Temas de nuestra américa
e-ISSN: 2215-3896.
(Enero-Junio, 2021). Vol 37(69)
DOI: https://doi.org/10,15359/tdna.37-69.9
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DOSSIER EXILIOS
La solidaridad con los
exiliados chilenos en Costa Rica, 1973-1988
Costa Rica’s Solidarity with Chilean Exiles, 1973-1988
Solidariedade na Costa Rica com exilados chilenos, 1973-1988
Diana Rojas-Mejías
Académica investigadora
Instituto de Estudios Latinoamericanos
Universidad Nacional
Marcela Ramírez-Hernández
Académica investigadora
Instituto de Estudios Latinoamericanos
Universidad Nacional
Recibido:15/11/2019 - Aceptado:15/01/2020
Resumen
Este articulo estudia los grupos de solidaridad que se conformaron en Costa Rica con la llegada de los exiliados chilenos. Durante el período 1973-1988 se identificaron tres redes de apoyo, cuyos motivos de lucha fueron distintos según el momento de su creación. Así, en fechas tempranas, el apoyo se concentró en figuras específicas quienes buscaron las condiciones básicas para que los exiliados se asentaran en nuestro país. Seguidamente, se conformó una red junto con partidos políticos y grupos sociales que denunciaron violación a los derechos humanos mediante comunicados y actos de solidaridad. Finalmente, se encontró otra forma de organización que se enfocó en enviar apoyo económico a la resistencia chilena que aún combatía a la dictadura en la década de 1980.
Palabras claves: Exilio chileno, comités de solidaridad, Costa Rica, resistencia, dictadura chilena, historia de Chile, pensamiento latinoamericano.
Abstract
This article studies the solidarity groups that were formed in Costa Rica with the arrival of the Chilean exiles. During the period 1973-1988 three support networks were identified, their reasons for struggle for struggle were different according to the time of their creation. Thus in early stages the support was focused on specific figures who sought the basic conditions for the exiles to settle in our country. Subsequently, a network was formed with political parties and social groups that denounced human rights violations through communiqués and acts of solidarity. Finally, another form of organization was found that focused on sending economic support to the Chilean resistance that was still fighting the dictatorship in the 1980’ss.
Keywords: Chilean exile, solidarity committees, Costa Rica, resistance, Chilean dictatorship, History of Chile, Latin American Thiking
Resumo
Este artigo estuda os grupos de solidariedade que se formaram na Costa Rica com a chegada dos exilados chilenos. Durante o período 1973-1988, foram identificadas três redes de apoio cujos motivos de luta eram diferentes de acordo com a época da sua criação. Assim, em datas iniciais, o apoio concentrava-se em figuras específicas que procuravam as condições básicas para que os exilados se instalassem no nosso país. Posteriormente, foi formada uma rede com partidos políticos e grupos sociais que denunciavam violações dos direitos humanos através de comunicados e actos de solidariedade. Finalmente, foi encontrada outra forma de organização que se concentrou no envio de apoio económico à resistência chilena que ainda lutava contra a ditadura na década de 1980.
Palavras chave: Chilean exílio, comités de solidariedade, Costa Rica, resistência, ditadura chilena, História do Chile, pensamento latino-americano
Desde el golpe de Estado a Salvador Allende en 1973 hasta el plebiscito de 1988 para elegir o no la continuidad de Augusto Pinochet, en Costa Rica se crearon grupos de solidaridad de apoyo a los exiliados chilenos. Estas agrupaciones se posicionaron contra la violación a los derechos humanos con diferentes consignas sobre cuál debía de ser la solidaridad con el país suramericano. En el contexto de la década de 1970 y 1980 en las que existieron estas redes de apoyo, mediaron, además, una serie de coyunturas que influyeron en la composición de los grupos, sus motivos de lucha y actos. Entre estas coyunturas estuvieron la legalización de partidos de izquierda en Costa Rica, la polarización de la Guerra Fría y la duración de la dictadura en Chile, las cuales contribuyeron a que los grupos tuvieran a lo largo del período cambios y divergencias entre sí. En este este capítulo estudiamos particularmente el caso del Comité de Solidaridad con el Pueblo Chileno y el grupo Por Chile, así como otras expresiones solidarias de costarricenses y chilenos.
El inicio de la solidaridad: 1973-1974
En nuestro país existió una admiración al gobierno de Allende y a la coalición de las izquierdas chilenas entorno a la Unidad Popular (UP). Para las juventudes políticas significó, por ejemplo, la llegada al poder de un gobierno socialista en América Latina mediante la vía electoral (Sobrado, comunicación personal, 13 de marzo del 2017; Camacho, comunicación personal, 30 de marzo del 2017) y la posibilidad de implementar un programa de gobierno centrado en la participación popular (comités de producción, juntas de vecinos), la nacionalización de los recursos, el control de los monopolios, la reforma agraria y medidas para mejorar las condiciones laborales y la seguridad social (Unidad Popular, 1969, pp.13-29).
Siguiendo esta perspectiva, la llegada de Pinochet representó, además de la imposición del poder por las armas, la destrucción del proyecto revolucionario y la desarticulación de estructuras políticas que se habían convertido en referentes ideológicos para América Latina, como el Partido Comunista Chileno (PCCH), el Partido Socialista (PS), el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), entre otros. Ahora los integrantes de estos partidos y los opositores a la dictadura en general pasaron a convertirse en una población perseguida, detenida, tortura y asesinada, con un panorama restringido para el reconocimiento de sus derechos.
Quienes encontraron canales para el exilio valoraron, entre otras razones, la posibilidad de reunirse con familiares o amigos (radicados en otros países), obtener rápidamente salvoconductos y residir en un país sin ejército. Los exiliados1 que llegaron a Costa Rica en las fechas de 1973-1974 contaron con el apoyo de figuras claves como el sacerdote de la Iglesia Católica y editor de Pueblo, Javier Solís Herrera, y el sociólogo y político, Miguel Sobrado Chaves. El primero participó en el Primer Congreso Internacional de Cristianos con el Socialismo en 1972 y mantuvo relaciones con la Vicaría de la Solidaridad en Chile, por lo que estuvo pendiente de las noticias sobre el asesinato de Allende; y el segundo, afín a las izquierdas, colaboró desde Costa Rica en los movimientos campesinos y en mítines contra la intervención norteamericana en Latinoamérica y el Caribe.
Solís y Sobrado se encargaron, en esta etapa inicial, de ofrecer condiciones básicas de sobrevivencia. Según sus recuerdos, recibieron a los exiliados en el aeropuerto, acondicionaron un lugar ubicado en los altos de cocinas Nury en Zapote, suministraron alimentación mínima y consiguieron ofertas laborales (Sobrado, comunicación personal, 13 de marzo del 2017; Solís, comunicación personal, 7 de marzo del 2017). Con la intermediación de Solís en la Embajada y opciones de trabajo en Pueblo, por ejemplo, obtuvo la liberación de algunos detenidos de las cárceles chilenas.
Conforme avanzaba la dictadura, en el plano internacional se llevaron a cabo campañas de solidaridad que aspiraron a crear un frente de resistencia. A través de ellas se buscó aislar al régimen, solicitar el procesamiento de los responsables, liberar a los presos políticos, detener la persecución o tortura y posibilitar el retorno de los expulsados. Así, tendremos Comités de Solidaridad en México, Venezuela, Argentina, Colombia, Perú, Estados Unidos, Cuba, Panamá, Canadá, Australia, Finlandia, Suecia, Australia, Polonia, Reino Unido, Italia, Holanda, Bélgica, Alemania, Suiza, Rusia, España, Francia y muchos más (Rojas y Santoni, 2012), los cuales organizaron importantes conferencias en Fráncfort (abril, 1974), Caracas (noviembre, 1974), Copenhague (junio, 1974), París (julio, 1974), Berlín (julio, 1975), México (noviembre, 1975), Caracas (noviembre, 1975) y Atenas (noviembre, 1975), entre muchas otras a lo largo de las décadas de 1970-1980 (Sznajder y Roniger, 2013).
Entre 1974 y 1975, Costa Rica asistió a algunas de estas conferencias mediante delegaciones de juventudes políticas. Así, por ejemplo, para el Encuentro Juvenil de Solidaridad con Chile, contra el fascismo, por las libertades democráticas y el respeto a los Derechos Humanos en América Latina, organizado por el Comité Coordinador de Juventudes Políticas, del 11 al 14 de setiembre de 1974 en Caracas, fueron invitadas las juventudes de Vanguardia Popular (JVP), Liberación Nacional (JLN), Socialista Costarricense (JSC), Movimiento Revolucionario del Pueblo (JMRP), Movimiento Nacional de Juventudes (MNJ), Frente Juvenil de la Confederación General de Trabajadores (FJCGT), el Grupo Trabajo, la FEUCR y el Gobierno Estudiantil de la Universidad Nacional (UNA) (Anónimo, 1974). Asimismo, al Congreso Mundial de Solidaridad con Chile, organizado por el Consejo de Continuación y Enlace del Congreso Mundial de Fuerzas de Paz en Atenas, del 14 al 16 de noviembre de 1975, asistieron el diputado Carlos Luis Rodríguez, el Secretario General de la Federación Nacional Campesina (FNC) Rodrigo Ureña y el expresidente de la FEUCR Alberto Salom Echeverría (Consejo Nacional de Paz y Solidaridad, 1975). A estos encuentros podemos sumar el llamado de la Alianza de Mujeres Costarricenses para colaborar con “el barco de la solidaridad” que zarparía del puerto de Havre, recorrería Europa, llegaría a Panamá y recolectaría alimentos, vestuario, juguetes y útiles escolares para los niños chilenos en la navidad de 1975 (Anónimo, 1975).
En síntesis, en estos años iniciales encontramos la solidaridad con los exiliados en dos direcciones. Por un lado, Solís y Sobrado se ocuparon de ubicarlos en nuestro país y cubrir sus necesidades básicas, en ocasiones acudiendo a la intermediación de la Embajada y a la Vicaría de la Solidaridad. Por otro lado, los partidos políticos y sus juventudes asistieron a encuentros internacionales que convocaron a representantes de distintas facciones. Si bien estas redes de apoyo también se preocuparon por garantizar la cobertura de las necesidades básicas del exiliado, funcionaron como una alternativa para reactivar la militancia. Para estas agrupaciones, el ideario de Allende, su muerte y ahora su población perseguida se acogió como motivo de lucha.
Segunda fase: 1974-1978
La solidaridad con Chile tuvo un período álgido de 1973 con el golpe de Estado a 1978 cuando el apoyo se direccionó a la Revolución Sandinista en Nicaragua. En 1974, particularmente, se creó el Comité de Solidaridad con el Pueblo Chileno (CSPCH)2, el cual realizó actos de solidaridad en conjunto con partidos, sindicatos, estudiantes, iglesias, artistas, intelectuales y organizaciones de exiliados (Colonia chilena en el exilio y Frente de mujeres chilenas en el Exilio (FMCE)). En este conjunto de agrupaciones tuvo protagonismo el Partido Vanguardia Popular (PVP), el Partido Socialista Costarricense (PSC), el Partido Acción Socialista (PASO), el Movimiento Revolucionario del Pueblo (MRP) y en menor medida el Partido Liberación Nacional (PLN). Por eso señalamos que la participación de los partidos fue consustancial a la composición u organización del Comité, y fue difusa la división entre ambos.
A través de las conexiones entre partidos, distintos líderes chilenos visitaron el país como Clodomiro Almeyda Medina en 1975, exministro de Relaciones Exteriores del gobierno de Allende y dirigente del PS; y otros perseguidos por la Junta Militar, como Anselmo Sule Candia del PR, Renán Fuentealba Moena del PDC y Sergio Anfossi del PS (Anónimo, 1975). Estos enlaces se pueden entender a partir de las reflexiones de Alan Angell (2013), para quien los políticos exiliados (socialistas, comunistas, demócratas cristianos y radicales) conservaron vínculos con los partidos de Europa y América Latina con la finalidad de mantener vivo el golpe en la comunidad internacional e impulsar boicots comerciales o rupturas de relaciones diplomáticas entre los gobiernos y Chile.
A esta lista de visitas se sumaron otras figuras chilenas cercanas al gobierno y círculo familiar de Allende. Así, por ejemplo, en 1975 llegó a Costa Rica Laura Allende Gossens, militante del PS y hermana de expresidente (Anónimo, 1975); y Mireya Baltra Moreno, exministra de Trabajo de la UP, invitada junto con Almeyda al II Congreso Regional de Soberanía y Paz de Centroamérica, México y Panamá del 8 al 10 de agosto (Anónimo, 1975). En 1976 se asiló en nuestro país Andrés Pascal Allende y su compañera Marie Ann Beausire Alonso, hijo de Laura y dirigente del MIR (Anónimo, 1976), caso que mencionamos más adelante; y en ese mismo año estuvo Gladys Marín Millie, diputada del PCCH, en el Salón de Beneméritos de la Asamblea Legislativa acompañada por Arnoldo Ferreto Segura del PASO y Gutiérrez (Anónimo, 1976). Finalmente, en 1980 Hortensia Bussi Soto, viuda de Allende, fue recibida por el presidente Rodrigo Carazo Odio, el Directorio de la Asamblea Legislativa, el PLN y Pueblo Unido (coalición del PVP, PS y MRP) (Anónimo, 1980).
Es posible que con las visitas de estos políticos y la documentación enviada al líder comunista Manuel Mora, a través del PCCH, se dieran a conocer las listas de personas detenidas-desaparecidas y las prohibiciones del nuevo régimen (libertad de prensa, de asociación, huelga, autonomía universitaria, elecciones, entre otras). Así, notamos que los actos del Comité y de los partidos fueron de dos tipos: comunicados escritos3 y convocatorias.
Aunque ambos se anunciaron en la prensa, los primeros fueron cablegramas, mociones en la Asamblea Legislativa, cartas, llamamientos y campos pagados4. Los segundos fueron actividades masivas como festivales, conciertos, conferencias, marchas, homenajes, exposiciones fotográficas, de afiches, jornadas, venta de tejidos chilenos, huelga de hambre, mesas redondas, proyección de documentales, recolección de alimentos y recitales de poesía, principalmente en San José. En este punto debemos aclarar que las fuentes no especificaron muchas veces, si la organización del acto/comunicado correspondía al Comité o a los partidos, o bien, si las declaraciones provenían de un integrante de estos grupos o del redactor del artículo.
Estos actos los entendemos como espacios de sociabilidad. Es decir, asociaciones formales e informales construidas por un colectivo, las cuales tuvieron distintos grados de concentración y pudieron implicar eventos de un día o grandes recepciones. De estos encuentros resultaron relaciones sociales, interpersonales y políticas, que acercaron a sus participantes y contribuyeron a forjar un sentido de identidad (Agulhon, 2009). En particular, estos actos favorecieron que los partidos recientemente legalizados (PVP, PSC, PASO y MRP) adquirieran experiencia en liderazgo (con las visitas de dirigentes chilenos y la coordinación entre partidos), contacto con nuevos sectores sociales (posibles seguidores) y cohesión entre sus integrantes (con la asistencia a los actos).
Un ejemplo de estos espacios de sociabilidad fueron los festivales de la canción política. En nuestro país se realizaron dos de estos encuentros musicales en homenaje a Chile: el Festival Una Canción para Chile (10 al 13 de febrero) y el Festival de la Canción Folklórica y Popular en Solidaridad con Chile (27 de febrero al 3 de marzo) del mismo año, ambos dedicados a Jara, asesinado por la dictadura de Pinochet y emblema de la nueva canción latinoamericana. El primer evento estuvo organizado por la FEUCR en el Centro de Recreación de la UCR y tuvo como finalidad elegir a los representantes de Costa Rica que participarían en la eliminatoria de la Universidad Nacional de El Salvador. Nuestro país contó con la participación del grupo Cutacha, Fernando Rojas, Ernesto Raade, Roberto Pineda, grupo Machete, conjunto Erome, conjunto TabayeHasi, Franklin Bogle, conjunto Tayacán (primer lugar conjuntos) y Dionisio Cabal (primer lugar solista) (Anónimo, 1975).
El segundo evento convocó a músicos de distintos países latinoamericanos, entre ellos Los Cañas (Cuba), Julio Lacarra (Argentina), Arnulfo Briceño (Colombia), Rubén Pagura (Costa Rica), Cabal (Costa Rica), Luis Mejía (Costa Rica), Tayacán (Costa Rica), Manuel Zárate (Panamá), Taller Sonoro Víctor Jara (Panamá), Silvio Rodríguez (Cuba), Tiempo Nuevo (Chile), Gerardo Guzmán (El Salvador) y Mahu Cutah (El Salvador). Estuvo organizado por la JVP (Anónimo, 1975), con la colaboración de la Juventud Liberacionista (JL), Juventud Calderonista (JC), Juventud del Partido Renovación Democrática (JPRD), Juventud del Partido Revolución Demócrata Cristiana (JPRDC), FEUCR, Consejo de Asociaciones Estudiantiles de la UNA, Confederación de Trabajadores Costarricenses (CTC) y la CGT (Anónimo, 1975).
La labor política de estos encuentros se puede vincular con el análisis de María Lourdes Cortés Pacheco (2000) y Manuel Monestel Ramírez (1982), para quienes las primeras agrupaciones e intérpretes de la nueva canción en Costa Rica como Grupo Abril, Luis Enrique Mejía, Pagura, Grupo Erome y Grupo Tayacán estuvieron influenciados por la lucha contra ALCOA en la década de 1970. Monestel agregó a este contexto la caída de la UP en Chile y la Revolución Nicaragüense, puesto que con el primer acontecimiento se introdujo la peña (específicamente de La Casona) en la nueva canción, y con el segundo, se intensificó la producción discográfica y la participación en actos, mítines y recitales. Estos jóvenes, atraídos por las manifestaciones estudiantiles, crearon grupos y composiciones conjuntas en lugares claves para la solidaridad con Chile, como el Centro de Recreación de la UCR (Cortés, 2000) y el Centro de Cultura Popular (CECUPO) (Monestel, 1982). A través del CECUPO entraron en contacto con artistas latinoamericanos como Carlos Mejía, Mercedes Sosa, Quinteto Tiempo, Virulo, La Nopalera, Amparo Ochoa, Los Parra y Las Cañas (Monestel, 1982), este último mencionado en el Festival de la Canción Folclórica y Popular.
Otros actos de solidaridad y sociabilidad fueron los homenajes (a Allende, a Víctor Jara, a Pablo Neruda, a artistas e intelectuales costarricenses), las jornadas o ciclos de conferencias, las exposiciones de afiches y las recepciones a políticos chilenos (Almeyda, Sule, Fuentealba, Anfossi) en lugares como los auditorios de la UCR, el Centro de Cultura Popular (CECUPO), cines o teatro independientes (Lux, Guadalupe, del Ángel, Arlequín, Carpa), el Teatro Nacional y locales (del Sindicato de Educadores Costarricense (SEC) y la Asociación Nacional de Empleados Públicos (ANEP))
En estos actos notamos la reconstrucción de una narrativa. La dictadura, por ejemplo, se categorizó como un régimen fascista, imperialista y de derecha que al confabularse con Estados Unidos destruyó la esperanza socialista y revolucionaria en el continente americano (Comité Central del Partido Vanguardia Popular, 1973); y aniquiló el gobierno “democrático, popular, nacionalista” (Varios, 1973; Anónimo, 1975). Es por eso que esta solidaridad era entendida como un movimiento internacional y latinoamericanista (Varios, 1976; Comité de Solidaridad con el Pueblo Chileno, 1978). Esta concepción de la solidaridad latinoamericanista y antiimperialista también estuvo presente en la política internacional del Programa Básico del Gobierno de la UP: “Se establecen vínculos de amistad y solidaridad con los pueblos independientes o colonizados, en especial aquellos que están desarrollando sus luchas de liberación e independencia. Se promoverá un fuete sentido latinoamericanista y antiimperialista por medio de una política internacional de pueblos antes de cancillerías… deberá buscarse a los pueblos con el doble fin de tomar de sus luchas lecciones para nuestra construcción socialista y de ofrecerles nuestras propias experiencias de manera que en la práctica se construya la solidaridad internacional que propugnamos” (Unidad Popular, 1969, pp. 32-23).
A parte de los mítines políticos, festivales, jornadas y recepción de líderes de la UP, la llegada de exiliados chilenos a Costa Rica ocasionó la aparición de una serie de espacios destinados a la interacción social en ambientes informales. Dichos sitios eran principalmente de índole comercial recreativo y administrados por chilenos, en donde se recrearon algunas prácticas lúdicas propias de su idiosincrasia.
Uno de los sitios emblemáticos de esta comunidad de exiliados en la década de los setenta, fue el bar La Copucha, establecimiento a cargo del médico Norman Voullieme y su familia, regentes también del restaurante El Rincón Chileno (Uteau, 2015). El bar se ubicó en las inmediaciones de la Avenida Central y se posicionó, entonces, como uno de los principales espacios de sociabilidad informal de la diáspora chilena en la década de los años setenta, visitado también por personas ligadas a la academia, la literatura y las artes, además de estudiantes y militantes. Entre los costarricenses, La Copucha es recordada como el sitio donde se aprendía sobre la forma de ser y las tradiciones del pueblo chileno; a su vez, al ser un punto de encuentro popular, nutrió el escenario cultural josefino y amplió el bagaje artístico de quienes lo frecuentaron.
Asimismo, existieron otros restaurantes como Las Diucas y Los Cotorros. Hacia los años ochenta, Víctor Mourguiart abrió Parrillada Los Andes, restaurante que ofrecía mariscos y pescados importados, además de variedad en vinos y cortes de carne (Montecinos, 2009). Se ubicó estratégicamente en las inmediaciones de un sitio de confluencia de la solidaridad; es decir, frente a la Facultad de Educación de la UCR. Durante el tiempo que operó, era frecuentado por chilenos, costarricenses y centroamericanos, quienes hicieron de este un sitio de reunión con sus amigos (Gaínza, comunicación personal, 11 de noviembre 2016).
Estos restaurantes y bares desempeñaron en su momento una función social significativa, al ser entornos para la remembranza, el encuentro y la distensión que, a pesar de ser propiedad de chilenos, acercó a personas con un amplio abanico de profesiones y nacionalidades. Como espacios de sociabilidad informal, permitieron la articulación de encuentros de carácter popular en torno a la bebida, la comida y la música, elementos que contribuyeron a preservar y difundir la identidad chilena por medio de formas de interacción naturales y espontáneas.
El impulso de mantener su identidad en el país receptor atravesó múltiples espacios y dimensiones de la vida cotidiana en el exilio. Una muestra de esto fue la guardería de la Iglesia Episcopal fundada por la chilena Gerda Veas Acuña. Evelyn Silva (comunicación personal, 17 de febrero 2017), quien comenta que el centro infantil surgió con el objetivo de que los hijos e hijas de exiliados pudieran estar en un hogar de cuido durante la jornada laboral de sus padres. Aunque atendía a menores de edad de varias nacionalidades −uruguayos, argentinos, salvadoreños y guatemaltecos− posibilitó a las niñas y niños chilenos coincidir en un mismo lugar donde compartían el día a día, es decir, establecer formas de socialización infantil con sus pares en un ambiente controlado.
Sobre este tipo de experiencias, Hoyos (2012) puntualiza que, al ser analizadas desde la experiencia del destierro y el proceso que implica insertarse en una sociedad cuya cultura les es ajena, las personas adultas y los espacios son referenciales:
Asumen el papel de transmisores de elementos referenciales a los niños [y niñas] … aspecto esencial para comprender la evolución del sentimiento de pertenencia y desarraigo, así como la vinculación emocional con los países de origen y de acogida. (p. 31)
En términos generales, esos lugares de socialización, desde los bares a las guarderías e incluyendo el CCCC, sirvieron como transmisores locales de lo que concebían como la esencia de la identidad chilena, en donde reforzaron el sentimiento de pertenencia a un país en el que físicamente no podían estar, pero sí ser sus voceros. En estos lugares, además, se podía prescindir de las diferencias políticas para priorizar el trato amistoso, elemento de carácter emocional que permitió con el transcurrir del tiempo, la articulación de relaciones más allá del quehacer profesional o de la afinidad ideológica.
Como se ha analizado, el Comité ocupó una posición neurálgica en la solidaridad, así como en la labor de articular fuerzas políticas, estudiantiles y culturales. Estos rasgos posibilitaron que al interior de esta institución surgieran formas organizativas paralelas, como lo fueron el Centro Cultural Costarricense Chileno (CCCC) y el Grupo de ex detenidas políticas y familiares de desaparecidos, que posteriormente se transformó en el Frente de Mujeres Chilenas en el Exilio (FMCE).
La primera entidad se presentó formalmente en junio de 1975 en un acto cultural en el Teatro Nacional, como una institución dirigida a la discusión y la creación de grupos culturales, presidida por Carlos Monge (Anónimo, 1978). El establecimiento del CCCC nos habla de la necesidad de los exiliados de tener espacios dentro del país de acogida, en los cuales recrear algunas de las formas de interacción que tenían en su país natal. Los eventos se tornaron en puntos de encuentro para la conversación, rememorar la tradición y el folclor, estos dos últimos elementos materializados en la organización de peñas, venta de comidas y la fundación de grupos de baile y canto (Anónimo, 1978; Montecinos, 2011,).
El Centro era una entidad dependiente al CSPCH, por lo que actos conmemorativos como el 11 y el 18 de setiembre convocaban a militantes y no militantes. A pesar de esto, dicha relación no impidió la formulación de proyectos autónomos, como la promoción de actividades o la constitución de conjuntos artísticos. Este aspecto es importante, pues según Carlos Horta Valenzuela, presidente del Comité en el decenio 1981-1991, quienes participaron en el CCCC no necesariamente estuvieron vinculados políticamente a la solidaridad, ni eran militantes (Horta, comunicación personal, 11 de enero 2018). Dicho factor queda patente en el hecho de que varias de las personas fundadoras de los grupos folclóricos del Centro, así como el resto de sus integrantes, no se relacionaron con las áreas de corte partidista, como era el caso de Hernando Cárdenas, principal impulsor del conjunto “Cantos y Danzas de Chile”.
La segunda subsidiaria fue el FMCE, división que surgió en un primer momento con el nombre de “Ex detenidas políticas y familiares de desaparecidos”. Estuvo compuesta por mujeres exiliadas en Costa Rica y fue impulsado por la actriz Sara Astica y por Ana María Arenas. Sus integrantes tenían en común el haber vivido en carne propia la detención y la tortura o de tener familiares desaparecidos por la dictadura. De acuerdo con lo recordado por Arenas (comunicación personal, 22 de marzo 2017), un suceso ocurrido en 1975 fue el detonante para el establecimiento de la subdivisión y sus primeros actos: un comunicado en el periódico oficialista El Mercurio, informó sobre la muerte de 119 personas en enfrentamientos con autoridades en Argentina, Venezuela, Panamá, Colombia, Francia y México. La lista de víctimas publicada en el reportaje incluía el nombre de compañeros y compañeras de partido, esposos y familiares cercanos de chilenos que ya residían en Costa Rica (Anónimo,1975).
Los objetivos fijados convocaron a varias mujeres, entre ellas a la poeta Valeria Varas, Tatiana Treguear, Claudia Gutiérrez, Engracia Gómez y Rosa Varas, entre otras (Treguear, comunicación personal, 14 de febrero 2017).5 En cuanto a las labores emprendidas, se centraron en la emisión de comunicados en prensa (Anónimo, 1976), o a establecer conexiones con voceros de ONG como Amnistía Internacional (Silva, 17 de febrero 2017), así como con sindicatos, diputados y ministros, con el fin de solicitar apoyo a sus demandas.
Aproximadamente en 1980, por diferencias con los líderes del CSPCH, el grupo de Ex detenidas y familiares de desaparecidos se transformó en el FMCE (Gutiérrez, 2007)6. Como colectiva, emprendieron proyectos de solidaridad por cuenta propia, pero continuaron usando ocasionalmente los órganos difusivos del Comité para comunicar sus actividades y reuniones como el boletín Chile Democracia7, a la vez que mantenían representación en las actividades públicas de denuncia.
En torno a sus labores, las integrantes entrevistadas mencionaron la edición de un boletín informativo llamado Golondrina. Según Treguear, con el dinero obtenido de la venta de la publicación, se financiaron peñas culturales en las que se colectó dinero para enviar al país natal. Otras actividades destinadas a generar fondos eran la confección de arpilleras8 y de tarjetas festivas para fin y principio de año. Los principales beneficiarios de estas campañas eran los hijos de presos políticos y detenidos desaparecidos, pues el FMCE apoyó económicamente a centros educativos, guarderías y la compra de útiles escolares (Treguear, 2017; Varas, 2016).
Al igual que el CSPCH y el CCCC, las mujeres chilenas compartieron espacios de interacción con los organismos de exiliadas nicaragüenses, guatemaltecas y salvadoreñas. La lógica de tales alianzas residió en mantener puentes comunicantes que facilitaran la circulación de información. En las reuniones se daban a conocer los instrumentos internacionales de derechos humanos, los medios para denunciar el terrorismo de Estado y la red de ONG en las que podían buscar asesoría.
El gobierno costarricense y la solidaridad, 1973-1978
Los participantes del movimiento de la solidaridad (Solís, Camacho y Antillón) y exiliados chilenos residentes en el país reconocieron una posición colaborativa9 de los gobiernos de Figueres y Oduber (1974-1978) con el exiliado. Incluso, las 48 personas que se registraron por asilo político del 18 de octubre de 1973 al 24 de febrero de 1978 obtuvieron este derecho sin ninguna restricción (Colección leyes y decretos, Cartera de Relaciones Exteriores, 1978-1988).
La polémica se desató con el ministro Gonzalo Facio, cuestionado por su trabajo en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU y de la OEA. Para el canciller, Chile fue víctima de una imagen destructiva ante la comunidad internacional, pues en su visita no detectó terrorismo de Estado (Anónimo, 1976). Un año después de pronunciar este punto de vista, Facio se abstuvo de votar en contra del régimen en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU en 1977. Esta posición le valió la desaprobación de grupos involucrados en el movimiento solidario como la CGT, la ANEP (Anónimo, 1977), diputados10 (Anónimo, 1977) y la Federación de Estudiantes de la Universidad Nacional (FEUNA) (FEUNA, 1977).
Lo anterior contrastó con la labor de Facio un año antes en el controversial asilo político del integrante del MIR, Pascal, y su compañera, Beausire. Ambos estuvieron refugiados en la Embajada de Costa Rica en Chile desde el 7 de noviembre de 1975, llegaron al país hasta el 2 de febrero de 1976 y permanecieron bajo amenaza de extradición. En esta pugna diplomática, Facio dio a conocer la resistencia de Pinochet para entregar los salvoconductos y, asimismo, garantizar la salida con vida de los asilados. El canciller finalmente obtuvo dicha protección casi un mes después, el 5 de diciembre, al ampararse en la Convención Internacional sobre Derecho de Asilo Político. El logro le valió el reconocimiento público de la FEUCR, de la Asamblea Legislativa, de Mario Jenkins y de Antillón del Comité de Solidaridad (Anónimo, 1975; Jenkins, 1976; Antillón, 1976).
Por tanto, podemos deducir, siguiendo a Angell (2013, p. 63), que los gobiernos y partidos apoyaron la denuncia contra la dictadura en Chile porque “era una manera de reafirmar la creencia en los cánones básicos de la democracia”, entendida como elecciones periódicas, justicia y respeto a los derechos humanos. Para estos organismos, demandar la democracia en otros sistemas políticos ratificaba el ejercicio de esta misma en su país. Sin embargo, en Costa Rica, los presidentes, la diplomacia y las campañas de solidaridad revelaron una paradoja. Mientras, Figueres y Oduber11 se identificaron como administraciones receptivas con los asilados y exiliados, la delegación costarricense en organismos internacionales se abstuvo (1974, 1975 y 1978) o votó en contra (1976, 1977) de la condenatoria al régimen en la Asamblea General de la ONU (Boletín Exterior del PCCH, mayo-junio de 1981)12. Por tanto, fueron las campañas de solidaridad las que mantuvieron un “discurso” explícito sobre la protección de los derechos, convirtiéndose por extensión según Angell, en las voces que reafirmaron la democracia o la creencia en sus cánones.
A partir de los años 1978-1979 el movimiento de solidaridad con Chile en Costa Rica inició un proceso de transmutación, caracterizada por la disminución de publicaciones en la prensa de izquierda y la organización de eventos multitudinarios, así como por el surgimiento de nuevas agrupaciones afines a la causa chilena. Lo anterior se generó debido a la convergencia de una serie de motivos intrínsecos al acontecer nacional e internacional. En este proceso intervinieron factores como la eclosión de tensiones entre las diversas facciones de las izquierdas políticas, el acontecer político militar en Centroamérica y el afianzamiento de un discurso que planteó otras dimensiones humanas y políticas como principales bastiones de la acción solidaria.
Sobre este último tópico, Rojas y Santoni (2013) plantean:
La apertura de las transiciones a la democracia en los años ochenta, replanteó las prioridades de la solidaridad con la oposición chilena, inscribiéndola en el marco de las exigencias de democratización y respeto a los derechos humanos que primaban incluso en países vecinos (p. 129).
Si bien los grupos políticos de izquierda a nivel mundial consideraron, a inicios del movimiento, estas dimensiones de la realidad chilena, como preocupaciones propias de las facciones burguesas de la solidaridad, la prolongación de la dictadura de Pinochet y la persistencia de la violencia contra sus opositores hizo imposible eludir la necesidad de atender estas problemáticas. De esta manera, tópicos como la lucha antifascista y el antiimperialismo pasaron a un segundo plano ante un refortalecimiento del discurso de los derechos humanos, formulado a partir de la imperiosa demanda del regreso a la democracia como la única alternativa posible para cesar los padecimientos de la población chilena (Anónimo, 1982).
En el acontecer centroamericano, los conflictos bélicos de Nicaragua y El Salvador absorbieron la atención de partidos, organizaciones e intelectuales, quienes se volcaron con gran ahínco a favor de sus luchas de liberación. Desde la perspectiva de algunos colaboradores con esta causa, la solidaridad con Chile formó parte de un continuum, de un mismo movimiento en donde los motivos de apoyo a los diversos países en crisis política se fusionaron en la esperanza de instaurar la democracia (Camacho, comunicación personal, 30 de marzo 2017). No obstante, el ímpetu ocasionado por la posibilidad de derrocar a las dictaduras centroamericanas condujo hacia una etapa de desmovilización social por la causa chilena, la cual no volvió a experimentar el auge alcanzado durante el quinquenio 1973-1978.
De forma paralela, en el ámbito internacional, uno de los partidos de la izquierda chilena más representativos y fortalecidos en el exilio, el PSCH, se dividió en 1979 a causa de las divergencias ideológicas entre los líderes Carlos Altamirano –cercano a las tendencias demócrata cristianas y social demócratas– y Almeyda –afín al marxismo-leninismo– (Muñoz Tamayo, 2016). Las discordias culminaron con la destitución de Altamirano como Secretario General y su expulsión del partido, para colocar en su puesto a Almeyda.
El resquebrajamiento interno del PS chileno tuvo sus efectos dentro del CSPCH. Primero, contribuyó a ampliar las brechas ideológicas entre los militantes de este partido (caracterizado por la existencia de divisiones internas ocasionadas por la diversidad de perspectivas ideológicas, no siempre compatibles entre sí) que apoyaban a uno u otro líder, lo cual provocó que varios miembros decidieran abandonar la agrupación (Horta, comunicación personal, febrero 2018). Segundo, intervino junto a factores antes descritos, a consolidar el perfil político partidista del Comité, posición que, con el pasar del tiempo, provocó cuestionamientos sobre los alcances y propósitos de la organización (Cuenca, comunicación personal, 2017).
Esta fase se definió por el sitio secundario que paulatinamente ocupó Chile dentro de las agendas políticas de algunas agrupaciones izquierdistas, a pesar de que líderes y subdivisiones continuaron participando en las actividades conmemorativas o de denuncia organizadas por el Comité. En términos generales, observamos que los años 1978-1984 fueron decisivos en los matices que adquirió la solidaridad hacia Chile durante el resto de la década, debido a la convergencia de factores multidimensionales.
Aunque con menor cantidad de publicaciones y capacidad de convocatoria, el Comité y en general, la solidaridad con el pueblo chileno continuó operante hasta inicios de la década de los noventa. En el caso del CSPCH, comunicados y actividades eran anunciados ocasionalmente en medios escritos. Según comenta el expresidente del Comité (Horta, 2018), el cierre de la institución tuvo lugar en 1991 en una reunión organizada en el Colegio de Periodistas, a la que se convocó a todas las agrupaciones y personas que colaboraron con la comunidad chilena en el exilio. La actividad tuvo como invitado al ministro de Relaciones Exteriores de Chile, Enrique Silva Cimma, quien declaró en su discurso el “regreso a la democracia” en su país y el cese de la lucha solidaria en Costa Rica.
Durante la década de 1980, la prolongación de la dictadura en el poder produjo variaciones en objetivos y propósitos, pues se consideró la necesidad de buscar estrategias de presión alternas a la denuncia internacional. De esta manera, ante un discurso a favor de la militancia partidista y de combate antiimperialista ya desgastado, se yuxtapuso un mensaje dirigido a atender las carencias más apremiantes de quienes enfrentaban a la dictadura desde el interior y se organizaban para resistirla.
En el caso de Costa Rica, otro elemento que intervino en los matices que adquirió la solidaridad lo encontramos en la reconfiguración de las identidades de los exiliados chilenos, quienes con el pasar del tiempo se integraron de manera activa en la vida social y profesional costarricense, cambiando el orden de sus prioridades y enfoques sobre su quehacer político.
En este panorama, se presentó en abril de 1986 el grupo Por Chile, cuyo objetivo central era, en palabras de Isaac Felipe Azofeifa, apoyar al pueblo chileno en su camino “hacia la restauración de la gran democracia civilista que ha sido siempre” (Anónimo, 1986, p. 20). Definida como una organización independiente de otros comités de solidaridad, centros culturales y filiaciones políticas partidistas, tanto chilenas como costarricenses, procuró distanciarse del perfil partidistas que había adquirido con el pasar de los años el Comité.
La agrupación estuvo dirigida por un grupo de intelectuales, artistas y académicos, como Gutiérrez, Raúl Torres, el pintor Escámez, Fedra de Mora, el periodista y director del Semanario Universidad Carlos Morales, Arnoldo Mora y Azofeifa (Anónimo, 1986). En años posteriores formaron parte de la Junta Directiva la profesora Sara Chinchilla, Alfonso Chase, Elena Nascimento, Alfonso Mata, Sebastián Vaquerano y Juan Katevas (Montecinos, 2011).
El grupo Por Chile tuvo la particularidad de que amalgamó a personas que habían mantenido distintas formas de acercamiento con las causas de la solidaridad. Se integraron exmilitantes de partidos que se separaron del CSPCH por diferencias con los representantes de la izquierda chilena, así como quienes fungieron el rol de portavoces de la causa en actividades culturales y políticas, como es el caso de Azofeifa. También, atrajo a académicos y académicas, artistas, representantes estudiantiles, chilenos y costarricenses que, si bien no eran miembros fijos, aportaban como panelistas, redactores de denuncias o conferencistas en actividades públicas. Entre los participantes estaban Formoso, Myriam Bustos, Gaínza, Camacho, los actores Lucho Barahona y Astica, Edelberto Torres, Gilberto López y el caricaturista Hugo Díaz (Anónimo, 1986; Anónimo, 1986).
Por otra parte, los eventos impulsados se desarrollaron dentro de un rango espacial reducido y bien definido. Sin embargo, las poblaciones beneficiadas con el dinero recaudado en estas actividades se localizaron en Chile, ya que financiaron a barrios populares, a prisioneros de la dictadura y a movimientos insurgentes. Debido al perfil profesional de los integrantes de Por Chile, la base de labores se localizó precisamente en las instalaciones de la UCR y alrededores.
En dicha casa de estudios, la principal actividad impulsada fue la proyección de documentales en la Sala de Audiovisuales. Asimismo, formaron alianzas con otros grupos de solidaridad con Chile, dentro y fuera del país y con comisiones de exiliados centroamericanos para presentar festivales de video en Sala 15, propiedad del poeta Manlio Argueta. Este es el caso del Festival de video por la Paz y la Democracia, en el que tomaron parte la Comisión Derechos Humanos de Chile en Nueva York, Por Chile, el Instituto Costarricense Salvadoreño y el Frente de Mujeres Chilenas en el Exilio (Anónimo, 1987). En estas actividades cobraron entrada y lo recaudado era divido entre los organizadores para fines de beneficencia.
En cuanto a este tipo de convocatorias, es importante apuntar dos aspectos sobre la conformación de redes surgidas a partir de la sociabilidad. Primero, se identifica comunicación entre agrupaciones de solidaridad con Chile, que aunaban esfuerzos para labores en común, pues como se mencionó en páginas anteriores, el FMCE, al igual que Por Chile, se enfocó en la recolección de fondos remitidos al país del sur. Además, se reconocen los enlaces que al igual que el Comité, mantuvieron con organizaciones centroamericanas y sus representantes.
Segundo, el festival antes mencionado, así como las proyecciones de videos en las salas universitarias, ocurrieron gracias al establecimiento de redes para el tránsito clandestino de material, que permitieron la movilización de audiovisuales desde lugares de producción y distribución de cine, hacia Costa Rica. Uno de los principales proveedores de audiovisuales fue el cineasta chileno Zurita, quien residió en Costa Rica durante la década de los setenta para posteriormente trasladarse hacia Nueva York, Estado desde el que remitía cintas de video hacia los voceros de Por Chile en Costa Rica (comunicación personal, 4 de agosto 2017).
Conjuntamente al componente difusivo, otro de los propósitos de esta entidad era la recaudación de fondos para direccionar ayudas hacia Chile, motivo por el que organizaron eventos multitudinarios en fechas conmemorativas, de la misma manera que otras organizaciones lo hacían, como el Comité. Eventos representativos fueron las tres jornadas de “Setiembre Por Chile” (20 de setiembre 1986, 7 de setiembre 1987 y 5 de setiembre 1988), realizadas en el Teatro Nacional, las cuales dieron cuenta del perfil cultural y artístico que Por Chile deseaba plasmar. Los impulsores la proyectaron como una actividad de alta calidad artística dirigida a un grupo meta dinámico y abierto que trascendiera a la comunidad de chilenos en el exilio. En términos generales, eran presentados como eventos accesibles al público en general: no era necesario identificarse con un partido o filiación política particular (Anónimo, 1986; Anónimo, 1987; Anónimo, 1988).
Las donaciones voluntarias, las proyecciones de videos y las noches de “Setiembre por Chile”, fueron eventos planificados para la generación de dinero. Morales y Montecinos destacan algunas de las labores dirigidas a apoyar económicamente a sectores sociales empobrecidos en Chile, así como a los grupos en resistencia. En un nivel muy básico de ayuda, Por Chile envió dinero a través de redes establecidas con los familiares de algunos exiliados y exiladas, a beneficio de causas como las ollas comunes13 (Morales, comunicación personal, 2017).
Además, a través de las entrevistas a exmiembros de la agrupación, se identificó la conformación de redes para el financiamiento de grupos militares de resistencia contra la dictadura, específicamente el FPMR14. Según expresan los involucrados, si bien las sumas de dinero donadas no eran significativas, la continuidad de la dictadura justificó que la solidaridad trascendiera del carácter asistencialista o de beneficencia, hacia la colaboración con organizaciones armadas:
Cuando nos dimos cuenta de que la dictadura era casi eterna, que Pinochet llevaba casi 15 años en el poder y no había manera democrática de moverlo, entonces comenzamos a entender que había otras opciones. En ese momento es que nace en Chile el movimiento Manuel Rodríguez que es un movimiento militar de lucha contra la dictadura. Nosotros estábamos cerca del movimiento: los “manuelitos’’, así le llamábamos. Pasaban por aquí, tenían movimientos clandestinos – todo esto era clandestino naturalmente - en busca de armas, en busca de solidaridad, en busca de algún apoyo económico. El grupo Por Chile tuvo contacto con ellos, le dimos pequeños aportes en lo que pudimos. … Había un seudónimo y yo me vi con ellos aquí, me vi con ellos en Cuba, pero siempre de manera clandestina, todo era clandestino porque era una lucha contra el dictador. Yo creo que era legitimo hacerlo y que había que hacer todo lo que se pudiera contra ese sujeto pernicioso, de modo que teníamos este contacto para mandar alguna platilla y ayudar en lo que se pudiera. (Morales, 2017)
Las redes tejidas Por Chile eran más diversas que aquellas establecidas por otras organizaciones que funcionaron paralelamente en el país. Su capacidad de proyección se fortaleció también con la realización de eventos culturales y artísticos, a través de los que se buscaba llegar hacia personas con perfiles políticos y educativos relativamente más amplios. Lo anterior se logró prescindiendo de un discurso partidista y de no asumirse como representantes de filiaciones ideológicas sino, ante todo, como una unión binacional para el bienestar del pueblo chileno.
El periodo de actividad de Por Chile fue relativamente corto en comparación con el de otras organizaciones, lo que evitó que la agrupación se diluyera en diferencias y polarizaciones políticas. Asimismo, las sociabilidades y los espacios de reunión desde los que surgió, con un carácter predominantemente informal, pudieron incidir en el fortalecimiento de las relaciones interpersonales de los miembros y sus colaboradores, al menos durante el tiempo en que la organización operó para la solidaridad. Como amplía Morales, una vez “restablecida la democracia” en Chile en 1990, la entidad se vinculó con el nuevo embajador de ese país, Aníbal Palma, dando paso a la institucionalización de Por Chile para transformarse a través de alianzas diplomáticas, en el Instituto Cultural Costarricense Chileno (ICCC), que estuvo bajo su dirección. La misma operó hasta finales de la década de 1990 cuando fue cerrada debido a desacuerdos con la Embajada en asuntos como la gestión y propósitos del instituto.
La solidaridad con los exiliados chilenos fue heterogénea, ya que estuvo constituida por una multiplicidad de actores, espacios de acción, matices discursivos y estrategias de alianza a lo largo de los dieciséis años en que operó. Asimismo, por su génesis y desarrollo es posible identificarla como un fenómeno social con características que lo diferencian de la solidaridad que pudieron haber experimentado en Costa Rica otros exilios propios de la época.
La posibilidad de identificar las acciones a favor del pueblo chileno como un movimiento se explica en el valor simbólico e histórico concedido a Chile, pensada internacionalmente como una nación de tradición democrática. El cese repentino de este modelo de Estado fue el impulsor de que en Costa Rica, al igual que otros países, juventudes políticas, partidos y facciones religiosas con diversas posiciones se amalgamaran conformando un movimiento social. Como explican Rojas y Santoni (2013), las lógicas que animaron las manifestaciones solidarias se distanciaron de los parámetros de la confrontación bipolar, caracterizándose por la participación de actores ideológicos normalmente separados por la guerra fría. Esto fue lo que hizo posible que los sectores antes mencionados, así como los presidentes costarricenses y la Asamblea Legislativa se mantuvieran anuentes a la recepción de líderes exiliados de las izquierdas chilenas que llegaron al país en calidad de visitantes.
La cantidad de actividades, la capacidad de convocatoria –por ejemplo, en eventos como el Festival de la Canción Popular por Chile– y la emisión de comunicados durante 1973-1978 sobre la causa chilena, lograron hacer de este, un movimiento social. La fuerte presencia de referentes políticos izquierdistas en los discursos y el predominio de estos grupos como voceros en esta fase hicieron que la lucha a favor del chileno adquiriera un perfil marcadamente politizado. No obstante, las acciones variarán en el transcurso del tiempo. Si bien no cesó del todo, la solidaridad disminuyó significativamente la cantidad de actividades, la capacidad de convocatoria y el flujo de publicaciones. En fechas posteriores a 1978, nuevas agrupaciones se separaron de la politización de la solidaridad para crear sus propios posicionamientos. El grupo Por Chile ejemplificó el surgimiento de nuevos discursos y la puesta en práctica de diferentes estrategias, las cuales se destinaron a los chilenos que aún permanecían en su país, previendo la necesidad de establecer nexos fuertes con organizaciones que tuviesen la facultad de combatir a la Junta Militar desde el interior de Chile.
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1 En 1976, Excélsior informó que según el embajador Rafael López Garrido a Costa Rica habían llegado 3 000 exiliados desde 1973 (Anónimo, 1976, p .6). Hasta el momento en que se realiza esta investigación no encontramos otra cifra por parte del Ministerio de Relaciones Exteriores, la Embajada de Chile y la Dirección General de Migración y Extranjería, quienes reportaron la inexistencia de documentación en este período.
2 La solidaridad con Chile tuvo un período álgido de 1973 con el golpe de Estado a 1978 cuando el apoyo se direccionó a la Revolución Sandinista en Nicaragua.
3 Aunque no fueron productos directos del Comité, en Costa Rica también existieron obras literarias basadas en los sucesos chilenos. Por ejemplo, se encuentran el poemario de Laureano Albán, Chile de pie en la sangre, Editorial Costa Rica, (1975); y la novela de Virginia Grütter Desaparecido, Editorial Costa Rica (1980).
4 Entre ellos, la Comisión Política del PVP canalizó en la Asamblea Legislativa el voto para condenar el asesinato de Orlando Letelier, exdirector del Banco Interamericano de Desarrollo y exembajador de Chile en Washington; así como las muertes de José Tohá, Carlos Prats, Oscar Bonilla y Bernardo Leigton (Anónimo, 1976). El Comité, por su parte, publicó campos pagados sobre la necesaria intervención de la ONU para detener las torturas (Comité Costarricense de Solidaridad con el Pueblo de Chile, 1974); el crecimiento del desempleo, de la inflación y de los precios de los alimentos (Comité Costarricense de Solidaridad con el Pueblo de Chile, 1976); listas con nombres de detenidos/desaparecidos (Comité Costarricense de Solidaridad con el Pueblo de Chile, 1976) y conmemoraciones del golpe y natalicio de Allende (Comité Costarricense de Solidaridad con el Pueblo de Chile, 1976).
5 La lista de las integrantes de esta agrupación y del FMCE no es definitiva, debido a la escasez de fuentes orales y escritas que nos permitan un acercamiento más profundo al respecto. Se incluyen los nombres que los esfuerzos de la memoria trajeron al presente, por medio de las entrevistas a las mujeres involucradas.
6 Varas (comunicación personal, 6 de diciembre 2016) y Treguear (comunicación personal, 24 de marzo 2017), recuerdan que la ruptura se dio debido a la posición inferior que los hombres concedían a las mujeres como sujetos políticos dentro de la entidad, por lo que se instauraron como una agrupación semi autónoma.
7 En la entrega de mayo de 1981 (CSPCH), el boletín informó sobre la participación del “Frente Femenino” del Comité en el Encuentro Solidario de Mujeres Chilenas en América, actividad a la que asistieron representantes de Colombia, Venezuela, Ecuador, México, Nicaragua, Cuba, Estados, Canadá y Panamá. Entre los objetivos planteados acotaron: “Analizar el trabajo de los Frentes Femeninos de los distintos países de América, para buscar nuevas formas de trabajo unitario en el exilio a fin de apoyar las luchas de la mujer en Chile contra la dictadura” (p. 6). En junio de ese mismo año, anunciaron sobre la realización de una actividad a cargo del “Frente Femenino” en la Asamblea Legislativa (p. 2)
8 Las arpilleras son bordados tradicionales chilenos elaborados con restos de tela, montados sobre piezas de tejidos gruesos como el yute. Durante la dictadura, la Vicaría de la Solidaridad impartió clases de arpilleras dirigidas a las mujeres con familiares o sus esposos desaparecidos, para que con su venta pudieran solventar gastos de manutención. Este arte se transformó en una expresión de resistencia, pues las mujeres plasmaron sobre los tejidos sus historias personales, atravesadas por la pérdida, la violencia y la pobreza; la solidaridad y la esperanza (Sastre, julio 2011, pp. 364-377).
9 Sin embargo, a Costa Rica llegó Chile noticias, el boletín informativo de la Embajada de Chile que publicaba el “exitoso” programa de gobierno de Pinochet en varias direcciones (producción agrícola, relaciones exteriores, pronóstico económico, leyes para votaciones, superávit comercial, agresión soviética, programas de vivienda, colonización industrial) con la intención de “comprender en su verdadera dimensión y exactitud la realidad del país, tan distorsionada muchas veces por sectores interesados y claramente identificados, principalmente en el exterior” (Fondo Presidencia, 1988, No.1). También ver: Fondo Presidencia, 1986, No.11.
10 Arnoldo Campos Brizuela, Roberto Losilla Gamboa, Santiago Herrera Grandos, Alfonso Carro Zúñiga, Fernando Cuadra Martínez, Rodolfo Piza Escalante, Elías Lara Herrera, Daniel Jackson, Arturo Hidalgo, Rolando Araya, Stanley Muñoz, Manuel Rodríguez Rojas, María Luisa Portugez y Arnoldo Ferreto.
11 Es importante aclarar que como presidentes tampoco lideraron campañas abiertas, al menos en la prensa, de condenatoria a la dictadura.
12 La información sobre las votaciones de Costa Rica en este organismo internacional no fue localizada en el Archivo Nacional ni en el Departamento de Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto. Tampoco obtuvimos respuesta de la misión de Costa Rica en la ONU.
13 Las “ollas comunes” fueron una forma de organización colectiva popular que surgió en los barrios urbanos marginales de Chile, como una forma de paliar los efectos del hambre y la crisis económica. Como lo designa el nombre, se preparaban grandes ollas de alimentos que se repartían entre los vecinos del barrio. Varias comunidades pobres, principalmente en Santiago, crearon comités vecinales encargados de recaudar fondos entre los vecinos, así como donaciones de dinero y alimentos provenientes de instituciones eclesiásticas, instituciones privadas, donadores particulares y en menor medida, de grupos de solidaridad extranjeros (Hardy, 1983).
14 El FRMR surgió en 1983 como el grupo armado del PCCH, con el fin de combatir la dictadura pinochetista a partir de estrategias de guerrilla urbana. En ese momento el Frente era financiado por el gobierno cubano, principalmente. En 1986, por diferencias políticas con el accionar de la división armada, que se consolidaron con el atentado contra Augusto Pinochet el 7 de setiembre de ese mismo año, el FRMR se separó del Partido Comunista y se estableció como un grupo independiente (Álvarez Vallejos, 2009). Desde ese momento, el financiamiento lo obtenían por vías múltiples.
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