R E P E R T O R I O


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A M E R I C A N O


Segunda nueva época N.° 32, Enero-Diciembre, 2022

ISSN: 0252-8479 / EISSN: 2215-6143


Auristela Castro de Jiménez, educadora, mujer y poeta

Luis Gustavo Lobo Bejarano

Investigador independiente

San José, Costa Rica

luisgustavolobobejarano@gmail.com


La literatura escrita por mujeres -y posteriormente la literatura feminista- costarricense se inició con el siglo del progreso -como diría Eduardo Calsamiglia-, ya que en la época colonial el referente femenino fue la señorita Manuela Escalante. Hoy sabemos, a la luz de estudios e investigaciones más recientes, que ella no fue el único referente, pero ha sido la que ha captado la atención de los historiadores. Según la Historia de la literatura costarricense, Manuela Escalante “vive en nuestra tradición con cierta tonalidad sentimental” (Bonilla, 1981, p. 103).

Las mujeres de la época comenzaron a escribir, sobre todo, poemas en prosa. Del análisis de esta materia se encargó el Dr. Carlos Francisco Monge, en su obra respectiva. Autoras como Clara Diana, María Fernández de Tinoco o Blanca Milanés son buenos ejemplos al respecto, mientras que María Isabel Carvajal, nuestra reconocida Carmen Lyra, presentó una bifurcación entre la obra de carácter literario -incluso en la literatura infantil- y los textos de más connotación política y social. Son pocos los textos de Carmen Lyra que podríamos considerar poemas en prosa.

La designación como primera poetisa (o poeta, al uso actual) costarricense no es gratuita. Antes de continuar, expliquemos la situación. Según el Diccionario panhispánico de dudas, “poeta, tisa es Persona que escribe poesía, El femenino tradicional y más usado es poetisa. (…) Modernamente se utiliza también la forma poeta como común en cuanto al género (el --/la poeta)” (p. 510). Lo cierto es que el término poetisa ha tenido connotaciones negativas. Ha evocado ignorancia, incapacidad, cursilería, afectación, entre otras cosas. Manuel Seco, en la décima edición de su Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española, documenta el uso de poetisa, por lo menos, desde el siglo XVII, con una cita de Quevedo: “¡Gran poetisa!” Pero advierte también que hay ciertas prevenciones en el presente contra este femenino tradicional. El lingüista muestra que hubo un uso desvalorizado del femenino poetisa. Y lo hace con un párrafo del escritor Leopoldo Alas “Clarín”, quien en 1881 escribía: “La poetisa fea, cuando no llega a poeta, no suele ser más que una fea que se hace el amor en verso a sí misma (Solos de Clarín, Madrid)”. (Jiménez España, 2020)

Sin embargo, la crítica de la época en Costa Rica utilizó el término poetisa no con un carácter peyorativo sino más bien siguiendo esa tradición que apunta el Diccionario panhispánico de dudas. Así pues, no se sorprenda el lector que en el texto de nuestro artículo aparezca dicho término sobre todo en citas textuales de escritores y críticos de la época.

Auristela Castro de Jiménez fue la primera poeta costarricense. Leamos a Rogelio Sotela:

Podemos afirmar sin temor de equivocarnos que doña Auristela de Jiménez es, por todo sentido, nuestra primera poetisa. Primera, cronológicamente, porque antes solo ha habido malos ensayos entre las cultivadoras de la poesía, y primera porque su poesía, entre las pocas que hoy la escriben, es preeminente.

Sus versos se distinguen por una sencillez noble y por una orientación sana; diríamos que es la suya, poesía de mujer equilibrada, sin alardes de erudición, sin afán de parecer literata. (Sotela, 1942, p. 398).


Este criterio, con todo y los juicios de valor que hoy nos parezcan peyorativos, está muy acorde con su momento histórico. Era una época demasiado patriarcal donde las mujeres todavía no tenían acceso, por ejemplo, a la política. La labor femenina era más que todo hogareña y en el campo de la educación.

Doña Auristela formó su familia con el pintor Ezequiel Jiménez Rojas. Es tal la importancia de don Ezequiel y de su familia que, si el lector nos lo permite, quisiéramos hacer una breve relación sobre esta. Algunos datos los tomaremos del libro de Alfonso Jiménez Rojas (2013) citado en la bibliografía.

El 11 de diciembre de 1834, en la Iglesia del Carmen, era bautizado Ezequiel Jiménez Vargas. Sus padres, Juan Jiménez Leitón (1809-1879) y Josefa Vargas Castillo (1810-1888), se encargan de hacer de él un hombre de bien. Sabemos que “por los años mil ochocientos setenta y tantos” tenía un “establecimiento o tienda de comercio”, cuenta su hijo Alfonso (Jiménez Rojas, 2013, p. 78).

Por esos mismos años, exactamente en 1870, “era mi padre Ezequiel Jiménez Vargas, Secretario de la Corte Suprema de Justicia” (Jiménez Rojas, 2013, p. 33). “Hasta octubre de ese mismo año había tenido a su cargo la Secretaría de la Sala Primera de la Corte Suprema de Justicia” (Jiménez Rojas 2013: p.77).

El señor Jiménez Vargas contrajo matrimonio el 6 de julio de 1860 con la señorita Feliciana Rojas Valverde (1836-1921), hija de José Antonio Rojas Alvarado (1808-1896) y Bernardina Valverde Alpízar (1812-1892). El matrimonio, señala el historiador Eduardo Oconitrillo García, en su libro sobre don Elías Jiménez Rojas, tuvo doce hijos. Sin embargo, en nuestras investigaciones tenemos una lista de 14 nombres, muchos de los cuales requieren confirmación. Los hijos del matrimonio fueron: Juan Alberto de la Trinidad (1862), Alfonso (1865-1937), Francisca Dolores de la Trinidad (1867), Ezequiel Celestino de la Trinidad (1869-1957), Elías Celso de la Trinidad (1869-1945), José Ricardo de la Trinidad (1878), Mariano (referente por la cadena farmacéutica que llevó su nombre), Emilio, Julio, Gonzalo, Lola, Ramona, Amelia (citadas estas últimas tres por Eduardo Oconitrillo) y Justina (fallecida en 1894) de quien apunta su hermano Alfonso en la crónica que titula El año 1894: “en la noche del 23 al 24 de febrero de aquel año, agonizaba mi excelente hermana Justina, quien había caído gravemente enferma poco antes de que muriera mi padre, hacía como diez meses” (Jiménez Rojas, 2013, p. 243).

Su vivienda se ubicaba en pleno San José frente al Seminario (Jiménez Rojas, 2013, p. 94), sita en avenida 4, calles 1 y 3, donde hoy se encuentra el Banco Popular. Pero ya para ese año no vivían en esta casa “sino en el borde sudeste de la población, en una de las casas de don Gabino Bermúdez, cercana a la plazoleta de La Soledad” (Jiménez Rojas, 2013, p. 244). Es interesante leer las palabras de este autor respecto a la educación que se daba en el ámbito familiar. Señala que los muchachos eran sometidos a cierta disciplina. Textualmente dice:

No se piense, sin embargo, que se trataba de un régimen de tiranía. Por mi parte digo que no lo conocí en el hogar paterno. Mis padres estaban lejos de ser duros, violentos o faltos de justicia: sumamente bondadosos por sus condiciones personales, no podían caer en los extremos que conducen a la tontería e ignorancia o el desequilibrio mental. Lo cierto es que nos guiaban, a mis hermanos y a mí, con dulzura, pero con firmeza, hacia el cumplimiento del deber entendiendo por tal principalmente la obligación de no causar daño a otro, ni en su persona, ni en sus bienes. Jamás transgredían con nada que violara sus principios fundamentales. Procuraban acostumbrarnos desde la infancia al trabajo, la exactitud, el orden y a sufrir los contratiempos y penalidades que no era posible remediar. Nos infundían constantemente la idea de la responsabilidad personal. ¡Cómo podría olvidar, aunque viviera mil años, las lecciones y ejemplos que en ese sentido nos diera nuestra madre, consagrada abnegadamente a su hogar, e inspirada siempre hasta en las horas de dolor y desconsuelo, por las ideas de honor y de justicia, en ella altísimas, que idealizaron su existencia...! En cuanto al respeto a la propiedad ajena, por ejemplo, no consentía ella la transgresión al parecer más insignificante; con mucha razón, puesto que en eso no puede haber término medio. Así, una vez hizo que uno de mis hermanos fuera a dejar unas frutas de escaso valor, guayabas o naranjas quizás, al potrero del cual sin permiso las había cogido. Se propuso con eso que si no las llegaban a aprovechar los ganados del propietario, en todo caso no las aprovecháramos nosotros indebidamente. Y en caso de que halláramos dinero perdido, una moneda que fuese, hacía que lo lleváramos al párroco, con la confianza de que este se lo devolvería al perdidoso si, según la vieja costumbre, acudía a él en busca de lo perdido, o de que, por lo menos, el cura lo emplearía en alguna obra de beneficencia.

Fuera de las horas de escuela cuando a ella teníamos que asistir, y de las dedicadas a las tareas, había para nosotros los muchachos otras de trabajo al servicio de la familia, las mujeres en la casa, los varones en donde fuese necesario. Nos correspondía a los últimos hacer los mandados, especialmente los de las compras de las cosas que requerían las necesidades de la familia. (Jiménez Rojas, 2013, p. 14-15).


Hemos citado extensamente porque nos ha parecido que, en esta descripción, el escritor nos pinta un cuadro sumamente interesante: tal era la educación que muchos recordamos contaban nuestros padres y abuelos. Esta educación, que hoy hemos perdido, desgraciadamente, es la que heredamos de los mayores y que provenía desde tiempos coloniales.

Pero, bueno, abandonemos al Segundo Bibliotecario de la Universidad de Santo Tomás, Alfonso Jiménez Rojas, para concentrarnos en la vida, la obra y el legado cultural de la familia Jiménez Castro.

EZEQUIEL JIMÉNEZ ROJAS

Ezequiel Celestino de la Trinidad Jiménez Rojas nació en San José el martes 6 de abril de 1869. Fue gemelo con su hermano Elías Celso de la Trinidad Jiménez Rojas. Recibieron el agua bautismal mismo día.

Su educación formal la realizó en San José. Durante esta época sus pinturas y dibujos fueron premiados en diversas ocasiones. Fue la benéfica influencia materna la que hizo que el joven se inclinara por las artes plásticas. Y es que la vertiente artística no era ajena al entorno familiar. Prácticamente todos los hermanos tenían alguna virtud artística. Y de todos, los que demostraron ser artistas notables fueron Ezequiel y Ricardo (bautizado como José Ricardo de la Trinidad) que se dedicó activamente a la música. Su orquesta fue reconocida en el ámbito musical costarricense.

Dada la dificultad para recibir instrucción artística, Ezequiel comienza a pintar -de manera autodidacta- a la edad de 12 años, en 1881. Poco después, ingresó en el Instituto Nacional, a la sazón, separado de la Universidad de Santo Tomás y regentado por el sabio español Valeriano Fernández Ferraz (1831-1925). Fue don Valeriano el primero en enseñar historia de las artes en el Colegio de San Luis Gonzaga. Cuatro años más tarde, cuando el pintor contaba con 16 años, en 1885, doña Feliciana, su madre, que había advertido las cualidades de su hijo para la pintura, lo hizo tomar clases con el artista Henry Etheridge (1862-1893), quien había sido maestro en South Kensington, en Londres. En nuestro país, Etheridge fue el mentor de Enrique Echandi (1866-1959), uno de nuestros más relevantes pintores.

En 1896, el gobierno del Lic. Rafael Yglesias Castro contrató al notable pintor español Tomás Povedano de Arcos (1847-1943), a fin de que organizara y dirigiese la Escuela Nacional de Bellas Artes. Para esta época, ya Ezequiel laboraba en el Ferrocarril Eléctrico al Pacífico. Ezequiel se matriculó en la Escuela Nacional de Bellas Artes gracias a un permiso especial que le otorgó el propio presidente Yglesias y que no le fue revocado por los gobiernos posteriores. Permaneció en la institución hasta el año 1914, cuando ya contaba con 4 años de matrimonio y tenía dos hijas de 2 y 3 años respectivamente.

La vida transcurrió normalmente hasta la década de los años 40. El 13 de octubre de 1945 a las cero horas y treinta minutos falleció Elías, su hermano gemelo, víctima de un ictus apopléctico, según consta en la partida de defunción expedida -a solicitud nuestra- por el Registro Civil.

Poco después, la crisis política de los últimos años de esa década y el consecuente triunfo del Ejército de Liberación Nacional comandado por José Figueres Ferrer, hace que durante unos pocos años Ezequiel junto a su familia deban exiliarse en Nicaragua, mismo país donde encontró refugio el ex presidente de la República Dr. Rafael Ángel Calderón Guardia. Pero, para 1952 se encuentran de nuevo en San José. Un lustro es lo que resta de vida al pintor. Tiene el agravante de que su vista se va debilitando cada vez más, haciendo difícil que pueda dedicarse a la pintura. El 4 de marzo de 1957, a las cinco horas, Ezequiel Jiménez Rojas fallece víctima de una bronconeumonía que lo aquejaba. Su familia se encargó de resguardar, durante mucho tiempo, su patrimonio pictórico. Hoy, mucha de su producción le pertenece, afortunadamente, al Museo de Arte Costarricense.

Fue Ezequiel Jiménez Rojas, antes que Fausto Pacheco (1899-1966) el introductor no solo del paisaje campesino, sino de las casas de adobe como tema pictórico en la plástica tradicional costarricense.

AURISTELA CASTRO MUÑOZ DE JIMÉNEZ

“Isabel Auristela de los Dolores Castro Muñoz, mujer, nació en Centro distrito del cantón de Santa Ana de la provincia de San José, a las diez horas del día cinco del mes de noviembre de mil ochocientos ochenta y seis”, dice la partida de nacimiento de la escritora que obra en nuestro poder. Y aunque al margen de esta consta su defunción, no aparece el apunte sobre la defunción del cónyuge. Fueron sus padres Francisco Fidel Castro González, contabilista y Justa Muñoz Rivera, de oficios domésticos.

Al concluir su primera instrucción fue favorecida con una beca para realizar estudios en el Colegio Superior de Señoritas, institución de la cual se graduó como Maestra Normal en 1903. De inmediato, comenzó a ejercer su profesión.

Entre 1903 y 1910, se dedica de lleno ala educación. Comenzó su carrera docente en la Escuela No. 7 del centro de San José. La gran mayoría de los estudiantes de dicho centro educativo eran de condición humilde. La preocupación de la educadora por la salud de los pequeños la hizo conseguir el establecimiento de las colonias escolares veraniegas. Así, los muchachos podían disfrutar de vacaciones veraniegas saludables, incluso cuando sus padres no estuvieran en condición de proporcionárselas. Con tal objeto “se constituyó un patronato integrado por Auristela Castro de Jiménez, Marcelina Bejarano de Loría, Estela González, Ángela Acuña, María Isabel Carvajal, Corina Rodríguez, Lilia González, Fausto Coto, Roberto Brenes Gudiño y Francisco María Núñez” (Acuña de Chacón, 1969, p. 161).

En 1910, la educadora contrae matrimonio. Pero dejemos que sea la propia partida matrimonial la que nos informe: “Ezequiel Jiménez Rojas y Auristela Castro Muñoz han contraído matrimonio católico según consta de la certificación que dice:”

Mardoqueo Arce, Secretario de la Curia certifico: que a las seis de la mañana del día nueve de julio de mil novecientos diez a presencia de los testigos Alfonso Jiménez y Mercedes Castro, el excelentísimo y Reverendísimo señor obispo doctor Juan Gaspar Stork celebró el matrimonio de Ezequiel Jiménez Rojas, mayor, de cuarentaiún [sic] años, soltero, pintor y vecino de esta ciudad, legítimo de Ezequiel Jiménez y Feliciana Rojas, costarricenses, con Auristela Castro Muñoz, mayor, de veinticuatro años, soltera, maestra y vecina de esta ciudad, legítima de Francisco Castro y Justa Muñoz, costarricenses. Este matrimonio fue celebrado en la (iglesia) digo Capilla del Palacio Episcopal, previas las formalidades de ley. Dada en el Palacio Episcopal a los diez días del mes de Julio de mil novecientos diez. Mardoqueo Arce. No existe en este Registro impedimento para hacer esta inscripción. San José a la una del día veintitrés de Diciembre de mil novecientos diez.

Señala Ángela Acuña que doña Auristela Castro “había hecho un paréntesis de diez años para contraer matrimonio y atender, en su infancia, a sus dos hijas”. (Acuña de Chacón, 1970, p. 406).

¿Comenzó el paréntesis ese sábado que contrajo matrimonio? No sabemos. De lo que sí tenemos certeza es de que sus primeras composiciones fueron publicadas en la revista Colección Eos, bajo el seudónimo de Eosina. La revista, como sucedió con algunas más, era dirigida por su cuñado Elías Jiménez Rojas.

Al respecto, y solo como una curiosidad, señalemos que la académica Isabel Ducca Durán (2013, p.150 ss.), en su artículo “Identidades y misterios en La Linterna y Colección Eos”, trata de demostrar -bastante infructuosamente, por cierto-, que EOSINA no era otra que María Isabel Carvajal (Carmen Lyra). Hoy sabemos certeramente que el seudónimo correspondía a Auristela Castro de Jiménez.

En 1964, el periódico Mujer y Hogar publica un somero artículo de Francisco María Núñez (1892-1984) al respecto. Poco después, Auristela Castro de Jiménez le responde al ilustre periodista, contando el origen de EOSINA.

Es por el interés que generan estos escritos que nos permitimos transcribirlos completos. Llegaron a nuestras manos cuando uno de los herederos de la escritora nos hiciera llegar un par de álbumes con una serie de recortes de periódicos y revistas que la misma familia había recogido amorosamente. Son dos tomos grandes de 53 x 42 centímetros, con una serie de recortes que ameritan un libro. Solamente hay un problema: como era costumbre en la época se recortaba el texto y las más de las veces no se citaba la fuente original. Cuando se ha tenido suerte la fuente viene citada y cuando hemos podido nos hemos encargado de restaurar el dato pero no sucede en todos los casos. Así ocurre con la respuesta de doña Auristela. Sin embargo, insistimos, lo consideramos de una relevancia tal que vamos a transcribir los dos artículos a continuación.

¿Quién era “Eusina” [sic] la poetisa que se inició en la Revista EOS?

Asiduamente aparece el nombre de la profesora, doña Auristela Castro de Jiménez en el semanario MUJER Y HOGAR. Unas veces leemos su prosa amena, otras sus versos inspirados, cuando no son varias sus colaboraciones.

¿Cuándo comenzó a publicar sus trabajos doña Auristela? Eso lo ignoran muchos de los que la leen y saborean sus escritos.

Fue a principio de siglo, el Maestro don Elías Jiménez Rojas editaba su Revista EOS y le comenzaron a llegar unos versos cubiertos con el seudónimo de: “EUSINA”.

Don Elías, entre intrigado y curioso los comenzó a publicar tratando de localizar la mano de quien los hacía llegar periódicamente, a fin de conocer quién era el autor o la autora. Por los temas y por el sentimiento que se apreciaba en ellos, era fácil pensar que los escribía una dama.

Un día fue don Elías en busca del ilustre catedrático español don Valeriano Fernández Ferraz, para mostrarle esos versos e inquirir sobre la capacidad de la autora.

El doctor don Valeriano, calando bien sus gafas, leyó una y otra página, sus ojos parecían iluminarse de gozo, y pronto expresó:

-Estos versos no son primiciales. Seguramente la Autora debe conservar un cuaderno con sus ensayos. Hay técnica, dominio de la palabra y gran sentimiento.

Un día de tantos el pequeño mundo intelectual costarricense supo que la escritora “EUSINA” era doña Auristela Castro de Jiménez.

Han pasado muchos años y la pasión de la escritora, sigue floreciente. Ni las penas ni los quebrantos de salud le causan desazón. En su cuarto de estudio, lee, piensa y escribe, siempre en plan de alentar a los niños y de marcar rutas a los mayores. Sus versos y su prosa son destellos de esperanza; anhelos por reafirmar la fraternidad humana.

Francisco María Núñez.

Estas líneas fueron respondidas de la siguiente manera:

A don Francisco María Núñez para expresarle mi agradecimiento y contarle acerca de Eosina.

Sr. don Francisco María Núñez,

Pte.

Muy estimado Paco:

Acabo de leer su fina referencia en Mujer y Hogar y he pedido unas pulgadas para expresarle mi agradecimiento. Usted -pulcro escritor que ha prestigiado las columnas de la prensa con donosos artículos bien documentados- conoce el gran secreto del estímulo y me lo aplica gentilmente.

Gracias.

Le contaré acerca de Eosina.

Desde niña yo hacía versos pero aún mi esposo lo ignoraba. Supe un día que Emilio Jiménez Pacheco, escolar de tercer grado, ahijado de mi esposo y consentido de nuestra casa, había hecho una composición curiosa. Lo convencí para que me la mostrara. Compré un cuaderno. El padrino dibujó su caricatura en primera página. Yo hice un prólogo. Copié la composición -Contraste- y luego una paráfrasis en verso. Don Elías alabó la ocurrencia y halló mérito para enseñarle el cuaderno al doctor don Valeriano Fernández Ferraz, quien dictaminó: me gusta más la prosa poética del prólogo; pídale a su cuñada el cuaderno que debe tener, porque no es una principiante. Se llevaron mis versos; decidieron hacer una selección para ir publicándola en Eos (revista de don Elías) y me bautizaron EOSINA. El recato no le permitía entonces a la mujer exhibirse en publicaciones. Trabajó la curiosidad. Mis octavas reales dedicadas a Francia fueron echadas al Lic. Don Víctor Guardia. Solo mi profesor don Enrique Jiménez Núñez llegó a decirme: no me lo niegue, usted es Eosina.

Otro que conoció mis primeros versos cuando yo tenía dieciséis años fue Billo Zeledón. Un amigo me robó el cuaderno, que apareció, con lindas estrofas terminadas así:

“Cultive usted sus flores, son flores bellas,

y piense que el aroma que exhalen ellas,

será la esencia

que perfume las horas de su existencia”.

Toda una profecía [sic]. Billo tenía razón. Ya ve usted, amigo cuánta satisfacción he cosechado. Agradezcamos al Cielo que nos haya dado a usted, a Evangelina y a mí, la brizna dorada de una afición por la belleza, que es bondad y que sirve de asidero en horas y circunstancias difíciles cuando lo externo convencional se esfuma.

Auristela C. de Jiménez.

Solo una nota al margen: no tenemos noticia de qué destino hayan corrido los cuadernos de doña Auristela con sus versos. Lo que sí tenemos en nuestro poder son dos cuadernos que le pertenecieron a la escritora y con textos copiados de su puño y letra. Se trata de cuadernos donde la escritora recopilara poemas y una serie de textos, de autores diversos, que deseaba conservar junto a sí. Sin duda una verdadera joya.

Después de esta digresión volvamos a narrar la vida de la escritora. El matrimonio ubicó su hogar en el centro de la capital. Antes de cumplir un año de matrimonio, el martes 13 de junio de 1911 nació su hija Alicia que falleció a los 85 años de edad, en el Hospital México, el 17 de setiembre de 1996.A finales del año siguiente, el 28 de diciembre de 1912 nace su segunda hija, Elena que falleció el 12 de enero de 1991, un lustro antes que su hermana mayor. Contaba con 78 años de edad. Señalemos, a manera de curiosidad, que ninguna de las dos hijas llegó a contraer matrimonio.

Después del paréntesis señalado por la señora Acuña, doña Auristela regresa a la vida académica.

En 1920, el profesor Alejandro Rodríguez Rodríguez (1862-1947), Benemérito de la Patria, propone la creación de la Sociedad de Socorros Mutuos del Magisterio Nacional (actual Sociedad de Seguros de Vida del Magisterio Nacional) y doña Auristela colabora activamente en la fundación de dicha entidad.

Dice Ángela Acuña: “La actividad educacional la reclamaba y el deseo fervoroso de ayudar a las juventudes en su ascenso moral y mental la hicieron pensar, sin dejar de cumplir obligaciones familiares, que la patria reclamaba sus servicios: siguió entonces, con entusiasmo alentador, su impulso vocacional” (Acuña de Chacón, 1970, p. 406).

“Fue la iniciadora, en Costa Rica, de un nuevo género literario: Dramatizaciones Escolares, por ahí del año de 1920. Escribió alrededor de una docena de estos jueguitos literarios, solicitados por muchos maestros del país. La Escuela Costarricense los publicó en vista del éxito alcanzado” (Acuña de Chacón: 1970, p. 407). Esta publicación no la hemos podido localizar.

En 1924, escribió su poema “Piedras”, el cual fue premiado con Medalla de Plata. El terremoto de San Casimiro, acaecido a las 4: 07 a.m. del martes 4 de marzo de 1924, cuyo epicentro fue en Orotina y tuvo una magnitud de 7.0 grados, causó daños en la región occidental del Valle Central: Orotina, San Mateo, Esparza, San Ramón, Atenas, Palmares, Grecia, Alajuela, Heredia y San José. Uno de los edificios dañados fue, precisamente, el Colegio Superior de Señoritas. En esta institución fue la mentora, amiga y guía poética de tres alumnas. Con ellas compartió el gusto por la creación y el quehacer literario. Hablamos de Eunice Odio (1919-1974), Lilia Ramos (1903-1985) y Yolanda Oreamuno (1916-1956).

En 1926, asume la dirección del Colegio Superior de Señoritas, cargo que ejercerá hasta 1931. Durante su gestión tuvo que afrontar la restauración del edificio del colegio, dañado a causa del terremoto de San Casimiro. Se realizó con un esfuerzo admirable. La labor cultural y material que se llevó a cabo en esos años fue, sencillamente, esplendorosa.

En 1928, siendo directora de dicho centro educativo, publicó en la Imprenta Universal su tomo de versos intitulado Cantos. Su libro la convierte en la primera poeta costarricense. De ella afirmó Ricardo Rojas Vincenzi en su obra Crítica Literaria (1929): “En los cantos, en versos libres, talla magistralmente su alma. No quiere saber de escuelas ni de estilos. NO podría seguirlos. No podría contar sílabas, ni acomodar acentos, ni cambiar versos largos y cortos de acuerdo con reglas. En sus manos hay un pincel que, sin sujetarse a tecnicismos, va pintando en el lienzo un cuadro personal de su vida artística”… “Pensar en las mujeres ilustres de Costa Rica, sin verla surgir como la más dulce poetisa del país, es afán ímprobo e injusto, que no intentamos bajo la sombra musical de sus alas”. (citado por Acuña de Chacón: 1970, p. 407). Auristela Castro de Jiménez colaboró extensamente con periódicos y revistas nacionales, incluyendo Repertorio Americano, donde ese soberbio humanista que fue don Joaquín García Monge (1881-1958) dio a conocer a todo el continente la prosa y el verso de esta mujer extraordinaria.

El 13 de octubre de 1945, fallece Elías Jiménez Rojas. El acontecimiento es doloroso para el matrimonio Jiménez Castro: no solo es el gemelo de Ezequiel sino que es el mentor de Auristela, el que permitió que Eosina publicara sus primeros trabajos.

Durante la segunda parte de la década de los años 40, la situación política del país se complica: al gobierno de Teodoro Picado se le conmina para que garantice la pureza electoral. La huelga de brazos caídos de 1947 es perfecta muestra de ello.

De nada sirvió el Tribunal Electoral instaurado a raíz de la huelga, ni los mecanismos novedosos para las elecciones de febrero de 1948. Las elecciones las gana el periodista Otilio Ulate Blanco (1891-1973), lo que hace que el candidato opositor, el Dr. Rafael Ángel Calderón Guardia (1900-1970) presente al Congreso una demanda de nulidad de las elecciones presidenciales, cuyos resultados le eran adversos, pero no de las elecciones legislativas, en las que sí tenía mayoría. El 1 de marzo de 1948, el Congreso (donde era sabido que la mayoría la tenía la alianza caldero-comunista) anula las elecciones. Esto da pie a una guerra civil que se inició el 12 de marzo de 1948 con el alzamiento de José Figueres Ferrer (1906-1990) en su finca La Lucha. 46 días después, el 27 de abril de ese año, Figueres entra triunfante en San José, comandando el Ejército de Liberación Nacional.

Producto de esta situación no solamente los expresidentes Picado y Calderón debieron exiliarse sino que con ellos muchos de sus partidarios. Ezequiel, junto a su esposa e hijas, debieron tomar el camino del exilio rumbo a Nicaragua hasta 1952, año en que regresan a San José. Un lustro después de su regreso, el 4 de marzo de 1957, Ezequiel, el esposo, amigo y compañero fallece.

Sin embargo, Auristela continúa activa; la prensa costarricense es fiel testigo: se ha mantenido al tanto del quehacer educativo y no duda en dar su opinión. Es tan relevante su labor que, en 1964, la Unión de Mujeres Americanas, en su Capítulo Costa Rica, le confiere el título de Mujer del Año 1964-1965.

Una docena de años después de esta hermosa designación, la escritora fallece en su hogar, a la edad de 90 años, víctima de una bronconeumonía, el 13 de noviembre de 1976. Curiosamente, el mismo mal llevó a la tumba a su marido, 19 años atrás.

Para finalizar, citemos nuevamente a Ángela Acuña (1970):

Dijo de ella misma: “Los que me juzgan dicen que tengo un temperamento místico, es cierto, sin pertenecer a ninguna religión, un sentimiento místico se transparenta en mi labor profesional y en todos los actos de mi vida. Me caracteriza la ternura, pero siempre estoy en puesto de combate, contra los que a grandes y pequeños pueda obstaculizarles en el camino del perfeccionamiento, de la integración del carácter, que dan la verdadera felicidad. No concibo el progreso educacional sin una filosofía creadora.”

La señora Acuña agrega:

Siendo la sencillez un estado de espíritu, Auristela lo posee en grado sumo. Es sencilla porque ha sabido lo que quiere, lo que le ha correspondido hacer; sus aspiraciones y sus actos crecieron con la ley misma que ha regido su vida de maestra, de esposa, de madre y de ciudadana. Sus fuerzas físicas, morales e intelectuales las puso al servicio de la cultura y del altruismo. Supo, con empeño muy loable elevarlas a un grado superior de organización. Moldeó con primor los materiales de su obra. Así como pulió sus versos, cuyo vigor lírico y moral lo exprimió en belleza pura y simple, así pulió su hogar, su escuela, sus campos de labores, a fin de bautizar de luz los amaneceres de la conciencia patria y reafirmar la personalidad con responsabilidades conscientes e indeclinables. (Acuña de Chacón: 1970, p. 407-408).

Aproximación bibliográfica de Auristela Castro de Jiménez (Eosina, seud.)

La bibliografía de Auristela Castro de Jiménez no está completa. Hay datos inconclusos, fichas que existen, pero cuya información no se pudo localizar. Tenemos en nuestro poder una inmensa cantidad de textos publicados sin saber de dónde provienen y sabemos que hay textos que deben ser agregados. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que la bibliografía de la escritora aún está en construcción. No pretendemos ni podemos dar una visión global de la inmensa obra que realizó doña Auristela. Esta aproximación bibliográfica es, apenas, el comienzo de una labor casi titánica que, si nos es dado, realizaremos en su momento.

La Cruz Roja. En: Corte de Justicia Centroamericana. Informe presentado por la Corte de Justicia Centroamericana. En: Cruz Roja Costarricense [Informe]. San José, Costa Rica, Imprenta Alsina, 1913. Folleto No. 5, p. 24. Folleto No. 16.

Cómo es mi musa (Poesía). En: Colección Eos, Vol. 2, No. 14 (Setiembre, 1916): 59-61. EOSINA

El primer salario (Poesía). En: Colección Eos, Vol. 2, No. 15 (Setiembre, 1916):91-94. EOSINA

A la bandera (Canto de una niña) (Poesía). En: Colección Eos, Vol. 2, No. 16 (Octubre, 1916): 121. EOSINA

Ocaso (Poesía). En: Colección Eos, Vol. 2, No. 18 (Noviembre, 1916): 187-190. EOSINA

¡El gusano habrá de tener alas también! (Poesía). En: Colección Eos, Vol. 2, No. 20 (Diciembre, 1916): 239-240. EOSINA

Anhelo (Poesía). En: Colección Eos, Vol. 3, No. 26 (Marzo, 1917): 56. EOSINA

Francia (Poesía). En: Colección Eos, Vol. 4, No. 41 (Agosto, 1917): 149-151. EOSINA

Aunque el número de la revista indica que el poema llegó sin firma alguna, en el índice correspondiente al tomo respectivo -Vol. 4 No. 48 (Octubre, 1917) Índice de autores: Ise indica que el poema es de la autora.

Un prólogo. En: Jiménez Rojas, Elías (1917). El caso de Eosina. En: Colección Eos, Vol. 4, No. 44 (Setiembre, 1917): 238-240.

Contrastes. En: Jiménez Rojas, Elías (1917). El caso de Eosina En: Colección Eos, Vol 4 ,No. 44 (Setiembre, 1917): 240-242.

Al Jabón de Reuter. En: Jiménez Rojas, Elías (1917). El caso de Eosina En: Colección Eos, Vol. 4, No. 44 (Setiembre, 1917): 242-243.

¡Vamos! (Poesía). En: Colección Eos, Vol. 4, No. 46 (Setiembre, 1917): 309-311. EOSINA

A Elena y Alicia (Poesía). En: Colección Eos, Vol. 5, No. 50 (Octubre, 1917): 48-49. EOSINA

Vida adentro. Otras páginas de mujer (Prosa). En: Colección Eos, Vol. 5, No. 54 (Noviembre, 1917): 189-192. EOSINA

Vida adentro II Parte (Prosa). En: Colección Eos, Vol. 5, No. 55 (Diciembre, 1917): 219-221. EOSINA

Vida adentro III Parte (Prosa). En: Colección Eos, Vol. 5, No. 56 (Diciembre, 1917): 247-249. EOSINA

Vida adentro IV Parte (Prosa). En: Colección Eos, Vol. 5, No. 58 (Enero, 1918): 316-318. EOSINA

Vida adentro V Parte (Prosa). En: Colección Eos, Vol. 5, No. 59 (Enero, 1918): 340-341. EOSINA

Vida adentro VI Parte (Prosa). En: Colección Eos, Vol. 6, No. 69 (Abril, 1918): 273-277. EOSINA

Blanco y Negro (Soneto). En: Colección Eos, Vol. 7, No. 81 (Agosto 1918): 136. EOSINA

¡Solo! (Soneto). En: Colección Eos, Vol. 7, No. 81 (Agosto, 1918): 137. EOSINA

El índice correspondiente al tomo respectivo (Vol. 7, No. 100, Índice de autores) indica Dos sonetos

Mi queja (Poesía). En: Colección Eos, Vol. 7, No. 82 (Setiembre, 1918): 160. EOSINA

Himno (Cantado en el Cementerio de San José el 1 de setiembre por un pequeño grupo de niñas de una escuela privada). (Poesía). En: Colección Eos, Vol. 7, No. 83 (setiembre, 1918): 176. EOSINA

La revista no señala la autoría de estos poemas, simplemente vienen firmados ***. Pero en el índice correspondiente al tomo respectivo (Vol. 7, No. 100, Índice de autores) indica que los poemas son de Eosina.

¿Por qué? (Poesía). En: Colección Eos, Vol. 7, No. 89-90 (Octubre, 1918): 273. EOSINA

Viejecitos (Ensayo). En: Repertorio Americano, 10, 12 (25 de mayo, 1925): 185.

Sí, tengo alas (Poesía). En: Repertorio Americano, 10, 13 (1 de junio, 1925): 205.

Cumpleaños (Poesía). En: Repertorio Americano, 11, 14 (14 de diciembre, 1925): 212.

Nuestra Vitalia (Ensayo). En: Repertorio Americano, 14, 19 (21 de mayo, 1927): 293.

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Don Miguel Obregón Lizano (Ensayo). En: La Tribuna, Vol. 16, No. 4418 (20 de julio, 1935): 4.

El maestro se fue de vacaciones (Necrología de Miguel Obregón Lizano). En: La Tribuna, Vol. 16, No. 4426 (30 de julio, 1935): 5.

¡Y murió de sed…! (Poesía). En: Patria (1940): 249.

Nunca mejor oportunidad para aunar la nación que está de gozo legítimo de dos pueblos (Ensayo sobre Arnulfo Arias). En: La Tribuna, Vol. 25, No. 7196 (27 de setiembre, 1944): 1.

Omar Dengo, maestro (Poesía). En: La Tribuna, Vol. 26, No. 7530 (17 de noviembre, 1945): 2.

El retorno de los judíos a su patria (Ensayo). En: Repertorio Americano, 42, 7 (24 de noviembre, 1945): 107-108. Envío de la autora.

Don Andrés Revollo Samper (Ensayo). En: La Tribuna, Vol. 26, No. 7629 (21 de marzo, 1946): 4.

Zulai y Yontá, de doña María Fernández de Tinoco (Reseña). En: Repertorio Americano, 42, 19 (28 de setiembre, 1946): 300. Atención de la autora.

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Bibliografía

Documentos originales

Certificación Registral. Defunción Elías Jiménez Rojas. Asiento 396, Folio 198 Tomo 188 de la provincia de San José. Sección Defunciones

Certificación Registral. Defunción Ezequiel Jiménez Rojas. Asiento 883, Folio 295 Tomo 400 de la provincia de San José. Sección Nacimientos.

Certificación Registral. Nacimiento Isabel Auristela de los Dolores Castro Muñoz. Asiento 396, Folio 198 Tomo 188 de la provincia de San José. Sección Defunciones.

Certificación Registral. Matrimonio Elías Jiménez Rojas y Auristela Castro Muñoz. Asiento 1850, Folio 043 Tomo 017 de la provincia de San José. Sección Matrimonios.

Certificación Registral. Defunción Auristela Castro Muñoz. Asiento 828, Folio 414 Tomo 313 de la provincia de San José. Sección Defunciones.

Certificación Registral. Nacimiento Alicia Jiménez Castro. Asiento 2670, Folio no indica Tomo 85 de la provincia de San José. Sección Nacimientos.

Certificación Registral. Defunción Alicia Jiménez Castro. Asiento 195, Folio 98 Tomo 408 de la provincia de San José. Sección Defunciones.

Certificación Registral. Nacimiento Elena Jiménez Castro. Asiento 4841, Folio no indica Tomo 97 de la provincia de San José. Sección Nacimientos.

Certificación Registral. Defunción Elena Jiménez Castro. Asiento 55, Folio 28 Tomo 376 de la provincia de San José. Sección Defunciones.


Libros y artículos

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Apartado postal 86-3000. Heredia, Costa Rica