Temas de nuestra américa
e-ISSN: 2215-3896.
(Julio-Diciembre, 2022). Vol 38(72)
DOI: https://doi.org/10.15359/tdna.38-72.9
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Pensamiento y teoría social
La utopía realista1
The Realistic Utopia
A utopia realista
Yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más grande nación del mundo,
menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria.
Simón Bolívar,
Carta de Jamaica, 1815.
Roberto Cordero-Arauz
Académico
Escuela de Filosofia
Universidad Nacional
Recebido 19 /03/2021 - Aceptado:05/02/2022
Resumen
El pensar es siempre una acción que compromete con la transformación, este es el hilo por el cual el pensamiento latinoamericano se ha ido planteando desde la toma de conciencia, la necesidad de establecer un pensamiento utópico que logre este cometido. Por ello, es necesario esbozar algunas ideas en torno a lo que implica esta categoría desde los aportes elaborados por el académico Horacio Cerutti Guldberg, con el propósito de permitir asumirlo como parte del bagaje del pensamiento latinoamericano: el plantear las alternativas a las realidades fragmentadas y deshumanizadas con las que vivimos en la cotidianidad.
Palabras clave: Utopía realista, pensamiento latinoamericano, identidad, cohesión social, emancipación, transformación.
Abstract
Thinking is always an action that commits to transformation, this is the thread by which Latin American thought has been raising awareness, the need to establish a utopian thought that achieves this goal. That is why it is necessary to outline some ideas around what this category implies from the contributions made by the academic Horacio Cerutti Guldberg, thus allowing it to be assumed as part of the baggage of Latin American thought. Proposing alternatives to the fragmented and dehumanized realities with which we live on a daily basis.
Keywords: realistic utopia, Latin American thought, identity, social cohesion, emancipation, transformation.
Resumo
Pensar é sempre uma ação comprometida com a transformação, e este é o fio pelo qual o pensamento latino-americano vem considerando, desde o momento da consciência, a necessidade de estabelecer um pensamento utópico que atinja esta tarefa. É por isso que é necessário esboçar algumas idéias sobre o que esta categoria implica, com base nas contribuições do acadêmico Horacio Cerutti Guldberg, tornando possível assumi-la como parte da bagagem do pensamento latino-americano. A proposta de alternativas para as realidades fragmentadas e desumanizadas com as quais convivemos diariamente.
Palavras chave: utopia realista, pensamento latino-americano, identidade, coesão social, emancipação, transformação.
1. Horacio Cerutti Guldberg: Semblanza de una memoria comprometida
La obra de un autor debe ser reflejo de su experiencia capitulada a lo largo de su formación humana e intelectual. Tal es el caso de este académico que ha dedicado su vida a la educación de las mentes jóvenes del continente, a lo largo de su carrera en las diversas universidades, al cual él en sus obras, identificado con los trabajos legados por Bolívar y Martí, llega a llamar con gran familiaridad a América Latina como Nuestra América, piensa y reflexiona sobre ella, pero no como un concepto carente de sentido o en abstracto, como lo afirma Leticia Flores y Gabriela Huerta, en su ensayo Ruta institucional de Horacio Cerutti:
América Latina no era, ni es para Horacio, un simple objeto de estudio, sino una realidad desgarradora y esperanzadora que tenía que hacerse presente y no había tiempo que perder. (García Clark, 2001, p. 210)
Es necesario dar un vistazo a la vida personal de Horacio Cerutti Guldberg. Nació en Mendoza, Argentina, en 1950, en 1973 se gradúa como Licenciado y Profesor en Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Cuyo, Mendoza. Durante esta época fue “uno de los miembros de la generación en que cristalizó la llamada Filosofía de la Liberación” (Cerutti, 2006, p. 33), así como lo denomina y considera Leopoldo Zea. En marzo de 1976, cuando era becario de postgrado en la maestría de Ciencias Sociales de la Fundación Bariloche, se dio un golpe de Estado mediante el cual ascendió al poder la Junta de Gobierno con el General Videla, en el cual su padre fue secuestrado y desaparecido. El profesor Cerutti abandonó su país en mayo, con dirección a un desconocido Ecuador donde le sugirió dirigirse Guillermo Henríquez, en 1978 obtuvo el título de Doctor en Filosofía por la Universidad de Cuenca.
Ha sido catedrático en universidades de Argentina, Ecuador y México. Es investigador en el Centro Coordinador y Difusor de Estudios Latinoamericanos (CIALC), ahora Centro de Investigaciones sobre América Latina (CIALC) y profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
Con esta experiencia de vida, es notable el garante de su pensamiento construido no solo desde lo teórico, sino también desde lo vivencial. Además, ha descubierto a través de la filosofía un instrumento útil para servir a las sociedades latinoamericana. Ha logrado hacer praxis de la filosofía estudiada desde el momento en que es exiliado de su país. Sus amigos y estudiantes son testigos de su compromiso en la elaboración del pensamiento latinoamericano.
Dentro de sus escritos tenemos diferentes artículos redactados para diversas ocasiones: conferencias para las diversas Escuelas de Filosofía de Latinoamérica, tenemos el caso de sus visitas a la Universidad Nacional de Costa Rica y a la Universidad de Costa Rica en diferentes ocasiones; participa en discusiones, ponencias, simposios, congresos internacionales de filosofía latinoamericana, entrevistas, entre otros. Su producción literaria es amplia, contiene una vasta propuesta de la realidad y pensamiento latinoamericano.
Nuestra historia está marcada por la imposición colonialista, la invisibilización, la recriminación, la explotación, la represión de los pueblos originarios. Con el expansionismo europeo, iniciado en el siglo XV, disminuyó la posibilidad de un auténtico encuentro e intercambio de culturas y se ocasionó uno de los acontecimientos de genocidio de mayores proporciones en la historia mundial, el cual llegó a convertirse, desde ese momento, en un trauma y un punto de referencia para las diversas reflexiones dadas en diferentes disciplinas. Se marca, además, el inicio de la globalización y de las bases de la posterior formación de la modernidad.
Leopoldo Zea señala:
Hablamos más de un encubrimiento que de descubrimiento, ya que tanto España como Europa encontraron en este nuestro continente lo que querían encontrar; descubrieron lo que querían descubrir, (1988, p. 8).
La construcción del pensamiento latinoamericano se inicia con la toma de conciencia de la masacre y la violencia con que ocurrió el choque de culturas, la cual vino a imponer el paradigma eurocentrista, sin permitir la capacidad de la alteridad; además, se tomó la región como una fuente abundante de ricos minerales y metales preciosos, sin asumir la riqueza de la cultura.
Es necesario comprender que la dinámica del descubrimiento no tuvo los fines de compartir conocimiento y realizar una dialéctica de la historia, sino todo lo contrario, arrasar, por la incomprensión y la intolerancia a la alteridad, con unos seres que parecían seres humanos, homúnculos. Desde el paradigma antropológico europeo y el imaginario social europeo, al contraste con el arquetipo del Otro, no eran plenamente humanos. La construcción del arquetipo ideológico del hombre-blanco-heterosexual-cristiano es promovido y colonialmente establecido, permeando hasta nuestros días los imaginarios colectivos y estándares estéticos occidentalocentrados.
Desde allí se tasó, definitivamente, la humanidad de estos seres definidos como “extraños y ajenos”. En el momento que “accidental y circunstancialmente” Cristóbal Colón “descubrió” en 1492 una masa de tierra que llamaron “Las Indias Occidentales”2, se dedicaron a saquear, abusar, imponer, esclavizar y explotar, como nos narra la obra de Bartolomé de las Casas, Brevísima relación de la destruición de las Indias.
Desde este momento del “descubrimiento” sucede un encubrimiento, se tapan las atrocidades que realizaron con las ciudades y civilizaciones que encontraron, y se dedicaron a escribir en la historia la destrucción de las culturas. Esos entes encontrados, por la búsqueda de nuevas rutas comerciales a la India, dieron paso a uno de los holocaustos más acallados, solapados y legitimados de la historia.
La colonización no se realizó de manera pacífica, la construcción de los nuevos establecimientos europeos se dio por la expropiación y expulsión de los originarios de sus propias tierras y recluidos a las zonas de más difícil acceso, ejemplo de esto fueron las reducciones indígenas y la encomienda.
Ante esta barbarie comienzan a levantarse, en las últimas décadas, las voces de visibilización de estos hechos, se evidencian los abusos, se levantan las conciencias de hombres y mujeres que señalan la riqueza material, cultural y ancestral de las historias de los mayas, incas y aztecas. Para poder entender más sobre esta coyuntura es necesario leer Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano (1971), y Visión de los vencidos, de Miguel León-Portilla, publicado en 1959.
Con esta nueva interpretación de la historia, el pensamiento latinoamericano convierte a América Latina en su propio objeto y sujeto de estudio, su punto de reflexión; empezando por preguntarse sobre su propia identidad, forma de pensar, forma de gobernar, libertad, entre otras.
La historia puede y debe ser reiterada y pacientemente reconstruida desde nuevas situaciones, casi me atrevería a decir coyunturas, que permiten iluminar nuevas facetas y ubicar mejor la labor actual y las tareas futuras. Ya va llegando la hora de lanzarse decididamente a la tarea de reconstrucción que debe estar a la altura de la labor que nos ha precedido. (Cerutti, 1996, p. 44)
Ante esta búsqueda de autodeterminacion, es necesario partir de nuestro pensamiento, es el tiempo de reflexionar, dejar de lado el eurocentrismo y atreverse a pensar sobre nosotros mismos y desde nosotros mismos, potenciar la originalidad de la reflexión, sobre la realidad, en síntesis: nuestra forma propia de hacer filosofía:
No se trata de afirmar, una vez más, programáticamente la existencia de una filosofía latinoamericana para señalarla simplemente con un dedo, sino de recuperarla y resignificarla para perfeccionar su conceptualización... al volver a las raíces se encuentran nuevas fuerzas para intentar lo nuevo. Es pensar con arraigo desde lo propio hacia lo universalizable; con la apertura a la universalidad. (Cerutti, 2000, p. 32)
“Un verbo que no ha de seguir siendo prestado” (Zea, 1974, p. 28) y se habla sobre el entorno social, político, cultural, religioso de América Latina, arrebatamos el derecho de expresar lo que piensan las entrañas mismas de los pueblos originarios, mestizos y doblegados por los siglos. Es este apoderamiento del verbo donde el pensamiento latinoamericano se apropia de una forma particular de pensar, de hacer filosofía. Ya no es imitando a lo largo de la historia las corrientes al pie de como la dicta Europa, sino que se asimila desde sus propias categorías, las experiencias y las recepciones a la propia necesidad y adecuación de sus realidades:
Ha sido una filosofía elaborada con alto sentido crítico respecto de la realidad y de sí misma. Por su parte, las corrientes filosóficas del exterior no se imitaban pasivamente sino que se las adaptaba y adoptaba en un proceso activo de transformación, que seguía también líneas de conceptualización propias. Se retomaba y en lo que se retomaba y en el modo como se lo retomaba se jugaban una serie de consecuencias de la mayor importancia teórica e ideológica. Finalmente, y por todo lo anterior, es injustificado exigir una revolución previa a un proceso de autentificación filosófica. (Cerutti, 1996, p. 60)
Es en el compromiso de la pensadora y pensador donde comienza a fraguarse el descubrimiento y sistematización de esa ocultación traumática, además de la capacidad de expresar en sus propias obras las necesidades que se están pasando, las relaciones injustas de poder, por eso se insiste en la necesidad de descifrar la identidad como proceso:
Advertir desde el inicio que la identidad (como proceso en curso) no es solo pasado (sido), sino también y de modo eminente presente y futuro (siendo). Esta consideración procesual de la identidad admite un reconocimiento de sus dimensiones políticas y culturales, en la medida misma en que las tradiciones y sus características posibilitan la creación cultural que nunca es, ni puede ser, ex nihilo. (Cerutti, 1996, p. 21)
El pensamiento de Cerutti implica el reinterpretar la propia historia, para visualizarla y asumirla como un hecho pasado que en definitiva marca, pero no determina el futuro de Nuestra América situándola en una perspectiva histórica:
Lejos de renunciar a lo propio, a la propia historia, al propio pasado, hay que asumirlo y, a partir de lo que forma la propia identidad asimilar otros valores. No deshacer lo que se ha sido, sino siendo lo que se es, poder ser más todavía. (Zea, 1988, p. 16)
La autodeterminación que demuestran los pueblos ha colaborado en el desarrollo dialéctico de nuestra propia historia, es el ser latinoamericano quien toma las riendas de su propio destino y lo direcciona para construir su identidad, su humanidad que le fue negada, su propia forma de hacer filosofía, es aquí donde se entiende el porqué de América Latina:
América Latina se descubre a sí misma como objeto filosófico. Se descubre en la realidad concreta de su historia y su cultura, y aún en su naturaleza física en cuanto sostén, contorno y condición de su espiritualidad. Su pensamiento ha tendido espontáneamente a reflejar el de Europa; pero este, por su propio curso, desemboca en el historicismo, la conciencia de América, al reflejarlo, se encuentra paradojalmente consigo misma, invocada en lo que tiene de genuino. (Zea, 1987, p. 26-27).
De esta manera, América Latina se convierte en un lugar desde el cual se pueden tener aspiraciones, alcanzar ideales, crear y pensar magnas utopías, es meritorio que se considere ya no como grupos de naciones aisladas, sino “hermanas patrias en la búsqueda de un destino común que de muchas formas tendrá que serlo por su común origen histórico y cultural” (Zea, 1987, p. 19).
Zea señala el proceso de autodescubrimiento, sus aportes confluyen en la creación de la disciplina de la historia de las ideas en América Latina, como forma de rastrear el propio pensamiento, “en cierto modo puede considerarse el esfuerzo del historicismo como un esfuerzo hacia nuestra realidad, hacia la historia nuestra” (Cerutti, 1996, p. 46).
¿Por qué América Latina? Por el hecho de formar una región rica, multicultural, multirracial, multirreligiosa, de grandes antagonismos y paradigmas, necesitada de profundizar en la interioridad de sus grandes secretos, para humanizar a la persona que se desarrolla en estas tierras que comprende desde el Río Bravo hasta la región de Cabo de Hornos, al sur de la Patagonia. Por ofrecer un paradigma; por descubrir, a través de su desarrollo intrínseco, sus relaciones: económicas, políticas, sociales, comerciales, éticas, religiosas, antropológicas, artísticas, literarias, entre otros puntos por redescubrir y evidenciar.
Es partiendo desde la propia experiencia donde se encontrarán grandes trincheras para defender lo propio, para posicionarse como una región sólida que se caracterice, como piensa Bolívar, no por ser la “más grande nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria” (Soto, 2008).
Es la necesidad en la cual el “sujeto piensa a partir del seno mismo de su desde donde” (Cerutti, 2000, p. 57). De esta manera se vuelve el propio pensamiento sobre nosotros mismos, nuestras relaciones sociales, políticas, económicas, éticas. Con esto se visualiza una categoría primordial para comprender la filosofía latinoamericana, ya que esta piensa en un desde, es un compromiso del pensador y pensadora al asumir esta realidad específica y comprometer su labor a redescubrir la riqueza y clarificar la realidad latinoamericana. Ya no viene a ser la filosofía copiada al mejor estilo europeo, sino que es una introspección de esta misma, pero aplicada en términos latinoamericanos, es aplicar la debida originalidad a todos los procesos de pensamiento filosófico propios. Es un pensar la realidad desde la realidad misma, que no se piensa desde ninguna parte o desde el vacío o la neutralidad.
Es desde esta propia aproximación en la que se debe entender a América Latina como categoría de análisis, es en ella misma donde se gestan las posibilidades de cambio, de transformaciones significativas, desde la cual las sinergias sociales dejan de ser alienantes y se convierten en el inicio de una dinámica transformadora de la dignidad de cada persona. Se entiende que el desarrollo de la región depende únicamente de la reinterpretación y reflexión que se pueda tener en torno de sí misma y desde sí misma, se reconfigura como objeto de estudio propio y pertinente; pero, además, en sujeto de los grandes avances y desarrollos técnicos e industriales, siempre en una armonía con el medio ambiente y la sociedad en general.
La necesidad de construir nuevos puentes de diálogo ponen un proyecto en la región que debe llevar al respeto y al libre intercambio de opiniones, enmarcadas en el diálogo, la solidaridad, la justicia social y la búsqueda de formas de progreso que vayan de la mano con el desarrollo social y humano.
América Latina es poesía, es arte, es cultura, es un paradigma tan amplio que es necesario proponer estudios interdisciplinarios que intenten abarcar la mayor cantidad de factores que hacen de la región un lugar de posibilidades vastas de desarrollo y equidad, es una zona apta para poder construir utopías, alternativas y cambios:
Creo que entre estos viajes filosóficos, las utopías desempeñan una función de relanzar la reflexión por senderos no trillados todavía.
Mi viaje se limitará esta vez a seguir algunos trazos de la utopía a que creo tenemos derecho. (Cerutti, 2007, p. 69)
En definitiva, América Latina tiene y puede ser construida como sociedades equitativas y justas, partiendo de un mismo origen, mestizo, forjados en el crisol del colonialismo, del exterminio. Estas características permiten, por lo tanto, un lenguaje común, al compartir la misma historia, pero a la vez se convierten en uno de los puntos más complejos para lograr la vinculación, ya que no se ven los pueblos con una raíz en común y solo se destacan, en algunos sectores, las diferencias que garantizan la autonomía de cada región, se deben superar las brechas y muros de “racialización” como forma práctica de dominación colonial. Es lograr alcanzar la auténtica liberación, la emancipación para lograr el descubrimiento propio de las identidades y utopías, la construcción y apropiación de Nuestra América:
Los latinoamericanos vueltos ya sobre sí mismos tratarán no solo de saberse en un determinado horizonte de historia sino también como hombres, como los actores concretos de esa historia, como los que sufren la situación o circunstancia que los determina, personaliza, individualiza. (Zea, 1974, p. 96)
Como síntesis, vuelvo a preguntar: ¿Por qué América Latina? Porque es el sueño de Nuestra América, es Nuestro derecho exigido a tener nuestras utopías como esperanzas al cambio y la inclusión.
3. Utopías e identidades como forma de cohesión social
El concepto utopía fue acuñado por Tomás Moro (1478-1535), el célebre humanista del Renacimiento para designar la isla que figura en su obra del mismo nombre escrita en latín, entre 1514 y 1516, año de su publicación. Etimológicamente utopía es una palabra de origen griego y, literalmente significa: “no lugar” (ou= adverbio de negación, topos, ou, o = sustantivo masculino, lugar, sitio, puesto; país, territorio, localidad, distrito, región; condición categoría; ocasión, posibilidad, oportunidad), tratando de traducirlo lo más cercano posible quiere decir “lugar que no existe en ninguna parte”.
El subtítulo de la obra de Moro nos proporciona otro antecedente sobre la significación que se le irá dando a esa palabra: Del mejor de los estados posibles y de la isla Utopía; también se utiliza en un prólogo de la obra como sinónimo de utopía, la voz "udetopia" (contracción de vocales según la gramática griega conjugando el topos como lugar o sitio), "lugar de nunca jamás".
De ahí que la palabra utopía se empleará, por mucho tiempo, para nombrar una sociedad perfecta y necesariamente imposible para la naturaleza humana. También, por extensión, se llamará utopía a cualquier proyecto inventado; y "utópico" se dirá de algo reducido en teoría, pero que es inalcanzable en la práctica.
Ciertamente el concepto de utopía lo podemos abordar desde diferentes áreas de conocimiento. Para efectos del presente trabajo se hará distinción entre el concepto netamente literario – lingüístico y el concepto que se maneja desde la filosofía política latinoamericana.
En sentido literal (etimológico) se expresa como ese momento irrealizable en el que el ser humano va a seguir de manera irracional una ideologización alienante, es una demostración de la ingenuidad misma de la persona, persuadida por un discurso efervescente, se confunde más bien con un soñador abstracto e irreal, donde la utopía, en términos estrictos es irrealizable ya que sobrepasa la realidad y no parte de ella como base fundamental de las transformaciones sociales.
En sentido utópico literario se presenta una sociedad que ha alcanzado un grado de desarrollo superior perfecto, en la que las relaciones sociales son claramente estipuladas por el Estado, y dentro de las cuales se presentan aisladas de las demás sociedades para lograr un grado mayor de purificación de la sociedad, es aquí donde se obstruye la posibilidad de ser una utopía realizable, sin tensión utópica, ni necesidad de transformaciones sociales. Como género literario encontramos textos que se pueden catalogar como utópicos como La República de Platón, La Ciudad de Dios de Agustín de Hipona, La Ciudad del Sol de Tomás Campanella, Del gobierno de los Príncipes de Tomas de Aquino, entre otras obras.
En su otro sentido; en términos políticos latinoamericanos, el concepto retoma un matiz distinto, en cuanto propone una nueva interpretación del ser propio de la política en la región:
La utopía no es solo género, como las utopías clásicas del renacimiento europeo. Es también función utópica operante en lo histórico y dimensión utópica de la racionalidad humana. Si las utopías del género pueden ser discutidas como constantes antropológicas de validez universal, no lo puede ser ni la función histórica ni la dimensión racional. La mente humana se afana por procurar lo que no es siempre todavía. (Cerutti, 1996, p. 123)
Esta función operante propia de la que nos habla Cerutti la denota como la capacidad del ser humano de pensar en mejores condiciones de vida en todos los aspectos, partiendo de la más profunda conciencia social, al mismo tiempo actúa en la historia, opera en la misma, pretendiendo alcanzar transformaciones sociales permanentes, en la que el deseo de mejores condiciones de vida son entendidas por los pueblos que integran Nuestra América como el logro de un nuevo progreso integral fundamentado en la persona, incluso como propuesta del Sumak Kawsay en su reflexión sobre el redefinir qué es el buen vivir y vivir bien.
En estas líneas de pensamiento, las utopías se presentan no como un simple adormecimiento, sino que en su relación interna pretenden emancipaciones de las grandes bases sociales quienes toman la responsabilidad de sus destinos, como forma de autodeterminación y la auténtica libertad de elegir sus destinos sin políticas intervencionistas de quienes pretenden ejercer su dominio económico y político, hegemónico, sobre América Latina, que se ha convertido en una zona de explotación de los “recursos naturales” (extraccionismo) en busca de materias primas, o en grandes plantaciones (enclaves monocultivistas) para satisfacer los caprichos de los países más poderosos y “desarrollados” del mundo en términos económicos, de producción y consumo, el cual muchas veces implica un deterioro ambiental irreversible por el desgaste de los suelos, la explotación indiscriminada de los bienes hídricos y minerales, en la que siguen engañando los pueblos y manipulando las relaciones políticas internas del poder para favorecer los intereses de una cúpula económicamente poderosa en detrimento del auténtico bien común de los pueblos, en los que se continua cambiando “oro por espejos”.
Es con este concepto de utopía latinoamericana que se pretende desplazar una mentalidad idealista e ingenua y poner a través del pensamiento, de la filosofía propia, las bases de las transformaciones eficaces para ir construyendo sociedades más justas y equitativas a nivel social, político, económico y ético.
De esta manera, las utopías no siguen siendo un paradigma filosófico inalcanzable, sino que se transforman en una lucha con incidencias sociales directas realizables; la filósofa y el filósofo, al comprometer sus esfuerzos intelectuales, aporta a la emancipación mental de las sociedades.
Según el modelo económico imperante del intercambio “libre de mercados”, el uno no implica el otro, o en su mismo discurso alienante genera la ingenuidad de esperar que los ricos se llenen tanto sus bolsillo que comiencen a desbordar su riqueza en manos de los trabajadores, que por definición son merecedores de participar de ese gran capital, ya que son ellos quienes generan la riqueza por su labor productiva.
Se privilegia el desarrollo económico, impulsado por los mitos desarrollistas, el cual se realiza mediante la explotación y humillación del trabajador o trabajadora, a quien no se le ofrece ninguna forma de protección social, cuanto más se pueda explotar laboralmente a una persona es mejor para una empresa. Dicho sea de paso, el deseo de mejores garantías sociales para los sectores más desprotegidos, son muchas veces objeto de presiones políticas para su veto o el ajuste que favorece a los dueños de las fábricas o medios de producción.
Partiendo de este esbozo social, se considera la necesidad de concretizar el pensamiento abstracto en algo concreto, la filosofía misma amerita la urgencia de retomar sus propios conceptos y ponerlos en práctica en función de la sociedad que exige nuevas formas de responder a sus realidades sociales, urge pensar desde Nuestra América. Es de esta misma que la filosofía latinoamericana toma su aliento para comprender las relaciones de poder, interpretarlas y no quedarse en solo reflexión: sino establecer su praxis a la vez que reflexiona y elabora pensamiento sobre la región y desde ella. Esto implica el logro de una emancipación progresiva, mental, pero también social, política de quienes desean el cambio. Es en este caso que “la constatación de que la filosofía tiene algún tipo de incidencia u operatividad social, que debe ser explicada en cada caso, tomando en cuenta cómo se articula la filosofía con la ciencia y la tecnología y, sobre todo, cuál es su relación con el estado” (Cerutti, 1996, p. 76).
La utopía toca profundamente las realidades sociales latinoamericanas. Es así como la pensadora y el pensador encuentra diferentes formas y caminos para encontrar vías de hacerse sentir y de activismo político, pero particularmente es el ensayo, como género literario, un refugio liberador para exponer sus más altos ideales de justicia, unidad y paz.
Este compromiso con la utopía mueve a comprender el entorno en que se desarrolla, a sensibilizarse con su realidad social, no es solo un discurso vacío, sino una responsabilidad directa con las generaciones. Además de no confundir la unidad con la uniformidad homogenizante, en cuanto se debe partir de la pluralidad de nuestras naciones.
La forma en que estas pensadoras y pensadores han logrado, históricamente, dar forma a la expresión de sus ideas sobre utopía e identidad es el ensayo.
[Este género pretende] influir sobre la conducta, las decisiones del lector movilizando su pensamiento, su sentimiento, su voluntad. El ensayo busca estimular su sensibilidad… el objeto está en lograr que el lector se entere, juzgue y reaccione o asimile un punto de vista nuevo sobre algo que le es conocido. (Azofeifa, 1982, pp. 19 - 20)
Con el ensayo, el filosofar latinoamericano se manifiesta de manera idónea. Se busca influir en el lector, moverlo hacia un punto de vista, buscando siempre la discusión de las ideas para la reflexión, de bona fide, como bien indica Montaigne en el prefacio de su obra.
Es a través del ensayo, que el estudio de la historia de las ideas se vuelve necesario para rastrear la originalidad y aportes novedosos del pensamiento latinoamericano, en este subyace la forma de pensar de la región. Es a través del juego con otros géneros y figuras literarias que el ensayo, como literatura de ideas, logra sugestionar al lector para tomar conciencia política y social del tema que está tratando.
Es partiendo de esta realidad donde el discurso utópico organiza las ideas para proponer una concepción concentrando la tradición filosófica con la praxis.
Utopía como término, discurso, programa, intentos de construcción histórica social, horizonte axiológico de la ideología, concepto, etc. Utopía como tema cuyo tratamiento exige poner en obra toda la tradición filosófica mundial. (Cerutti, 2007, p. 18)
En esta libertad de expresión del ensayo las utopías encuentran un aliado inefable, que le permite expresarse, solo limitado por la capacidad de sugestión del autor o autora al tratar un determinado contenido. Va a ser en este donde el pensamiento latinoamericano surja como forma de expresión de sus propias ideas, conceptos, forma de interpretar el mundo y relación intrínseca con él. Para ejemplificar es solo necesario hacer referencia a la gran obra ensayística de José Martí en su texto de 1891 Nuestra América.
De aquí que el concepto de utopía, a lo largo de su tratamiento político-social, adquiere una nueva axiología en tierras latinoamericanas, que desde el “descubrimiento” han sido catalogadas como el Nuevo Mundo, como un paraíso terrenal en el que las utopías europeas podían realizarse. Esto, sin tomar en cuenta las necesidades de los nuevos seres, que definieron como homúnculo (del latín homunculus, ‘hombrecillo), a quienes desde un inicio se cuestionó acerca de su propia humanidad, y el derecho a tener su propia necesidad de realización política y social.
La utopía actúa místicamente sobre estas tierras, estos hombres y estas culturas. Al desear los utopistas la transformación de Europa, trastocan la realidad de América. De historia queda reducida a geografía. (Cerutti, 2007, p. 154)
La utopía viene a remover necesariamente el conocimiento de nuestra identidad, de ahí que se descubran la historia contada por los conquistados, no solo por los conquistadores y su sucesiva colonización, la mística de nuestras tierras enamoran por sus imponentes paisajes y sus legendarios paraísos, además que causa esa real intención de pensar utópicamente en las posibilidades de transformaciones.
Para poder tratar de comprender las realidades tan complejas, dinámicas y cambiantes, es necesario estar pendientes de los cambios políticos y sociales que diariamente suceden en la región; pero para poder analizarlos es necesario hacer una introspección a las diversas obras de arte, literatura, poesía, entre otros, donde es posible rastrear formas donde se plasman las diversas maneras de pensar de Nuestra América. Es de mencionar la amplia obra literaria latinoamericana, que da cuenta del realismo maravilloso donde la imaginación recrea el pensamiento. Es necesario empezar a reinterpretar para descubrir la identidad que nos es propia.
La preocupación por la identidad constituye uno de los leit motiv del pensamiento latinoamericano, aún antes de que podamos hablar de Latino América. ¿Qué somos?, ¿quiénes somos? Constituyen interrogantes angustiosamente reiterados a lo largo de la historia y por diferentes sujetos sociales, aún cuando los criollos en los momentos previos, durante y después de la emancipación, los esgrimieran privilegiadamente como mostración de su afirmación en tanto sujetos históricos sociales. (Cerutti, 1996, p. 27)
La realidad se ha escrito a través de la utopía, ella nos presenta el lugar en el cual como naciones queremos llegar, pero para poder alcanzarla, es necesario primero descubrir las identidades, tomando en cuenta el trauma de la colonización que repercute profundamente en la mentalidad colectiva, como medio para poder alcanzar los más altos ideales que se puedan plantear a lo largo de la región. América Latina o Nuestra América es el lugar de los posibles, pero esa posibilidad, ontológicamente inferior a la realidad, presenta grandes desafíos y retos que invitan a los grupos intelectuales de la región a plantearse metas claras en las que se privilegie el sentido de la persona, el medio ambiente y el más sano desarrollo humano-tecnológico posible, explotando inteligentemente los recursos que se poseen.
Identidad y utopía se perfilan como las vías de conformación de las sociedades latinoamericanas, dentro de las cuales, las sociedades puedan comenzar a romper las barreras que se han hecho a lo largo de los siglos, en especial, la de la xenofobia, el racismo, la discriminación, los clasismos, la extrema pobreza, entre otras. Se deben buscar puentes de unión y diálogo entre los pueblos, pero antes de esto es necesario sanar las discriminaciones sociales que sufre, al interno, cada país, tales como: violencia de género, explotación infantil, violencia intrafamiliar, homofobia, intolerancias de todo tipo, entre otras.
Al descubrir las utopías de Nuestra América, concomitantemente se está encontrando con las identidades de la región, no es posible entender una sin la otra, como lo señala la obra del pensador Cerutti, se debe partir de la misma historia, de lo que somos, para interpretarla crítica y creativamente para transformarla, como lo menciona ampliamente en la obra Memoria comprometida (1996) y posteriormente en su obra Filosofar desde Nuestra América (2000).
El aspecto operante de la utopía no trabaja desde supuestos irracionales, sino al contrario: funciona desde la interpretación de la realidad operante en la historia, no se crea de la nada, ex nihilo, sino que se plantea como un programa de autodescubrimiento, autoasimilación del entorno que nos ha tocado vivir a las generaciones que estamos presentes, y así poder ofrecer un futuro deseable al resto de las generaciones que están integrándose en las cotidianidades de América Latina. De esta manera, se podrán ir estrechando las diferencias sociales tan marcadas en algunas partes de la región. Es momento de comenzar a ver en el OTRO un igual al yo/nosotros, un ser humano con las mismas posibilidades de desarrollo individual y colectivo. Las clases sociales deberán ir desapareciendo para darle paso a la construcción de sociedades justas y equitativas, solidarias, conscientes de las necesidades de los otros, a quienes les ha tocado compartir este momento temporal de espacio – tiempo y comprender, de una vez, que la cohesión social es una de las salidas a las múltiples exclusiones.
En el momento en que las masas se conviertan en pueblos, estos pueblos en naciones y estas naciones en auténticas democracias en las que el pueblo asuma su legítima responsabilidad de administrar el poder, y exigirlo en quienes asumen el liderazgo de estas naciones, se iniciará la construcción de las utopías de Nuestra América, con consciencia de que el compartir, la solidaridad, el respeto, el diálogo, la paz son valores humanos que manifiestan su ser más íntimo.
¿Será posible construir este tipo de utopías?, ¿las naciones se podrán ver como iguales, y trabajar por el bien común?, ¿es posible comprender la ética dentro de la política? Estas y otras preguntas saltan a la mente cuando se piensa en utopías. Es necesario asumir una postura crítica y desafiante para transformar las sociedades y alcanzar la unidad, no la uniformidad.
A partir de estas ideas utópicas, el pensamiento latinoamericano inicia su camino de autorreconocimiento, donde las aspiraciones políticas, sociales y económicas se perfilan en una toma de conciencia de la identidad de los pueblos, el imaginario colectivo que proyecta los ideales, las utopías de una región.
Forzados máximamente a definirnos, a decir qué papel ocupamos y ocuparemos en la historia mundial, más que enfatizar la latinidad de nuestra denominación, por lo menos de alguna de ellas, hemos procurado aclarar los proyectos de una nuestra América que, paradojalmente, todavía no es del todo “nuestra” y por eso puede denominarse con este posesivo de deseo, de sueño, de utopía. (Cerutti, 2007, p. 151)
Esto no solo en un sentido material, de posesión de la tierra, de un continente que día a día nos es negado desde la apropiación que se da con la Conquista, donde pasamos a ser los Otros. También desde esta enunciación, se expone un tipo de identidades, la de Nosotros como latinoamericanos, como aquellos que debemos tomar las vías de los destinos y pensar en los bienes comunes, recordando la inspiración de Martí.
La necesidad de definir lo que es América Latina reclama al pensador o pensadora hacer un proceso de exigencia académica en la que la rigurosidad y el compromiso adquieren nuevas dimensiones. Ya no es una simple práctica personal de asumir conocimientos, sino que se vuelve un elemento y una responsabilidad social, en donde se adquiere el deber de proyectar el pensamiento a otras personas, ir elaborando campos académicos de intercambios de perspectivas, abrir campos de diálogo en medio de las sociedades alienadas para lograr una toma de conciencia y emancipación para poder comenzar a transformar la sociedad que se quiere construir. A través del pensamiento se irán forjando nuevas posibilidades para la región. Pero antes de iniciar este proceso, es meritorio comprender y profundizar en nuestra identidad y la forma propia de hacer filosofía:
La filosofía latinoamericana hoy, para estar a la altura de las circunstancias como lo ha estado en otros tiempos, no tiene como alternativa articularse a la praxis del pueblo sino que está obligada a reflexionar, a partir de categorías que permitan explicarse lo que pasa ante nuestros ojos, de dónde proviene este proceso y hacia dónde se abren innumerables caminos por transitar, no como sendas perdidas sino como rutas maravillosas que deben y pueden ser consolidadas. (Cerutti, 1996, p. 50)
Al avanzar en el proceso de reconocimiento de la propia identidad, donde los rasgos propios de la filosofía latinoamericana se logran encontrar, estas filosofías que encuentran sus diversas formas de expresión, su ideal en el cambio de las sociedades, el ser humano y la naturaleza como centro del cambio, encontramos que esto es englobado por la Utopía de Nuestra América, es el derecho a soñar en una América diferente a la que se desarrolla hoy, unida bajo los valores de la paz, el respeto, el sentido del SER persona frente al tener consumista y alienador.
Se debe comprender que para poder alcanzar las utopías de Nuestra América es necesario partir de las propias raíces, y tomar en cuenta nuestra identidad personal inmersa como parte de una sociedad, al igual que nuestra forma de pensar.
El descubrimiento de la identidad de nuestra amplia región, fue el motor de sus luchas e inspiró la idea de la identidad latinoamericana como la utopía por excelencia de nuestros pueblos, si entendemos por “utopía” no algo quimérico e irrealizable sino un ideal que debe inspirar nuestra acción del presente, darles sentido a nuestras luchas con el fin de hacerlo realidad en el futuro. La utopía es un horizonte que marca el sentido de las luchas y dirige como un Norte las metas a seguir. (Mora, 2001, p. 49)
4. Utopías realistas: Alternativas para Nuestra América
Ante realidades agobiantes y desoladoras de desequilibrios humanos, sociales, políticos, éticos y demás problemas sociales, generalizados en América Latina, se nos presentan los pensamientos utópicos como formas políticas de transformaciones sociales para Nuestra América. Es el sueño de grandes pensadores comprometidos: Alberdi, Simón Bolívar, José Martí, José Carlos Mariátegui, Benigno Malo, Arturo Roig, Leopoldo Zea, Rodó, Andrés Bello y por supuesto Horacio Cerutti, entre algunos representantes.
Se han enamorado de su propia tierra, desgarrada por la pobreza, el hambre y la violencia, y han querido regalarles a las nuevas generaciones, que van redescubriendo y reinterpretando su propia historia, una nueva forma de pensar, de hacer filosofía desde Nuestra América, hacer praxis, transformar la sociedad, tener derecho a Nuestra Utopía.
En estos tiempos convulsionados y cambiantes, hablar de utopía es muchas veces criticado y mal interpretado, ya que este concepto, como categoría de análisis latinoamericano, genera una lógica opuesta al modelo político y económico imperante, llamado neoliberalismo, expansionismo y neocolonialismo, que generan desequilibrio económico, político y social de cada Estado. Es un tema incómodo para quienes legitiman el poder del Estado, ya que pretenden preservan sus intereses económicos particulares, legislando y manipulando las leyes en beneficio de una cúpula social y política. Esto, partiendo incluso de una crítica a los sistemas que se dicen ser también de “izquierda”, ya que al igual que la “derecha”, están partiendo de los mismos conceptos de la modernidad y reduciendo el desarrollo a manifestaciones e indicadores económicos, que obvian lo humano. Por ello se tiene la necesidad de superar estas dicotomías políticas para pensar en otras alternativas, en salidas viables en las cuales se generen espacios relacionales diversos que promuevan al ser humano en su integralidad, partiendo del respeto a lo múltiple, a lo diferente, como una manifestación más del ser persona y comprender el mundo.
La utopía debe ser pensada, situada en un contexto histórico concreto, con características particulares y diferentes de cada región, no se puede pretender caer en el falseamiento de los universalismos, hay que pensar la solución a los problemas sociales y políticos desde cada particularidad, y a partir de ahí establecer diálogos que permitan el intercambio de las acciones que se llevaron a cabo para alcanzar los éxitos, es a partir de ahí donde se da un aprendizaje colectivo de intercambio de ideas. Amerita un esfuerzo conjunto de todos los actores sociales para lograr las aspiraciones hacia las cuales nos proyecta el pensamiento y, de esta manera, generar una tensión utópica que parte “de la entraña misma de la realidad” (Cerutti, 1996, p. 48).
Dentro de esta dinámica histórica, la propuesta de Cerutti invita a pensar la realidad, para lograr descubrir nuestras identidades, las raíces de los pueblos y empezar a reconstruir partiendo de una historia en común, Nuestra América, pero ¿para qué?, ¿pensar la realidad?, solo a partir de esta se empezarán a vislumbrar las alternativas comunitarias e individuales que se deberán tomar para caminar bajo las tensiones utópicas:
Se trata de pensar la realidad en el presente, en tanto proceso histórico proveniente del pasado, a partir de horizontes futuros desde los cuales retrospectivamente todo el proceso se ilumina. (Cerutti, 2000, p. 49)
La invitación como tal, plantea la necesidad de hacer un acercamiento comprometido a las realidades latinoamericanas de manera crítica y creativa, con el fin de transformarla.
No se conoce o piensa solo para sí mismo. Se piensa para transmitir las propias reflexiones a un/a interlocutor/a. Son reflexiones emitidas acerca de una realidad y un/a receptor/a las reelabora para criticarlas, modificarlas, atenuarlas, revisarlas. (Cerutti, 2000, p. 58)
De esta manera la filosofía latinoamericana deja el estatismo y surge como praxis política con repercusiones e incidencias sociales, donde categóricamente se diferencia la filosofía de Nuestra América en cuanto se plantea con un compromiso del pensar situado, el cual promueve la emancipación mental: enseñar a pensar, para aprehender a ser.
La experiencia política latinoamericana se ha visto marcada por la colonia y el neocolonialismo, como se presentaba con la teoría de la dependencia desde los años 70, el dominio, manipulación y explotación extranjera. Partiendo de estas realidades oprimidas, la filosofía hace su aporte con la interpretación o acercamiento a la realidad vivida a lo largo de los siglos, visualizando, evidenciando la enajenación cometida, buscando liberar las mentes, aportando en su función desideologizadora, como lo planteaba Ignacio Ellacuría.
La labor de reflexión toma ya como objeto de estudio las propias realidades latinoamericanas. Se vuelve hacia sí misma para descubrir su propia forma de pensar, de hacer filosofía, política, cultura su propia forma de ser “otros” en el mundo. Se plasma la necesidad de generar pensamiento para compartir, reflexionar y actuar. Vernos con claridad, para comprendernos a nosotros mismos como hombres y mujeres libres, capaces de vivir en sociedad, es el autodescubrimiento de las posibilidades, de comenzar a ser propositivos y darnos un lugar entre las naciones del mundo.
Para lograr esto es necesario mantener una lógica revolucionaria, utópica y de continua revisión y autocrítica. Luchar por la utopía como la planteaba Martí, de construir una América que sea nuestra, pensada por nosotros mismos, libres de todas las intromisiones extrañas.
Una forma de iniciar a vernos con claridad, sería pensar nuestra propia realidad, partir del patrimonio histórico y la experiencia, tomar en cuenta esa realidad.
Lugar muy inestable que ocupa la filosofía en el entramado de la realidad. No conozco a nadie que se haya propuesto pensar desde el vacío. Ni siquiera los defensores de un pensar “desde cero”, porque a poco que se examina ese “cero” resulta que no es tal, sino otro nombre atribuido a ciertas porciones de la tradición occidental, subrepticia e ingenuamente denominadas “cero” como si fuera un vacío de pensamiento. (Cerutti, 2000, pp. 40-41)
Así, el pensar la realidad se configura como categoría propia, “entendida como un modo de avanzar en la emancipación de la conciencia latinoamericana frente a toda otra forma de conciencia” (Cerutti, 2000, p. 44).
Para especificar, no es cualquier tipo de realidad la que se irá a pensar, sino de una muy particular, “se trata específica y prevalentemente de la realidad social, histórica, cultural y política, que es, en suma, una realidad sola con diferentes facetas, por así decirlo, una realidad de ser y espacio – tiempo, la realidad histórica” (Cerutti, 2000, p. 50).
Teniendo claro que la actividad operativa de la utopía actúa en la sociedad y desde la historia es cuando “la cotidianidad aparece, entonces, como el ámbito de experiencias a ser elaboradas por la filosofía” (Cerutti, 2000, p. 51). En este sentido, de manera más concreta, nos aclara Cerutti:
Pensar desde Nuestra América quiere decir hacerlo desde la utopía. Porque esta América, como he explicado en otros lugares, no es nuestra todavía y la expresión lleva en sí la tensión de lo utópico; la potente tensión entre realidad e ideal. La voluntad de pensar desde nuestra América es voluntad de pensar desde la tensión ideal / realidad, es voluntad de pensar utópico, pretensión de utopía, ansia de trasgresión – no de evasión – de lo dado y premura por ir más allá, por construir lo nuevo alterativo. (2000, pp. 69-70)
La utopía será, entonces, la fuente de inspiración para crear pensamientos, ideas, sueños realizables, parte del estudio profundo de la realidad, de las relaciones sociales intrínsecas de cada nación y las relaciones entre ellas, así como las relaciones entre Nuestra América y el mundo.
Pero, no es solo pensar por pensar como acto contemplativo. Sería en tal caso una doctrina abstracta que se separa de la realidad. Se propone pensar “a partir de la propia historia”, ¿qué quiere decir esto?:
El filosofar depende en muy buena proporción de su relación con la propia memoria histórico filosófico. No es filosofa desde el vacío, sino desde tradiciones que se prolongan, se critican o se rechazan, pero todo ello explícitamente para que el pensar coja fuerza, raigambre, arraigo. (Cerutti, 2000, p. 79)
Es reconociéndose en la propia historia, asumiendo el pasado, como realmente se puede comprender el presente. Es en este afán en el que se encuentra la búsqueda de las identidades.
Esta clave de organización de la reconstrucción de las ideas en un determinado país, ha estado asociada con el tema que cubre casi por completo el desarrollo de la reflexión latinoamericana: el de la identidad. (Cerutti, 2000, p. 77)
Este concepto es simplemente el vivir la propia realidad y coyuntura histórica. Es partiendo del pasado donde nos descubrimos en el presente y podremos proyectarnos hacia el futuro, sin caer en los mismos errores.
Es a partir del pensamiento situado donde se comienza a analizar la propia historicidad, y desde la cual se tiene que reflexionar para poder proponer nuevas formas de racionalidad, de movimientos políticos, sociales de resistencia y de maneras alternas de entender al ser humano y su relación intrínseca de su ser en sociedad, asumiendo algo que es evidente: como seres humanos somos diversos y debemos aprender a coexistir unos con otros.
No es, por lo tanto, partir del vacío. Es tomar en cuenta el bagaje y reflexión anterior que se ha dado a lo largo del desarrollo e historia del pensamiento. Es dejarse de complejos infundados y ser capaces de reivindicar muchas de las situaciones antropológicas y sociológicas que afectan en gran parte de la región. Es dejar de pensar en lo que no ha sido y fomentar el cambio pensado y deseable, de la mano con todos los factores que conviven en las sociedades. Es plantear nuevos puentes de diálogo y comprensión entre las naciones.
La búsqueda de la unidad, que no quiere significar una uniformidad sino convivir en diversidades, se debería referir a una búsqueda del bien común, de la justicia, del derecho, de volver a la racionalidad propia del ser humano y, a partir de una reflexión antropología, proyectar nuevos horizontes utópicos, que dejen de aferrarse a modelos muchas veces incomprendidos, para pasar al estudio, profundización y elaboración de planes reales de cambio, en donde se privilegie al ser humano en su integralidad, como un ser complejo y diverso en sí.
Partiendo de la propia historia es de donde se van a encontrar los diversos problemas, en cuanto se ha olvidado la adecuación y reflexión de los modelos políticos, y se han querido implantar sobre algunos países, atropellando las libertades sociales e individuales, donde el Estado ha desprotegido e irrespetado los derechos humanos e, incluso, la libertad de la demás naciones vecinas, promoviendo la intolerancia política y social entre pueblos hermanos.
Es reconocer, en la propia realidad, al hombre y a la mujer latinoamericana que luchan todavía por su libertad. No será con un pensamiento de colonizados que se podrá obtener el poder para cambiar el destino que se nos ha impuesto. Es de forma crítica, reflexiva, consciente como se lograrán escribir nuevas páginas de gloria y libertad en la historia de Nuestra América. Somos mestizos en mayoría, pero con presencia de millones de personas que forman parte de los pueblos originarios con quienes también hay que conversar y asumir sus filosofías.
Es aquí cuando la utopía “aparece así como complemento y culminación de la obra del pensamiento. Sin crítica, sin recepción crítica, la obra queda a medio camino. Sin grandes posibilidades de fecundidad” (Cerutti, 1996, p. 94).
Todo este surgimiento de pensamiento tiene como finalidad lograr la transformación efectiva de la realidad y su sentido (Cerutti, 2007, p. 98), es decir, cargar de una completa originalidad el destino de la sociedad, otorgándole un sentido que en definitiva será ese horizonte utópico, hacia el cual se dirige la región, en cuanto que se plantean desafíos de unidad que respetan la diversidad de pensamiento.
Se permite pensar en la utopía como una ruta para el cambio, “enfrentar la realidad, desde una memoria que se sabe despierta y con una actitud crítica que permita discriminar entre lo que debe permanecer y lo que se debe modifica” (Cerutti, 1996, p. 95).
La filosofía latinoamericana se hace intrínsecamente política por su carácter situado en la circunstancia del momento histórico en que se desarrolla, si esta no tiene un carácter social, está violentando su más íntima intencionalidad.
Es entender por “praxis” una transformación de la naturaleza por medio del trabajo, al modo de los clásicos. Es en este caso, por extensión, una transformación por medio del trabajo político en historia, de una situación artificialmente naturalizada … se trata de elaborar un discurso “latinoamericano” con la convicción de que el que no quiera entender no entenderá, por más preciso y detallado, elaborado y meticuloso que sea el desarrollo del mismo y sin que esto implique concesiones al rigor que le es intrínseco. (Cerutti, 2007, pp. 65 - 66).
Entonces, ¿es posible una utopía? En términos latinoamericanos, es lo que debería ser deseable. La utopía es realista y posible, siempre y cuando se haga un ejercicio serio de construcción de nuestra sociedad latinoamericana:
La idea de que América es la esperanza de la humanidad. La idea de una América utópica, donde aquellos valores de justicia, fraternidad, paz, solidaridad, humanización que en el resto del mundo no se pueden realizar, muy probablemente se van a poder realizar aquí. (Cerutti, 1996, p. 56)
Se ha expuesto ampliamente la necesidad de pensar la realidad, crítica y creativamente para transformarla; pero, ¿con qué fin? Con el fin de construir nuestra utopía. Pero, ¿qué es la utopía?, ¿es realizable?
Es momento de tomar la propia dirección de la sociedad latinoamericana, es momento de soñar en superar esquemas opresores. Trascurridos dos siglos de independencia de España y Portugal principalmente, se han generado nuevas formas de dependencia o alienación, a través del mercado principalmente; esclavitud y explotación producto del expansionismo capitalista neoliberal gobernado por principios utilitaristas y superficiales, cuyos valores son primados por el consumo y el individualismo, en los cuales se notan los principios de la modernidad-colonialidad en nuestro caso latinoamericano.
Ese no es el sueño de un mundo mejor, no es el proyecto de los próceres de Nuestra América. El sueño para América Latina lo esboza Bolívar cuando afirma “Yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria” (Soto, 2008).
Estas palabras deberían enardecer a cualquier latinoamericano consciente de su propia historia, de querer ser libre verdaderamente, emanciparse. La Magna Utopía no es más que querer construir Nuestra América, como la llamará José Martí. Pero, ¿cuál es esta Nuestra América? No es otra que América Latina y la utopía de su unidad, “esta utopía exige de un concepto reelaborado de unidad que propicie la integración de los diferentes, sin exigirles como condición su sumisión a la homogeneidad impuesta” (Cerutti, 1996: 23).
Los pasos de una integración no han de ser impuestos, sino propuestos para alcanzar una mejor cohesión en las decisiones políticas y sociales. La unidad no implica uniformidad. La unidad se construye en la alteridad, en la capacidad de querer entender al Otro y de esta manera establecer puntos en común por los cuales se puede luchar por alcanzarlos, con una ayuda y cooperación entre naciones, olvidando las diferencias y asumiendo las similitudes. Para lograr una verdadera unidad en Latinoamérica se debe partir de la pluralidad que somos, desde ahí vislumbrar caminos de crecimiento humano, social, económico y político comunes.
En otras palabras, se vislumbra la necesidad como región de ir construyendo un plan propio, lo que se quiere proyectar al mundo y tomar un puesto en la danza de las naciones desarrolladas.
Con esto, es de preguntarse, ¿qué se debe entender por utopía latinoamericana? A esto nos responde Cerutti:
Utopía no es necesariamente identificable con lo irrealizable. Por el contrario, en la mayoría de los casos, utopía designa lo supremamente deseable y un máximum de realismo en cuanto al rechazo de situaciones de opresión e injusticia, situaciones que hacen imposible una vida humana e inviable la subsistencia de seres humanos que merezcan la identificación de tales. En este sentido, el término utopía está cargado por los multiformes contenidos de lo virtual. Trabajar sobre la categoría utopía es trabajar sobre lo posible y cómo realizarlo. Más que esto, sobre la necesidad de la afirmación imperiosa de lo alterativo, como deseable y como factible. (2007, p. 172)
De esta manera, queda claro que la utopía es operante. Es la necesidad de ir despertando las conciencias ante las muestras indiscriminadas de violencia y depravación a las que se está llegando, debido a un mal uso de los medios de información que se han utilizado con fines políticos y comerciales consumistas alienantes, individualistas y hedonistas; es causar una relativización de los valores sociales.
El escribir Nuestra Utopía es hacer un trabajo hermenéutico comprometido, en clave histórica y con afirmación identitaria, reconociéndonos miembros de una región cuyo horizonte utópico está en construcción y nos debe hacer caminar.
El hablar de utopía podrá resultar imposible para algunos sectores sociales e incluso académicos. La mayor conmoción se da cuando se expresa como realizable, donde se quiere afirmar la necesidad de trabajar sobre lo posible, partiendo de la propia realidad que circunscribe a la sociedad latinoamericana. La realidad es la cotidianidad de los pueblos que viven en esta región, Nuestra América.
[Nuestra América] es por sí misma una expresión utópica. Nos habla de una América que todavía no es nuestra, que deseamos poseer plenamente y que, paradójicamente, nos identifica. Porque todavía no es, anuncia lo que debe ser. Constituye todo un programa, todo un proyecto en ciernes por desarrollar. Es un valladar contra la reformista política de emparches. (Cerutti, 1991, p. 18)
Partiendo de este concepto de utopía realizable, se plantea la necesidad de crear lo propio de nuestras realidades. No con fundamentos meramente sensitivos o volitivos.
Utopía no es equivalente a irracionalidad, sino búsqueda de una nueva totalización social, superadora e integradora de las totalizaciones enquistadas vigentes. Su accionar social es típicamente dialéctico; de una dialéctica que enfatiza más el momento de la ruptura que el de la nueva totalización.
La utopía actúa en la realidad histórica social como un revulsivo frente a la irracionalidad. Se ha querido asimilar la utopía al mito. Sin embargo, la utopía conserva una dimensión conceptual y analítica de lo social que no puede perderse de vista. A su vez, es una modalidad de fecundación de la razón por la imaginación de alternativas deseables y viables.
La propuesta utópica es paradigmáticamente ilustrada: cree en el poder de transformación social de la razón. (Cerutti, 1991, p. 44)
El ser latinoamericano en el pensamiento de Cerutti, es el agente inmediato de transformación social y político, por cuanto se lanza a la búsqueda de unidad, generada, en cierta forma, por el horizonte utópico:
[Este]opera al interior de toda la ideología como el nivel de lo axiológicamente deseable. Es el nivel programático de la ideología, entendida esta como programa para la acción política. El horizonte utópico es aquello que se busca instaurar en la realidad política – social. Es un conjunto de valores articulados, cuya no vigencia es la situación presente, genera la movilización en pro de su adopción. (Cerutti, 2007, p. 172)
Este horizonte tiene como consecuencia inmediata la búsqueda de la transformación de la realidad imperante, opresiva y alienante del ser humano. Se debe generar un ejercicio utópico, que consiste en “un ejercicio de rechazo de lo vigente y de intento de construir ahora el mundo alternativo” (Cerutti, 2007, p. 173).
De esta manera, la utopía se concretiza en la creación de nuestra propia realidad, confluyendo en el deseo de generar una sociedad más justa, equitativa y en funcionalidad de los valores humanos éticos y morales propios de la sociedad latinoamericana.
En definitiva, Nuestra América presenta un paradigma amplio de oportunidades de desarrollo social, económico y político, es tierra fértil, es tierra de los sueños, del mundo mágico, de Utopías. Estas han de ser presentadas a las grandes masas oprimidas por la explotación del mercado, el desempleo, las clases sociales altas que acaparan los grandes porcentajes de riqueza y despojan de dignidad y sustento, a las grandes masas trabajadoras, proletarias, quienes con su trabajo acrecientan las arcas de unos pocos, llamados afortunados, dueños de los medios de producción.
Se debe ir cohesionando las clases sociales que levanten las voces para poder lograr la auténtica aplicación de las garantías sociales, de igualdad, de justa remuneración salarial, de salud, seguridad ciudadana, empleo digno y dignificante de cada ser humano que quiera luchar por un mundo mejor. ¿Cómo lograr esto en Nuestra América?, ¿cuál es nuestra utopía?
El camino de desarrollo y al cambio no es fácil. Mucho menos el trayecto de transformaciones sociales, políticas y económicas, se debe partir de la realidad propia para poder alcanzar los grandes ideales de los pueblos oprimidos por la alienación laboral y la peor de todas la mental. El mercado se ha convertido en el nuevo opio de los pueblos, la creación de nuevas necesidades provocan en las jóvenes generaciones formas de alienación, de pseudo felicidad y realización, basadas en escalas de valores materialistas, legitimadoras del poder capitalista salvaje que genera una deshumanización.
Ante esta realidad, que se va enraizando en los pueblos, es urgente el actuar directamente en la construcción de nuevos conceptos, plantear nuevos ideales, nuevas metas que logren en la región ir comprendiendo nuestros orígenes y partiendo de la base sólida, proponer nuevas alternativas a la coyuntura histórica de principios del siglo XXI. No es olvidando u obviando el pasado, nuestra historia, donde lograremos comprender hacia donde se podría encaminar el futuro, sino al contrario, comprometiéndose en la comprensión del pasado para lograr proyectarnos en la región con un futuro prometedor:
En cierto modo puede considerarse el esfuerzo del historicismo como un esfuerzo hacia nuestra realidad, hacia la historia nuestra. Este esfuerzo debe ser retomado a modo de consigna, enfatizado, profundizado, agudizado, problematizado. (Cerutti, 1996, p. 48)
Es, con base en asumir la propia historia, donde las generaciones latinoamericanas irán comprendiendo sus raíces, su realidad, su utopía. Se deberá comprender que no hay nada que envidiar a otras culturas y regiones del mundo. Los pueblos que toman conciencia de sus propias miserias injustificadas, comienzan a movilizarse en las luchas sociales de justicia y equidad, buscan el desarrollo y el bienestar de sus iguales.
Nuestra América está en construcción y los pensamientos utópicos son la fuerza eficiente que está generando el cambio para nosotros y las futuras generaciones; eso, evidenciado en los múltiples movimientos sociales.
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1 La base de este artículo corresponde al Capítulo IV de mi tesis de Licenciatura en Filosofía, “Concepto de utopía en el pensamiento de Horacio Cerutti Guldberg” presentada en el año 2013, en la Escuela de Filosofía de la Universidad Nacional, se ha revisado y se han realizado algunas modificaciones en relación con el documento inédito.
2 Hay que tomar en cuenta que ya desde el siglo XIV existían mapas chinos donde mostraban cartográficamente el conocimiento de lo que llegó a llamarse desde 1507 América. Estos mapas fueron conocidos en Italia desde el siglo XV.
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