R E P E R T O R I O


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A M E R I C A N O


Segunda nueva época N.° 34, Enero-Diciembre, 2024

ISSN: 0252-8479 / EISSN: 2215-6143



portada

Azúcar para el café de los velorios

José Fabián Elizondo González

Resumen

La casa de doña Betty es un santuario adornado con santos y vírgenes. Mientras ella reza en frente del televisor estático, su vecina Nela entra preguntando por sus nietos desaparecidos. Ambas mujeres se preocupan cuando descubren por qué no han llegado del colegio. Afuera, frente al cementerio, se desarrolla un caos inexplicable. Años después, en un aniversario trágico, una sobreviviente relata su experiencia en el evento que cambió su vida. Mientras tanto, un indigente local observa la escena, en medio del desconcierto y la tragedia, con un sentido de conexión con los muertos que yacen en el cementerio.

Palabras claves: literatura latinoamericana, cuento corto, crítica social, ficción especulativa

Abstract

The house of Doña Betty is a sanctuary adorned with saints and virgins. While she prays in front of the static television, her neighbor Nela enters asking about their missing grandchildren. Both women worry when they discover why they haven’t come home from school. Outside, in front of the cemetery, an inexplicable chaos unfolds. Years later, on a tragic anniversary, a survivor recounts her experience in the event that changed her life. Meanwhile, a local homeless man observes the scene, amidst confusion and tragedy, with a sense of connection to the deads lying in the cemetery.

Keywords: Latin American literature, short story, social criticism, speculative fiction

La casa de doña Betty rebozaba de santos. Las paredes estaban adornadas con rostros cerámicos astillados de la virgen María incrustados en los espacios no poseídos por cuadros de mártires y querubines semidesnudos con sobrepeso. En el televisor, las imágenes estáticas contrastaban con el rosario apresurado en los labios de su rehén.

DiostesalvMaríallenaeresegraciaelseñres contiobenditatúeresentretoaslasmueresybenditoseafrutoetuvientreejús. SantaMríamarediosrueapornostrospecaoreshorayenlahoraenuestrmuerteamén.

— ¡Ay, Betty! Qué torta. Los chiquillos, Betty. ¿No sabe si ya habían salido al almuerzo? —preguntó Nela imprudentemente mientras se secaba las manos en su delantal al cruzar la puerta de la casa del frente.

— Nela…

— ¿Y qué sabe su viejo? ¿Ya lo llamó al taller? Talvez sepa algo. No sé, o talvez vio algo.

— Ya tendrían que haber llegado. Hace un rato sonó la alarma. ¿No la escuchó? De haber salido antes, ya tendrían que haber llegado.

— Lo que sí escuché…

— Sí, creo que todo Poás— dijo Betty mientras volvía a rezar el rosario moviendo sus labios sin dejar salir una sílaba.

El televisor parecía un cuadro. Las tomas inmóviles captadas por las cámaras de los noticieros nacionales aguardaban a la entrada principal, así como a la salida de la malla metálica detrás del gimnasio del Liceo de Poás.

Un pitido estridente sacó a ambas del trance en el cual se habían embelesado por una cantidad indefinida de minutos. La olla de presión anunció que eran las 12:10. Estaban los frijoles. Mas no los nietos. A las 12:00 p.m. debían haber salido del colegio. Era hora del almuerzo. Calle Lolo Rojas los esperaba para almorzar donde su abuela como todos los lunes. Solo tenían que cruzar la calle frente al cementerio.

Mientras que Betty se dirigía mecánicamente hacia la cocina, Nela salió de la casa y caminó hacia la entrada de la Calle Lolo Rojas. Quería ver con sus propios ojos qué estaba sucediendo frente al cementerio. Eran solo cinco casas que separaban la casa de Betty de la entrada. Y una pequeña colina. El aire pesaba en sus pies y en sus fosas. Nasales. Era como si el respirar quemase. Aunque el sol del mediodía arremetía contra su piel, Nela entumecía por dentro. Las luces silenciosas de varias ambulancias en la carretera cruzaron su campo de visión y se estacionaron con timidez a unos cuantos metros de distancia. Antes de poner un pie en la acera, Nela escuchó enjambres de radios policiales, cuya danza en códigos foráneos parecía indicar la localización del objeto de interés. La ruta hacia San Rafael estaba acordonada. Nadie podía transitar la zona.

A un año del amargo recuerdo en el Liceo de Poás de Alajuela, hoy hablaremos con una de las sobrevivientes del evento que marcó nuestras vidas en febrero de 2040. ¿Qué se siente estar aquí hoy en el aniversario de tan infortunado día?

Bueno, tengo muchos sentimientos encontrados.

¿Por qué? Estás acá. Estás bien. Estás viva.

¿Pero a qué precio? Las pastillas que me recetaron son para tranquilizar elefantes. Literalmente. Paso el día encerrada en mi casa evitando sonidos fuertes, alarmas, aglomeraciones, espacios cerrados.

¿No volviste al colegio?

Jamás. No pienso volver a pisar los pasillos de ese infierno.

¿Y tu futuro? ¿No pensás en lo que viene?

No creo que quede mucho de él.

He escuchado que del trauma, o experiencias adversas, el humano es capaz de alterar su consciencia y explorar nuevas fuentes de inspiración. ¿No hay nada que te motive?

Espero que sus hijos nunca tengan que pasar por esto.

¿Qué sentiste ese día?

Egoísmo.

¿Por qué? ¿Por buscar tu protección? Detrás de cámaras, me contaste un poco de cómo lograste sobrevivir. ¿Podrías contarle a la audiencia eso que me relataste anteriormente?

Como le dije, no sé cómo ni por qué pero sucedió. Vi un congelador de esos enormes, metálicos, donde guardan la carne en el comedor, hice campo entre los paquetes y me metí ahí.

¿Qué te hizo pensar que ese era un buen escondite?

No sé… pensé en las especies de ranas que se congelan a propósito durante el invierno y retoman su existencia en la primavera, una vez que su corazón se descongela y la sangre vuelve a correr por sus venas.

Impactante metáfora. Me gustaría que ampliaras más ese argumento. Claro está, todo esto después de nuestra pausa comercial.

Nela pareció ignorar a uno de los indigentes locales que caminaba por media calle con un radio de baterías en la mano. El objeto caduco y rectangular reposaba en el hombro dietético cerca de su oído derecho. Con la otra mano halaba a un perro con pelaje envidiable. No parecía un zaguate. A pesar de que la gente no tenía pruebas, algunos vecinos tenían la certeza de que el indigente había secuestrado a esta criatura. En su cintura, el caminante cargaba una pequeña selección curada de sobros y comida para el perro.

A pesar del sol del mediodía y el calor en el asfalto, el hombre caminaba sin zapatos. Eso no parecía incomodarle. Sin embargo, lo que escuchaba en la radio sí. Una lágrima se había alojado permanentemente en su ojo y se rehusaba a caer. Ya estaba cerca del lugar de los hechos. Había caminado desde el cerro en Calle San José hasta el cementerio. No sabía si lo iban a dejar pasar, pero al parecer era invisible para el mundo. Así que caminó por medio de los oficiales, las ambulancias y las cámaras de los reporteros.

Contemplando la escena, se quedó por horas sentado en las afueras del cementerio. No había evidencia de ninguna víctima hasta el momento, solo una camisa celeste atascada en uno de los alambres de púas, rasgada y ondeando en lo más alto de la malla. No se sabía si alguien había logrado escapar. La sangre en los restos de la camisa y el herrumbre teñido de escarlata en la malla diferían. Aunque esto pudo haberse dado por el contacto con el alambre. Cualquier suposición era válida. Después de todo, nadie estaba preparado para un tiroteo masivo.

El cementerio estaba vacío y las tumbas descuidadas. La maleza en las lápidas escuchaba temerosa al indigente teniendo un monólogo con los muertos. Con sumo cariño les confirmaba que pronto serían visitados. Todos sin falta. Todos serían acicalados y recordados.

Al escuchar una nueva ronda de disparos seguida de gritos fugaces, el visitante se acostó, junto a su perro, en una de las fosas comunes, de esas recién excavadas. El aroma en el aire se inundaba de caña quemada. El ingenio contiguo al cementerio no había dejado de trabajar. ¿Qué bien le hacía a la industria privada detener sus funciones en una emergencia pública? Pues, nada. La gente igual necesitaría azúcar para el café de los velorios.


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