Temas de nuestra américa
e-ISSN: 2215-3896.
(Julio-Diciembre, 2021). Vol 37(70)
DOI: https://doi.org/10,15359/tdna.37-70.6
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PENSAMIENTO
Memoria y globalización de una huaca en el Perú: los inicios de la iconización de Machu Picchu (1910-1915)
Memory and Globalization of a Huaca in Peru: the beginnings of the iconization of Machu Picchu (1910-1915)
Memória e globalização de uma huaca no Peru: o início da iconização de Machu Picchu (1910-1915)
Yazmín López-Lenci
Universidad Antonio Ruiz de Montoya (UARM)
Perú
Resumen
El presente estudio aborda el inicio del proceso de construcción moderna del ícono por excelencia de memoria cultural, territorial y nacional que es emblemático de la globalidad para el Perú: Machu Picchu. Para ello, propone el registro de la genealogía simbólico-cultural que ha dado origen al ícono andino-amazónico, a inicios del siglo XX, a partir de una relectura crítica que interrelacione relatos de viajes, informes de expediciones científicas, catálogos naturalistas y visuales, así como narrativas periodísticas y textualidades ligadas a la industria naciente del turismo. A partir del análisis del surgimiento del relato del “descubrimiento” de una “ciudad perdida”, el artículo analiza los datos sobre los cuales se basa este relato y los objetivos con los cuales fue articulado desde 1910 con la serie de expediciones científicas y arqueológicas a la región del Cusco.
Palabras clave: Machu Picchu; globalización; memoria; relatos de viajes; modernidad
Abstract
This article addresses the beginning of the modern construction process of the icon par excellence of cultural, territorial and national memory that is emblematic of globality for Peru: Machu Picchu. To this end, it proposes the record of the symbolic-cultural genealogy that has given rise to the Andean-Amazonian icon in the early twentieth century, from a critical interpretation that interrelates travel chronicles, reports of scientific expeditions, naturalistic and visual catalogs, as well as journalistic narratives and textualities linked to the growing tourism industry. From the analysis of the emergence of the story of the “discovery” of a “lost city”, the article analyzes the data on which this story is based and the objectives with which it was articulated since 1910 with the series of scientific and archaeological expeditions to the region of Cuzco.
Keywords: Machu Picchu; globalization; memory; travel narratives; modernity
Resumo
Este estudo aborda o início do processo de construção moderna do ícone por excelência da memória cultural, territorial e nacional emblemática da globalidade do Peru: Machu Picchu. Para o efeito, propõe o registo da genealogia simbólico-cultural que deu origem ao ícone andino-amazoniano no início do século XX, a partir de uma releitura crítica que inter-relaciona relatos de viagens, relatórios de expedições científicas, catálogos naturalistas e visuais, bem como narrativas jornalísticas e textuais ligados à indústria nascente do turismo. A partir da análise da emergência da história da “descoberta” de uma “cidade perdida”, o artigo analisa os dados em que esta história se baseia e os objectivos com os quais foi articulada desde 1910 com a série de expedições científicas e arqueológicas à região de Cuzco.
Palavras chave Machu Picchu; globalização; memória; narrativas de viagem; modernidade
ú eres la realidad terrestre y en el espíritu infinita!
Machu Picchu, sálvanos
de nuestra vida
sácanos de la persona humana invital
sácanos de la lección y la mentira.
Piedra sobre piedra
Vida sobre vida.
(…) Pero estamos a tus pies, Machu Picchu,
Yo y el Cusco, porque tú eres la Eterna Vida,
el constante estar en suspenso,
aplastados tú y yo de yanquis y autobuses y valijas!
(Martín Adán, 1961-1963)
Después de diez años de la celebración y/o conmemoración oficial del Centenario del “Descubrimiento de Machu Picchu para el Mundo” (como fue declarado por el gobierno el año 2011), no me voy a ocupar del debate sobre quién llegó primero o mapeó primero Machu Picchu, ni sobre el llamado misterio arquitectónico y arqueológico, temas sobre los cuales existe una profusión de documentales, artículos, exposiciones, blogs y homenajes. En este artículo haré otro dibujo: aquel que debiera despejar los trazos ocultos de Machu Picchu como un constructo de la globalización cuya invención involucró a una serie de actores, intereses e instituciones imbricados en procesos específicos de globalización y modernidad en América. Por ello, propongo entender a Machu Picchu como un ícono de memoria multivocal que se visualiza y lee como el Perú y el Cusco, pero que nace en 1911 como un constructo cultural panamericano. Este ícono de memoria es usado como marca publicitaria del turismo en el país, pero, simultáneamente, es uno de los lugares arqueológicos en donde los habitantes de la región surandina hacen un uso tradicional como espacio ceremonial, que se transforma en sagrado por ritos de agradecimiento y propiciación que se efectúan en el mes de agosto: el más importante del ciclo anual andino. Durante los últimos cincuenta años se refuerza en Perú un uso moderno de los sitios arqueológicos mediante el ciclo de representaciones del raymi (fiesta o celebración) contemporáneo en diversos lugares del Cusco y otros departamentos.
Machu Picchu (MP) se convierte en el ícono multidimensional conflictivo del Perú en fase de globalización porque su excepcional arquitectura incaica ensamblada con el paisaje andino atrae a miles de turistas y viajeros internacionales, generando desiguales ingresos económicos entre determinados sectores empresariales y los grupos de residentes locales que tienen una filiación genealógica antiquísima con el lugar. Las celebraciones fomentadas por el Estado y la empresa privada, del “Centenario del Encuentro de Machu Picchu con el Mundo Occidental 2010-2011”1 en el año 20112, estuvieron marcadas por los debates sobre los peligros que acechan a la ciudadela por el exceso de visitas, la alerta urbanista por el desmesurado crecimiento del poblado Machu Picchu Pueblo, y la polémica por el retorno de las piezas arqueológicas retenidas por la Universidad de Yale por más de 90 años. La década de 1920 había inaugurado el flujo de visitantes hacia Machu Picchu, que desde entonces no deja de incrementarse. En este proceso de iconización, la década de 1980 consolida la modernidad de Machu Picchu a partir de su declaración oficial como “Santuario Histórico” y “Zona de Reserva Turística Nacional” (1981), así como “Patrimonio Cultural de la Nación” y “Patrimonio Mundial, Cultural Natural” (1983). Sin embargo, una enorme oscuridad, entendida comúnmente como “misterio”, obstruía incorporar a la huaca de Machu Picchu en la comprensión de procesos sociales, políticos, económicos y culturales de los últimos cien años en el Perú, como la globalización y las relaciones interamericanas a inicios del siglo XX.
Machu Picchu es un espacio sagrado andino desde tiempos ancestrales, y para los peruanos nunca fue desconocido desde su construcción en el siglo XV d.C. para Pachacutec Inca Yupanqui como centro de su hacienda real, la cual conservó su estructura arquitectónica a pesar de cubrirse de vegetación abundante desde el siglo XVI (Rostorowski: 2001[1953] 311-338). Ya investigaciones históricas han seguido el rastro de su existencia en los inicios de la historia occidental peruana a través de documentación colonial, como lo demuestra la mención del pueblo de Piccho en la crónica colonial de 1565 escrita por Diego Rodríguez de Figueroa, editada por Richard Pietschmann en 1910 (Rowe, 1987; 1990; 2003, 117-121).
En el siglo XVIII, el mapa de Pablo José Oricain, “El partido de Urubamba” (1791), ubica el sitio de Intihuatana (Ministerio de Relaciones Exteriores, 2008); y en el XIX, un grupo de cinco mapas de prospecciones mineras fechados entre 1868 y 1910 denomina el lugar como “Huacas del Inca”. El empresario Augusto Berns funda en 1867 una empresa minera –Compañía Anónima Explotadora de las Huacas del Inca– y con la autorizacion del gobierno de José Balta para operar en la zona, puede vender los “tesoros” encontrados a coleccionistas europeos y norteamericanos (Sánchez Hernani, 2008).
Los aportes de la historia y arqueología señalan que la quebrada de Picchu, ubicada a medio camino entre los Andes y la floresta amazónica, fue una región colonizada por poblaciones andinas provenientes de las regiones de Vilcabamba y del Valle del Urubamba en busca de una expansión de sus fronteras agrarias. Las evidencias indican que la agricultura se practica en la región desde, al menos, el año 760 a. C.; y a partir del año 900 de nuestra era se expande considerablemente el área agrícola “construida” (andenes). Sin embargo, el emplazamiento específico de la ciudad no presenta huellas de haber tenido edificaciones antes del siglo XV. Hacia 1440, durante su campaña hacia Vilcabamba, la quebrada de Picchu fue conquistada por Pachacútec (1438-1470), quien organizó la construcción hacia 1450 de un complejo urbano habitado por una población móvil que oscilaba entre 300 y 1000 habitantes.
Machu Picchu formaba parte de una región densamente poblada que incrementó su productividad agrícola a partir de 1440, y fue por ello parte de una red amplia de centros administrativos (Patallacta, Quente, Marca). La comunicación intrarregional era posible gracias a las redes de caminos incas: ocho (8) caminos llegaban a Machu Picchu. Pero Machu Picchu era también, de acuerdo a Lumbreras, un mausoleo: un santuario dedicado a los muertos, especialmente a un muerto: Pachacútec (2005). Esta idea se refuerza con los recientes estudios urbanísticos del Perú antiguo que destacan la sacralidad y caracterización ceremonial del complejo de MP, siendo entendida como un “finis mundi, el punto terminal del mundo civilizado de aquel entonces y una suerte de atalaya que otea desde sus alturas la inmensidad de un mundo inexplorado que asoma desde los Andes hacia la Amazonia” (Canziani, 2009, p. 458).
Machu Picchu es parte de la visibilidad global del Perú, es ícono multivocal que se visualiza, lee y escenifica como el Perú insertado en un escenario global, en donde el turismo juega un rol estructurante. Desde el año 1997 la sistemática presión del sector privado del turismo ha ido en aumento dentro de un debate sobre la privatización de los sitios arqueológicos para ser transformados en recursos, y por tanto, la huaca mayor de la memoria cultural cuzqueña potencia su condición de espacio de disputas políticas3. En la primera década del siglo XXI es elegido como una de las siete “Maravillas Modernas de la Humanidad” (2007), y en junio del 2014, el “Mejor Destino Turístico del Mundo” por el portal web Hostelworld.com; en mayo del 2016 como el “Mejor Destino Turístico del Mundo” por Tripadvisor; y en 2017 como la “Mejor atracción turística” por los World Travel Awards (WTA), considerados como los premios ‘Oscar’ del turismo en el mundo. Sin embargo, mantiene su condición ancestral de espacio sagrado andino (López Lenci, 2005; Lumbreras, 2005).
Si la memoria es un fenómeno culturalmente producido, propongo la comprensión de Machu Picchu como un ícono de memoria. Paul Ricoeur definió la memoria como presente del pasado (1999, p. 6), esto es, cada individuo tiene la posibilidad de activar el pasado en el presente y así definir su identidad personal y la continuidad de sí mismo en el tiempo. A su vez, el proceso de activar el pasado en el presente es social e interactivo, pues supone la existencia de individuos insertos en redes de relaciones sociales, en grupos, culturas e instituciones. Maurice Halbwachs ya señalaba en 1925 que las memorias individuales están siempre enmarcadas socialmente e incluyen una visión de mundo (representación general de la sociedad, necesidades y valores); y si lo social está presente hasta en los momentos más individuales, de manera que el ejercicio de la memoria se da con la ayuda de los recuerdos de otros y con los códigos culturales compartidos, es porque el recordar es posible cuando se recupera la posición de los acontecimientos pasados en los marcos de la memoria colectiva (Halbwachs, 1992). Pero como los marcos son históricos y cambiantes, la memoria antes que un recuerdo es siempre una reconstrucción; y las memorias narrativas encuentran los sentidos del pasado porque son construcciones sociales comunicables a otros (Bal, 1999). Si, por un lado, el pasado deja huellas materiales, psíquicas y simbólicas, las cuales al ser evocadas y ubicadas en un marco que les otorga sentido por una memoria narrativa, pueden adquirir el poder de revelar o sacar a la luz lo encubierto (Ricoeur, 1999); por otro, la experiencia individual construye comunidad en el acto compartido de narrar y escuchar. Por su parte, el concepto de lugar de memoria refiere las realidades históricas y culturales en que la memoria se ha encarnado de manera selectiva y simbólica (Nora, 1984).
Los aportes de las investigaciones sobre la memoria deberán ligarse a la comprensión de la espacialidad (Soja, 2008) como un producto social complejo, creado colectivamente, que define nuestro hábitat, lo que descarta la reducción del espacio físico a mero escenario neutral. Dicho espacio socializado crea nuestra biografía y geohistoria. Para Soja, la vida humana es espacial, temporal y social, simultánea e interactivamente, por lo que está siempre comprometida en una dialéctica socio-espacial. Si lo social y lo espacial están mutuamente entrelazados (así como el tiempo y el espacio), no es posible sostener la neutralidad del espacio físico y su reducción a mero escenario, pues la geografía en la que estamos insertos puede intensificar o atenuar procesos de dominación económica, política y cultural, así como diferentes formas de discriminación. Desde estas perspectivas, de la memoria y la espacialidad, abordaremos el análisis del grado cero de la construcción icónica de Machu Picchu como lugar de memoria americano a inicios del siglo XX.
Uno: Una empresa oficial de información
La Unión Internacional de Repúblicas Americanas se funda en los Estados Unidos en 1890 con el objetivo de crear una industria de información latinoamericana bajo la dirección de William Eleroy Curtis, quien organizó la información sobre las capitales del comercio latinoamericano reunida por los comisionados especiales entre 1884 y 1885. A pesar de no hablar español ni portugués, percibe la necesidad de hacer que América Latina sea mejor conocida por el estadounidense promedio, y por eso publicará a partir de 1891 el Handbook of the American Republics y organizará una espectacular exhibición de América Latina en la Feria Mundial de Chicago. Se trataba de coleccionar y de procesar materiales originales de México, América Central y Sudamérica, aplicando la experiencia y los conocimientos prácticos empleados recientemente en el oeste de los Estados Unidos. Debe anotarse que ya en 1904 se había empezado la construcción del Canal de Panamá, y en 1906 el Secretario de Estado Elihu Root había realizado una exitosa visita a Sudamérica, y demandaba información exacta y actualizada de la región. En 1907 el exministro de Estados Unidos en Argentina, Colombia y Panamá, John Barret, es elegido director de la Unión Internacional de Repúblicas Americanas con el interés de consolidar y expandir el rol de la institución. Barret renombra a la institución como Unión Panamericana en 1910, año en que consigue la inauguración del local permanente en Washington e inicia a expandir la recolección y distribución de información, a través de la Commerce Series.
El objetivo de crear una industria de información latinoamericana se vio reforzada por el rol que tuvo la National Geographic Society (NGS), institución que se había fundado en 1888 en Washington D.C. por distinguidos exploradores e inspectores del Oeste de los Estados Unidos (Major John Wesley Powell y Henry Gannet4), y que contó entre sus primeros miembros con personajes asociados a las oficinas y agencias del gobierno. La NGS editaba la revista National Geographic como un boletín de informes, monografías, mapas y gráficos, sin rentabilidad económica. Sin embargo, desde 1898 con el nombramiento de Alexander Graham Bell (el inventor del teléfono) como presidente de la NGS, la política de esta enfocó la difusión popular del conocimiento geográfico, cobrando el boletín una dimensión nueva. El director de la revista, Gilbert Grosvenor, se encargó de asumir la nueva política: fomentar el acercamiento popular a la geografía a través del especial cuidado en la edición de una revista, su contenido visual y la venta de membresías anuales. Las fotografías pasan a convertirse en el eje principal de la revista5 a partir de 1905, con la publicación sin precedentes de 11 páginas de fotografías de la ciudad de Lhasa (Tíbet) y de 32 páginas con fotos de las Filipinas. Solo en 1905 el número de miembros de la Sociedad creció de 3400 a más de 11.000, y se inició así un fenómeno de transformación que culmina en uno de los sucesos más notables de la historia de la industria editorial en Occidente y que coincide con el nuevo interés de los Estados Unidos por América Latina. Ya en 1917, la revista tenía una circulación de 500.000 ejemplares, en 1954 pasa los dos millones, y en 1980 cuenta con 10,7 millones de suscriptores y una circulación que rebasa los 30 millones de ejemplares en todo el mundo. En la actualidad, la NGS llega a más de 230 millones de familias en 163 países cada mes a través de sus cinco revistas, el canal de televisión National Geographic Channel o “Nat Geo”, documentales, películas, programas de radio, libros, videos, mapas y medios interactivos6.
Esta inmensa empresa multimedial ha destinado fondos a cerca de 8.000 proyectos de exploración, desde los iniciales en Alaska (1890) y las expediciones de Hiram Bingham a Machu Picchu hasta los descubrimientos de fósiles en varios continentes. En la actualidad, la Sociedad desarrolla más de 500 expediciones y proyectos exploratorios en diferentes partes del mundo con un presupuesto anual de cinco millones de dólares. En el año 2009 dedicó la publicación de su primera guía de viaje completa de Sudamérica al Perú con Traveler Peru, cuya edición en inglés tuvo un tiraje de 17.000 ejemplares y se distribuyó principalmente en Estados Unidos, Canadá y Europa. Del mismo modo, ese año Promperú logró el patrocinio del canal de TV Nat Geo para la emisión durante su programación del spot publicitario “Vive la Leyenda”, con el logo de Machu Picchu 100 años.
En 1907 las ediciones de la NGS comienzan a difundir informes bajo la configuración de diarios de viaje concebidos como vívidos testigos visuales y redactados con una escritura simple y franca que debía incitar imágenes en la mente del lector. La producción de testigos visuales estuvo ligada a la promoción e implementación de nuevas técnicas fotográficas que permiten a los lectores apreciar los contrastes del terreno, de la vegetación y de los usos agrícolas de manera inédita, añadiendo un nuevo conocimiento y apreciación del ambiente físico. La nueva política institucional apuntaba a reforzar la percepción pública de nuevas oportunidades concretas y de crecimiento en «the Far South» a través de una serie de artículos y de la implementación de subvenciones anuales para exploración e investigación. Si la fundación de la NGS había coincidido con la inminente clausura de la época de expansión de la gran frontera oeste dentro de los USA7, la reorganización de ella coincidió con el deseo de los Estados Unidos de obtener información confiable y detallada sobre el área, durante mucho tiempo descuidada, de América Latina8.
Dos: Hiram Bingham, coleccionista de rasgos latinoamericanos
El reverendo Hiram Bingham I fue el líder de la primera misión protestante estadounidense en Hawaii (1820), que influyó en la creación de un estado polinesio bajo el sistema legal anglosajón y el reconocimiento y sometimiento oficial a la religión cristiana, además de haber realizado una exitosa campaña de alfabetización, convirtiéndose en la más “exitosa” de las misiones protestantes del siglo XIX. Hiram Bingham II navegó, como su padre, alrededor del Cabo de Hornos, pero llegó más lejos: hasta las islas Gilbert en Micronesia, en donde redujo el lenguaje nativo a la escritura traduciendo la Biblia al “gilbertese”, todo lo cual contribuyó a consolidar el prestigio de la familia Bingham dentro de los círculos de la iglesia que mantenían misiones extranjeras. Sin embargo, Hiram Bingham III nace el año (1875) en que su padre, enfermo con disentería a los 43 años, debe abandonar su trabajo misionero para recluirse en una casa en Honolulu, en donde vive gracias a una exigua pensión de la Junta Estadounidense de Comisionados para Misiones Extranjeras. Hiram Bingham III había estudiado en el Seminario Teológico de Andover como su abuelo y su padre; y durante sus cuatro años en la Universidad de Yale fue miembro activo del YMCA9, participaba de las actividades religiosas del campus universitario y formaba parte de la “Yale Volunteer Band” a fin de enrolarse en una misión de evangelización en el extranjero. Después de concluir sus estudios de historia en Yale regresa a Hawaii, en donde será designado pastor de la Misión Palama en Honolulu, puesto que abandonará en 1898 interrumpiendo así la tradición de pobreza de la saga de los Bingham.
Bingham III era encargado de cursos en la Universidad de Yale en Historia y Geografía de Sudamérica cuando, en 1909, llega al Perú, después de haber participado como delegado de los Estados Unidos en el Primer Congreso Científico Panamericano de Santiago de Chile. Bingham viajaba del Cusco a Lima para completar su recorrido de la antigua ruta colonial entre Lima, Potosí y Buenos Aires, con el fin de recoger informaciones sobre la gente, la historia, la economía, la política y el ambiente físico de Sudamérica. Con el manual Hints to Travellers (1906 [1862]), recopilación de consejos de viajes publicada por la Real Sociedad Geográfica de Londres, Bingham llega de manera casual al sitio de Choqquequirau, en donde recorre por primera vez un vestigio arquitectónico de la antigüedad peruana y sudamericana.
Como delegado oficial que había visto en el Congreso Panamericano la oportunidad para la exploración de un continente que se ha apropiado como suyo (Bingham, 1911), el viajero no buscaba ciudades incas ni tenía referencia alguna de Choqquequirau. Solo quería llevarse consigo un catálogo de “rasgos sudamericanos” como información acerca de obstáculos sociales, geográficos y raciales al progreso, que debían ser de utilidad para las actividades comerciales externas de su país. Ya su trabajo de maestría en historia, The Growth of American Supremacy in Hawaii, le había permitido reconocer la convergencia de los intereses religiosos y comerciales como el camino de expansión del poder de los Estados Unidos en el Pacífico (Bingham, 1989).
Por otro lado, Bingham se había dedicado durante ocho años a coleccionar material para escribir una historia de las guerras de independencia sudamericanas y las biografías de San Martín y Simón Bolívar. En The Journal of an Expedition across Venezuela and Colombia, 1906-1907 (Bingham, 1909) se propone estudiar no solo el país donde Bolívar vivió y combatió, y visitar los escenarios de las batallas de Boyacá y Carabobo, sino la exploración, durante cuatro meses, de la ruta de la campaña más celebrada de Bolívar. Con este libro Bingham logra el primer reconocimiento como académico y explorador.
Bingham regresó del viaje al Perú en 1910 con tres cráneos y otras “antigüedades” halladas por él en Choqquequirau, y, sobre todo, con una visión optimista para “capturar” el mercado sudamericano. Como observador privilegiado se autoatribuye la objetividad de una descripción que los promotores o “boosters” comerciales no están en capacidad de realizar10:
The occasional political riot that takes place, of no more significance than the riots caused by strikers with wich we are all too familiar at home, is no reason why we should be afraid to endeavor to capture the South American market. There is not the slightest question that there is a great opportunity awaiting the American manufacturer and exporter when he is willing to grasp it with intelligent persistence and determination (H. Bingham, 1911, pp. 387-388).
La pretensión de una “apreciación inteligente” de Sudamérica que favoreciera las relaciones comerciales en el continente se sustenta en sus viajes previos y en el levantamiento, hecho en 1907 para la Universidad de Yale, de 25.000 fichas bibliográficas referidas a las colecciones latinoamericanas de las bibliotecas del Congreso y de las Universidades de Harvard, Princeton y Yale. El fichaje de bibliografía en inglés serviría de base para construir un catálogo temático de historia, política y geografía hispanoamericana, pues hasta esa fecha la investigación sobre América Latina en Estados Unidos se reducía a las vidas de los conquistadores españoles, las campañas emancipadoras y la evolución de la práctica política en el siglo XIX. Temática que leía en inglés porque no había aprendido español, de manera que la bibliografía compilada presentaba citas en francés o alemán, pero ninguna en castellano.
Tres: Exploración y cartografía de Los Andes, del Pacífico al Valle del Amazonas
La lectura en 1910 de una nota a pie de página del libro de Adolph Bandelier The Islands of Titicaca and Koati refiere la existencia de la montaña Coropuna como el punto culminante del continente; dato que corrobora en el mapa del Perú de Antonio Raimondi, donde se la considera como la más alta del hemisferio occidental (Bingham, 1922). Dos años antes una mujer exploradora de los Estados Unidos, Annie Peck, había reclamado haber alcanzado la cumbre de América al escalar el Huascarán, en la Cordillera Blanca de los Andes peruanos. De acuerdo a su lectura de Raimondi, la señora Peck no habría llegado a la montaña más alta del continente –que no sería el Huascarán, como ella lo publicitó, sino el Coropuna, ubicada al sur de Choqquequirau: región que acababa de conocer en su primer viaje al Perú–.
Como historiador joven que ya contaba con un primer reconocimiento como académico y explorador después de la publicación sobre su viaje por Venezuela y Colombia, pero cuyo interés primario era escalar montañas sin ser especialista en ello, surge la posibilidad de vincular la ascensión al Coropuna con la búsqueda de ruinas incaicas dentro de un proyecto de expedición científica.
Este proyecto tenía objetivos de carácter arqueológico, topográfico, cartográfico y geográfico, que confluían en el reconocimiento científico de una región considerada inexplorada en el sur del Perú. Estos objetivos fueron el estudio topográfico y cartográfico de los Andes desde el océano Pacífico hasta el valle de Vilcabamba, la búsqueda de las denominadas “ruinas incaicas” en el Urubamba, el mapeamiento de la montaña Coropuna y el estudio geográfico del Lago de Parinacochas.
La Universidad de Yale a través de su presidente, Arthur Twining Hadley; del secretario, Anson Phelps Stokes; y del tesorero, George Parmalee Day11, patrocinó el proyecto porque Bingham le adjudicó a la búsqueda de las “ruinas” el carácter de primer rango. A la Universidad de Yale se asociaron otros patrocinadores de la expedición como la familia del estudiante de Yale, Edward Harkness, articulados tanto por intereses comerciales como por razones filantrópicas. De manera que Bingham obtuvo gran parte del financiamiento privado (del petrolero Harkness, la United Fruit Company, la W.R. Grace & Company, la Winchester Arms Company, del empresario cauchero Stuart Hotchkess) gracias a la posibilidad de explorar una región no mapeada por los Estados Unidos que abarcaba desde el Cusco hasta el Oceáno Pacífico (Bingham, 1989).
Los miembros de la expedición fueron el explorador aficionado Lincoln Elsworth, que había estado en la región ártica y en la Antártica, había trabajado en América del Sur como topógrafo para la construcción de ferrocarriles y en la península de Yucatán en excavaciones arqueológicas. El padre de Elsworth fue patrocinador porque quería apoyar la vocación exploradora del hijo, de manera que Bingham lo designa como el “ingeniero arqueólogo” de la expedición. Otros miembros fueron Herman Tucker, que había tenido experiencia como escalador y como asistente topógrafo de una expedición a Alaska; Paul Baxter Lanius, que había vivido en el Perú, sabía hablar español, y era hijo de un ingeniero de minas que también apoyó económicamente el proyecto con el fin de asegurarle experiencia laboral; el profesor de química en Yale, Harry Ward Foote; el profesor asistente de Geografía en Yale, Isaiah Bowman; y el cirujano William Erving. La obra cartográfica y topográfica fue encargada al topógrafo de la Inspección Costera y Geodésica de los Estados Unidos, Kai Hendriksen, por el Presidente William Howard Taft, cuyo apoyo e interés directo lo consigue Bingham en la Conferencia Comercial Panamericana de 1910 realizada en Washington, donde se promovía a Sudamérica como área de inversiones y como mercado para los productos norteamericanos (Bingham, 1922) (A. Bingham, 1989).
El plan de trabajo presentado por Bingham a los directivos de la Universidad de Yale para obtener el financiamiento y el apoyo logístico necesario (Yale Peruvian Expeditions, Sterling Library of Yale University, 1911) precisa el objetivo exploratorio en el Valle de Vilcabamba, “las ruinas de Choquequirao”, la montaña Coropuna y el lago de Parinacochas:
It is the object of this Expedition to explore a portion of Peru which has not been scientifically studied hitherto. The amount and kind of information will be limited only by the number and individual ability of the men who compose the expedition, and the time at their disposal.
Según el propósito declarado en la fijación del campo de trabajo y en el numeral a) de los Special Problems, del Plan de Trabajo (Yale Peruvian Expeditions, 1911), el explorador H. Bingham llega a Lima en 1911 en busca de la “perdida” Vitcos, cuyo rastro en los valles de Vilcabamba y Urubamba lo encontró en el historiador peruano Carlos Romero. Este, a partir de su conocimiento de las primeras crónicas coloniales y, sobre todo, de su descubrimiento de la crónica del padre Calancha (Corónica moralizada de la orden de San Agustín, 1639), discute la identificación de Choqquequirau con la última residencia inca hecha por Antonio Raimondi y por el explorador francés Conde de Sartiges en el siglo XIX.
En Lima, Bingham se asegura el apoyo gubernamental (A. Bingham, 1989, pp. 137-138) del Presidente Augusto B. Leguía12, a quien había conocido en 1909 con ocasión de su viaje anterior al Perú; dado que presenta su expedición como de peculiar interés para el presidente norteamericano Taft. Obtuvo así la concesión de credenciales de exoneración de control de equipaje en las aduanas, y la asignación de una permanente escolta militar, así como la asesoría del director del Museo de Historia Natural, Max Uhle, y de la Sociedad Geográfica de Lima, de la que recibe mapas. Su informante más importante en el Cusco fue el recién elegido rector norteamericano de la Universidad San Antonio Abad, Albert Giesecke, quien le facilita datos y contactos claves, como el campesino Melchor Arteaga y el hacendado Alberto Duque, por quienes habría sabido de la existencia de “ruinas” en el bajo Urubamba, entre Torontoy y San Miguel. Por otro lado, se le puso en conocimiento de la existencia del nuevo camino que atravesaba el valle del bajo Urubamba, construido gracias a la iniciativa del gobierno y de los hacendados de la región, el mismo que llevaría a los lugares buscados.
A dos días de su llegada al Cusco, el 5 de julio de 1911, Bingham halla unos huesos en las cercanías de la ciudad, en la quebrada de Ayahuaicco, que cree “antedate the Incas by a thousand years” (Bingham, 1912a). El hallazgo de los antiquísimos “huesos del Cusco” fue considerado por él como su primer “descubrimiento”. En la tarde del 23 de julio de 1911 Bingham y su escolta, el sargento e intérprete Carrasco, llegan a Mandor Pampa para ubicar a Melchor Arteaga, quien referirá en quechua la existencia de construcciones incas en la cima de la montaña Machu Picchu, en tierras cultivadas por arrendatarios suyos, aceptando guiar al viajero por el precio de un sol, es decir, centavos de dólar. Arteaga –que conoce el camino y las «ruinas»–, Carrasco –que habla quechua y castellano– y Bingham salen de esa localidad el 24 de julio a las 10 de la mañana. Después de una caminata de tres cuartos de hora llegaron a la ribera del río Urubamba, que cruzaron con dificultad por el puente San Miguel, para emprender luego la ascensión de una cuesta durante una hora y veinte minutos, y llegar alrededor del mediodía a la cima. Allí viven tres familias de agricultores arrendatarios de Arteaga, instalados desde hacía 8 años. Un niño campesino mostrará a Bingham los edificios incaicos en la cima de Machu Picchu, además de las desenterradas terrazas sembradas por los miembros de las tres familias con maíz, papas, camotes, caña de azúcar, pimientos, tomates, frijoles y grosellas.
Bingham anota en su diario la existencia de casas, calles y graderías más finas que en Choqquequirau, instala el trípode y toma muchas fotografías para después hacer un esbozo con las partes visibles de la ciudad: el cerro con el Intihuatana, la Plaza Sagrada, la gradería con piscinas, el templo circular y los bloques de casas que flanquean las graderías. Después de algunas horas de permanencia en el lugar, retornaron al campamento en Mandor Pampa. Lo notable es que Bingham no informó a sus compañeros sobre lo visto en la cima. Bingham había llegado a Machu Picchu sin valorar en ningún momento la dimensión de su encuentro y continúa indagando por la ubicación de otras “ruinas” a través de su intérprete Carrasco.
El interés primario de Bingham continuaba concentrado en el hallazgo de los huesos glaciares que había encontrado dos semanas antes en los alrededores del Cusco. Semanas después deja en la cima del lado oeste de la montaña Coropuna una bandera de los Estados Unidos y otra de la Universidad de Yale, creyendo ser el primer hombre que llegó al punto más alto del continente americano o hemisferio occidental (Bingham, 1912a) (Bingham, 1913).
En diciembre de 1911, cuando antes de embarcarse de regreso a su país, H. Bingham da una conferencia en la Sociedad Geográfica de Lima (Bingham, 1912b) y cuando en la víspera de Navidad del mismo año a su llegada a Nueva York es abordado por periodistas, publicita sus “descubrimientos” en Perú y en Estados Unidos: ocho ciudades pre-incas e incas, una roca de petroglifos en el valle de Majes y haber explorado el valle de Aobamba (Bingham, 1912a). Pero sobre estos hechos y hallazgos destaca en primer plano lo que para él es decisivo. Se trata de un hallazgo y una hazaña: su «descubrimiento paleontológico»: el de los huesos glaciares del Cusco porque, según él, cambiarían lo conocido acerca de la historia del ser humano en América, y su inédito ascenso al Coropuna.
En el primer anuncio sobre los trabajos de exploración en el Perú difundido por la revista National Geographic en abril de 191213, Machu Picchu no se menciona como un descubrimiento sensacional, sino que debe entenderse incluido dentro del descubrimiento “of eight Inca and pre-Inca temples” (Bingham, 1913). El interés está enfocado en el hallazgo de los “huesos del Cusco” y el ascenso al Coropuna, como lo muestra la prioridad (en tamaño y ubicación) dada a la vista panorámica de esta montaña nevada en las fotografías incluidas.
Sin embargo, la estela de estos récords de 1911 se desvanecerá pronto: la escaladora estadounidense Annie Peck, de 62 años, quien le había reclamado a Bingham que el Perú es “su país particular”, llegó días antes que él a una de las cimas del Coropuna, a la cima oriental (Kimberley, 2017), en donde erigió una bandera amarilla de la Liga Sufragista Juana de Arco con la inscripción “Votes for women” (A. Bingham, 1989). Sobre todo, en junio de 1912 gracias a la incorporación del osteólogo George Eaton14 a la segunda expedición y a su estudio in situ de los depósitos de grava, es que este puede detectar que los supuestos huesos glaciares más antiguos del hemisferio occidental eran restos de ganado vendidos en el mercado de abastos del Cusco, dato que Bingham mantuvo en reserva después de su regreso en 191215. Pero a pesar de estos fiascos, el explorador de Yale ya en una carta de junio de 1911 se había apropiado de Machu Picchu denominándola «mi nueva ciudad inca», porque su hallazgo le parecía ofrecer la posibilidad de construir un excelente relato, como lo muestra la carta escrita a su esposa Alfreda:
I started to tell you yesterday about my new Inca City, Macchu Picchu. It is far more wonderful and interesting than Choqquequirau. The stone is as fine as any in Cuzco! It is unknown and will make a fine story. I expect to return there shortly for a stay of a week or more16. (A. Bingham, 1989, p. 27)
Bingham había logrado atraer el interés de la NGS al regreso de su primera expedición y conseguido el financiamiento ($10.000) para la segunda17, que se denominó: The Peruvian Expedition of 1912 under the auspices of Yale University and the National Geographic Society, y se llevó a cabo entre junio y diciembre. Los objetivos consistían en realizar excavaciones en el Cusco y alrededores; en la exploración y localización de “nuevas ruinas” mencionadas en las crónicas coloniales, el levantamiento arqueológico de un mapa de la antigua provincia de Vilcabamba con planos detallados de ciudades antiguas y otras construcciones incas, el estudio de las relaciones entre los diferentes grupos de “ruinas”, excavaciones y recolección de material arqueológico de cada lugar. Esto significaba la continuación del trabajo iniciado en 1911, de manera que debía completarse el mapa arqueológico y topográfico de Vilcabamba, iniciar el estudio arquitectónico de nuevas localidades, y emprenderse las excavaciones sistemáticas en ellas. Además debía continuarse con el estudio de la flora y fauna, así como de las enfermedades de la región. La expedición se presentó como una empresa científica constituida por ocho áreas de interés: la topografía, la geología, la meteorología (se establecieron estaciones meteorológicas en Cusco y Santa Ana), la patología, la osteología, la selvicultura, la antropología y la arqueología18.Con posterioridad a la expedición, y ya como parte de su construcción imaginaria de Machu Picchu, Bingham escribió:
The work of the Expedition was confined to a small section of Southern Peru lying within a radius of one hundred miles of Cuzco, the capital of the ancient Inca Empire. The principal work undertaken by the Expedition was in connection with the ruined city of Machu Picchu, discovered in 1911 and believed to be an earlier Inca capital than Cuzco. The ruins were cleared of jungle, mapped, and excavated. More than one hundred burial caves were opened and a large amount of anthropological material was collected. It is believed that the ruins of Machu Picchu are the most important that have been discovered in South America during the past three centuries (Hiram Bingham, The Peruvian Expedition of 1912. Manuscrito).
Cuatro: el relato del “descubrimiento” de una maravilla americana
El fenómeno del “descubrimiento” puede definirse como el gesto de convertir a los conocimientos (discursos) locales del país “descubierto” en conocimientos nacionales occidentales asociados con formas y relaciones de poder también occidentales (Pratt, 2010). Supone un proceso de apropiación de conocimientos locales dentro de un enfoque agresivo de la dimensión heroica de los “descubridores” que, tras haber logrado superar todas las barreras geográficas, materiales, logísticas y políticas, lograron imponer su presencia física y oficial en los “nuevos” espacios.
El acto de “descubrimiento” en sí mismo consiste en aquello que es considerado como pura experiencia pasiva, la experiencia del “ver”. El “descubridor” o pintor verbal debía, desde el punto de vista narrativo, transformar en significante un no-evento, pues dentro del paradigma victoriano el “descubrimiento” en sí mismo no tenía experiencia propia, y para volverse real el viajero (o sobreviviente) debía retornar a casa cargado de textos como un nombre, un mapa, un diario, un libro de viaje o un informe destinado a la Real Sociedad Geográfica de Londres, la Foreign Office y la Sociedad Misionera de Londres. La retórica del “descubrimiento” victoriano construyó tres estrategias discursivas que le asignaban valor cualitativo y cuantitativo: la estetización del paisaje; la densificación significativa del paisaje que es representado como extremamente rico en material y sustancia semántica y al que se le añaden referentes materiales que lo ligan explícitamente a la cultura local del explorador; y la relación de superioridad o dominio del observador sobre lo observado (Pratt, 2010). Este síndrome del “descubrimiento” será asumido y trasladado por Bingham al continente americano, de manera que con el carácter de imposición física y apropiación de conocimientos locales que los europeos desarrollaron en África Central durante la época victoriana, en el Perú de la década de 1910 y con las expediciones norteamericanas, se afianzará una nueva forma de relación interamericana, que también se estaba articulando en Centroamérica.
Simultánea a la mitificación de Machu Picchu en los Andes es el develamiento de la ciudad maya Quiriguá, fundada alrededor del año 426 d.C. en el valle aluvial del río Motagua como enclave estratégico para la agricultura intensiva, el comercio y la extracción de jade y obsidiana hasta el siglo IX (Sharer y Traxler, 2012). Quiriguá es también, como Machu Picchu, Patrimonio Cultural de la Humanidad y uno de los destinos turísticos más importantes de Guatemala. Análogamente a la ciudad inca, se convirtió a inicios del siglo XX en uno de los objetos centrales de la exploración científica occidental en la región maya.
En la década de 1840, a partir del viaje de John Stephens y Frederick Catherwood, relatado en los Incidentes de viaje en Centroamérica, Chiapas y Yucatán, la cultura maya nace como emporio civilizatorio original para la naciente comunidad arqueológica transnacional, especialmente estadounidense (Stephens, 1971/2: 101-106). El viajero Stephens había llegado como “delegado confidencial” del presidente de Estados Unidos ante la Confederación Centroamericana, con el mandato de explorar posibilidades para la construcción de un ferrocarril interoceánico (Shoonover, 1991). Incidentes de viaje en Centroamérica, así como los textos de Fenimore Cooper y H.R. Schoolcraft, anclan la construcción de la especificidad de la identidad estadounidense en el gran pasado indígena americano, lo que le permite a Stephens equiparar el Partenón con la ciudad maya de Copán (Stephens, 1971/1: 45).
La elaboración retórica de los viajeros incide en el supuesto carácter bárbaro de los habitantes guatemaltecos de la región, que no reconocen la belleza del tesoro maya, para después integrar el pasado indígena guatemalteco al tiempo presente de los Estados Unidos como joven nación, pues “la belleza de la escultura, la solemne quietud que se perturbaba únicamente por la trepa de los monos y el parloteo de los loros, la desolación de la ciudad, y el misterio sobre ella suspendido” generaba en el explorador “un interés mayor, si fuera posible, que el que yo jamás sentí en medio de las ruinas del Antiguo Mundo” (Stephens, 1971/1: 48).
Los proyectos de apropiación física y simbólica de los “tesoros” mayas tuvieron varios momentos. El proyecto de Stephens para comprar ciudades mayas enteras y enviarlas a Nueva York, para la construcción de un Museo de Antigüedades Americanas (Lerner: 2005, 83), no pudo llevarse a cabo y se redujo al traslado de algunos dinteles y objetos pequeños. Hacia 1851 una misión británica conformada por el austríaco Karl von Scherzer y el alemán Moritz Wagner asumió el encargo oficial de llevar los monumentos para el Museo Británico, proyecto que también fracasó. Posteriormente, en 1881 Alfred Maudslay llegó a Quiriguá, no con el objetivo de transportar a Londres las estelas mayas sino de registrarlas a través de fotografías que fueron presentadas en la Exhibición Internacional de Sevilla de 1892 y en la Exposición Mundial Colombina de Chicago, en 1893 (Krizová: 2019, 182).
En 1909, los terrenos de Quiriguá pasaron a ser propiedad de la compañía estadounidense United Fruit Company (UFCo), que controlaba el 80% de la producción bananera y parte de la infraestructura de transporte en Centroamérica. Fruto de un entramado de política y arqueología (Schávelzon:1988), nace el Parque Tropical de Quiriguá, como un sitio museo y jardín botánico, configurado como la vitrina del trabajo civilizatorio de la empresa (Colby, 2011). Como parte del convenio firmado con la Escuela de Arqueología Americana (SAA, por sus siglas en inglés) se iniciaron desde 1910 cuatro campañas de excavaciones sistemáticas en la selva de Quiriguá, bajo la dirección E.L. Hewett y la asistencia de S. Morley, siendo un emblema del “creciente patriotismo o regionalismo de los patrocinadores de la arqueología estadounidense” en el momento de máxima expansión de la UFCo. Como continuadores de la raza “atlante”, los directivos de la empresa construyeron un discurso civilizatorio por el cual la selva sería reemplazada por campos y jardines, así como el cultivo original del maíz, por el del banano. Este discurso se consolida con la inauguración de un hospital moderno con vista a la “metrópoli antigua” de Quiriguá (Krizová: 2019, 184-87; Matarredona: 2021, 10-11).
Simultáneamente a las expediciones de H. Bingham en el Cusco y Machu Picchu, los primeros informes de las excavaciones mayas fueron también publicados en revistas científicas y de divulgación popular. Entre 1911 y 1912 Hewett publica en el Bulletin of the Archaeological Institute of America; en 1912 Morley publica “Quirigua, an Ancient Town, 1.400 Years Old” en Scientific American (Morley, 1912). Como en el caso de Machu Picchu, 1913 será el año fundamental de la divulgación internacional para Quiriguá, pues la revista National Geographic le dedica dos artículos.
Es notable la coincidencia de los relatos sobre las ciudades inca y maya, pues Hewett en 1911 también utiliza el tropo del desentierro. Él mismo la describe como “una ciudad enterrada, en el más literal de los sentidos”, que exigirá esforzadas tareas de limpieza para descubrir fragmentos de fachadas y cornisas de carácter escultórico (Hewett, 1911). Un artículo en la revista de la NGS las describe como «the most perfect pieces of carving I have yet seen among American antiquities», y destaca la buena accesibilidad así como las facilidades de investigación otorgadas por la UFCo (Sands, 1913, p. 338). Los resultados de la excavación de la última campaña de 1914 fortalecieron la narrativa identitaria estadounidense así como las ambiciones hegemónicas en el sur del continente, al ser presentados en la Exposición Panamá-California de 1915, en conmemoración de la apertura del Canal de Panamá, bajo el lema “The Story of Man through the Ages” (Hewlett, 1915) 19.
Ya en enero de 1913, en el discurso ofrecido por Bingham en el banquete anual de la National Geographic Society, celebrado en Washington con ocasión del homenaje al “descubridor” del Polo Sur, Capt. Roald Amundsen, y al “descubridor” del Polo Norte, Almirante Robert Peary20, y al regreso de la Second Peruvian Expedition Yale University-National Geographic, concentra los éxitos de sus exploraciones a la identificación de ciudades antiguas peruanas, y sobre todo de la ciudad enterrada, la “Ciudad Blanca” de Machu Picchu.
Machu Picchu (“an awful name”) pasa a ocupar en este discurso, por primera vez, un lugar privilegiado porque le asigna ser el lugar de donde partieron los incas antes de fundar el imperio en el Cusco (Bingham, 1913). Y por primera vez redefine públicamente lo que habría sido el objetivo de su trabajo anterior y le da un nuevo objetivo a las exploraciones siguientes: se trata ahora de probar la relación de Machu Picchu con el imperio incaico tardío, a partir de las excavaciones y del material arqueológico traído por su expedición a los Estados Unidos. Bingham recibe el público reconocimiento y es honrado por el explorador Robert Peary (“his discoveries of these ancient cities have astounded the scientists of the world”), y por el embajador británico James Bryce (“he has revealed immense fields of further inquiry, which had not been little thought of until he went there”).
Así va naciendo el relato del “descubrimiento” de una “ciudad perdida” en medio de la narración de las aventuras, accidentes y dificultades del escalador, arqueólogo y fotógrafo. Es también el nacimiento de Bingham como “descubridor”. En el informe publicado por la revista de la NGS en abril de 1913 bajo el título “In the Wonderland of Peru”, que será el primero en que se difundirá internacionalmente la existencia de Machu Picchu, Bingham se presenta como su “descubridor”, como el civilizado que halla por primera vez la ciudadela desconocida por los conquistadores españoles.
No refiere los nombres de los varios “visiting Peruvians” que señala haber encontrado escritos en las paredes de granito, nombres que serán borrados en 1912 en dos días por un trabajador bajo sus órdenes. En su libro Inca Land (Bingham, 1922), el viajero anota que gracias a las inscripciones que encuentra en las paredes de granito de uno de los edificios más finos puede enterarse de que la ciudad fue visitada por Agustín Lizárraga en 1902. Sin embargo, en la versión final de su historia, Lost City of the Incas, de 1948, Bingham elimina toda alusión a Lizárraga para adjudicarse con exclusividad la primicia del encuentro, después de haber escrito al día siguiente de haber subido por primera vez a Machu Picchu, el 25 de julio de 1911, en una página de su diario que Lizárraga es el “descubridor”. La posibilidad de que el terreno haya sido cultivado por campesinos desde muchas décadas atrás tampoco la considera. Al regreso de su expedición de 1912, Bingham escribe:
(…) erasing from the beautiful walls the crude charcoal autographs of visiting Peruvians, one of whom had taken the pains to scrawl in huge letters his name in thirty-three places in the principal and most attractive buildings (H. Bingham, 1913, p. 452)21.
Así menciona a Lizárraga en 1922:
Leaving the ruins of Machu Picchu for later investigation, we now pushed on down the Urubamba Valley, crossed the bridge of San Miguel, passed the house of Señor Lizárraga, first of modern Peruvians to write his name on the granite walls of Machu Picchu, and came to the sugar-cane fields of Huadquiña (H. Bingham, 1922, p. 219)22
Posteriormente, en 1948, su versión final del “descubrimiento” sufre otra transformación pues en Lost City of the Incas, Lizárraga ya no tiene lugar:
It fairly took my breath away. What could this place be? Why had no one given us any idea of it? (…) Suddenly we found ourselves standing in front of the ruins of two of the finest and most interesting structures in ancient America. Made of beautiful white granite, the walls contained blocks of Cyclopean size, higher than a man. The sight held me spellbound. (…) Would anyone believe what I had found? (…)
Machu Picchu was reported to exist as an interesting archaeological site as early as the unsuccessful attempt of Wiener to find it in 1875. We know that Lizarraga had been treasure hunting on these forest-clad slopes at least the years before our visit to the cave (H. Bingham, 1948, pp. 165-166; 215)23.
La construcción del discurso del descubrimiento parte de la eliminación de Lizárraga en un proceso de dos etapas: primero (1913) se trata de “borrar” su nombre y “limpiar” sus graffitis de las hermosas paredes de granito, y después (1922) de inscribirlo dentro de la categoría negativa de buscador de tesoros, para insistir, después de eliminar a Lizárraga, en que ningún cusqueño conocía la ciudadela, ni siquiera los campesinos que allí vivían. A ello se suma el silenciamiento de la información según la cual las ruinas en gran parte ya habían sido con anterioridad objeto de operaciones de limpieza y despeje por los campesinos arrendatarios, como lo muestran fotografías tomadas por él mismo el día 24, pero nunca publicadas en sus libros.
La eliminación de personas, méritos y datos es paralela a la elaboración monumentalizadora de un contradictorio subrelato histórico aparecido por primera vez en la revista de NGS: Machu Picchu es identificado con Tampu Tocco, el lugar de nacimiento del primer inca Manco Cápac, pero es al mismo tiempo la ciudad sagrada de los últimos incas. Bingham describirá a “my citadel” como el refugio elegido hacia el 800 d.C. por los seguidores de los Amautas (sabios o maestros) que huían después del saqueo del Cusco de una invasión sureña. Estos Amautas habrían construido un imperio que ocupó los Andes durante sesenta generaciones, y posteriormente había sido convertido en la capital de un nuevo reino, Tampu Tocco. Pero hacia 1300 d.C. Tampu Tocco fue abandonada, cuando el Cusco ya gozaba de la gloria de ser la capital del Imperio Peruano.
A partir de una traducción al inglés hecha por Markham (1873)24, Bingham cita al cronista indígena Pachacuti Yamqui Salcamayhua para sostener que Manco Cápac y sus hermanos abandonan Tampu Tocco, se instalan en el Cusco y fundan la dinastía incaica; como homenaje a la casa de sus padres construye en la vieja ciudadela un templo con tres ventanas (Bingham, 1922). Pero además, tras la invasión de Pizarro en 1534, Machu Picchu nuevamente se habría convertido en la casa y refugio de las Vírgenes del Sol, sacerdotisas del “más humano culto de la América aborigen”. El relato de Bingham se construyó bajo la ávida lectura de las traducciones al inglés que Markham hizo de las crónicas españolas y de las viejas obras de viaje y exploración editadas también por Markham desde la Hakluyt Society. La Historia del Perú (1892) de Markham, y La Historia de la Conquista del Perú (1847) de William Prescott, son las guías bibliográficas básicas de las fabulaciones de Bingham.
Dentro de esta política de expansión de la frontera de información en América Latina, que tuvo su apogeo entre 1900 y 1930, debe ubicarse el interés en cofinanciar las expediciones ideadas y comandadas por Hiram Bingham, así como las excavaciones en Quiriguá. Este financiamiento tuvo un carácter inédito en la política de expediciones de la National Geographic Society porque será a partir de ella que se ampliarían las áreas de interés, quebrando la orientación meramente geográfica de la institución que hasta el momento solo había apoyado o patrocinado la cartografía de picos, montañas, glaciares y volcanes, como en las expediciones a Alaska en las que se «descubre» el segundo pico más alto en Norteamérica, Mount Logan; o aquellas que intentaban conquistar el Polo Norte a partir de 1898 y que culminarían exitosamente con la llegada del almirante Robert Peary en 1909. Por primera vez se trataba de financiar una «expedición arqueológica», y aunque se hizo con ciertos reparos, el éxito que se obtuvo con la edición de abril de 1913 fue rotundo. La publicación inédita de 186 páginas de fotografías, dibujos, mapas y textos dedicadas al levantamiento cartográfico y excavación de Machu Picchu marcará un hito en la política editorial de la revista, porque a partir de entonces la National Geographical Society cubrirá cualquier tipo de expedición, viaje, vuelo o excavación que prometa una expansión de la frontera de información, un relato exitoso y una difusión amplia. Y es dentro de esta reorientación institucional que la construcción de relatos en los «diarios de viaje» de la revista va a conquistar un lugar preeminente. Es en este espacio de difusión masiva que nace el constructo transnacional Machu Picchu.
La construcción progresiva del relato del «descubrimiento» en los diferentes informes de la revista sobre las «expediciones» al Perú de 1912, 1913, 1914 y 1915, y en los posteriores libros de Bingham, consolidan la línea narrativa inaugurada en 1912. Se monta sobre la articulación de una serie de adjudicaciones que parten de la ficcionalización de este primer encuentro en la identificación con el legendario Tampu Tocco, con lo que configura un espacio mítico imperial desde el cual se edificará la gran narrativa. Este espacio será materializado en rasgos físicos gracias al proceso develatorio del “descubrimiento científico”, mitologización física de un principio y de un fin, de manera que los dos ejes temporales del Imperio americano aborigen son transformados en categorías físico-temporales desenterradas por el propio “explorador”, “descubridor”, “fotógrafo” y “narrador. Así, el desentierro de Machu Picchu como la ciudad cuna del imperio incaico será entramado con el heroico y exitoso itinerario de Bingham, para quien su “descubrimiento” solo tiene parangón con el de los conquistadores españoles del siglo XVI:
Presently we found ourselves in the midst of a tropical forest, beneath the shade of whose trees we could make out a maze of nacient walls, the ruins of buildings made of blocks of granite, some of which were beautifully fitted together in the most refined style of Inca architecture. (…) led me to believe that Machu Picchu might prove to be the largest and most important ruin discovered in South America since the days of the Spanish conquest (H. Bingham, 1913, p. 408).
En 1922 realiza la auto-iconización del gran “descubridor” cuando compara su hazaña con la de Cristóbal Colón:
I suppose that in the same sense of the word as it is used in the expression “Columbus discovered America” it is fair to say that I discovered Machu Picchu. (…) was Columbus who made America known to the civilized world. In the same sense of the word I “discovered” Machu Picchu – in that before my visit and report on it was not known to the geographical and historical societies in Peru, nor to the Peruvian government (A. Bingham, 1989, p. 26)25.
El “descubridor” inventa a Machu Picchu como la ciudad origen del imperio incaico, como el mítico Tampu Tocco, al identificarse en ella un edificio que re-nombra como el “Templo de las Tres Ventanas”. De él habrían salido los hermanos Ayar para fundar la ciudad del Cusco. Esta construcción discursiva ya está presente en el primer informe de 1913 publicado por la National Geographic en su revista:
The fact that one of the most important buildings was marked by three large windows, a rare feature in Peruvian architecture, and that many of the other buildings has windows, added to the significant circumstance that the city was located in the most inaccessible part of the Andes, inclined me to feel that there was a chance that Machu Picchu might be prove to be Tampu Tocco, that mytical place from which the Incas had come when they started out to found Cuzco and to make the beginnings of that great empire which was to embrace a large part of South America (H. Bingham, 1913, p. 409).
La ficcionalización de un origen del espacio imperial americano se construye sobre una distorsión que descansa en el relato narrativo y en el relato fotográfico. El narrador presenta su primera llegada a la ciudadela como un encuentro iluminado: se habría producido un reconocimiento inmediato del “Templo de las Tres Ventanas”, del legendario Tampu Tocco. Sin embargo, esta identificación es, de hecho, posterior. Es resultado de sus observaciones mientras escribe en los Estados Unidos el informe prometido a la National Geographic; pues a su llegada a Machu Picchu no prestó atención alguna a las características del llamado “templo”, hasta tal punto que en su primer esbozo dibujado de lo visto el 24 de julio de 1911, Bingham le adjudica al edificio cuatro ventanas (A. Bingham, 1989, p. 170). Por otro lado, el relato fotográfico oculta deliberadamente aquellas fotografías que muestran que gran parte de la ciudad no estaba cubierta por el manto de los siglos, evitando así incluir la presencia de los habitantes andinos que la habían limpiado y despejado.
Además de ciudad-origen, Machu Picchu será simultáneamente la ciudad-refugio del último inca, ubicada en una estrecha loma, flanqueada íntegramente por escarpadas cuestas, y construida por una “población altamente civilizada”, calificativo que fundamenta por la lectura de los signos materiales buscados por el explorador. La excepcionalidad de estas marcas físicas será integrada al relato con el objetivo de redimensionar históricamente la conjunción de tres virtudes “americanas antiguas”: capacidad artística, inventiva y esfuerzo. La narración del “descubrimiento” de Machu Picchu va a ser modelada por Bingham de acuerdo a estos recursos discursivos, como el entramado de historia, ficción y estética de la América imperial aborigen, bajo una narración arqueológica hegemónica que pretende develar y reintegrar las coordenadas del antiguo imperio peruano como piezas estructurantes dentro del imaginario histórico del continente americano. El papel constituyente de las imágenes en el tejido de una trama que articula espacio, memoria inventada-rescatada y sujeto americano puede leerse en fragmentos como este:
Until further light can be thrown on this fascinating problem it seems reasonable to conclude that at Machu Picchu we have the ruins of Tampu-tocco, the birthplace of the first Inca, Manco Ccapac, and also the ruins of a sacred city of the last Incas. Surely this granite citadel, which has made such a strong appeal to us on account of its striking beauty and the indescribable charm of its surroundings, appears to have had a most interesting history. Selected about 800 A.D. as the safest place of refuge for the last remnants of the old régime fleeing from southern invaders, it became the site of the capital of a new kingdom, and gave birth to the most remarkable family which South America has ever seen. Abandoned, about 1300, when Cuzco once more flashed into glory as the capital of the Peruvian Empire, it seems to have been again sought out in time of trouble, when in 1534 another foreign invader arrived –this time from Europe– with a burning desire to extinguish all vestiges of the ancient religion. In its last state it became the home and refuge of the Virgins of the Sun, priestesses of the most humane cult of aboriginal America. Here, concealed in a canyon of remarkable grandeur, protected by art and nature, these consecrated women gradually passed away, leaving no known descendants, nor any records other than the masonry walls and artifacts to be described in another volume. Whoever they were, whatever name be finally assigned to this site by future historians, of this I feel sure –that few romances can ever surpass that of the granite citadel on top of the beetling precipices of Machu Picchu, the crown of Inca Land (H. Bingham, 1922, pp. 339-340).
Bingham ubica en el Perú “the wonderland”, la materialidad espacial de un mito de origen, cuya apropiación suponía un proceso de escarbe, desentierro y recreación del buscado paradigma aborigen americano del Destino Manifiesto, propuesto hacia 1839 como principio constructor de la sociedad feliz hemisférica (O’Sullivan, 1998). Dentro de esta elaboración textual (Bingham, 1913) se ubica el discurso de la energía y del esfuerzo del expedicionario Bingham, que reorganiza los relatos de la búsqueda de caminos y “ruinas incaicas”, el trabajo de construcción de puentes y trochas, la obra de limpieza de caminos y “ruinas”, el levantamiento de mapas, las excavaciones, el trabajo antropológico y las dificultades tanto con los trabajadores peruanos como con las condiciones geográficas y climáticas. Y alcanza fruición con el éxito que trae consigo la final posesión de la belleza y grandeza de las vistas panorámicas, no solo en el cañón del Urubamba sino cuando, después de haberse quedado sin guías porque estos y los cargueros habrían desertado, «descubre» diez glaciares en el valle de Aobamba gracias a la ayuda de un niño quechuahablante de la zona. La posesión de las vistas panorámicas remite, sin embargo, a una instancia discursiva definitiva: la invocación de lo sublime como categoría estética. Dentro del iniciado proyecto de monumentalización emprendido por los exploradores, el mismo que los convierte en “descubridores”, al pasado se le adjudica la cualidad de inefable absoluto.
La sublimación del pasado como categoría estética aparece en una serie de descripciones de los paisajes naturales y arquitectónicos (Bingham, 1922); de manera que el proceso de enfrentamiento y desentierro del pasado en sus ejes de Tampu Tocco (inicio del imperio) y Vilcabamba (fin del imperio) se inventa como el alumbramiento de lo sublime. La vegetación acumulada durante siglos guardaba en sus entrañas la materialidad del pasado monumental, cuyo rescate estético y develación se proponen los sujetos “descubridores”.
En el relato fotográfico sobre Machu Picchu (Bingham, 1913) las imágenes muestran el enlace entre el discurso de la energía conquistadora y del esfuerzo con la restitución de lo sublime, al enfocar la cresta angosta de la montaña Machu Picchu sobre la que se sitúa la ciudadela, el carácter de inaccesibilidad dado por los magníficos precipicios que la rodean como defensas naturales infranqueables, y finalmente, la victoriosa posesión de la cima de la montaña por los propios exploradores americanos.
Conclusiones
El desentierro, develación y posesión material y simbólica del espacio mítico imperial aborigen americano se convirtió en el eje constitutivo de las expediciones lideradas por Hiram Bingham de 1912, 1914 y 1915, lo que explica la dinámica de trastocamiento y ocultación de objetivos. En la prensa limeña y cusqueña se anunciaban públicamente las contribuciones de los científicos norteamericanos en el esclarecimiento de la historia y geografía americana y en la difusión de las «maravillas» del Perú y de su futuro turístico. En la prensa estadounidense, en cambio, se anunciaba desde 1912 que «explorer search treasures in the American Tibet», considerándola como la región que poseía, a la llegada de los conquistadores europeos, el Imperio más extenso, mejor organizado y más ampliamente administrado en la América aborigen. Luego, a partir de 1914, una serie de titulares y artículos periodísticos anuncian el «descubrimiento» y «encuentro» por Americans de la cuna del imperio incaico, las posibilidades de desentrañar el misterio de la civilización sudamericana así como el origen del hombre americano, y el esfuerzo por revelar los secretos precolombinos del Hemisferio Occidental.
Machu Picchu fue luego recreada por Bingham en diversas conferencias en los Estados Unidos como la ciudad perdida de 2000 años de antigüedad descubierta por él, y como la ciudad que pertenece a una cultura cuya dimensión estética sólo es paralela a la de los griegos. El Tíbet Americano contendría en las «ruinas» de sus caminos, acueductos, muros, fortalezas y terrazas la historia escrita de los primeros ingenieros y arquitectos americanos, así como de los primeros metalúrgicos y artesanos del continente.
La búsqueda, desentierro, develación y difusión internacional de los vestigios materiales de excelencia de un imperio americano aborigen, bajo la dirección e interpretación de una “expedición científica” de los Estados Unidos, se articula así como un proceso cuya intertextualidad remite a la Doctrina Monroe y al panamericanismo, llevados a cabo por la Unión Panamericana, la National Geographic Society y su canal editorial, la revista National Geographic. Machu Picchu nace en 1911 como un complejo ícono de memoria multidimensional del Perú en fase de globalización.
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1 El 28 de septiembre del 2010 el Presidente de la República, Alan García, presidió en Palacio de Gobierno la ceremonia oficial de inauguración del Centenario.
2 El año 2011 fue declarado oficialmente como el “Año del Centenario de Machu Picchu para el mundo”. Cf. Decreto Supremo 116-2010-PCM. En: Diario El Peruano, 31.12.2010.
3 En 1999 se llevó a cabo la primera gran huelga general de protesta para impedir la construcción de un teleférico en MP. Por primera vez en la historia del Perú se realizaba una movilización social que paralizaba totalmente la ciudad en defensa del patrimonio arqueológico; y particularmente el “caso del teleférico” mostró que Machu Picchu como lugar arqueológico es uno de los principales símbolos de la memoria cultural cusqueña, que sirvió para enfrentar el autoritarismo de la década 1990-2000.
4 John Wesley Powell, geólogo y etnólogo, lideró en 1869 la primera expedición hacia el río Colorado a través del Gran Cañón, y Henry Gannet fue el pionero dibujante de mapas de las Montañas Rocosas. Cfr. Gilbert Grosvenor, The National Geographic Society and its Magazine. Washington, D.C.: National Geographic Society, 1957. Págs. 10-11.
5 El nuevo rol de la fotografía es explícito en las siguientes líneas del editor Grosvenor: “The illustration made the National Geographic magazine and the magazine’s life depends on getting better and better pictures. The professional writer always patronizes the photographer. All right, let him, but pay no attention to him, but go ahead and get pictures.” Véase: Charles McCarry, “Let the world hear from you.” En: National Geographic Index 1888-1988. Washington, D.C.: National Geographic Society, 1989. Pág. 27.
6 La revista se publica en inglés y en otros 28 idiomas. Otras revistas de la NGS, como National Geographic Traveller, National Geographic Adventure, National Geographic Kids y National Geographic Explorer tienen más de 11,5 millones de lectores. Además, desde que publicó el primer libro en 1907, la NGS ha sacado más de 2000 títulos en 32 idiomas y edita más de 150 libros al año.
7 A diferencia de la National Geographic Society, la American Geographical Society se había fundado en Nueva York en 1851 durante la época de la apertura del trans-Mississippi Oeste.
8 Valerie Fifer, United States perceptions of Latin America 1850-1930. A “New West” South of Capricorn? Manchester and New York: Manchester University Press, 1999. Pág. 163.
9 La Young Men’s Christian Association (YMCA), o Asociación Cristiana de Jóvenes, es un movimiento social juvenil ecuménico, fundado en Londres por Sir George Williams el 6 de junio de 1844, para combatir los problemas de alcoholismo y ludopoatía de los jóvenes trabajadores durante la Revolución Industrial, proponiendo el estudio de la biblia. Ya en 1851 se crearon las primeras asociaciones americanas en Montreal y Boston. Recuperado de: https://www.ymca.org.uk/about/history-heritage, 17.03.2021.
10 Véase: H. Bingham, Across South America: An Account of a Journey from Buenos Aires to Lima by Way of Potosi, with Notes on Brazil, Argentina, Bolivia, Chile, and Peru. Boston y Nueva York, El Riverside Press Cambridge: 1911; págs. 387-388 y 392. El autor intenta presentar aquellos “rasgos sudamericanos” en relación con la historia de los Estados Unidos, al apuntar que muchas características sociales de los “sudamericanos” son muy similares a las que los viajeros europeos encontraron en los Estados Unidos cincuenta años atrás. Para suavizar sus críticas, remarca que las “repúblicas sudamericanas” lograron su independencia cincuenta años después que los “americanos”, y que las dificultades de progreso en ellas radican en los obstáculos naturales y en las “antipatías raciales”, que son de mayor gravedad que en los Estados Unidos.
11 George Parmalee Day creó la cuenta especial “South American Fund”, que recibía las contribuciones financieras y pagaba las cuentas a pedido de Bingham. Cfr. Alfred Bingham. Op.cit., pág. 129.
12 El primer encuentro entre el Presidente Leguía y Bingham será en 1909 cuando nuestro viajero llega a Lima, última estación de su primer recorrido por el Perú, que relata así: “My first duty the next day was to call on President Leguia, report on what I had seen at Choqquequirau and tell him how very hospitably we had been received in the interior towns and cities. After talking with him for a few moments, we were no longer at a loss to understand why the Prefects and sub-Prefects of Peru had been so courteous to us, for their chief is himself the soul of courtesy. Well-traveled, well-educated, speaking English fluently, a trained business man, not in the slightest degree the type of South American President with wich novel-readers and playgoers are familiar, he impressed us as a man who would do his best to advance the welfare of Peru without caring in the least how his own affairs might prosper in the meantime.” Cfr. Across South America. Op. Cit., págs. 376-377.
13 “Explorations in Peru”. En: The National Geographic Magazine. Published by the National Geographic Society. Hubbard Memorial Hall, Washington, D.C. Volume XXIII, N°4, april 1912. Págs. 417-422.
14 Los “huesos del Cusco” no sólo fueron cuidadosamente fotografiados sino que enviados en 1911 al Peabody Museum at Yale University para ser examinados por George F. Eaton. Después del regreso de Bingham en diciembre de 1911 a New Haven, los primeros artículos sobre los resultados de la expedición fueron los tres ensayos dedicados a los “huesos del Cusco”, publicados por el American Journal of Science.
15 La National Geographic Society invitó a Bingham antes de concluir la segunda expedición de 1912 a dar una conferencia en el congreso anual de la institución, pero allí Bingham solo incluyó una breve referencia a los “huesos del Cusco”, sin mencionar que en verdad no se trataban de huesos glaciares. Días después del congreso, Bingham solicita a los editores de la revista National Geographic que omitan la parte de su conferencia referida a los huesos. Se sabe que la humillación de Bingham fue grande al desmoronarse las glorias de su primer “descubrimiento”, hecho que nunca le pudo perdonar a George Eaton. Cf. A. Bingham., pág. 147. A pesar de todo ello, todavía en la edición extraordinaria de la revista National Geographic, destinada a la expedición de 1912 y publicada en abril de 1913, Bingham insiste en su “primer descubrimiento”: “another discovery made in 1911 was of the so-called Cuzco bones. The age of certain human and other bones found interstratified with glacial gravel near Cuzco was provisionally estimated by Prof. Isaiah Bowman, the geologist of the 1911 expedition, as from 20.000 to 40.000 years. These bones were brought to New Haven and submited for examination to Dr. George F. Eaton, osteologist of the Peabody Museum.” Pág. 490.
16 En esta carta escrita el 25 y 26 de julio de 911 le envía fotografías de los huesos glaciares encontrados dos semanas antes, como testimonio de su sensacional descubrimiento. (El subrayado es mío). Cf. Alfred Bingham., op. cit., pág. 25.
17 La segunda expedición contó con un financiamiento de $25.000, que asumió la Universidad de Yale (10.000), la National Geographic Society y el petrolero Edward Harkness (5.000).
18 Hiram Bingham, Plan for 1912. The Expedition to be called the “Yale-National Geographic Society Peruvian Expedition of 1912”. Manuscrito.
19 Durante las décadas de 1920 y 1930 Quiriguá crecerá como un símbolo identitario nacional para Guatemala, al mismo tiempo que se continuaban las excavaciones y reconstrucciones a cargo del Instituto Carnegie en Washington, para empezar a consolidarse en 1935 con la publicación de Guía de las ruinas de Quiriguá (Morley, 1935).
20 “Honors to Amundsen and Peary”. En: National Geographic. Volume XXIV, N°1, january 1913. Págs. 113-130.
21 Hiram Bingham, “In the Wonderland of Peru. The work accomplished by the Peruvian Expedition of 1912, under the auspices of Yale University and the National Geographic Society”. En: National Geographic, April 1913, N° 4. Pág. 452. (El subrayado es mío).
22 Hiram Bingham, Inca Land. Explorations in the Highlands of Peru. Op. Cit. Pág. 219
23 Hiram Bingham, Lost City of the Incas. The Story of Machu Picchu and Its Builders. New York: Duell, Sloan and Pearce, 1948. Págs. 165-166 y 215. Los subrayados son míos.
24 El libro de C.R. Markham, Narratives of the rites and laws of the incas, with notes and introduction (1873), contiene la traducción al inglés del manuscrito de Pachacuti, aunque no hay traducción de los textos en quechua y los dibujos se reproducen de manera aproximativa.
25 Carta escrita por Bingham al director de la escuela Oahu College en Honolulu. Cfr. Alfred Bingham, Portrait of an Explorer; op. cit., pág. 26.
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