tampoco es privilegiado; las referencias son escasas aunque suficientes para determinar la posición socioeconómica de la familia. En cambio, los personajes sí están bien delineados; cada uno recibe el tratamiento suficiente para su caracterización y justificación en el desarrollo de la novela.

El relato concluye con la iniciación de Sergio en la música gracias al estímulo de Miguel. Este hecho, según las versiones posteriores, será determinante en la vida del joven lisiado.

Corriente nacionalista: Carlos Gagini, El árbol enfermo (novela, 1918)

Esta obra de Carlos Gagini (1865-1925) fue publicada por primera vez en 1918 con la siguiente acotación: “esbozo de novela costarricense”. En su segunda edición, 1922, formó parte de una trilogía junto con El erizo (novela histórica) y Latino (fantasía). Es su tercera edición, 1930, también por la Imprenta Trejos, la que ha servido como base a las posteriores publicaciones a cargo de la Editorial Costa Rica (1973 y 1976).

Narrador

Como es característico de la mayor parte de las novelas de la época, hay un narrador omnisciente. Espacio, personajes y acontecimientos están bajo su dominio y conocimiento.

Del espacio, da una ubicación detallada de dónde se desarrollan los hechos; al principio, describe la hacienda lechera de los Montalvo en San Isidro de Coronado, así como la referencia geográfica al Valle Central y sus cordilleras. En cuanto a los personajes principales, da hasta el último detalle: rasgos físicos, edad, historia y comportamiento.

En lo que respecta a los acontecimientos, aunque son pocos por tratarse de una novela de espacio social, desde la narración se destaca la actitud psicológica de los personajes. En los primeros capítulos insiste casi en forma persistente en los celos y en los estados de ánimo producidos por el amor entre Fernando Rodríguez y Margarita, con el norteamericano Mr. Thomas Ward como el motivo de la discordia. Después insistirá en los cambios conductuales de ella.

El narrador casi no emite juicios de valor; estos son dados por los personajes principales. Pero una de sus características es el aspecto discursivo y la identificación con la tarea del personaje Rodríguez en combatir los males que aquejan a la sociedad costarricense.

Hay que destacar en el desarrollo de las acciones la utilización constante de las cartas como forma de comunicación entre los personajes, en vista del espacio en que se desenvuelven: San Isidro de Coronado, barrios Amón y Otoya en San José -capital de Costa Rica-, Nueva York, Barcelona y Madrid.

Temática

El árbol enfermo es una novela de espacio que critica los males sociales y políticos de la comunidad costarricense. La novela inicia con la presencia de un jinete que se dirige a la hacienda de la familia Montalvo en San Isidro de Coronado. El jinete resulta ser Fernando Rodríguez, amigo de la familia y pretendiente de Margarita, la hija de don Rafael Montalvo -aristócrata, gamonal y viudo-.

Durante el recorrido de Rodríguez, el narrador ofrece una descripción idílica y paradisiaca del espacio físico: los cantos campesinos, los cafetales en Guadalupe; en general, la naturaleza aparece radiante. Describe la casa del gamonal en la hacienda: de ladrillo, con un amplio jardín y cerca de un inmenso árbol de higuerón que domina el Valle Central y de donde deriva el nombre de la propiedad: El Higuerón. Por otro lado, presenta las humildes casas de los peones o jornaleros.

Fernando, abogado de profesión y literato por convicción -su familia lo obligó a estudiar derecho en Bélgica por una profesión más honrosa- hace regularmente su visita a los Montalvo y busca a don Rafael, quien no se encuentra en casa porque anda en negocios con Mr. Ward. Este ha formado una compañía y quiere comprarle al gamonal su hacienda La Ceiba, en Nicoya, para sembrar algodón y henequén y, posteriormente, montar una fábrica de tejidos. Luego cierran el trato del negocio.

La trama de la novela puede sintetizarse así: el conflicto se inicia cuando el joven abogado pretende a la hija del hacendado, pero no le declara su amor por conveniencia social sino hasta que no llegue el momento oportuno de pedirle la mano de ella a su padre. Virginia, tía de la joven y hermana gemela de don Rafael, es una de las más empeñadas y ve con simpatía la relación de los jóvenes.

Mr. Ward frecuenta El Higuerón por asuntos de negocios primero, y luego porque pretende modernizar la lechería con una planta eléctrica y mecanización del ordeño. Después se escuda en estas mismas razones para visitar a Margarita y trata de seducirla. El empresario goza de la simpatía de don Rafael, especialmente, junto con la admiración que empieza a ganarse en la sociedad de San José, ciudad en la que construye una mansión. Este estado de cosas provoca una crisis de celos en el joven abogado y pretendiente.

Fernando alcanza fama nacional cuando escribe el drama Al borde del precipicio, estrenado en el Teatro Nacional, por el que la prensa y el público lo elogian. El joven literato explica los propósitos que lo impulsaron a concebir la obra: “Amo entrañablemente a mi patria y por lo mismo desearía que fuera la más moral, próspera y feliz de las naciones. Para realizar ese ideal es menester empeñarse en corregir los vicios de nuestro carácter con enérgicos remedios. Ya que no puedo aspirar a tanto, me contentaré con denunciar los males, utilizando la literatura como instrumento para llevar mi idea a la conciencia del pueblo…” (p.30-31, edición de 1976 de la Editorial Costa Rica).

Es curioso que el narrador no explique el contenido de la obra teatral de Fernando ni señale los vicios sociales; se limita a sintetizar la trama: se trata de un infame que una vez que seduce “a la niña inocente deslumbrada por el lujo, pone sitio a la esposa honrada y feliz en su pobreza, en cuyo pecho logra al fin despertar la vanidad y el afán de realzar su belleza con galas que su marido no podía ofrecerle.” (p.34) En el desenlace, la esposa seducida vuelve sobre sus pasos, se detiene al borde del abismo y se resigna al lado de su esposo (p.35). No cabe duda del paralelismo que se da entre este drama y la novela en estudio, pues a Margarita le ocurre lo mismo con Mr. Ward.

Siempre en relación con la trama de la novela de Gagini, en casa de los Montalvo se llevan a cabo actividades como cenas, almuerzos y caza propias de la aristocracia. Es aquí donde se suscitan ciertos diálogos entre los personajes sobre los males nacionales, incluida la política, en la que Fernando participa. Él es uno de los principales jefes del Partido Progresista, contrario al gobierno, compuesto por artesanos y campesinos; además, es redactor del periódico de la agrupación, El Heraldo. En las elecciones, el ganador inminente es el candidato de la oposición, pero el gobierno, en forma inescrupulosa, suspende las garantías sociales y confina a prisión al candidato y a otros miembros de su partido. Fernando es deportado a New York y Margarita, muy enamorada de él, cae enferma y se traslada a la residencia de su familia en Barrio Amón.

El camino queda abierto para Mr. Ward; el traslado de la joven a la capital le facilita su obra seductora. Margarita tiene como mejor amiga y confidente a otra aristócrata, Luisa Valdés, con quien asiste a bailes y fiestas, particularmente en la casa del norteamericano en un barrio vecino. Este hombre se ha convertido en la principal figura de San José, donde es perseguido por las mujeres tanto por su aspecto físico -atlético y de ojos azules- como por su riqueza.

En un principio, Margarita y Fernando -en el exilio- se intercambian cartas. Luego, a él le extraña que ella no vuelva a escribirle. En la hacienda, doña Virginia se extraña y sospecha de la conducta de su sobrina. A finales de agosto nota la mala salud, la falta de apetito, lo descolorida que está y la actitud melancólica de la joven, quien pasaba encerrada en su cuarto. Sus sospechas se hacen realidad: Mr. Ward partía para California en viaje de negocios, el 5 de setiembre, junto con el amante de Luisa. Margarita y Luisa se fugarían con ellos, pero la primera es sorprendida por su tía cuando se disponía a abandonar la casa misteriosamente casi a medianoche. Margarita revela la verdad: fue seducida por Mr. Ward y fue Luisa quien la llevó al precipicio. Doña Virginia le envía un telegrama a Fernando en el que, sin darle razones, le pide regresar.

El retorno del abogado-literato tiene lugar en los primeros días de octubre. Cabe observar, en toda la novela, la presencia de la naturaleza y su relación con el estado de ánimo de los personajes o el desarrollo de los acontecimientos: Fernando atrasa su partida en barco a causa de un ciclón que azota las costas de los Estados Unidos, mal presagio de lo que le espera en Costa Rica.

Margarita estaba embarazada del norteamericano, lo que produjo en Fernando una gran crisis. Conversa con la familia y propone un plan para salvar el honor de esta y de la joven. Él se casaría con Margarita y después escribiría un artículo en contra del gobierno para, así, ser expulsado del país.

A medida que el conflicto con Margarita se agravaba, va desapareciendo ese estado paradisiaco de inicios de la novela. La naturaleza se torna sombría; la hacienda se va arruinando hasta que llega el momento en que la administra el mandador. Las transformaciones físicas y psíquicas de los personajes son bruscas. Margarita pasa de ser una mujer jovial, alegre y dicharachera, al hermetismo; además, se ha avejentado. Ella atribuye sus males al castigo divino y expresa: “¡Ay! ¿por qué no se acordará Dios de nosotros?” (p.104) En cuanto a don Rafael, le ha ocurrido lo mismo que a su hermana gemela Virginia: viejo, enfermo, no quiere ver ni recibir a su hija, y se queja diciendo: “¡Manchar mis canas! ¡Deshonrar a un pobre viejo impedido! ¡Ah! ¿Por qué no me daría Dios un hijo varón?” (p.106) Es claro el carácter sexista-machista del gamonal.

Fernando, por su lado, se ajusta a los valores aristocráticos a la hora de enfrentar el problema con Mr. Ward, a quien visita en los Estados Unidos para increparlo por sus actos y le pone dos condiciones: reparar la infamia casándose con la joven o batirse en duelo con él. El norteamericano justifica la seducción argumentando que parte de la culpa fue de ella por su desmedida ambición; además, ridiculiza la actitud de Fernando en el intento de salvar su honor con un duelo. Este regresa a su país aborreciendo los Estados Unidos, a la vez que acepta en parte la culpabilidad de su amada. Mr. Ward nunca vuelve a Costa Rica.

Por otra parte, el plan de Fernando para casarse con Margarita se desarrolla a la perfección. Tiene que abandonar el país y se va a Europa -su anhelo ferviente- para vivir primero en Barcelona y luego en Madrid. Aquí recibe dos cartas, en una de las cuales doña Virginia lo enteraba escuetamente del nacimiento y muerte del niño (mal fruto) de Margarita. En la otra misiva se le da a conocer la simbólica muerte de don Rafael, quien muere en forma misteriosa cuando el higuerón que él mismo sembró se parte en dos y lo aplasta.

Fernando se convence de que su labor de denuncia de los males sociales es inútil; sin embargo, su conciencia patriótica lo hace volver para redimir a Margarita y al país. Piensa en “el risueño cuadro de un hogar reconstruido a la sombra de un árbol sano y vigoroso, en el centro de un país feliz, regenerado por la libertad y el trabajo.” (p.130)

Personajes

Los personajes principales pertenecen a la clase alta: don Rafael Montalvo, doña Virginia Montalvo, la joven Margarita Montalvo, el abogado Fernando Rodríguez y el empresario Mr. Ward. Como se dijo anteriormente, se da una caracterización muy amplia de ellos.

Don Rafael “era un hombre como de sesenta años, alto, enjuto, de nariz aguileña y de fisonomía que recordaba la de los antiguos caballeros castellanos: tenía el pelo y el bigote enteramente blancos y vestía largo gabán gris con gorra del mismo color.” (p.19) También, es hijo de uno de los agricultores más ricos del país y estudió en el Colegio de Cartago; sus lecturas favoritas eran los clásicos españoles (Cervantes) y detestaba a los poetas modernistas; asistía al teatro y a tertulias en San José. Don Rafael es un verdadero símbolo dentro de la novela al representar a la sociedad costarricense con sus defectos y virtudes. Añora y defiende el pasado (mito del paraíso perdido), pero a diferencia de las novelas de la década de 1940, esta defensa no se convierte en una tesis política; al contrario, él sucumbe con el otro símbolo del pasado: el árbol que sembró. Así, se desmitifica a la sociedad agraria tradicional de Costa Rica, no obstante poseer algunas virtudes, para crear nuevos valores representados en la figura de Fernando Rodríguez.

En cambio, la figura de doña Virginia carece de simbolismo. Es jovial, dicharachera y muy religiosa. Al ser gemela de don Rafael, ostenta los mismos valores, con la diferencia de que por ser mujer ocupa un lugar secundario y maternal -por Margarita- dentro de la familia. Aquí se observa cómo se vuelve a repetir, al igual que en otras novelas, la preeminencia del hombre sobre la mujer. Margarita, por su lado, es otro símbolo: bella, alta, de cabellos castaños, grandes ojos pardos, largas pestañas, nariz recta y labios sensuales (p.20).

El narrador, al descubrir el higuerón de la hacienda, hace un paralelismo de grandes connotaciones simbólicas entre el árbol y Margarita: “don Rafael había plantado con su propia mano aquel árbol el mismo día que nació Margarita, su hija única. Desde entonces le cuidó con tanta asiduidad y solicitud, que hacía decir a doña Virginia: -Mi hermano se figura que el higuerón es hermano gemelo de la muchacha, y se enoja conmigo porque me niego a reconocerlo como sobrino.” (p.24) Se desprende, pues, que las semejanzas entre el árbol y la joven no son casuales: la misma edad, criados por la misma persona; representan la esperanza del aristócrata de repetir la sociedad pasada; sin embargo, el árbol empieza a dañarse y ella también por el contacto social (clase alta) y la seducción de Mr. Ward.

Los ideales y valores sociales de don Rafael sucumben junto con el higuerón cuando este se desploma y lo mismo ocurre con Margarita -embarazada y desprestigiada-, aunque ella no cae totalmente puesto que es la portadora de uno de los mensajes de la novela. La joven representa a Costa Rica, sus vicios sociales y la crisis de valores; el pasado y el presente y, como hija de don Rafael, tiene sus cualidades pero también defectos que hay que eliminar.

En el desenlace, es inminente la caída de Margarita pero, coherente con su mensaje, surge Fernando quien la redime. La labor de eliminar los vicios en la sociedad es una meta pendiente pero, por lo menos, queda la esperanza del esfuerzo patriótico de todas las personas de este país.

Fernando es “un joven como de veintiocho años, de tez ligeramente morena, ojos y cabellos negrísimos y facciones enérgicas que habrían dado a su fisonomía cierta expresión de dureza, si no la suavizaran la boca sensitiva y la mirada acariciadora.” (p.16) Además, es hijo único de una familia rica y, por lo tanto, no necesita ejercer de abogado para subsistir, por lo que puede dedicarse a la literatura. A los años queda huérfano y hereda una casa en Barrio Amón.

Puede afirmarse que en los dos jóvenes amantes descansa el mensaje de la obra. Es notorio que en el drama que Fernando escribe no señale los vicios que afectan la nación, aunque al entrar en polémica con otros personajes es Mr. Ward quien hace el diagnóstico de la sociedad nacional. Este hombre aduce que él conoce mejor este país, que él es mejor observador y ha estudiado y analizado su historia. El propio Fernando concuerda con algunas de las críticas del norteamericano. Un elemento atenuante en relación con la poca participación denunciadora del joven escritor es su creación de obras dramáticas que son montadas en el Teatro Nacional para, desde el escenario, hacer la crítica.

Fernando y el foráneo coinciden en su crítica objetiva a la sociedad costarricense porque el primero fue formado con valores europeos -estudió en Bélgica- y el segundo es un anglosajón, por lo que les puede resultar más fácil detectar los males de la nación. La actitud del joven personaje ante la seducción de la que es víctima Margarita, por ejemplo, es congruente con la clase alta a la que pertenecen (casarse por conveniencia social), y su decisión de irse a vivir a Europa por la imposibilidad de eliminar los vicios y crear valores nuevos concuerda con su formación europeizada. La misión de Fernando dentro del contexto de la obra se cumple cuando, luego de hacer conciencia de los hechos suscitados, decide volver para reivindicar a Margarita y, a pesar de las trabas sociales, continuar con su labor denunciadora.

Mr. Thomas Ward es el prototipo del hombre de negocios e imperialista norteamericano. Tiene dos años de residir en el país. Su apellido puede tener connotaciones simbólicas por los diversos significados de la palabra ward: guardar, defender, proteger, guardia, guardián. Él es el defensor del imperialismo de los Estados Unidos. Él es quien emite la mayor parte de las críticas hacia la sociedad costarricense: el alcoholismo, la escasa formación del pueblo, la violencia campesina, el machismo y la burocracia. En un encuentro de fútbol americano entre estadounidenses y costarricenses en La Sabana, se entabla un diálogo entre los personajes principales. El partido se juega el 11 de abril, día simbólico porque corresponde al aniversario de la batalla contra los filibusteros. Los nacionales son derrotados por los extranjeros y se aducen como causas de la derrota la mayor preparación práctica y el adiestramiento de los visitantes. Tales consideraciones las hace don Rafael, en tanto que Mr. Ward aduce el estereotipado argumento de la superioridad racial, además de la educación práctica del pueblo anglosajón y el desarrollo científico alcanzado. Estas últimas expresiones no son compartidas por el gamonal, pero el joven abogado manifiesta que Mr. Ward sí ha dicho la verdad.

Durante la fiesta de celebración de la independencia de los Estados Unidos de América, el 4 de julio, en la mansión de Mr. Ward en el elegante Barrio Otoya, este personaje expresa su aprobación al protectorado norteamericano en Nicaragua. También en este caso recurre a argumentos gastados sobre el imperialismo, como el de querer las buenas relaciones con los países latinoamericanos pero sin ser indiferentes a lo que pasa. Mr. Ward insiste en las luchas intestinas que agobian estos países, que no dan garantías a nacionales ni a extranjeros. Este pretexto fue siempre utilizado por Estados Unidos para intervenir: la seguridad de los norteamericanos. Por último, Mr. Ward comenta, en forma irónica, su deseo de anexar Costa Rica a los Estados Unidos si las condiciones lo ameritan. Además, Mr. Ward señala la dependencia cultural como uno de los grandes problemas del país; los costarricenses imitan costumbres, bailes, juegos y modas de aquel país; hasta tienen diarios en inglés y enseñan el idioma en los colegios.

Si bien es cierto que Mr. Ward es quien pone en evidencia los males sociales del país, está claro que él contempla las consecuencias de una sociedad en crisis -alcoholismo, machismo, migraciones- y no los factores causales. Por eso, es aquí donde se debilita el mensaje de la obra: no se pueden solucionar o combatir los problemas sociales si no se arranca de sus causas. Así mismo, por tratarse de personajes de origen aristocrático, las críticas sociales que hacen se plantean desde esa perspectiva y su solución partiría de ellos mismos. Como en otras novelas de este tipo, el cambio se vislumbra como una débil esperanza o un afán idealista de los personajes. El desenlace de la novela, con la redención de Margarita, implicaría que si se produce el cambio social centrado en valores y no en lo económico, será producto de la mezcla de algunos elementos positivos de la sociedad agraria tradicional con la nueva e hipotética sociedad.

El árbol enfermo contiene rasgos de la problemática civilización-barbarie de algunas novelas latinoamericanas, que es de carácter cultural. La civilización es representada por Europa y la barbarie por las sociedades nacionales, aunque en una evolución del problema se acepte la tesis de la conjunción de ambas (mestizaje cultural).

Espacio y tiempo

Los acontecimientos se desarrollan principalmente en la hacienda El Higuerón, así como en las mansiones capitalinas de Barrio Amón y Barrio Otoya, del señor Montalvo y de Mr. Ward, respectivamente. Otros lugares son: el Teatro Nacional, La Sabana, Nueva York, Madrid y Barcelona.

El tiempo de la novela es señalado por el narrador periódicamente; se hacen referencias a días, horas y meses. Los primeros acontecimientos ocurren los fines de semana; los sábados se mencionan mucho. Además, es característica la poca duración de los hechos, como la cena, el almuerzo, la cacería, las fechas especiales (11 de abril, 4 de julio y 15 de setiembre).

El dato clave para conocer la ubicación temporal y la duración de la novela es la referencia a la implantación del protectorado norteamericano en Nicaragua: 1916.

Mitos y símbolos

Los dos mitos presentes en la obra se refieren a que todo tiempo pasado fue mejor (el paraíso perdido) y la superioridad racial y cultural anglosajona. El primero, esencial en la obra, es difundido por don Rafael Montalvo, gamonal que cree que las antiguas virtudes del pueblo costarricense se están perdiendo, como la honestidad y la honradez del campesino. Estos valores, según él, han decaído por la aparición de la vagancia, los robos y el asesinato, así como el alcoholismo de hombres y mujeres. La tesis de Montalvo no prevalece en la obra, pues su muerte simbólica desmitifica su planteamiento. El segundo mito tiene como portavoz a Mr. Ward, convencido defensor del imperialismo norteamericano.

En cuanto a símbolos, la novela es muy rica debido a su misión concientizadora nacional. Aquí apenas serán esbozados. Don Rafael simboliza la sociedad tradicional (sexismo, machismo) y su hija Margarita, la sociedad en transición, el paso de lo antiguo a lo nuevo; en ella recae el cambio de valores. Fernando es el agente del cambio -con su formación europea- que redime a Margarita.

Se intuye de la trilogía Fernando-Margarita-Mr. Ward una similitud con la trama de Fausto de Goethe (seducción-degradación), obra clave en la crisis de valores de la sociedad occidental (Fausto=Margarita).

Otro aspecto simbólico es el paralelismo entre el higuerón y la joven al pasar por el mismo proceso de degradación: el primero por la enfermedad y la segunda por la seducción. El árbol perece, la mujer no.

Corriente naturalista: Edelmira González, Alma llanera (novela, 1946)

Esta obra gana un certamen convocado por la Universidad de Costa Rica en 1946 (Primeros Juegos Florales); es publicada en ese mismo año, aunque había sido escrita doce años antes. La versión utilizada para el presente estudio es la segunda edición (Editorial Costa Rica, 1977), por lo que en caso de citas y referencias, solo se indicará el número de página.

Trata de la última fase de la vida de Simeón Calderetti, inmigrante italiano quien, tras un largo rodar por las minas, pasa a ser comerciante y emprende la tarea de fundar una familia y hacerse de una fortuna en tierras.

La familia se erige sobre la base de una unión libre con Bonifacia, una lugareña. Caldereti se dedica desde su pulpería a una vertiginosa concentración de las tierras de pequeños productores arruinados, labrándose así un feudo hasta que uno de los desposeídos decide tomar venganza propia y acaba con su vida.

Tiene con Bonifacia tres hijos, uno de los cuales supera toda suerte de enfermedades y dificultades físicas, estudia en Europa y se convierte en médico. Sus características somáticas corresponden a las de su familia paterna, lo cual lo salva. De regreso a su tierra natal tras su estancia en Europa, se encuentra con una antigua amiga de infancia descendiente de europeos con la cual consolida una relación amorosa.

Progresión

La primera parte del relato gira en torno de Simeón Caldereta o Caldereti. Tiene este personaje tres objetivos básicos: encarnarse en la pampa, hacerse rico y poseer la tierra. Arranca con la fundación de la familia y aprovechando que Bonifacia se ha quedado huérfana la invita a vivir con él. La invitación se hace en términos estrictamente pragmáticos: se la invita a cuidar la casa, “tutes les animale, face la cocina y te acostas conmigo y no te face falta nata.” (p. 11) La respuesta de Bonifacia es tan sencilla y llana como la propuesta; dijo simplemente “Bueno”.

La otra historia que se cuenta en la novela es la de José Justiniano, uno de los hijos de Caldereti. Los objetivos del niño se resumen fundamentalmente en uno solo: vivir. En vez de resignarse a las múltiples dolencias que padece, a la edad de siete años ha resuelto vivir. Eso explica todo lo demás: sus ilusiones, esfuerzos y luchas. Esa decisión marca para siempre su “destino”. Comienza a escaparse al ventanuco de su cuarto, al patio, a los corrales, derecho que, además, defiende con pataleos y gritos. Desarrolla una notoria afición por la contemplación, por la meditación. Aunque tiene todavía “una almita semisalvaje”, muestra una madurez tan poco creíble que provoca, incluso, la intervención de la autora para aclarar y defender a su narrador y a su personaje (p.105-108, 153).

El niño es un símbolo de su fe: María Cenicienta, imagen de la Virgen que proyectará en la persona de Gisella Ivanovitch. El narrador, sin embargo, escamotea al personaje y le niega al receptor definido la posibilidad de seguir todo su proceso. Lo pone en confidencias con la maestra, lo hace aprendiz de juez, lo pone a oír las injusticias a que está expuesto el padre de Gisella (p. 114, 119, 130, 150, 153, 161, 162) sobre la simple base de su arbitrio. Falta el proceso, la transición de un estado a otro.

En esos años, José Justiniano logra que su padre lo lleve con él a sus salidas y visitas. En una de esas ocasiones, al regreso de la casa de los Ivanovitch, presencia la muerte de su padre cuando Indalecio Alfaro (p.181-183) se venga de este por haberlo despojado de sus tierras.

La muerte de Simeón Caldereti inicia el proceso de destrucción de la familia. José Justiniano descubre el amor en los ojos de su padre y se enfrenta a un nuevo mensaje: su padre en realidad ha hecho todo por amor. No son la codicia ni el egoísmo, sino el amor por la tierra lo que lo ha movido a la concentración, al despojo, al engaño y a la extorsión (p.185).

Muerto Caldereti, de nuevo la enfermedad reclama al muchacho, esta vez junto a su madre, y ambos tienen que salir de la zona en busca de atención médica. Además, Cándido Caldereti se presenta a reclamar las propiedades de su hermano. Ivanovitch y Gisella de nuevo tienen un papel importante que cumplir. Aquel como modelo, pues al joven le impresiona la corrección de su traje y apunta en él por primera vez “su recto sentido de una amplia concepción de la vida, que andando el tiempo había de desenvolverse con la admirable precisión con que cristalizan en la realidad, todas las cosas hermosas de la tierra” (p. 195). Además, se enamora de Gisella (p.195, 196). Bonifacia muere en el proceso. Tuberculoso, José Justiniano se ha quedado huérfano (p.197-199).

Cuando se cura, trasladan al muchacho a una policlínica donde vive nuevas y aleccionadoras enseñanzas: una paliza, entre otras cosas, de resultas de la cual evoca a su María Cenicienta y ella llega, lo mima y cuida, y le infunde nuevas ansias de vivir sin saber que era él. Pero cuando descubre su identidad, la muchacha -que ya era enfermera- huye, no sin haber dejado restituida la fe de José Justiniano en la vida y en el destino (p.212-214).

Cándido Caldereti reaparece (p.216) y lo pone en una escuela privada y en un colegio, y aunque faltando poco para la conclusión de sus estudios faltó la pensión, consigue una beca para terminar. Participa entonces en política, lo cual le da acceso a una beca para estudiar medicina en Europa. A su regreso, interviene de nuevo en política, aunque siempre con problemas de salud (p.217-232).

El resultado del relato nos presenta el ideal de salvación que el narrador ha descubierto para darle salida a las personas que, como José Justiniano y Gisella, son de ascendencia europea: el mestizaje cultural. De sus hermanos no se vuelve a saber; se pierden en la “modorra embrutecedora” del llano, en el anonimato. No son como Gisella ni como Ivanovitch: blancos y bellos. No pueden, por lo tanto, ser realmente buenos ni ricos. Con su ahora realizado amor, José Justiniano consolida su voluntad de vivir precisamente encarnado en la persona que siempre fue su inspiración: Gisella, o sea, María Cenicienta, imagen ideal de mujer. Tienen ahora el camino abierto para llegar a ser ricos también (p.240, 242).

Las voces

La ubicación del narrador, desde el punto de vista de su fonía, es la de un narrador suprasciente con grandes incongruencias en su planteamiento. Tan inconsistente resulta que, como se ha señalado, obliga varias veces a la autora a realizar prolongadas aclaraciones y defensas en un intento de la credibilidad que no logra por su propia cuenta.

Muestras de la inconsistencia del narrador abundan. Por ejemplo, no hace falta una segunda lectura para percibir el fuerte racismo que postula en relación con los llaneros. Sin embargo, condena a uno de sus personajes, Cándido Caldereti, por haber sido un creyente en teorías raciales (p.245).

Cuando describe las experiencias y reflexiones del pequeño niño llanero José Justiniano, le atribuye conocimientos y conclusiones totalmente ilógicas en un niño criado en el llano en las condiciones de la familia Caldereti (p.143, 201, 203). El narrador se confunde a la hora de realizar sus planteamientos temporales al omitir datos importantes para la comprensión. Así, habla de “muchas semanas después” sin un antecedente (p.75).

Las reflexiones del narrador sobre Caldereti, en muchos casos no corresponden a la conducta del personaje y no hay razones que hagan pensar que tal inconsistencia sea deliberada (p.21, 40, 47).

El más dramático ejemplo de esa inconsistencia del narrador quizás sea su insistencia en las únicas y últimas generosidades de Simeón Caldereti. Se cuentan al menos tres únicas y últimas verdades (p.164, 165, 177, 178).

Las jerarquías establecidas por el narrador son bien sencillas. La base de toda distinción son las características raciales. Los seres humanos se pueden clasificar en europeos (blancos, bellos, ricos) y todos los demás que forman parte de un submundo en que los menos favorecidos constituyen la legión de centauros. Ciertamente, existen en la obra otras categorías. Hay divisiones de clase que son obvias y graves. También existe el problema entre nacionalidades, así como diferencias entre una región y otra. Sin embargo, la diferencia fundamental entre los seres humanos es su raza.

El narrador tiene una visión muy negativa de los llanos. Los amancebados Simeón y Bonifacia eran una pareja más que “formaban el coro brutal y desconcertante de la mina y sus contornos” (p.13). Los diferentes grupos que en ella habitan se enfrentan entre sí. Hay una fuerte rivalidad entre mineros y pamperos producto del “misterio de las fuerzas ocultas que dirigen los destinos de los pueblos”. Las mujeres del Valle Central son, para el narrador, “muchachas”; las de la región llanera son “hembras”.

El llano no es un lugar deseable. Antes bien, es una zona “monótona como el infierno”. Esa monotonía se refleja en la falta de concepción del tiempo que existe en ese contexto, donde “la hora es siempre la misma en todos los confines” (p.33).

Las referencias contextuales ubican la historia inequívocamente en la provincia de Guanacaste, región norte-pacífica de Costa Rica. Se mencionan, incluso, nombres de lugares, como Abangares y otros. La referencia a personajes históricos permite, por otra parte, ubicar el relato en el tiempo: “Hitler”, “Mussolini”, “el Duce”, el “ejército alemán”; se trata, sin duda, del periodo correspondiente a la Segunda Guerra Mundial (p.207, 217).

La clasificación de la obra desde el punto de vista de la fonía plantea algunas dificultades. Vista en forma global, puede decirse que es monofónica, pues representa un solo punto de vista narrado desde una perspectiva uniforme. Sin embargo, la constante y prolongada intervención de la autora -ya mencionada- casi hace de ella una segunda narradora. No obstante, dicho sea a favor de la clasificación adoptada, los puntos de vista entre narrador y autora son consistentemente coincidentes.

Más que un recurso estilístico deliberado, esta característica se presenta como una deficiencia de la obra, como una incapacidad del narrador de mantener control total sobre la historia que cuenta.

Los personajes reciben un tratamiento meticuloso, detallado. El narrador realiza una pormenorizada descripción psicológica de cada uno de ellos y los hace corresponder a modelos dados. De hecho, son arquetipos que responden a lo que genéticamente son.

El caso de Simeón Caldereti es un magnífico ejemplo. Personaje transitivo, oscila de una posición a otra para terminar frente a la muerte, y en gran acto final, regresando a ser lo que desde siempre era su destino: ser un hombre bueno.

Caldereti, como hombre de “otras latitudes”, tenía los pies en la tierra y el pensamiento puesto en el cielo (p.13). Su piel se había hecho dura como la de las reses en sus andanzas de traficante de oro. Influido por la pampa que acentúa la dimensión excéntrica de su carácter, terco, sufre de la “modorra embrutecedora” del llano (p.9, 10, 14, 18, 23). Ha sido capaz a lo largo de su vida de comerciar incluso con las lágrimas. Pero como europeo que es, tiene la vocación de reunir las cuatro cualidades básicas ideales que el narrador postula: ser blanco, bello, rico y bueno. Tras toda una vida de explotación y de egoísmo, en el momento de su muerte se recupera a sí mismo y muere en paz.

Bonifacia, su mujer, en cambio, es inmutable. Personaje intransitivo, de principio a fin es una salvaje, infiel, dura y resistente como una irracional y, a la vez, como descendiente de “reyezuelos americanos”, se agregó a las actividades de Simeón con “mansedumbre y ánimo de bestia de tiro”. Totalmente amoral, no tiene empacho en amancebarse con Simeón en busca de su seguridad personal y mantener relaciones íntimas con un llanero. Y cuando muestra algún asomo de heroísmo humano, el narrador se apresura a aclarar que tal actitud es de “hembra valerosa de la llanura” y, por lo tanto, son reacciones instintivas equiparables a los actos de una leona (p.12, 13, 14, 130, 135, 142, 144, 190). Tiene una característica más: como persona no europea posee una mentalidad infantil, propia de su herencia racial (p.190).

Los hijos de Bonifacia son “bestezuelas de labor”. Por lo menos lo son quienes heredan las características somáticas de la madre. José Justiniano es una excepción, porque hereda de su padre los atributos de la raza blanca. Martín y Celestina son indios y para el narrador no hay opción para ellos. A los nueve y diez años de edad son jinetes duchos que abandonan la escuela “con gran satisfacción de su padre. No están hechos para eso: son morenos, con ojos como los de su madre, cabellos ásperos y renegridos” (p.27, 28). La “hijita única” de la familia muere, innominada en el libro. A pesar de que no fue tan azotada por todas las plagas y enfermedades de la región como su hermano José Justiniano, no sobrevive como él porque ella es “moluchita”, mientras que él tiene los “bellos ojos italianos” (p.122, 139).

José Justiniano, el menor de los hermanos, en cambio, es un niño deforme desde la más tierna infancia. Arrastra uno de sus pies al caminar y tiene un brazo descolorido y flácido. Palúdico, padece de todas las enfermedades infantiles y sufre todos los accidentes imaginables. No obstante, desde muy niño, no grita como sus hermanos; se extasía contemplando los pájaros, las corrientes de agua y el mustio paisaje de los picachos. Sus ojos, “ávidos del más allá”, ansían conocer lo desconocido. Llega a ser el mejor alumno de la escuela y a no necesitar ni siquiera la experiencia para mirar “dentro de las almas” (p.15, 16, 17, 18, 27, 119). Recibe de sus genes todas las posibilidades; logra sobrevivir porque el europeo es fuerte. Desde el punto de vista de la narración, lo que le ocurrió es muy simple: hereda los rasgos naturales y ancestrales de sus ascendientes que fueron navegantes y aventureros; por eso, cuando de tarde en tarde oye a su padre hablando de la parte europea de la familia, presta atención y se entusiasma (p.19).

Felicindo Sánchez es un ejemplo del contraste entre el llanero y el hombre del interior. Si bien es pobre, cuando comienza su esfuerzo por fundar y mantener a una familia, como oriundo de la Meseta Central tiene ascendencia europea. La población en que nace es “risueña”, cercana a la capital y encantadora. Felicindo es bello como un sol mañanero, trabajador y bueno. Por tales virtudes es que logró casarse con la muchacha más linda del pueblo. Pero ella se casó con él porque ya estaba harta de esperar que llegara a su vida un hombre de la ciudad. Al final, Felicindo sufre un violento estado de degradación producto de la traición y fuga de su mujer. Es, pues, un personaje transitivo, mutante.

María Cenicienta, la futura novia de José Justiniano, es un ángel de luz desde niña. Europea por los cuatro costados, crece en los llanos sin que estos la alcancen y vuelve a ellos casi como un acto de vocación misionera. La vida la premia enviando como médico a la clínica donde ella trabaja de enfermera a su antiguo amigo de la infancia, José Justiniano (p.113).

Figuras

Entre los detalles interesantes de la novela está el uso que se le da al color amarillo. El amarillo pajizo, el color dorado, constituye un símbolo de la inclinación al delito. En la llanura es fuente de disputas (oro) o tentación. Es, además, el color de la estación seca, cuando los pastos arden con facilidad y convierten a cualquier llanero en un incendiario.

La figura más importante es la comparación del llanero con el centauro. Bien sabido es que esta figura mítica, de la más rancia tradición greco-romana, era mitad hombre y mitad caballo. De sus características se ocupa este estudio al establecer la comparación o contraste con el hombre-hombre que, según el narrador, es el europeo.

De paso, es pertinente mencionar el estereotipo de contrabandista que propone el narrador: un bandido de película de vaqueros; Miguelón es chato y con “facciones de presidiario” (p.100, 172).

Receptor definido

Es evidente que la obra no está dirigida a un receptor definido ubicado en la misma zona; no es del llano ni lo conoce. Esto justifica la gran cantidad de detalles ilustrativos que el narrador le entrega para hacerle inteligible el relato.

Los objetivos que traslucen de la lectura son: lograr en el receptor definido una comprensión del problema en que se encuentra la región y una movilización en pos de una idea como única vía de solución: el mestizaje cultural.

Visión del mundo

-Eurocentrismo: los europeos son, culturalmente, modelos para emular según el narrador. Tienen los pies en la tierra y el pensamiento en el cielo. Son adaptables, cultos (Ivanovitch), de una mentalidad superior. Esto explica por qué Caldereti, un hombre a todas luces de baja educación, logra triunfar en la zona. Son por lo general gente buena -con excepciones, como Cándido-. No obstante, son parte de una civilización vieja y decadente (p.225), aunque esto no pasa de ser una afirmación retórica sin ninguna implicación real en la novela.

-Socialdarwinismo: la obra está plagada de una visión racista y regionalista del ser humano. El socialdarwinismo como teoría que divide al hombre según su raza y le atribuye cualidades y limitaciones específicas a cada una de ellas, permea la totalidad de la visión del mundo del narrador. El llanero, por ejemplo, como descendiente de indio, es considerado “primitivo”. Las mujeres del llano son “hembras” y las de otra región “muchachas”. Por su descendencia indígena, la mujer del llano está destinada a ser “adquirida” por el europeo; además, está inclinada a la sexualidad, mito altamente difundido en torno de la figura del negro. Sus sentimientos no son tales; son tan solo reacciones instintivas destinadas a la perpetuación de la especie. Los niños del llano, por su parte, son tristes y semisalvajes: sus piernas recuerdan las patas del elefante; tienen alma de Nerón, vale decir, son moralmente diferentes de los blancos. No enmudecen de terror ante las llamas, sino que aúllan. Son parte de la infancia de la humanidad, lo cual se refleja en sus cuentos y en su mentalidad infantil.

Las cuatro virtudes cardinales de la obra caen casi en forma exclusiva en sujetos de raza blanca. La belleza y la bondad son privativas de estos individuos; más aún, una de las virtudes es ser blanco. Finalmente, si se tiene la más importante de las anteriores -ser blanco- también se puede llegar a ser rico (la cuarta virtud). Sean los casos de Felicindo Sánchez, de José Ivanovitch, de María de Ivanovitch (blanca, ojos azules, pelo rubio) o de la superiora de la policlínica, el ideal es siempre el mismo. Es más, la superiora tenía sus grandes vacíos: aunque blanca y rubia, no era bella ni rica.

Alma llanera trasluce un racismo abierto, sin tapujos. Bonifacia, la india, es, por consiguiente, infiel. María Rosa, la infiel esposa de Felicindo, es morena (p.60) y, por lo tanto, no es de extrañar que se haya fugado con su amante y abandonara a su marido guapo y elegante. El hijo moreno de la bajura produce más que una conversación, una retahíla “agreste, bárbara, dicharachera” (p.88).

Este prejuicio socialdarwinista se expresa también en la actitud frente a los habitantes del llano. A Felicindo le iba bien porque abominaba los usos y costumbres de la región y ponía en práctica los que traía consigo de la Meseta Central. Las expresiones de alegría de la pampa resultan siempre “insolentes” para el narrador (p.99). Los pueblos del interior son “clásicos” y “pintorescos”. Es, pues, de extrañar la denuncia de las actitudes regionalistas y despectivas de la maestra de la Meseta Central (p.125), pero la explicación es que la novela presenta problemas de coherencia, como ya se ha señalado.

-El mestizaje: si el mundo está definido genéticamente, solo genéticamente puede salvarse. En la perspectiva particular del narrador, la solución está en la inmigración beneficiosa de europeos, de cualquier europeo, especialmente como los Ivanovitch, pero aun como Simeón Caldereti con todos sus defectos. Son los rasgos europeos de José Justiniano los que lo salvan. Aunque era de legítima ascendencia chorotega por parte de su madre Bonifacia, por haber nacido blanco y bello, con belleza italiana, José Justiniano se distingue de todos sus otros hermanos. Ni qué decir de su novia Gisella. Ellos han de unirse y constituir la familia ideal, base de la civilización futura, productores de los hombres y las mujeres que habrán de sustituir a los centauros y a las hembras del llano.

-Antimperialismo: la novela critica fuertemente la explotación a que está sometido el hombre del llano por parte de las compañías extranjeras. Ese olvido relega al minero y al pampero -independientemente de su raza- al primitivismo y a la ignorancia. Hay una triple explotación del minero. Pero esas compañías no se detienen aquí; enfilan su poderío también contra las personas buenas y honestas, como José Ivanovitch, con la complicidad del sistema judicial.

Pero, nuevamente, aquí está la constante de la obra: sus contradicciones. Se denuncia la explotación, la superexplotación del obrero y el despojo de que es víctima el pequeño productor. Sin embargo, la rebelión es calificada de “descabellada” (p.157). Así, el mundo de Alma llanera es uno sin salida, donde los seres humanos están condenados a medrar.

A modo de conclusión

Alma llanera es una novela naturalista. Se trata de un naturalismo de tipo genético en el que las cualidades de los individuos dependen fundamentalmente de sus especificidades somáticas. Aunque es cierto que hay blancos malos, la virtud es privativa de la raza blanca, lo mismo que el altruismo y la sensibilidad.

Corriente naturalista: Fabián Dobles, El sitio de las abras (novela, 1950)

Esta obra se publica por primera vez en Guatemala en 1950, donde se hace merecedora de la medalla de oro en el “Certamen Centroamericano 15 de Setiembre”. La obra ha sido editada en muchas ocasiones; la edición que se utiliza en este estudio es la octava, de 1979, por la Editorial Costa Rica.

La novela relata la historia de la familia de ñor Rosa Vargas, campesino del Valle Central del país que se establece en los linderos de los cerros de Talamanca en lucha contra la naturaleza por hacerse de una finca. Tras muchas penurias y dificultades, lo logra. Pero andando el tiempo y gracias al proceso de expansión de la gran propiedad, los antiguos “abreros” son cercados y absorbidos, al grado de proletarizarse. Surge, entonces, en la comunidad, la lucha sindical. Se intenta lograr justicia social mediante la organización de los trabajadores, a la cabeza de cuya lucha se coloca un descendiente de ñor Rosa.

Progresión

La novela plantea el hábitat del sitio de los abreros como ideal de vida. Las particulares relaciones entre los campesinos de las abras constituyen un modelo de convivencia humana. Vecinos de la gran hacienda son sin duda, pero esta no es expansiva; respeta los linderos y hasta los estimula. Cada campesino ha abierto su parcela (abra) luchando contra la montaña y ha forjado junto con los suyos la pequeña finca familiar. En este estado paradisiaco, las grandes decisiones que afectan a todos se toman colectivamente; los problemas personales se resuelven en lidia de hombres. Mas estos problemas escasean: un conflicto de muchachos de vez en cuando, un reclamo por cuestión de hijas que han perdido la virginidad.

Ambrosio Castro, hacendado de nuevo cuño, está interesado en expandir su propiedad. Introduce en el planteamiento un nuevo elemento, desconocido hasta ese momento por los campesinos. En efecto, Castro no sigue el modelo convencional de expansión contra la montaña. No hace su finca a expensas de la selva. Quiere más bien las tierras ya limpias y cultivadas por los abreros; es decir, inicia un proceso de concentración de la tierra (p.40).

La transición, marcada por el conflicto entre estas dos formas de propiedad, se inicia con la disputa entre Castro y los abreros. Por una parte, está la intuición de Lola, esposa de ñor Espíritu Santo Vega, y su férrea voluntad de oponerse a los esfuerzos expansivos del terrateniente. Pero Lola lucha contra muchos factores, incluida la atávica pasividad de los campesinos. Finalmente, logra ponerlos en marcha, tarde ya, además de la poca posibilidad de éxito que tienen contra los enormes recursos del gamonal. Por otra parte, Ambrosio Castro recurre a todos los métodos para el logro de sus fines: filtra su ganado en las fincas ajenas para reducirle a sus vecinos su existencia de pasto; los hostiga de múltiples formas; envía a su gente a marcar como propio el ganado ajeno; ofrece comprar las tierras ajenas (p.45, 51, 59).

Cuando todo parecía perdido, aparece en la escena Martín Villalta, un cazador de lagartos que se establece en la zona. Villalta declara una guerra contra el gamonal: compra una finca aledaña a la hacienda, la más afectada. A la estrategia de infiltración de reses, responde destazándolas y repartiendo la carne en el vecindario y luego, en el colmo del desafío, envía carne al mismo Castro. Finalmente, le obsequia cuero curtido con la marca de la hacienda estampada.

En todo este proceso, Villalta involucra a los campesinos. Hay un proceso gradual de toma de conciencia de ellos sobre una estrategia de lucha. Primero, una delegación se presenta para rechazar la carne que Villalta les regala, pues creen que es de su propio hato. La delegación descubre la verdad y acepta la justificación de Villalta: no es un robo, sino un “cobro” del valor de los pastizales consumidos (p.54, 59, 60, 61, 62). Así, les propone un cambio de estrategia: en vez de competir con el gamonal en el terreno donde es más fuerte -tratando de voltear la montaña a lo largo de una faja que le impida al codicioso Castro cercarlos-, deberían enfrentársele en el terreno en que ellos son más, el de los hombres, es decir, desafiarle de hombre a hombre, obligarlo a desistir.

En efecto, ponen en práctica la nueva estrategia, lo amenazan y frenan temporalmente la expansión, lo que resulta en una situación de mejoría para todos, aumentada por el aserradero que Villalta monta y con el que contribuye al bienestar general del pueblo (p.68, 70, 74, 76). Pero la relativa bonanza dura poco: Martín sufre una crisis económica como resultado de la caída de los precios de los productos del aserradero y una crisis afectiva por la muerte de su delicada esposa. Deja el aserradero en manos de su “suegro” -ha tenido un hijo con una hija de ñor Vargas- y desaparece de la escena para siempre (p.105-106, 107, 108-109).

La salida de este heroico protector provoca una nueva situación de incertidumbre. Laureano, el hijo de don Ambrosio Castro, ha reanudado la lucha para liquidar a los abreros. Esta vez comienza la desbandada general. Castro hijo es mucho más agresivo que su padre: corta el agua y paraliza el aserradero. No le importa exponerse a la violencia de los campesinos porque está confiado en su pericia de buen tirador. Incluso es un don Juan y como tal habría de morir a manos de Marcelino Vega, el hijo de Martín Villalta, quien lo sorprende en el acto de querer abusar de su mujer. Encarcelan a Marcelino y los Vega acaban vendiendo su tierra para poder llevar adelante el juicio (p.111-112, 117-119).

Años después, vuelve al sitio Martín Vega Ledezma, nieto de Martín Villalta y descendiente de la antigua familia de abreros. Todo es de la gran hacienda. Él se había criado allí, en la hacienda que ahora es de los González Leflair, desde que faltó su padre Marcelino, e incluso había amado a la misma hija de la familia, Concepción (p.114, 128, 139). Ahora la casa se levanta precisamente sobre la media loma donde estuvo la casa de ñor Espíritu Santo, en señal de victoria total.

El muchacho se presenta rodeado de fama de comunista, y a raíz de que un tal Marabú empieza a prenderle fuego secretamente a los cañales en esos mismos días, los periódicos del país no dudan en señalar la “extraña” coincidencia. Martín Vega logra, por una parte, recuperar la tradición oral de la familia y de todos los abreros en boca de un tío y, por otra, la organización de los jornaleros y precaristas de la zona (p.128, 154, 165-168). A pesar de los esfuerzos patronales por dividir a los trabajadores, el hábil activista logra mantenerlos unidos. Pero, en virtud de un nuevo incendio, capturan a los dirigentes gremiales y los envían para encarcelarlos en la capital, acusados de ser los responsables de los hechos (p.169, 171). No obstante, la confesión de Marabú en su lecho de muerte, en la que se hace responsable de todos los hechos, salva a los dirigentes y permite así, como resultado, que la lucha pueda continuar (p.196).

Las voces

La novela El sitio de las abras está contada por un narrador monofónico que juzga y regaña a sus personajes. Consciente cual es, toma gran cuidado en la caracterización de los personajes. En su mayoría son típicos y el narrador no comparte su manera de ser; de ahí que, por ejemplo, a propósito de las conjeturas que circulan en el pueblo al llegar Martín Villalta, el narrador se queja de ellos: “¡Tanto rodeo para averiguar la cosa! Podían haber ido directamente a preguntársela, Villalta no les hubiera andado con regateos (…) Pero no, los campesinos preferían andarse con suspicacias e ir averiguando la vida ajena poco a poco.” (p.54-55) Se trata de un narrador enojado con los campesinos. Así, incluso tiene palabras duras para ñor Espíritu Santo a quien califica de “muy simplote” (p.83).

En el mundo narrado hay diferencias de clase y de etnias. Estas diferencias no son importantes en el contexto general de la obra. Salvo la afirmación de los campesinos de que los indios son “ariscos”, “espinosos” y difíciles de dar entendimiento, la verdad es que estos son marginales en la historia (p.49). Sí son muy importantes las diferencias de clase. Los terratenientes y los abreros constituyen polos opuestos en la lucha por la tierra. Más tarde son los jornaleros y los precaristas los que encuentran sus intereses en conflicto con los hacendados.

El grueso de la población está constituido por campesinos que inmigran a la zona procedentes de la Meseta Central (p.8). Realizan, en su nueva localización, un trasplante cultural; traen sus costumbres y sus tradiciones, su forma de trabajo y sus sueños. Hablan sobre la lucha por defender sus intereses, pero hacen poco al respecto (p.22, 52). La mayoría de ellos son personajes típicos, con todas las virtudes y todos los defectos de su clase.

Tal es el caso de ñor Espíritu Santo Vega, quien llega al sitio de las abras a los 45 años. Es hijo y nieto de campesinos propietarios venidos a menos. Hombre de buen seso, muy dado a “cavilar” y a esconder sus sentimientos (p.12, 13, 14). Manso y honrado, pero capaz de cobrar con el machete una injuria o la virginidad de su hija. De inteligencia natural, pero con poca educación formal, hace lo indecible por no sobresalir para no despertar la envidia de los demás. Si fue capaz de reclamar la deshonra de su hija, no tiene empacho en aceptar después a su nieto producto de aquel romance. Luchó contra los filibusteros en 1856 para defender a su patria a los 26 años, pero frente a la expansión de la hacienda se sume en la impotencia. Ante la acción definitiva de Laureano Castro de paralizar el aserradero, ñor Espíritu Santo va a observar el lugar donde se ha desviado el agua y lanzándose a tierra le reclama a Dios: “¿Vas a permitir esto?” (p.113) Finalmente, fallece a los pocos meses rogándole a sus hijos que mueran en sus tierras. Tal es, en la posición del narrador, el campesino en general que él califica de “simplote” (p.9, 12, 13, 14, 15, 63, 91-102, 109, 110, 113, 114).

Dolores (Lola) de Vega, en cambio, es un arquetipo de la mujer campesina. Es “como ellas deberían” ser: decidida, resuelta a todo. Es quien se levanta primero y pelea duramente por la bandera de la justicia en el pueblo (p. 17, 18, 19, 49). Y así la ha querido su esposo: de rostro aindiado, oscuro, de vivacidad natural ajena a las letras y a los números, de recursos inagotables, que no llegaba nunca a descorazonarse y estaba siempre dispuesta y alegre. Así la quería él, combativa pero a la vez sumisa, comprensiva, crítica, capaz de tomar las decisiones pero con tal tino y discreción que el esposo creía que las había tomado él (p.19, 20). Lola, ciertamente, se sale del modelo de la mujer promedio campesina. Es curandera, lectora de la suerte en la palma de la mano, rezadora, partera y con sus propias ideas sobre Dios. Paño de lágrimas del vecindario, siente la necesidad de “afirmar su ascendiente sobre las otras mujeres” (p.19, 25).

Cuando Lola conoce a Martín Villalta se encariña con él por su valor, por su audacia y su decisión, y le nace el deseo de tener “algo venido de él, y como no hubiera podido ocurrírsele ser ella la madre de un hijo suyo, la imagen de arrancarle un nieto la vino poseyendo” (p.79), al punto de alentar indirectamente a su hija Magdalena a conquistarlo. Aprovecha la enfermedad de la esposa de Villalta para ofrecer a su hija de empleada y, cuando al fin sucede lo deseado por ella, se alegra (p.79, 81, 87, 89-90).

En el pueblo se reconocen la firmeza y la decisión de Lola. De hecho, las poblanas prefieren tenerla de amiga y no de enemiga. Pero no solo era un asunto de preferencia, sino que su amistad significaba “orgullo” para aquellas que eran favorecidas. Lola es una imagen de mujer perfecta: esposa modelo, madre abnegada, religiosa sin fanatismos, liberal en su forma de pensar, resuelta y luchadora, trabajadora incluso al punto de usar el hacha a la par de su marido.

Interesante es el retrato que el narrador presenta del antiguo hacendado ñor Rosa Vargas. Él es de la primera generación, la que hizo su hacienda como producto de su propio trabajo y esfuerzo. Pionero típico, es rico pero bonachón. Se identifica con los abreros, los alienta, les presta una mano de vez en cuando. Recibe, por ello, el título de “fijodalgüelo” campesino, y hasta que ya mayor decidió vender su hacienda, representó la imagen de los tiempos de beatitud en que el país vivía sin “grandes” diferencias entre las gentes.

Ambrosio Castro, quien compra la hacienda de ñor Vargas, es el típico gamonal. Es un capitalino hipócrita que promete ayudar pero trata de liquidar a sus vecinos, a quienes saluda con sonrisas y palmadas mientras los está cercando. Para él, los abreros son “pobres hombres”, “sucios e ignorantes”, una “rémora”. Su lucha por las tierras está inscrita no en la necesidad de sustento para sí mismo y su familia, sino en la lucha por el prestigio racial. Para él la obtención de las tierras es una cuestión de estatus: hacer enrojecer de envidia a sus amigos (p.37, 50). Es paciente y calculador, una caricatura de hombre: mantecoso, bajito, de cara vulgar, aire de bondadosa ingenuidad, ademanes casi afeminados, instruido, conocedor de negocios, clasista, etnocentrista y racista (p.38,42). No es un modelo de gran hacendado, ni reúne en sí todas las características de su clase; es uno más, con sus carencias.

Laureano, el hijo de Ambrosio, es otro gamonal típico. Tiene muchas de las cualidades y defectos de su padre, pero es menos maloso, más violento, confiado en su pericia con el revólver. Trajo peones y completó el cerco que su padre había dejado inconcluso desde tiempos de Martín Villalta y le aseguró a su progenitor, antes de que este muriera, que la soñada hazaña sería completada. Bien conectado políticamente, para él no existe más ley que su voluntad de dominación (p.107, 108). Así, cuando la pelea con los campesinos degenera en una balacera, logra que en San José nombren de agente de policía a su propio capataz. Mujeriego con todo el señorío feudal, se considera con derecho a usar a todas las mujeres de los campesinos y pierde la vida a manos de Marcelino Vega, el hijo de Magdalena y Martín Villalta, cuando intenta realizar la violación de su esposa.

Los Castro son, pues, los gamonales típicos. Forman parte de un momento histórico importante en que la gran propiedad empieza un proceso de expansión a expensas de los pequeños y medianos propietarios. Ya no son las relaciones idílicas de convivencia del tiempo de ñor Rosa Vargas. Se trata de un fenómeno nuevo, voraz, irreversible.

Los González Leflair, que adquieren la propiedad de los Castro y consolidan la hacienda, son también típicos de un momento histórico diferente. Si bien es el mismo proceso de expansión y consolidación de la gran propiedad, los González Leflair son gente educada. Don Fausto, el fundador de la dinastía, es hijo de una familia sin arrestos y respetuosa de sus trabajadores (p.128). Estudia en Francia y se casa con una francesa. Su cuñada, Marcelle Leflair quien vive con la familia y se ocupa de la instrucción de los niños, acepta como “su Martín” al nieto de Martín Villalta y Magdalena, y es una verdadera romántica. Comentaría él de ella lo siguiente: “Si todas las personas (…) fuesen como Marcelle Leflair (…) el mundo sabría a rico pastel como los que ella horneaba.” (p.129)

De hecho, se trata de una familia hasta cierto punto humanista. Uno de los hijos, Fernando, se educó en la Universidad de Harvard; le gusta el “scotch” y el puro habanero y lleva una lima de mujer en el bolsillo. Es lo que podríamos llamar un hombre “refinado”.

El código de la familia González Leflair es revelador. Contribuyen generosamente con la iglesia y con los asilos. Son de una inteligencia brillante y saben de música y filosofía. Responden a lo que comúnmente se reconoce como actos dignos de personas de buen corazón: regalan dinero a los hijos de los trabajadores enfermos. Si agoniza alguno de los empleados, son capaces de buscarle un médico. Han renegado de los antiguos métodos de los Castro y consideran que las actitudes de estos eran de “otros tiempos”, vale decir, que no eran actos muy civilizados (p.163). Pero no suben los salarios de los empleados porque la empresa “sólo deja pérdidas “, gracias a las malas cosechas, los malos precios, el exceso de impuestos, el bajo rendimiento de los peones y las leyes laborales (p.168). Y no tienen ningún escrúpulo en prenderle fuego a una parte de su finca para hacer caer a Martín, el activista sindical, en una trampa y poder, así, responsabilizarlo del incendio (p.183-192).

Concepción (Concha) González Leflair es de carácter independiente y desde niña se sale de la norma. Atípica en muchos sentidos, entabla un amorío con Martín, en sus años adolescentes, que obliga a la familia a enviarla a estudiar a Europa. Se casa luego con un tal Aguilar, de quien luego se divorcia. Cuando sabe de la trampa que sus hermanos le van a tender a Martín, vuelve al pueblo y trata de reanudar su amistad con el joven y le da explicaciones incluso sobre sus relaciones personales. Él la sigue amando, pero su posición hace imposible cualquier relación; entre ellos hay un pequeño problema: las abras que fueron de la familia Vega y de todos los abreros, ahora pertenecen a los González Leflair (p.135, 183-184, 196).

Ahora bien, a cada tipo de empresas corresponden formas diferentes de lucha. En el tiempo de ñor Ambrosio, el gamonal capitalino, bastaba un Martín Villalta, transitivo y heroico. Villalta contrasta con un Espíritu Santo oscilante y una Lola estática. Pero es un personaje cíclico, bohemio, que si bien ante el desafío observado entre gamonal y abreros despliega un compromiso impresionante, cuando pierde a su esposa vuelve a lo suyo: escapar y dejar las cosas atrás. Hombre dotado de un “especial sentido de la tierra”, vivía unido a lo vegetal por un cordón inconsciente. Poseía un olfato animal y un espíritu de vagabundo (p.54-55). Como se observa, sus atributos son el producto de una dotación de la naturaleza. Siempre buscó un trabajo que “lo liberase de trabajar”, ya que los esfuerzos obligados lo incomodaban. Estaba convencido de las bondades del ocio: no de la vagabundería estúpida, sino del ocio creador. Vivir, para él, era “dejarse llevar a la deriva” (p.56).

Estimulado por el conflicto que observa entre los campesinos y Castro, Villalta compra una finca aledaña a la hacienda, con lo que evita, ante el asombro de todos, que la primera propiedad caiga en manos del gamonal (p.57). Autosuficiente, confía en sus fuerzas a tal grado que se da el lujo de irse del pueblo en medio del conflicto y regresar a tiempo para alejar a los peones indígenas que el gamonal había movilizado para ayudarle a cercar a los abreros. Es el factor principal para terminar con la “infamia de las abras” cuando logra movilizar a los campesinos y amenazar personalmente al codicioso Castro. En cinco años levanta su aserradero y le da progreso a la zona. Ama a su esposa a pesar de su romance con Magdalena y evita, con su nobleza, matar a ñor Espíritu Santo cuando este le reclama en el “terreno de los hombres” la afrenta recibida (p.71, 73, 74, 75, 81, 98-99).

Pero tal y como se ha afirmado, Martín Villalta es un personaje cíclico. De ahí que, ante la muerte de su esposa, abandona todo. Deja el aserradero a nombre de su hijo -el de Magdalena- y desaparece para siempre. Las características de combatividad tan admiradas por sus compañeros de lucha alcanzan para mantenerlo a flote. Martín simplemente deja todo y se va. Vuelve a su vida bohemia, a su ocio productivo.

En tiempos de Laureano Castro, todavía funciona el acto heroico como forma de lucha. Marcelino Vega, hijo de Villalta y Magdalena, defiende a su mujer y de paso libra al pueblo de su verdugo. Empero, esa forma de lucha comienza a agotarse. Si bien el gamonal muere, la verdad es que su muerte no causa una mejora a los Vega. Por el contrario, han de vender sus propiedades para pelear judicialmente por Marcelino. Fracasan en su empeño y el hombre se ve forzado a cumplir la totalidad de la condena. Regresa al pueblo amargado, sin volver a vivir con su mujer. Sigue mentalmente preso, añorante de un tiempo ido, de unas ilusiones de juventud truncadas y lleno de odio (p.117-119).

Con los González Leflair es menester, ya no el heroísmo -aunque no falta un Marbú incendiario-, sino la organización sindical y partidaria. La lucha se legitima por medio del proceso de actualización de la tradición histórica del pueblo. Remigio Vega, tío de Martín, le transmite toda la historia del sitio de las abras. Crea en él la conciencia histórica y la firme convicción de que los viejos en realidad no han muerto. Es así, por derecho de herederos, que se plantea la lucha por las abras. No es un despojo, no es una expropiación de la tierra ajena. Es más bien la lucha por la recuperación de algo propio que fue arrebatado injustamente por el gamonal, por todos los gamonales (p.131-133, 143).

El argumento de los González Leflair de que las injusticias se cometieron en otros tiempos no tiene validez para Martín Vega. La cuestión de las abras, de cómo perdieron los abreros sus tierras, es el problema principal. Entre él y la mujer que ama solo se interpone una cosa: las abras. Estas son testigos no de una injusticia personal, sino de un problema de clase. Su amor solo será posible si se resuelve de raíz y de una vez por todas la cuestión.

Martín Vega Ledezma, activista sindical, vuelve a la hacienda a organizar un sindicato agrícola. Ha pasado su infancia en ese lugar y es considerado por los hacendados como uno de los suyos. Pero él se siente rechazado por la familia cuando le arrebatan a Concepción sin permitirle siquiera despedirse. Supo que había sido un asunto de clase (p.115, 123, 140, 144). Se interesa, por lo tanto, en los viejos cuentos de su tío Remigio y aprende a tocar la guitarra con él. Martín ha viajado, leído, estudiado y ha trabajado en todo. Pero sigue apegado al campo y rechaza la vida citadina (p.141, 143, 157, 167, 168). Emplea la música como medio para iniciar la organización y actualiza para sus seguidores el pasado por medio de la tradición oral transmitida por Remigio. Su característica principal es su conciencia de clase (p.196).

Ese compromiso de clase de Martín Vega se expresa en su relación con los trabajadores. Juan Alvarado, el precarista serio y de altiva amargura que los jornaleros despreciaban y temían, termina siendo incorporado a la lucha. Esmeralda Rojas, “la de la flor”, madre de diez hijos, canosa, mal peinada, pero trabajadora como la que más, es el nuevo tipo necesario de mujer. Ya no caben aquí las “Magdalenas” enamoradas de un sueño, impotentes ante su sufrimiento, ingenuas y confiadas (p.79, 86-89, 126, 165). Lo que hace falta es la compañera de lucha, con una clara conciencia de su ubicación en la estructura social.

Aun el heroísmo de Marabú (Cándido Perdomo) cobra sentido y se vuelve útil en la solidaridad de clase. En efecto, este personaje de origen colombiano ha sido el encargado del mantenimiento de la hacienda. Sus problemas físicos lo ponen en una situación difícil. No posee raíces en la humanidad cuando conoce a Martín Vega; carece de ascendientes ya que proviene de un hospicio de huérfanos. Ha decidido cobrarse por su cuenta los agravios recibidos en la empresa y se convierte en piromaníaco (p.125, 126, 149, 150-152, 180).

Pero esa lucha personal no salva a los trabajadores. El heroísmo individual no es válido ya. Mas cuando Martín y Juan caen en la trampa y se les hace responsables de los incendios, Marabú realiza un acto de solidaridad final haciéndose responsable de todos los siniestros y permitiendo, ahora sí, que la lucha organizada continúe al devolverles la libertad a los dirigentes (p.192-194).

Varias son las referencias contextuales con las que el narrador ubica la obra en el tiempo y en el espacio. Las abras comenzaron en un día de 1875 (p.7), cerca del río Reventazón, en la región de Pavones (p.36, 59). Don Espíritu Santo Vega cuenta entre su experiencia histórica haber sido soldado en la lucha de los costarricenses contra el invasor filibustero William Walker; también ha vivido el cuartelazo contra el presidente Jesús Jiménez (p.16, 17) y ha rechazado la presión política ejercida contra él en tiempos del presidente Tomás Guardia. Finalmente, en su larga experiencia cuenta una relación con el trazado de la construcción del ferrocarril al Atlántico (p.17, 55).

Mundo complejo el de esta novela. Personajes estáticos como Lola, cíclicos como Villalta, estereotipos como Martín Vega. Personajes definidos por la naturaleza y otros por las relaciones sociales. Tradiciones orales actualizadas para legitimar el proceso de lucha. Es el final del proceso de lucha entre la pequeña, la mediana y la gran propiedad.

Figuras

En realidad, la referencia a algunos estereotipos tiene aquí importancia no tanto en el análisis específico de la obra, sino en el contexto general interpretativo. Se confirman los estereotipos ya reiterados en los narradores de Fabián Dobles: la mujer campesina de ruda feminidad y corazón apto para lo imposible (p.7), el citadino como depositario de todos los defectos humanos y el artista como un personaje atípico (p.36, 37, 65, 76-77).

Receptor definido

Es un sujeto ajeno a los campesinos. Se le habla de ellos como personas admirables en muchos sentidos, pero simplones. Es necesaria, pues, la movilización en favor de ellos, la solidaridad de partido y de clase. La lucha de los campesinos no es solo de ellos, sino una responsabilidad que corresponde a quienes se identifican con la justicia social.

Visión del mundo

Destaca en el relato la religiosidad popular. Toda la saga de ñor Espíritu Santo Vega comienza con la oración y termina con ella. Es con Dios que comienza el abra y es también con Él que ñor Espíritu Santo habla y se queja en el momento final. Para los personajes, la vida es “Dios a caballo en todos nosotros” (p.36).

También es importante señalar el valor del trabajo como productor de bienestar. No solo da el sustento y dignifica a la persona, sino que incluso “trae sueño” que es la más grande felicidad del ser humano.

Por eso, la lucha por la tierra es tan importante: es una lucha por el espacio entre diferentes sectores sociales. Cuando comienza su saga, el gran problema de ñor Espíritu Santo es haber perdido su patrimonio familiar. En relación con la tierra comenta: “como que cada vez principiamos a ser más los peones y menos los propietarios.” Y la esposa de Martín Villalta le señala a Remigio que “ustedes y la tierra se necesitan entre sí.” Esta idea es recogida y transmitida por Remigio: “uno de nosotros es como un atarrá caído cuando se queda sin tierra donde sembrar, donde vivir.” (p.103) (atarrá = panal de abejas negras que llevan este nombre).

También se reitera el mito del paraíso perdido. Según el narrador, en el tiempo beatífico que recuerda con nostalgia, había diferencias pero “en la Meseta el tono de la vida civil era rural y democrático”, y se daba un respeto más por el letrado que por el rico. “La conciencia de igualdad se hallaba bien atrincherada en los espíritus” (p.39).

Resulta necesaria una referencia al código ético agrario. Para los campesinos, lo que don Ambrosio Castro hacía -tratar de cercarlos- estaba legalmente bien. Tenía derecho a ensanchar su predio siempre que no se metiera en campo ajeno. Había entre ellos cosas que eran como “ley”: la fuerza de las tradiciones y costumbres arraigadas. Matar, por ejemplo, se justificaba en nombre del honor, mas no así en defensa de los derechos de posesión de la tierra.

Hay en el relato un contrapunto entre una justificación de la pasividad basada en la fe en Dios y la visión que presenta Villalta un tanto aritmética. Si para oponerse a dos mandamientos de la ley de Dios que ha quebrado el otro hay que quebrar uno, está plenamente justificada la acción.

Conclusión

En el relato de El sitio de las abras, si bien es cierto que las relaciones que presenta el narrador son de clase y estas son las fundamentales, él no logra superar la necesidad de la herencia genética para justificar el compromiso de Martín Vega Ledezma. Mientras que en algunos casos la naturaleza se pone de acuerdo para celebrar acontecimientos (p.54, 68), también se le presenta al hombre como omnipotente.

Hay que ubicar la obra. Esta tiene influencias naturalistas, pero la balanza se inclina no solo a favor de este aspecto, sino que es bastante realista al hacer descansar las relaciones humanas fundamentalmente en los aspectos sociales y económicos de la sociedad y menos en los aspectos naturales (genéticos).

Corriente testimonial: Alberto Cañas, Una casa en el Barrio del Carmen (novela, 1965)

Eusebio y Brígida Pérez Quesada poseen una casa en el Barrio del Carmen de la que no piensan deshacerse, pues en una ocasión el presidente don Ascensión Esquivel la bautizó como la República, ya que ahí se conversaba y a veces se conspiraba políticamente y pidió a los hijos de don Eusebio Pérez Castro que la cuidaran como tal. Por este motivo y otros tan importantes como la cercanía de la iglesia, los hermanos Pérez Quesada vivían aferrados religiosamente a la casa.

Eusebio, al iniciarse el tiempo de la historia, se jubila y, como lo había hecho hasta entonces, se dirige a la oficina y conoce a su sustituto. De camino, va lamentando la transformación de las calles, pues ya casi no hay casas de habitación, sino oficinas y establecimientos comerciales. Pocas familias como los Pérez seguían en sus casas. Pensaban que nadie se preocupaba por su casa, ya que todos los sobrinos tenían una buena posición económica. Pablo Alvarado, cuñado de los Pérez, pasaba mensualmente a Brígida una pequeña cantidad de dinero, como le había prometido a su esposa Orfila, hermana de Eusebio y Brígida. Del único del que quizá dudaban era del yerno de Pablo, José Eduardo León, declarado comerciante sin escrúpulos.

Eusebio, en su primer día como jubilado, pasa como de costumbre al Club por su aperitivo y se encuentra con Pablo, de quien creía era un gran señor. Este le anuncia que por necesidad tuvo que pasar la hipoteca de la casa, que era de 25 000 colones, a su abogado de confianza, Rubén Bonilla, pero que no debía preocuparse.

Entretanto, ya el abogado andaba en conversaciones con Walter Jiménez, hijo de doña Trina, dueña de su pensión de colegial. Walter era ahora el gerente del Instituto Nacional de Previsión. Rubén tenía en mente que la hipoteca se venciera para luego rematarla. Contó la idea a Pablo y este, aunque con ciertos reparos, aceptó el negocio. Walter visita la casa para conocer la propiedad y reconoce a la antigua amiga de su madre y la casa de visitas infantiles. Se enteró ahí mismo de que Brígida no sabía de la venta ni de Rubén Bonilla.

Por su lado, José Eduardo León comerciaba ya la casa de los hermanos Pérez para instalar ahí una gasolinera. La compañía petrolera ya estaba tramitando el negocio en Nueva York. José Eduardo busca a Eusebio en el Club para informarle del negocio y recibe a cambio la noticia del embargo de la propiedad.

A partir de ese momento, Brígida y Eusebio emprenden la búsqueda de ayuda, pero todos los familiares les vuelven la espalda. Desilusionada, Brígida pasa al Instituto Nacional de Previsión a contarle a Walter su desgracia. Este la entera de que es al Instituto al que desean venderle la propiedad. Sale más desilusionada por creer a Walter cómplice del negocio.

Poco después, Rubén Bonilla se entera de que se publicó un decreto en el que se expropiaba la finca y se pagaba a los hermanos la suma necesaria. Brígida y Eusebio mientras envolvían regalos, comentaban agradecidos la oportuna intervención de Walter en el asunto de la casa. A la vez, manifestaban preocupación pues si bien habían recibido el dinero justo, quedan desubicados preguntándose adónde se irían.

El narrador que presenta al receptor implícito al mundo novelesco es omnisciente. Sin embargo, posee gran variedad de perspectivas, dado que con frecuencia adopta en sus intervenciones la perspectiva de algún personaje. Así, el día en que Eusebio se pensiona va a su antigua oficina y conoce a su sustituto y da inicio a un enjuiciamiento del joven por su forma de vestir; dicho enjuiciamiento lo presenta el narrador desde el punto de vista de Eusebio.

También este narrador, con un afán informativo, en repetidas ocasiones, cuando se inicia el diálogo entre personajes los interrumpe para brindar detalles acerca de estos, detalles que usualmente van en un sentido regresivo puesto que intenta explicar sus procedencias. Ejemplo de este rasgo se da cuando José Eduardo inicia un diálogo con su esposa Inés y le señala que si se lleva a cabo el negocio con la casa de los tíos volverán a Europa. Inés no le contesta, oportunidad que aprovecha el narrador para tomar la palabra e iniciar una larga intervención con detalles tanto de José Eduardo como de Inés, para luego continuar retomando el diálogo iniciado anteriormente.

La relación del narrador con el receptor se manifiesta de forma directa. En ocasiones lo apela así: “Ahora, mírenlo, lo tenemos en la lujosa casa que le ha construido a su esposa en la zona oriental de la ciudad. Porque José Eduardo tiene dinero.” (p.69)1 También asume la primera persona del plural: “Hemos dedicado tiempo y espacio abundantes a presentar a los personajes de esta historia verídica (…).” (p.83)

La ironía es otra característica del narrador que enriquece el conocimiento que el receptor requiere del mundo narrado. Cuando José Eduardo intenta una conversación con Inés, su esposa, el narrador irónicamente expresa lo siguiente: “Ella está más interesada en los crímenes que se cometen en la mínima pantalla.” (p.70-71) El narrador expresa lo antes expuesto, pues Inés no le da respuesta a José Eduardo cuando este le cuenta del negocio que piensa hacer con la casa de los tíos de ella por estar absorta en el televisor.

La función ideológica la asume el narrador con frecuencia en tanto brinda su visión de las cosas: “Hemos dedicado tiempo y espacio abundantes a presentar a los personajes de esta historia verídica cuanto edificante, moral y con mensaje.” (p.83)

Los personajes que conforman esta novela en su mayoría son típicos. Eusebio y Brígida, hermanos, solteros, de edad avanzada, conservadores e ingenuos, son de una generación por extinguirse. Él, trabajador, honesto, responsable; ella, religiosa, hacendosa, sencilla. Ambos observan el inevitable cambio como una agresión a sus principios. La ingenuidad de estos personajes los lleva a creer en quienes solo desean engañarlos. Son típicos si los ubicamos en la generación respectiva y no en la de sus sobrinos.

Pablo Alvarado, Rubén Bonilla y José Eduardo León son comerciantes sin escrúpulos, capaces de cualquier acción cuando se les presenta un buen negocio. Tanto Rubén, abogado de Pablo, como José Eduardo, yerno de este, se hicieron ricos a la sombra de los negocios ilícitos de Pablo.

Pablo, por su parte, por un momento tuvo reparos al aceptar el negocio que le propone Rubén de rematar la casa de los hermanos Pérez; siente que esa casa representa el origen de los suyos, pero logra vencer sus remordimientos y termina aceptando la propuesta, a la vez que realiza un viaje a los Estados Unidos para no enfrentar la situación personalmente.

Walter Jiménez, gerente del Instituto Nacional de Previsión, es atípico. Participó en la Revolución de 1948 y ahora es miembro de la nueva clase media. A diferencia de otros personajes que lo rodean, posee principios que no le permiten entenderse con Rubén Bonilla cuando le propone el negocio de la casa de los Pérez. Al concluir la novela es quien interviene para que la casa no sea rematada y se pague lo justo por la propiedad.

Entre algunas de las conductas que hacen de ellos personajes típicos están las siguientes. Pablo tiene una amante, Nelly Mena, a quien le compró una casita. Ahora, tanto como cuando Orfilia vivía, se cuida de que no lo vean para que su nombre no sea puesto en duda.

Rubén Bonilla, por su parte, tenía como costumbre no visitar la finca sin buena compañía, pues “Siempre había muchachas dispuestas a disfrutar de buena mesa, buen licor, buena cama y mediano acompañamiento, de fino caballo y algún regalo posterior…” (p.43)

Por su lado, José Eduardo, según lo indica el narrador con marcada ironía refiriéndose al viaje a Europa de este con Inés: “El año pasado fueron. Aquélla fue una gira de cabarets, como si ambos se ganasen la vida contratando artistas de variedades y hubieran emprendido un viaje de inspección. Cabarets y champaña. José Eduardo compró relojes suizos. Inés compró alhajas.” (p.71)

A su vez, Brígida vive preocupada por la transformación que se está produciendo en los alrededores de la Iglesia del Carmen en el sentido de que el templo ya no luce como antes; se ha empobrecido por no haber feligreses ni comunidad cercana; el comercio lo está invadiendo todo.

En su mayoría, los personajes no varían sus conductas, no cambian sus valores ni sus objetivos; en resumen, son intransitivos. Los únicos que modifican algunas conductas son José Eduardo e Inés, pues al casarse estabilizan sus vidas y se guardan fidelidad, pero sus estructuras mentales no cambian.

Los personajes mencionados se mueven en un ambiente urbano posterior a la Revolución de 1948, en un San José céntrico en transformación. Eusebio en su primer día de jubilado observa con pesar cómo las casas de familias conocidas ya no lo son; ahora, hay oficinas, negocios, comercio, sin vecinos ni personas.

La clase alta domina y predomina. Sus intereses, por el poder del dinero, siempre triunfan. El espacio social es determinante; por este motivo, el espacio psicológico se sostiene por los embates de las transformaciones sociales y sus consecuencias.

Una casa en el Barrio del Carmen muestra gran riqueza simbólica; los objetos connotan y denotan. En primer término, la casa de los hermanos Pérez simboliza las tradiciones, el abolengo, la vida tranquila y familiar. La gasolinera que desea instalar José Eduardo simboliza los intereses mercantiles. El Mercedes-Benz, el pantalón de gabardina y la chaqueta de Rubén Bonilla son símbolo de su estatus, de su superioridad y poder.

La decoración de la casa de Nelly Mena simboliza su clase social, su ubicación cultural: fotos de artistas, colores grotescos; la de los Pérez, su lugar social: un piano, jardines, retratos de antepasados, imágenes de santos, tapetes bordados a mano.

Todos los anteriores símbolos llevan a conformar una ideología, unos valores que estructuran el mundo narrado.

La progresión, a pesar de que los hermanos recibieron el monto justo por su propiedad, no es del todo optimista; pierden lo que no deseaban perder. Dónde vivir es ahora un problema; quizá gente como ellos ya no encontrará lugar en la sociedad que los expropió. Una ironía: tienen más dinero del que esperaban, pero no saben dónde irán.

Todos los aspectos señalados nos llevan a observar una visión del mundo en la cual los recuerdos ocupan un lugar determinante en el ahora de los personajes. Eusebio se lamenta de la forma de vestir de su sustituto, añora los tiempos de jóvenes educados, bien vestidos, amables. Rubén sueña cómo se vestían los hacendados, cómo ganaban respeto por ello. Brígida lamenta el estado actual de la iglesia. Sin embargo, Eusebio, al final del relato, piensa lo siguiente como si comprendiera el cambio de los tiempos: “Y siguió confeccionando paquetes sin parar más mientes en su hermano, mientras Eusebio se quedó largo rato contemplando una de las naturalezas muertas que colgaban de la pared, cuyas liebres y perdices habían terminado por perder el color y, en consecuencia, por no estimular el apetito.” (p.129)

Los personajes actúan en función de conservar el estatus: unos por su poder económico que, como lo expresa Pablo Alvarado, determina el poder político y social; otros, según los medios que tienen a su alcance.

Una casa en el Barrio del Carmen posee algunos rasgos estilísticos que la caracterizan, tales como la presencia de un narrador que agota la mayoría de las funciones que puede asumir: la narrativa, la descriptiva, la ideológica, la apelativa y la expresiva.

Las pausas descriptivas y reflexivas son abundantes, la acción se detiene, el tiempo de la historia se detiene con el fin de dar detalles importantes para una mejor aprehensión de los hechos.

El lenguaje es popular, sin rebuscamientos; el narrador y los personajes emplean un lenguaje coloquial.

En fin, esta novela cumple un objetivo, como en algún momento lo expresa el narrador, que es transmitir un mensaje: en San José, pesan más los intereses económicos que las tradiciones y el sentir de los personajes que forman parte todavía del ser costarricense de principios del siglo XX. En este nuevo contexto social no preocupa la problemática que estos intereses ocasionan en el nivel existencial de aquellos que sufren las consecuencias de los intereses económicos de quienes de por sí detentan el poder.

Corriente existencialista: Carmen Naranjo, Diario de una multitud (novela, 1974)

En la novelística del periodo así denominado, los protagonistas son, en su mayoría, un hombre, una mujer, una familia o la juventud. El conflicto principal es la soledad, generalmente originada en la decadencia familiar. Ninguna novela había tratado el problema existencial como un producto de la sociedad masificada y no de carácter individual como predomina en esta corriente.

Diario de una multitud se ha seleccionado como una de las obras más representativas del existencialismo en la narrativa costarricense, no solo por su comprensión global del ser humano y de la sociedad del siglo XX, sino también por su riqueza temática.

El presente estudio está sustentado en un análisis inmanente de la novela de C. Naranjo, para el cual se ha recurrido a su tercera edición (EDUCA, 1982). Al final, se harán algunas breves consideraciones acerca del entorno histórico en que se generó la obra. Se seguirá el siguiente esquema: narrador, personajes, espacio y tiempo, acontecimientos y conflicto de la obra, desenlace.

Narrador (es)

La obra se caracteriza por la presencia de muchos narradores pertenecientes a todos los grupos sociales, así como diferentes técnicas narrativas. Las narraciones tienen varias modalidades: monólogos, narración en primera persona, diálogos anónimos, conversaciones telefónicas, diálogos familiares y comentarios colectivos de algún incidente (choque, carterazo). Como es característico en la narrativa de Naranjo, presenta diferentes puntos de vista de un acontecimiento.

Los narradores, en su mayor parte, son anónimos. La técnica narrativa más usada y que coincide con este anonimato es el diálogo entre personajes acerca de diferentes problemas de la sociedad actual, hasta llegar a la chismografía y el chiste.

El narrador prácticamente desaparece; como si se tratara de la televisión, se recogen las impresiones de los personajes, pero se siente un narrador invisible que se encarga de esa tarea. La razón de su invisibilidad es no comprometerse con los hechos presentados, dado el agudo nivel de crítica alcanzado en los problemas que se abordan en la obra. De hecho, prevalece el propósito de denunciar los males que aquejan a la sociedad urbana masificada costarricense de la época.

Personajes

El personaje principal es la masa urbana josefina. Como se señaló en lo referente al narrador, predominan los personajes anónimos -hombres, mujeres, niños y ancianos- para dar así el carácter de sociedad masificada. Sin embargo, se pueden identificar personajes por categorías sociales o por problemas existenciales, como el burgués, el gerente, el industrial, el comerciante, el burócrata, el artista, el limosnero, el alcohólico, la prostituta, el ratero; o bien, el hombre solitario, el hombre angustiado, el marginado, el trabajador rutinario.

Espacio y tiempo

El espacio real es poco claro a través del relato hasta que se produce el desenlace con la manifestación estudiantil en el Parque Central de San José. Se deduce que los hechos ocurren en la capital y sus suburbios. La novela termina con el saqueo por parte de la masa, con mención de diferentes puntos de la capital costarricense (Avenida Central, Mercado) por donde se extiende la violencia popular.

El tiempo es poco identificable; no hay referencia a hechos reales o históricos para definirlo, aunque se puede inferir que se relacionan con la segunda mitad del siglo XX, especialmente la década de los sesenta e inicio de 1970. La única referencia real es la aparición de la obra en 1974.

Acontecimientos y conflictos

La complejidad narrativa de la obra de Carmen Naranjo dificulta su análisis. Se pierde el hilo conductor de los acontecimientos y las narraciones devienen una especie de características de la sociedad actual. Estamos en presencia de una novela de espacio social y no de acontecimientos.

Diario de una multitud es una tragicomedia, una sátira de la sociedad urbana josefina. En todas las secuencias narrativas, y en especial en la conclusión, está presente la sátira, que en muchos casos se convierte en chiste y ridiculización de los protagonistas.

La novela se encamina a señalar la crisis de valores del siglo XX que se recrudece en la masificación social. La crisis se manifiesta en los vicios sociales, culturales, políticos y religiosos que provocan una angustia existencial en la sociedad. A partir de este momento, el análisis seguirá el orden de los vicios o crisis de valores señalados, sin que este orden y su división representen alguna priorización de aquellos.

-Sociales

En la obra se pueden encontrar los vicios sociales del consumismo, las apariencias, la deshumanización, la cosificación de las personas, el alcoholismo, el machismo, la chismografía y la hipocresía.

El consumismo en la novela se relaciona especialmente con las mujeres y los baratillos; ellas compran aunque no necesiten los objetos que adquieren. Una mujer dice: “Compré a lo loco, me gasté la plata del mes, pero qué precios” (p.73). El afán consumidor llega hasta la histeria colectiva; las mujeres se arrebatan las prendas con el deseo de comprarlas solo ellas.

Otro ejemplo que muestra el espíritu consumista es el de una mujer que espera a una amiga para ir a un baratillo. Mientras la amiga se arregla -se peina, se maquilla- y contesta el teléfono, la otra se desespera porque no van a llegar a tiempo; para calmar su angustia toma pastillas y tal es su desesperación que termina en el baño con el estómago descompuesto (p.77-78).

En cuanto a las apariencias, están las mujeres como ejemplo, sobre todo en lo que respecta a su arreglo personal -maquillaje- y vida burguesa -carro, chofer-. Hay una narración acerca de una dama que se prepara para la boda: hace listas de regalos, prepara vestidos, se maquilla, piensa en la ceremonia y el sacerdote -compromisos sociales-. La ceremonia dura muy poco, lo que demuestra lo efímero de las cosas; los preparativos fueron para complacer a los demás (p.153-157).

La deshumanización es uno de los problemas más graves e identificables de la sociedad contemporánea; en la novela se presentan varios casos: el carterazo (p.136-137), el choque de automóviles (p.157-159), el funeral (p.190-191), el regreso de un hombre a la hora del almuerzo (p.196-200).

En todos los casos, la masa ve los hechos como un espectáculo; se aglomera, disfruta de estos; no le importa la situación de la persona afectada. Cuando el hombre muere en la calle, tirado en el suelo, el público se reúne a su lado, especula si se trata de un borracho, un epiléptico, un limosnero o un ladrón. La gente grita, hay carcajadas. El espectáculo termina con la aparición de la policía, los periodistas y la Cruz Roja, quienes arman otro espectáculo.

El hombre que regresa a su hogar al mediodía, por ejemplo, es un burócrata que en su trayecto se convierte en testigo de un accidente, un robo, un funeral y una presa de autos. Protesta a cada instante contra los demás, piensa solo en la comida y paladea diferentes platillos que le esperan. Al final, alude a que él va a misa todos los domingos y que cumple sus obligaciones de cristiano.

En cuanto a la cosificación, se da el relato de un personaje que monologa sobre su deseo de un país sin volcanes, sin presidentes ni cédulas de identidad. No cabe duda de que piensa en que el ser humano se ha convertido en un número, en estadística (p.125). Además, tiene que adaptarse a una vida sistemática, programada, de distinciones, privilegios y apariencias (p.173-176). Las reglas han provocado la masificación del hombre, la han igualado en la mediocridad -familia, educación, cultura-. El egoísmo no permite la superación por la carencia de valores (p.214-216).

El alcoholismo y el machismo son dos de los males que siempre han perjudicado a la sociedad costarricense. El primero es visto como una “cultura nacional”, la “cultura del guaro” que se da en todas las clases sociales. En tono satírico es presentado este problema: dos personajes anónimos se quejan del costo de la vida, hacen críticas y uno de ellos dice que por eso desayunan con ron (p.61-62).

El machismo -sexismo- aparece en relación con la mujer y su papel en la sociedad. En una narración, un hombre aconseja a otro que se aproveche de la novia, que no sea tonto y que no se enamore; al final, se conoce que el machista tuvo un fracaso amoroso y de ahí viene su conducta (p.112-116). Otra secuencia narrativa de contenido similar es aquella en la que dialogan dos hombres: uno trata de reivindicar a la mujer y el otro le contradice; el opositor manifiesta que la mujer tiene un rol sexual, que el dinero y la política son más importantes (p.180-181).

La chismografía y la hipocresía son dos productos de la masificación en la sociedad. El hombre se complace en detractar a la familia, a los vecinos, a los amigos y a los compañeros de trabajo. Es característico del costarricense restarles méritos a los demás y aplicar la “ley del serrucho”. La hipocresía se ampara en el chisme, la murmuración, el anonimato. El teléfono es el medio más utilizado para desacreditar a las personas. Lo peor de esta situación de chisme e hipocresía es que el ser humano actual, no obstante, se siente generoso, leal, noble, valiente, humanista, modesto y cristiano (p.111).

-Culturales

La crisis de valores culturales en la novela comprende la educación, la cultura misma y el papel de los medios de comunicación.

La crisis educativa es de carácter familiar e institucional. Por ejemplo, un homosexual se queja ante sus amigos de que así fue criado, que él es producto de la degeneración familiar; prefiere fumar marihuana con sus amigos y les pide que no lo dejen solo (p.61).

La decadencia de la educación institucional está presente en la novela cuando un estudiante rebelde critica a los profesores por darles una educación teórica y sin análisis. Según él, se necesita el cambio, romper con las organizaciones; él presiente ese cambio, pero no quiere asumir el papel de orador ni de escritor (p.39-41). Otro ejemplo de la educación institucional es Alfredito, quien se queja de la trivialidad de la gente. Lo critican por hacerse notar y termina tímido y acomplejado por la sociedad. Alfredo José culpa a la escuela y al colegio y se conforma con odiar a los demás (p.43-46).

La crisis cultural abarca el arte y el teatro. Un personaje de teatro -actor- critica la ignorancia del siglo XX, así como la crisis de la cultura y la educación demostrada por la gente idiota que asiste al teatro a bostezar. Ejemplo de la decadencia cultural contemporánea es el siguiente: “El complejo de hoy es el de Sócrates. Hay que envenenar a los que saben, a los que crean, a los que pueden demostrarnos algo, a los inteligentes, a los que hacen arte, a los que dan un poco más de lo normal.” (p.27)

Los medios de comunicación colectiva no escapan de la crítica en la novela. La radio, la televisión y la prensa tergiversan los hechos; son sensacionalistas. La prensa los utiliza para vender más ejemplares. Como se señaló anteriormente, el teléfono es el medio más empleado por las personas para escudar su anonimato. En la novela se presente una ingeniosa narración sobre el teléfono, en tono satírico. Este medio se emplea para cosas fútiles como conversaciones entre amigos, familiares y enemigos; también sirve para comunicar el amor, los negocios, los chismes de adulterio, el divorcio, la película, el funeral, la boda, el incendio, el que jugó la lotería, las verdades y las mentiras (p.35-38).

-Políticos

La crisis de valores políticos en la novela se muestra con el arribismo, las maniobras, la corrupción y la demagogia, además de la corrupción comercial y su relación con el gobierno.

El arribismo en la política es parte de una sociedad en la que el dinero se ha convertido en la medida de todas las cosas. El ser humano desde que se levanta hasta que se acuesta solo piensa en el dinero y no le importan mucho los medios para obtenerlo. En la obra, Arturo, arribista y oportunista, desde niño vendió periódicos y lustró zapatos; después, se tituló de abogado y para sobrevivir sirvió a la izquierda y a la derecha políticas; así, compró casa y se casó con una mujer burguesa. Pero a Arturo se le agotan las maniobras, tiene que guardar el título y dedicarse a agente vendedor (p.89-80).

El punto más irónico del arribismo se observa en esta narración: “Yo voto por usted. Lo he pensado largamente. Yo soy un tipo reflexivo. Yo mido ventajas y desventajas. Yo no soy nada fácil. Yo soy un poco rebelde. Yo soy analítico. Yo peso mucho las opiniones. Yo pienso seriamente en las palabras. Yo medito. Y yo estoy con usted. ¿Se da cuenta? Yo voto por usted.” (p.111)

La maniobra política denota la crisis de valores del momento. En una reunión, el Presidente y sus ministros comentan un panfleto en el que se critica la situación del país; se ignora su procedencia, pero se achaca a jóvenes. Los congregados deciden contrarrestar el contenido del panfleto con una campaña de moralización: eliminación de prostíbulos, de alcohólicos, de drogadictos, de mendigos, de centros de juego y perversión. A los que redactaron la hoja -se infiere que son estudiantes universitarios- hay que buscarlos para darles becas y algunos puestos en el gobierno para que se callen.

Con respecto a la corrupción política, aparece una secuencia en la que conversan dos hombres sobre la política y sus maniobras; hablan de los políticos don Pedro y don Juan -en sentido genérico-. El primero ambicioso, el segundo honesto, lo mataron camino a su casa misteriosamente; don Juan era el principal rival político de don Pedro. La rivalidad continúa por generaciones. En este diálogo, se critica que los amigos del Presidente se hacen ricos, sus enemigos aumentan, pero les teme más a los que le rodean (p.72-73).

La demagogia no podía faltar en la crítica de los vicios políticos. Un grupo de campesinos espera en una sala gubernamental; tienen cita con el Presidente para resolver el problema de la cañería del pueblo. El mandatario, en campaña, les había prometido que su primera obra pública sería la construcción de esa cañería; sin embargo, pasaron tres años y la obra no fue realizada. Los campesinos piensan en construir primero la cañería y luego la escuela, el colegio, las calles, las aceras y el parque en el pueblo de Ojillo. La cita con el Presidente fracasa y, después de varias horas de espera, se dirigen frustrados camino a su pueblo (p.128-133).

Los negocios turbios y los contubernios políticos son cotidianos en nuestro país. En la novela aparece un solo ejemplo. Dos hombres conversan acerca de Edgar, asesor presidencial y comerciante que siempre habla de honradez, a quien le descubren un contrabando de licores en el garaje y en el sótano de su casa. La policía rodea el área y le informa su arresto. Edgar declara ser inocente y que algún enemigo puso las botellas ahí. Como estaba almorzando invita a la policía. La pantomima termina cuando los policías se van y dejan a un guarda en la casa del imputado, el cual aprovecha para deshacerse de la prueba (p.216-218).

-Religiosos

La crisis de valores religiosos consiste en acudir a los mitos moralistas como el diablo, la maldad y el pecado como formas de represión. La mujer es la más perjudicada; se privilegia la virginidad y se ponen en entredicho el sexo, el adulterio, la viudez y la infidelidad. También se dan episodios sobre escepticismo hacia la religión.

Unos vecinos -hombre y mujer- se encuentran. Ella viene de misa y él le dice que tiene ganado el cielo por ser caritativa, humanista y poseedora de un hogar perfecto con hijos. Ella habla del diablo y su presencia en el mundo, ya que provoca guerras, comunismo, peleas familiares y adulterio. A su vez, la mujer hace chismes de las vecinas, de sus hijas (adulterio) y critica la soberbia y la vanidad (p.28-31).

Los prejuicios y el temor del sexo están presentes en las relaciones íntimas de las personas, en particular de la mujer. Así, se da el caso de una pareja que descansa después del almuerzo; él quiere tener relaciones y ella se opone por ser de día; se le alteran los nervios, escucha que tocan la puerta y suena el teléfono; se cohíbe más (p.206).

El papel de la mujer en la sociedad costarricense está condicionado por el mito machista o sexista. Dos hombres conversan sobre lo que hablan las mujeres: “De las mil y una formas de conservarse joven. Las más austeras aspiran a la inmortalidad. Las más sacrificadas se conforman con una reencarnación compensatoria. Las más generosas con una larga lista de Orfeos.” (p.127)

La crítica a la crisis religiosa está presente en el escepticismo de algunas narraciones. Un adulto y un niño se refieren a la creación del mundo, del cielo y del catecismo. El adulto trata de infundirle los valores cristianos y sus mitos. El niño reconoce a Dios solo por postal como un señor con barbas; de nada le valen las enseñanzas de obediencia ni el propósito de que sea un niño bueno. El adulto apenas logra que el pequeño se persigne y le promete, en lugar de libros ilustrados sobre el paraíso, uno de cuentos. El escepticismo es evidente (p. 97-99).

Angustia existencial

La crisis de valores sociales, culturales, políticos y religiosos desemboca en una gran angustia existencial del hombre del siglo XX, lo que converge en un problema global de deshumanización que se infiere de la lectura de la novela.

Los problemas existenciales que agobian al ser humano contemporáneo son, en la obra: la soledad, la incomunicación, el miedo de vivir, la rutina (vida y trabajo), la trivialidad y el temor al cambio, el tiempo y la prisa de la vida moderna, el cansancio físico-espiritual; la timidez ante la vida, amor, trabajo y amistades; el orden y disciplina en el hogar, la escuela y el trabajo; el papeleo, que es símbolo de incomunicación y desinterés de la gente; la evasión hipocondríaca (enfermedades que consumen la vida de las gentes y posibles enfermedades); los compromisos económicos como las deudas y los ingresos para la alimentación. El punto más degradante es llegar al desgano vital, convertirse en un ser vegetativo que aspira solo a sobrevivir; o el caso del héroe frustrado que odia a los demás como escape a su vida insípida. Son innumerables los ejemplos que ofrece la obra.

En Diario de una multitud prevalece la tesis de que todo está en crisis, al borde de la explosión social. De inmediato surge la interrogante: ¿cómo se mantiene esa sociedad tan relativamente pasiva y cuáles son sus formas de evasión?

En la lectura del relato, se intuye que la masa recurre a diversos escapes, como: la suerte -lotería-, los medios sobrenaturales (pócimas, hierbas recetas), el horóscopo, el fútbol, el alcoholismo, el consumismo, la chismografía, el mal de los demás, el odio contra estos, el acomodamiento a la situación para sobrevivir. Así mismo, están los sucesos que para los citadinos se convierten en espectáculo, como los accidentes, los carterazos, los choques de automóviles, los funerales, la manifestación estudiantil; en síntesis, se disfruta con el mal ajeno.

El último paso de la masa es la violencia, espontánea, aprovechándose de la anarquía para saciar instintos reprimidos; el individuo se sacude en la masa.

Una manifestación de estudiantes en el Parque Central de San José termina en el choque de los jóvenes y la policía. El pueblo -la masa- aprovecha la anarquía para saquear e incendiar los establecimientos comerciales; cada cual toma lo que siempre le fue vedado: un televisor, joyas, telas, ropa. Cabe destacar que la gente prefiere los objetos a los alimentos, como es lógico en una sociedad consumista y asediada por el efecto de la demostración.

Después de la manifestación, se dan diferentes ángulos u opiniones de las causas que la provocaron. Cada cual opina de acuerdo con sus intereses -la policía, los comerciantes, la prensa, los apresados-. Todos distorsionan los hechos.

Desenlace

La novela Diario de una multitud es una obra de denuncia, de diagnóstico y de alerta ante la crisis de valores de la sociedad costarricense y de su inminente camino a la violencia. La conformación de la masa urbana no permite la organización de la lucha para combatir la crisis; es más, le niega ese papel y elude la estructura de clases.

La novela es una advertencia de que la crisis de la sociedad actual se puede evitar si se trata a tiempo. El conflicto es solo de valores y estos se pueden rectificar. En cuanto al pueblo, este se conforma con pan y circo.

Ahora bien, si el pueblo no es capaz de combatir y detener la crisis de valores, entonces cabe preguntarse a quién corresponde esta misión. Es a la clase intelectual-burocrática a quien compete esta labor. La novela, precisamente, está dirigida a este sector social. La clase media ha perdido, gradualmente, participación política en las decisiones gubernamentales; se le ha ido desplazando de ellas. Con la crisis mundial y local que cobra fuerza en la década de 1970, una burguesía industrial y gerencial la ha ido sustituyendo. Además, los partidos políticos se han hecho más selectivos, más cerrados a la influencia de la clase media.

Resulta en cierto modo contradictorio el grado de crítica alcanzado a lo largo de la novela respecto al desenlace, simple y atenuado. Ya desde la concepción del narrador o los tipos de narradores, se evade todo compromiso con lo que se plantea. El narrador “invisible” recoge las impresiones de los miembros de la masa urbana. La obra busca, como fin, la denuncia y se queda ahí; no hay opción de cambio. Esta posición es comparable con la del médico que diagnostica bien y entre la decisión de recetar pastillas u operar, se quedó con la primera por el temor de matar al paciente; prefiere que este sobreviva con sus males con la fe de que sanará gradualmente.

Con la crisis, la estructura socioeconómica no se resquebraja más; al contrario, se fortalece la burguesía agrícola, la industrial y la comercial (la novela no lo aborda). El temor que subyace en la obra y su contradicción en el aspecto de la crisis de valores obedece a que peligra la superestructura social; los elementos que le dan legitimidad al sistema están en crisis: la educación, la familia, la religión y las instituciones estatales. Es evidente que en la novela esto se oculta para convertirlo en un problema de deshumanización de la sociedad moderna costarricense que produce diferentes tipos de conflictos existenciales.

Bibliografía

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Naranjo, C. (1982). Diario de una multitud. 3ª. edición. San José, EDUCA.


1 Esta y las siguientes citas pertenecen a la segunda edición (San José, Editorial Costa Rica, 1976). En adelante solo se indica el número de la página. Esta obra mereció el Premio Aquileo J. Echeverría en cuento en 1965. Su primera edición data de ese año por la misma editorial. La segunda edición revisada bajo el mismo sello editorial es de 1976, así como la tercera de 1977.


** Académicos jubilados del Instituto de Estudios Latinoamericanos

**** Académico ad honorem del Instituto de Estudios Latinoamericanos

**** Ex académica del Instituto de Estudios Latinoamericanos. Fallecida


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