Temas de nuestra américa
e-ISSN: 2215-3896.
(Julio-Diciembre, 2022). Vol 38(72)
DOI: https://doi.org/10.15359/tdna.38-72.2
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ARTE, CULTURA E IDENTIDADES
Flores de la Diáspora Africana: Una aproximación a su contribución en el campo de la gestión y los derechos culturales
Flowers of the African Diaspora: An approach to their contribution to cultural management and cultural rights
Flores da Diáspora Africana: uma abordagem de sua contribuição no campo da gestão e dos direitos culturais
Karla Araya-Araya
Universidad de Costa Rica/ Leibniz Hannover Universität
Costa Rica-Alemania
Carol Britton-González
Fundación Arte y Cultura para el Desarrollo de Costa Rica
Costa Rica
Recibido: 24/01/2022 - Aceptado: 16/03/2022
Resumen
Este artículo ofrece un análisis general de los aportes del “Festival Flores de la Diáspora Africana”, especialmente, en el campo de los diferentes saberes culturales artísticos. Brevemente, este trabajo se posiciona teóricamente en los postulados de la pluriculturalidad centrándose en los derechos culturales y la gestión de la cultura de los pueblos afrodescendientes en Costa Rica y América, principalmente. En este sentido, se presenta una síntesis de las participaciones, que como gestor de la cultura, el Festival ha promovido y visibilizado en cuanto al quehacer de diferentes actores en áreas como música, literatura, fotografía, pintura, danza, canto, artes plásticas, política, religión, moda y gastronomía. Finalmente, se concluye que este Festival se ha convertido en una plataforma transnacional para que poblaciones tradicionalmente excluidas de los imaginarios nacionales reivindiquen sus contribuciones en el marco de la construcción de la sociedad y, así, ayudar a que los derechos culturales dejen de ser una categoría de bajo impacto entre las poblaciones tradicionalmente marginadas como lo han sido las diásporas afrodescendientes.
Palabras clave: Artistas afrocostarricentes; grupos musicales afrocostarricenses; Festival Flores de la Diáspora Africana; política cultural costarricense.
Abstract
This article offers a general analysis of the contributions of the “Festival Flores de la Diáspora Africana”, especially in the field of different cultural knowledges. Briefly, it is theoretical positioned under the tenants of pluriculturalism focusing on the cultural rights and the management of culture of the afro descendant peoples in Costa Rica and America mainly. In this respect, it is presented a synthesis of the work that, as a cultural promoter, the Festival has visualized in areas such as music, literature, photography, painting, dance, singing, plastic arts, politics, religion, fashion, and gastronomy. Finally, it is concluded that this Festival has become a transnational platform for populations traditionally excluded from the national imaginary to vindicate their contributions in society, so that cultural rights cease to be a discursive category of low impact for marginalized groups as the afro descendant diasporas.
Key Words: Festival Flores de la Diáspora Africana, Costa Rican cultural policy, Afro-Costa Rican artists, Afro-Costa Rican musical groups.
Resumo
Este artigo propõe um análise geral das contribuições do "Festival Flores de la Diaspora Africana" sobre o saber cultural artístico. A proposta está teoricamente posicionada sob os postulados da pluriculturalidade e se concentra nos direitos culturais e na gestão cultural dos povos afrodescendentes na Costa Rica. É apresentada uma síntese das participações que o Festival promoveu como gestor cultural, tornando visível o trabalho de diferentes atores em áreas como música, literatura, fotografia, pintura, dança, canto, artes plásticas, política, religião, moda e gastronomia. Conclui-se que este Festival se tornou uma plataforma transnacional para as populações tradicionalmente excluídas dos imaginários nacionais reivindicarem suas contribuições para a construção da sociedade e assim ajudar os direitos culturais a deixarem de ser uma categoria de baixo impacto entre as comunidades tradicionalmente excluídas, como as da diáspora afrodescendente.
Palavras chave: Artistas afro-costa-riquenhos; grupos musicais afro-costa-riquenhos; Festival da Flor da Diáspora Africana; política cultural costarriquenha
“Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten”
(Artículo 27 de la Declaración Universal de Derechos Humanos)
Introducción: Derechos culturales y gestión de la cultura
La cultura ha sido una preocupación y marco de acción desde que las personas han tenido consciencia social porque esto las ha llevado a fomentar, transmitir, aprender y replantearse el reconocimiento de las características, prácticas, saberes, actitudes, sentimientos y valores que les confieren su humanidad en términos de bienestar y sobrevivencia. Como conjunto de subjetividades, conocimientos, prácticas, objetos materiales y simbólicos, la cultura es también un tema de identidad colectiva, pues esta dota rasgos que en principio otorgan un sentido de idiosincrasia a un pueblo. Entonces, indistintamente del grupo al que nos refiramos, “la cultura se torna en ‘característica esencial de la humanidad’” (Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes 2013, p. 13); una noción que se ha ido fraguando, a su vez, en tanto “bien público mundial generador de derechos y obligaciones que atañen a toda la comunidad humana” (Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes 2013, p. 13).
Hoy día, dentro de la dimensión de derechos humanos, esta “característica esencial de la humanidad” no se refiere a un concepto estático, romantizado, totalitario, homogenizante o privado. Se trata, en esencia, de una concepción más diversa y dinámica. Sin embargo, también hay que reconocer la fuerte persistencia de lo que Anderson (1993) ha denominado como comunidad imaginada dentro de la idea de cultura e identidad; lo que en sí se refiere a deseos y fantasías que producen ciertas refracciones identitarias excluyentes de las realidades, aportes e historia de unos grupos en detrimento de otros. Estas pretensiones han sido herencia del colonialismo en la configuración de los Estados nación, los cuales, en su afán de declarar su independencia y soberanía, se vieron avasalladas por complejas contradicciones identitarias que requerían ser estructuradas/unificadas en idearios culturales que pudieran legitimar (consciente o inconscientemente) su valía ante el mundo moderno, implantado desde criterios europeos. En este contexto, la cultura, en tanto saber y objeto material y simbólico, ha sido pensada y gestionada desde la lógica de clases sociales y “razas” superiores e inferiores, por lo que solo aquello que los grupos dominantes consideraran culto, bello y digno podía concebirse y transmitirse como manifestación cultural. Pero, “[e]l significado de cultura ha evolucionado desde un concepto elitista restringido que incluía especialmente las artes y la literatura, hasta un concepto más amplio” (Aguilera 2008, p. 3). Es decir, la idea tradicional que posiciona la cultura solo desde la dimensión estética de lo “culto” y “refinado” ha entrado en un fuerte debate político y antropológico, especialmente, a partir de múltiples luchas sociales de grupos (Álvarez y Hoetmer, 2009 y Muñoz, 2017) que han visto excluidos sus otras formas de hacer cultura.
Lo que contemporáneamente se entiende en términos de “revolución cultural” (Anguiano, 2017; Bary, 2018; Chen, 1975; Hoseph, 1991) y “giro multicultural” (Kymlicka, 1996, 2009; Restrepo 2008) han sido producto de largos procesos de lucha, reflexión, discusión y crítica de diversos sectores artísticos, populares y profesionales de la ciudadanía; además de gobiernos, cleros, asociaciones culturales, fundaciones, instituciones no gubernamentales y entes internacionales. A nivel internacional, esta renovación se empieza a gestar más fuertemente en los años 70, cuando la discusión del pluriculturalismo y multiculturalismo son dimensionadas en el campo del derecho y el deber. Al respecto, vale aclarar que aquí se asume la tesis de Walsh (2005), quien propone una delgada diferenciación conceptual entre lo pluri y lo multi cultural:
Lo importante es que el primero apunta a una colección de culturas singulares con formas de organización social muchas veces yuxtapuestas (Touraine, 1998), mientras que el segundo señala la pluralidad entre y dentro de las culturas mismas. Es decir, la multiculturalidad normalmente se refiere, en forma descriptiva, a la existencia de distintos grupos culturales que, en la práctica social y política, permanecen separados, divididos y opuestos, mientras que la pluriculturalidad indica una convivencia de culturas en el mismo espacio territorial, aunque sin una profunda interrelación equitativa. (p. 6)
Este proceso de reflexión conceptual en el cual ambos enfoques poco a poco han repensado el concepto de cultura e identidad, ha planteado la necesidad de darle un carácter legal a la práctica y vivencia cultural, a fin de garantizar la creación de políticas públicas inclusivas que rompan con cualquier idea esencialista de la identidad y la cultura. En este contexto, la UNESCO (1982) determinó que la cultura “engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales al ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias” (p. 1). Esta declaratoria da paso a una visión más multi/pluri referencial y porosa en donde “comprender lo humano supone comprender su unidad en la diversidad y su diversidad en la unidad. Hay que concebir la unidad de lo múltiple y la multiplicidad de lo uno” (Morin 1999, p. 27).
Por consiguiente, la demanda de políticas culturales y acciones claras dentro de los países debe no solo fomentar empatías, sino también garantizar el derecho al respeto y reconocimiento de las personas como sujetos culturales diversos; lo que, en definitiva, significa la afirmación de su humanidad e identidad dentro y a través de su cultura desde múltiples ángulos.
Tal demanda, aunque pareciera obvia, resulta más bien necesaria por cuanto las relaciones de poder en la sociedad moldean gran parte de la vida cotidiana de la ciudadanía generando interacciones y creencias permeadas por la marginalización, exclusión o discriminación de unos grupos en perjuicio de otros. Dicho de otro modo, debido a que las relaciones culturales no son siempre armoniosas, se necesita de marcos legales y políticas concretas que establezcan un equilibro en la convivialidad, lo que Boff (2012), en su lectura de Iván Illich, señala como “la capacidad de hacer convivir las dimensiones de producción y de cuidado, de efectividad y de compasión, de modelado de los productos y de creatividad, de libertad y de fantasía [en sentido lúdico]; de equilibrio multidimensional y de complejidad social: todo para reforzar el sentido de pertenencia universal contra el egoísmo” (Web). Así, la necesidad de políticas culturales y acciones que generen formas más sanas de convivencia entre los seres humanos y sus contextos, lo cual nos lleve al disfrute de la plena vivencia de la interculturalidad1, es hoy tan válida como lo fue cuando su discusión de inicio. Al respecto, la Declaración sobre la Diversidad Cultural de la UNESCO determinó que “nadie puede invocar la diversidad cultural para vulnerar los derechos humanos garantizados por el derecho internacional, ni para limitar su alcance”. Ligados a esta idea, encontramos los derechos culturales, señalados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de Naciones Unidas de 1948 -Artículo 27: “Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes, y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten”, y dentro del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de 1966 de Naciones Unidas, en su Artículo 15, especialmente en el 15.1.a: “derecho de toda persona a participar en la vida cultural” (2010, p. 5)
De la anterior formulación se desprende la prevalencia del ejercicio de la cultura como derecho, y para que esto sea efectivo, los Estados junto con la sociedad civil deben ejercer un rol determinante. En Costa Rica, este proceso ha sido muy complejo; contradictorio, fragmentado y hasta tardío. Aunque también hay que reconocer que en las últimas dos décadas cambios muy significativos se han dado.
Una breve mirada a las políticas culturales costarricenses
En Costa Rica, al igual que en la mayoría de los países centroamericanos, los procesos de independencia fueron configurando un sentido de nacionalismo que finalmente resultaría ser un horizonte inalcanzable en toda su dimensión. Existe mucha diversidad étnica, lingüística, religiosa y finalmente cultural que ha contribuido en la evolución y construcción de la nación y que, sin embargo, fue quedando excluida (invisibilizada) de la alegoría nacional. La blanquitud como identidad cultural (ver Palmer 1995 y 1996, Soto 1998 y 2008) es por mucho uno de los más grandes mitos nacionales, porque sobre este se han excluido del ser costarricense a los grupos indígenas, sinodescendientes, afrodescendientes y otros grupos. Cuevas (2002) explica que el desarrollo de políticas culturales del Estado costarricense puede pensarse en tres grandes momentos: 1) período liberal (1870-1930) en donde la oligarquía cafetalera creó una serie de mitos fundadores basados en un proceso civilizatorio moderno; un período iniciado en los años 40 del siglo XX que perfiló la identidad costarricense sobre los ideales socialdemócratas de un Estado benefactor, social o paternalista; y el inicio del siglo XXI como momento de crisis identitaria social generado a partir del deterioro del Estado benefactor previo envestido por el impulso de políticas de corte neoliberal.
Los dos periodos a los que Cuevas (2002) se refiere resultaron ser un continuum de políticas ideológicas de superioridad “étnica” y cultura “elitista” que pese a la paulatina, pero lenta incorporación de elementos populares en el ideario de idiosincrasia costarricense; lo que ha prevalecido es una perspectiva muy folklorista de la cultura, su gestión y política basada en gran parte sobre pastiches e imaginarios de antepasados. Por consiguiente, fueron la de mecenazgo, la de difusión y la de promoción, y la creación de instituciones estatales para tales (Cuevas 2002).
Concretamente en el ámbito jurídico, Zavaleta (2017) señala que “la estructura legal que a finales de la década de 1950 comenzó a construirse con leyes, decretos ejecutivos, reglamentos y resoluciones conformó un esqueleto de políticas culturales que contribuirían con el desarrollo del campo cultural y, a su vez, con el mercado de arte costarricense” (p. 1970). No obstante, no todos los grupos étnicos fueron realmente pensados dentro de la aplicación y resguardo de estos marcos legales, porque consciente o inconscientemente, la noción de cultura aún no estaba anclada en una visión pluricultural. Por otro lado, las políticas culturales se centraron en la institucionalización de espacios gubernamentales que legitimaran el valor cultural desde el valle central “blanco” y desde una la óptica tradicional de las bellas artes. Es decir, la promulgación de leyes y decretos que crean diversas instituciones como la Editorial Costa Rica (1959), la Dirección General de Artes y Letras -adscrita al Ministerio de Educación- (1963), el Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes (MCJD) (1970), la Compañía Nacional de Teatro (1971), la Compañía Nacional de Danza (1979) entre otras, aunque importantísimas, no fueron espacios de apropiación cultural de las minorías y para estas.
No es sino hasta el año 2011 cuando el ente rector en política y gestión cultural a nivel nacional, el MCJD, realizó un proceso introspectivo y reflexivo. Mediante el Diagnóstico de la situación de la cultura en Costa Rica (2011) se obtuvieron insumos para crear la vigente Política Nacional de Derechos Culturales (2014-2023). El diagnóstico incluyó, por primera vez, una consulta a grupos indígenas (aunque dejando por fuera a la comunidad afrodescendiente). Así las cosas, la tarea de incluir los derechos culturales y su gestión con los enfoques de sensibilidad pluricultural e interculturalidad forman parte de una nueva visión de la cultura e identidad del ser costarricense que busca orientarse en principios de igualdad, equidad, diversidad, corresponsabilidad y participación intercultural (ver MCJD 2013). Esta es una tarea que empieza hoy a dar frutos de una primera cosecha tardía, o como indica Muñoz (2017), de un multiculturalismo tardío en las políticas culturales del país2. En esta última dimensión de la gestión cultural se encuentra el Festival Flores de la Diáspora Africana, el cual es una iniciativa no gubernamental que desde hace 23 años se ha propuesto visibilizar y equilibrar los derechos culturales de grupos tradicionalmente excluidos, principalmente, la diáspora afrodescendiente mediante una serie de actividades artísticas, pluriculturales y académicas que involucran diversos sectores la de sociedad costarricense y la comunidad internacional. En esta ocasión, solo nos referiremos al ámbito cultural de las diversas ramas artísticas y saberes ancestrales que el Festival ha promovido.
Festival Flores de la Diáspora Africana para la convivialidad de los pueblos
Este Festival nació en 1999, en el marco de las celebraciones de la efeméride del “Día de la Persona Negra y la Cultura Afrocostarricense”. Desde entonces, se ha celebrado celebrado ininterrumpidamente, incluso desafiando los dos últimos años de pandemia en donde las restricciones de presencialidad más bien han servido para darle un carácter más transnacional y abierto al desarrollarse completamente virtual en el año 2020 y de forma bimodal en este 2021.
El Festival Flores de la Diáspora Africana es un proyecto específico articulado en una propuesta más amplia de acción de la Fundación Arte y Cultura para el Desarrollo (FACD), también conocida como Fundación Afro de Arte y Cultura para el Desarrollo. Esta es una organización costarricense sin fines de lucro, cuya misión es “contribuir desde la cultura afro costarricense, a la permanente construcción de las identidades nacionales de Centroamérica” (FACD 2021) con la visión de lograr “articular un proceso continuo de construcción de la identidad nacional de las diferentes culturas y saberes Centroamericanos para el fortalecimiento de la Interculturalidad en la Región” (FACD 2021). Los objetivos que guían este proyecto son:
Dimensionar la importancia de la contribución de los grupos africanos y afrodescendientes en la construcción de Centroamérica y el mundo.
Promover el desarrollo de los pueblos afrocentroamericanos a través de la divulgación y enaltecimiento de los valores de la cultura afrodescendiente, visibilizando sus aportes.
Revitalizar los valores culturales, morales y espirituales como patrimonio intangible y pilares de resistencia a la homogenización cultural.
Visibilizar el Festival como un agente de cambio, para una sociedad más digna y equitativa que respete la diversidad cultural. (FACD, 2021)
Para lograr tales propósitos, la FACD ha planteado tres espacios globales de trabajo que permitan articular acciones concretas en los campos de: educación, derechos humanos, y arte/cultura. Estos espacios, si bien tienen particularidades propias, son en muchos casos abordados interdisciplinaria y transversalmente en actividades que posibilitan la interconexión entre personas que trabajan desde diferentes disciplinas y en espacios de producción académica y cultural. En ellas se visualizan múltiples saberes que resignifican y dignifican los valores y aportes de las poblaciones afrodescendientes y de otros grupos minoritarios (como en el Festival del año 2011 enfocado en grupos indígenas y sinodescendientes) en la construcción de las naciones y la región del Gran Caribe en diálogo con otras partes del mundo.
Desde el eje concreto de arte y cultura, la FACD ha propuesto tres grandes eventos: 1) El Festival Flores de la Diáspora Africana, 2) El Festival de Cine de la Diáspora Africana, y 3) El Concurso Internacional de Oratoria Flores de la Diáspora Africana y Otras Culturas3. En los últimos años, estas tres actividades convergen parcialmente como un macro evento que entrelaza de forma paralela la educación, los derechos humanos y el arte/cultura para finalmente acompañar la realización del Festival Flores de la Diáspora Africana, y de esta forma, “romper el silencio sobre la verdad histórica de África y sus descendientes, así como contribuir en la divulgación del conocimiento de la vasta y rica cultura afro descendiente, mostrando a través de las diferentes manifestaciones culturales y artísticas su aporte en el desarrollo de los pueblos” (FACD, 2021). Todos estos eventos, pero particularmente, Flores de la Diáspora Africana son, en sí, espacios de activismo cultural que han logrado visibilizar, promover y analizar las literaturas; las artes escénicas; las artes plásticas; saberes culinarios; la oratoria; música; fotografía entre otros saberes y practicas producidas por los pueblos afrodescendientes en Costa Rica y el resto de América y sobre estos. Ambos festivales, así como el concurso de oratoria celebraban la participación transfronteriza en conversatorios; ponencias académicas; presentación de obras de escritoras y escritores consolidados y emergentes; recitales; conciertos de música caribeña; homenajes a personalidades nacionales e internacionales; desfiles de trajes; ferias de libros, exposiciones de artesanías, esculturas, fotografía y comidas; proyecciones cinematográficas; performances y bailes. Todas estas actividades, de forma consciente, promueven la convivencia e intercambio de saberes y experiencias de diferentes poblaciones y gremios, dentro de la academia y fuera de ella que tienen relacionados con los diferentes aportes de las poblaciones afrodescendientes en la cultura. Como espacio intercultural, las participaciones han ido creando puentes que propician sensibilidades de igualdad, equidad y antirracismo.
A partir del 2015, El Festival Flores de la Diáspora Africana y sus diferentes programas fueron acogidos por el Consejo de Ministros de Educación y Cultura Centroamericano –CECC/SICA como parte de las acciones que celebran el Decenio Internacional Afrodescendiente. En el 2018, el Festival fue además declarado de interés nacional por el gobierno de Costa Rica mediante el Decreto ejecutivo 41229 –MP, publicado en La Gaceta N.° 150 del 20 de agosto 2018. Esto demuestra el rol que se ha logrado obtener a nivel de gestión y política cultural nacional e internacionalmente. Al respecto, a continuación, se presentan resultados más concretos:
Tabla 1. Participación internacional en el Festival Flores de la Diáspora Africana, según disciplina ejercida y país de origen, período 1999-2021
Nombre |
Especialidad |
País |
Alfre Woodard |
Actriz y cineasta |
Estados Unidos |
Amma Asante |
Cineasta |
Inglaterra |
Arima All Stars, Steel Band |
Grupo musical |
Trinidad y Tobago |
Ariruma Kowi |
Escritor |
Ecuador |
Avelino Cox |
Escritor |
Nicaragua |
Arysteides Turpana |
Escritor |
Panamá |
Arnold Antonin |
Cineasta |
Haití |
Bailarines estelares del Alvim Hailey Ballet |
Ballet clásico |
Estados Unidos |
Ballet Nacional de Angola |
Danza tradicional africana |
Angola |
Bruce Paddington |
Cineasta y director Festival |
Inglaterra/ Trinidad |
Carlos Roberto Gómez |
Escritor |
Puerto Rico |
Carlos Wynter |
Escritor |
Panamá |
Chicuance Nantzim |
Escritora |
El Salvador |
Cristina Rodríguez Cabral |
Escritora |
Uruguay |
Danny Glover |
Actor, cineasta |
EUA |
Daryl Bobb, Cantante |
Músico, cantante |
Dominica |
Derek Walcott |
Escritor Nobel de Literatura |
Santa Lucia |
Eintou Pearl |
Escritora, actriz |
Trinidad y Tobago |
Flora Silvestre |
Modelo y actriz |
Venezuela |
Francisco Nieto |
UNESCO |
España |
Frantz Voltaire |
Cineasta |
Canadá/Haití |
Gerardo Maloney |
Escritor, cineasta |
Panamá |
Glora Dávila |
Escritora |
Perú |
Gugu Mbatha |
Actriz |
Inglaterra |
Irma Batista Nazareno |
Escritora |
Ecuador |
Jayne Cortez |
Escritora |
Estados unidos |
Jean Bernard D |
Pintor |
Canadá/Haití |
Jhonny Hendrix Hinestroza |
Cineasta |
Colombia |
Jenny de la Torre |
Directora Festival |
Colombia |
Juan Kelly |
Pintor |
Estados Unidos/Costa Rica |
Julia Mirabal |
Productora y Cineasta |
Cuba |
Julia Wong |
Escritora |
Perú |
Kayra Harding |
Escritora |
Panamá |
Lois Iglesias |
Pintora-Fotógrafa |
Panamá |
Lolia Pomare |
Cuentista |
San Andrés, Islas |
Lucy Cristina Chau |
Escritora |
Panamá |
Mary Grueso |
Escritora |
Colombia |
MaryCruz Castro |
Escritora |
Colombia |
Mateo Moris |
Escritor |
Rep. Dominicana |
Melanie Taylor |
Escritora, violinista |
Panamá |
Michel Marcelin-Voltaire |
Pintor |
Estados Unidos/Haití |
Miguel Cocom |
Escritor |
México |
Mirto Laclé |
Escritor |
Aruba |
Myrna Manzanares |
Escritora |
Belice |
Nancy Morejón |
Escritora |
Cuba |
Ninozka Chacón |
Escritora |
Nicaragua |
Robert Chappel |
Solista |
Estados Unidos |
Roberto Escobar |
Escritor |
El Salvador |
Roberto Zurbano |
Escritor |
Cuba |
Sara M´bodj, Arpista |
Músico Arpista |
Senegal |
Shanique Bartley |
Pintor |
Jamaica |
Siu Chen |
Escritor |
Perú/Hawaii |
Suyen Bolaños Chow |
Escritora |
Nicaragua |
Wanayran Alvarez- Angerer |
Cantante, poeta, bailarina |
Honduras |
Willie Chen |
Escritor, artistas plástico |
Trinidad y Tobago |
Yadira Yauéz |
Pintora |
Ecuador |
Yalibeth Roldán |
Diseñadora de modas |
Panamá |
Yolanda Rossman |
Escritora |
Nicaragua |
Nota: Elaboración propia a partir de informes del FACD 1999-2021.
Todas estas personas forman comunidades pluriculturales cuyos trabajos impactan las relaciones de convivialidad desde muy diversas áreas del saber. Si bien sus nombres podrían entenderse como sujetos concretos (que lo son), en la dimensión colectiva de sus aportes, esta extensa lista de participantes internacionales manifiesta el carácter glocal4 del Festival en cuanto a su marco de acción incluye no solo a minorías locales sino también a una comunidad más amplía conformada por diversas diásporas. Además, el carácter abierto del Festival permite a la población costarricense acercarse, entender y socializar formas de producción de objetos y saberes tangibles e intangibles culturales que normalmente son sectorizadas como exclusivas de ciertos grupos y para estos. Aunque hay una focalización en las comunidades afrodescendientes, todas las actividades son abiertas al público general, pues se busca romper con esas sectorizaciones que encasillan los saberes en subalternidades extendidas (marginalidad continua) al erróneamente ser pensadas solo para ciertos grupos sociales y culturales. A su vez, la comunidad internacional participante tiene la oportunidad no solo de compartir su trabajo sino de interactuar con otras nacionales. Esta convivencia cultural se torna, entonces, en una experiencia de aprendizaje intercultural.
En cuanto a la participación en propiamente costarricense, una gran cantidad de bandas, orquestas y dúos nacionales han logrado exponer su trabajo
Tabla 2. Grupos musicales, cantantes y actores nacionales que han participado en el Festival Flores de la Diáspora Africana según nombre, género y país, período 1999-2019
Nombre |
Género |
País |
Amarillo, Cian y Magenta |
Banda R&B |
Costa Rica |
Banton y Ghetto |
Dúo Reggae |
Costa Rica |
Big Band Costa Rica y solistas invitados |
Orquesta Salsa, Jazz |
Costa Rica |
Black Vibes |
Grupo musical Soul, pop |
Costa Rica |
Calipso Legends |
Grupo musical Calipso |
Costa Rica |
Calipso Rice & Beans |
Grupo musical Calipso |
Costa Rica |
Cantoamérica |
Grupo musical Calipso, salsa |
Costa Rica |
Charlene Stewart |
Grupo Gospel, soul, R&B, Hip Hop |
Costa Rica |
Claudio Taylor |
Bailarín Afro dance |
Costa Rica |
Chepe Blues |
Grupo musical Blues, R&B |
Costa Rica |
Chocolate |
Grupo musical Son Cubano |
Costa Rica |
Dan Robinson |
Cantante Hip-Hop, Blues |
Costa Rica |
Enoch Samuels |
Cantante Hip- Hop |
Costa Rica |
Hermanas Tucker |
Grupo Gospel |
Costa Rica |
Johnny Dixon |
Cantante Show-man, Calipso y otros géneros |
Costa Rica |
Julie Linox |
Cantante Góspel, pop, soul |
Costa Rica |
Manuel Monestel |
Músico cantante Calipso |
Costa Rica |
Marfil |
Grupo musical Reggae, salsa |
Costa Rica |
Master Key, grupo |
Grupo Gospel |
Costa Rica |
Orquesta Sinfónica Juvenil |
Orquesta clásica |
Costa Rica |
Robert Aguilar |
Gospel, soul, R&B, Hip Hop |
Costa Rica |
Sasha Campbell |
Cantante Soul, R&B, Hip Hop |
Costa Rica |
Son de Tikizia |
Grupo musical Salsa |
Costa Rica |
Squad |
Grupo Soul, R&B, Hip Hop |
Costa Rica |
Nota: Elaboración propia a partir de datos de diferentes informes de FACD, 1999-2021.
Como se desprende de la Tabla 2, si bien destacan los grupos y personalidades afrodescendientes, el Festival también incluye la participación de otros grupos que no necesariamente se identifican étnicamente de tal manera.
Por otra parte, el Festival, además, ha proyectado el reconocimiento mediante homenajes a personalidades específicas que se han estacado por sus luchas y logros en contra de la estigmatización social, cultural, étnica y política en el país.
Tabla 3. Afrocostarricenses homenajeados(as) en el Festival Flores de las Diásporas Africana, según año y área
Nombre |
Año |
Área |
Eulalia Bernard |
2021, 2011, 1999 |
Literatura |
Quince Duncan |
2018, 2012 |
Literatura y Derecho Humanos |
Joycelyn Sawyers |
2016 |
Educación, Literatura |
Claudio Taylor |
2010 |
Danza |
Delia McDonald |
2009 |
Literatura |
Marcelo Johnson |
2008 |
Artes Marciales |
Thelma Curling |
2007 |
Política: primera diputada afrocostarricense |
Prudence Bellamy |
2004 |
Educación |
Zuricka Samuels |
2001 |
Medicina |
Yolanda Britton |
2000 |
Deporte |
Nota: Elaboración propia a partir de informes de la FACD, 1999-2021.
Estas personas no solo son parte del crisol de la interculturalidad en Costa Rica, también lo son de la Región Centroamericana y Caribeña. Sus aportes son ciertamente glocales. Nótese que una de las personas más homenajeadas ha sido la afrocostarricense Eulalia Bernard Little (1934-2021), a quien este año 2021, se le realizó el primer homenaje póstumo en reconocimiento a su trayectoria y contribución literaria, educativa y política. Esta celebración contó con un acto cultural a cargo de la escritora Delia McDonald y el músico Wilson Arroyo; y la presentación de tres ponencias que expusieron importantes facetas de la vida de Bernard con su obra literaria (a cargo de Dra. Dorothy Mosby), su labor como precursora de la representación política de la mujer afro en Costa Rica y el Caribe (por la Dra. Marianela Muñoz), y su lucha discursiva en pro del plurilingüismo y multiculturalidad en una obra emblema aun poco conocida: el acetato “Negritud” (a cargo de Dra. Paola Ravasio). En este mismo espacio de celebración a importes legados, hay que mencionar igualmente al escritor, docente y activista Quince Duncan Moodie, a quien en dos ocasiones (años 2012 y 2018) se le ha reconocido su incansable y comprometido trabajo en el campo de las letras y los derechos humanos.
En el campo de las bellas artes costarricense (principalmente pintura y cerámica) también han participado una gran cantidad de artistas exponiendo sus obras. Entre ellos y ellas se encuentran: Adrián Gómez, Alberto Flores (cubano-costarricense), Alberto Moreno, Ángela Da Costa, Augusto Silva, Carlos M. Salazar, Eugenia Barrionuevo, Fabio Herrera, Florencia Urbina, Gerardo Mora, Gilberto Ramírez, Honorio Cabraca, Hugo Gil, Juan Kelly (costarricense-estadounidense), Leonel González, Luis Chacón, Paulina Ortiz, Roberto Lizano, Shanique Bartley y Yadyra Yanéz. En esta misma línea, la Asociación de Pintores Limonenses, la agrupación de Ceramistas de Costa Rica y el colectivo de Pintores de Casa del Artista (SJ, CR) han contribuido con exposiciones y discusiones sobre las plásticas costarricenses cuyos enfoques temáticos han abordado las identidades culturales del país. Es decir, en estos 23 años el Festival ha ahondado tanto lo popular como lo más académico de las prácticas y saberes culturales, involucrando a toda una comunidad altamente diversa en la vivencia de la interculturalidad.
Los procesos actuales de globalización y mercantilización de la cultura no son un fenómeno exclusivo de esta era, estos han estado presentes desde la colonia. Sin embrago, es precisamente esta larga y continua subordinación y comercialización de las prácticas culturales las que también han suscitado una resistencia progresiva que hoy hace posible el inicio de rupturas en las experiencias de inequidad, injusticia, insolidaridad y racismo. Por consiguiente, “dado el papel subordinado que le ha tocado jugar a las ‘otras identidades culturales’ [las marginalizadas], es necesario que en un principio estas ocupen un lugar privilegiado en el sistema educativo, en los medios de comunicación y en las acciones del Estado” (Cuevas 2002, p. 5). En esta dirección es precisamente que el Festival Flores de la Diáspora Africana se ha posicionado a lo largo de sus 23 años de existencia. Con este evento se ha dado una apertura constante de espacios pluriculturales y transdisciplinarios que discuten, dialogan, recuerdan, reconstruyen, concientizan y visualizan los diferentes aportes del pueblo afrodescendiente en la construcción de Costa Rica, el Caribe y América. El Festival se ha convertido en una plataforma de acción para muchos grupos y manifestaciones culturales que tradicionalmente han estado condicionadas a una subalternidad extendida. En él se ha homenajeado colectiva e individualmente los saberes ancestrales y sus nuevas formas apropiándose y compartiendo el ejercicio de la cultura. De esta forma, el Festival nació y evoluciona como gestor de la cultura afrocostarricense, afrocaribeña y afrodescendiente. En esencia, las actividades que se realizan en el marco de este espacio celebran los derechos culturales más allá de una mera categoría discursiva de bajo impacto en la sociedad, pues en él hay una búsqueda constante por reivindicar los derechos culturales de comunidades tradicionalmente excluidas o estereotipadas de los imaginarios nacionales y globales, a fin de no quedarse en “una categoría descuidada de los derechos humanos” (Symonides en UNESCO 2010, p. 5) o en el “hijo pródigo de los derechos humanos” (Prieto en UNESCO 2010, p. 5). Por mucho, el Festival Flores de la Diáspora de forma pionera ha tenido un norte claro e influyente en cuanto a lo que hoy demanda la Política nacional de derechos culturales 2011-2013.
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1 De acuerdo con Walsh (2005), este término, y cuya acepción es también adoptada en este trabajo, “se refiere a complejas relaciones, negociaciones e intercambios culturales, y busca desarrollar una interacción entre personas, conocimientos y prácticas culturalmente diferentes; una interacción que reconoce y que parte de las asimetrías sociales, económicas, políticas y de poder y de las condiciones institucionales que limitan la posibilidad que el ‘otro’ pueda ser considerado como sujeto con identidad, diferencia y agencia la capacidad de actuar. No se trata simplemente de reconocer, descubrir o tolerar al otro, o la diferencia en sí, tal como algunas perspectivas basadas en el marco de liberalismo democrático y multicultural lo sugieren. Tampoco se trata de esencializar identidades o entenderlas 4 como adscripciones étnicas inamovibles. Más bien, se trata de impulsar activamente procesos de intercambio que, por medio de mediaciones sociales, políticas y comunicativas, permitan construir espacios de encuentro, diálogo y asociación entre seres y saberes, sentidos y prácticas distintas. A diferencia de la pluriculturalidad, que es un hecho constatable, la interculturalidad aún no existe, se trata de un proceso por alcanzar por medio de prácticas y acciones sociales concretas y conscientes. (Guerrero, 1999ª, p. 6-7).
2 Es importante rescatar el trabajo que personas como Eulalia Bernard Little (1934-2021) ya había empezado desde hace muchas décadas atrás (ver Muñoz, 2017).
3 Este concurso es muy significativo porque reposiciona el valor de la oralidad como manifestación artística, intelectual y educativa; una forma de saber cultural ancestral en las diásporas que ha quedado relegada y marginalizada en el contexto de las bellas artes, la literatura y la educación formal. Este concurso se ha desarrollado desde el año 2015, y tiene la particularidad de rotar su lugar de ejecución con países centroamericanos permitiendo el convivio intercultural entre diferentes naciones, a saber, Costa Rica (2015, 2016, 2017), Guatemala (2018), El Salvador (2019), y de forma virtual los años 2020 y 2021.
4 Este término lo usamos en el sentido elaborado por Robertson (1995) y más concretamente desde la perspectiva de Bandau et. al (2018) al señalar lo glocal “is concentrating on the local and its entanglements or dialectic negotiations with the global, especially visible in the realms of migration, circulation, and knowledge circulation.13 This also implies the revision or replacement of concepts linked to trans- or interregional comparative studies in favor of approaches” (p.8).
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