R E P E R T O R I O


creative_common

A M E R I C A N O


Segunda nueva época N.° 32, Enero-Diciembre, 2022

ISSN: 0252-8479 / EISSN: 2215-6143


Trenzar lo que somos y lo que no somos cuando el silencio inunda las grietas del mar1

Yordan Arroyo Carvajal

Universidad de Salamanca

idu17933@usal.es

ἄριστον μὲν ὕδωρ

[El agua es sagrada, trad. propia]

Píndaro, Olímpica 1, 1


El poemario Trenzando agua (2022), Premio Corina Rodríguez 2021 es el cuarto hijo de Rocío Mylene Ramírez González, madre, además, de Con alas de Esperanza en 2013; Habitación No. 13 en 2017 y Cincuenta alas en 2019. La primera vez que tuve un acercamiento con los retoños de esta autora fue por medio de Habitación No. 13 gracias a la recomendación de mi buen amigo, el poeta Ignacio Carballo, dueño de la Editorial Guayaba, en donde Rocío dio a luz a ese, su segundo niño.

En dicha ocasión, logré acercarme a una voz potente en la construcción de imágenes (uno de sus grandes fuertes), sin arrugas en el tratamiento de temas contemporáneos y posmoderna respecto a reescrituras y uso de expresiones que permiten acercarla, en diversas ocasiones, a la poesía norteamericana, con tendencias mayores a un estilo narrativizante, pero sin perder fuerza poética en la palabra y rebelde (tendencia creciente en la poesía escrita por mujeres centroamericanas desde los noventa hasta hoy) en la deconstrucción de imaginarios y apropiación de espacios por medio de lo que la doctora Magda Zavala (2010), a quien considero, actualmente, con creces, la mayor estudiosa de la literatura escrita por mujeres2 en Costa Rica y referente indiscutible en Centroamérica, denomina bad girl.

Incluso, estas aproximaciones me condujeron a la publicación, en la revista Kametsa en Perú, del comentario “¿Una Medea más en la poesía costarricense? «Zona migratoria», de Rocío Mylene Ramírez González (n. 1969)”, en torno a un poema sobre la figura de Medea, en donde esta autora refresca, en gran manera, la reescritura de la princesa de la Cólquide y la contextualiza a un tema tan vigente como el de las migraciones, pero, sin dejar de lado el foco principal de denuncia: la búsqueda de libertad de la mujer, lo cual permite que, actualmente, muchas escritoras se sigan identificando o abrigando las figuras mitológicas de Medea, Penélope, Ifigenia, Helena, Eva, Lilith, entre otras, como portales de deconstrucción para edificar, a veces, nuevos imaginarios culturales, semióticos y simbólicos alrededor de las máximas herederas del silencio en la historia. Quien tenga dudas sobre este argumento ha de ser porque requiere una revisión minuciosa de cómo se ha construido la cultura occidental, omitiendo, entre diferentes lecturas imprescindibles de la antigüedad, a María Gimbutas.

Sin embargo, lo que Rocío Mylene presenta en este, su más reciente fruto, se mueve por otros campos. Se desliga, en gran parte, del paradigma contestatario, de denuncia que, en algunos de sus poemas, podrían clasificarse en las corrientes estéticas feministas (vistas por ciertos académicos como moda o base fuera de lugar, cuando en realidad, lo que les hace falta a este tipo de personas es más apropiación con este tipo de textos [a pesar de las variantes actuales] mayormente ignorados por el canon como recepción político-elitista, y que, en muchos casos, no pasan de estar llenos de polvo en una biblioteca sin ni siquiera abrirse nunca) y concentra las energías de su tallo en dejar de mirar los grandes edificios de las ciudades en donde se graban con más fuerza los gritos de huelga, para colocar sus ojos en el faro, lugar donde el amor y la esperanza viven una luna de miel eterna mirando hacia el mar.

En este poemario, la voz lírica no explora o busca animales marinos, como un buzo, únicamente en el fondo de su océano, sino que lo hace, desnuda, en el de una humanidad que pueda verse reflejada en la figura de una madre; de una persona que siente muchísima empatía por los niños; que llora; que ama las costas y sus recuerdos de infancia en ellas; a la que le apasionan los cuentos de figuras mitológicas marinas como las sirenas, reinventadas, de manera muy novedosa en este poemario, lo que fortalece mi idea y plan de realizar, a futuro, un estudio respecto a las diferentes construcciones morfológicas de las sirenas en la literatura costarricense, pasando, por supuesto, por autores como Manuel Argüello Mora, Carlos Gagini y José Ricardo Chaves; que conoce la Coca Cola y el Pop Art; que adora la arena y los atardeceres; que siente muchísima empatía por la naturaleza, su flora, su fauna y que sienten placer por todas aquellas dudas que por medio de la poesía rompen imágenes comunes.

En síntesis, este libro está mayormente destinado para quienes sienten muchísima emoción cuando piensan o ven el mar, lugar por donde han pasado diferentes poetas, músicos y artistas, inspirándose en ese pedazo de paraíso líquido que Dios puso en la tierra, para que sus hijos puedan sentir tranquilidad en las olas de sus pechos. El mar, además, como bien lo sabe Rocío, hija de la provincia de Puntarenas (Miramar), es una eterna fuente literaria de creación y recreación. Esto me recuerda aquel famoso pasaje de Jenofonte en Anábasis, cuando los miembros de la expedición de los 10 000, al ver el Mar Negro gritan: θάλαττα, θάλαττα. [¡El mar, el mar!], reproducido, posteriormente, en una pintura de Granville Baker en una edición de la revista Life de 1901 o también, se me viene a la cabeza la muy valiosa y atemporal idea de Tales de Mileto, reproducida y comentada por Aristóteles, de que el agua es el origen de todas las cosas.

Esta filosofía del mar como fuente sagrada y antiquísima (Abro el grifo para que el líquido que me habita fluya / y solloce desde las alcantarillas, / mientras los ojos, las uñas y las manos, vuelven al instante en el que todo era / agua, “Recorrido”), aparte de bañar las aguas termales de este poemario, ha sido considerada por el griego Píndaro, el gran poeta de la lírica y las Musas, y por simbolistas franceses como Chevalier o Cirlot, para quienes, justamente, es fuente de vida y muerte y para los arquetipos de Jung: elemento dual-binario por antonomasia, que suele vincularse con el líquido amniótico de la madre, tal cual se expone en el poema “Cuestión líquida”: Somos agua. / El río que nace desde un cordón umbilical.

En Trenzando agua (2022) hablan diferentes elementos fuera de lo común. Sentarse a leer los treinta poemas de este libro es darle un cómodo espacio a la imaginación. Desde su título, la autora invita al público lector a imaginar una acción fantástica, el acto de trenzar el agua. Y es que, la hablante lírica, como si fuera una especie de maga, logra jugar con el primer elemento de la naturaleza, adueñarse de él y presentarlo, como si fuera una especie de Ovidio, en sus diferentes metamorfosis. En este poemario, el agua aparece como un cuerpo hacia donde podrán dirigirse las almas después de ser la materia que hoy somos o creemos ser, tal cual se dice en el poema “Arena”: Soñar con un atardecer, sin que los demás se percaten de que estás seca porque / has llorado y te has convertido en mar.

La idea de que el mar vive escondido en el alma y sale de casa cada vez que lloramos es constante y, por eso, de mucho sufrir nos podemos convertir en él. Nuestros cuerpos no pueden estar secos, necesitan tener líquido dentro. Esta imagen filosófica se extiende a lo largo de este poemario, y encadena el pensamiento del primer filósofo de la historia occidental, Tales de Mileto.

Por medio del mar, del agua, de lo líquido, se mueven los humanos, el planeta y todo su ecosistema. Él, además, es otra de las muchas formas de amor, porque, como lo propondrían Platón en El Banquete, Fedro y Lisis (S. IV a. C) y muchos siglos más tarde Gabriel García Márquez en El amor en los tiempos del cólera (1985), no solo existe una manera de amar. Esto se expresa en el poema “Vínculo”: un pececillo que se chupaba el dedo, al que amo desde antes y hasta siempre. / Un día de marzo saliste de mi bahía. / Este amor líquido tiene tu aroma. / Sigues nadando en mi sangre, / habitando esta caracola que late.

A modo de comentario, este texto en mención está dedicado a Luis Adrián, uno de los hijos, en carne y hueso, de Rocío. Cabe destacar, en los versos citados, la habilidad creativa de esta autora para hilar, durante todo su libro, imágenes remitentes a lo marino con elementos humanos, como es el caso de un hijo, a quien se le compara con un pececillo que se chupaba el dedo cuando era niño. También, la destreza y madurez artística para comparar el vientre materno con una bahía, el amor con la tranquilidad, la ternura y lo sagrado del mar y el corazón con una caracola que late mientras bombea sangre, líquido por donde Luis Adrián nada todavía.

Asimismo, en este libro, el imaginario del mar remite a una fuerza ancestral que se desborda más allá de los límites de la razón y de la mortalidad de los humanos. Podría pensarse, en términos de alegoría, que es un dios más, dormido y a veces despierto, en nuestro cuerpo. Aunque, algunas veces, como un niño travieso, se escapa para salir a pasear, condenándonos a buscarlo desesperadamente, porque sin él, al igual que sin el amor y sin la esperanza, las personas vivirían como muertas, creyendo estar vivas, cuando en realidad, uno de los mayores gestos de vida está también relacionado con el mar, y lo realizamos al nacer, es decir, cuando lloramos para respirar.

Por eso, es muy importante la propuesta filosófico-lingüística de Rocío al expresar, en el poema “La voz del caracol”, lo siguiente: Los habitantes del agua hablamos el idioma de las lágrimas. Es decir, si existe una lengua con la cual todas las personas nos podemos comunicar es por medio del llanto, manifestación que nos desnuda y nos muestra como lo que somos y como lo que deberíamos ser siempre, seres humanos que caminan con la sensibilidad encarnada en sus pechos, para poder subir algún día a la bañera de Noé: Ahora llueve. / Noé nos espera desde su bañera (“Cuestión líquida”) y de esta forma no morir ahogados entre tantas piezas rotas que fingen no estar rotas, por miedo a que se enteren de que quizás, tal cual se dice en el poema “Decadencia”: somos platos de vidrio, porcelana o plata o Adán y Eva en decadencia. / La primera manzana y la última.

Ante el mar no pueden existir imágenes falsas, porque él todo lo limpia, incluso, las almas más contaminadas. La esperanza que deja este libro es buscarlo siempre y no alejarse mucho o nada de él, porque alejarse de él es distanciarse de nuestra esencia. Somos el mar mismo y por eso, de vez en cuando, solemos convertimos en una lágrima de carne (“Lágrimas”).

Confieso que podría escribir cien páginas defendiendo que las imágenes relativas al mar en este poemario permiten que el público lector active su imaginación y piense en sus diferentes reflejos y formas, alimentando, de esta manera, sus almas, que en algún tiempo fueron un caracol o un pez. Pero basta con decir, en dos líneas que, quizás, dichas imágenes están esperando para adornar, aún más, las mejores playas de la Isla de los Bienaventurados o de la misteriosa Atlántida de la que nos habla Platón.

Por tanto, no es casualidad que una de las figuras literarias más utilizadas por Rocío sea la personificación; véase el siguiente ejemplo en el poema “Mar”: El mar es una marioneta de sal, una cara regordeta que no deja de llorar. / Tiene vuelos de espuma cosidos a su traje. / Es un beso con la manía de volver. / Me mece, me cuenta, le da de beber a mis ansias. / Se levanta sobre hilos invisibles para lamer estrellas. / Su corazón de concha late a prisa cuando el sol lo penetra. / Es un cantor soprano de historias de balsas hundidas. / Es el mejor pirata, asaltante de puertos.

¿Quién no siente placer y se le despierta una sonrisa, dulce como la miel, al imaginar que el mar es una marioneta con cara gorda, que porta un traje de pirata y canta una hermosa melodía mientras nosotros descansamos en la arena? Además, es muy bella la imagen que remite al mar con instintos maternos, pues vemos cómo es capaz de mecer a la voz lírica, hablarle y llenar sus ansias. Sin duda, él tiene la fuerza necesaria para tranquilizar las almas; las llena de vida, amor, fe y esperanza.

Aunque, también, otra de las figuras literarias más utilizadas por Rocío y más evidentes es el símil. En sus poemas aparece constantemente el uso de “como” para construir imágenes relacionadas, en su mayoría, con el vínculo naturaleza-humanidad, y romper con lo común: Coleccionan piedritas que guardan en jícaras que a veces usan como sonajas (“Cuentos de agua”); Ser arena, como gotas de agua sólida, con el horizonte como muelle (“Arena”); Una mujer humedal, marina, / redonda como una tinaja oscura donde las arrugas sonríen como orugas. / Cantaba, como una ocarina, / con voz de barro batido con los pies, / un pájaro con manos de india. (“Mujer fósil”); Saltaste las barreras. / Como un pequeño salmón, surcaste mi vientre de anémona. (“Vínculo”); Miro mis uñas cortas como escamas, escamas como ojos (“Recorrido”); Sigo viendo a la bicicleta, corroída por la sal, como un esqueleto sin cráneo. (“Óxido”); Como la mirada de ese niño / que lo ha vivido todo en corto tiempo / y que ya es un anciano. / Como vomitar después del sexo oral a un millonario / para hacer gárgaras con sus euros (“Plástico”); Las gotas me deforman el pelo como una medusa con anguilas (“Vacío”); Dos lágrimas de ojos bizcos, / como cuchillos líquidos. (“Lágrimas”).

Por último, además del mar, la voz lírica construye y remite a otras imágenes relacionadas íntimamente con él. Algunos ejemplos son las caracolas, las tinajas, las ocarinas, la arena y las huellas de Dios que descansan en ella, la espuma, las sirenas, la sal, los atardeceres, la marea, los salmones, las anémonas, los pececillos, las bahías, los malecones, la brisa, las escamas, los granizados, el hielo, el puerto, los barcos, los habitantes del agua, los ríos y los océanos. Asimismo, en este poemario se presenta, en poemas como “Eclipse” una fuerte unión entre la voz lírica y elementos femeninos, cíclicos, entre ellos: el eclipse, la luna y la mariposa o de elementos como la sangre, que forman parte de los ritos de pasaje, actividad en donde la mujer tiene un papel protagónico a lo largo de toda una tradición literaria: La Luna se eclipsa en mi cuerpo y la sombra, entre la sangre y la linfa. / Yo misma he sido eclipse. / Un eclipse conteniendo a otro. / La mariposa exhala y vuela hacia la luz.

De esta forma, cierro estas páginas, pero no sin antes señalar, que esa referida mariposa que exhala y vuela hacia la luz no es solo la voz lírica deseosa de paz, amor y todo lo que engloba el significado del mar en este libro, sino también, cada uno de los lectores que, con o sin traje de baño, deciden sumergirse en la humedad de estas páginas tan poéticas, tan humanas y tan necesarias en la construcción de nuevos aportes para la literatura costarricense desde las regiones, periferias en donde, según mi experiencia como lector y aspirante a maestro de la crítica literaria, la cercanía entre la poesía, el (la) poeta y la naturaleza se sienten más.

Bibliografía

Ramírez González, R. M. (2022). Trenzando agua. Editorial de la Asociación Costarricense de Escritoras (ACE).

Zavala, M. (antologadora). (2011). Con Mano de Mujer. Antología de poetas centroamericanas contemporáneas (1970-2008). Editorial Interartes.


1 Prólogo del poemario Trenzando agua (2022), con leves modificaciones.

2 Aunque, existen personas malagradecidas que dicen lo contrario (me lo han llegado a decir, esto me ha permitido ver la falta de respeto que existe hacia intelectuales como Zavala), únicamente, porque no las han estudiado por individual, como ellas han querido (para saciar sus egos, su narcisismo literario) o porque en el fondo, viven reprimidas queriendo ser críticas literarias y no pueden. Magda Zavala tiene un método de análisis bastante certero, no estudia voces por individual, sino textos en conjunto, de diferentes autores, con el fin de hallar ciertos fenómenos por épocas. Ella construye un corpus y de allí extrae conclusiones.


Logo UnaLogo EunaLogo Una

Equipo Editorial
Universidad Nacional, Costa Rica. Campus Omar Dengo
Apartado postal 86-3000. Heredia, Costa Rica