R E P E R T O R I O | A M E R I C A N O | |
Segunda nueva época N.° 33, Enero-Diciembre, 2023 | ISSN: 0252-8479 / EISSN: 2215-6143 | |
Notas sobre el neoliberalismo y el socialismo del siglo XXI en América Latina (1980-2015)
Notes on neo-Liberalism and XXIth century Socialism in Latin America (1980-2015)
Dan Abner Barrera Rivera
Instituto de Estudios Latinoamericanos (IDELA)
Universidad Nacional
Heredia, Costa Rica
ORCID: 0000-0003-3441-5899
Resumen El neoliberalismo es un modelo económico que pretende una reconfiguración de la sociedad en general, en donde el mercado ocupa el lugar central. Surge por primera vez en 1973, en Chile, y luego se despliega hacia otros países. Su aplicación en América Latina vino a sustituir el modelo desarrollista y a evitar que el socialismo sea una opción para los países latinoamericanos; su ingreso a nuestro continente no fue el resultado de una elección democrática, sino de una imposición (el golpe de Estado en Chile). En el trascurso de su implementación, se ha servido de la democracia liberal para lograr sus propósitos. Después de más de dos décadas de puesto en práctica, fracasó, lo que no significa que haya desaparecido. En ese escenario, se generaron protestas sociales y surgieron gobiernos democráticos que se posicionaron, durante los tres primeros lustros del siglo XXI, como alternativos al neoliberalismo en Venezuela, Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia y Ecuador; unos más otros menos, trataron de ser distantes de los postulados del mercado total y apostaron por un Estado más humano y social. Esta experiencia fue denominada por el presidente Hugo Chávez como el “socialismo del siglo XXI”. De todos los presidentes que vivieron esa experiencia, fue Rafael Correa quien teorizó por medio de entrevistas, debates y conferencias lo que eso significaba. Aquí se analizan, sistematizan y exponen sus ideas, y se las condensa en ocho principios. Se concluye que, si bien el socialismo del siglo XXI tiene algunas semejanzas con el socialismo tradicional, también tiene grandes diferencias y es eso lo que le confiere alguna originalidad latinoamericana. Es un análisis a partir de las ideas de ambas corrientes políticas. En la primera parte, se recurre al sustento teórico de varios autores; en la segunda, se trabaja estrictamente con los aportes ofrecidos por Rafael Correa. Palabras claves: América Latina, desarrollismo, neoliberalismo, Estado, socialismo Abstract Neo-Liberalism is an economic model that attempts to reconfigure society in which market is the main interest. Born in 1973 in Chile, neo-Liberalism expanded to other Latin American countries, where it substituted the development model and prevented the socialist model as an alternative in this region. Neo-Liberalism was an imposition and not a democratic choice (the “coup d’état” in Chile). During its implementation, liberal democracy was used as an instrument to achieve its purposes. After more tan 20 years, neo-Liberalism was unsuccessful but did not dissapear. However, social protests arose, as well as new democratic governments -Venezuela, Brazil, Argentina, Uruguay, Bolivia, and Ecuador- were opposed and looked for a more human and social State. This political experience was called “21th century Socialism” by Hugo Chávez. Rafael Correa was the only regional President who explained theoretically what this Socialism means through his lectures, arguments, and interviews. These ideas are analyzed, systematized, and explained in this essay. The conclusion is that “21th century Socialism” has similarities with traditional Socialism, but also big differences. This analysis is based on the ideas of both trends: first, on the theories by different authors; then, on Correa’s contributions in different media. Keywords: Latin America, development, neo-Liberalism, State, Socialism |
Producir con eficiencia y consumir con opulencia
es el lema de esta sociedad sin alternativa.
Helio Gallardo
En las siguientes páginas se expone de qué forma el neoliberalismo llegó a América Latina, cuál es su naturaleza y en qué consiste su propuesta; veremos que no se trata de una simple ideología, sino de un modelo económico que pretende reconfigurar la sociedad. En tanto teoría económica, sustituyó al Estado desarrollista que existía hasta los años setenta en la región, pero su ingreso y despliegue también buscaban impedir que los Estados nacionales encuentren en el socialismo un camino que seguir. Veremos que su aplicación fue parte del paradigma internacional fomentado desde naciones hegemónicas como Estados Unidos y Reino Unido. Encontraremos que, en los años ochenta y noventa, este modelo económico permeó el continente, pero por sus contradicciones y resultados, se agotó y fracasó, mas no desapareció; esta situación generó el surgimiento de gobiernos de izquierda o progresistas que propusieron el socialismo del siglo XXI (en el caso de Brasil con los gobiernos de Lula da Silva y Dilma Roussef, algunos estudiosos lo llaman neodesarrollismo)1, con el que buscaban distanciarse del socialismo ortodoxo y convertirse en uno que tome en cuenta el mercado, pero bajo el control del Estado. Fue Rafael Correa -ex presidente de Ecuador- quien más teorizó sobre esta propuesta; aquí se analiza su pensamiento y se hace un resumen en ocho principios. Han pasado varios lustros desde que los gobiernos de izquierda de los primeros años de este siglo empezaron a hablar de este nuevo socialismo; hoy ninguno de los que en ese entonces eran presidentes, lo son; sin embargo, varios de ellos continúan gravitando en la política latinoamericana internacional con importante incidencia, y lo hacen por medio de declaraciones o de los movimientos políticos que formaron. En el contexto actual, lo que aquí se analiza tiene relevancia, toda vez que se vive una nueva ola de gobiernos progresistas que tienen relación con los anteriores, que son de los años en que Rafel Correa pensó y desarrolló las ideas de un socialismo para este siglo XXI. Esta investigación se realizó sobre doce entrevistas y una conferencia de prensa ofrecidas por el entonces presidente de Ecuador.
Hacia una comprensión de lo que es el neoliberalismo
En América Latina no es poco lo que se ha escrito acerca del neoliberalismo desde diferentes campos del conocimiento y por varias décadas; esto significa que estamos ante un tema importante para nuestra región2. Se trata de un fenómeno político cuyo alcance ha tenido efectos en la vida social en general de nuestros países; es decir, vivimos en sociedades reconfiguradas por esta ideología. Conocer su significado y origen es primordial para entender la función que cumple (Laval y Dardot, 2013). Antes de cualquier definición, es importante señalar que el neoliberalismo es parte de la reconstrucción del capitalismo luego de la crisis estructural de los años 70. Una primera aproximación que rebasa cualquier reduccionismo es la siguiente:
Según sus mismos formuladores, el neoliberalismo está planteado en un nivel de abstracción superior al de la política económica, el nivel de una estrategia específica de desarrollo, que tiene que ver con una conformación estructural específica de la sociedad capitalista. Esta conformación estructural específica puede presentar, en su tiempo histórico, distintas coyunturas. Estas, a su vez, suelen requerir distintas políticas económicas (ortodoxas o heterodoxas) para enfrentar características de las específicas coyunturas. (Carcanholo, 2019, p.35)
Se han dado otras explicaciones que van desde lo etimológico hasta lo teórico e histórico. De manera general, la literatura lo concibe como una corriente económica y política vinculada al capitalismo; sin embargo, esto es insuficiente y genera preguntas como: ¿desde cuándo hubo ese vínculo?, ¿en qué contexto surgió?, ¿cuál era su propósito? David Harvey, estudioso del tema, lo define como
una teoría de prácticas político-económicas que afirman que la mejor manera de promover el bienestar del ser humano consiste en no restringir el libre desarrollo de las capacidades y de las libertades empresariales del individuo dentro de un marco institucional caracterizado por derechos de propiedad privada fuertes, mercados libres y libertad de comercio. (Harvey, 2007, p.6)
Para el autor, se trata de una teoría, es decir, de un conjunto de ideas o sistema lógico que sirve para comprender/interpretar la realidad; pero esta comprensión no se realiza desde afuera, ni se resume a una dimensión abstracta, sino que se manifiesta en prácticas humanas (políticas y económicas) y tiene el propósito de facilitar las condiciones materiales para que los seres humanos ejerzan todas las libertades para los negocios, los cuales les conducirían al bienestar. Sumado a esto, Hinkelammert (1995) señala que el neoliberalismo es una teoría económica que no está interesada en la realidad sino en la institución del mercado, y que el mercado visualiza a los seres humanos como personas que no tienen necesidades, sino solo deseos de consumir; visto en esta perspectiva, la realidad no existe (se esfuma) y el ser humano se reduce a una billetera o cartera, a partir de la cual realiza los cálculos de las ganancias; así, el sujeto se convierte en un homo economicus. Bolívar Echevarría dirá que, para la teoría neoliberal, el mercado sabe más que los humanos, decide por ellos y lo hace con objetividad, por eso deben obedecerle:
Es muy clara la idea del neoliberalismo –su percepción básica– de que el ser humano tiene que obedecer los designios de una fuerza que funciona objetivamente. Es decir, el mercado funciona, es la mano oculta que en definitiva sabe más que cualquiera de los hombres lo que a los hombres conviene y lo único que queda es someterse a los designios de esa entidad que rebasa las posibilidades que tendría el hombre de decidir. (Echevarría, 2011, p.285)
Es una propuesta que entroniza al mercado como mecanismo capaz de asegurar la libertad de empresa y la competencia para que las personas por medio de los negocios alcancen su bienestar; de esta forma queda reducido el papel del Estado. El neoliberalismo propone una reconfiguración de toda la sociedad, exige cambios estructurales, coyunturales y en la cotidianidad de las personas. Gago (2014) dice que “se trata de una racionalidad, además, no puramente abstracta ni macropolítica, sino puesta en juego por las subjetividades y las tácticas de la vida cotidiana” (p.10). El neoliberalismo surgió en condiciones históricas específicas vividas en América Latina; Gutiérrez lo resume así:
El fracaso de los modelos desarrollistas impulsados en los años cincuenta a los setenta, y el desenlace de los conflictos clasistas que culminaron en los regímenes de Seguridad Nacional de los años setenta y ochenta, marcan el inicio de un nuevo período que podemos llamar neoliberal. (Gutiérrez, 2001, p.15)
El desarrollismo al que se refiere Gutiérrez tiene su explicación en lo que se conoció como el paradigma de desarrollo industrial fordista-keynesiano. El concepto de fordismo proviene del sistema de producción en serie, usado por el empresario Henry Ford, fabricante de vehículos, que gracias a su éxito aumentó la producción que estaba basada en una cadena de montaje, en la que los trabajadores ensamblaban piezas que eran trasladadas en cintas de movimiento continuo. La expresión “fordismo” se usará para definir el modelo productivo; éste será relacionado con el pensamiento teórico del británico John Keynes quien sostenía que el Estado debía participar en la economía a fin de lograr un equilibrio y evitar los periodos de crisis; para Keynes, el mercado no es capaz de autorregularse, por eso el Estado debe intervenir y así evitar las oscilaciones económicas. El paradigma fordista-keynesiano será el modelo económico dominante después de la Segunda Guerra Mundial, hasta finales de los 70. Durante todo este periodo, en América Latina había grandes contradicciones de convivencia como, por ejemplo, atraso con desarrollo, grandes polos industriales con producciones arcaicas y semifeudales; en esas condiciones, hubo algunos espacios de mejoras, lo que se conoció como “Estado keynesiano de bienestar”; pero esto no se debió a las bondades del sistema, sino a las luchas de las organizaciones que dieron como resultado: “grandes reformas económicas, nacionalizaciones, regulación de los mercados, derechos laborales y ciudadanos universales, redistribución de ingresos, expansión de los sistemas educativos, mejoras en los programas asistenciales y de salud, florecimiento de las libertades públicas” (Borón, 2008, p. 47). En los países del llamado Tercer Mundo, el Estado desarrollista siempre tuvo como objetivo principal el crecimiento económico; intervino de manera moderada en el mercado, pero en el sector no competitivo de la economía; tuvo algún apoyo político de los empresarios, trabajadores y funcionarios públicos; algunos países apostaron por la industrialización para evitar la exportación de recursos naturales, por los cuales cada vez pagaban menos Europa y Estados Unidos (Bresser-Pereira, 2019). Todo esto llevó a pensar que de continuar esos países en esa dirección terminarían nacionalizando y explotando el petróleo y otros minerales claves, cuyos beneficios o ganancias contribuirían para financiar el desarrollo de los gobiernos y naciones. El desarrollismo en América Latina, en los países donde existió, tuvo el respaldo de la CEPAL dirigida por Raúl Prebisch y los economistas que se formaron en esos postulados. Es importante anotar que este no fue homogéneo en el continente; los gobiernos que mejor aprovecharon los beneficios que hubo invirtieron en infraestructura, apoyaron con subsidios al empresariado nacional, desarrollaron industrias pesadas (carros, motores, etc.) y limitaron el ingreso de productos extranjeros por medio de aranceles altos. Este modelo permitió también el desarrollo de sindicatos más robustos, la creación de colegios y universidades estatales. En general, en esos países se observaban mejores condiciones y acceso a la educación, al sistema de salud, hubo alguna reducción de las desigualdades sociales, entre otros avances. Pero también hubo mucha disparidad en el acceso a esos beneficios; algunos autores dividen en tres grupos los países de la región: un grupo pionero-alto, un grupo intermedio y un grupo tardío-bajo (Del Valle, 2010). Respecto al desarrollo de la industria nacional para la década del 50, los países que habían avanzado más eran Argentina, Chile, Uruguay, Brasil y México; en un nivel intermedio estaban Ecuador, Perú y Paraguay, y “algunos países como los centroamericanos con excepción de Costa Rica, en su mayoría permanecieron atados totalmente a la matriz agroexportadora” (Moreira, 2011, p.6).
Según Klein, ese periodo de algunos beneficios con algunas relativas libertades y autonomías de los gobiernos de América Latina no fue del agrado de las autoridades estadounidenses e inglesas, ni de sus asesores económicos, que veían detrás el peligro del comunismo:
No había que dejarse engañar por el aspecto democrático y moderado de estos gobiernos, afirmaban estos halcones: el nacionalismo del Tercer Mundo era el primer paso en el camino hacia el comunismo totalitario y había que acabar con él antes de que echara raíces. (Klein, 2008, p.96)3
El ingreso del neoliberalismo a América Latina
A la periodización sugerida por Gutiérrez (2001), hay que añadir que las primeras semillas del neoliberalismo se remontan a más atrás. Según Puello-Socarrá (2015), se encuentran en 1947, en Suiza, con la fundación de la Sociedad de Mont-Pèlerin, grupo de economistas partidarios del libre mercado, que difundieron las primeras ideas y doctrinas de esta corriente; pero es en América Latina donde hace su primera aparición, el 11 de septiembre de 1973, cuando en Chile, Augusto Pinochet y las Fuerzas Armadas dan el golpe de Estado al gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende, primer presidente socialista elegido democráticamente. A partir de ahí, se despliega una ofensiva de dictaduras cívico-militares en Sudamérica y el resto del continente, en el marco del Plan Cóndor. Será el golpe de Estado el primer paso para implementar el nuevo modelo económico y destruir el Estado social; fue una imposición, no una elección. El neoliberalismo llega por medio de una dictadura, acompañada de bombas y balas, que significó muertos, heridos, desaparecidos y exiliados, y dejó atrás todo resquicio de democracia. En la génesis del neoliberalismo están la violencia y el terror; esto no ha desaparecido, los gobiernos neoliberales con el propósito de imponer ese modelo económico han recurrido a esos métodos para doblegar a los trabajadores, campesinos, mineros, indígenas y estudiantes.
El neoliberalismo en América Latina se anticipó a su aplicación y despliegue en los países desarrollados; este adelanto se explica porque se quiso cortar de raíz el camino al socialismo por la vía democrática que se intentó en Chile y, a la vez, impedir que la Revolución Cubana se constituya en un horizonte que seguir por algunos países; no era aceptable el socialismo, ni por las urnas ni por las armas. Katz (2016) señala: “La prioridad del neoliberalismo en la región fue desterrar la influencia alcanzada por la izquierda y el nacionalismo radical al calor de la Revolución cubana. También arremetió contra la heterodoxia keynesiana de varios pensadores de la CEPAL” (p.81). Ese temor hacia el socialismo y las revoluciones no era nuevo y no se inició con la victoria de la Revolución en Cuba en 1959; se remonta a 1917 con la Revolución Rusa y se agrava con la Guerra Fría. Lo que hacen los neoliberales en los años setenta y ochenta con el afán de tener la vía libre para implantar su modelo, es reavivar ese temor; en diciembre de 1991 terminó la Guerra Fría, pero los neoliberales continuaron utilizando el tema del comunismo como una amenaza contra el mercado; comunismo para ellos era un Estado burocrático con una economía planificada. Hoy se recurre a los mismos argumentos4 para invalidar toda propuesta que no sea acorde con una económica de mercado; la retórica es que para disfrutar de los éxitos que ofrece el mercado se necesita evitar cualquier intervención del Estado en la economía, y se acusa que esto es lo que hacen los políticos nacionalistas, progresistas o de izquierda.
La implementación del neoliberalismo en Chile fue bajo la asesoría de la Escuela de Chicago a partir de los economistas Friedrich von Hayek (austríaco) y Milton Friedman (estadounidense), quienes fueron los arquitectos de esa teoría; pero el compromiso de estos académicos no fue solo de tipo técnico o teórico en la economía, sino que también dieron respaldo público a la dictadura y mostrarán sus afectos a regímenes dictatoriales y autoritarios en otros países5. Para Hayek, la democracia tiene poca o ninguna compatibilidad con la libertad de mercado; en 1981, dijo: “Mi preferencia personal, se inclina a una dictadura liberal y no a un gobierno democrático donde todo liberalismo esté ausente” (Valier, 1994, p. 47). Naomi Klein (2008), demuestra que en las dictaduras del Cono Sur hubo una estrecha relación entre el modelo económico neoliberal (orientado por Friedman y Hayek), la violación de los derechos humanos a sangre y fuego (contra quienes se opusieron a las dictaduras) y los costos sociales y económicos a la población en general. Friedman se convertiría en asesor de Margaret Thatcher en el Reino Unido (1979-1990) y de Ronald Reagan en Estados Unidos (1981-1989), los primeros gobiernos neoliberales del Primer Mundo. El gobierno de Reagan impulsó el retorno a los mandatos del mercado, suprimió las normas que pusieron barreras a la libertad económica, eliminó políticas favorables para el empleo de las mujeres y los sectores indígenas, y hubo recortes a los programas de inversión y ayuda social, entre otras medidas. Por su parte, Thatcher promovió el esfuerzo individual, redujo la intervención del Estado, favoreció la injerencia del mercado, implementó un programa de privatización de empresas públicas vinculadas al transporte, comunicaciones y petróleo; cerró las empresas no rentables, terminó con los sindicatos, etc. (González, 2008). Este tipo de políticas se convirtieron en paradigmas.
Katz (2016), al referirse al neoliberalismo en América Latina, señala que el periodo de transición de las dictaduras a la democracia se caracterizó en general por una campaña y aplicación de políticas de rechazo a las reformas sociales, la redistribución del ingreso y la defensa del patrimonio nacional; en lo estrictamente económico, hubo dos momentos: el primero, en los años ochenta, caracterizado por los ajustes antinflacionarios con la aplicación de las políticas de choque, recorte del gasto público y subida de las tasas de interés.
El inicio de la crisis del neoliberalismo
El segundo periodo es el de los años noventa, en el que predominaron las directrices del “Consenso de Washington” (1989) con la apertura comercial, las privatizaciones y la flexibilización laboral; hubo desmantelamiento de las empresas del Estado y se eliminaron las protecciones arancelarias. La confianza en la idea de “la mano invisible” estuvo reforzada por la demanda y exigencia de la competitividad y la eficiencia; se vendieron las propiedades del Estado y hubo una amplia apertura a las importaciones; se redujeron los ingresos populares y aumentó la desigualdad. La sociedad en general fue permeada por la propuesta neoliberal, de tal forma que parecía que no había más alternativa que creer y obedecerle: “Es muy clara la idea del neoliberalismo -su percepción básica- de que el ser humano tiene que obedecer los designios de una fuerza que funciona objetivamente” (Echevarría, 2011, p.285). A esto se suman otras características específicas del neoliberalismo, mencionadas por Chauí (2013) respecto a Brasil, pero que se dieron también en otros países: la tercerización y la precarización del trabajo, el desempleo estructural, el paso del poder de decisión del capital industrial al capital financiero, la transnacionalización de la economía, etc. Y todo esto se realiza en regímenes de democracias liberales; por eso puede decirse que hay una convivencia entre democracia liberal y neoliberalismo; este tipo de democracia le es útil al neoliberalismo; al respecto, Gallardo (2007, p.53) dice: “Todo lo que se hace dentro del neoliberalismo o teniéndolos como referencia es, por definición, ‘democrático’”.
El neoliberalismo, además de ser una teoría económica que posiciona el mercado capitalista en el centro de la dinámica social y dice conceder todo tipo de libertades para que las personas emprendan sus negocios y logren su bienestar personal, se opone a la libertad que puedan tener otras sociedades para optar por otro sistema político que no sea el capitalista. De este segundo aspecto se habla menos, entre otras razones, porque se da por aceptado que después de la autodestrucción del socialismo real en los países de Europa del Este, ese horizonte ya no es posible; el mundo de un socialismo imaginado dejó de tener sentido y pocos hablan de él. Al respecto, Franz Hinkelammert dice: “No es muy fácil, porque las imaginaciones que se produjeron en el siglo XIX, en cuanto al socialismo, hoy no funcionan. Hasta la palabra socialismo, no funciona. Se dice: “¡queremos socialismo!”, pero nadie sabe lo que es eso” (Bautista, 2018, p.22). Y los que lo adversan, menos todavía se interesan por saberlo. En el plano ideológico este es un triunfo del neoliberalismo en América Latina porque logró posicionar desde las burguesías nacionales, la clase política y los medios de comunicación, que todo lo que sea contrario al neoliberalismo, o cualquier iniciativa a favor de la intervención del Estado en la economía o en las políticas sociales, sea visto como un atentado a las libertades, o como antidemocrático (Gallardo, 2007); es percibido y denunciado como violatorio del derecho a la libertad personal, económica, empresarial, etc. Sin importar que, en nombre de esas libertades, los derechos humanos y ambientales sean vulnerados.
Katz (2016), explica que el neoliberalismo en América Latina entró en crisis a comienzos del siglo XXI, por sus contradicciones, mitos y por los resultados económicos y sociales; fueron años en los que los pueblos resistieron y se rebelaron contra ese modelo; si bien es cierto que las protestas contribuyeron a impedir su éxito, el modelo por sí mismo fracasó; el neoliberalismo demostró su inviabilidad. García Linera dice que “Después de las dictaduras el neoliberalismo se impuso de una manera brutal, a rajatabla, sin negociación y sin medias tintas. De una buena vez para todo y en todo. En los veinte años que duró fue desastroso” (Tzeiman, 2022, p.524). Las rebeliones en varios países fueron consecuencias de esa política económica; la protesta generalizada tuvo su mayor expresión en 2005 en la Cumbre de Mar del Plata (Bruschtein, 2020).
Después de varios años de dictaduras militares y gobiernos neoliberales que tuvieron el respaldo de Estados Unidos y los organismos financieros internacionales, surgen, entre finales del siglo XX e inicios del siglo XXI, organizaciones políticas de izquierda que llegaron al poder por la vía electoral: el Movimiento Quinta República en Venezuela, con Hugo Chávez, en 1998; el Partido de los Trabajadores en Brasil, con Luiz Inácio Lula da Silva, en 2002; el Frente para la Victoria en Argentina, con Néstor Kirchner, en 2003; el Frente Amplio en Uruguay, con Tabaré Vázquez, en 2004; el Movimiento al Socialismo en Bolivia, con Evo Morales, en 2005; Alianza País en Ecuador, con Rafael Correa, en 2006; y Alianza Patriótica para el Cambio en Paraguay, con Fernando Lugo, en 2008. Cada uno de ellos con sus especificidades ha sido reconocido en su momento como gobierno progresista o de izquierda, caracterizados por desarrollar políticas de protección social, algunos de nacionalización de los recursos naturales, y la mayoría por reforzamiento del papel del Estado frente a la economía de mercado. Como se indicó antes, el caso brasileño (los gobiernos de Lula y Dilma) es calificado por algunos estudiosos como neodesarrollismo, porque “más parece una estrategia de continuidad que de ruptura con el neoliberalismo, solo que incorporando un discurso de inclusión social y de políticas sociales de compensación, que no trasciende dichos marcos” (Vidal et al., 2019, p.183)6. Hay otros que no comparten ese señalamiento. Al fin de cuentas, estos gobiernos lograron transformaciones sociales y económicas significativas las cuales no se pueden negar. Aunque estos gobiernos se diferenciaban entre sí en algunos aspectos, se habló de ellos en plural: “las izquierdas latinoamericanas” o “los nuevos socialismos”. ¿Qué significaba en ese contexto (siglo XXI) ser socialista o ser de izquierda? ¿No era que las ideas socialistas habían fracasado a raíz del derrumbe del socialismo en Europa del Este?
Las consecuencias económicas y sociales causadas por el neoliberalismo provocaron la organización y movilización de los pueblos y la reaparición de la izquierda con una prédica socialista; pero esta era una izquierda nueva que había aprendido algunas lecciones de la historia; sabía que no podía repetir el pasado y que tenía que reinventarse. A los presidentes de esos países se les escuchó decir en discursos y entrevistas que sus proyectos políticos en tanto gobiernos de izquierda intentaban recoger la propuesta de José Carlos Mariátegui, que el socialismo en América Latina no debía ser “ni calco ni copia sino creación heroica”. Es a partir del arribo de estos nuevos grupos de izquierda al poder, que se va a dar inicio a lo que se conoció luego como el socialismo del siglo XXI.
Hugo Chávez y el socialismo del siglo XXI
En febrero de 2005, por primera vez, se empezó a hablar del socialismo del siglo XXI; fue en el acto de instalación de la IV Cumbre de la Deuda Social en Venezuela que el presidente Hugo Chávez llamó a “inventar el socialismo del siglo XXI”. En entrevista para la revista Punto Final, él explicó que después de haber pasado más de seis años en la presidencia, había estado reflexionando acerca de la posibilidad de encontrar una tercera vía que fuera distinta al socialismo y al capitalismo, pero no la encontró, y llegó a la conclusión de que sólo el socialismo podía traer la justicia social, pero insistió en que este socialismo tenía que ser uno nuevo. En esa entrevista sugirió algunos elementos que deberían estar presentes en el socialismo del siglo XXI: en lo moral, debe nutrirse del cristianismo (Chávez dice que Cristo fue el primer socialista), la generosidad, la ética, y debe luchar contra el individualismo, el egoísmo, el odio y los privilegios; en lo político, debe ser una democracia participativa y directa del pueblo (el partido debe estar subordinado al pueblo); en lo social, debe conjugar igualdad con libertad, logrando una sociedad de incluidos, sin la abismal diferencia entre extrema riqueza y extrema pobreza; en lo económico, debe buscar un cambio del sistema capitalista, impulsando el cooperativismo, el asociativismo, la propiedad colectiva, la banca popular, la autogestión y la cogestión (Cabieses, 2005).
Esta propuesta fue motivo de sorpresa para unos y burla para otros; algunos sectores de la izquierda tradicional no lograron entender lo que estaba planteando; otros, aferrados a la dogmática izquierdista veían en Chávez a un seudosocialista. Los grupos de la derecha latinoamericana creyeron que era una ocurrencia descabellada del venezolano y lo catalogaron de demagogo y populista; y los publicistas neoliberales dijeron en los medios de comunicación que se trataba de una variante peligrosa y novedosa de la Guerra Fría (InteramericanID, octubre, 2009).
Sin embargo, dentro y fuera de Venezuela, hubo gente que participó en congresos y foros para debatir sobre el tema, con el propósito de darle más contenido y coherencia a las ideas sugeridas por el presidente; desde entonces se empezó a publicar artículos y libros. Si bien en un inicio Hugo Chávez se refería a la experiencia política venezolana, pocos años después los otros gobiernos de izquierda asumieron ese nombre para referirse a los proyectos que desarrollaban en sus países; por eso se hablaba de los nuevos socialismos (en plural). De manera que cuando se hacía referencia al socialismo del siglo XXI, se estaba considerando a los gobiernos de izquierda, con las particularidades de cada uno, en los tres primeros lustros de este siglo.
Algunas personas han estudiado y publicado libros sobre el tema, los cuales fueron hechos con la urgencia de la acción colectiva: Dieterich (2004), Borón (2008) y Harnecker (2010), quienes se propusieron acompañar con sus interpretaciones y propuestas el desarrollo de esa nueva experiencia política. Son aportes que tratan de explicar desde la experiencia orgánica de la izquierda y desde el pensamiento marxista, lo que significaba el nuevo socialismo del siglo XXI, especialmente en Venezuela.
Si bien es cierto que Hugo Chávez fue el iniciador de esta nueva propuesta, no la desarrolló teóricamente a profundidad; él acostumbraba hacer constantes alocuciones y referencias al tema de manera general en el programa Aló presidente (programa de televisión de cada domingo) y en sus discursos. En varias ocasiones dijo que el Partido Socialista de Venezuela no tomará las banderas del marxismo leninismo, porque esos eran dogmas que ya habían pasado, y que el papel de la clase obrera como motor de la historia no es posible. En su opinión, el socialismo no tiene que ver sólo con la propiedad de los medios de producción y que fue un error del socialismo tradicional estatizarlo todo, porque el Estado no puede ser propietario de todo. Proponía que el nuevo socialismo debía dar lugar para que la gente sea propietaria de algunos pequeños y medianos negocios, pero estos no podían ser negocios grandes ni monopólicos, porque empezaría la distorsión y se correría el riesgo de caer en la dictadura económica; debía aceptarse la propiedad privada, siempre y cuando sirva para producir bienes y servicios que satisfagan necesidades y cuyos excedentes no contribuyan a la concentración de capitales en pocas manos, explotando a los consumidores y a los trabajadores (Robert, setiembre, 2015).
Ocho principios del socialismo del siglo XXI
No todos los presidentes de izquierda identificados con el socialismo del siglo XXI han tenido la capacidad de articular las ideas en torno al tema y, menos aún, de poder comunicarlas. La excepción ha sido Rafael Correa, presidente de Ecuador (2007-2017) que, en diferentes encuentros públicos y, en particular, con los medios de comunicación, ha desarrollado teóricamente, con algo de amplitud, el tema y lo ha hecho a partir de la experiencia ecuatoriana, pero sin dejar de tomar en cuenta lo que los otros gobiernos estaban desarrollando7. Durante sus diez años como presidente, Correa fue invitado a dar conferencias a muchas universidades de América Latina, Estados Unidos, Asia y Europa; también fue solicitado por muchos medios de comunicación de distintos países para ser entrevistado; el tema del socialismo del siglo XXI fue uno de los más tratados en esas audiencias. Este se convirtió en un interés general debido al apoyo popular que recibían los gobiernos de izquierda, y también porque Correa hacía constantes referencias llamándolo a veces “socialismo del buen vivir” o “socialismo moderno”. En el Internet se encuentran decenas de videos que registran estas exposiciones y diálogos. Llama la atención que, a diferencia de otros tópicos tratados por él, por ejemplo, el de la libertad de prensa, sobre el que los periodistas opinaban y asumían posiciones políticas firmes, en el caso del tema del socialismo del siglo XXI, la mayoría de ellos se limitó a escucharle.
Al igual que los documentos escritos, las entrevistas televisadas son fuente de investigación para diversos temas, pues ahí queda consignada mucha información susceptible de ser estudiada; son videos que no han sido interpretados ni editados8. Todas las audiencias seleccionadas se las hicieron en vivo y se encuentran en el Internet. Para los fines de este ensayo, se escogieron doce entrevistas y una conferencia (ver bibliografía)9. Sus interlocutores son periodistas de medios de comunicación de Argentina, Guatemala, Perú, Ecuador, Chile, Venezuela, Costa Rica, Colombia, Holanda, Inglaterra y Suiza; en ellas, Correa desarrolla lo que podría denominarse el abecé del socialismo del siglo XXI. Este trabajo de investigación consistió en organizar las ideas del entrevistado presente en varias decenas de horas de conversaciones con los periodistas en diferentes momentos de la historia política de América Latina (un periodo de diez años). Para eso se procedió así: buscar en cuáles entrevistas él hacia referencias o precisiones sobre el tema del socialismo del siglo XXI; una vez seleccionados esos diálogos, se procedió a cotejar los temas principales entre las distintas alocuciones y a ordenar y sistematizar las ideas conforme fueron expuestas, tomando en cuenta el grado de importancia (por el énfasis y extensión) que él le dio a cada una.
En setiembre de 2007, Jorge Lanata entrevistó a Rafael Correa en Ecuador (tenía apenas siete meses como presidente); mientras explicaba otros temas, el periodista con un tono jocoso le interrumpe: “¿Me puede explicar que es el socialismo del siglo XXI?, no lo he entendido”. Correa le responde: “¡Es maravilloso!, pero no se lo puedo empaquetar en conceptos sencillos, porque básicamente son principios más que modelos” (Fundamedios, setiembre, 2007).
A continuación, se exponen ocho principios, los cuales permiten entender en qué consiste esta propuesta política del socialismo del siglo XXI. Todos se obtuvieron de las disertaciones que Correa hizo con más de una decena de periodistas. Lo que se leerá en las siguientes páginas son las ideas de uno de los protagonistas.
Supremacía de trabajo humano sobre el capital
Este es el principio central que lo diferencia del capitalismo. En América Latina, los gobiernos de derecha con sus políticas económicas neoliberales convirtieron al ser humano en un instrumento más de producción en función de las necesidades de acumulación del capital, y legitimaron formas perversas de explotación laboral. Esas políticas han sido: 1) la tercerización laboral: empleadores o patrones que no son identificados porque pertenecen a terceras empresas (los trabajadores no saben quiénes son sus jefes ni dónde viven; no tienen ante quién negociar sus condiciones laborales ni reclamar sus derechos); 2) la violación a la libertad sindical: en algunos países se criminaliza la sindicalización, en otros se prohíbe organizar sindicatos; la realización de paros o huelgas está penalizada; 3) la flexibilización laboral: los trabajadores son contratados sin protección de las leyes laborales y en cualquier momento son despedidos; 4) los conflictos con los contratos, las prestaciones sociales y las liquidaciones del trabajador; 5) no hay jornadas completas de trabajo. Estas prácticas son la antítesis del socialismo del siglo XXI, que considera el trabajo humano como el fin mismo de la producción, y no como un factor más de producción; el socialismo del siglo XXI protege y recupera los derechos laborales de los trabajadores (Fundamedios, setiembre, 2007).
El error de la izquierda clásica fue negar el mercado; éste existe, pero no debe gobernar la sociedad. El mercado busca convertir todo en mercancía, pero hay cosas que no pueden ni deben ser convertidas en mercancía, como la educación, la salud o los sectores estratégicos de un país, como los recursos naturales. Por eso la sociedad debe tener cuidado de lo que puede hacer el mercado en esas áreas y debe regularlo por medio del Estado (SECOM, enero, 2015).
Si bien es cierto que en el siglo XXI nadie puede defender la estatización de los medios de producción, sin embargo, el socialismo del siglo XXI considera que algunos medios de producción son estratégicos para el desarrollo de un país y, por lo tanto, deben estar en manos del sector público. En América Latina hay una concentración de los medios de producción en manos privadas, los cuales deben ser democratizados y desde ahí buscar formas alternativas de propiedad, como el cooperativismo y la asociatividad. El objetivo del nuevo socialismo es la adecuada distribución de las riquezas; por eso, el papel del Estado es lograr que los beneficios vayan para todas las personas y no sólo para unas cuantas, como sucede cuando hay privatizaciones (Fundamedios, setiembre, 2007). El socialismo del siglo XXI propone que el trabajo humano tenga supremacía sobre el capital y no lo contrario que es como sucede hoy en el capitalismo neoliberal.
Sociedades gobernando los mercados
La esencia del capitalismo consiste en la supremacía total del capital sobre los seres humanos y la dominación del mercado sobre las sociedades. Aunque haya quienes argumenten a favor de un capitalismo más humano, “capitalismo con rostro humano”, en esencia seguirá imponiéndose la hegemonía del capital (TV Pública Argentina, junio, 2012). El socialismo del siglo XXI no niega el mercado, porque el mercado es una realidad; pero una cosa son los mercados dominando a las sociedades, y otra, las sociedades gobernando los mercados.
A diferencia del socialismo tradicional que negaba el mercado y el capital, el socialismo del siglo XXI sostiene que el capital es una necesidad, pero eso no quiere decir que el ser humano deba convertirse en un instrumento más de la acumulación del capital; el capital debe ser visto y tratado en función del ser humano. Es un grave error creer que el mercado funciona con ausencia de fuerzas sociales y políticas, eso es un artificio; el mercado es una entelequia donde existen poderes, por eso es mejor tenerlo como siervo, antes que como amo. Frente a los poderes del mercado que pueden especular, se requiere conscientemente la acción colectiva a partir del Estado, para controlar esos poderes. Es una falacia decir que existe la mano invisible del mercado; hay manos bien visibles y poderes bien claros; no es cierto que el “dios mercado” sea perfecto (Perú, noviembre, 2013). El hecho de que exista el mercado no quiere decir que sea la máxima autoridad para asignar todos los recursos y ordenar todos los aspectos de la vida social. Es la sociedad, por medio del Estado, la que debe guiar, regular y controlar al mercado para alcanzar los fines socialmente deseables. Dice Correa que para el socialismo del siglo XXI hay cosas demasiado importantes que no pueden dejarse en manos del mercado:
Fíjese lo que ha pasado: Yo puedo dejar que esa entelequia llamada mercado asigne corbatas, CDs, etc., ¿pero alimento…? Mire la crisis alimentaria que existe a nivel mundial. ¡Ah! es que con las subidas de los precios, eso va a abrir oportunidades para sembrar más y después de tres o cuatro años se vuelve todo a equilibrar. ¡Maravilloso! ¿Y cuántos muertos quedaron en el camino? Hay muchas cosas demasiado importantes como para dejarlas a la entelequia llamada mercado. (Informan, julio, 2008)
De acuerdo con el ejemplo anterior, si el mercado gobernara a la sociedad, entonces, se puede producir corbatas para todos los gustos, pero también se puede tener miles de muertes que pudieron ser evitadas. Al referirse a este aspecto central, indica que esto se constituye en un desafío para el desarrollo del continente. América Latina no se ha desarrollado por causa del tipo de relaciones de poder que ha tenido. Siempre han sido clases de elites exclusivas y excluyentes las que la han gobernado que no utilizaron los beneficios del progreso para dar bienestar a todos (por ejemplo, para que nadie muera por falta de alimentos), sino para diferenciarse ellos del resto, con sus barrios de lujo, colegios de lujo, clubes de lujo; separarse, crear castas, crear clases y diferenciarse. Para el socialismo del siglo XXI, el desarrollo es un proceso político, es un cambio en las relaciones de poder en función de las mayorías: cambiar los estados burgueses en estados populares. Pero también es un problema técnico, porque esos cambios y ese desarrollo deben hacerse bien y con eficiencia (OmarAli, diciembre, 2012). Para el socialismo del siglo XXI, los medios de producción tienen que estar orientados a reducir la pobreza y mejorar la igualdad, y eso no es un problema económico sino político, por eso se necesita tener la decisión política para hacerlo (SECOM, enero, 2015). El mercado no puede gobernar a la sociedad.
Superar el materialismo dialéctico y la lucha de clases
El nuevo socialismo rechaza la idea de la lucha de clases que la izquierda tradicional predicaba como guía para la acción; esta es inviable e indeseable en el siglo XXI; los cambios violentos no son el camino para alcanzar el poder o para hacer las transformaciones. El socialismo del siglo XXI busca el camino democrático: “nuestro ejército son los ciudadanos y nuestras armas son los votos” dice Correa. En el siglo XXI, la democracia no sólo debe asegurar elecciones periódicas, transparentes y universales, sino también garantizar otros derechos, como la igualdad de oportunidades, equidad, educación, salud, libertad, vida digna, etc.; todo eso constituye que las revoluciones sean profundamente democráticas (Tábano, julio, 2017).
Así como es un simplismo afirmar que el motor del avance de la sociedad es el individualismo haciendo abstracción de la cultura, de la comunidad y de la historia, también es una abstracción decir que la lucha de clases es el motor de la historia, haciendo abstracción de la tecnología. Correa piensa que una revolución tecnológica puede hacer más cambios sociales en las relaciones de producción que el propio materialismo dialéctico o la lucha de clases. Considera un error creer que todo se da por ese cambio en la relación de fuerzas; hay muchas otras cosas importantes como el avance tecnológico y los cambios culturales que son elementos que deben ser tomados en cuenta cuando se plantea la necesidad de realizar grandes cambios sociales (Victorkasparov, junio, 2014).
El valor de uso y el valor de cambio
El capitalismo le da más importancia al precio, o sea a los valores de cambio, y el socialismo del siglo XXI propone invertir esa perspectiva, dándoles más importancia y relevancia a los valores de uso. En América Latina, que es la región del mundo que peor distribuye las riquezas, el neoliberalismo tiende a producir cosas con un alto precio, pero con pequeño valor de uso. El socialismo del siglo XXI busca darles valor a las cosas por lo que ellas significan para la gente; Correa pregunta: ¿cuál es la importancia que tienen la paz social, la tierra, el agua, la dignidad de los pueblos? Estas son cosas que no tienen precio, y que no pueden ser convertidas en mercancías, como lo ha hecho el mercado en muchos países (Fundamedios, setiembre, 2007).
El capitalismo lo que hace es pagar por lo que tiene precio, pero no paga por lo que tiene valor; los precios son ineficientes para representar valor; puede haber cosas de inmenso valor, pero sin precio: ¿cuál es el precio de la seguridad ciudadana?, ¿cuál es el precio del medio ambiente?, ¿cuál es el precio de la paz social? Hay cosas de enorme precio, pero sin mucho valor, más aún en sociedades donde hay una pésima distribución del ingreso. Dice Correa que con una mala distribución del ingreso los precios pueden reflejar cualquier cosa y utiliza la siguiente ilustración:
Supónganse que yo soy un amante del arte y conozca muchísimo de pintura y gane cien dólares y veo un cuadro que me encanta, me apasiona, pero cuesta mil dólares; no estoy dispuesto a pagar por ese cuadro. Supónganse que viene alguien semi ignorante, pero que gana veinte mil dólares (ni siquiera sabe si el cuadro está al revés o al derecho), pero está dispuesto a pagar los mil dólares por el cuadro. Esos mil dólares no reflejaron el valor que para esa persona tenía ese cuadro, tan sólo reflejó la cantidad de dólares que tenía esa persona. (Presidencia de Ecuador, agosto, 2007)
Como el capitalismo le da más importancia al precio, entonces, en el ejemplo anterior, el cuadro de arte no es valorado en tanto producción artística, sino en tanto el precio elevado que se le asigna: ¡tiene “valor” porque cuesta caro! En este sistema económico capitalista, la ideología neoliberal conduce a la tendencia de hacer creer a las personas que las cosas que cuestan más caro son las mejores, o tienen más valor. En la ilustración que pone Correa, la obra de arte vendida a un precio alto, la puede pagar alguien que tiene mucho dinero, aunque no sabe nada de arte. Lo importante para el capitalismo es el precio, no el valor. En cambio, la propuesta del socialismo del siglo XXI es invertir esa perspectiva, dándole más importancia y relevancia a los valores de uso. No es una tarea sencilla, porque todo esto es parte de un sistema cultural que sostiene al capitalismo. El desafío del socialismo del siglo XXI es generar cosas que tengan valor de uso, cosas que tengan capacidad de generar bienestar humano; pero también necesita educar a la gente en esa dirección.
Justicia con eficiencia productiva y eficiencia asignativa
Si hay un aspecto en el que el socialismo del siglo XXI coincide con el socialismo tradicional es en la búsqueda de la justicia social. Y éste es un aspecto fundamental, más aún cuando este nuevo socialismo busca desarrollarse en América Latina que es la región que posee la mayor desigualdad del mundo (Fundamedios, setiembre, 2007). Aunque cada país es un universo diferente, lo central entre los movimientos progresistas y los gobiernos de la nueva izquierda de América Latina sigue siendo la lucha por la justicia social (TV Pública Argentina, junio, 2012). Pero a diferencia del socialismo tradicional que habló bastante de justicia social, pero muy poco de eficiencia (la izquierda tenía conflicto con la eficiencia), el nuevo socialismo busca que ambos estén relacionados; muchas veces no hay mejor justicia social que la propia eficiencia, porque con los mismos recursos se puede hacer mucho más. En el pasado, dice Correa, varios sectores de la izquierda tradicional hablaron bastante de justicia social y se mostraban muy generosos, pero lo hicieron con plata ajena, porque nunca pensaron ni fueron capaces de generar más recursos (SECOM, agosto, 2014).
Un error de la izquierda clásica fue creer y defender la idea de que el Estado podía resolver todas las cosas, es decir, ejercer una política estatista, pero el socialismo del siglo XXI promueve un Estado que no se encarga de hacerlo todo; el Estado debe hacer unas cosas, pero otras no. Por ejemplo, en cuanto a la producción debe existir relación entre el sector privado y el sector público; además, debe tomarse en cuenta lo que es la eficiencia productiva y la eficiencia asignativa. Para ilustrar el significado de estas y la diferencia entre ambas, Correa usa el ejemplo de “la escuela y la discoteca”: el sector privado con todos sus recursos (trabajo humano, capital financiero, material de construcción, tecnología, etc.) puede construir una escuela (guardería infantil) o una discoteca; pero resulta que lo más deseable para ese sector privado es construir la discoteca y no la escuela; construye la discoteca y la administra con mucha eficiencia, pero eso no significa que todo lo que ahí se ha invertido (recursos humanos, capital financiero, tecnología, materiales) no sea socialmente más necesario en la construcción de la escuela (sin duda, puede haber una gran discusión de cuál de las dos es más necesaria para nuestras sociedades). Correa dice que se requiere tener una visión integral del desarrollo y esa visión la debe tener el Estado, porque éste lo constituyen hombres políticos (no mercados) y son los que tienen que tomar las decisiones; ellos son los que conocen el mundo real y sus necesidades; el mercado no es que no conozca ese mundo real, sino que no le interesa; al mercado le interesa lo que deja dividendos, le importa el mundo de los negocios, el dinero. Es decir, mientras el Estado sabe de las necesidades que hay en áreas como la educación o la salud y debe invertir en ellas, el sector privado piensa primero en la rentabilidad que le puede dejar la inversión y, por eso, puede priorizar la creación de una discoteca y no la construcción de una escuela. ¡Ah, pero si construir escuelas le genera dinero, entonces el mercado optaría por construirlas! ¿Acaso en estos tiempos que corren, el mercado no ha transformado la educación (un derecho) en una mercancía? Dice Sánchez que “el capitalismo convierte en mercancía todo lo que toca, desde el sexo hasta la muerte” (2012, p.22).
El socialismo del siglo XXI plantea que el sector público siempre debe ejercer su rol controlador y regulador. Si bien en este nuevo socialismo hay lugar para lo privado, la sociedad necesita de la acción pública y esta se realiza mediante el Estado, pero tiene que hacerlo de forma eficiente, que en términos económicos se llama la eficiencia productiva. Dice Correa que, aunque la inversión productiva muchas veces la hace mejor el sector privado, debido a su propio interés, por los incentivos y las utilidades, el socialismo del siglo XXI apuesta por que el Estado tome en cuenta la importancia de la eficiencia asignativa, debido a que tiene la visión y la capacidad de destinar los recursos a sus usos socialmente más valiosos (OmarAli, diciembre, 2012). No vale nada la eficiencia productiva del mercado si no se complementa con la eficiencia asignativa del Estado.
Sobre el ser humano y la naturaleza
Cuando el socialismo del siglo XXI se refiere a la justicia social lo hace en función del desarrollo que se busca en América Latina, región que posee la mayor cantidad de recursos naturales en el mundo. Contrario a quienes señalan que no hay que tocar la naturaleza, Correa se refiere a algunas corrientes conservacionistas provenientes del mundo desarrollado, que son replicadas por algunas organizaciones ambientalistas en América Latina y que apuestan por preservar la naturaleza a costa de sacrificar vidas humanas. El socialismo del siglo XXI coloca la naturaleza al servicio del ser humano. Si bien toda acción humana tiene un impacto en la naturaleza, lo importante es que ese impacto sea menor y sirva para que la gente viva mejor. En el caso de América Latina, se deben aprovechar al máximo los abundantes recursos naturales que posee, pero se debe proceder con la mayor responsabilidad ambiental y social; dice Correa: “es un absurdo ser mendigos sentados en un saco de oro”. Señala que el pensamiento de algunas corrientes conservacionistas se reduce a decir ¡No al petróleo, no a la minería, no a los recursos naturales! Dicen que aman la Pachamama (Madre Tierra), mientras tanto, la miseria sigue siendo parte del folklor y del paisaje de muchos pueblos. El imperativo moral del nuevo socialismo es superar la pobreza y para eso, inevitablemente, se necesitan los recursos naturales y debe hacer uso responsable de ellos. Al tratar este tema en una entrevista en la televisión chilena, Correa le pregunta al periodista, “¿te imaginas a Chile sin exportar cobre?” (SECOM, mayo, 2014). ¿Qué pasaría con la economía chilena si de la noche a la mañana deja de exportar cobre? Como puede verse, no se trata de situaciones sencillas ni tampoco de decisiones aisladas; se requiere de un cambio radical en la forma de producción económica.
Correa asegura que confundir folklor con miseria es la mayor forma de discriminación. Es insostenible afirmar que la cultura de los pueblos indígenas consiste en que sus casas no tengan piso, no tengan electricidad, no tengan agua potable, alcantarillado, hospitales, vías de comunicación, educación, etc. Eso no es cultura, eso es miseria y eso es fruto de la injusticia y de la exclusión (SECOM, 8 de agosto, 2014). La observación es a los movimientos ecologistas y a los gobiernos de los países ricos con esa tesitura, que tienen sus retransmisores en América Latina; son grupos ecologistas que hacen activismo con los pueblos indígenas, pero separan la lucha ecológica de la lucha anticapitalista; se quedan solo en lo primero: defienden el ambiente sin poner en cuestión el modelo económico que empobrece a los pueblos originarios y destruye la naturaleza; es una lucha errónea y distractora; incluso, grandes empresas transnacionales depredadoras de la naturaleza estarían financiando a muchos de esos grupos defensores del ambiente; la excitativa es: ¡reduce, recicla y reutiliza, pero mantén intacto el modelo económico capitalista! Es muy ilustrativo lo que hace varias décadas afirmaba el brasileño Chico Mendes, militante sindicalista y ecosocialista, asesinado en 1988, por defender la Amazonía: “La ecología sin lucha social es sólo jardinería” (Frère, 2022, párr. 45).
El socialismo del siglo XXI no acepta ese ecologismo neocolonial que condena a los pueblos indígenas a cuidar el bosque para que otros sigan contaminando el planeta. Ante una realidad de pobreza y miseria, la posición de Correa es aprovechar hasta el último gramo de oro y la última gota de petróleo, con absoluta responsabilidad social y ambiental (SECOM, 20 de agosto, 2014); les pide a los países del llamado Primer Mundo dejar de exigirle a los del Tercer Mundo: “no talen, no extraigan, no exploren”; piden eso, después de que ellos ya se llenaron el estómago depredando su medio ambiente. “Si seguimos exigiéndole eso a nuestros pobres, alguien se va a levantar y nos va a decir: ¡Déjenos morir como ricos, contaminados!” (Informan, julio, 2008). En entrevista con Radio Nederland, ahonda en este tema al explicar la idea de la “perfecta lógica económica” y “el derecho de ejecutar la acción”:
El que tiene el derecho de ejecutar la acción debe ser compensado para que no la ejecute. Un ejemplo: si aquí dice ‘se permite fumar´, y usted no quiere que yo fume, usted me tiene que compensar: ¡Rafael, te doy un cebiche, pero no fumes!, porque yo tengo el derecho a fumar. Pero si aquí dice ´se prohíbe fumar´ y yo quiero fumar, yo soy el que tengo que darle el cebiche para poder fumar. O sea, el que tiene el derecho de ejecutar la acción o el derecho a impedirla es el que recibe la compensación. Nosotros tenemos el derecho de explotar nuestros recursos naturales como ya lo hicieron Europa, Estados Unidos, el Primer Mundo; si ellos quieren que no los explotemos nos tienen que compensar. (Informan, julio, 2008)
Gran parte de los recursos naturales de América Latina han sido explotados con capital extranjero y por empresas transnacionales; en todo ese tiempo, eso se entendió como desarrollo y se hacía con el beneplácito de las oligarquías nativas; pero ese desarrollo no benefició a los pueblos, sino a las empresas y a las oligarquías. Cuando los gobiernos progresistas decidieron nacionalizar algunos sectores considerados estratégicos de la economía para ser explotados y favorecer a su población, entonces, desde los países centrales y desde dentro de cada país, se levantaron muchas voces acusándolos de extractivistas y depredadores de la naturaleza; curiosamente, esas voces no se escuchaban en los años y gobiernos anteriores. Si los recursos naturales los explota el poder empresarial colonial imperial, está bien, porque ellos sí saben cómo proteger la naturaleza; pero si los explotan los gobiernos progresistas, nacionalistas y antiimperialistas, entonces son devastadores del medio ambiente.
Correa plantea que en el hipotético caso en que se quiera salir del extractivismo, de todas maneras, habría que recurrir a él, porque salir del extractivismo no quiere decir dejar de producir petróleo o minería, sino utilizar y movilizar esos recursos para desarrollar otros sectores de la economía, como la agricultura, la industria o el turismo; desarrollando estos sectores, el sector extractivista tendrá menos peso. Propone movilizar los recursos para desarrollar lo que él denomina “la economía del conocimiento”, que es el talento humano, la ciencia, la tecnología, la innovación; se trata de invertir en la única economía que se basa en un recurso infinito: la mente humana (SECOM, 8 de agosto, 2014).
Cuestiona la veracidad del dilema entre “naturaleza o extractivismo” proveniente de los países más desarrollados. En entrevista con una emisora ecuatoriana afirma:
Nos proponen falsos dilemas, ¡naturaleza o extractivismo! Noruega es el país más desarrollado del mundo, es el país en que casi todo su territorio está cubierto de bosque, es el que mejor lo mantiene, y explota petróleo. O sea, eso no es cierto, eso es un falso dilema. (Gama, setiembre, 2013)
Desafíos de la acción colectiva para el desarrollo
Para ejercer la acción colectiva es necesario superar la falacia neoliberal que cree que el individualismo es el motor de la sociedad. Esa premisa convirtió el egoísmo, que es un execrable defecto humano, en la máxima virtud individual y social, y a la competencia -otra barbaridad-, en modo de vida; incluso, poniéndolos a competir entre países. Contrario a eso, el socialismo del siglo XXI busca recuperar la importancia de la acción colectiva, la solidaridad y el humanismo, los cuales deben ser fomentados y desarrollados por medio del Estado (YogaGYE, enero, 2012).
En el análisis que hace del socialismo tradicional, Correa encuentra que éste no se diferenció del capitalismo respecto a la noción de desarrollo y observa eso como un error grave; ambos, capitalismo y socialismo, buscaban la industrialización y la modernización como sinónimo de desarrollo; la diferencia radicaba en cómo llegar más rápido a ese objetivo. El desafío del socialismo del siglo XXI es presentar una nueva noción de desarrollo que contenga nuevos elementos como cuestiones de género, ambiente y desarrollo sustentable.
Lo que hoy se entiende como desarrollo es inviable e insostenible porque el planeta no soportaría la homogenización del estilo de vida capitalista que se promueve hacia todo el mundo. La Tierra colapsaría con sólo que el 20% de sus habitantes tenga el nivel de vida que tiene un habitante promedio de Nueva York. El desafío del socialismo del siglo XXI es presentar una nueva noción de desarrollo que supere el error del socialismo clásico, que jamás se diferenció del capitalismo. Se necesita un desarrollo que tenga armonía con el medio ambiente, que tenga equidad de género, equidad étnica, equidad regional; que responda a las problemáticas actuales como el ecologismo, el feminismo y el indigenismo; un desarrollo de lo local, que respete las culturas autóctonas, que no se imponga desde afuera, sino que se construya y presente desde adentro (Presidencia de Ecuador, agosto, 2007).
Integración y soberanía en América Latina
Una de las características del socialismo del siglo XXI, expresada por los propios presidentes de los gobiernos de izquierda, es la integración regional. Correa dice:
Mientras Europa tendrá que explicarles a sus hijos por qué se unieron, son veintiocho países con diferentes culturas, tradiciones, sistemas políticos, religiones, idiomas, etc., muchos de ellos enemigos históricos que vivieron matándose a través de los siglos, nosotros tendremos que explicarles a los nuestros por qué tardamos tanto. (SECOM, agosto, 2014)
Contrario al neoliberalismo que promueve e impone una integración de mercados no de naciones y de consumidores no de ciudadanos, el nuevo socialismo busca crear una integración latinoamericana amplia, con dimensiones económicas, políticas, sociales y culturales. Concibe la integración como la construcción de una gran nación de naciones; crear incluso una unión monetaria que le permita prevalecer e imponer la esencia latinoamericana en este mundo globalizado del siglo XXI y, también, tener la posibilidad de resistir a una globalización neoliberal que no ha beneficiado en absoluto a la región (Presidencia de Ecuador, agosto, 2007).
La integración latinoamericana promovida por el socialismo del siglo XXI está inspirada en el sueño de los libertadores y hoy esa integración es una necesidad de supervivencia, porque a las economías pequeñas abiertas se les hace muy difícil sobrevivir en un mundo globalizado, donde las transnacionales abusan de esos países pequeños, porque todo está en función del capital especulativo. Con la integración, América Latina podría tener su propio banco de desarrollo, sus propias reservas y financiar la región. En cambio, un país solo, luchando contra las transnacionales, puede ser destruido; pero los países juntos pueden ponerles condiciones a las transnacionales (si los países están solos, entonces, son las transnacionales las que les imponen las condiciones). Cuando los países están separados, la competencia se da entre ellos; pero si están integrados, pueden poner salarios mínimos en el nivel regional y ya no caerían en el absurdo de competir por quién ofrece una mano de obra más barata para el capital transnacional. Correa dice que el mundo del futuro será un mundo de bloques y sólo así se podrá tener presencia en el concierto internacional del orden mundial, el cual no sólo es injusto sino inmoral, porque todo está en función del más fuerte. Actuando como bloques, por ejemplo, como UNASUR, se podrían transmitir los valores latinoamericanos al mundo y defender los intereses colectivos de la región (SECOM, agosto, 2014).
Los países de América Latina necesitan defender su soberanía, porque no es posible que se sigan imponiendo desde afuera las recetas de cómo debe gobernarse un país. Lo que se ha vivido en América Latina por parte de los gobiernos neoliberales ha sido “el más vergonzoso neocolonialismo en todos los aspectos”; acríticamente se aceptaban todas las recetas que imponía el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial. Pero esa soberanía debe ir ligada a un sano nacionalismo, porque hace falta aprender a valorar y preferir lo propio, amar lo nuestro y sentirse orgullosos e identificados con lo que tiene cada nación; no hay país en el mundo que se haya desarrollado sin un sano nacionalismo (Presidencia de Ecuador, agosto, 2007).
No es sencillo definir el concepto de neoliberalismo toda vez que cada autor que se refiere a este término lo usa con una gran amplitud; sin embargo, una aproximación más cercana permite entender que se trata de una corriente de pensamiento que tiene dimensiones económicas, políticas, sociales, culturales, ideológicas a la vez. Su ingreso, presencia y despliegue en América Latina no es un asunto fortuito, ni tampoco llegó a este continente a solicitud o interés de los políticos, economistas o tecnócratas locales; es decir, sus orígenes no están aquí, sino que hay que buscarlos en un nivel más macro, a saber, en la crisis del propio sistema capitalista, que en su afán por restructurarse en lo global responde con esta propuesta. Y con ella busca una reconfiguración de la sociedad y del mundo en general, en donde el libre mercado es el eje central para la prosperidad de los negocios; pero, por otro lado, la participación del Estado en la economía se reduce al mínimo, o en algunos casos dependiendo del tipo de Estado esa participación será nula.
El neoliberalismo en América Latina encontró desde sociedades escindidas hasta Estados débiles, y sobre esas realidades implementó sus programas por espacio de dos décadas; aunque los resultados son negativos, no significa que haya sido desplazado por otra corriente alternativa. Ante esa situación surgieron a finales de los años noventa e inicios del siglo XXI varios gobiernos progresistas, la mayoría de ellos en América del Sur que, liderados por el presidente Hugo Chávez, crearon expectativas de cambios significativos para sus sociedades, donde el mercado estaría controlado por el Estado; se difundió, así, una propuesta llamada el socialismo del siglo XXI, cuyos principios, sin dejar de ser socialistas, se distanciaron del marxismo ortodoxo, y así quisieron responder a los desafíos que América Latina presenta; aspiró a ser lo que José Carlos Mariátegui propuso: “No queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica”. Como se señaló al inicio, no corresponde aquí evaluar los resultados de esta propuesta, eso puede ser tarea de otro trabajo.
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1 Más adelante se harán algunas precisiones respecto a este tema del neodesarrollismo.
2 Esto ha sido realizado desde las ciencias sociales y las humanidades; la bibliografía da cuenta de que, en un primer momento, lo hicieron desde la economía, la filosofía y la sociología; después se sumaron disciplinas como la ecología, la politología y la teología; y más recientemente, la antropología, la psicología y los derechos humanos.
3 En América Latina, desde hace varias décadas, se utiliza la expresión “nacionalista” como sinónimo de atraso para descalificar cualquier propuesta que sea alternativa o diferente al neoliberalismo.
4 En algunos casos, en lugar de comunismo, se habla del peligro del “castrismo”, “chavismo”, “correísmo”, “kirchnerismo”, etc., y se agitan esos términos en las contiendas electorales contra algún candidato presidencial que mínimamente proponga fortalecer o recuperar un Estado social.
5 Como fue el caso de Hayek con el dictador Rafael Videla, de Argentina.
6 Por razones de extensión (espacio), aquí sólo se hace esta observación sobre el neodesarrollismo; el debate es amplio.
7 Es palmario que Rafael Correa posee la formación académica, la experiencia política, la facilidad de comunicación y la voluntad de salirle al paso a los constantes ataques del poder mediático contra los gobiernos de izquierda; no se puede decir lo mismo de los otros dirigentes políticos antes mencionados.
8 Hasta la fecha, Rafel Correa no ha publicado libros ni artículos sobre este tema.
9 Fueron tres los criterios que se usaron para la selección: a) que abordaran ampliamente el tema principal (el socialismo del siglo XXI), b) que fueran encuentros directos (en vivo), no editados, y c) que hubiera una representación diversa de los países y medios de comunicación participantes.
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